Estamos felices y agradecidos al
Señor por 6 personas que hoy se suman oficialmente a la membresía de la sede
Parque del Norte de la Iglesia Evangélica Bíblica del Paraguay. Y si hay otros
que desean dar este paso también, pueden hablar conmigo. Oportunamente podemos
iniciar otro grupo de estudio para preparar a más personas para esto. Pero hoy,
¿qué les podemos desear a estos nuevos miembros? ¿Qué bienvenida les podemos
dar? Quizás sería muy valioso indicarles que esto es solo el inicio; que deben —y
debemos— seguir creciendo en la fe. Pablo expresa en forma de oración sus
deseos para los efesios, y esta oración la quiero dedicar hoy a estos nuevos
hermanos. Quiero orar por ellos lo que Pablo ora por los efesios. Encontramos
su oración en su carta a los efesios, capítulo 3, del 14-21.
F Ef 3.14-21
Este párrafo es una oración a favor
de los creyentes de Éfeso y de todos nosotros. Esta oración tiene su origen en
el texto anterior en el que Pablo habla de ese plan maravilloso que Dios había
preparado “desde la eternidad” (v. 11
– NBD), ese misterio secreto que fue revelado a través de Jesús. Ahora todo el
que acepta a Cristo como su Señor y Salvador tiene acceso directo a la
presencia del Padre. Para que este acceso libre se dé a conocer, Dios
estableció a la iglesia como su instrumento por excelencia: “…por medio de la iglesia, todos los poderes
y autoridades en el cielo podrán conocer la sabiduría de Dios, que se muestra
en tan variadas formas” (v. 10 – DHH). La iglesia es la vidriera al mundo
físico y espiritual que muestra la grandeza, el amor y la sabiduría de Dios. La
gente nos observa más de lo que creemos y, quizás, más de lo que queremos. Pero
si verdaderamente somos sal y luz, es imposible que no nos vean. Esto es lo que
le motiva a Pablo ahora a interceder por los cristianos. Y me gustaría dirigir
este mensaje especialmente a los nuevos miembros de esta sede. Nosotros como
iglesia de Parque del Norte nos comprometemos con ustedes de interceder por
ustedes de la misma manera en que Pablo lo hizo por los cristianos a quienes
dirigía esta carta.
Y la primera cosa que Pablo pide a
favor de los cristianos de Éfeso —y lo que nosotros pedimos por ustedes,
estimados nuevos miembros— es que sean fortalecidos espiritualmente, según “su gloriosa riqueza” (v. 16 – DHH).
Sabemos que Dios tiene recursos ilimitados. Decimos que él es TODO-poderoso, es
decir, que tiene y es el poder absoluto; que tiene el conocimiento absoluto,
que está en todas partes al mismo tiempo, etc. Y Pablo pide que con esa fuente
inagotable de recursos él enderece y fortalezca la vida interior de los
creyentes. Sabemos en carne propia cuán fácil es tambalear emocional y
espiritualmente. Si no nos mantenemos todo el tiempo, de lunes a lunes, aferrados
al Señor, demasiado fácil es desviarse de la voluntad de Dios y seguir sus
propios caprichos. Y en esto no hay diferencia entre una persona que se
convirtió ayer y una que lleva ya 40 años en los caminos del Señor; entre un
recién bautizado y un pastor. Todos por igual necesitamos de la gracia de Dios
para mantenernos firmes en nuestro propósito de seguir al Señor. Nadie jamás
podrá decir: “A mí ya nada ni nadie me tumba más.” Si alguien lo dice, ya está
camino a tierra, cayéndose espiritualmente. O, dicho en las palabras de Pablo: “…el que cree estar firme, tenga cuidado de
no caer” (1 Co 10.12 – DHH). Y si quedan dudas acerca de qué quiso decir,
les repetiré este versículo en la Traducción de Lenguaje Actual que no tiene
pelos en la lengua para expresar el crudo significado de este versículo: “…que nadie se sienta seguro de que no va a
pecar, pues puede ser el primero en hacerlo” (TLA). Así que, bien hacemos
si intercedemos unos por otros, pidiendo fortaleza espiritual para nosotros
mismos y para nuestros hermanos de la iglesia.
Para que esta firmeza espiritual
pueda darse, es necesario “…que, por
medio de la fe, Cristo habite en sus corazones” (v. 17 – NBD). Y para que
él pueda habitar en nosotros, primero
le tenemos que haber invitado conscientemente a que entre a nuestras vidas. Él no entra en forma automática o en contra
de nuestra voluntad, sino solo a nuestra invitación. Jesús dijo: “Yo estoy a la puerta y llamo. Si oyes mi voz y abres la puerta, yo
entraré…” (Ap 3.20 – NTV). Esto es lo que estos nuevos miembros han hecho
en algún momento de su vida. Pero después de esto es necesario también que
Cristo viva en nosotros. Esto habla
de establecerse. No está de paso no más, sino se queda ya a vivir dentro de
nosotros. ¿Por qué entonces Pablo pide aquí que Cristo habite en nosotros?
