miércoles, 11 de septiembre de 2024

Haz obra de evangelista




            “Haz obra de evangelista” es una de las exhortaciones de Pablo a su discípulo Timoteo (2 Ti 4.5). ¿Te gustaría ser evangelista o misionero? Bueno, te digo que ya lo eres. El hecho de que estés hoy aquí es señal de que sientes que tu lugar está aquí hoy en esta fiesta misionera. Con esto, de alguna manera estás apoyando la obra misionera y participando de la misma.

            Otros participan generando ingresos para el sostenimiento económico de los proyectos. También, todas las veces que te encuentras con alguien que está sirviendo en nombre de Dios y de la iglesia y le das un apretón de mano y una palabra de bendición, fortaleces enormemente el ánimo de esa persona y participas de su ministerio. Y si vas a Asunción y alrededores e incluyes en tu agenda un tiempito para saludar a algunos de los pastores que están por allá o mandas algún mensaje de ánimo por WhatsApp, no te imaginas lo bien que esto hace. Esto es hacer entre todos la obra que Dios nos ha encomendado.

            Pero como la obra misionera es primordialmente un trabajo espiritual, el apoyo y la participación más directa, activa y poderosa es la intercesión. No sé dónde estarían hoy las iglesias en el contorno asunceno y las diferentes obras aquí en el Chaco como también en el exterior si no hubiera un ejército de intercesores, cargando sobre sus hombros este trabajo y depositándolo una y otra vez ante el Señor en intercesión. Sentimos tan claramente este respaldo espiritual. Es por esto, que hoy y mañana queremos dejarnos inspirar por una oración que Jesús mismo hizo a favor de la obra misionera. La encontramos en el capítulo 17 del Evangelio de Juan. Si miramos los versículos anteriores a este capítulo vemos que esta oración se da en un momento en que Jesús sabe que está cerca su regreso al Padre y abre su corazón a los discípulos. Les dice que ellos se quedarán en este mundo de dolor y de aflicciones; que sufrirán, pero que él ha vencido el poder destructor de este mundo de pecado. Esto lo lleva a elevar la oración que encontramos en el capítulo 17 de Juan.

            En primer lugar, al empezar a orar, Jesús mismo se presenta ante su Padre.

 

            FJn 17.1-8

 

            Esta oración es una especie de informe final al empleador después de haber concluido determinado proyecto. Jesús se presenta ante el Padre y le dice: “¡Misión cumplida!” Pocas horas más tarde, él va a exclamar en la cruz: “¡Consumado es” (Jn 19.30 – RVA2015)! Toda la misión encargada ha sido completada en un 100%. Ahora el Hijo puede ser glorificado para que él, a su vez, glorifique al Padre. Vemos aquí una total sumisión del Hijo al Padre. Como Hijo de Dios, él podría manifestar su propia gloria. Pero no lo hace sino le pide al Padre que él lo glorifique para así poder reflejar esa gloria otra vez de vuelta al Padre. Todo lo somete al Padre y direcciona hacia él. Ya durante su ministerio Jesús había dicho: “Les aseguro que el Hijo de Dios no puede hacer nada por su propia cuenta; solamente hace lo que ve hacer al Padre. Todo lo que hace el Padre, también lo hace el Hijo” (Jn 5.19 – DHH). Jesús cumplió al pie de la letra el plan de rescate de Dios. Esta obediencia incondicional honró al Padre y lo glorificó (v. 4).

            Esta obra consistió en abrir la puerta a la salvación eterna para todos los que la aceptan. Su muerte en la cruz en lugar del pecador revelaría a Jesús ante todo el mundo como el Salvador de la humanidad. Y esto estaba a punto de suceder. Por eso, él había dicho al Padre: “Llegó la hora. ¡Hagámoslo!” Por su muerte y resurrección, Jesús nos ofrece ahora la vida eterna. Esta consiste en conocer al Padre y conocer a Jesús. “Conocer” en el lenguaje bíblico siempre significa entrar en una relación viva, personal e íntima con alguien, en este caso con Jesucristo. Aceptar su oferta de perdón de pecados, dejarlo entrar a mi vida para que él la maneje y la transforme según sus propósitos y para su honra y gloria, eso es lo que me salva; eso es lo que me da la vida eterna.

            Hacer posible la salvación a todo ser humano era una parte del ministerio de Jesús. La otra parte era la capacitación y el comisionamiento de sus primeros seguidores. Para Jesús era claro que no fue él quien eligió a sus discípulos, sino que el Padre se lo había dado (v. 6). La función de elección le correspondía a su Padre. A estos seguidores que él había recibido, Jesús —una vez más, apuntando a Dios— les dio a conocer el Padre. Y sus seguidores habían respondido con obediencia a su enseñanza. Entendieron claramente que Jesús no obraba por sí mismo, sino que todo lo que él les transmitía provenía del Padre (v. 7). No miraron al mensajero, sino a la fuente del mensaje. Esto produjo en ellos fe en Dios y en su Palabra. Por eso fue que, cuando Jesús les abrió la puerta para que puedan abandonar el proyecto, Pedro contestó tan enfáticamente: “¿Y a quién seguiríamos, Señor? Sólo tus palabras dan vida eterna. Nosotros hemos creído en ti, y sabemos que tú eres el Hijo de Dios” (Jn 6.68-69 – TLA). Esta seguridad no viene por observación pasiva, sino por cultivar una relación muy, muy cercana con Jesús. ¿Puedes tú declarar con toda convicción lo mismo que Pedro?

            En esta primera parte de su oración, Jesús se concentró en sí mismo y en su relación con el Padre. Fue un primer momento de introspección y de alinearse con la voluntad del Padre. Si tú quieres interceder por la obra de Dios en este mundo, necesitas primero reconocer el mover de Dios; sentir su corazón latiendo por la gente sumida en la miseria; y verte a ti mismo en relación con este mover de Dios; qué lugar te corresponde a ti dentro del plan de Dios. Poco efecto tendrá y poco tiempo durará tu intercesión si quieres quedarte en la gradería como simple observador y desde la distancia pedirle a Dios que él bendiga su obra, lo que sea que esto significa. Esto no funciona. Tú necesitas bajar hasta el borde de la cancha, sentir en carne propia lo que significa estar ahí en el campo de batalla, para poder clamar al Señor con conocimiento de causa y de manera específica. No implica necesariamente ir tú mismo al campo misionero, pero sí saber de primera mano lo que es estar ahí, por cultivar el contacto con los que están ahí. Entonces es que tu corazón se encenderá al ver la mano de Dios moviéndose con poder y vas a comprometerte en serio con la obra de Dios. Ahí no habrá más lugar para la pasividad. Esto es un paso muy necesario para poder llegar a dar el siguiente en la intercesión por las misiones. Lo encontramos a partir del versículo 9 de este capítulo 17 de Juan.

