Muchas veces me he preguntado cómo
se puede lograr la unidad de la iglesia. He tenido ciertas ideas vagas acerca
de esto, pero nunca fue algo contundente. Ahora por fin he descubierto el
secreto de cómo nosotros podemos producir la unidad de la iglesia. ¿Quieren
saber el secreto? Aquí está: ¡No se puede! Bueno, antes que me crucifiquen les
diré que el texto bíblico de hoy nos lo explica, y también nos muestra qué es
lo que sí podemos hacer. Pablo aborda este tema en su carta a los efesios,
capítulo 4.
FEf 4.1-6
En el capítulo anterior, Pablo había
explicado que “Dios llama a todas las
naciones a participar, en Cristo Jesús, de la misma herencia, del mismo cuerpo
y de la misma promesa que el pueblo de Israel” (Ef 3.6 – DHH). Esta verdad
es ahora la base para lo que explica en el pasaje que acabamos de leer. Ya que
hemos recibido este llamado, debemos vivir de acuerdo a él. Es decir, seguir el
llamado de Dios a incorporarnos a su familia no puede pasar por desapercibido
en nuestra vida, como si nada hubiera pasado. No es que antes pertenecía a tal
club y ahora a tal otro. La incorporación a la familia de Dios es un cambio de
muerte a vida; un cambio radical de nuestra esencia espiritual. “Las cosas viejas pasaron; se convirtieron
en algo nuevo” (2 Co 5.17 – DHH). También ya en el capítulo 2 de esta carta
a los efesios Pablo había explicado: “Estábamos
muertos espiritualmente a causa de nuestras ofensas contra Dios, pero él nos
dio vida al unirnos con Jesucristo” (Ef 2.5 – PDT). No nos dio no más una
capa nueva de pintura o un poco de maquillaje para que siguiéramos viviendo
como antes, solo un poco más chuchis. Nos convirtió en personas totalmente
nuevas. Y esto se debe poder notar en nosotros. Por eso el llamado de Pablo de vivir
ahora como personas nuevas. Juan el Bautista instó a los fariseos: “Demuestren con su forma de vivir que se han
arrepentido de sus pecados y han vuelto a Dios” (Mt 3.8 – PDT). Un
auténtico cristiano no puede seguir con un pie todavía en el mundo. El que
quiere estar bien con Cristo y también con el mundo no entendió todavía de qué
se trata la vida cristiana. Claro, estamos todavía aquí en el mundo, y toda
nuestra vida estaremos luchando contra la vieja naturaleza que no nos quiere
soltar tan fácilmente. Pero eso no puede ser una excusa para no luchar por la
santidad y un estilo de vida radical según los principios bíblicos. Pablo
estaba tan comprometido con esa vida en Cristo que estaba dispuesto a ser
encarcelado y sufrir todo tipo de pesares con tal de permanecer fiel a lo que
el Señor lo llamó. A esto es lo que él nos insta en este versículo, como
también lo había expresado en su carta a los corintios: “Sigan mi ejemplo, así como yo sigo el de Cristo” (1 Co 11.1 –
NBV).
En los siguientes versículos, Pablo
menciona varias características de esa nueva personalidad que se deben poder
ver en nosotros. Y empieza luego la lista con la más difícil: la humildad: “Sean totalmente humildes…” (v. 2 –
NBD). ¡Socorro! Si hay alguien aquí que se considera ejemplo de humildad, que
pase aquí al frente para que podamos sacarnos fotos con él/ella… Y, dicho sea
de paso: si te diste cuenta de tu humildad, ya la acabas de perder. Es muy
probable que hayamos muchos aquí que seamos orgullosos de nuestra humildad. Ser
humilde no tiene absolutamente nada que ver con nuestra billetera, sino con
nuestro carácter. Significa tener un punto de vista equilibrado de sí mismo y
de otros. No es pensar mal de sí mismo, sino pensar más en los otros que en sí
mismo. Creo que una frase de Pablo en su carta a los romanos define muy bien lo
que es ser humilde: “Ámense como hermanos
los unos a los otros, dándose preferencia y respetándose mutuamente” (Ro
12.10 – DHH). ¡Eso describe a una persona humilde: amor a los demás, respeto
mutuo y dando preferencia a los demás (pensar en los demás antes que en sí
mismo)! Pero el orgullo es tan sutil y omnipresente y sabe camuflarse tan bien
que uno no lo detecta fácilmente. Sabe disfrazarse de mil maneras diferentes, y
antes que nos demos cuenta ya nos agarró otra vez. No obstante, la instrucción
de la Biblia sigue siendo: “Sean
totalmente humildes…” (v. 2 – NBD).
