miércoles, 23 de octubre de 2024

Arraigados en amor

 


            Estamos felices y agradecidos al Señor por 6 personas que hoy se suman oficialmente a la membresía de la sede Parque del Norte de la Iglesia Evangélica Bíblica del Paraguay. Y si hay otros que desean dar este paso también, pueden hablar conmigo. Oportunamente podemos iniciar otro grupo de estudio para preparar a más personas para esto. Pero hoy, ¿qué les podemos desear a estos nuevos miembros? ¿Qué bienvenida les podemos dar? Quizás sería muy valioso indicarles que esto es solo el inicio; que deben —y debemos— seguir creciendo en la fe. Pablo expresa en forma de oración sus deseos para los efesios, y esta oración la quiero dedicar hoy a estos nuevos hermanos. Quiero orar por ellos lo que Pablo ora por los efesios. Encontramos su oración en su carta a los efesios, capítulo 3, del 14-21.

 

            F Ef 3.14-21

 

            Este párrafo es una oración a favor de los creyentes de Éfeso y de todos nosotros. Esta oración tiene su origen en el texto anterior en el que Pablo habla de ese plan maravilloso que Dios había preparado “desde la eternidad” (v. 11 – NBD), ese misterio secreto que fue revelado a través de Jesús. Ahora todo el que acepta a Cristo como su Señor y Salvador tiene acceso directo a la presencia del Padre. Para que este acceso libre se dé a conocer, Dios estableció a la iglesia como su instrumento por excelencia: “…por medio de la iglesia, todos los poderes y autoridades en el cielo podrán conocer la sabiduría de Dios, que se muestra en tan variadas formas” (v. 10 – DHH). La iglesia es la vidriera al mundo físico y espiritual que muestra la grandeza, el amor y la sabiduría de Dios. La gente nos observa más de lo que creemos y, quizás, más de lo que queremos. Pero si verdaderamente somos sal y luz, es imposible que no nos vean. Esto es lo que le motiva a Pablo ahora a interceder por los cristianos. Y me gustaría dirigir este mensaje especialmente a los nuevos miembros de esta sede. Nosotros como iglesia de Parque del Norte nos comprometemos con ustedes de interceder por ustedes de la misma manera en que Pablo lo hizo por los cristianos a quienes dirigía esta carta.

            Y la primera cosa que Pablo pide a favor de los cristianos de Éfeso —y lo que nosotros pedimos por ustedes, estimados nuevos miembros— es que sean fortalecidos espiritualmente, según “su gloriosa riqueza” (v. 16 – DHH). Sabemos que Dios tiene recursos ilimitados. Decimos que él es TODO-poderoso, es decir, que tiene y es el poder absoluto; que tiene el conocimiento absoluto, que está en todas partes al mismo tiempo, etc. Y Pablo pide que con esa fuente inagotable de recursos él enderece y fortalezca la vida interior de los creyentes. Sabemos en carne propia cuán fácil es tambalear emocional y espiritualmente. Si no nos mantenemos todo el tiempo, de lunes a lunes, aferrados al Señor, demasiado fácil es desviarse de la voluntad de Dios y seguir sus propios caprichos. Y en esto no hay diferencia entre una persona que se convirtió ayer y una que lleva ya 40 años en los caminos del Señor; entre un recién bautizado y un pastor. Todos por igual necesitamos de la gracia de Dios para mantenernos firmes en nuestro propósito de seguir al Señor. Nadie jamás podrá decir: “A mí ya nada ni nadie me tumba más.” Si alguien lo dice, ya está camino a tierra, cayéndose espiritualmente. O, dicho en las palabras de Pablo: “…el que cree estar firme, tenga cuidado de no caer” (1 Co 10.12 – DHH). Y si quedan dudas acerca de qué quiso decir, les repetiré este versículo en la Traducción de Lenguaje Actual que no tiene pelos en la lengua para expresar el crudo significado de este versículo: “…que nadie se sienta seguro de que no va a pecar, pues puede ser el primero en hacerlo” (TLA). Así que, bien hacemos si intercedemos unos por otros, pidiendo fortaleza espiritual para nosotros mismos y para nuestros hermanos de la iglesia.

            Para que esta firmeza espiritual pueda darse, es necesario “…que, por medio de la fe, Cristo habite en sus corazones” (v. 17 – NBD). Y para que él pueda habitar en nosotros, primero le tenemos que haber invitado conscientemente a que entre a nuestras vidas. Él no entra en forma automática o en contra de nuestra voluntad, sino solo a nuestra invitación. Jesús dijo: “Yo estoy a la puerta y llamo. Si oyes mi voz y abres la puerta, yo entraré…” (Ap 3.20 – NTV). Esto es lo que estos nuevos miembros han hecho en algún momento de su vida. Pero después de esto es necesario también que Cristo viva en nosotros. Esto habla de establecerse. No está de paso no más, sino se queda ya a vivir dentro de nosotros. ¿Por qué entonces Pablo pide aquí que Cristo habite en nosotros? ¿Acaso no está adentro ya? Sí, si le hemos invitado a que entre, está ahí. Pero su permanencia en nuestra vida tampoco esto es algo automático, sino algo que hay que cultivar y cuidar. Es posible desplazar otra vez a Cristo de su trono en nuestra alma. Si no cultivo la relación y comunicación con él, si no le hago caso sino sigo mis propios deseos y opiniones, no me estoy sujetando a su autoridad y voluntad. O sea, Cristo ya no está en el “corazón de mis decisiones”. Él no ocupa el centro de mis pensamientos. Lo he desplazado a un rincón. ¿Y será que un rincón en mi vida, solo como rueda de auxilio, es un lugar de honor para el Rey del universo? Por eso es muy necesario pedir que él habite continuamente en nuestros corazones y darle el lugar para que lo pueda hacer. Es una decisión que debemos tomar conscientemente cada día de nuevo.