 

            FJn 17.9-19

 

            En este párrafo, Jesús ora por sus discípulos. Quizás tú tienes personas muy cercanas a ti o a quienes Dios pone en tu corazón de manera especial para que los “adoptes” como personas por quienes intercedes de manera mucho más intensa. O en su intercesión como iglesia pueden presentar ante el Señor a sus miembros que están sirviendo en el nombre de Dios y de la iglesia en un lugar específico con el fin de construir ahí el reino de Dios. Jesús no oró por todo el mundo, porque sería algo demasiado general, sin puntería. Él oró por los que el Padre le había dado (v. 9). En nuestro caso serían los que —como dije— Dios ha puesto en nuestro corazón; por quienes sentimos una carga especial.

            Jesús era responsable por este grupo específico, pero él estaba por irse al cielo nuevamente, mientras que ellos se quedarían “como ovejas en medio de lobos” (Mt 10.16 – DHH). Como Dios es el verdadero dueño de estas vidas, Jesús se las encomendó para que el Padre los cuidara de ahora en adelante, y que los haga vivir en perfecta unidad (v. 11). Todo el tiempo que Jesús estaba sobre esta tierra, él se había encargado de proteger a sus seguidores. Sin embargo, aunque él quiera proteger a todos, estar bajo su protección y bendición es decisión de cada uno. Dios no puede violar o anular la voluntad propia de las personas, porque sería anular su propio principio con el cual ha creado al ser humano. Judas se había perdido, no porque Jesús no supo protegerlo, sino porque él decidió no acogerse a la protección de Jesús. Y Jesús tuvo que respetar la decisión que Judas había tomado.

            Ahora, al final de su misión en esta tierra, Jesús mira atrás a lo realizado. Y le pasa lo mismo que al inicio en la creación del universo: que todo “era bueno en gran manera” (Gn 1.31 – RVC). La satisfacción por la misión cumplida lo llenó de tanta alegría que ora en voz alta para así contagiar también a sus discípulos con esa alegría (v. 13).

            Esa relación íntima de fe en Jesús ha convertido a estos discípulos en ciudadanos de otro reino espiritual, diferente al que domina este mundo. La reacción del mundo dominado por Satanás a aquel reino gobernado por el Espíritu de Dios fue odio. Al igual que Jesús, los discípulos eran ciudadanos del reino celestial que vivían en esta tierra como extranjeros, y esto causaba mucha molestia a los del mundo, porque amaban más la oscuridad que la luz (Jn 3.19).

            A pesar de estar inmersos en un mundo hostil a todo lo que viene de Dios, Jesús no pide que el Padre saque a sus seguidores de este mundo (v. 15). Esto no es por querer hacerlos sufrir, sino porque tiene una misión muy especial para sus hijos. La misión que Jesús había recibido de su Padre, él se la pasa ahora sus seguidores. Él desea que, a través de la Palabra de Dios, el Padre pueda producir en ellos tal convicción que ellos se entreguen con cuerpo, alma y espíritu a esa misión. Claro, ellos no podrían lograr la salvación del ser humano. Esto era la misión exclusiva de Jesús. Pero sus seguidores tenían la tarea de propagar por todo el mundo la oferta de salvación, por un lado, y, por el otro, hacer discípulos, fieles seguidores, de Jesús, así como su Maestro lo había hecho con ellos. De esta manera, esa obra iniciada por Jesús pasaría de generación a generación hasta que él regrese. Jesús se entregó personalmente a esta misión, hasta el punto de costarle la vida, para que los demás puedan seguir su ejemplo y tener el poder para dedicarse también con todo su ser a esta misión (v. 19).

            Después de haber cultivado y seguir cultivando la intimidad con el Señor y alinearte con su voluntad, con su proyecto, con su obra en el Chaco, en el Gran Asunción y en varios puntos del mundo, y después de haberte empapado con las vivencias de los que están en primera fila en estos lugares, este pasaje te invita a interceder por ellos

·         para que la gloria de Dios se manifieste en sus vidas;

·         para que Dios los proteja;

·         para que estén estrechamente unidos con los demás hijos de Dios;

·         para que se dejen pastorear por el Señor y por los hermanos en Cristo;

·         para que experimenten satisfacción y gozo en el ejercicio de su misión;

·         para que no se dejen atemorizar por las amenazas del mundo;

·         para que vivan en completa integridad y consagración al Señor;

·         para que cumplan fielmente su ministerio recibido por el Señor.

            Pablo lo expresa en estas palabras: “Oren … por mí, para que Dios ponga en mis labios la palabra oportuna y pueda dar a conocer libre y valientemente el plan de Dios” (Ef 6.19 – BLPH). Haciendo esto, participarás poderosamente de la obra misionera mundial que Cristo le ha encomendado a su iglesia. “…tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Ti 4.5 – RVC).

 

 

Tu sentido en la vida


 




            Hay muchas personas en este mundo que se arrastran de un día al otro sin tener un propósito, sin hallar sentido a su vida. Esto los lleva a experimentar una constante frustración; a no tener motivación alguna para vivir; hasta inclusive al suicidio, en algunos casos. Espero que todos ustedes saben para qué están en este mundo; que todos tengan un sentido para su vida. Y si por ahí no lo tienen, o alguien que escucha esta grabación no la tenga, quédese en este canal hasta el final, porque va a entender para qué está sobre esta tierra.

            Hoy empezamos una serie de prédicas basadas en la carta a los cristianos en Éfeso. Esta ciudad fue en tiempos del Nuevo Testamento un lugar sumamente importante. Uno, porque estaba situada en una zona de mucho tránsito de personas y mercaderías. Estaba cerca de un puerto importante en el Mar Mediterráneo.

            Otro de sus atractivos fue el templo de la diosa Diana o Artemisa —según diferentes idiomas—, catalogado hoy como una de las 7 maravillas del mundo antiguo. Ese templo atrajo a gente de todo el mundo conocido.

            El apóstol Pablo también ha pasado algunas veces por Éfeso. En una oportunidad se quedó más de tres años en esta ciudad, convirtiéndola en su base para el trabajo misionero en toda la zona alrededor.

            La carta a los efesios se parece más a un tratado teológico que a una carta. Considerando que carece prácticamente por completo de saludos personales, y que en algunos manuscritos antiguos o copias de este documento no se menciona a Éfeso en el saludo inicial hace creer que podría haber sido un tipo de circular dirigida a varias iglesias de la zona. Pero eso no cambia nada en cuanto a su contenido y su importancia para nosotros.

            Al inicio de la carta, se presenta el autor con un breve saludo:

 

            FEf 1.1-2

 

            Aquí, el autor se presenta como Pablo, y se declara apóstol por la voluntad de Dios. Esta forma de describir su ministerio o llamado se debe a los constantes ataques que él recibió de personas que querían menoscabar su autoridad. Aquí él deja en claro que él no es un apóstol autonombrado por vanagloria, sino que el mismo Dios el Padre lo ha instituido en esa función de llevar el Evangelio a las naciones.

