miércoles, 23 de octubre de 2024

 







            Muchas veces me he preguntado cómo se puede lograr la unidad de la iglesia. He tenido ciertas ideas vagas acerca de esto, pero nunca fue algo contundente. Ahora por fin he descubierto el secreto de cómo nosotros podemos producir la unidad de la iglesia. ¿Quieren saber el secreto? Aquí está: ¡No se puede! Bueno, antes que me crucifiquen les diré que el texto bíblico de hoy nos lo explica, y también nos muestra qué es lo que sí podemos hacer. Pablo aborda este tema en su carta a los efesios, capítulo 4.

 

            FEf 4.1-6

 

            En el capítulo anterior, Pablo había explicado que “Dios llama a todas las naciones a participar, en Cristo Jesús, de la misma herencia, del mismo cuerpo y de la misma promesa que el pueblo de Israel” (Ef 3.6 – DHH). Esta verdad es ahora la base para lo que explica en el pasaje que acabamos de leer. Ya que hemos recibido este llamado, debemos vivir de acuerdo a él. Es decir, seguir el llamado de Dios a incorporarnos a su familia no puede pasar por desapercibido en nuestra vida, como si nada hubiera pasado. No es que antes pertenecía a tal club y ahora a tal otro. La incorporación a la familia de Dios es un cambio de muerte a vida; un cambio radical de nuestra esencia espiritual. “Las cosas viejas pasaron; se convirtieron en algo nuevo” (2 Co 5.17 – DHH). También ya en el capítulo 2 de esta carta a los efesios Pablo había explicado: “Estábamos muertos espiritualmente a causa de nuestras ofensas contra Dios, pero él nos dio vida al unirnos con Jesucristo” (Ef 2.5 – PDT). No nos dio no más una capa nueva de pintura o un poco de maquillaje para que siguiéramos viviendo como antes, solo un poco más chuchis. Nos convirtió en personas totalmente nuevas. Y esto se debe poder notar en nosotros. Por eso el llamado de Pablo de vivir ahora como personas nuevas. Juan el Bautista instó a los fariseos: “Demuestren con su forma de vivir que se han arrepentido de sus pecados y han vuelto a Dios” (Mt 3.8 – PDT). Un auténtico cristiano no puede seguir con un pie todavía en el mundo. El que quiere estar bien con Cristo y también con el mundo no entendió todavía de qué se trata la vida cristiana. Claro, estamos todavía aquí en el mundo, y toda nuestra vida estaremos luchando contra la vieja naturaleza que no nos quiere soltar tan fácilmente. Pero eso no puede ser una excusa para no luchar por la santidad y un estilo de vida radical según los principios bíblicos. Pablo estaba tan comprometido con esa vida en Cristo que estaba dispuesto a ser encarcelado y sufrir todo tipo de pesares con tal de permanecer fiel a lo que el Señor lo llamó. A esto es lo que él nos insta en este versículo, como también lo había expresado en su carta a los corintios: “Sigan mi ejemplo, así como yo sigo el de Cristo” (1 Co 11.1 – NBV).

            En los siguientes versículos, Pablo menciona varias características de esa nueva personalidad que se deben poder ver en nosotros. Y empieza luego la lista con la más difícil: la humildad: “Sean totalmente humildes…” (v. 2 – NBD). ¡Socorro! Si hay alguien aquí que se considera ejemplo de humildad, que pase aquí al frente para que podamos sacarnos fotos con él/ella… Y, dicho sea de paso: si te diste cuenta de tu humildad, ya la acabas de perder. Es muy probable que hayamos muchos aquí que seamos orgullosos de nuestra humildad. Ser humilde no tiene absolutamente nada que ver con nuestra billetera, sino con nuestro carácter. Significa tener un punto de vista equilibrado de sí mismo y de otros. No es pensar mal de sí mismo, sino pensar más en los otros que en sí mismo. Creo que una frase de Pablo en su carta a los romanos define muy bien lo que es ser humilde: “Ámense como hermanos los unos a los otros, dándose preferencia y respetándose mutuamente” (Ro 12.10 – DHH). ¡Eso describe a una persona humilde: amor a los demás, respeto mutuo y dando preferencia a los demás (pensar en los demás antes que en sí mismo)! Pero el orgullo es tan sutil y omnipresente y sabe camuflarse tan bien que uno no lo detecta fácilmente. Sabe disfrazarse de mil maneras diferentes, y antes que nos demos cuenta ya nos agarró otra vez. No obstante, la instrucción de la Biblia sigue siendo: “Sean totalmente humildes…” (v. 2 – NBD).

