Cuenta la historia que un señor fue
manejando su auto por la calle. Al acercarse a un semáforo, éste cambió a
amarillo. Muy correctamente, este hombre fue frenando para detenerse justo
antes de la franja peatonal. Detrás de él vino una mujer que, cuando vio que el
semáforo se puso en amarillo, quiso acelerar para cruzar todavía el semáforo,
aunque sea ya en rojo. Pero cuando de golpe vio que el señor delante de ella se
estaba deteniendo, tuvo que frenar bruscamente para no chocarlo. La mujer
estaba fuera de sí de ira. Hizo sonar su bocina sin parar por largo rato, sacó
la cabeza por la ventanilla y le lanzó una avalancha de gritos irreproducibles
y hasta se bajó del auto para ir y patear el del señor. En eso aparecieron dos
policías que agarraron a la mujer, la esposaron y la llevaron a la comisaría
donde la metieron en una celda. Después de varias horas la sacaron otra vez y
le dijeron: “Mire, señora, hemos revisado los documentos y nos hemos dado
cuenta que cometimos un grave error, por lo cual ofrecemos nuestras sinceras
disculpas. Es que nos alertó el comportamiento que usted manifestó allá en el
semáforo. Pero mucho más nos alarmamos cuando observamos su auto. Por el espejo
retrovisor vimos colgar un pendiente en forma de pez, símbolo del cristianismo.
Por el parabrisas vimos una pegatina o calcomanía que decía: ‘Yo amo a Jesús.’
Igual atrás había varias otras pegatinas más que decían: ‘Sigue a Jesús como me
sigue a mí.’, ‘Dios te ama y yo también.’, y otros más. Ahí procedimos
inmediatamente a arrestarla porque estábamos convencidos de que usted estaba
manejando un auto robado.
El domingo pasado el hermano Alberto
nos explicó sobre la base de un pasaje de Efesios que Dios ha dado diferentes
dones a cada hijo suyo con el fin de que por medio de ellos nos edifiquemos
mutuamente para así crecer como cristianos. Necesitamos parecernos cada día más
a Cristo y menos a un niño. Necesitamos hacer coincidir nuestro actuar con lo que
dicen nuestras pegatinas. Progresivamente necesitamos dejar atrás un
comportamiento infantil para adoptar un comportamiento maduro. ¿Y qué es un
comportamiento maduro? Si nuestras calcomanías, nuestras palabras, nuestras
publicaciones en las redes nos identifican como cristianos, ¿cómo debe ser
entonces nuestra conducta para que refleje lo que proclaman los stickers
imaginarios que exhibimos en la vida? En el siguiente pasaje Pablo enumera una
larga lista de cosas que más y más debe caracterizar nuestra vida como
cristianos. Creo que llegamos hoy a uno de los pasajes más prácticos del Nuevo
Testamento.
F Ef 4.17-32
En la vida me he encontrado con
mucha gente que tiene la boca llena de Dios y el comportamiento vacío de los
principios de Dios. Y todos nosotros podríamos dar ejemplo sobre ejemplo de lo
vacía que está la mente de la gente. Basta con prender la tele por 10 minutos
para darnos cuenta de eso. Por eso, cada vez que veo en algún lado lo que pasa
por la televisión estoy más agradecido por no tener tele, por mi salud mental.
¿Pero qué de nosotros los que nos llamamos “hijos de Dios”? ¿Nos diferenciamos
de ellos? ¿Damos ejemplo de una mente diferente? Pablo insta a los efesios con
mucha fuerza: “Esto digo e insisto en el
Señor…” (v. 17 – RVA2015), “lo que
les voy a decir es una advertencia del Señor: dejen ya de vivir como los que no
son creyentes, porque ellos se guían por pensamientos inútiles” (PDT). Es
que no puede ser que la presencia de Cristo en nosotros no deje sus rastros en
nuestro comportamiento y nuestro modo de pensar, de hablar, de actuar. Pablo
escribe a los corintios: “…nosotros
tenemos la mente de Cristo” (1 Co 2-16 – RVC). ¿Puedes afirmar esto? ¿Se
nota esto en ti? Si podemos conocer a la gente por los frutos que deja su vida,
como lo dijo Jesús (Mt 7.16, 20), ¿de qué manera ellos nos podrán conocer a
nosotros? ¿Qué frutos mostramos en nuestra vida por medio de nuestro
comportamiento y nuestras palabras?
