Hermanas, ¿les gusta que se les diga
que deben estar sujetas a sus maridos? Hermanos, ¿les gusta que se les diga que
deben ser cabeza de sus esposas? Puede que tengan diferentes sensaciones
respecto a estas indicaciones de la Palabra de Dios, pero, ¿están seguros de
que su “sentimiento” respecto a ellas es correcto? ¿Qué significa realmente
“someterse a su marido” y “ser cabeza de su esposa”? Y más importante todavía:
¿estamos cumpliendo con estas indicaciones? Lo veremos hoy al analizar el texto
donde Pablo nos transmite estas prescripciones.
FEf 5.21-33
El texto anterior había terminado
con la indicación de que debíamos ser llenados con el Espíritu Santo (v. 18).
Algunas versiones relacionan los versículos 19-21, que hablan de cantar himnos
y alabanzas en nuestros corazones, dar siempre gracias a Dios en todo y
someterse el uno al otro con esta acción de ser llenos del Espíritu Santo.
Viéndolo de esta forma, el someterse unos a otros puede ser fruto de la llenura
del Espíritu Santo, como puede ser también lo que colabora para que alcancemos esta
llenura. Y la verdad es que, sin la ayuda de Dios, es imposible someternos unos
a otros como nos pide este texto. Y aquí en este versículo 21 no se habla
todavía del matrimonio. En cualquier relación interpersonal debemos vivir según
este concepto de la sujeción mutua. Por eso, estimados solteros, no piensen
ahora que pueden tomarse libre el resto del día ya que es una prédica y un
texto exclusivamente para matrimonios. Más les vale que ahora ya presten mucha
atención a este contenido para tener por lo menos una noción vaga de lo que es vivir
en matrimonio. Si quieren esperar con aprender acerca de la vida matrimonial
hasta que se hayan casado, lamento decirles que entonces empezarán demasiado
tarde con este aprendizaje. Muchos problemas podrán evitar o prevenir si se
preparan con anticipación. La vida matrimonial no se limita a tener sexo 3
veces al día, como nos lo pintan algunas películas. A veces ni siquiera es 3
veces al mes. La vida matrimonial es infinitamente más compleja y amplia, pero
también infinitamente más satisfactoria que tener relaciones 3 veces al día. Por
eso hay que prepararse con tiempo.
Volviendo al texto, la verdad es que
el término “someterse” tiene un sabor medio desagradable para muchos. Para
algunos, esta palabra conlleva la idea de humillación, para otros la de valer
menos que el otro y, en casos más extremos, incluso la de maltrato o
esclavitud. Pero ninguna de estas connotaciones es correcta, sino son tergiversaciones
escandalosas que el diablo ha querido asociar con este término. Fíjense que el
texto dice que tenemos que someternos por respeto o reverencia a Cristo, no por
temor al cónyuge. Si yo amo tanto a mi Jesús, voy a amar también a mi esposa y
con gusto voy a ponerme debajo de ella para ayudarla y elevarla. Y ella lo
mismo conmigo. Ahí no hay el menor espacio para humillación, minusvalía o
maltrato. El someterse llega a ser una expresión sublime del amor divino entre
los cónyuges o entre hermanos en Cristo. Me encanta como lo traduce una
versión: “Expresen su respeto a Cristo
siendo sumisos los unos a los otros” (v. 21 – BLA). Este versículo 21 es
otra forma no más de expresar lo que Pablo escribe a los gálatas: “Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas y
así cumplirán la ley de Cristo” (Gl 6.2 – NVI). Esto es lo que significa
“someterse mutuamente”: uno se pone debajo de la carga del otro para llevarla
juntos, y el otro se pone debajo de la carga mía para llevarla juntos. Y si
sigue molestándoles este término, reemplácenlo por otro, como lo traduce la
Biblia Palabra de Dios para Todos: “Sírvanse
unos a otros por respeto a Cristo” (PDT). Es imposible servir al otro sin
ponerme debajo de su necesidad para llevarla junto con él. Si esto lo
trasladamos al ámbito del matrimonio, como Pablo lo hace concretamente en los
siguientes versículos, y si el hombre realmente se pone debajo de las
necesidades de su esposa, ella no tendrá ningún problema en cumplir con lo que
Pablo le indica en el versículo 22: “Las
esposas deben estar sujetas a sus esposos como al Señor” (DHH). Otras
traducciones hablan de honrar, respetar o servir a sus esposos. En este caso,
todos estos verbos son sinónimos porque expresan la misma idea. Es muy posible
que los hombres casados estén sintiendo ahora bálsamo fluir por su alma al
escuchar estas palabras, y en su mente ya le están dando un codazo a su esposa:
“¿Escuchaste?” Déjenme decirles dos cosas, varones: primero, Pablo está hablando
a las mujeres, no a ustedes. Segundo, en seguida les tocará el turno a ustedes
y a ver si lo sentirán todavía como bálsamo.