            La siguiente cualidad de carácter, fruto de una transformación espiritual que hemos experimentado, es la amabilidad. Me gustó la definición de “amable” que dio la vez pasada aquí la oradora en el encuentro de damas. Dijo que el sufijo “-ble” significa “ser fácil de…” o “ser digno de…”. Por ejemplo, “comible” significa que es fácil o digno de comer. “Enseñable” es una persona que es fácil de enseñar. Así, “amable” significa “fácil de amar”. ¿Eres tú una persona que sea fácil de amar? ¿Qué diría tu cónyuge? A veces nos es más fácil ser amable con gente de afuera, pero dentro de la casa en el roce del día a día, puede tornarse a veces complicado amar o ser amable. Si en la iglesia tenemos todos verdadera humildad, no será tan difícil poder amarnos unos a otros. Lo mismo también dentro del hogar. Las asperezas de carácter se irán limando poco a poco. Esto será un testimonio poderoso de la transformación que Cristo sigue obrando en nosotros. No somos, pues, un producto terminado. Nuestra transformación sigue realizándose, y Dios se toma mucho tiempo para eso (y sí, lo duro que somos para cambiar requiere de bastante esfuerzo y tiempo por parte de Dios…).

            Y cuando alguna aspereza del prójimo nos sigue raspando, Pablo nos pide ser pacientes. Nos gusta que los demás sean pacientes con nosotros, ¿pero yo paciente con los demás? Creo que cuando se repartió la paciencia yo justo estaba de viaje. Y ojo, si vas a pedirle al Señor paciencia, preparate para una serie de situaciones que desafiarán tu poca paciencia al máximo. Porque, lastimosamente, nuestro carácter se va formando en la adversidad. Así que, si anhelas ser más paciente, Dios te va a mandar justo lo contrario para que desarrolles esa paciencia en medio de la adversidad que tienes que soportar.

            Y cuando parece que tu pequeño recipiente para la paciencia a pesar de todo se está vaciando, Pablo te pide soportar a los demás por amor. ¡Peor todavía! Parece que Pablo ya está exagerando, pidiendo algo que ya es totalmente imposible de cumplir – hasta que nos damos cuenta de cuánto les cuesta a los demás soportarme a mí. Ahí puede que nos calmamos otra vez y procuramos ser más tolerantes con los otros también.

            Puede parecernos que Pablo no es muy realista; que pide algo que es casi imposible lograr. Pero el siguiente versículo nos muestra que él sabe muy bien cuánto cuesta desarrollar lo que él nos está indicando: “Esfuércense…” (v. 3 – NBD), “hagan todo lo posible para mantener la unidad y la paz” (PDT). Mantener la paz no significa tocar al hermano con guantes de seda para que no se ofenda. Sí, está bien tratarnos unos a otros con suavidad, pero si hay un verdadero problema o un pecado de por medio, debemos confrontarlo, tratando de extirparlo. El médico no le va a hablar suavito a tu apéndice a punto de reventar. Va a agarrar el bisturí, producir un tajo profundo y doloroso en tu cuerpo y ¡fuera apéndice!!! Algo así ocurre a veces en las relaciones interpersonales cuando es necesario eliminar algún problema. Pero aun esa confrontación debe ocurrir con amor. El objetivo es sacar el apéndice inflamado de la vida del hermano y no hacer una carnicería. Eso causaría más daño de lo que ayuda. Pero si no lo hacemos por querer preservar la paz, ese problema será precisamente lo que causará más tarde la pérdida de paz. Y con esto se perderá nuestra unidad como hermanos y como iglesia.

