miércoles, 23 de octubre de 2024

Someterse vs. ser cabeza

 







            Hermanas, ¿les gusta que se les diga que deben estar sujetas a sus maridos? Hermanos, ¿les gusta que se les diga que deben ser cabeza de sus esposas? Puede que tengan diferentes sensaciones respecto a estas indicaciones de la Palabra de Dios, pero, ¿están seguros de que su “sentimiento” respecto a ellas es correcto? ¿Qué significa realmente “someterse a su marido” y “ser cabeza de su esposa”? Y más importante todavía: ¿estamos cumpliendo con estas indicaciones? Lo veremos hoy al analizar el texto donde Pablo nos transmite estas prescripciones.

 

            FEf 5.21-33

 

            El texto anterior había terminado con la indicación de que debíamos ser llenados con el Espíritu Santo (v. 18). Algunas versiones relacionan los versículos 19-21, que hablan de cantar himnos y alabanzas en nuestros corazones, dar siempre gracias a Dios en todo y someterse el uno al otro con esta acción de ser llenos del Espíritu Santo. Viéndolo de esta forma, el someterse unos a otros puede ser fruto de la llenura del Espíritu Santo, como puede ser también lo que colabora para que alcancemos esta llenura. Y la verdad es que, sin la ayuda de Dios, es imposible someternos unos a otros como nos pide este texto. Y aquí en este versículo 21 no se habla todavía del matrimonio. En cualquier relación interpersonal debemos vivir según este concepto de la sujeción mutua. Por eso, estimados solteros, no piensen ahora que pueden tomarse libre el resto del día ya que es una prédica y un texto exclusivamente para matrimonios. Más les vale que ahora ya presten mucha atención a este contenido para tener por lo menos una noción vaga de lo que es vivir en matrimonio. Si quieren esperar con aprender acerca de la vida matrimonial hasta que se hayan casado, lamento decirles que entonces empezarán demasiado tarde con este aprendizaje. Muchos problemas podrán evitar o prevenir si se preparan con anticipación. La vida matrimonial no se limita a tener sexo 3 veces al día, como nos lo pintan algunas películas. A veces ni siquiera es 3 veces al mes. La vida matrimonial es infinitamente más compleja y amplia, pero también infinitamente más satisfactoria que tener relaciones 3 veces al día. Por eso hay que prepararse con tiempo.

            Volviendo al texto, la verdad es que el término “someterse” tiene un sabor medio desagradable para muchos. Para algunos, esta palabra conlleva la idea de humillación, para otros la de valer menos que el otro y, en casos más extremos, incluso la de maltrato o esclavitud. Pero ninguna de estas connotaciones es correcta, sino son tergiversaciones escandalosas que el diablo ha querido asociar con este término. Fíjense que el texto dice que tenemos que someternos por respeto o reverencia a Cristo, no por temor al cónyuge. Si yo amo tanto a mi Jesús, voy a amar también a mi esposa y con gusto voy a ponerme debajo de ella para ayudarla y elevarla. Y ella lo mismo conmigo. Ahí no hay el menor espacio para humillación, minusvalía o maltrato. El someterse llega a ser una expresión sublime del amor divino entre los cónyuges o entre hermanos en Cristo. Me encanta como lo traduce una versión: “Expresen su respeto a Cristo siendo sumisos los unos a los otros” (v. 21 – BLA). Este versículo 21 es otra forma no más de expresar lo que Pablo escribe a los gálatas: “Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas y así cumplirán la ley de Cristo” (Gl 6.2 – NVI). Esto es lo que significa “someterse mutuamente”: uno se pone debajo de la carga del otro para llevarla juntos, y el otro se pone debajo de la carga mía para llevarla juntos. Y si sigue molestándoles este término, reemplácenlo por otro, como lo traduce la Biblia Palabra de Dios para Todos: “Sírvanse unos a otros por respeto a Cristo” (PDT). Es imposible servir al otro sin ponerme debajo de su necesidad para llevarla junto con él. Si esto lo trasladamos al ámbito del matrimonio, como Pablo lo hace concretamente en los siguientes versículos, y si el hombre realmente se pone debajo de las necesidades de su esposa, ella no tendrá ningún problema en cumplir con lo que Pablo le indica en el versículo 22: “Las esposas deben estar sujetas a sus esposos como al Señor” (DHH). Otras traducciones hablan de honrar, respetar o servir a sus esposos. En este caso, todos estos verbos son sinónimos porque expresan la misma idea. Es muy posible que los hombres casados estén sintiendo ahora bálsamo fluir por su alma al escuchar estas palabras, y en su mente ya le están dando un codazo a su esposa: “¿Escuchaste?” Déjenme decirles dos cosas, varones: primero, Pablo está hablando a las mujeres, no a ustedes. Segundo, en seguida les tocará el turno a ustedes y a ver si lo sentirán todavía como bálsamo.