            Luego de presentarse, él saluda a los receptores de su carta que él identifica como el pueblo santo de Éfeso. Como dije, algunos manuscritos antiguos omiten aquí el nombre de Éfeso, y así lo traducen también algunas versiones de la Biblia: “Pablo, Apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, saluda a los santos que creen en Cristo Jesús” (v. 1 – BPD). Si el escrito original realmente no incluyó el nombre de la ciudad, entonces más aún nos podemos dar por aludidos. Somos “santos que creen en Cristo Jesús”, por lo tanto, Pablo nos saluda también a nosotros.

            Seguidamente, Pablo desea a sus lectores “gracia y paz”, un saludo muy corriente que encontramos reiteradas veces en sus cartas.

            A esta introducción, Pablo agrega una alabanza a la acción del trino Dios, obrando nuestra salvación. Es un poema de singular belleza.

 

            FEf 1.3-14

 

            El primer versículo de este pasaje introduce toda la carta. Pablo alaba a Dios por las múltiples bendiciones que nos ha hecho llegar a través de Jesucristo. Después empieza a detallar algunas de estas incontables bendiciones, relacionadas a la salvación del ser humano. La primera es lo que ha hecho Dios el Padre. Su función dentro de la obra salvadora fue elegirnos. Y fíjense que él ya nos eligió antes de que este mundo siquiera existiera. El texto dice que esta elección sucedió “antes de la creación del mundo” (v. 4 – DHH). Y el propósito de esta elección es “para que fuéramos santos y sin defecto en su presencia” (v. 4 – DHH). En esto vemos por lo menos dos de los atributos de Dios: su eternidad y su omnisciencia. ¿Quién más podría elegir algo miles de años antes de que existiera? Ni Satanás lo puede hacer, solo nuestro Dios todopoderoso. ¡Alabado sea él! Desde la eternidad y hasta la eternidad él conoce absolutamente todo. Si te sientes de repente tan pequeño/a e insignificante, pensando que no le importas a nadie, que estás totalmente solo/a en este mundo, acordate que Dios se interesó por cada minúsculo detalle de tu vida ya desde la eternidad. ¿Te parece que nadie se interesa por ti? Tú estabas en sus pensamientos y te amó entrañablemente desde hace miles de años. Tanto te amó que él dijo: “A esta persona la amo tanto que quiero tenerla como mi hijo/a. Voy a iniciar ya el trámite para poder adoptarla legalmente.” Y dicho esto, mandó a Jesús a que pagara por tus pecados. ¿Crees que no vales nada? Valiste la vida del Hijo de Dios, y él lo hubiera hecho, aunque fueras el único ser humano sobre esta tierra. ¿Necesitas más argumentos?

            Esta acción de Dios puso en evidencia su incomparable amor. Él siempre nos amó, pero como el pecado había levantado una barrera insuperable entre Dios y nosotros, era imposible que nosotros reconozcamos a Dios y sus increíbles atributos. Por eso, él hizo todo lo humanamente imposible —hasta el punto de sacrificar a su propio Hijo— para así quitar de en medio esta barrera. Ahora es posible que aceptemos ese sacrificio y podamos ver nuevamente al Padre con su infinita misericordia y amor. La reacción natural de quien experimenta esto en carne propia es la gratitud y alabanza a Dios por lo que él es y por lo que él hace. Por eso dice Pablo que “…esto lo hizo para que alabemos siempre a Dios por su gloriosa bondad” (v. 6 – DHH). Si todavía no encuentras un sentido para tu vida, te comparto aquí un secreto que puede revolucionar tu existencia: empezá a alabar a Dios. Quizás al principio sientas ganas para todo lo contrario a alabarlo, pero hazlo, aunque sin ganas, y lentamente empezarás a notar un cambio sorprendente en tu situación, en tu interior. Es que con esto harás aquello para lo cual fuiste elegido. Con alabar a Dios estás respondiendo a su llamado para ti. ¡No es poca cosa!

            Este inmenso amor de Dios hizo que Dios el Hijo se sacrificara en nuestro lugar. Con esto, él nos rescató: “Gracias a que él derramó su sangre, tenemos el perdón de nuestros pecados. Así de abundante es su gracia” (v. 7 – NBD). Esto es algo que Dios había planeado hacer y que ahora quedó al descubierto. Ya al instante de expresar su castigo a Adán y Eva por su pecado, él anunció la aparición de alguien que le aplastaría la cabeza a Satanás. Esto sucedió con la muerte y resurrección de Jesús. Esto, había sido, fue el plan de Dios desde tiempos remotos. Pero prácticamente nadie lo entendió. Quedó oculto. Recién ahora, con la venida de Cristo, este glorioso plan del Padre quedó al descubierto. Ahora por fin el ser humano era capaz de entenderlo. Pablo lo llama “el misterio de su voluntad” (v. 9 – RVC). Y en el versículo siguiente, explica ese misterio: “…el plan es el siguiente: a su debido tiempo, Dios reunirá todas las cosas y las pondrá bajo la autoridad de Cristo, todas las cosas que están en el cielo y también las que están en la tierra” (v. 10 – NTV). De esta manera, Cristo se convertirá en el punto central de todo el universo; la máxima autoridad después del Padre, “para que, ante el nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua declare que Jesucristo es el Señor para la gloria de Dios Padre” (Fil 2.10-11 – NTV). Cuanto antes aprendamos a inclinarnos ante Cristo nuestro Señor, tanto menos nos costará hacerlo cuando él venga. Y en el cielo estaremos en una eterna adoración a Cristo y al Padre. Cuanto más dejamos que Cristo sea el centro de toda nuestra vida, tanto más natural nos parecerá que Cristo sea el centro de todo el universo.

            Pero como si la salvación fuera poca cosa, el plan de Dios abarca mucho más todavía. Él no solamente nos concede estar en el cielo, pero allá en un rincón como ciudadanos de segunda o tercera categoría, sino nuestra adopción como hijos suyos incluye todos los privilegios propios de un hijo, como, por ejemplo, la herencia: “Dios nos había escogido de antemano para que tuviéramos parte en su herencia” (v. 11 – DHH). Es decir, Dios nos adoptó ¡y no macana! Dios no hace nada a medias. Todo lo que hace, lo hace perfecto. Su plan previó que Jesús “sea el mayor entre muchos hermanos” (Ro 8.29 – NBV). Y si estuvo en su plan, sucederá, porque él “hace que todas las cosas resulten de acuerdo con su plan” (v. 11 – NTV). “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman…” (Ro 8.28 – DHH). Y para nuestro bien dispuso la posibilidad de salvación por medio de Cristo, “…a fin de que seamos para alabanza de su gloria” (v. 12 – BTX3). Toda la obra de redención nos trae a nosotros el perdón de pecados y a Dios la honra y gloria. Por lo tanto, no cesemos de glorificarlo a través de nuestro testimonio, nuestras palabras, nuestros pensamientos, nuestras acciones y, también, nuestras canciones. Él hizo lo máximo por nosotros y merece nuestro máximo esfuerzo por alabarlo por todo y en medio de todo, también de lo que nos cuesta y en que no vemos sentido alguno. Aun en estos momentos, él es digno de nuestra alabanza y espera que se la brindemos. Aun estos tramos que nos conducen por el valle de sombras de muerte él aprovechará para hacer su obra gloriosa en nosotros. En el momento no nos dan gusto vivir estos trechos, pero después nos daremos cuenta que fueron los períodos en los que más de cerca lo hemos conocido. El autor de la carta a los hebreos dice: “…ninguna disciplina parece agradable al momento de recibirla; más bien duele. Sin embargo, si aprendemos la lección, los que hemos sido disciplinados tendremos justicia y paz” (He 12.11 – NBV). Así que, en la situación que estés en este momento, alaba a Dios. Con el tiempo, las nubes negras que te envuelven se disiparán, y podrás ver la gloria de Dios detrás de estas nubes.

