domingo, 15 de diciembre de 2024

¿Cuál es tu motivación?

 





            Mucho se cita en círculos cristianos una frase sacada del texto de hoy: “Que tu izquierda no sepa lo que hace la derecha”. Muchos la consideran, por ejemplo, el argumento decisivo para criticar y condenar duramente a las megaiglesias —por ejemplo, de los Estados Unidos— cuando publican qué están haciendo a favor de los pobres y necesitados. Pero la verdad es que estas iglesias están obligadas por ley de ese país a mostrar públicamente a dónde llega a parar su dinero, ya que fácilmente se podría camuflar de esta manera un tremendo lavado de dinero. Todo el tema de “A Ultranza” es un ejemplo nacional muy claro de esto.

            Esta misma frase de que la izquierda no debe saber lo que hace la derecha es también la causa por la que muchos se resisten a usar sobres con nombre para sus diezmos y ofrendas. Y puedo decir para absoluta tranquilidad mía y la de todos ustedes que no tengo la mínima idea si éste es el caso de alguien de esta iglesia porque no me consta. Pero sí lo he escuchado hace poco no más de personas de otras congregaciones. Lo que nos queremos preguntar hoy es: ¿qué significa esta frase? ¿En qué sentido o en qué momento se la puede usar?

            En nuestro estudio del Sermón del Monte hemos visto durante las últimas semanas varios ejemplos de mandamientos del Antiguo Testamento que Jesús cita para luego darle su correcta interpretación o su verdadero significado. En la siguiente sección Jesús se refiere a las tres principales prácticas religiosos de los judíos: la ayuda a los necesitados, la oración y el ayuno. Y en los tres ejemplos, Jesús establece una tensión entre practicarlas para ser vistos por los hombres o para ser vistos por Dios. Veamos ahora el primer ejemplo de estas prácticas.

 

            FMt 6.1-4

 

            El primer versículo es una especie de introducción general a esta sección. Al hablar en forma general de “buenas obras”, se refiere también a todo lo demás que hacemos como hijos de Dios, no solamente el ayudar a los necesitados, el orar y el ayunar. Estos ejemplos citados por Jesús nos confrontan duramente con nuestra motivación para hacer las cosas: ¿para qué ayudo a los pobres? ¿Para qué oro? ¿Para qué ayuno? ¿Para qué voy a la iglesia? ¿Para qué doy mi diezmo? ¿Para qué canto? ¿Para qué testifico de Cristo? ¿Para qué visito a los enfermos, a los solitarios, a los presos o a los demás hermanos de la iglesia? ¿Cuál es mi motivación para esto y todo lo demás que hago “para el Señor”? Jesús dijo: “¡Mucho cuidado con andar haciendo buenas obras para que los demás los vean y admiren” (v. 1 – NBD)! O sea, esta es definitivamente la motivación equivocada. Cualquier cosa que yo hiciere, si es con el único fin de que los demás me pongan un monumento, no sirve de nada. Pablo lo expresó en estas palabras: “…si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y aun si entrego mi propio cuerpo para tener de qué enorgullecerme, pero no tengo amor, de nada me sirve” (1 Co 1.3 – DHH). Así que, si yo hago lo que hago para honra y gloria del señor… Marvin, entonces ya perdí. Así, todo lo que hago está vacío, inexistente. Jesús sigue diciendo: “Los que así lo hacen no tendrán recompensa del Padre que está en el cielo” (v. 1 – NBD)!

            Además, no logro ni siquiera mi objetivo. Yo quería que los demás vean y admiren mis buenas obras y me digan qué tipazo que soy. Pero la gente percibe si alguien solo piensa en sí, y esto repela. ¿Cuánto tiempo aguantan ustedes estar con una persona que lo único que hace es hablar de sí mismo, de sus “logros” y de lo bueno que es? Si alguien se cree el ombligo del mundo alrededor de quién gira todo, pronto se dará cuenta que su mundo consiste solo de él, y que los demás ya salieron de ese su mundo. Un dicho en alemán dice que elogiarse a sí mismo hiede. Entonces, todo lo que hace una persona que tiene esta actitud no le sirve a los demás, no le sirve a Dios y ni siquiera le sirve a ella misma.