            Ahora, ¿a qué me refiero con que Pablo está hablando aquí a las mujeres y no a los hombres? ¿Acaso no es evidente? Bueno, al parecer, para muchos hombres no. De leer, leen que dice que las esposas deben estar sujetas a sus esposos. Pero de entender, entienden: “Esposos, ¡sometan a sus esposas!” Y de ahí surgen múltiples manifestaciones de violencia emocional, psicológica, espiritual y física. El machismo es uno de las maldiciones más dañinas que el diablo ha logrado introducir en este mundo. Y esto no se detiene ni siquiera en la puerta de una iglesia. Puede haber mucho machismo también dentro de las iglesias. Y ojo: algunas de las personas más machistas que conozco son mujeres. Es inconcebible los conceptos machistas que las madres les transmiten a sus hijos, creyendo que así tiene que ser el comportamiento de los varones. Algunas esposas hacen lo mismo con sus maridos. Oro para que este texto de hoy pueda empezar a abrirnos los ojos para que entendamos cómo quiere Dios que nos comportemos como hombres y como mujeres. Desearía yo que cada varón de esta iglesia pueda hacer el curso “Hombría al Máximo” de la Fundación Principios de Vida. Hay versiones incluso en forma virtual (por Internet) que dan hermanos y pastores de las diferentes sedes de la IEB Py.

            Repito: este versículo no dice que la mujer debe ser sometida, sino le indica a la mujer que ella voluntariamente se sujete a sí misma a la cobertura de su esposo. Y esto debe ser de la misma forma en la que ella lo hace con Cristo. Hermana, ¿te sometes a la autoridad de Cristo? ¿Lo haces de la misma manera también con tu marido? Si no, ¿por qué no? Tu relación con Cristo debe servirte de modelo y regla de medir para tu relación con tu marido. Vuelvo a decir: “sometimiento” no significa humillación; no significa ser reducida al papel de una sirvienta o, peor todavía, una esclava sexual; no significa ser condenada al silencio, con excepción de las palabras: “Sí, mi amor.”; no significa ser el trapo de piso del marido. Significa ponerse debajo de un orden establecido por Dios; ponerse debajo de la protección y provisión de su esposo para así poder contribuir al bien de la familia y de la sociedad con las funciones y los dones que Dios le ha conferido. Haciéndolo, la aprobación y la bendición de Dios estarán sobre la esposa y toda la familia. Así es como Dios quiere que funcione el hogar de puertas para dentro. El texto dice que la esposa debe estar sujeta a su propio marido. No indica la sujeción a todos los hombres (y menos todavía al marido de la otra). Es decir, este texto es una descripción de las funciones que le corresponden a cada uno dentro del hogar, dentro del matrimonio. Yo no lo veo como una prohibición general al liderazgo de una mujer, como muchos lo interpretan. Para mí son dos cosas totalmente diferentes e independientes una de la otra.

            ¿Y qué pasa si la esposa sale de esa sujeción y se eleva por encima de su esposo? Eso trae mucho dolor para ella misma, para el matrimonio y para toda la familia y sociedad porque está usurpando un lugar que no le corresponde dentro de la familia.

