lunes, 24 de marzo de 2025

La fe de las aves

 





            En las últimas prédicas hemos hablado acerca de la fuente de nuestras provisiones. ¿En qué o en quién está basada tu confianza, en Dios o en los recursos materiales? Si, por ejemplo, miras el calendario y ves que faltan todavía 29 días hasta recibir tu siguiente sueldo, ¿qué pensamientos y emociones se apoderan de ti? Este tema de la provisión aparece también muy fuertemente en el pasaje del Sermón del Monte que nos corresponde estudiar hoy.

 

            F Mt 6.25-34

 

            Este pasaje empieza con la frase “por lo tanto…” Ella une el primer versículo de nuestro texto de hoy al pasaje inmediatamente anterior, presentando ahora la conclusión lógica de lo expresado anteriormente. Los versículos anteriores nos advierten de no acumular tesoros en la tierra, ya que no se puede servir a Dios y a las riquezas simultáneamente. Es por eso que no tiene sentido andar preocupándose hasta el punto de perder la paz por cuestiones netamente pasajeras como la comida, la bebida y la vestimenta. Todo este pasaje nos quiere ayudar a poner las cosas en su perspectiva correcta. Hay cosas mucho más importantes que la provisión diaria. Por supuesto que no vamos a ayunar 30 días al mes, y no es tampoco a eso que se refiere este texto. Lo que Jesús nos indica es no convertir a estos asuntos pasajeros en el centro absoluto de la vida. Debemos comer para vivir, pero no vivir para comer. Ni mucho menos sufrir ataques de ansiedad temiendo que mañana podríamos no tener suficiente para comer. De tanto preocuparse por la vida, terminan no viviendo la vida. También necesitamos vestirnos adecuadamente y querer arreglarnos bonito, pero no convertir nuestra pinta en un dios al que sacrificamos todo el dinero disponible y más allá de lo disponible, y estando siempre sin aliento por el último grito de la moda. Mamón quiere llevarnos a una atención desmedida y exagerada a estos asuntos. Hay cosas mucho más importantes que la comida y la ropa. Cuidar nuestra salud, cultivar relaciones positivas con los demás, buscar cómo hacer bien a otros y, por sobre todas las cosas, procurar cumplir la voluntad de Dios son infinitamente más importantes que la comida y la ropa. Hoy puedo comer, y mañana tener hambre otra vez. La ropa que compro hoy, al año ya la tengo que reemplazar por otra. Así que, cosas de tan poca duración no merecen una atención tan exagerada.

            Pero la brevedad de su duración no es el único argumento para eso. Aún más importante es que Dios se ocupa sí o sí de estas cosas básicas. Si él nos ha dado la vida, nos dará también todo lo necesario para mantener esa vida. Es decir, de balde nos llenamos de ansiedad por algo de lo cual Dios se ocupa. Jesús toma dos ejemplos de la naturaleza para ilustrar esto: los pájaros y las flores. Él dice que los pájaros no trabajan afanosamente para producir su alimento. Su Creador es el que se ocupa de esto. Lo que no significa que están inactivos. Todo el día vuelan de un lugar a otro, pero para recoger lo que Dios les ha provisto. Se ocupan de su alimentación, pero no se preocupan. Son dos cosas muy diferentes. Hasta ahora no he visto a ni un pájaro con un ataque de ansiedad por no saber cómo poder conseguir el alimento suficiente para el próximo día. Solo lo hacemos las personas supuestamente más inteligentes que los pájaros. La Biblia no enseña el dejar de trabajar para obtener los recursos necesarios, sino a tener una actitud correcta hacia ellos: el no poner su confianza en los bienes materiales.