            Qué diferente es cuando nuestro objetivo es dar gloria a Dios. Esto también lo percibe la gente, y los actos de esa persona conducen su mirada hacia Dios. Por eso dijo Jesús unos pocos versículos antes: “…que la luz de ustedes alumbre delante de todos, para que todos vean sus buenas obras [hasta aquí no hay nada todavía que indique tal o cual motivación detrás de estas obras. Todos, sin importar la motivación que tengan, estarían de acuerdo con esta frase. La motivación se refleja en lo que sigue:] y glorifiquen a su Padre, que está en los cielos” (Mt 5.15 – RVC). Esto es lo que dije recién: si nuestra motivación es dar gloria al Padre, la gente es dirigida hacia él. ¿Cómo sonaría este versículo para una persona con motivación egoísta? Sería más o menos así: “Que la luz de ustedes alumbre delante de todos, para que todos vean sus buenas obras, les den algunas palmaditas en el hombro y los dejen solos con sus obras.” ¿Ven la diferencia? La motivación determina el resultado final.

            ¿Pero cómo logramos tener siempre la motivación correcta? Justo el martes pasado hablamos aquí en el estudio bíblico de esto. ¡Cuán a menudo el orgullo nos hace “pisar el palito”! Puede ser que nuestra motivación —o por lo menos la que quisiéramos tener— sea la de glorificar al Padre, pero el egoísmo es tan sutil y tan traicionero que convierte nuestras propias buenas obras en una cáscara de banana sobre la cual resbalamos, terminando en el piso de la gloria propia. Pero lo bueno es que Dios lo sabe mucho mejor que nosotros mismos. Cuando finalmente llego a reconocer que una vez más fui engañado por mí ego, él sonríe y dice: “¿Recién ahora te diste cuenta? Hace rato ya yo lo sabía.” Pero ¡gracias a él! que él no se queda en la superficie de nuestras manifestaciones egoístas, sino mira en lo profundo de nuestro corazón. Él sabe que ahí en el fondo está el deseo de glorificarlo. Y eso él toma en cuenta. Él sabe que muchas veces somos víctimas de nuestro propio orgullo. Y nos ayuda a levantarnos una y otra vez, a crecer y a vencer paulatinamente nuestra carne. A veces quisiera tomar esa mi bendita carne, hacer un tremendo asado con ella, invitar a medio mundo y después opá carne. Pero lastimosamente no es tan sencillo, sino requiere de un largo y duro proceso de crucificar una y otra vez a nuestro viejo hombre, nuestra carnalidad, y dejar que se desarrolle más y más la manifestación del Espíritu Santo en nosotros.

            Ahora Jesús habla concretamente de la limosna. Él pone nuevamente el énfasis en la motivación: ¿por qué ayudas a los demás? Él pone como ejemplo de una mala motivación a los hipócritas que van acompañados de su trompetista que toca su instrumento cada vez que ellos le dan una moneda a algún mendigo. Así toda la gente se da vuelta para ver por qué de repente ese concierto de instrumentos de viento, o si ya es el regreso del “Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios” (1 Ts 4.16 – RV60), solo para ver a una persona entregarle una moneda a un necesitado, mientras que posa para que las cámaras del mundo puedan captar ese momento glorioso. ¿Les parece ridículo ese comportamiento? Bueno, así de ridículo nos vemos nosotros cuando tratamos de cosechar aplausos. Quizás no hacemos tocar trompetas literales, pero nuestra boca anda “trompetizando” constantemente, proclamando nuestra “gloria” a los cuatro vientos. Ridículo, ¿no? Pero así somos. ¿Y qué tal tus redes sociales? ¿A quién o a qué dan gloria tus publicaciones? Analízalo según los parámetros que hoy nos da la Palabra de Dios. Jesús dice que el aplauso que podamos cosechar de la gente será todo el reconocimiento que recibiremos. Olvídense que Dios los aplauda. Dios dice a través del profeta Isaías: “Yo soy el Señor. Éste es mi nombre, y no daré a otro mi gloria, ni mi alabanza a esculturas” (Is 42.8 – RVC), y podríamos agregar: ni a personas que se idolatran a sí mismos. El único en todo el universo que merece ser exaltado y aplaudido es Dios. El que cree que Dios se complacerá en él por ser fanfarrón… pues, se equivoca.