            El acta de adopción, cuando Dios nos incorporó a su familia, quedó sellada con el Espíritu Santo. Con esto, nuestra adopción llegó a ser oficial, legalmente establecido. Esto sucedió en el momento que creímos en Cristo y lo aceptamos en nuestra vida como nuestro Señor y Salvador: “…al escuchar el mensaje de la verdad, la Buena Noticia de la salvación, creyeron en él y fueron marcados con el sello del Espíritu Santo” (v. 13 – BNP). El sello de una persona era en la antigüedad un instrumento legal para declarar algo como propiedad privada del dueño del sello. Todos los que hemos aceptado a Cristo como nuestro Salvador tenemos impregnado en nuestro interior una información espiritual que no es visible al ojo humano, pero sí al ojo del mundo espiritual. Pero, aunque no podamos ver esa información en sí, podemos ver el efecto de ella sobre nosotros. Este sello nos marca y traspasa todo de nosotros: nuestros pensamientos, nuestras actitudes, nuestro comportamiento, nuestras decisiones, etc. “…el que está unido a Cristo es una nueva persona. Las cosas viejas pasaron; se convirtieron en algo nuevo” (2 Co 5.17 – DHH).

            Además, el Espíritu Santo es también la seña o el anticipo que Dios nos ha pagado para garantizarnos nuestra herencia. Nadie nos la va a robar ni tenemos que tener miedo de que Dios, al final, no nos la va a dar porque Dios nos ha pagado una seña que nos garantiza de que el resto vendrá todavía: “La presencia del Espíritu Santo en nosotros es como el sello de garantía de que Dios nos dará nuestra herencia” (v. 14 – NBD). Es una pequeña prueba de las bendiciones que nos esperan todavía. Si la prueba ya es tan increíble e impresionante, ¿cómo será entonces la herencia en sí? Para un hijo de Dios, lo mejor siempre está por delante. El futuro siempre será más glorioso que el presente.

            Y si alguien que tiene este sello impregnado en su espíritu se aparta del camino correcto y empieza a vivir su propia voluntad en el pecado, esa marca no se borra tan fácilmente. Muchas veces he visto y he oído testimonios de personas que estuvieron hundidos en el pecado, sin esperanza a los ojos humanos de restaurarse otra vez. Pero de repente el Espíritu Santo les hace recordar todo lo que Jesús había dicho, y ese sello empieza a llenarse de nueva energía espiritual, y la persona vuelve a Cristo. No es nada mágico ni automático, porque depende de la decisión que tome la persona, pero teniendo ese sello en su espíritu es un punto muy grande a su favor. ¡Gloria a Dios por este sello con el cual él mismo firmó nuestra adopción como hijos suyos!

            ¿Y con qué propósito él lo hizo? Adivinen: “para alabanza de su gloria” (v. 14 – RVC). Toda nuestra vida debe arrojar alabanza, exaltación y adoración sobre nuestro Dios. Por eso, la alabanza no es una actividad que realizamos por unos 15 minutos los domingos a la mañana, sino es un estilo de vida. Es la razón de nuestro existir. Es el propósito de nuestra salvación. Nosotros a veces podemos creer que fuimos salvos para ir al cielo en vez de al infierno. Sí, también. Pero Dios tuvo intenciones que van mucho más allá que esto. Él mismo se puso en marcha para salvarnos con el fin de que nosotros lo alabemos eternamente, aquí y en el más allá.

            Dios el Padre nos escogió, Dios el Hijo nos rescató y Dios el Espíritu Santo nos selló, para que fuésemos para alabanza de su gloria; “para que todos alabemos su glorioso poder” (v. 14 – DHH). ¿Cómo puedes expresar mejor tu gratitud y alabanza a ese Dios de indescriptible amor? Por supuesto, lo más directo es decírselo lo agradecido/a que estás. Lo más fácil es cantar y expresar tu alabanza. Pero lo cierto es que no vas a orar y cantar las 24 horas del día. Además, muchas veces mentimos al cantar porque no prestamos atención a lo que pronuncia nuestra boca mientras nuestros pensamientos están en totalmente otra parte: con preocupación por algún problema, con bronca contra otra persona que se portó mal contigo o con planes para el trabajo del día siguiente. La alabanza y la gratitud deben brotar desde el corazón. Ese corazón debe estar en intimidad con el Señor, conectado a su presencia, y entonces brotarán de nuestro interior “ríos de agua viva” (Jn 7.38 – NVI). Esos “ríos de alabanza” se mostrarán en nuestro trato al cónyuge y a nuestros hijos, en nuestro vocabulario, en nuestro servicio en la iglesia, en nuestra responsabilidad como personas, etc. Cada área de nuestra vida será traspasada por la presencia y llenura del Espíritu Santo, y eso será lo que dará gloria a Dios las 24 horas. Jesús le pidió al Padre: “Yo, unido con ellos y tú conmigo, para que ellos sean completamente uno, y el mundo de esta manera se dé cuenta que tú me enviaste, y que tú los has amado tanto como me has amado a mí” (Jn 17.23 – Kadosh). Ábrete a la acción del Padre en tu vida, busca la intimidad con él, para que, de esta manera, su presencia fluya al mundo y él sea glorificado ante los ojos de los que te rodean. Para esto él te ha creado. Esto es lo que da sentido a tu vida.

 


Credo: El día del Señor


 





            ¿Les gusta descansar? Bueno, depende, ¿no? Depende de si uno está cansado o no. Pero, ¿suelen tener un tiempo o un día de descanso por semana? Para algunos, esta pregunta empieza a complicar el asunto, porque por la necesidad casi están obligados a trabajar 7 días a la semana, 12 a 14 horas por día, o más inclusive. Y esto, a veces por exigencias del empleador o, a veces, por su propia exigencia, quizás por una cierta adicción al trabajo. Personalmente admito que me cuesta este tema. Claro, hay también los que trabajan 1 día a la semana y descansan los restantes 6, pero de esto no estamos hablando hoy.

            ¿Sabían ustedes que en la Biblia el descanso no es opción, sino una orden? Es más, el origen de esto está en la creación misma, antes de la caída en pecado. Es decir, el descanso semanal es el plan perfecto de Dios para el ser humano, para lo cual él mismo ha dado el ejemplo. Y para asegurar la obligatoriedad del descanso, Dios lo introdujo incluso en los 10 Mandamientos que observamos hasta hoy en día. Veamos lo que dice esta parte.