            Mientras la función de la mujer es poner todo su potencial al servicio de la familia desde el lugar protegido que le brinda el esposo, la función del esposo es ser “cabeza de la esposa, como Cristo es cabeza de la iglesia” (v. 23 – DHH). Esposo, si ahora la sonrisa de tu corazón se extiende de oreja a oreja, más te vale que prestes atención a lo que significa ser cabeza. Cristo lo describió de maravilla cuando dijo: “…los gobernantes de este mundo tratan a su pueblo [a sus familias] con prepotencia … Pero entre ustedes será diferente. El que quiera ser líder entre ustedes deberá ser sirviente, y el que quiera ser el primero entre ustedes deberá convertirse en esclavo” (Mt 20.25-27 – NTV). Esto es lo que Jesús entiende por “ser cabeza”. Te pregunto: ¿Te estás haciendo esclavo de tu esposa? (¿Sigues sonriendo todavía?) Ojo: así como “someterse” en el caso de la esposa no significa ser esclava del marido, a la inversa también es así. Ambos deben someterse a su cónyuge por amor. Por eso es tan importante entender bien el versículo 21. Si Jesús habla de ser esclavo, es para ilustrar hasta qué punto ambos deben estar dispuestos a poner a un lado sus propias voluntades y necesidades para atender primeramente las de su cónyuge. Esta es la voluntad de Dios para el ser humano. Sabemos que el pecado ha destruido todo, y que ningún ser humano puede lograr ese ideal, pero no por eso Dios ha bajado su exigencia. Su marca sigue igual de alto. Pero él se ha sacrificado a sí mismo, se ha hecho esclavo, se ha sometido a nosotros y nuestro pecado para llevar nuestra carga, liberarnos de ella y hacer que nosotros podamos emerger nuevamente y alcanzar su marca. Sin Cristo jamás lo lograremos. Y ese ejemplo que Dios mismo nos ha dado es precisamente el modelo de cómo nosotros ahora debemos tratarnos en la familia y en la iglesia. Él “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte … en la cruz. Por eso Dios le dio el más alto honor…” (Flp 2.8-9 – DHH), poniéndolo como cabeza de la iglesia. Marido, si consideras el ser cabeza de tu esposa como un puesto de honor, de poder, de superioridad, entonces no te has humillado todavía hasta la muerte por ella. Esta función no te da el derecho de hacer lo que te dé la gana, coquetear o piropear a mujer que se te cruce o pasar noche tras noche con los amigos. Ser cabeza significa “encabezar” la responsabilidad por la esposa y la familia. Dios te pedirá cuentas en primer lugar a ti por lo que ha pasado (o no ha pasado) en tu familia, no a tu esposa. Recuerda que Dios es tu suegro y no te gustará que él te tenga que llamar la atención por estar tratando indebidamente a su hija.

            La indicación de ser cabeza de la esposa se inspira en el hecho de que Cristo es la cabeza de su iglesia. ¿Y qué hace Cristo por su iglesia? La protege, la guía, provee para ella, confía en ella, la empodera, se concentra única y exclusivamente en ella, y una larga lista de cosas más. Varones, eso es lo que la Biblia espera que hagamos a favor de nuestras esposas. Así como la relación de la mujer con Cristo es el modelo y la medida de cómo debe ser la relación de ella con su esposo, así la relación de Cristo con su iglesia es el modelo y la medida de cómo debe ser la relación del marido con su esposa. En todo este párrafo, Pablo toma la imagen de Cristo y su iglesia y la pone como modelo para la relación matrimonial: “…así como la iglesia está sujeta a Cristo, también las esposas deben estar en todo sujetas a sus esposos” (v. 24 – DHH). Y, a la inversa: si como matrimonios vivimos según los principios de la Palabra de Dios, llegamos a ser un reflejo al mundo de lo que es el amor de Dios hacia su iglesia, su pueblo, sus hijos.

