lunes, 2 de diciembre de 2024

Guerra espiritual


            Recuerdo todavía cuando escuché por primera vez el término “guerra espiritual”. Sonaba un poco raro para mí, como alguna expresión de moda en ciertos círculos evangélicos, como algunas otras que habían aparecido, como “unción” en los años 90. Era como si a alguien se le hubiera revelado la fórmula secreta de llegar a ser un cristiano a la estatura de Cristo de la noche a la mañana. Otras expresiones más recientes son “profeta” o “apóstol”, etc. De todos modos, “guerra espiritual” era un término totalmente desconocido en el círculo en que yo me movía. Generalmente lo asociamos con un ministerio de liberación de posesiones demoníacas. Y es cierto, es parte de esto. Pero todos nosotros, desde que recibimos a Jesús en nuestras vidas, estamos inmersos en un conflicto entre el reino de Dios y el reino de las tinieblas. Las pruebas, las tentaciones, la lucha por la santidad, todo esto forma parte de esa guerra espiritual. Y necesitamos entender esa guerra para poder luchar de manera correcta.

            Pablo cierra su carta a los efesios con este tema único en sus cartas, pero tan importante para nosotros los hijos de Dios.

 

            F Ef 6.10-24

 

            Antes de siquiera entrar al tema, Pablo adelanta una advertencia fundamental para este tema: “…recuerden que su fortaleza debe venir del gran poder del Señor” (v. 10 – NBD); “busquen su fuerza en el Señor, en su poder irresistible” (DHH). Necesitamos saber que, al enfrentarnos con el mundo de las tinieblas, estamos en total y absoluta desventaja si queremos irnos en nuestras propias fuerzas. Antes que movamos un solo dedo siquiera, los poderes de las tinieblas ya nos han puesto fuera de combate. Por eso dijo Jesús: “…sin mí no pueden ustedes hacer nada” (Jn 15.5 – DHH), pero “con mi Dios puedo escalar cualquier muro” (Sal 18.29 – NTV). Así que, si en esta guerra espiritual queremos tener alguna esperanza de salir con vida, necesariamente tenemos que conectarnos a la fuente de verdadero poder y autoridad. A lo que nos enfrentamos no es juguete. Es algo bien serio, como veremos en un rato. Por eso es vital ponernos “toda la armadura de Dios para poder mantenerse firmes contra todas las estrategias del diablo” (v. 11 – NTV).

            Hemos estudiado aquí los martes un pasaje del libro de los Hechos en que unas personas querían imitar a Pablo y echar fuera demonios. Les ordenaron a estos espíritus: “¡En el nombre de Jesús, a quien Pablo predica, les ordeno que salgan” (Hch 19.13 – NVI)! Pero el demonio les dijo: “Yo conozco a Jesús y sé quién es Pablo, pero ¿quiénes son ustedes” (Hch 19.15 – PDT)? Ni una bomba atómica podría haber hecho un impacto tan fuerte como estas palabras. ¿Saben los demonios quién eres tú? ¿Quién es ese Cristo dentro de ti en cuya presencia vives?

            Este martes que pasó estudiamos aquí la parábola de las 10 vírgenes. 5 de ellas eran necias, dice la Biblia, porque tenían sus lámparas, pero no tenían aceite. Es decir, tenían la intensión de ser la luz del mundo, pero no tenían al Espíritu Santo dentro de sí quien es el único que puede hacer brillar esa luz. Sin su presencia, nuestra lámpara llega a ser un artefacto vacío, apagado, inútil. No podrás prevalecer ni un minuto en esta guerra espiritual sin la continua búsqueda de la llenura del Espíritu Santo. Y ser lleno del Espíritu Santo no significa sentir un poder sobrenatural descender como fuego sobre ti hasta llenarte hasta la última célula, sino es buscar su presencia, cultivar la comunión con el Padre y vivir en obediencia a su Palabra. Si haces esto, el mundo de las tinieblas tiembla porque ve llegar a alguien lleno de dinamita divina que causará estragos entre sus filas demoníacas.