Ahora, ¿a qué me refiero con que
Pablo está hablando aquí a las mujeres y no a los hombres? ¿Acaso no es
evidente? Bueno, al parecer, para muchos hombres no. De leer, leen que dice que las esposas deben estar sujetas a sus
esposos. Pero de entender, entienden:
“Esposos, ¡sometan a sus esposas!” Y de ahí surgen múltiples manifestaciones de
violencia emocional, psicológica, espiritual y física. El machismo es uno de
las maldiciones más dañinas que el diablo ha logrado introducir en este mundo.
Y esto no se detiene ni siquiera en la puerta de una iglesia. Puede haber mucho
machismo también dentro de las iglesias. Y ojo: algunas de las personas más
machistas que conozco son mujeres. Es inconcebible los conceptos machistas que
las madres les transmiten a sus hijos, creyendo que así tiene que ser el
comportamiento de los varones. Algunas esposas hacen lo mismo con sus maridos.
Oro para que este texto de hoy pueda empezar a abrirnos los ojos para que
entendamos cómo quiere Dios que nos comportemos como hombres y como mujeres.
Desearía yo que cada varón de esta iglesia pueda hacer el curso “Hombría al
Máximo” de la Fundación Principios de Vida. Hay versiones incluso en forma
virtual (por Internet) que dan hermanos y pastores de las diferentes sedes de
la IEB Py.
Repito: este versículo no dice que
la mujer debe ser sometida, sino le indica a la mujer que ella voluntariamente se
sujete a sí misma a la cobertura de su esposo. Y esto debe ser de la misma
forma en la que ella lo hace con Cristo. Hermana, ¿te sometes a la autoridad de
Cristo? ¿Lo haces de la misma manera también con tu marido? Si no, ¿por qué no?
Tu relación con Cristo debe servirte de modelo y regla de medir para tu
relación con tu marido. Vuelvo a decir: “sometimiento” no significa humillación; no
significa ser reducida al papel de una sirvienta o, peor todavía, una esclava
sexual; no significa ser condenada
al silencio, con excepción de las palabras: “Sí, mi amor.”; no significa ser el trapo de piso del
marido. Significa ponerse debajo de un orden establecido por Dios; ponerse
debajo de la protección y provisión de su esposo para así poder contribuir al
bien de la familia y de la sociedad con las funciones y los dones que Dios le
ha conferido. Haciéndolo, la aprobación y la bendición de Dios estarán sobre la
esposa y toda la familia. Así es como Dios quiere que funcione el hogar de
puertas para dentro. El texto dice que la esposa debe estar sujeta a su propio marido. No indica la
sujeción a todos los hombres (y menos todavía al marido de la otra). Es decir,
este texto es una descripción de las funciones que le corresponden a cada uno
dentro del hogar, dentro del matrimonio. Yo no lo veo como una prohibición general
al liderazgo de una mujer, como muchos lo interpretan. Para mí son dos cosas
totalmente diferentes e independientes una de la otra.
¿Y qué pasa si la esposa sale de esa
sujeción y se eleva por encima de su esposo? Eso trae mucho dolor para ella
misma, para el matrimonio y para toda la familia y sociedad porque está
usurpando un lugar que no le corresponde dentro de la familia.