 

            FÉx 20.8-11

 

            Desde la antigüedad, y especialmente a partir del Nuevo Testamento, este día de descanso se ha combinado con la búsqueda especial de Dios, la comunión con él y la adoración. Es lo que hoy en día solemos practicar todos los domingos en este templo y lo llamamos “culto”. Esto también está contemplado en la última parte del credo de la IEB Py. El título general de esta sección es “el día del Señor”. ¿Qué significa esto y qué creemos al respecto?

            El término “día del Señor”, en los profetas se refiere muchas veces a una intervención poderosa y temible de Dios en la vida de su pueblo o de otros pueblos, generalmente como un juicio o terrible castigo que cae sobre alguna nación. En el Nuevo Testamento también aparece esta connotación, especialmente en el libro de Apocalipsis. Pero mayormente, se conoce este término como refiriéndose al día de descanso y de reunirse para adorar al Señor. En cuanto a esto, el credo dice lo siguiente:

 

“El domingo debe ser santificado como día del Señor. Lo hacemos descansando del trabajo y reuniéndonos para los cultos unidos, así como lo hicieron los cristianos del Nuevo Testamento.”

 

            Como dice este texto, el modelo para nuestras reuniones es el proceder de los primeros cristianos. De ahí proviene también el “primer día de la semana”, o sea, el domingo, como día de culto, en vez del sábado como el día de reposo en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, en Hechos 20.7 dice: “El primer día de la semana nos reunimos para partir el pan, y Pablo estuvo hablando a los creyentes” (DHH). Y a los corintios Pablo escribe: “El primer día de cada semana, cada uno debería separar una parte del dinero que ha ganado” (1 Co 16.2 – NTV). Este primer día de la semana llegó a ser conocido como el “día del Señor”, aunque la Biblia menciona este término una sola vez cuando Juan, el autor del Apocalipsis, dice que era el día del Señor cuando él quedó bajo el poder del Espíritu Santo (Ap 1.10). Fue ahí que él recibió, entre otras cosas, los mensajes a las 7 iglesias de Asia Menor que ya hemos estudiado recientemente. El primer día de la semana corresponde al día domingo. Incluso, muchas versiones de la Biblia, en vez de traducir “primer día de la semana”, dicen directamente “domingo”.

            ¿Por qué los primeros cristianos empezaron a reunirse el domingo? Esto fue una respuesta de profunda reverencia al día de la resurrección de Jesús. Dice el Evangelio de Juan: “El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro; y vio quitada la piedra que tapaba la entrada” (Jn 20.1 – DHH). De este modo, al reunirse cada domingo, se conmemoraba semanalmente la resurrección del Señor Jesús.

            La ley del Antiguo Testamento prescribía el sábado como día de reposo. Sin embargo, el “día de reposo” del Antiguo Testamento no es lo mismo que el “día del Señor” en el Nuevo Testamento. Jesús mismo había dicho que él había venido a cumplir la ley: “No piensen que he venido a anular la Ley o los Profetas; no he venido a anularlos, sino a darles cumplimiento” (Mt 5.17 – NVI). Con su muerte y resurrección, la ley del Antiguo Testamento quedó cumplida, y se inició una nueva etapa de gracia y salvación. Por lo tanto, los primeros cristianos no cumplían la ley, sino celebraban la victoria de Cristo.

            Pero la idea de un día para descansar es de mucho antes que la ley de Moisés. Viene desde la creación misma, como ya leímos en el texto de los 10 Mandamientos. Con respecto a esto dice el credo:

 

“Dios el Creador descansó el séptimo día. Por eso, el hombre que él creó es llamado a descansar regularmente el séptimo día. El descanso es una expresión de gratitud y de confianza en la provisión de Dios por su creación.”

 

            Entonces, tener un día para descansar y para dedicarlo de manera especial a Dios no es cuestión de cumplir legalistamente tal o cual día, sino es expresión de la voluntad de Dios para el ser humano. Se ha comprobado una y otra vez que, si se anulaba el día de descanso, trabajando los siete días de la semana, empezó a bajar drásticamente el rendimiento. El ser humano no fue creado para ser máquina, sino para tener un día de descanso por semana, cualquiera que sea ese día.

            Pablo aclara esta discusión legalista por ciertos asuntos en su carta a los romanos. En primer lugar, menciona que algunas personas tienen conflictos en cuanto a ciertos alimentos, especialmente los sacrificados a los ídolos, mientras que otros comen de todo. Luego, pasa a hablar de los diferentes días: “Hay quienes dan más importancia a un día que a otro, y hay quienes creen que todos los días son iguales. Cada uno debe estar convencido de lo que cree. El que guarda cierto día, para honrar al Señor lo guarda. Y el que come de todo, para honrar al Señor lo come, y da gracias a Dios; y el que no come ciertas cosas, para honrar al Señor deja de comerlas, y también da gracias a Dios. … El reino de Dios no es cuestión de comer o beber determinadas cosas [o de observar ciertos días], sino de vivir en justicia, paz y alegría por medio del Espíritu Santo” (Ro 14.5-6, 17 – DHH). O sea, lo esencial no es qué día es el que tenemos como “día del Señor”, sino qué es lo que hacemos en ese día, y la actitud con la que lo observamos. Si es para glorificar a Dios, bendecir al hermano y edificarnos espiritualmente, cualquier día de la semana es bueno y apropiado. Por eso dice el credo:

 

“Consideramos un deber nuestro el asistir regularmente a los cultos de la iglesia, según nos sea posible.”

 

            Fíjense que no dice que asistir a la iglesia sea una opción cuando no tenga otra cosa que hacer, sino lo hacemos una obligación para nosotros, porque es para nuestro bien espiritual, social y emocional.

            Y hablando del “día del Señor”, me voy a adelantar a los últimos párrafos del credo que habla de la segunda venida de Cristo, muchas veces también presentado como el “día del Señor”:

 

“Creemos en el pronto regreso personal de Jesucristo. A esto le sigue el juicio de todas las naciones ante el trono de Dios.

 

Creemos en la resurrección de los salvos para una vida eterna en el cielo, y la resurrección de los perdidos o no salvos para la condenación eterna.”

 

            La Biblia dice claramente que Cristo volverá personalmente a esta tierra para llevar consigo a los que son sus fieles seguidores. Según el credo, a esto le sigue el juicio de las naciones. Hay diferentes interpretaciones acerca de este juicio, y no quiero entrar en susceptibilidades. Pero quiero destacar que los creyentes no estaremos en este juicio, porque Cristo ya fue juzgado en nuestro lugar. Pero sí estaremos compareciendo ante el tribunal de Cristo para rendir cuentas de todo lo que hemos hecho o dejado de hacer en esta vida. No se discute la salvación, porque somos salvos por fe en Cristo, no por nuestras obras. Solo nuestro Señor evaluará nuestras vidas y premiará a cada seguidor suyo de acuerdo a lo que éste haya hecho.