            ¿Y cuál es entonces la solución? ¿No ayudar más a los necesitados? Por supuesto que no. Más bien debemos trabajar en nuestra motivación. ¿Qué te motiva a comprar algún producto de una familia del vecindario que sabes que pasa por tremendas necesidades económicas? ¿Qué te motiva aportar víveres para la canasta de amor? ¿Es realmente el amor al prójimo lo que te impulsa a traer productos para la canasta? ¿O es más bien el amor a ti mismo y a tu “fama” ante los hermanos o para que no piensen mal de ti? ¿Cuál es tu motivación? Y ahí viene la famosa frase de “que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha” (v. 3 – NBE). Otras versiones dicen: “no se lo cuentes ni siquiera a tu amigo más íntimo” (DHH). Porque, ¿por qué razón se lo comentarías? “Vos sabés que ayer yo le regalé 300.000 Gs a fulano, solo porque sí, por lo buena gente que soy.” El solo hecho de comentarlo revela ese deseo indomable de ser reconocido y admirado por los demás. Y ya se esfumó la gloria que Dios quería recibir por motivarte a ayudar a un vecino necesitado. Si tanto querés hablar acerca de lo bueno que acabas de hacer, háblale de esto al Señor y dale gracias por darte algo que hayas podido compartir con otro más necesitado que tú mismo. Así aprenderás a apartar tu mirada de ti mismo y tus obras para dirigirla a Dios y darle la gloria a él.

            Que la izquierda no sepa lo que hace la derecha no significa tener que ocultar todo el bien que hacemos. No vamos a ir por la calle y, al ver a un mendigo, mirar primero en todas las direcciones para asegurar de que nadie nos esté viendo, y ahí recién sacar dinero para dárselo. No, no se trata de que alguien te vea o no, sino que tú mismo no lo veas. Es decir, puedes haber hecho algún bien en absoluto secreto, sin que nadie ni siquiera sospeche de lo que acabas de hacer, pero tu corazón lo vio, y puede estar tan enfocado en el bien que hiciste, que toda la gloria te darás tú a ti mismo. Y se esfumó otra vez la gloria que debería estar destinada a Dios. Con razón dice la Biblia: “Nada hay más engañoso que el corazón; no tiene remedio, ¿quién lo conoce” (Jer 17.9 – BLPH)? Entonces, que la izquierda no sepa lo que hace la derecha no significa que nadie debe saber del bien que hacemos, sino que nuestro corazón no se ate a lo que estamos haciendo, dándose palmaditas en el hombro a sí mismo. Es más, el versículo que leímos al comienzo que dice que debemos dejar brillar nuestra luz delante de los hombres indica que incluso es necesario que otros lo vean, para que así ellos sean motivados a alabar a Dios. Tu motivación dirigirá la alabanza de los demás. Si tu motivación es cosechar aplausos, la alabanza de ellos estará dirigida a ti. Si tu motivación es darle honra y gloria al Señor, entonces su alabanza se direccionará automáticamente hacia Dios.

