lunes, 18 de mayo de 2020

Una luz escondida




            Si han tenido la oportunidad de entrar alguna vez a un estudio de televisión habrán visto que un elemento crucial del mismo es la iluminación potentísima. Sin eso es imposible hacer televisión de calidad. Incluso yo aquí, que estoy muy lejos de tener un estudio de televisión, tengo varias fuentes de luz para hacer una filmación mínimamente aceptable.
            Luz es fuente de vida. La vida en nuestro planeta sería imposible sin la luz del sol. Si se pudiera apagar el sol por una semana, casi toda nuestra vegetación habría muerto. Y nosotros también nos veríamos muy afectados. Esa misma importancia de la luz física, tenemos nosotros los cristianos en lo espiritual en nuestro entorno. Jesús dijo que somos la luz del mundo (Mt 5.14). Pero también usó una parábola para señalar un peligro de lo que puede pasar con la luz. Lo encontramos en varios pasajes de los Evangelios, pero nos vamos a limitar hoy al Evangelio de Mateo. Mateo 5.14-16 dice: “Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Tampoco se enciende una lámpara y se pone debajo de un cajón, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en casa. De la misma manera, que la luz de ustedes alumbre delante de todos, para que todos vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre, que está en los cielos” (RVC).
            Jesús compara aquí a un cristiano con una luz. Oscuridad —y mucho más todavía tinieblas— son términos usados en la Biblia para indicar destrucción, muerte, pecado, ausencia de Dios. En cambio, luz es siempre sinónimo de vida, de esperanza, de presencia de Dios. Y eso es lo que somos llamados a ser para el mundo a nuestro alrededor.
            Una luz siempre es atractiva. Si hay dos caminos para llegar a cierto lugar, uno con alumbrado público, y el otro sin ninguna iluminación, siempre vamos a elegir el camino con luz si tenemos que caminar de noche a nuestro destino. Y si de repente pasamos por un lugar que es más iluminado que el resto de la zona, se nos despierta la curiosidad para saber qué hay ahí o qué ocurre. ¿Será que la gente siente esa misma curiosidad al pasar por la iglesia? No en sentido físico, ni con una iluminación visible para el ojo humano, sino en lo espiritual. Si nos reunimos los domingos, o si en nuestras casas oramos, cantamos, estudiamos la Biblia, ¿percibirán los demás la luz espiritual que mana de nosotros?
            ¿Qué tiene que hacer un foco para emitir luz? Nada. Sólo ser lo que es. Sólo cumplir su función para la cual fue hecho. El único requisito es que esté conectado a la energía eléctrica. Por más extraordinaria, llamativa y costosa que sea una lámpara, sin conexión a la energía eléctrica sólo sirve para juntar telaraña. Un foco o una lámpara es incapaz de producir luz por sí misma. Necesariamente tiene que estar conectada a la fuente de energía. Pero si lo está, no hace nada más que alumbrar. No realiza ningún esfuerzo extra.
            Un cristiano es luz por el simple hecho de ser cristiano. Es decir, por el hecho de tener a Cristo morando en su vida. Su luz no depende de su esfuerzo personal. No alumbrará más brillantemente a medida que aumenta su esfuerzo de lograrlo. No es él el que brilla, sino Cristo en él. Porque Jesús dijo de sí mismo que él era la luz del mundo (Jn 8.12; 9.5).
            Lo que el cristiano tiene que cuidar es su conexión a Dios. Es decir, de estar conectado lo está, porque Cristo vive dentro de él. Es imposible no estar conectado. Pero podemos opacar la luz por nuestro descuido. En tu casa necesitas limpiar cada tanto las luces que tienes ahí, porque si no, se llena de tanto polvo y suciedad que su fuerza lumínica disminuye. O si hay un problema en los bornes de la batería del auto, empiezan a sulfatarse. Con el tiempo, esto llega a obstaculizar el flujo de energía eléctrica, y el vehículo empieza a fallar. Ese es el problema cuando no limpiamos nuestra vida de pecado, o cuando descuidamos nuestra conexión con Dios. En vez de pasar tiempo en la oración y en la meditación en la Palabra de Dios, dejamos que otras actividades e intereses ocupen más y más ese tiempo, y se va acumulando el sulfato en mi conexión con Dios. Es mi gran deseo para mí mismo y para toda la iglesia que este tiempo de encierro pueda servir para limpiar nuevamente nuestros “bornes espirituales”. Deseo que la energía divina pueda fluir otra vez sin obstáculos hacia nuestra vida.
            Esto es lo que Jesús describe en nuestro texto con “poner una lámpara bajo del almud” (o cajón). No tiene ningún sentido encender una luz y esconderla o taparla. No sé qué les pasa por la mente cuando abren una pieza que estuvo totalmente cerrada y encuentran que la luz adentro se quedó prendida desde hace muchas horas. A mí me molesta sumamente, porque es un gasto totalmente en vano, un desperdicio. Todo el costo de la energía eléctrica que requirió esa luz durante todo el tiempo que estuvo encendida es plata tirada, porque nadie aprovechó esa luz. ¿Será que Dios mirará a veces a alguno de sus hijos que vive bajo un cajón de pecado y de mal testimonio y pensará también que es un desperdicio de energía? ¿Un desperdicio de la muerte de su Hijo? Podrá decir: “¡Tanto costó redimirla a esta persona, y ahora lo echa a perder todo!” Espero que no sea el caso de ninguno de nosotros.
            En el texto paralelo del evangelio de Marcos dice Jesús: “¿Acaso se trae una lámpara para ponerla bajo un cajón o debajo de la cama? No, una lámpara se pone en alto, para que alumbre” (Mc 4.21 – DHH). Podríamos adaptar este versículo de la siguiente forma: “¿Acaso se convierte una persona para vivir en la clandestinidad o tapado por el pecado? No, se convierte para que viva su fe delante de la gente.” ¿Te describe esto? Si no, ¿qué deberías hacer al respecto?
            Jesús también dice en el versículo 16 de Mateo 5 que debemos vivir nuestro cristianismo a los ojos de todo el mundo. Sólo así nuestra luz tendrá sentido. Y el resultado de esto será que Dios es glorificado. La gente, cuando reciba los beneficios de nuestra luz espiritual, exaltará a Dios. ¿Nos parece injusto no recibir algo de alabanza también? Decime, cuando enciendes una luz, ¿te quedas mirándola? Normalmente no. El foco no está para ser mirado, sino para alumbrar. Si lo miras, sólo te llega a molestar. Su función no es captar la atención de la gente, sino iluminar el ambiente. También, la función del cristiano no es ser admirado, sino brindar luz y esperanza a la gente a su alrededor que vive en las tinieblas del pecado. Debe iluminar, no un estudio de televisión, sino el lugar en que vive, trabaja o estudia. ¿De qué manera práctica lo puedes hacer? Anotate dos o tres ideas que puedes llevar a cabo en esta semana. ¿Te animas a compartir con los demás tu decisión?


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