            Después de haber dado esta advertencia de cubrirnos con la armadura del poder de Dios, Pablo pasa a explicar por qué es necesario hacerlo. Él lo explica, describiendo al enemigo: “…no luchamos contra enemigos de carne y hueso, sino contra gobernadores malignos y autoridades del mundo invisible, contra fuerzas poderosas de este mundo tenebroso y contra espíritus malignos de los lugares celestiales” (v. 12 – NTV). Yo encuentro en este versículo dos indicaciones muy importantes: la primera tiene que ver con lo peligroso del enemigo. Es un ejército demoníaco de tremendo poder. Pablo lo describe como gobernadores malignos, autoridades, fuerzas poderosas y espíritus malignos. Son todos términos que contienen una alta carga de poder, contra la que ningún ser humano puede prevalecer. Es un poder lejos por encima de las fuerzas de la persona más poderosa de este mundo, pero también un poder lejos por debajo del Rey de reyes y Señor de señores, nuestro Salvador Jesucristo. En la cruz él le dio la estocada mortal a Satanás, quien fue vencido y condenado por toda la eternidad. Pero todavía no ha llegado el tiempo de la ejecución de su condena, y él “anda al acecho como un león rugiente, buscando a quién devorar” (1 P 5.8 – NTV). Está lleno de furia contra Dios y contra todo lo que tiene que ver con Dios, y sabe que le queda poco tiempo. Por lo cual, él ataca con tanta ira a los hijos de Dios y a la iglesia de Dios. Y no hay que subestimar su poder. Pedro en este mismo versículo dice: “¡Estén alerta! Cuídense de su gran enemigo, el diablo…” (1 P 5.8 – NTV). Cuidarnos, sí, porque él es sumamente astuto y lleno de malicia, con el único objetivo de “robar, matar y destruir” (Jn 10.10 – DHH). Cuidarnos, sí, pero no tenerle miedo. Al tenerle miedo, él ya ganó porque nos desactivó. Más bien, debemos seguir la recomendación de Santiago: en primer lugar, “Sométanse … a Dios. [Luego, así sometido a Dios,] resistan al diablo, y éste huirá de ustedes” (Stg 4.7 – DHH). ¡Aleluya! ¡Gloria sea a nuestro Dios! Satanás tendrá que huir, pero lo hará solo si nosotros estamos sometidos a Dios, fortalecidos con su poder y revestidos de su armadura.

            La segunda indicación de este versículo 12 de Efesios 6 es que nuestro enemigo no es el prójimo. Pablo lo dice claramente: “…nuestra lucha no es contra seres humanos” (v. 12 – NBD). Así que, cada vez que hay un conflicto con alguna persona, el enemigo, el culpable y que debe ser atacado no es el cónyuge, no son los padres, no son los hijos, no es el jefe, no es el presidente. El enemigo que está detrás de todo conflicto es Satanás y sus secuaces, y ellos deben ser desenmascarados y resistidos en el nombre de Jesús. No causes más daño del que ya ocurrió, atacando al que no tiene la culpa. Sí, es cierto, muchas veces son nuestras debilidades que dañan terriblemente a los que más amamos, y necesitamos responsabilizarnos por los daños que hemos causado y pedir perdón. Pero también es cierto que Satanás se aprovecha de nuestras debilidades y nos usa como instrumentos de destrucción, especialmente cuando no tenemos el aceite del Espíritu Santo en nuestras vidas. Sométanse, pues, a Dios, “vístanse de toda la armadura de Dios para que puedan resistir en el día malo y así, al terminar la batalla, [estar] todavía en pie” (v. 13 – NBD).