            Me llama la atención las palabras que Pablo utiliza aquí. A las mujeres él ordena respetar a sus esposos. Para un hombre, su mayor necesidad emocional es ser respetado. Todo en la vida y en la relación matrimonial él lo interpreta desde el respeto. Si, por ejemplo, la esposa constantemente le regaña y le contradice, él lo percibe como una falta de respeto. Y la falta de respeto es lo que más daña su autoimagen y su percepción de valor como hombre. Pero si el hombre se siente respetado, se sentirá amado.

            Pero a los maridos no se les manda respetar a sus esposas, sino a amarlas (v. 25). La necesidad de sentirse amada es la máxima necesidad emocional de las mujeres. Si la esposa se siente amada, se sentirá también respetada – al revés de como es en los varones. Cuando el marido la trata con cariño, consideración, delicadeza; cuando provee no solamente los ingresos económicos para el hogar, sino también seguridad, colaboración, tiempo, interés genuino por el estado emocional, espiritual y físico de su esposa; cuando él se encarga de los trabajos de la casa o de la atención a los niños para que ella pueda descansar después de un día arduo de trabajo en la casa o en el empleo, entonces ella se siente amada. El texto dice que “Cristo se entregó a sí mismo” (v. 25 – NBD) por su iglesia. Ya vimos que filipenses lo describe como humillarse hasta la muerte. Y esta es la definición de amor. Así quiere la Biblia que el marido ame a su esposa: con entrega, con sacrificio.