Mientras la función de la mujer es
poner todo su potencial al servicio de la familia desde el lugar protegido que
le brinda el esposo, la función del esposo es ser “cabeza de la esposa, como Cristo es cabeza de la iglesia” (v. 23 –
DHH). Esposo, si ahora la sonrisa de tu corazón se extiende de oreja a oreja,
más te vale que prestes atención a lo que significa ser cabeza. Cristo lo describió
de maravilla cuando dijo: “…los
gobernantes de este mundo tratan a su pueblo [a sus familias] con prepotencia … Pero entre ustedes será
diferente. El que quiera ser líder entre ustedes deberá ser sirviente, y el que
quiera ser el primero entre ustedes deberá convertirse en esclavo” (Mt
20.25-27 – NTV). Esto es lo que Jesús entiende por “ser cabeza”. Te pregunto:
¿Te estás haciendo esclavo de tu esposa? (¿Sigues sonriendo todavía?) Ojo: así
como “someterse” en el caso de la esposa no significa ser esclava del marido, a
la inversa también es así. Ambos deben someterse a su cónyuge por amor. Por eso
es tan importante entender bien el versículo 21. Si Jesús habla de ser esclavo,
es para ilustrar hasta qué punto ambos deben estar dispuestos a poner a un lado
sus propias voluntades y necesidades para atender primeramente las de su
cónyuge. Esta es la voluntad de Dios para el ser humano. Sabemos que el pecado
ha destruido todo, y que ningún ser humano puede lograr ese ideal, pero no por
eso Dios ha bajado su exigencia. Su marca sigue igual de alto. Pero él se ha
sacrificado a sí mismo, se ha hecho esclavo, se ha sometido a nosotros y nuestro
pecado para llevar nuestra carga, liberarnos de ella y hacer que nosotros
podamos emerger nuevamente y alcanzar su marca. Sin Cristo jamás lo lograremos.
Y ese ejemplo que Dios mismo nos ha dado es precisamente el modelo de cómo nosotros
ahora debemos tratarnos en la familia y en la iglesia. Él “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte … en la
cruz. Por eso Dios le dio el más alto honor…” (Flp 2.8-9 – DHH), poniéndolo
como cabeza de la iglesia. Marido, si consideras el ser cabeza de tu esposa
como un puesto de honor, de poder, de superioridad, entonces no te has
humillado todavía hasta la muerte por ella. Esta función no te da el derecho de
hacer lo que te dé la gana, coquetear o piropear a mujer que se te cruce o
pasar noche tras noche con los amigos. Ser cabeza significa “encabezar” la
responsabilidad por la esposa y la familia. Dios te pedirá cuentas en primer
lugar a ti por lo que ha pasado (o no ha pasado) en tu familia, no a tu esposa.
Recuerda que Dios es tu suegro y no te gustará que él te tenga que llamar la
atención por estar tratando indebidamente a su hija.
La indicación de ser cabeza de la
esposa se inspira en el hecho de que Cristo es la cabeza de su iglesia. ¿Y qué
hace Cristo por su iglesia? La protege, la guía, provee para ella, confía en
ella, la empodera, se concentra única y exclusivamente en ella, y una larga
lista de cosas más. Varones, eso es lo que la Biblia espera que hagamos a favor
de nuestras esposas. Así como la relación de la mujer con Cristo es el modelo y
la medida de cómo debe ser la relación de ella con su esposo, así la relación
de Cristo con su iglesia es el modelo y la medida de cómo debe ser la relación
del marido con su esposa. En todo este párrafo, Pablo toma la imagen de Cristo
y su iglesia y la pone como modelo para la relación matrimonial: “…así como la iglesia está sujeta a Cristo,
también las esposas deben estar en todo sujetas a sus esposos” (v. 24 –
DHH). Y, a la inversa: si como matrimonios vivimos según los principios de la
Palabra de Dios, llegamos a ser un reflejo al mundo de lo que es el amor de
Dios hacia su iglesia, su pueblo, sus hijos.
