lunes, 18 de mayo de 2020

Trigo vs. cizaña





            Seguramente habrán escuchado y quizás dicho también la frase “sembrar cizaña”. Generalmente se quiere indicar con esto que alguien está causando discordia entre la gente. Es una frase sacada de la Biblia, precisamente de la parábola que queremos estudiar hoy. Jesús fue el primero en usar esta frase. Veremos hoy qué significado él le da a esta frase. Leamos ahora el texto de Mateo 13.24-30; 36-43:
  “Jesús les contó otra parábola: El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras dormían los trabajadores, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando el trigo brotó y dio fruto, apareció también la cizaña. Entonces, los siervos fueron a preguntarle al dueño del terreno: ‘Señor, ¿acaso no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde salió la cizaña?’ El dueño les dijo: ‘Esto lo ha hecho un enemigo.’ Los siervos le preguntaron: ‘¿Quieres que vayamos y la arranquemos?’ Y él les respondió: ‘No, porque al arrancar la cizaña podrían también arrancar el trigo. Dejen que crezcan lo uno y lo otro hasta la cosecha. Cuando llegue el momento de cosechar, yo les diré a los segadores que recojan primero la cizaña y la aten en manojos, para quemarla, y que después guarden el trigo en mi granero.’
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  Luego de despedir a la gente, Jesús entró en la casa. Sus discípulos se le acercaron y le dijeron: ‘Explícanos la parábola de la cizaña en el campo.’ Él les dijo: ‘El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo, la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del maligno. El enemigo que la sembró es el diablo, la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. Y así como se arranca la cizaña y se quema en el fuego, así también será en el fin de este mundo. El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles, y ellos recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo y a los que hacen lo malo, y los echarán en el horno de fuego; allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces, en el reino de su Padre los justos resplandecerán como el sol. El que tenga oídos, que oiga” (RVC).
            Jesús empieza esta parábola con la frase con que comienza gran parte de sus comparaciones: “El reino de los cielos es semejante a…” (v. 24 – RVC). Y con la historia que sigue, él va a explicar uno de los tantos principios de ese reino. Es un reino tan superior a toda comprensión humana, que nunca lo entenderemos completamente. Estas parábolas nos permiten tener por lo menos un pequeño reflejo de lo que es este reino. El reino de los cielos, o el reino de Dios, como traducen algunas versiones, es ese ambiente espiritual en que gobiernan Dios y sus leyes. El que ingresa a determinado reino, está bajo la autoridad del rey respectivo y tiene que someterse a sus órdenes. El que ingresa al reino de Dios (que siempre es un ingreso absolutamente voluntario), acepta también someterse a sus principios. La iglesia no es sinónimo de “reino de Dios”. La iglesia es parte del mismo, pero el reino de Dios abarca mucho más que la iglesia.
            La historia que cuenta Jesús es corta y sencilla. Se trata de un señor que sembró trigo en su campo. Cuando germinaron las plantas, se dieron cuenta que no creció solamente trigo, sino también otra maleza venenosa, llamada cizaña. Son dos plantas externamente muy parecidas entre sí, y fácilmente uno puede confundir una con la otra. Además, las raíces de ambas plantas se entrelazan de tal modo que es imposible arrancar la una sin dañar también a la otra. Pero a pesar de su apariencia, su esencia, digamos: su ADN, es totalmente opuesta una a la otra. Recién cuando se maduran las espigas se puede distinguir con más facilidad entre el trigo y la cizaña. Por eso el dueño del campo no quería que los empleados entraran ya no más para erradicar la cizaña, porque por no poder distinguir entre ambos, no iban a eliminar toda cizaña y, además, sí iban a eliminar gran parte del trigo también.
            Se ve que esta historia quedó picando en la mente de los discípulos, pero no la pudieron entender plenamente. Por eso, cuando al final del día estaban a solas con Jesús, le pidieron que les interpretara esta parábola. Y Jesús da la explicación de la mayoría de los detalles, pero no de todos. Por ejemplo, no le da ningún significado al hecho de que se durmieron, no explica quiénes son los siervos del amo, etc. Los cosechadores él identifica con los ángeles, pero los siervos parecen ser personas distintas que no son identificadas. No debemos buscar una explicación a los detalles que Jesús no ha explicado. Son simplemente elementos usados para crear una historia que nos quiere dar una enseñanza central, y en esa debemos enfocarnos.
            Jesús mismo se identifica como el dueño del campo que realiza la siembra. El campo es un símbolo de este mundo. Fíjense la astucia engañosa de Satanás. Cuando el diablo tentó a Jesús, se hizo pasar por dueño de “todos los reinos del mundo y sus riquezas” (Mt 4.8 – RVC). Sin embargo, aquí Jesús expresa claramente que él, Jesús, es el dueño de todo el mundo. Y es en este mundo que él va sembrando su semilla. Y aquí va otro detalle interesante: El mismo símbolo no significa lo mismo en todas las parábolas. Por ejemplo, la semilla aquí se refiere a los “hijos del reino” (v. 28), mientras en la parábola del sembrador simboliza la Palabra de Dios (Lc 8.11).