            Muchos maridos desprecian a su esposa y hasta la abandonan por otra cuando los hijos y el tiempo dejaron sus huellas en el cuerpo de ella y ya no está más tan cinturita como cuando tenía 18. O cuando no puede dedicarse a cuidar su aspecto físico por tener que lidiar todo el día con los hijos y con los interminables quehaceres de la casa (y encima dicen los maridos que su esposa no hace nada porque está todo el día en la casa – ¡semejante falta de respeto y de consideración hacia su esposa! Estoy seguro que estos maridos no aguantarían ni una semana haciendo todo lo que su esposa hace durante los 365 días del año, sin sueldo, sin vacaciones, sin ayuda y, lo peor: sin comprensión de quien ha sido llamado para amarla de verdad, colocándose debajo de la carga de ella.). Estos maridos, que llegan del trabajo y exigen que su esposa les sirva el tereré o la comida y se pasan toda la noche mirando tele sin mostrar el mínimo interés por cómo su esposa ha pasado el día y qué es lo que ella necesita, sin darse cuenta que ella trabajó mucho más que él, pero sin el lujo de poder darse un respiro, estos maridos necesitan entender que Cristo hizo todo lo necesario para que su esposa —la iglesia— pueda estar “sin mancha ni arruga ni ninguna otra imperfección” (v. 27 – NVI). Él no la criticó por estar desaliñada, no le exigió que se arregle para ser medianamente aceptable, sino calladamente vino y se sacrificó a sí mismo para que ella pueda estar “santa y perfecta” (v. 27 – DHH). ¿Qué tal, si a cambio de exigir la atención de tu esposa cuando llegas a casa más bien le preguntes cómo ha sido su día y en qué le puedes ayudar; si le das un masaje en la espalda y le ofreces que ella se vaya a bañar y a relajarse, que tú te encargarás de la cena o de lo que haya para hacer; si haces una cita con la peluquera de ella o con una persona que pueda hacerle un tratamiento adecuado a la piel de la cara de tu esposa? ¿No crees que eso haría un enorme cambio en la autoestima y las emociones de tu esposa? “Así deben amar los esposos a sus esposas: como aman a su propio cuerpo. ¡El hombre que ama a su esposa se ama a sí mismo” (v. 28 – NBD)! La mujer necesita sentirse segura y confiada de que su marido cumplirá su función dentro del hogar; que él le “haga el amor” de esta manera. ¿Se dan cuenta que “amor” para la esposa poco o nada tiene que ver con sexo? Recién cuando estas demás necesidades están satisfechas, ella estará segura del amor verdadero de su esposo, y recién ahí podrá responder con libertad también físicamente a las necesidades de su marido. Mientras que, para el hombre, si sus necesidades físicas no son tenidas en cuenta, todo lo demás como que casi no cuenta. Así de diferente nos ha creado Dios. Vivir en matrimonio realmente es para valientes, porque uno se mete en un sinfín de desafíos de hacer funcionar una relación entre dos personas tan diametralmente opuestas en su forma de ser, de pensar y de sentir. Pero ese es el ideal original que tuvo Dios y que él sigue teniendo. Pensar que entonces es mejor no casarse sino vivir en relaciones sin compromisos es una más de las tantas mentiras que Satanás ha sembrado en este mundo y en cuya trampa caen también tantos hijos de Dios. Es la peor estupidez que un ser humano pueda hacer. Por eso, una vez más: sin Cristo es imposible vivir en una relación de compromiso matrimonial, según la santa y perfecta voluntad de Dios. Necesariamente un matrimonio debe consistir de tres personas. Y ojo, no me refiero a marido, mujer y amante, sino a marido, mujer y Cristo. Solo de esa manera hay posibilidad de que esa relación pueda perdurar y afianzarse. Para que esa unión indisoluble pueda nacer y desarrollarse, es necesario que el hombre deje “a su padre y a su madre para unirse a su esposa, y los dos serán como una sola persona” (v. 31 – DHH). Hasta me atrevería a decir que el hombre deje a su padre y a su madre, y recién entonces los dos serán como una sola persona. Es decir, ambos cónyuges deben cortar el cordón umbilical que los une a la olla, la billetera y la casa de sus padres para formar una nueva unidad social llamada “familia”. Adaptando una expresión de Jesús podríamos decir: El que pone la mano en el arado del matrimonio y luego mira atrás, lamentando su vida de soltero y la comodidad de la casa de los padres no es apto para la vida en pareja (adaptación de Lc 9.62). Muchas veces los padres quieren “ayudar” a sus hijos, ofreciéndoles un lugar en la casa o el patio de los padres. Pero en vez de que esto sea una ayuda para los hijos, es una maldición que dañará tanto a los hijos como a los padres. Para que la relación del nuevo matrimonio realmente pueda desarrollarse saludablemente, es imprescindible que el nuevo matrimonio se desligue también físicamente de la casa de los padres. Aunque en una choza y sin muebles, ¡pero solos! Si la Biblia lo ordena así, por algo es, y más vale que le hagamos caso. Cristo también ha llamado a su iglesia a que salga del mundo para unirse con él como su cuerpo. El término griego para “iglesia” significa, precisamente, “los llamados afuera”.

            “…cada hombre debe amar a su esposa como se ama a sí mismo, y la esposa debe respetar a su marido” (v. 33 – NTV). ¡Semejante tarea que el Señor nos ha encargado! Pero él se ofrece también a ayudarnos en este cometido tan grande. Y si no has dado todavía ese paso de cortar los lazos con este mundo y el pecado para unirte a Cristo, Salvador y esposo de su novia, la iglesia, da ahora ese paso. Este mundo no tiene nada que ofrecer que valga la pena retener o lamentar. Date un empujón y pasa al reino de Cristo. Dile: “Señor Jesús, no quiero seguir viviendo más según mi propio parecer. No quiero seguir más las reglas de juego de este mundo. Quiero que tú tomes el control de mi vida. Límpiame y perdóname por todos mis pecados. Hazme un hijo de Dios. Gracias por lo que has hecho por mí. Pero también necesito de tu ayuda para vivir como tú esperas de mí dentro de mi hogar. Sin ti no puedo lograrlo, pero deseo servir a mi familia de manera correcta y honrarte a ti de esta manera. Consagro mi vida a tu servicio. Te amo y te adoro. Amén.


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