            Aquellos que en ese momento del regreso de nuestro Señor ya hayan muerto, resucitarán. Todos resucitarán, pero no todos tendrán el mismo destino final eterno. Los que hayan muerto creyendo en Cristo resucitarán para una vida eterna en el cielo, en la presencia misma de nuestro amado Señor y Salvador Jesucristo. Los que aquí en vida lo hayan rechazado resucitarán, pero para la condenación eterna en el infierno. Nuestro destino eterno se decide aquí en esta vida; nosotros somos los que lo decidimos según si aceptamos a Cristo como nuestro Señor y Salvador o no. Una vez muerto, ya nada se puede hacer. La decisión está tomada, y el momento de la muerte sella eternamente nuestro destino. Y como el ser humano nace en pecado, en rebelión contra Dios, no tomar ninguna decisión ya es una decisión tomada. Para obtener la salvación y la vida eterna en el cielo, consciente y voluntariamente necesitamos decidirnos por Cristo, por aceptar su perdón de nuestros pecados y por cederle a él el control de nuestras vidas.

            Ese “día del Señor”, o el día de juicio, incluirá también a todos los seres espirituales. De ellos dice el credo:

 

“Creemos en la existencia de seres superiores, creados por Dios, conocidos como espíritus serviciales, mensajeros o ángeles.

 

Creemos que el diablo es una personalidad real, un ángel caído con gran poder, astucia y perversidad. Es el enemigo de Dios y de todo lo bueno. Busca la destrucción de la iglesia de Cristo y la perdición de todas las almas. Cristo lo venció con su muerte en la cruz, lo juzgó, y con su resurrección al tercer día venció a la muerte.”

 

            La Biblia es clara en mencionar a los ángeles como servidores de Dios. Cuando Satanás, que también era un ángel de categoría superior, se rebeló contra Dios, fue juzgado y echado del cielo. Con él arrastró a una parte de los ángeles que llegaron a ser los demonios al servicio de él. No se puede subestimar el poder de este ejército de las tinieblas, ya que es claramente superior a los poderes humanos. Pero, ¡gloria a Dios!, ese poder de Satanás es claramente inferior al poder divino. La supremacía del poder de Dios quedó evidenciada en la muerte de Jesús a favor de todos nosotros. Con esto, él obtuvo la posibilidad de salvación para todo el que crea en él. Satanás trató de múltiples maneras y en muchas ocasiones de poner a Jesús fuera de combate; de sacarlo del camino hacia la cruz, pero no lo logró. No pudo contra Dios, ni cuando se rebeló contra él, ni cuando el Hijo de Dios vino en rescate de todos nosotros. Hoy Satanás está libre todavía, pero ya con el poder limitado. Llegará el tiempo en que será ejecutada la condena que ya pesa sobre él y será echado al infierno por toda la eternidad. En su furia intenta arrastrar consigo —una vez más— a cuanto ser humano él pueda. Pero Cristo ha vencido, y si compartimos esta victoria con los que no lo conocen todavía en forma personal, quizás podemos salvar a una persona más de esa correntada hacia el abismo. Nosotros podemos exclamar gozosos con Pablo: “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón” (1 Co 15.55 – DHH)? “Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Co 15.57 – BNP).

            El gran “día del Señor”, cuando él aparezca, sucederá en cualquier momento y lo esperamos con ansias. Estamos plenamente identificados con el final del Apocalipsis, el penúltimo versículo de la Biblia cuando Jesús dice: “Les aseguro que vengo pronto.” [Y el pueblo de Dios exclama expectante:] “¡Así sea! ¡Ven, Señor Jesús” (Ap 22.20 – TLA)! Y mientras esperamos ese gran día, celebramos aquí, domingo tras domingo, el también “día del Señor”, en el cual nos preparamos en todo sentido para aquel último “día del Señor” en que disfrutaremos de su presencia y pasaremos alabándole por toda la eternidad como aquí ya lo hemos practicado. Y si te falta más práctica de la adoración, de la comunión unos con otros y con el Señor Jesucristo, te invito aquí el próximo domingo a las 9:00 hs y, a los que puedan, el martes a las 19:00 hs y a los jóvenes el sábado también a las 19:00 hs. Todo lo que hacemos como iglesia es un anticipo de lo que será el cielo. Y en el cielo seremos invitados a la Gran Cena del Rey, y como anticipo de esta Gran Cena estaremos celebrando el próximo domingo también la Santa Cena. No es todavía el primer domingo del mes, pero el primer fin de semana de agosto, varios de nosotros estaremos representando a Parque del Norte en la fiesta misionera de las iglesias del Chaco, por lo cual adelantaremos la Santa Cena por una semana. El próximo “día del Señor” estaremos celebrando con mucha expectativa el último gran “día del Señor”. Si no quieres perderte aquel último “día del Señor”, acostúmbrate a no perder los ensayos previos todos los “días del Señor” con que empieza cada nueva semana.

 


Credo: Familia

 





En nuestro paso por el credo de la IEB Py llegamos hoy a uno de los temas más controversiales y bajo ataque de los últimos tiempos: la familia. Tantas teorías y corrientes hay últimamente respecto a este tema, y tantos supuestos modelos de familia. En medio de esta jungla de opiniones y de presiones de todos lados, ¿qué es lo que nosotros creemos? Mejor dicho, ¿qué es lo que la Biblia enseña sobre este tema? Podríamos estar hablando por varios domingos sobre esto, pero queremos ver hoy en manera muy resumida lo básico, como nos lo presenta el credo; la forma como interpretamos y enseñamos este tema en las sedes de la Iglesia Evangélica Bíblica. Y como una primera aproximación al mismo quiero leer unos versículos que relatan el momento cuando empezó todo esto de la familia. Se remonta a la creación misma, y lo encontramos en Génesis 1.26-31 y en el capítulo 2, versículos 21-24.


 Gn 1.26-31; 2.21-24


En estos versículos encontramos el modelo de Dios para el matrimonio: un hombre y una mujer de por vida. Esta es la declaración más básica y más contundente respecto a lo que creemos en cuanto a la familia. Y fíjense que Dios creó al matrimonio antes de la caída en pecado. Es decir, es la única institución humana que surge de la plena y pura voluntad de Dios. No es algo que Dios le otorgó al ser humano como mal menor —“¡ni modo!”— después de que éste haya pecado y destruido todo, sino refleja el ideal perfecto que Dios tuvo en mente desde siempre. ¿Nos sorprende entonces que el matrimonio reciba hoy tantos ataques de parte de Satanás? El diablo logró separar al ser humano de Dios, pero el matrimonio sobrevivió esta separación; fue afectado gravemente, pero el matrimonio como institución siguió en pie. Con la muerte de Jesús y la salvación que él nos otorga con esto, nuestra relación con Dios puede ser restaurada otra vez si aceptamos su perdón para nosotros personalmente. Y los matrimonios también se fortalecen cuando Cristo gobierna la vida de ambos. O sea, Satanás no se salió con la suya. Por eso lanza ataques cada vez más encolerizados contra esta institución divina. Homosexualidad, infidelidad, depravación, pornografía, todo tipo de ideologías son solo algunos ejemplos de los misiles que él lanza en contra del matrimonio. Pero damos gloria a Dios por su protección que él extiende sobre todos los que quieren seguir su ideal original.