            En los siguientes versículos, Pablo pasa a describir pieza por pieza esta armadura, valiéndose del ejemplo de la armadura del soldado romano. Claro, Pablo escribió la carta desde la prisión, por lo cual tenía suficientes soldados a su alrededor las 24 horas que le podían servir de modelo. En primer lugar, Pablo nos indica estar firmes, usando la verdad como cinturón. Los soldados usaron un ancho cinturón de cuero para protegerse. El cinturón también sirve para mantener todo el resto de la vestimenta o armadura en su lugar. Así se evita que esta se desacomoda, haciendo al soldado mucho más vulnerable. La vestimenta suelta también hubiera sido un tremendo obstáculo a la hora de entrar en combate o de movilizarse con rapidez y agilidad.

            Es fácil ver la asociación de este cinturón con el tema de la verdad. La verdad hace que todo en la vida permanezca en su sitio. Uno tiene una sola versión de los hechos, y no necesita recordar qué le dijo a fulano, qué al otro, etc. Cuando la mentira entra a nuestra vida, podemos ser acusados de cualquier cosa y no tener cómo defendernos o demostrar nuestra inocencia. Las mentiras tienen patas cortas y tarde o temprano nos harán caer.

            Algo muy parecido sucede también con la coraza de justicia. La coraza era una especie de chaleco de cuero o de metal que protegía el tronco del cuerpo. Evitaba que las flechas y lanzas disparadas por el enemigo no puedan alcanzar los órganos internos del cuerpo. Así nos debe proteger la rectitud. El que se envuelve en la justicia, es decir, en una vida justa, recta, que no tiene nada de qué ser acusado, anda libremente ante la gente, sin temer nada. Ninguna flecha del enemigo lo podrá tocar porque está totalmente blindado por la vida en rectitud. Acuérdense cómo era el caso de Daniel. Dice la Biblia que “los supervisores y gobernadores buscaron … un motivo para acusarlo de mala administración del reino, pero como Daniel era un hombre honrado, no le encontraron ninguna falta; por lo tanto no pudieron presentar ningún cargo contra él” (Dn 6.4 – DHH). Nadie te puede tocar si eres honrado y justo. Sí, en este mundo caído te pueden acusar falsamente, como también lo hicieron con Jesús mismo, provocando así una condena a muerte, pero no podrán prevalecer ante Dios con sus acusaciones. Jesús dijo: “Bienaventurados son cuando … digan toda clase de mal contra ustedes por mi causa, mintiendo” (Mt 5.11 – RVA2015). Pero si es verdad lo que dicen de ti, estás indefenso ante sus malas intenciones. No tienes autoridad moral alguna para llamarle la atención a tu prójimo. Si lo hicieres, en seguida te va a echar en cara: “Ah, ¿el burro hablando de orejas? ¿Qué vas a reclamarme? ¿Quieres que les cuente a los demás la macanada que hiciste la vez pasada?” Y con esto te han cerrado la boca por completo. Verdaderamente, la honradez y vida justa es una protección vital para nosotros.

            Luego, Pablo habla de “los pies calzados con la disposición de predicar el evangelio de la paz” (v. 15 – RVC). Un soldado tiene que estar preparado para desplazarse por cualquier tipo de terreno. Si no tiene un calzado apropiado, fácilmente podría lastimarse o torcerse el tobillo y quedar fuera de combate. El calzado del soldado romano estaba hecho de tal forma que proporcionaba seguridad al caminar.

            Por otro lado, tener el calzado puesto significaba estar listo al instante para ponerse en marcha. Si sonaba la señal de entrar en acción y alguien tuviera que ponerse todavía primero los zapatos, puede que se meta en serios problemas con sus superiores. Cuando Nehemías se dedicó a reconstruir la muralla de Jerusalén que los babilonios habían destruido al conquistar a Judá, se vio ante amenazas muy fuertes de parte de los enemigos que querían evitar que Jerusalén se levante nuevamente de las cenizas. Y Nehemías supo organizar a su gente de tal forma que estuvieran armados y protegidos, pero siguiendo con las labores de reconstrucción a pesar de todo. Y dice él: “…ninguno de nosotros … nos quitábamos la ropa para dormir. Y siempre teníamos las armas a la mano” (Neh 4.23 – NBV). Esto ilustra exactamente lo que Pablo dice aquí en el sentido espiritual. El enemigo nos amenaza y quiere evitar la extensión del reino de Dios en este mundo, pero debemos estar alerta, pero al mismo tiempo dispuestos a proclamar el Evangelio a como dé lugar. Que la lucha espiritual no nos detenga de proclamar el Evangelio, y que la proclamación del Evangelio no nos impida estar protegidos contra el enemigo. Por eso necesitamos estar rodeados de otros soldados de Cristo para cubrirnos mutuamente la espalda mientras avanzamos conjuntamente a empujar los límites del reino de Dios cada vez más allá.