            Hace muchos años atrás, un entonces joven de la iglesia madre se dio el gusto de una broma. En un culto de jóvenes, él estaba sentado en la primera fila. De repente él se dio vuelta y miró fijamente hacia la puerta de entrada del templo. Incluso medio se levantó, mirando siempre con mucha concentración hacia atrás. Al poco rato todos los jóvenes congregados miraron atrás, queriendo saber a qué él estaba mirando. Ante eso, este joven se mató de risa, porque no había nada atrás. Había logrado engañar a todos haciéndoles creer que había algo y logrando que todos también se den la vuelta. Así es en lo espiritual también. En lo que te enfocas, hacia eso diriges las miradas de los demás.

            Entonces, usar sobres con nombre para dar nuestro diezmo y nuestra ofrenda no tiene nada que ver con estar revelando a la izquierda lo que hace la derecha. Si usar un sobre con nombre es algo negativo o algo positivo para ti depende de tu motivación. Si tu concentración está dirigida hacia el acto en sí de dar tu ofrenda o tu diezmo, el ofrendar se convierte en un fin en sí mismo y llega a ser un peligro para ti porque podrías atraer toda la atención de los demás sobre ti y tu acción, tu ofrenda. Pero si tu concentración y tu motivación está centrada en Dios, tu ofrenda se convierte en un simple medio para alcanzar a otro fin mucho mayor: el de alabar a Dios. Y ahí no te interesará si alguien te ve dando tu ofrenda o si alguien sabe cuánto diste. Ni te fijarás en eso porque estarás enfocado en Dios. Incluso, tu deseo de agradar y alabar a Dios a través de la ofrenda puede motivar a otros a seguir tu ejemplo. De ese modo, tu acción de ofrendar para glorificar a Dios puede crear olas que contagien a más y más personas a hacer lo mismo. Y si, encima, puedes beneficiar a tu iglesia a cumplir mejor las leyes nacionales vigentes, ¿por qué no usar entonces un sobre con nombre para evitar los reiterados recibos sin nombre?

            Algunos consideran esta burocracia como algo innecesario porque pertenece a las leyes de este mundo, mientras que nosotros obedecemos las leyes del Reino de Dios. Es cierto, para nosotros como hijos de Dios la ley de Dios está por encima de todo. Pedro y Juan le dijeron al máximo consejo religioso de los judíos: “Juzguen ustedes mismos si es justo delante de Dios obedecerlos a ustedes en lugar de obedecerlo a él” (Hch 4.19 – DHH). Pero la Biblia también es categórica en cuanto a la necesidad de obedecer a las autoridades terrenales. Pablo escribe a los romanos: “Toda persona debe someterse a las autoridades de gobierno, pues toda autoridad proviene de Dios…” (Ro 13.1 – NTV). Es decir, necesitamos obedecer tanto la ley de Dios como también la ley nacional. Es solo cuando ambos se oponen que debemos obedecer a Dios y no al gobierno. En el caso de las ofrendas, claramente la Biblia nos enseña a dar nuestros diezmos y ofrendas. Esto no es negociable. El que no quiere obedecer esta indicación de la Biblia está libre de no hacerlo, pero debe saber que él mismo cierra la canilla de las bendiciones que Dios había previsto para él. Pero la Biblia no nos dice nada en cuanto a cómo hay que darlas o cómo hay que registrar estas contribuciones. El estado, en cambio, no nos obliga a pagar contribuciones a la iglesia, pero sí nos prescribe cómo registrarlas en caso de pagarlas para poder demostrar clara y transparentemente el origen de los fondos de la iglesia. Por eso es necesario poder extender documentos oficiales, como un recibo legal, para indicar con nombre y apellido de dónde viene el dinero que tenemos en caja. Si todos los meses tenemos recibos que no tienen nombre, el gobierno empieza a dudar y a intervenir, mucho más después de que algunas iglesias en territorio nacional con su manejo turbio de las finanzas defraudaron y destruyeron la confianza que el gobierno tuvo en las iglesias. Esto no más entre paréntesis.