En cuanto a este tema de la familia, el credo hace una introducción general:


“Creemos que el matrimonio y la familia son parte del diseño original de Dios. Dios bendice y usa a solteros, casados y familias y alienta a todos a crecer en el amor. Creemos que la sexualidad es un regalo de Dios, y que todos, sean solteros o casados, deben vivir una vida en santidad.”


En esta introducción, el credo revela precisamente el ideal de Dios del que habíamos hablado. De los diferentes estados civiles, ninguno es exclusivo para poder servir a Dios. Cualquier persona, sea soltera o casada, puede responder en obediencia al llamado de Dios de servirle.

Luego, el credo establece una relación entre la sexualidad y la santidad. Dice que la sexualidad es un regalo de Dios, y tiene toda la razón. Pero, precisamente por ser un regalo de Dios, Satanás trata de ensuciarlo y destruirlo lo más que pueda, como ya dijimos. No sé si habrá otra área de la vida humana que ha sido tan pervertida como la sexualidad. Ya mencionamos lo que casi ya se volvió una costumbre general de andar de cama en cama, y encima jactarse ante los amigos de cuántas conquistas sexuales ha tenido, como si fueran trofeos a exhibir en la sala de su casa. La homosexualidad, la prostitución, el tremendo negocio multimillonario de la pornografía y una larga lista más de perversiones son maneras en que Satanás destruye este regalo de Dios. Si tomamos la sexualidad de manos de Dios según su plan, es un regalo de enorme bendición para el matrimonio. Si caemos en el engaño de Satanás, tomándola de sus manos como puerta al libertinaje, es una enorme maldición que destruye y rebaja al ser humano, robándole toda dignidad y haciéndolo vivir como animal. Por esta razón, el apóstol Pablo insta tanto a los corintios: “Huyan de la inmoralidad sexual. Todos los demás pecados que una persona comete quedan fuera de su cuerpo; pero el que comete inmoralidades sexuales peca contra su propio cuerpo” (1 Co 6.18 – NVI). De esto se hace eco el credo al instar a luchar por la santidad. Siendo la sexualidad uno de los impulsos más poderosos en el ser humano, especialmente en los varones y en menor grado también en las mujeres, es muy fácil incurrir en todo tipo de inmoralidad y pecados. Esto tampoco es exclusividad de ningún estado civil. Todos, en mayor o menor grado, están en peligro en esta área y tienen que hacer un compromiso fuerte consigo mismo y con Dios para huir de la inmoralidad sexual y luchar por la santidad.

Después de esta introducción general, el credo pasa a hablar de los solteros. Y me gusta eso, porque muchas veces nos enfocamos en niños, en matrimonios y en familias, pero no en los solteros específicamente. Los solteros son parte de las familias, pero me gusta que aquí reciben una mención aparte. De ellos dice el credo:


“La Biblia muestra las ventajas de la soltería. Permite promover de manera muy especial el reino de Dios a través de los dones y las oportunidades de personas solteras.”


Todo lo mencionado en la introducción al tema de la familia se aplica también a los solteros. Pero aquí se realzan de manera especial las oportunidades de los solteros en el marco del reino de Dios. Según entendemos la Biblia, nuestra máxima prioridad y responsabilidad, después de Dios, es la familia. Cualquier cosa de la vida, incluyendo la iglesia, si se opone o interfiere con tu responsabilidad hacia tu familia, requiere de ti negociar, para ver si se puede encontrar un lugar y un tiempo para atender ambas cosas. Pero si hay que sacrificar algo, será lo demás, pero no la familia. ¡Cuánto nos cuesta aprender esto! En el caso de los solteros, ellos no tienen ese compromiso, o, por lo menos, no en el grado de una persona casada. Por lo tanto, disponen de más tiempo y posibilidades de dedicarse a la obra de Dios. Conozco a personas solteras que brindan un servicio extraordinario en la iglesia o en nombre de la iglesia. Pablo lo expresa en los siguientes términos: “El que está soltero se preocupa por las cosas del Señor, y por agradarle; pero el que está casado se preocupa por las cosas del mundo y por agradar a su esposa, y así está dividido. Igualmente, la mujer que ya no tiene esposo y la joven soltera se preocupan por las cosas del Señor, por ser santas tanto en el cuerpo como en el espíritu; pero la casada se preocupa por las cosas del mundo y por agradar a su esposo” (1 Co 7.32-34 – DHH). Así que, los solteros que tienen ya cierta madurez y sentido de responsabilidad, deben ocuparse de su futuro, de su profesión y, si se diera el caso, de su futuro cónyuge y futura familia, pero aprovechen todo lo que puedan ahora en soltero para servir al Señor según lo que él les esté indicando.

En un siguiente párrafo, el credo habla de las indicaciones de la Palabra de Dios en cuanto a los matrimonios:


“Creemos que el matrimonio ha sido instituido y santificado por Dios, y que es una unidad de por vida entre un hombre y una mujer, posibilitando la fundación y protección de la familia. Como cristianos nos casamos con otros cristianos y desarrollamos crecimiento espiritual. El matrimonio cristiano se caracteriza por amor, fidelidad de por vida y la subordinación mutua entre hombre y mujer. En el matrimonio encuentra su lugar la intimidad espiritual, emocional y física.”


No hay relación humana tan cercana e íntima como el matrimonio. Todo, cada aspecto de la vida, se comparte en la pareja – ¡debería compartirse! Guardar secretos hacia el cónyuge es una grieta muy peligrosa en su unidad matrimonial. Por eso el credo habla de intimidad espiritual, emocional y física. Cuando la Biblia dice que Adán y Eva estaban desnudos, lo estaban en todo sentido. No había qué para esconderlo el uno del otro. Esta intimidad integral, en todas las áreas, la Biblia la llama “ser una sola carne” o un solo ser. Dos individuos dejan atrás la vida de soltero para fundirse en un nuevo ser. No dejan atrás sus características individuales y su personalidad, ni deben ser anulados por el cónyuge, sino forman una nueva unidad, una nueva familia, una nueva célula social, y nada ni nadie debe entrometerse en esa nueva unidad. Jesús lo dijo en estas palabras: “…ya no son dos, sino uno solo. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mt 19.6 – NVI). Que no lo separe ni una tercera persona fuera de la pareja, ni tampoco uno o ambos cónyuges por egoísmo o por creer la fantasía del diablo de que el pasto en el jardín del vecino es más verde que en el suyo propio.

