lunes, 18 de mayo de 2020

Control de calidad




            Hoy en día se gasta muchísimo dinero en la seguridad. En todos los ámbitos de la vida uno quiere sentirse seguro. Pero poco sirven todos estos gastos, si uno no se siente seguro dentro de sí mismo. La paz interior y la conciencia tranquila no tienen precio. La ausencia de este estado se nota ahora en tanta gente en este tiempo del coronavirus. A lo mejor tienen plata de sobra, pero se desesperan hasta el punto de enfermarse o desestabilizarse psicológicamente. ¿Cómo puede uno alcanzar esta tranquilidad interior? Les quiero mostrar hoy un camino sorprendente. Vamos a leer una parábola que encontramos en dos partes del Nuevo Testamento. Quiero leer la versión de Lucas. Leemos en Lucas 6.46-49:

»¿Por qué me llaman ustedes “Señor, Señor”, y no hacen lo que les mando hacer? Les voy a decir como quién es el que viene a mí, y oye mis palabras y las pone en práctica: Es como quien, al construir una casa, cava hondo y pone los cimientos sobre la roca. En caso de una inundación, si el río golpea con ímpetu la casa, no logra sacudirla porque está asentada sobre la roca. Pero el que oye mis palabras y no las pone en práctica, es como quien construye su casa sobre el suelo y no le pone cimientos. Si el río golpea con ímpetu la casa, la derrumba y la deja completamente en ruinas.»