            Además, esta firmeza espiritual se da también cuando estemos firmemente cimentados y enraizados en el amor de Dios. Me llama la atención aquí la doble imagen que emplea Pablo. Por un lado, él habla de un cimiento firme. Sabemos que, para nosotros, el único cimiento válido es Cristo: “Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Co 3.11 – RV95). Al igual que una casa, nuestra vida necesita de una base firme para no hundirse en el caos.

            Pero Pablo pide que nosotros podamos desarrollar también raíces fuertes. Mientras que el cimiento nos protege de no hundirnos, las raíces nos sostienen para no caernos. Un árbol grande no podría sostenerse en un terreno pantanoso, por más fuertes raíces que tuviera. Por el peso que tiene en un punto de apoyo relativamente pequeño, se hundiría. Pero aun en terreno bien firme no podría sostenerse ante los vientos fuertes si no tuviera raíces. Mientras que Cristo es el fundamento, el amor es lo que nutre y da firmeza a nuestra vida. Si no experimentamos el amor de Dios, no podemos dar amor a otros y no podemos permanecer firmes en la fe. “…ámense intensamente los unos a los otros, porque el amor cubre infinidad de pecados” (1 P 4.8 – RVC). Pedro muestra aquí que el amor mantiene una relación funcionando, aunque haya pecados y ofensas que la afectan. Únicamente sumergidos en ese amor de Dios vamos a poder dimensionarlo en toda su extensión. Como observadores externos que quizás ven a otros disfrutar el amor de Dios no tendremos noción de lo que es realmente, de “cuán ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo” (v. 18 – NVI). Pero cuando me entrego a ese amor me daré cuenta que es tan infinitamente grande que es capaz incluso de rodearme a mí con toda mi montaña de pecado encima, sin todavía llegar a los límites de ese amor. “…el amor de Cristo … sobrepasa todo conocimiento” (v. 19 – RVA2015). No se lo puede explicar; solo se lo puede experimentar. Si 1 de Pedro 4.8 dice que el amor cubre infinidad de pecados, 1 de Juan 4.8 dice que “Dios es amor” (RV60). Si ese Dios que es amor en esencia vive en nosotros, él cubre nuestros pecados, y nosotros podemos cubrir y perdonar los pecados de otros. Así estaremos “llenos de toda la plenitud de Dios” (v. 19 – RVA2015), “de todo lo que Dios es” (PDT), y esto nos hará crecer firmes e inamovibles. Ese amor de Dios en nosotros se convertirá en un poder insospechado “que puede hacer muchísimo más de lo que nosotros pedimos o pensamos” (v. 20 – DHH). Van a suceder cosas en ti y alrededor de ti de las que admitirás que no ha sido tu logro sino claramente el obrar de Dios. Para mí como pastor es uno de las máximas satisfacciones ver el poder de Dios obrando milagros de transformación en las vidas de las personas. Nadie sino él puede hacer esto. “¡Gloria a Dios en la iglesia y en Cristo Jesús, por todos los siglos y para siempre! Amén” (v. 21 – DHH).

            ¿Cómo tú puedes ser lleno de ese amor, de ese poder de Dios? Ya lo hemos mencionado: primeramente, necesitas admitir que sin ese amor de Dios no eres nada ni nadie; que estás desesperadamente necesitado/a de la presencia de Dios en tu vida. Y debes invitarlo a que entre a tu vida, te limpie de tus pecados y te ayude a vivir como él quiere.

            En segundo lugar, debes permitir que él “habite” en tu vida: viviendo una vida en santidad, alejada del pecado; cultivando la comunión diaria con él; sirviéndole según tus posibilidades y según los dones que él te ha dado; cultivando la comunión regular con otros hijos de Dios.

            Esta no es una fórmula mágica que produzca automáticamente un resultado según te lo imaginas. Pero es una forma en que diariamente te abres a su ser, permitiéndole hacer su obra de transformación en ti y usándote según su plan y para su honra y gloria. Y quizás no notarás nada sobrenatural que está sucediendo en ti o a través de ti, porque mucho de lo que Dios está haciendo en nosotros y a través de nosotros no lo vemos. De repente tiempo después recibimos algún testimonio de cómo Dios ha tocado las vidas de otras personas a través de ti. Es algo que sucede en silencio. La sal no es consciente de cómo afecta a la comida con la que está mezclada, ni hace ningún esfuerzo por lograrlo. Simplemente está ahí, y sus características se extienden a todo su entorno hasta llenar toda la olla en la que se está cocinando el guiso. Ponte cada día a disposición del Señor para que él haga su obra en ti y a través de ti. Y el resto, déjalo a cargo de él, porque es según su plan y para la honra y gloria de él. Tu participación en esto es rendirte incondicionalmente a él y ponerte a su disposición, día tras día.


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