El fruto que deja una mentalidad
como la que denuncia Pablo aquí es poco atractivo. En los versículos 18 y 19 él
describe las características de estas personas. En varias de sus demás cartas
él menciona algo parecido. Pero luego, en el versículo 20, viene el gran
quiebre al hablar de los receptores de su carta a los efesio: “¡...esto no es lo que ustedes aprendieron
acerca de Cristo” (TLA)! Debe haber un contraste marcado entre el fruto que
deja una mente perversa, llena de porquería, y una mente llena de la presencia
de Dios y de su Palabra. La enseñanza de la Palabra de Dios consistió,
precisamente, en la necesidad de despojarnos de esta vieja naturaleza
pecaminosa como si se tratara de una ropa totalmente embarrada, para luego
“vestir” la nueva naturaleza de Cristo. Esto suena fácil e instantáneo, y
espiritualmente es así. Pero en la práctica es un proceso de toda la vida. El
viejo hombre no muere tan fácilmente, sino día a día tiene que ser sujetado a
la autoridad de Cristo. Pero, a pesar de esto, nuestra actitud hacia el pecado
ha cambiado. Antes nosotros también éramos como los que Pablo describió en los
versículos anteriores: dominados por una mente llena de podredumbre. Pero
ahora, aborrecemos todo lo que produjo nuestra mente antes. Nos da asco. Pablo
escribe a los filipenses: “…todo esto,
que antes valía mucho para mí, ahora, a causa de Cristo, lo tengo por algo sin
valor. … Por causa de Cristo lo he perdido todo, y todo lo considero basura a
cambio de ganarlo a él” (Flp 3.7-8 – DHH). Esto es señal de una mentalidad
transformada. Lo que antes nos parecía tan apetecible, ahora nos avergüenza.
Esa transformación de nuestra mente tiene un momento puntual, un inicio
marcado. Esto fue cuando abrimos nuestra vida a que Cristo entre a hacerse
cargo de ella. Pero desde este momento hasta el fin de nuestros días, la
transformación mental es un proceso que será acabado en el momento en que nos
despertemos en la eternidad. Mientras estemos a este lado de la muerte, la mente necesita continuamente ser
transformada (v. 23). Al comparar este versículo en las diferentes versiones
llama la atención que algunas lo entienden como algo pasivo (algo que otro ser
realiza en mí, y yo soy meramente el receptor de su acción), y otras lo ven
como algo activo (lo que yo hago). Creo que una manera de combinar ambas
opciones es la que dice: “…dejen que el
Espíritu les renueve los pensamientos y las actitudes” (v. 23 – NTV). Es
decir, el agente que realiza esta transformación es el Espíritu Santo, pero yo le
debo dejar hacerlo; se lo debo permitir; debo colaborar con él en esta
transformación. El Espíritu Santo no va a hacer nada “por arte de magia”,
automáticamente, menos todavía en contra de mi voluntad. Yo necesito firmar la autorización
para que él pueda empezar su obra en mí. Y luego debo colaborar con él, dándole
materia prima cuidadosamente seleccionada. ¿A qué me refiero? Aquello con lo
que alimento mi mente es lo que va a acelerar o frenar esta obra de
transformación, según sea la calidad de ese alimento. Dime de qué llenas tu
mente, y te diré quién eres. Si lo lleno de pensamientos positivos, de la
Palabra de Dios, de canciones de alabanza, de conversaciones con otros hijos de
Dios, de buenos libros cristianos, etc., esa transformación se acelerará al por
mayor. Pablo insiste a los filipenses: “…piensen
en todo lo que es verdadero, noble, correcto, puro, hermoso y admirable.