            Volvamos ahora a nuestro texto. ¿Por qué dice Jesús que nuestras buenas obras deben quedar ocultas o deben suceder en secreto? Como yo lo entiendo, no se refiere a que nadie en el mundo debe saber lo que estamos haciendo, sino a que debe suceder a espaldas de la atención de la gente; no llamar la atención a sí mismo. Lo que hacemos no debe atraer los reflectores y las cámaras sobre nosotros y nuestros actos. Si alguien lo ve, no importa, pero no estaremos haciendo alarde de nuestra acción. Repito: nuestras buenas obras no son un fin en sí mismo, porque ahí sí requerirían ser publicadas lo más que se pueda. Son simplemente un medio para un fin mucho mayor que es el de glorificar a Dios. De ese modo, los reflectores y las cámaras estarán dirigidas hacia Dios, porque él es el centro de la atención, no lo que nosotros estamos haciendo. Y así debe ser. Esta fue la actitud que tuvo Juan el Bautista. Él decía de sí mismo: “Yo soy la voz del que grita en el desierto: ‘Preparen un camino recto para el Señor’” (Jn 1.23 – NBD). Es decir, él no se consideraba el protagonista de la película, sino solo un asistente detrás de bambalinas. Y poco después él declaró: “Ahora a él [a Jesús] se le debe poner más atención y a mí menos” (Jn 3.30 – PDT). Juan cumplió fielmente con su llamado, y cuando lo acabó, se retiró en silencio por la puerta trasera para dejarle a Cristo en el centro del escenario, para que todos vean únicamente a él. A esto debemos llegar con las obras que hacemos para el Señor. Ahora, si hacemos buenas obras literalmente en secreto, está muy bien, porque hacerlo a la vista de otros sube al por mayor la tentación de querer recibir elogios por ello. Entonces, para protección de nuestro propio corazón engañoso no está mal hacerlo realmente a escondidas.

            Que nuestras buenas acciones conduzcan a otros a la alabanza a Dios no será el único efecto de ellas, sino que Dios, que lo ve todo, también de lo que sucede a espaldas de la atención del mundo, premiará lo que estamos haciendo. Y ahí vemos algo muy sorprendente: si nosotros buscamos los aplausos del mundo, solo salimos perdiendo. Pero si buscamos que Dios sea glorificado por medio de nuestras acciones, él nos aplaudirá, y no puede haber honra y reconocimiento más grande que esto. O sea, los aplausos nos llegarán de algún lado, pero lo que realmente nos llena, edifica y bendice son los aplausos del Señor que nos vienen sin haberlos buscado. Salomón no pidió fama ni fortuna, sino sabiduría para poder honrar al Señor por medio de un correcto gobierno del pueblo de Dios. En consecuencia, Dios le dio por añadidura a la sabiduría también fama y fortuna (1 R 3.5-14). Todo lo que en esta vida buscamos obtener por esfuerzos propios no nos llevará muy lejos. Pero lo que nos viene de parte del Señor, tiene verdadero valor. Pocos versículos más tarde Jesús va a decir lo mismo, pero en otras palabras: “…primero busquen el reino de Dios y hagan lo que es justo. Así, Dios les proporcionará todo lo que necesiten” (Mt 6.33 – NBV).

            ¿Cuál es tu motivación? ¿Por qué eres cristiano? ¿Para qué haces lo que haces como hijo de Dios? ¿Cuál es tu objetivo? ¿Estás enfocado en Dios o estás enfocado en ti mismo? La respuesta a esta última pregunta determinará si lo que haces tiene valor o si es mera paja. La invitación de la Biblia está en el versículo que acabamos de leer: busca por sobre todas las cosas el reino, el gobierno de Dios; enfócate en él; busca su voluntad; busca lo que le da honra a él; obedece fielmente las leyes que este Rey ha establecido. Entonces tu vida se llenará de luz, y Dios te bendecirá de múltiple manera y te dará su reconocimiento. Sobre ti se abrirá el cielo, y la gente percibirá en ti la autoridad del Padre que dirá: “Este es mi hijo/a amado/a. ¡Háganle caso!” ¿No prefieres esto a luchar infructuosamente por aplausos vacíos de los demás?


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