            Lo mismo vale también para las flores. Hay flores tan bellas que solo duran unas pocas horas. Algunas solo florecen de noche cuando muy pocos lo pueden apreciar. Al llegar la mañana ya se marchitan y se mueren. Pero, ¡cuánta belleza tienen esas flores! Si el ser humano no puede gozarse de su hermosura por estar durmiendo a esas horas, Dios sí se goza. Es como si hubiera creado esas flores casi exclusivamente para su deleite personal. Si él ha puesto tanto detalle y tanta belleza en una flor que apenas logramos ver, ¿no crees que él pondrá mucha más atención a los detalles de tu vida? Jesús mismo repite varias veces: “¿No valen ustedes mucho más que las aves” (v. 26 – BLA) o las flores? Jesús está señalando que Dios provee las necesidades básicas de las aves y los lirios sin que ellos siembren ni cosechen, ni trabajen o hilen. En otras palabras, su provisión no depende de lo que ellos hagan. Si Dios sabe incluso cuántos cabellos tenemos, cosa que ni nosotros sabemos, ¿qué nos hace creer de que él no sabe del crujir de nuestro estómago? “Ustedes tienen como padre a Dios que está en el cielo, y él sabe lo que ustedes necesitan” (v. 32 – TLA). En el capítulo 10 de este Evangelio dice Jesús: “¿No se venden dos pajarillos por una monedita? Sin embargo, ni uno de ellos cae a tierra sin que el Padre de ustedes lo permita. En cuanto a ustedes mismos, hasta los cabellos de la cabeza él los tiene contados uno por uno. Así que no tengan miedo: ustedes valen más que muchos pajarillos” (Mt 10.29-31 – DHH). Así que, la preocupación por cosas que Dios provee simplemente porque nos ama está totalmente fuera de lugar. Revela una falta de fe en Dios, una atadura al espíritu de Mamón y es una ofensa contra Dios por no confiar en él. Por algo Jesús llama a estas personas “pagano”: “Todas estas cosas son las que preocupan a los paganos…” (v. 32 – DHH). Y también los llama “hombres de poca fe” (v. 30 – RVC). “Además, ¿qué gana uno con preocuparse?; ¿podemos acaso alargar nuestra vida aunque sea una hora” (v. 27 – NBD)? La Traducción en Lenguaje Actual dice: “¿Creen ustedes que por preocuparse vivirán un día más” (TLA)? Es imposible. Pero sí es posible que el exceso de preocupación y ansiedad nos haga vivir un día menos. O un año menos.

            He leído una vez algo parecido a esto: “Si puedes cambiar una situación, ¿para qué te preocupas entonces? Si no puedes cambiar una situación, ¿para qué te preocupas entonces?” La preocupación es algo sin sentido alguno, mirándolo desde cualquier ángulo que quieras. Sin embargo, ¡cuánto nos hemos especializado en este “ministerio”!

            Si la preocupación no cambia absolutamente nada de mi situación, ¿qué es lo que debo hacer entonces? Este pasaje nos enseña a desarrollar lo que Craig Hill llama “la fe de las aves”. Es la confianza de que Dios proveerá para mi necesidad simplemente porque me ama. La fe de las aves tiene en claro quién es la fuente de provisión para mí, y eso me da toda la tranquilidad del mundo porque yo sé que esa fuente jamás se va a agotar. Si Dios decide cambiar de canal, está bien, no hay problema, ya que él seguirá siendo el proveedor. Su suministro seguirá llegando. Como dije, las aves no se preocupan por cómo producir su alimento. Hacen lo que está a su alcance y recogen lo que encuentran. Quizás esté a tu alcance ser fiel en tu empleo; quizás esté a tu alcance abrir una fuente de ingreso adicional en tu casa; quizás esté a tu alcance renunciar a tu trabajo y empezar un emprendimiento propio, si así el Señor te indica, etc. Haz lo que te venga a la mano hacer y hazlo para el Señor, no para tu jefe. Y no pongas tu confianza en ese canal a través del cual te llega la provisión divina, sino pon tu confianza en Dios, quien es la fuente de toda provisión, y sigue sus indicaciones.