La siguiente cualidad de carácter,
fruto de una transformación espiritual que hemos experimentado, es la
amabilidad. Me gustó la definición de “amable” que dio la vez pasada aquí la
oradora en el encuentro de damas. Dijo que el sufijo “-ble” significa “ser
fácil de…” o “ser digno de…”. Por ejemplo, “comible” significa que es fácil o
digno de comer. “Enseñable” es una persona que es fácil de enseñar. Así,
“amable” significa “fácil de amar”. ¿Eres tú una persona que sea fácil de amar?
¿Qué diría tu cónyuge? A veces nos es más fácil ser amable con gente de afuera,
pero dentro de la casa en el roce del día a día, puede tornarse a veces
complicado amar o ser amable. Si en la iglesia tenemos todos verdadera
humildad, no será tan difícil poder amarnos unos a otros. Lo mismo también
dentro del hogar. Las asperezas de carácter se irán limando poco a poco. Esto
será un testimonio poderoso de la transformación que Cristo sigue obrando en
nosotros. No somos, pues, un producto terminado. Nuestra transformación sigue
realizándose, y Dios se toma mucho tiempo para eso (y sí, lo duro que somos
para cambiar requiere de bastante esfuerzo y tiempo por parte de Dios…).
Y cuando alguna aspereza del prójimo
nos sigue raspando, Pablo nos pide ser pacientes. Nos gusta que los demás sean
pacientes con nosotros, ¿pero yo paciente con los demás? Creo que cuando se
repartió la paciencia yo justo estaba de viaje. Y ojo, si vas a pedirle al
Señor paciencia, preparate para una serie de situaciones que desafiarán tu poca
paciencia al máximo. Porque, lastimosamente, nuestro carácter se va formando en
la adversidad. Así que, si anhelas ser más paciente, Dios te va a mandar justo
lo contrario para que desarrolles esa paciencia en medio de la adversidad que
tienes que soportar.
Y cuando parece que tu pequeño
recipiente para la paciencia a pesar de todo se está vaciando, Pablo te pide soportar
a los demás por amor. ¡Peor todavía! Parece que Pablo ya está exagerando,
pidiendo algo que ya es totalmente imposible de cumplir – hasta que nos damos
cuenta de cuánto les cuesta a los demás soportarme a mí. Ahí puede que nos
calmamos otra vez y procuramos ser más tolerantes con los otros también.
Puede parecernos que Pablo no es muy
realista; que pide algo que es casi imposible lograr. Pero el siguiente
versículo nos muestra que él sabe muy bien cuánto cuesta desarrollar lo que él
nos está indicando: “Esfuércense…”
(v. 3 – NBD), “hagan todo lo posible para
mantener la unidad y la paz” (PDT). Mantener la paz no significa tocar al
hermano con guantes de seda para que no se ofenda. Sí, está bien tratarnos unos
a otros con suavidad, pero si hay un verdadero problema o un pecado de por
medio, debemos confrontarlo, tratando de extirparlo. El médico no le va a
hablar suavito a tu apéndice a punto de reventar. Va a agarrar el bisturí,
producir un tajo profundo y doloroso en tu cuerpo y ¡fuera apéndice!!! Algo así
ocurre a veces en las relaciones interpersonales cuando es necesario eliminar
algún problema. Pero aun esa confrontación debe ocurrir con amor. El objetivo
es sacar el apéndice inflamado de la vida del hermano y no hacer una
carnicería. Eso causaría más daño de lo que ayuda. Pero si no lo hacemos por
querer preservar la paz, ese problema será precisamente lo que causará más
tarde la pérdida de paz. Y con esto se perderá nuestra unidad como hermanos y
como iglesia.
Como dije al inicio, muchas veces me
he preguntado cómo se logra la unidad en la iglesia. Ahora les revelaré el
secreto, porque este texto lo contiene: ¡No se puede! Es decir, nosotros no podemos producir la unidad porque
es algo que le corresponde hacer al Espíritu Santo. Pablo habla aquí de la “unidad del Espíritu” (v. 3 – RVC); “la unidad que crea el Espíritu” (NBE); “que proviene del Espíritu Santo” (DHH);
“que es fruto del Espíritu” (BLPH). Al
entregar nuestra vida a Cristo, Dios nos reconcilió con él. Con esto se produjo
la paz en nuestro interior, y toda nuestra vida entró en una armonía y unidad.