Me llama la atención las palabras que
Pablo utiliza aquí. A las mujeres él ordena respetar
a sus esposos. Para un hombre, su mayor necesidad emocional es ser respetado.
Todo en la vida y en la relación matrimonial él lo interpreta desde el respeto.
Si, por ejemplo, la esposa constantemente le regaña y le contradice, él lo
percibe como una falta de respeto. Y
la falta de respeto es lo que más daña su autoimagen y su percepción de valor
como hombre. Pero si el hombre se siente respetado, se sentirá amado.
Pero a los maridos no se les manda
respetar a sus esposas, sino a amarlas
(v. 25). La necesidad de sentirse amada es la máxima necesidad emocional de las
mujeres. Si la esposa se siente amada, se sentirá también respetada – al revés
de como es en los varones. Cuando el marido la trata con cariño, consideración,
delicadeza; cuando provee no solamente los ingresos económicos para el hogar,
sino también seguridad, colaboración, tiempo, interés genuino por el estado
emocional, espiritual y físico de su esposa; cuando él se encarga de los
trabajos de la casa o de la atención a los niños para que ella pueda descansar
después de un día arduo de trabajo en la casa o en el empleo, entonces ella se
siente amada. El texto dice que “Cristo
se entregó a sí mismo” (v. 25 – NBD) por su iglesia. Ya vimos que
filipenses lo describe como humillarse hasta la muerte. Y esta es la definición
de amor. Así quiere la Biblia que el marido ame a su esposa: con entrega, con
sacrificio.
Muchos maridos desprecian a su
esposa y hasta la abandonan por otra cuando los hijos y el tiempo dejaron sus
huellas en el cuerpo de ella y ya no está más tan cinturita como cuando tenía
18. O cuando no puede dedicarse a cuidar su aspecto físico por tener que lidiar
todo el día con los hijos y con los interminables quehaceres de la casa (y
encima dicen los maridos que su esposa no hace nada porque está todo el día en
la casa – ¡semejante falta de respeto y de consideración hacia su esposa! Estoy
seguro que estos maridos no aguantarían ni una semana haciendo todo lo que su
esposa hace durante los 365 días del año, sin sueldo, sin vacaciones, sin ayuda
y, lo peor: sin comprensión de quien ha sido llamado para amarla de verdad,
colocándose debajo de la carga de ella.). Estos maridos, que llegan del trabajo
y exigen que su esposa les sirva el tereré o la comida y se pasan toda la noche
mirando tele sin mostrar el mínimo interés por cómo su esposa ha pasado el día
y qué es lo que ella necesita, sin darse cuenta que ella trabajó mucho más que
él, pero sin el lujo de poder darse un respiro, estos maridos necesitan
entender que Cristo hizo todo lo necesario para que su esposa —la iglesia—
pueda estar “sin mancha ni arruga ni
ninguna otra imperfección” (v. 27 – NVI). Él no la criticó por estar
desaliñada, no le exigió que se arregle para ser medianamente aceptable, sino calladamente
vino y se sacrificó a sí mismo para que ella pueda estar “santa y perfecta” (v. 27 – DHH). ¿Qué tal, si a cambio de exigir la
atención de tu esposa cuando llegas a casa más bien le preguntes cómo ha sido
su día y en qué le puedes ayudar; si le das un masaje en la espalda y le ofreces
que ella se vaya a bañar y a relajarse, que tú te encargarás de la cena o de lo
que haya para hacer; si haces una cita con la peluquera de ella o con una
persona que pueda hacerle un tratamiento adecuado a la piel de la cara de tu
esposa? ¿No crees que eso haría un enorme cambio en la autoestima y las
emociones de tu esposa? “Así deben amar
los esposos a sus esposas: como aman a su propio cuerpo. ¡El hombre que ama a
su esposa se ama a sí mismo” (v. 28 – NBD)! La mujer necesita sentirse segura
y confiada de que su marido cumplirá su función dentro del hogar; que él le
“haga el amor” de esta manera. ¿Se dan cuenta que “amor” para la esposa poco o
nada tiene que ver con sexo? Recién cuando estas demás necesidades están
satisfechas, ella estará segura del amor verdadero de su esposo, y recién ahí podrá
responder con libertad también físicamente a las necesidades de su marido.