            Todo esto puede sonar muy lindo, hasta casi romántico, pero, ¿cómo se vive esto en la práctica? De los muchos ejemplos de esto que hay en la Biblia quiero mencionar uno —o, mejor dicho, dos ejemplos en uno— que lo ilustra magníficamente. Es el ejemplo del profeta Elías. Pueden buscarlo ya en 1 Reyes 17. En ese tiempo reinó Acab con su esposa Isabel, quienes hasta hoy en día son un símbolo de paganismo, idolatría, pecado y todo tipo de antivalores. Por el pecado de ellos, Elías tuvo que anunciarles el castigo de Dios: “¡Juro por el Señor, Dios de Israel, a quien sirvo, que en estos años no lloverá, ni caerá rocío hasta que yo lo diga” (1 R 17.1 – DHH)! Lanzar semejante amenaza contra un rey ponía en peligro inmediato la vida del profeta. Pero Dios no envía a sus siervos para luego dejarlos colgado. Leemos a partir del versículo 2: “…la palabra del Señor vino a Elías y le dijo: «Sal de este lugar y vete al oriente; escóndete allí, cerca del arroyo de Querit, frente al río Jordán. Saciarás tu sed en el arroyo, y ya he mandado a los cuervos que te lleven de comer.» Elías fue obediente a la palabra del Señor, y se fue a vivir cerca del arroyo de Querit, frente al río Jordán. Los cuervos llegaban por la mañana y por la tarde, y le llevaban pan y carne, y él bebía agua del arroyo” (1 R 17.2-5 – RVC). ¿Qué hubieran hecho ustedes en el lugar de Elías? ¿Qué garantía tenía él de que no se estaba lanzando a una misión suicida? Nos parece que no tenía ninguna garantía. Sin embargo, tenía la garantía más absoluta de la palabra de Dios. Si Dios lo promete, no hay quién pueda oponerse, ni siquiera todo el ejército de demonios. Pero Elías no podía ver tres semanas por adelantado en el futuro para saber cómo sería en detalle su vida en el arroyo Querit y si efectivamente no se moriría de hambre. Tuvo que desarrollar la fe de las aves y confiar plena y absolutamente en esa palabra dicha por Dios. Actuó de la misma forma que siglos antes su antepasado Abraham cuando Dios le dijo: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré” (Gn 12.1 – RV60). Abraham no tenía mapa, no tenía GPS, no sabía ni siquiera cuál sería esa tierra… solo tenía la orden clara de Dios, y confiando en que Dios cumpliría su promesa de mostrarle el camino y mostrarle el destino final, él se fue. Y esa obediencia le valió la descripción de “padre de la fe”. Cuando Jesús envió a los 72 discípulos a predicar el Evangelio en toda la región, les dio la siguiente instrucción: “No lleven dinero, ni mochila ni zapatos…” (Lc 10.4 – TLA). “Pero Señor, ¿y mi viático? No puedo avanzar sin mi cocido y chipa de María Ana…” “No anden de casa en casa. Quédense con una sola familia, y coman y beban lo que allí les den, porque el trabajador merece que le paguen” (Lc 10.7 – TLA). Y a regañadientes se escucha: “Si es que siquiera habrá una familia que nos dé de comer y beber…” Necesitaban la fe de las aves para confiar que el Señor proveería para ellos mientras cumplían el encargo de él. Fueron porque Jesús les dio esa orden. De la misma forma, tanto Elías como Abraham no actuaron por ocurrencia propia, sino obedientemente respondieron a lo que era una clara indicación de Dios. Elías no estaba aburriéndose en su hamaca cuando se le ocurrió la brillante idea de abrir una IEB en Camboriú, Cancún o en las Bahamas, exigiéndole después a Dios que provea todo lo necesario para eso. El camino que Dios le guió no tenía ningún parecido a las Bahamas.

            La fe de las aves confía en la provisión de Dios. Pero provisión no siempre significa dinero. En nuestro texto del Sermón del Monte Jesús había mencionado a comida, bebida y ropa. Puede proveernos dinero para comprar comida o ropa; puede proveernos la habilidad de producirlo nosotros mismos o él nos la puede proveer directamente. Él elegirá el modo en cada caso y situación, pero de que no nos faltará lo esencial para vivir, eso sí. Elías tampoco recibió dinero, sino comida. Pero él no tuvo una carta con el menú para poder elegir. Tuvo que tomar lo que le llegaba y estar agradecido por su provisión. Y los cuervos no suelen recorrer buscando parrillas de donde sacar un pedazo para Elías. ¿Cuál es la provisión de Dios de alimento para los cuervos? Ese era el menú también para Elías. El pueblo de Israel tampoco tuvo menú en el desierto sino maná. Y eso día tras día, año tras año, década tras década durante los 40 años que dieron vueltas por el desierto. Es decir, si eres obediente al llamado de Dios, no siempre significa lujo y comodidad. Muchas veces todo lo contrario. Pero la fe de las aves te enseña a que nunca te faltará lo esencial para la vida.

            Con el tiempo, Elías se acostumbró a esta situación y experimentó en carne propia de que Dios efectivamente proveyó tal como él había prometido. Pero entonces al Señor le pareció buena idea afianzar en Elías esa fe de las aves y —¡oh sorpresa!— “…después de un tiempo, el arroyo se secó, porque no llovía en ningún lugar de la tierra” (1 R 17.7 – NBV). Dios le quería enseñar que él sigue siendo la fuente por más que cambie el canal. Fue en ese momento que Dios le dio una nueva orden: “Deja este lugar y vete a vivir por algún tiempo en Sarepta de Sidón…” (1 R 17.9 – RVC). “No na, Señor, ¿por qué Sarepta? ¿Acaso no me podías agregar no más un tercer cuervo que me traiga una botella de agua cada vez que vienen? Son 170 km línea recta. Si me mandas un jet privado… bueno, podemos negociar. Pero caminar, ¡no!” Es muy posible que nosotros hubiéramos reaccionado así. Ya les digo que los caminos del Señor puede que no sean viajes de placer. Pero, ¡qué placer da viajar en los caminos del Señor! No hay mayor satisfacción y deleite que la certeza de estar en la voluntad de Dios. Elías tenía toda la libertad de rehusar ir a Sarepta. Pero la cosa era que su canal de provisión de ahora en adelante estaba allá, no más en Querit. ¿Y si se quedaba en Querit?