¿Acaso no está adentro ya? Sí, si le hemos invitado a que entre, está ahí. Pero
su permanencia en nuestra vida tampoco esto es algo automático, sino algo que
hay que cultivar y cuidar. Es posible desplazar otra vez a Cristo de su trono
en nuestra alma. Si no cultivo la relación y comunicación con él, si no le hago
caso sino sigo mis propios deseos y opiniones, no me estoy sujetando a su
autoridad y voluntad. O sea, Cristo ya no está en el “corazón de mis
decisiones”. Él no ocupa el centro de mis pensamientos. Lo he desplazado a un
rincón. ¿Y será que un rincón en mi vida, solo como rueda de auxilio, es un
lugar de honor para el Rey del universo? Por eso es muy necesario pedir que él
habite continuamente en nuestros corazones y darle el lugar para que lo pueda
hacer. Es una decisión que debemos tomar conscientemente cada día de nuevo.
Además, esta firmeza espiritual se
da también cuando estemos firmemente cimentados y enraizados en el amor de
Dios. Me llama la atención aquí la doble imagen que emplea Pablo. Por un lado,
él habla de un cimiento firme. Sabemos que, para nosotros, el único cimiento
válido es Cristo: “Nadie puede poner otro
fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Co 3.11 – RV95).
Al igual que una casa, nuestra vida necesita de una base firme para no hundirse
en el caos.
Pero Pablo pide que nosotros podamos
desarrollar también raíces fuertes. Mientras que el cimiento nos protege de no
hundirnos, las raíces nos sostienen para no caernos. Un árbol grande no podría
sostenerse en un terreno pantanoso, por más fuertes raíces que tuviera. Por el
peso que tiene en un punto de apoyo relativamente pequeño, se hundiría. Pero
aun en terreno bien firme no podría sostenerse ante los vientos fuertes si no
tuviera raíces. Mientras que Cristo es el fundamento, el amor es lo que nutre y
da firmeza a nuestra vida. Si no experimentamos el amor de Dios, no podemos dar
amor a otros y no podemos permanecer firmes en la fe. “…ámense intensamente los unos a los otros, porque el amor cubre
infinidad de pecados” (1 P 4.8 – RVC). Pedro muestra aquí que el amor
mantiene una relación funcionando, aunque haya pecados y ofensas que la
afectan. Únicamente sumergidos en ese amor de Dios vamos a poder dimensionarlo
en toda su extensión. Como observadores externos que quizás ven a otros
disfrutar el amor de Dios no tendremos noción de lo que es realmente, de “cuán ancho y largo, alto y profundo es el
amor de Cristo” (v. 18 – NVI). Pero cuando me entrego a ese amor me daré
cuenta que es tan infinitamente grande que es capaz incluso de rodearme a mí
con toda mi montaña de pecado encima, sin todavía llegar a los límites de ese
amor. “…el amor de Cristo … sobrepasa
todo conocimiento” (v. 19 – RVA2015). No se lo puede explicar; solo se lo
puede experimentar. Si 1 de Pedro 4.8
dice que el amor cubre infinidad de pecados, 1 de Juan 4.8 dice que “Dios es
amor” (RV60). Si ese Dios que es amor en esencia vive en nosotros, él cubre
nuestros pecados, y nosotros podemos cubrir y perdonar los pecados de otros. Así
estaremos “llenos de toda la plenitud de
Dios” (v. 19 – RVA2015), “de todo lo
que Dios es” (PDT), y esto nos hará crecer firmes e inamovibles. Ese amor
de Dios en nosotros se convertirá en un poder insospechado “que puede hacer muchísimo más de lo que nosotros pedimos o pensamos”
(v. 20 – DHH). Van a suceder cosas en ti y alrededor de ti de las que admitirás
que no ha sido tu logro sino claramente el obrar de Dios. Para mí como pastor
es uno de las máximas satisfacciones ver el poder de Dios obrando milagros de
transformación en las vidas de las personas. Nadie sino él puede hacer esto. “¡Gloria a Dios en la iglesia y en Cristo
Jesús, por todos los siglos y para siempre! Amén” (v. 21 – DHH).
¿Cómo tú puedes ser lleno de ese
amor, de ese poder de Dios? Ya lo hemos mencionado: primeramente, necesitas
admitir que sin ese amor de Dios no
eres nada ni nadie; que estás desesperadamente necesitado/a de la presencia de
Dios en tu vida. Y debes invitarlo a que entre a tu vida, te limpie de tus
pecados y te ayude a vivir como él quiere.
En segundo lugar, debes permitir que
él “habite” en tu vida: viviendo una vida en santidad, alejada del pecado;
cultivando la comunión diaria con él; sirviéndole según tus posibilidades y
según los dones que él te ha dado; cultivando la comunión regular con otros
hijos de Dios.
Esta no es una fórmula mágica que
produzca automáticamente un resultado según te lo imaginas. Pero es una forma
en que diariamente te abres a su ser, permitiéndole hacer su obra de
transformación en ti y usándote según su plan y para su honra y gloria. Y
quizás no notarás nada sobrenatural que está sucediendo en ti o a través de ti,
porque mucho de lo que Dios está haciendo en nosotros y a través de nosotros no
lo vemos. De repente tiempo después recibimos algún testimonio de cómo Dios ha
tocado las vidas de otras personas a través de ti. Es algo que sucede en
silencio. La sal no es consciente de cómo afecta a la comida con la que está
mezclada, ni hace ningún esfuerzo por lograrlo. Simplemente está ahí, y sus
características se extienden a todo su entorno hasta llenar toda la olla en la
que se está cocinando el guiso. Ponte cada día a disposición del Señor para que
él haga su obra en ti y a través de ti. Y el resto, déjalo a cargo de él,
porque es según su plan y para la honra y gloria de él. Tu participación en
esto es rendirte incondicionalmente a él y ponerte a su disposición, día tras
día.
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