Si han tenido la
oportunidad de entrar alguna vez a un estudio de televisión habrán visto que un
elemento crucial del mismo es la iluminación potentísima. Sin eso es imposible
hacer televisión de calidad. Incluso yo aquí, que estoy muy lejos de tener un
estudio de televisión, tengo varias fuentes de luz para hacer una filmación
mínimamente aceptable.
Luz es fuente de vida. La
vida en nuestro planeta sería imposible sin la luz del sol. Si se pudiera
apagar el sol por una semana, casi toda nuestra vegetación habría muerto. Y
nosotros también nos veríamos muy afectados. Esa misma importancia de la luz
física, tenemos nosotros los cristianos en lo espiritual en nuestro entorno.
Jesús dijo que somos la luz del mundo (Mt 5.14). Pero también usó una parábola
para señalar un peligro de lo que puede pasar con la luz. Lo encontramos en
varios pasajes de los Evangelios, pero nos vamos a limitar hoy al Evangelio de
Mateo. Mateo 5.14-16 dice: “Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad
asentada sobre un monte no se puede esconder. Tampoco se enciende una lámpara y
se pone debajo de un cajón, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos
los que están en casa. De la misma manera, que la luz de ustedes alumbre
delante de todos, para que todos vean sus buenas obras y glorifiquen a su
Padre, que está en los cielos” (RVC).
Jesús compara aquí a un
cristiano con una luz. Oscuridad —y mucho más todavía tinieblas— son términos
usados en la Biblia para indicar destrucción, muerte, pecado, ausencia de Dios.
En cambio, luz es siempre sinónimo de vida, de esperanza, de presencia de Dios.
Y eso es lo que somos llamados a ser para el mundo a nuestro alrededor.
Una luz siempre es
atractiva. Si hay dos caminos para llegar a cierto lugar, uno con alumbrado
público, y el otro sin ninguna iluminación, siempre vamos a elegir el camino
con luz si tenemos que caminar de noche a nuestro destino. Y si de repente
pasamos por un lugar que es más iluminado que el resto de la zona, se nos
despierta la curiosidad para saber qué hay ahí o qué ocurre. ¿Será que la gente
siente esa misma curiosidad al pasar por la iglesia? No en sentido físico, ni
con una iluminación visible para el ojo humano, sino en lo espiritual. Si nos
reunimos los domingos, o si en nuestras casas oramos, cantamos, estudiamos la
Biblia, ¿percibirán los demás la luz espiritual que mana de nosotros?
¿Qué tiene que hacer un
foco para emitir luz? Nada. Sólo ser lo que es. Sólo cumplir su función para la
cual fue hecho. El único requisito es que esté conectado a la energía
eléctrica. Por más extraordinaria, llamativa y costosa que sea una lámpara, sin
conexión a la energía eléctrica sólo sirve para juntar telaraña. Un foco o una
lámpara es incapaz de producir luz por sí misma. Necesariamente tiene que estar
conectada a la fuente de energía. Pero si lo está, no hace nada más que
alumbrar. No realiza ningún esfuerzo extra.
Un cristiano es luz por el
simple hecho de ser cristiano. Es decir, por el hecho de tener a Cristo morando
en su vida. Su luz no depende de su esfuerzo personal. No alumbrará más
brillantemente a medida que aumenta su esfuerzo de lograrlo. No es él el que
brilla, sino Cristo en él. Porque Jesús dijo de sí mismo que él era la luz del
mundo (Jn 8.12; 9.5).
Lo que el cristiano tiene
que cuidar es su conexión a Dios. Es decir, de estar conectado lo está, porque
Cristo vive dentro de él. Es imposible no estar conectado. Pero podemos opacar
la luz por nuestro descuido. En tu casa necesitas limpiar cada tanto las luces
que tienes ahí, porque si no, se llena de tanto polvo y suciedad que su fuerza
lumínica disminuye. O si hay un problema en los bornes de la batería del auto, empiezan
a sulfatarse. Con el tiempo, esto llega a obstaculizar el flujo de energía
eléctrica, y el vehículo empieza a fallar. Ese es el problema cuando no
limpiamos nuestra vida de pecado, o cuando descuidamos nuestra conexión con
Dios. En vez de pasar tiempo en la oración y en la meditación en la Palabra de
Dios, dejamos que otras actividades e intereses ocupen más y más ese tiempo, y
se va acumulando el sulfato en mi conexión con Dios. Es mi gran deseo para mí
mismo y para toda la iglesia que este tiempo de encierro pueda servir para
limpiar nuevamente nuestros “bornes espirituales”. Deseo que la energía divina
pueda fluir otra vez sin obstáculos hacia nuestra vida.
Esto es lo que Jesús
describe en nuestro texto con “poner una lámpara bajo del almud” (o cajón). No
tiene ningún sentido encender una luz y esconderla o taparla. No sé qué les
pasa por la mente cuando abren una pieza que estuvo totalmente cerrada y
encuentran que la luz adentro se quedó prendida desde hace muchas horas. A mí
me molesta sumamente, porque es un gasto totalmente en vano, un desperdicio.
Todo el costo de la energía eléctrica que requirió esa luz durante todo el
tiempo que estuvo encendida es plata tirada, porque nadie aprovechó esa luz.
¿Será que Dios mirará a veces a alguno de sus hijos que vive bajo un cajón de
pecado y de mal testimonio y pensará también que es un desperdicio de energía?
¿Un desperdicio de la muerte de su Hijo? Podrá decir: “¡Tanto costó redimirla a
esta persona, y ahora lo echa a perder todo!” Espero que no sea el caso de
ninguno de nosotros.
En el texto paralelo del
evangelio de Marcos dice Jesús: “¿Acaso se trae una lámpara para ponerla
bajo un cajón o debajo de la cama? No, una lámpara se pone en alto, para que
alumbre” (Mc 4.21 – DHH). Podríamos adaptar este versículo de la siguiente
forma: “¿Acaso se convierte una persona para vivir en la clandestinidad o
tapado por el pecado? No, se convierte para que viva su fe delante de la
gente.” ¿Te describe esto? Si no, ¿qué deberías hacer al respecto?
Jesús también dice en el
versículo 16 de Mateo 5 que debemos vivir nuestro cristianismo a los ojos de
todo el mundo. Sólo así nuestra luz tendrá sentido. Y el resultado de esto será
que Dios es glorificado. La gente, cuando reciba los beneficios de nuestra luz
espiritual, exaltará a Dios. ¿Nos parece injusto no recibir algo de alabanza
también? Decime, cuando enciendes una luz, ¿te quedas mirándola? Normalmente
no. El foco no está para ser mirado, sino para alumbrar. Si lo miras, sólo te
llega a molestar. Su función no es captar la atención de la gente, sino
iluminar el ambiente. También, la función del cristiano no es ser admirado,
sino brindar luz y esperanza a la gente a su alrededor que vive en las
tinieblas del pecado. Debe iluminar, no un estudio de televisión, sino el lugar
en que vive, trabaja o estudia. ¿De qué manera práctica lo puedes hacer?
Anotate dos o tres ideas que puedes llevar a cabo en esta semana. ¿Te animas a
compartir con los demás tu decisión?
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