            Jesús sigue explicando: “La maleza representa a las personas que pertenecen al maligno” (v. 38 – NTV), es decir, son personas que obedecen a las leyes o los principios del reino de las tinieblas, gobernado por Satanás, quien es al mismo tiempo también el que ha sembrado esa semilla en el mundo. Así que, por favor no digan que fulano o mengano está sembrando cizaña, porque lo comparan directamente con Satanás. Y, dicho sea de paso, “sembrar cizaña” no tiene nada que ver con “causar divisiones o discordia”. Es muchísimo más serio que esto.
            Lo esencial a lo que esta parábola nos quiere llevar es lo que“sucederá al fin del mundo” (v. 40 – BLA). La cosecha es una imagen que frecuentemente simboliza el juicio final. Jesús dice que los ángeles, los cosechadores, van a recoger primero “a todos los que hacen pecar a otros, y a los que practican el mal” (v. 41 – DHH). El juicio de Dios que caerá sobre ellos los condenará al infierno, simbolizado aquí por el horno ardiente. La desesperación que ellos sufrirán es descrita por Jesús en varios lugares como “llanto y rechinar de dientes” (v. 42 – NTV). Pero creo que no hay palabra humana capaz de describir los horrores del infierno que sufrirán los que serán condenados a una eternidad en él. Así como la Biblia dice que no podemos ni imaginarnos la gloria del cielo, tampoco podemos imaginarnos el terror que reinará en el infierno. Sólo sé que ni tú ni yo queremos estar ahí.
            Una vez eliminada la cizaña, los hijos del diablo o los dominados por Satanás, el trigo, o “los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre” (v. 43 – DHH).
            Vemos entonces que en este mundo siempre conviviremos el trigo y la cizaña, “los que son del reino, y … los que son del maligno” (v. 38 – DHH). Ambos pueden tener apariencias muy similares, pero el ADN espiritual es diametralmente opuesto. Si bien Jesús dijo en el Sermón del Monte que los frutos, o las señales que deja la vida de una persona, nos pueden dar cierta orientación acerca del interior de ella, no debemos juzgar demasiado pronto. No piensen: “Para mí, fulano o mengano me tienen cara de cizaña…” ¡Mucho cuidado! Con esta actitud, a lo mejor la cizaña somos nosotros. En esta parábola, el dueño del campo advirtió a sus empleados de no juzgar demasiado rápidamente. La apariencia externa es difícil de evaluar, y uno puede cometer graves equivocaciones con hacer “justicia por mano propia” dentro del reino. Dejémosle que Dios se encargue, como bien lo dice el autor de la carta a los hebreos: “Bien sabemos que el Señor ha dicho: «Mía es la venganza, yo pagaré», y también: «El Señor juzgará a su pueblo»” (He 10.30 – RVC). Y recordemos también lo que Dios le dijo al profeta Samuel: “No te dejes llevar por su apariencia ni por su estatura, porque éste no es mi elegido. Yo soy el Señor, y veo más allá de lo que el hombre ve. El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero yo miro el corazón” (1 S 16.7 – RVC). Así que, mucho cuidado. Me asusta que demasiadas veces me parezco a estos empleados del dueño de la finca y quiero entrar y destrozar a diestra y siniestra a los que considero cizaña. Y muchas veces lo hago. Pero con esto causo tanto daño a los hijos del reino que difícilmente recibiré elogio alguno de parte del dueño. No somos llamados a separar el trigo de la cizaña. De eso se encargará Cristo en su momento.
            Y también me asusta que esta parábola es una comparación del reino de Dios en este mundo. En el versículo 41 dice que los ángeles “recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo” (RVC). Es decir, en el reino de Dios se han infiltrado representantes del reino de las tinieblas, teniendo toda la apariencia de un hijo de Dios. Es decir, hay mucha gente que consideramos cristianos, hijos de Dios, pero que son cizaña: personas que obedecen las leyes del enemigo, y no las leyes de Dios. Como ya dije, no podemos ni debemos juzgar quién es quién a nuestro derredor. Pero sí podemos y debemos juzgar nuestro propio corazón. Nuestra apariencia no interesa. Lo que interesa es nuestro ADN espiritual. ¿Me he entregado conscientemente a Dios? ¿Lo he aceptado como mi Señor y Salvador? ¿Vivo en obediencia a sus mandatos? Estas son las preguntas que harán la diferencia, y que determinarán nuestro destino eterno. Si después de nuestra muerte física en esta tierra estaremos en el cielo o en el infierno lo decidimos nosotros aquí en este lado de la muerte. Esto no depende de ningún poder caprichoso, sino de nuestra decisión respecto a la persona de Cristo. Seamos, pues, trigo y no cizaña. Y si no estás seguro a qué tipo de planta perteneces, entonces pídele ahora mismo a Jesús que te limpie de toda maldad, que te perdone y que te ayude a vivir de acuerdo a los principios que rigen en su reino. Y él no hará.


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