            Y mientras vamos avanzando con el Evangelio, rompiendo las filas del ejército de demonios en el poder de Cristo, levantamos el escudo de la fe para bloquear toda flecha encendida que el diablo nos dispara. En esta guerra espiritual estamos expuestos a millones de flechas que nos pueden herir y ponernos fuera de combate. Están las flechas del desánimo, de los problemas en la familia, de la escasez financiera que nos quita el ánimo, de la enfermedad que nos sobreviene sin explicación, flechas de la injusticia que sufrimos, flechas del engaño y maltrato de las personas que considerábamos más cercanas a nosotros, las flechas de la pérdida repentina de empleo y una larga lista más que ustedes podrían nombrar según la experiencia propia de cada uno. Hay miles de razones por las que podríamos estar en el piso abatidos por los dardos del enemigo. Pero Pablo nos instruye a utilizar la fe como escudo para seguir avanzando a pesar de todo. ¿Por qué la imagen del escudo es usada como símbolo de la fe? Es que la fe no se concentra en las flechas, sino en el poder ilimitado y las promesas de Dios. Esta realidad sobrenatural no nos hace ciegos a las flechas incendiarias, pero sí les quita su aspecto atemorizante y nos blinda contra su poder destructor. Con la fe como escudo les decimos a las adversidades: “Con permiso. Aquí viene un hijo del Dios Altísimo, dispuesto y determinado de realizar la obra a la cual me ha llamado. No me detendré hasta que él me da la señal de haber cumplido mi misión.” Quizás no se puede medir nuestra fe, pero sí puedes tener un indicador muy poderoso en cuanto a la salud de tu fe. Fijate cómo reaccionas a las adversidades, y sabrás en qué estado está tu fe. Ahora, con fe no me estoy refiriendo a una autosugestión de creer lo que yo me imagino o lo que yo deseo. La fe se basa sobre la Palabra y el ser de Dios. Él da sustento a mi fe, no mi imaginación. Y con esa clase de fe podré avanzar en el camino que él me ha trazado.

            De esa manera, la Palabra de Dios no solamente es nuestro escudo protector, sino se convierte al mismo tiempo en la espada del Espíritu (v. 17). Es la única arma ofensiva que se menciona en este texto. La Palabra de Dios destroza todo poder que se opone a Dios. El ejemplo por excelencia de cómo usar la Palabra de Dios para vencer al enemigo es Jesús cuando fue tentado por Satanás: “Escrito está…” (Mt 4.4 – RVC). Y ante lo que está escrito en la Palabra de Dios, ni el poder de Satanás puede prevalecer.

            Ahora, hay una cosa. Esa espada no se activa sola. Por más que el poder no está en mi mano, sino en la espada, yo debo activar esa espada. Pero para eso es necesario saber usarla. Si a mí me dan una espada de esgrima deportiva y me lanzan al área de lucha, no llegaría a pisar esa área cuando ya habría sido derrotado. Eso es porque no sé usarla. Me temo que a muchos cristianos les pasaría igual en lo espiritual, porque no saben usar la Palabra de Dios porque no la conocen. No la leen, no la estudian, no la practican. ¿Y cómo van a poder prevalecer ante un enemigo infinitamente más poderoso y más astuto y que se sabe la Biblia de memoria, usándola en su contra de ellos? Hazte experto en manejar la Palabra de Dios en el poder y bajo la dirección del Espíritu Santo.