También piensen en lo que tiene alguna virtud, en lo que es digno de
reconocimiento. Mantengan su mente ocupada en eso” Fil 4.8 – PDT). Te
pregunto: ¿describe esta lista de palabras tu manera de pensar cuando estás muy
enojado/a con alguien? Por ejemplo, cuando tu marido una vez más se comportó de
manera tan imposible (“¡Cómo puede no más ser así!”). ¿Piensas entonces cosas
nobles, puros, hermosos y admirables de él (o de quien se trate)? Sospecho que
no. ¿Y cómo te hace sentir ese modo de pensar? ¿Qué beneficios obtienes de ese
modo de pensar? ¿Qué tal si llevas “cautivo
todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Co 10.5 – RVC), no
permitiéndole a este tipo de pensamientos anidarse en tu mente? ¿Qué tal si, en
lugar de tus pensamientos habituales en momentos de enojo, empiezas a pensar en
todo lo bueno, lo puro y admirable de esa persona? ¿No crees que tu día —¡y tu
relación con esta persona!— serían muy diferentes así? Soy muy consciente que
te estoy pidiendo algo sobrenatural, porque no soy en absoluto un ejemplo
andante de esto. Pero sé también que Dios “no
nos ha dado … un espíritu de cobardía sino de poder, de amor y de dominio
propio” (2 Ti 1.7 – RVA2015). Efectivamente es un modo sobrenatural de
pensar, pero el Dios sobrenatural en nosotros quiere producir este fruto en
nuestro interior.
Ese cambio de mentalidad cambiará
todo el resto de nuestra conducta. “…cambien
su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir” (Ro 12.2 –
DHH). Por ejemplo, cambiará la manera de hablar. Si antes la línea entre verdad
y mentira no era tan notoria, ahora debemos ser radicales en cuanto a decir la
verdad (v. 25). Si antes eras una persona iracunda, ahora debes cuidar de que tus
emociones fuertes no te lleven a cometer pecado (v. 26). Pablo no prohíbe el
enojo, porque es parte de la gama emocional con la que fuimos creados. Siempre
habrá momentos en que nos enojaremos, pero este enojo no nos debe dominar y
llevarnos a cometer cosas de las que después nos arrepentiremos. Y si no
pudimos controlarnos y en el enojo llegamos a ofender a alguien, debemos buscar
la reconciliación lo antes posible, mejor todavía si es ese mismo día. El enojo
no tratado daña terriblemente las relaciones interpersonales y es una puerta
abierta para que el diablo pueda sembrar todo tipo de otras semillas
destructivas en nosotros (v. 27), y el problema inicial, quizás relativamente fácil
de solucionar, se convierte en un problemón cada vez más complicado y difícil
de desenredar.
Si antes eras amante de lo ajeno y
robabas cuando tenías la oportunidad, ahora debes trabajar honradamente. Y si
temes no poder sostener a una familia con un trabajo honrado, el enfoque de
Pablo va aquí mucho más allá que solo el sostén de la familia. Mucho más allá
de proveer para la familia, su meta es que puedas “tener qué compartir con el que tenga necesidad” (v. 28 – RVA2015).
Dios no es deudor de nadie. El que quiere hacer las cosas correctamente,
recibirá abundante bendición de Dios.
Si antes eras boca sucia, ahora usa “un lenguaje útil, constructivo y oportuno,
capaz de hacer el bien a los que los escuchan” (v. 29 – BLPH).
Si antes nos caracterizamos por amargura,
enojo, insultos, gritos y toda clase de maldad (v. 31), ahora debemos ser amables
unos con otros, de buen corazón, perdonarnos unos a otros, tal como Dios nos ha
perdonado (v. 32).
¿Necesitan de más ejemplos para ilustrar
lo que significa una mentalidad cambiada? ¿Lo que significa emitir señales
claras, fácilmente identificables por parte de la gente a nuestro alrededor, de
que Cristo nos ha redimido y nos controla? Entonces pongan sus propios
ejemplos. Lo que antes era tu pecado más sobresaliente, ¿ha sido cambiado por
la presencia de Cristo en ti? Ese es el desafío. Cristo en mí no puede pasar
por desapercibido. Tienen que producirse cambios contundentes que dan
testimonio de eso. Así el Espíritu Santo no será entristecido (v. 30), sino
seguirá produciendo cambios en nosotros, para honra y gloria de Dios.
¿Cuáles son las calcomanías sobre tu
vida? Es decir, ¿cuál es la imagen que quisieras proyectar hacia fuera? ¿Cómo
quisieras que los demás te vean? ¿Qué te gustaría que los demás vean en ti? ¿Y
lo ven eso en ti? ¿Coincide tu comportamiento con tus calcomanías? Tú no puedes
cambiar nada en ti, sino que Cristo lo quiere hacer. Lo que tú puedes y
necesitas hacer es cederle todo el derecho sobre tu vida para que él tenga
acceso a cada rincón de tu alma y produzca ese cambio. Y debes colaborar
activamente con él en lo que él te indique. Así nadie te meterá en una celda
por considerar que andas en cuerpo robado.
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