            Pero las “desgracias” para Elías no terminaron todavía. Como dice el título de un libro famoso: “Cuando lo que Dios hace no tiene sentido”, Dios le sigue diciendo: “Ya he dispuesto que una viuda que allí vive te dé de comer” (1 R 17.9 – RVC). ¡¿Una viuda?! Solían ser las personas más vulnerables y necesitadas de la sociedad. Bueno, seguramente era la viuda de un magnate petrolero, pero el asunto no le dejó a Elías sin preocupación mientras realizaba la difícil travesía hasta Sarepta. Y sus peores pronósticos ni se acercaron siquiera a la realidad que encontró: “Al llegar a la entrada de la ciudad, vio a una viuda que estaba recogiendo leña. La llamó y le dijo: —Por favor, tráeme en un vaso un poco de agua para beber. Ya iba ella a traérselo, cuando Elías la volvió a llamar y le dijo: —Por favor, tráeme también un pedazo de pan. Ella le contestó: —Te juro por el Señor tu Dios que no tengo nada de pan cocido. No tengo más que un puñado de harina en una tinaja y un poco de aceite en una jarra, y ahora estaba recogiendo un poco de leña para ir a cocinarlo para mi hijo y para mí. Comeremos, y después nos moriremos de hambre. (1 R 17.10-12 – DHH). ¡Socorro! Peor imposible. No solamente era una viuda ultra pobre y necesitada, sino encima moribunda. ¿Y ella debía ser el canal para su provisión? Con toda seguridad él se había equivocado de viuda. Pero al parecer Elías ya había llegado a conocer a su Dios. Al parecer no solo había desarrollado la fe de las aves sino hasta pudo identificar la falta de esa fe en otros. Por eso le da una indicación sorprendente a la viuda: “Ve a preparar lo que has dicho. Pero primero, con la harina que tienes, hazme una torta pequeña y tráemela, y haz después otras para ti y para tu hijo. Porque el Señor, Dios de Israel, ha dicho que no se acabará la harina de la tinaja ni el aceite de la jarra hasta el día en que el Señor haga llover sobre la tierra” (1 R 17.13-14 – DHH). La confianza de la viuda estaba en sus recursos materiales, esa poca harina y aceite que le sobró. Al acabarse estos recursos, se acabó también su esperanza de vida. ¿No nos parecemos demasiado a ella? Por eso, Elías procuró que la concentración de ella en sus recursos acabados se redireccione al Dueño de todo el oro y la plata del mundo (Hag 2.8). ¿Confiaría ella en la palabra del Señor? Elías no actuó de forma egoísta al pedirle que primero lo atienda a él, sino era la única manera de que ella pueda desarrollar la fe de las aves, aunque casi a la fuerza. Elías no buscó la comida de la viuda sino la fe de ella. Y para la viuda empezó una guerra espiritual: Mamón contra Dios. ¿Se rendiría ante Mamón al fijarse en sus recursos agotados o se rendiría ante Dios y la confianza en su provisión? Esta puede ser una lucha tremendamente dura.