Él ya produjo la unidad entre hijos de Dios. De eso no nos debemos preocupar.
No es asunto nuestro. Lo que debemos hacer con todo esfuerzo es mantener esa unidad. Y ahí está lo
difícil. Esa unidad se pierde cuando la armonía en nuestra vida se perturba;
cuando no vivimos según el llamamiento con que fuimos llamados; cuando
obstaculizamos el trabajo de Dios de transformar nuestras vidas y cuando no
permitimos que el Espíritu Santo produzca en nosotros las cualidades de
carácter mencionadas en este texto, llamados “fruto del Espíritu” en la carta a
los gálatas: “amor, alegría, paz,
paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio” (Gl
5.22-23 – DHH). Estamos en una lucha encarnizada en contra de los perturbadores
de nuestra paz y armonía interiores. A veces —¡a veces!— estos perturbadores son externos: el hermano de la
iglesia, el cónyuge, el vecino, el jefe, etc. En tales casos, la Biblia nos
dice: “Hasta donde dependa de ustedes,
hagan cuanto puedan por vivir en paz con todos” (Ro 12.18 – DHH). Pero
generalmente, estos perturbadores de la unidad y de la armonía están dentro de
nosotros, en nuestra carne, en nuestro ego. Solo que, para camuflarlo, proyectamos
la causa de la ruptura de la unidad hacia los demás. Todo el mundo es culpable,
menos yo. Y procuramos que brille sobre nuestra cabeza una aureola de santidad.
Pero el verdadero campo de batalla está en nuestro propio corazón. Si no
logramos la victoria ahí, difícilmente se restablecerá la unidad con el
prójimo. Por eso esta exhortación: “Sobre
todas las cosas cuida tu corazón, porque este determina el rumbo de tu vida”
(Pr 4.23 – NTV). Por eso Pablo dice que nos esforcemos por mantener la unidad. La
falta de unidad nunca es culpa de Dios, sino fruto de nuestro pecado.
Pablo nos muestra en los siguientes
versículos todo lo que Dios ha hecho para que podamos vivir en unidad. Es más:
es totalmente imposible estar divididos estando en Dios, porque “hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así
como Dios los ha llamado a una sola esperanza. Hay un solo Señor, una sola fe,
un solo bautismo; hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos,
actúa por medio de todos y está en todos” (vv. 4-6 – DHH). ¿Cómo podríamos
estar divididos si no hay dos? Todo hay uno solo. Un solo Dios, indivisible. Él
produce en nosotros la unidad al estar todos íntimamente conectados a él y
estando él en todos. El problema se produce cuando nosotros nos alejamos de él,
buscando otras alternativas a ese un solo Dios, y ahí sí podemos estar
divididos. Y una alternativa que siempre está lista para ofrecerse es nuestra
carne. Y ahí empieza la división, la pérdida de unidad. Con nuestro alejamiento
de Dios, automáticamente nos alejamos también del prójimo. Todo lo que somos y
hacemos tiene consecuencias siempre en dirección horizontal y vertical. No se
puede separar lo uno de lo otro. Si hay rencillas entre nosotros, nuestra
relación con el Señor se verá gravemente afectada. Y nuestro descuido de la
relación con el Señor tendrá irremediablemente consecuencias sobre nuestras
relaciones interpersonales. Martín Lutero dijo: “Si dejo de orar por un día,
Dios se dará cuenta. Si dejo de orar dos días, el diablo se dará cuenta, y si
dejo de orar tres días, todos se darán
cuenta.” Entonces, cuanto más cerca estamos del Señor, más cerca estaremos
de los otros hijos de él.
“…les
ruego que se porten como deben hacerlo los que han sido llamados por Dios”
(v. 1 – DHH). ¿Es esta frase una descripción de tu vida? Si sí, ¿qué puedes
hacer para crecer en tu relación con el Señor y tu unidad con los otros hijos
de él? Si no, ¿qué debes hacer para tener un testimonio firme de estar
comprometido/a con la causa de Cristo, cueste lo que cueste? ¿Puedes
identificar en tu vida una amenaza a la unidad de la iglesia? Quizás una
relación dañada, distanciada, con algún hermano/a. ¿Y estás esforzándote al
máximo para restaurar la armonía y unidad con el prójimo? Te insto a que hoy
mismo hables con esa persona y arregles esa diferencia. Hay un solo Dios. No
permitas en tu vida ninguna alternativa a él. No andes con tu lealtad dividida.
Búscalo sobre todas las cosas y déjalo seguir haciendo su obra de
transformación en ti.
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