            Mientras que con la Palabra de Dios —la espada del Espíritu— vas anulando un enemigo tras otro, tu fe en esa misma Palabra de Dios te protege como un escudo contra las flechas del enemigo. Pero necesitas una protección adicional. Un inmenso porcentaje de estas flechas incendiarias del infierno están direccionadas hacia tu mente. Tu mente es el campo de batalla más sangriento que hay en el universo. Si Satanás logra herirte ahí, todo lo demás es pan comido para él. Las heridas causadas por las flechas del enemigo producen pensamientos de rencor, de venganza, de baja autoestima, de victimización, de violencia, de destrucción de relaciones y un sinfín de frutos podridos más. Y eso es una realidad incluso para los que tenemos el casco de la salvación. ¿Será que muchas veces tenemos ese casco también colgado del brazo como muchos motociclistas? Tenemos la salvación, pero no la utilizamos para proteger nuestros pensamientos. Saber quién eres en Cristo, saber que eres perdonado/a, concentrarte en las verdades de la Palabra de Dios, eso protegerá tu mente de los dardos del enemigo. Estamos hablando aquí de algo netamente espiritual. Otra cosa —aunque relacionada pero totalmente diferente— es lo que puede ocurrir en lo físico. Una cosa es la mente, otra cosa es el cerebro. A la mente se protege con la Palabra de Dios, con oración, con conversaciones positivas con otros hijos de Dios, etc. El cerebro puede necesitar, además de la oración y la Palabra de Dios, también de ciertos medicamentos que regulan nuevamente su composición química. No confundamos las dos cosas. La mente es espiritual y debe ser protegida espiritualmente, y el cerebro es físico y debe ser protegido físicamente.

            Llegado a este punto de la armadura espiritual, el modelo del soldado se queda corto. Hay un arma especialmente poderosa, pero que no tiene su par físico en la vestimenta del soldado. Y esa arma es la oración: “No dejen ustedes de orar: rueguen y pidan a Dios siempre, guiados por el Espíritu. Manténganse alerta, sin desanimarse, y oren por todo el pueblo santo” (v. 18 – DHH). La oración es algo que envuelve y potencia a toda la demás armadura. La conecta al suministro de energía divina para arrasar con todo el ejército de las tinieblas. Lo más poderoso y destructivo para las huestes de Satanás sucede cuando estás de rodillas. El mundo demoníaco tiembla de miedo cuando te ve de rodillas en tu cuarto de guerra. Y entre paréntesis: esa película, “Cuarto de guerra”, es una ilustración por excelencia de todo este pasaje que estamos considerando hoy. Si no la has visto aun, no demores en hacerlo. Y si la viste hace mucho tiempo, mírala de nuevo muy pronto.

            Cuando aquí dice que debemos estar alertas, se refiere a estar bien atentos espiritualmente a las amenazas y las trampas que nos puede tender el enemigo. Pero a veces, esa alerta incluso se vuelve física. Me llamó mucho la atención cómo cierta versión reproduce este versículo: “…todo esto háganlo orando y suplicando sin cesar bajo la guía del Espíritu; renuncien incluso al sueño, si es preciso, y oren con insistencia por todos los creyentes” (v. 18 – BLPH). ¿Cuándo has renunciado al sueño para orar con insistencia por algún hermano o hermana?

            El estar alerta ante los ataques del enemigo nos conecta otra vez a lo que dijimos al inicio de esta prédica: “Necesitamos entender esa guerra para poder luchar de manera correcta.” Necesitas estar alerta; necesitas estar sometido a Dios; necesitas estar conectado al poder irresistible de Dios; necesitas vestirte de toda la armadura de Dios para, al terminar la batalla, estar todavía en pie. ¿Qué medida necesitas tomar en tu vida para poder prevalecer ante los ataques del enemigo?

 



 

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