            Una de las críticas más fuertes de la sociedad hacia las iglesias evangélicas es la enseñanza acerca del diezmo y las ofrendas. Pero seguiremos enseñando acerca de este tema, primero, porque es una enseñanza de la Biblia y si queremos ser una iglesia bíblica, necesariamente tenemos que enseñar y practicar todo lo que enseña la Biblia. Por supuesto que ese enseñar y practicar es un proceso en desarrollo que dura toda la vida. Y segundo, necesitamos enseñarlo para que los hijos de Dios puedan desarrollar la fe de las aves. ¿Confiarán en la palabra del Señor de que él proveerá para ellos con lo que queda de su sueldo después de dar el diezmo? En el Antiguo Testamento, el diezmo era ley y tenía que darse al Señor y Dueño del diezmo. El Nuevo Testamento no enseña nada nuevo sobre el diezmo porque ya era una práctica común para los judíos, como podemos ver en varios pasajes. Pero el Nuevo Testamento muestra que en realidad el 100% de nuestros bienes le pertenecen al Señor, quien tiene la libertad de disponer de todo lo que él nos ha prestado para que lo administremos. El diezmo ya no es ley, sino llega a ser ahora el límite inferior. Es como el medidor de aceite de un motor. Cuando el aceite baja por debajo del límite inferior, se prende una alarma en el tablero. Y si no le hacemos caso, corremos el riesgo de fundir completamente el motor de nuestro auto. ¡Y cuántos hijos de Dios hay cuyo motor espiritual está en estas condiciones! Muchos dicen que no les sobra para el diezmo. Más bien digo que el no dar su diezmo es la causa de que no les sobra. La relación con Dios nunca es un negocio, sino únicamente fe. Él dice en nuestro texto de Mateo que primero debemos buscar el reino de Dios, por fe, y que luego experimentaremos que él se encarga de nuestra provisión (v. 33). Si le decimos: “Dame primero tu provisión para que así te dé tu diezmo.”, ya no es fe, sino reacción a lo que ya podemos ver. Y la fe es la confianza en lo que no podemos ver. Además, con esta actitud, el dinero del diezmo sería según el sistema de este mundo de comprar y vender. Dios me da mi provisión, y yo le doy a cambio mi diezmo. Yo compro la provisión que Dios me vende. Pero Dios contesta: “Dame primero tu diezmo, introduce la gracia al convertirlo al sistema divino de dar y recibir, y así expresarás tu fe de las aves que confía que yo te voy a sostener en todo lo que necesites. Y vas a ver que abro las ventanas del cielo y hago llover sobre ti bendición hasta que sobreabunda.” La fe es la que mueve la mano de Dios. Necesitamos fe para obtener el perdón de pecados; necesitamos fe para ser sanados y necesitamos fe para experimentar la provisión de Dios. Siempre la fe va primero. A las personas que fueron sanadas por Jesús, él solía decir: “tu fe te ha sanado” (Mc 5.34 – NBLA). El sentido del versículo 33 de Mateo 6 podríamos expresar así: “Por tu fe has recibido tu provisión.” De esta manera, apartar el diezmo como respuesta de amor al Señor y expresión de nuestra fe de las aves debe ser lo primero que hagas al recibir tu sueldo. A mí no me interesa el dinero que das, sino busco que experimentes al Señor en forma sobrenatural al abrirte a él en fe. A la iglesia no le interesa tu dinero. Nadie, excepto quizás el tesorero, sabe si das o no das, y nadie va a averiguar esto. A la iglesia le interesa que crezcas y madures en tu relación con el Señor. Es cierto, la iglesia tiene sus gastos que deben ser cubiertos por los aportes de los que solemos congregarnos aquí. Los vecinos no van a venir a cortar nuestro pasto, a instalarnos un cielorraso, a pagar nuestra cuenta de luz o a reparar los desgastes del edificio. Lo tenemos que hacer nosotros, y sí o sí se generan gastos. Pero el más bendecido será la persona que da, porque “hay más bendición en dar que en recibir” (Hch 20.35 – NTV), dice la Biblia. Esta viuda de Sarepta venció la guerra espiritual, desarrollando la fe de las aves: “…fue e hizo lo que Elías le había ordenado. Y ella y su hijo y Elías tuvieron comida para muchos días. No se acabó la harina de la tinaja ni el aceite de la jarra, tal como el Señor lo había dicho por medio de Elías” (1 R 17.15-16 – DHH). Ruego al Señor que todos nosotros podamos desarrollar también esa fe. Es muchísimo más fácil hablar acerca de la fe de las aves que vivirla. Pero si tenemos el firme propósito de alabar a Dios por medio de nuestra fe, él nos ayudará a vencer esa cruenta guerra espiritual en la que nos encontramos contra el espíritu de Mamón. ¿Entienden ahora por qué dije en la primera prédica de esta serie que esta era la base espiritual/teológica del manejo de las finanzas, sin la cual toda otra herramienta para administrar sus bienes no tendría mucho efecto? Porque, ¿qué sirve saber cómo invertir, cómo ahorrar, cómo manejar las deudas, etc. si nuestro corazón está encadenado por el espíritu de Mamón? Quizás haríamos lo correcto pero sin la motivación correcta. Nuestro corazón seguiría estando atado por el afán por los bienes materiales en vez de estar rendido en confianza a Dios. Dios quiere transformar nuestras vidas como respuesta a la fe de las aves que él quiere que se desarrolle en nosotros. “…sin fe es imposible agradar a Dios. Todo el que desee acercarse a Dios debe creer que él existe y que él recompensa a los que lo buscan con sinceridad” (He 11.6 – NTV).


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