Mientras que, para el hombre, si sus necesidades físicas no son tenidas en
cuenta, todo lo demás como que casi no cuenta. Así de diferente nos ha creado Dios.
Vivir en matrimonio realmente es para valientes, porque uno se mete en un
sinfín de desafíos de hacer funcionar una relación entre dos personas tan
diametralmente opuestas en su forma de ser, de pensar y de sentir. Pero ese es
el ideal original que tuvo Dios y que él sigue teniendo. Pensar que entonces es
mejor no casarse sino vivir en relaciones sin compromisos es una más de las
tantas mentiras que Satanás ha sembrado en este mundo y en cuya trampa caen
también tantos hijos de Dios. Es la peor estupidez que un ser humano pueda
hacer. Por eso, una vez más: sin Cristo es imposible vivir en una relación de
compromiso matrimonial, según la santa y perfecta voluntad de Dios. Necesariamente
un matrimonio debe consistir de tres personas. Y ojo, no me refiero a marido,
mujer y amante, sino a marido, mujer y Cristo. Solo de esa manera hay
posibilidad de que esa relación pueda perdurar y afianzarse. Para que esa unión
indisoluble pueda nacer y desarrollarse, es necesario que el hombre deje “a su padre y a su madre para unirse a su
esposa, y los dos serán como una sola persona” (v. 31 – DHH). Hasta me
atrevería a decir que el hombre deje a su padre y a su madre, y recién entonces los dos serán como una
sola persona. Es decir, ambos cónyuges deben cortar el cordón umbilical que los
une a la olla, la billetera y la casa de sus padres para formar una nueva
unidad social llamada “familia”. Adaptando una expresión de Jesús podríamos
decir: El que pone la mano en el arado del matrimonio y luego mira atrás,
lamentando su vida de soltero y la comodidad de la casa de los padres no es
apto para la vida en pareja (adaptación de Lc 9.62). Muchas veces los padres
quieren “ayudar” a sus hijos, ofreciéndoles un lugar en la casa o el patio de los
padres. Pero en vez de que esto sea una ayuda para los hijos, es una maldición
que dañará tanto a los hijos como a los padres. Para que la relación del nuevo
matrimonio realmente pueda desarrollarse saludablemente, es imprescindible que el
nuevo matrimonio se desligue también físicamente de la casa de los padres.
Aunque en una choza y sin muebles, ¡pero solos! Si la Biblia lo ordena así, por
algo es, y más vale que le hagamos caso. Cristo también ha llamado a su iglesia
a que salga del mundo para unirse con él como su cuerpo. El término griego para
“iglesia” significa, precisamente, “los llamados afuera”.
“…cada
hombre debe amar a su esposa como se ama a sí mismo, y la esposa debe respetar
a su marido” (v. 33 – NTV). ¡Semejante tarea que el Señor nos ha encargado!
Pero él se ofrece también a ayudarnos en este cometido tan grande. Y si no has
dado todavía ese paso de cortar los lazos con este mundo y el pecado para
unirte a Cristo, Salvador y esposo de su novia, la iglesia, da ahora ese paso.
Este mundo no tiene nada que ofrecer que valga la pena retener o lamentar. Date
un empujón y pasa al reino de Cristo. Dile: “Señor Jesús, no quiero seguir
viviendo más según mi propio parecer. No quiero seguir más las reglas de juego
de este mundo. Quiero que tú tomes el control de mi vida. Límpiame y perdóname
por todos mis pecados. Hazme un hijo de Dios. Gracias por lo que has hecho por
mí. Pero también necesito de tu ayuda para vivir como tú esperas de mí dentro
de mi hogar. Sin ti no puedo lograrlo, pero deseo servir a mi familia de manera
correcta y honrarte a ti de esta manera. Consagro mi vida a tu servicio. Te amo
y te adoro. Amén.
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