Esta frase también declara que las relaciones sexuales pertenecen única y exclusivamente al matrimonio, no antes ni fuera del matrimonio. Esto parece ser casi un cuento de la abuela en comparación con cómo se maneja hoy el mundo y, trágicamente, también muchos cristianos. Pero este es el principio eterno e inviolable de Dios, y esto es lo que sostenemos y lo que seguiremos predicando. Dentro del matrimonio es una bendición indescriptible, pero todo lo demás puede ser placentero por unos minutos, pero sembrar vacío, caos, culpabilidad y destrucción como pocas otras cosas más.

Lo que Dios ha instituido y santificado es precisamente esa unión plena de un hombre y una mujer de por vida. Esto es lo único que cuenta con su aval y su bendición. Y es esa unidad la que posibilita la creación de una familia. Fíjense que no dice que la fundación de la familia sea el propósito del matrimonio, sino que el matrimonio hace posible que se crea una nueva familia. Es decir, no nos casamos con el único objetivo de tener hijos. Los hijos son un plus de bendición de Dios, pero no vivimos por nuestros hijos. La máxima responsabilidad y prioridad para una persona casada es su cónyuge, no los hijos. Los hijos son muy importantes y requieren en cierta época de bastante atención, tiempo y recursos, pero no pueden ser el máximo objetivo para la persona o ser su fuente de valor, autoestima y significado en la vida. La fuente de eso es Dios, en primer lugar, y el cónyuge, en segundo lugar. Si me dejo absorber por los hijos de tal magnitud que ya no tengo más tiempo, fuerza ni ganas de invertir en mi matrimonio, entonces estoy en un sendero sumamente peligroso. Dicho sea de paso, esto mismo también —y mucho más todavía— se aplica al trabajo, a la iglesia, a los pasatiempos, a los amigos, etc. Nada debe ocupar en la vida de una persona el lugar que le corresponde a su cónyuge. Esto es muy duro. Para muchas personas casadas, si tienen que perder algo, están dispuestos a perder a su cónyuge, con tal de retener a sus hijos o a cualquier otra cosa. Pero esto no corresponde a la voluntad de Dios.

Un predicador lo ilustró una vez con un ejemplo muy drástico. Si en mi zona se diera una inundación tipo Río Grande do Sul, y toda la gente de mi vecindario se muriera, excepto mi familia, sería una catástrofe indescriptible, pero no tan grande como si hubiera tocado a mi familia. Pero si en esta inundación también hubieran muertos mis hijos, sería una catástrofe incomparablemente mayor, pero no tan grande como si hubiera muerto también mi cónyuge. Como digo, es un ejemplo bastante dramático y extremista, pero justo por ser de esa manera ilustra lo que es el orden de prioridades que Dios desea que tengamos. Tus hijos estarán bien únicamente si tu matrimonio está fuerte y saludable. Al invertir en tu matrimonio, estás construyendo un muro de protección y bendición alrededor de tus hijos. Por supuesto, esto requiere del firme compromiso de ambos cónyuges. Si uno de ellos no colabora en esto, el otro progenitor tendrá una lucha mucho más grande, pero si aun en estas circunstancias desea agradar al Señor, Dios se encargará de proteger también a los hijos.

Para que pueda haber un fundamento sólido para esa unidad y compromiso mutuo de los esposos, es necesario que ambos primeramente tengan un compromiso inquebrantable con Dios. Por eso, como dice el credo, al buscar con quién formar un hogar solo entran en consideración otros hijos o hijas de Dios, que con su testimonio demuestran que Cristo es para ellos más importante que tú. La fuerte exhortación de Pablo es: “No se unan ustedes en un mismo yugo con los que no creen. Porque ¿qué tienen en común la justicia y la injusticia? ¿O cómo puede la luz ser compañera de la oscuridad” (2 Co 6.14 – DHH)? Esto no se aplica solamente al matrimonio, sino a todo tipo de compromiso humano. Si, por ejemplo, te asocias con otra persona para abrir juntos una empresa, y tú siempre quieres hacer todo según las leyes correspondientes, pero a tu socio no le importa falsificar firmas, evadir impuestos, comprar mercadería de contrabando, etc., no van a llegar muy lejos. Esto es difícil, pero mucho más drástico es el caso en el matrimonio porque es de por vida. Una vez casados, no hay vuelta atrás. Así que, hay que evaluar demasiado bien este punto antes de casarse. Y no hay tiempo demasiado temprano para empezar a enseñar este principio a tus hijos. Empezar mañana ya es tarde.

Un tema para todo un retiro de matrimonios es lo de la subordinación mutua en el matrimonio. Al famoso texto de Efesios 5 siempre lo empezamos a leer en el versículo 22: “Las esposas deben estar sujetas a sus esposos como al Señor” (DHH), y en demasiados casos los maridos usan este versículo para justificar la subyugación a la que someten forzosamente a sus esposas. Pero se olvidan del versículo previo, el 21, que dice: “Estén sujetos los unos a los otros, por reverencia a Cristo” (DHH). Esto significa que no hay jefe en el matrimonio; que no hay quien sea más o quien sea el que manda y el/la otro/a quien siempre tenga que obedecer con la boca callada. Significa que ambos se sacrifican a sí mismos para ponerse debajo de su cónyuge para poder elevarlo. Es un misterio, como bien lo dice Pablo en ese texto, pero es posible hacerlo “en el Señor” o “por reverencia a Cristo”.

Y, finalmente, el credo también habla de la familia en sí:


“Creemos que los hijos son un don de Dios. Consideramos que, a partir del momento de la concepción, el feto es vida según la voluntad de Dios. Por lo tanto, lo cuidamos. Los padres educan a sus hijos por medio de una vida ejemplar y temerosa de Dios. Velan en amor por sus necesidades, los educan con disciplina y respetan y protegen su dignidad y personalidad. Los padres oran por sus hijos, los instruyen en las Sagradas Escrituras y los animan a una vida según la voluntad de Dios. Los hijos deben obedecer y honrar a sus padres. Haciendo esto, serán bendecidos y se desarrollarán en personas que honran a Dios con su vida.”


Está demasiado claro este texto. Solo quiero resaltar y subrayar una frase, ya que es un tema que también está bajo fuerte ataque de parte del enemigo: “…a partir del momento de la concepción, el feto es vida según la voluntad de Dios.” Por lo tanto, cualquier cosa que impida que un óvulo ya fecundado se desarrolle es simple y llanamente un asesinato. Yo sé que muchos supuestos “librepensadores” me quisieran asesinar ahora a mí por decirlo, pero aun si lo hicieran, no podrían evitar que esto sea una verdad inamovible de Dios. Por eso, hacemos todo lo posible para proteger a una vida en gestación y rechazamos categóricamente el aborto, incluso cuando el feto en formación sea fruto de una violación. Si Dios ha permitido la fecundación, él tiene un plan para esa vida en desarrollo. No se nos pregunta si entendemos ese plan, porque Dios es infinitamente superior a nosotros. Pero no hay ser humano en este mundo para el cual Dios no tenga un plan y el deseo de ser glorificado a través de él.

Así que, valora a tu familia, lucha por tu familia, sométala a la guía de Dios y ama entrañablemente a tu cónyuge.