            Como dije al inicio, muchas veces me he preguntado cómo se logra la unidad en la iglesia. Ahora les revelaré el secreto, porque este texto lo contiene: ¡No se puede! Es decir, nosotros no podemos producir la unidad porque es algo que le corresponde hacer al Espíritu Santo. Pablo habla aquí de la “unidad del Espíritu” (v. 3 – RVC); “la unidad que crea el Espíritu” (NBE); “que proviene del Espíritu Santo” (DHH); “que es fruto del Espíritu” (BLPH). Al entregar nuestra vida a Cristo, Dios nos reconcilió con él. Con esto se produjo la paz en nuestro interior, y toda nuestra vida entró en una armonía y unidad. Él ya produjo la unidad entre hijos de Dios. De eso no nos debemos preocupar. No es asunto nuestro. Lo que debemos hacer con todo esfuerzo es mantener esa unidad. Y ahí está lo difícil. Esa unidad se pierde cuando la armonía en nuestra vida se perturba; cuando no vivimos según el llamamiento con que fuimos llamados; cuando obstaculizamos el trabajo de Dios de transformar nuestras vidas y cuando no permitimos que el Espíritu Santo produzca en nosotros las cualidades de carácter mencionadas en este texto, llamados “fruto del Espíritu” en la carta a los gálatas: “amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio” (Gl 5.22-23 – DHH). Estamos en una lucha encarnizada en contra de los perturbadores de nuestra paz y armonía interiores. A veces —¡a veces!— estos perturbadores son externos: el hermano de la iglesia, el cónyuge, el vecino, el jefe, etc. En tales casos, la Biblia nos dice: “Hasta donde dependa de ustedes, hagan cuanto puedan por vivir en paz con todos” (Ro 12.18 – DHH). Pero generalmente, estos perturbadores de la unidad y de la armonía están dentro de nosotros, en nuestra carne, en nuestro ego. Solo que, para camuflarlo, proyectamos la causa de la ruptura de la unidad hacia los demás. Todo el mundo es culpable, menos yo. Y procuramos que brille sobre nuestra cabeza una aureola de santidad. Pero el verdadero campo de batalla está en nuestro propio corazón. Si no logramos la victoria ahí, difícilmente se restablecerá la unidad con el prójimo. Por eso esta exhortación: “Sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque este determina el rumbo de tu vida” (Pr 4.23 – NTV). Por eso Pablo dice que nos esforcemos por mantener la unidad. La falta de unidad nunca es culpa de Dios, sino fruto de nuestro pecado.

            Pablo nos muestra en los siguientes versículos todo lo que Dios ha hecho para que podamos vivir en unidad. Es más: es totalmente imposible estar divididos estando en Dios, porque “hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como Dios los ha llamado a una sola esperanza. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos” (vv. 4-6 – DHH). ¿Cómo podríamos estar divididos si no hay dos? Todo hay uno solo. Un solo Dios, indivisible. Él produce en nosotros la unidad al estar todos íntimamente conectados a él y estando él en todos. El problema se produce cuando nosotros nos alejamos de él, buscando otras alternativas a ese un solo Dios, y ahí sí podemos estar divididos. Y una alternativa que siempre está lista para ofrecerse es nuestra carne. Y ahí empieza la división, la pérdida de unidad. Con nuestro alejamiento de Dios, automáticamente nos alejamos también del prójimo. Todo lo que somos y hacemos tiene consecuencias siempre en dirección horizontal y vertical. No se puede separar lo uno de lo otro. Si hay rencillas entre nosotros, nuestra relación con el Señor se verá gravemente afectada. Y nuestro descuido de la relación con el Señor tendrá irremediablemente consecuencias sobre nuestras relaciones interpersonales. Martín Lutero dijo: “Si dejo de orar por un día, Dios se dará cuenta. Si dejo de orar dos días, el diablo se dará cuenta, y si dejo de orar tres días, todos se darán cuenta.” Entonces, cuanto más cerca estamos del Señor, más cerca estaremos de los otros hijos de él.

            “…les ruego que se porten como deben hacerlo los que han sido llamados por Dios” (v. 1 – DHH). ¿Es esta frase una descripción de tu vida? Si sí, ¿qué puedes hacer para crecer en tu relación con el Señor y tu unidad con los otros hijos de él? Si no, ¿qué debes hacer para tener un testimonio firme de estar comprometido/a con la causa de Cristo, cueste lo que cueste? ¿Puedes identificar en tu vida una amenaza a la unidad de la iglesia? Quizás una relación dañada, distanciada, con algún hermano/a. ¿Y estás esforzándote al máximo para restaurar la armonía y unidad con el prójimo? Te insto a que hoy mismo hables con esa persona y arregles esa diferencia. Hay un solo Dios. No permitas en tu vida ninguna alternativa a él. No andes con tu lealtad dividida. Búscalo sobre todas las cosas y déjalo seguir haciendo su obra de transformación en ti.

 


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