            En el versículo 46, Jesús establece una diferencia entre lo que decimos y lo que hacemos. Y puede que ambas cosas no coinciden. Hablar es fácil, a veces demasiado fácil. Por eso mucha gente no mide sus palabras. Habla por hablar no más. Sus palabras sufren una gran inflación y ya no valen casi nada. Basta con mirar los comentarios en las redes sociales y vemos que la gente donde pone el ojo, pone el comentario. Y con sus comentarios revelan tan abiertamente la enorme ignorancia en la que viven y su vacío interior.
            Diferente es con el hacer. Normalmente el hacer requiere de muchísima más energía y fuerza de voluntad que el hablar. Yo puedo decir: “Voy a hacer un video.” Ya está. Es fácil decirlo. Pero hacerlo requiere acondicionar un lugar para eso; requiere preparar el contenido; requiere tener alguna noción de técnicas de filmación y de edición, etc. Son muchas horas lo que demanda hacer lo que se puede decir en 5 segundos. Por eso se ve generalmente tan poca acción a pesar de escuchar tantas palabras. Y no necesitamos señalar con el dedo a otros para culparlos de ser más charlatanes que cumplidores, yo hago eso, y haces eso.
            A esto se refiere Jesús. Él pregunta qué sentido tiene llamarlo “Señor”, si al final cada uno hace no más lo que le da la gana. “Señor” significa ser amo y dueño de toda mi vida; significa que yo soy su siervo, su esclavo; que he rendido toda mi voluntad a él para que él pueda tener pleno control y autoridad sobre mi vida. Si él realmente es mi Señor, entonces yo acataré plenamente sus instrucciones. Hacer mi propia voluntad es señal de que él no es mi Señor. Así que, no vale lo que yo manifiesto con mi boca, si mi actuar no lo respalda. Puedo hablar muy bonito, pero si mi estilo de vida no es tan bonito, ¿a cuál de los dos le vas a creer? Eso es lo que Dios ya le reclamó a su pueblo a través del profeta Isaías: “…este pueblo se acerca a mí con su boca y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí…” (Is 29.13). O a los fariseos Jesús los llamaba “sepulcros blanqueados” (Mt 23.27), porque hacia fuera tenían una pinta espectacular, pero en su corazón había muerte y podredumbre. Así que, vemos que, para Jesús, la esencia está en la obediencia a su palabra. Y sí, ¿para qué enseñaría luego si no quisiera que se obedezca su enseñanza?
            ¿Y qué problema hay con obedecer o no alguna instrucción de Dios? ¿Acaso me va a caer un rayo y fulminarme si una vez no obedezco? ¡Por supuesto que no! Aunque muchos tienen de Dios una imagen parecida al de un juez malhumorado que manda al infierno a cualquiera que falla en algún detalle. Pero si Dios fuera así, ni siquiera se hubiera molestado en mandar a Jesús para cargar todo nuestro pecado. Dios es santo y justo, pero también es misericordioso y perdonador. Y él no necesita castigarnos. Nosotros mismos lo hacemos al salirnos de su voluntad y al desligarnos de las bendiciones que conlleva la obediencia. A la larga, nosotros terminamos muy mal si desobedecemos, no porque él nos castigue, sino porque nosotros elegimos el camino de la destrucción.
            Para ilustrar el efecto a largo plazo que nuestra obediencia o desobediencia tienen para nosotros, Jesús usó la imagen —o la parábola— de dos constructores. A primera vista, ambos parecían ser idénticos. Incluso su obra no se distinguía la una de la otra. Pero, aun así, el final de ambos fue diametralmente opuesto uno al otro.
            Jesús dividió a sus oyentes en dos grupos. Ambos son miembros de su iglesia, es decir, son sus oyentes. Están sentados esparcidos por todo el templo, los dos cantan “Señor, Señor”, y los dos grupos se saludan con una sonrisa y un abrazo sincero (es que no había cuarentena todavía cuando eso…). Toda la congregación completa parece estar en perfecta armonía y paz, haciendo competencia uno con el otro en su amor al Señor. Pero debajo del nivel de lo visible al ojo humano había una pequeña diferencia que los hacía terminar en un extremo cada uno.
            El constructor de la primera imagen no se contenta no más con escuchar, sino hace también el gran esfuerzo de ponerlo en práctica. Este es un proceso duro de sudor, lágrimas, esfuerzo, corrección, nuevos intentos, reprensiones, palabras de aliento, caídas y levantadas, etc., que dura hasta el último respiro en este mundo. Es mucho más duro todavía como gastar una roca para poner ahí el cimiento para la casa que el constructor estaba proyectando. En el texto paralelo de Mateo, Jesús llama “prudente” a este constructor (Mt 7.24).
            El constructor de la segunda ilustración también llegó a escuchar y conocer la Palabra de Dios. Pero le pareció más cómodo no hacer gran cosa. Consideraba que calentar cada domingo su silla en la iglesia era ya suficiente esfuerzo. ¿Para qué gastar su valiosa energía, tratando de hacer algo en cuanto a la tarea del pastor para la semana? Más sabio consideraba su preocupación por “evitar la fatiga”, como diría cierto personaje televisivo. En un abrir y cerrar de ojos tenía una hermosa casa en un valle arenoso, rodeada por un hermoso jardín floreciente. Hace rato ya estaba disfrutando la cuarentena en su hamaca con su tereré al lado, mientras que el otro constructor ni siquiera había terminado todavía el fundamento. Este segundo hermanito lo observaba, y con pesar dijo del primero: “¡Qué tonto!” Sin embargo, a los ojos de Jesús, este segundo constructor era el tonto.
            ¿Por qué? Porque la calidad de su trabajo iba a ser puesta a prueba. Se armó una tormenta de aquellos, con vientos huracanados y lluvias torrenciales. Ambas casas se enfrentaron a la misma tormenta. Ambos constructores estaban tranquilos – al principio. De tanta lluvia se formó un raudal nunca antes visto en la zona. Como la tierra en ciertas regiones era arenosa, se produjo una zanja cada vez más honda y más ancha. El agua fue comiendo la tierra cada vez más cerca a la segunda casa, mientras hacía un rodeo alrededor de la primera, porque estaba sobre suelo rocoso. Del segundo constructor se apoderó la desesperación, y luego el pánico. Se dio cuenta del gravísimo error que había cometido al construir su casa, pero ya era tarde y, encima, estaba rodeado de agua sin posibilidad de refugiarse en una zona más elevada. Así que, tuvo que ver en primera fila cómo su obra de la vida fue tragada por el raudal, no quedando nada.
            ¿Y el otro constructor? Tras verificar varias veces la situación, vio que su casa estaba muy segura y que nada le podía suceder. Así que, estaba alegre en su casa con su familia, tomando mate y jugando con los hijos. Recién al amanecer del siguiente día, cuando el sol espantaba las últimas lluvias, se enteró de lo que le había pasado a su vecino. La obra de ambos había sido sometida a un control de calidad. Las dos tenían una pinta espectacular, pero una tenía fundamento seguro, la otra —¡había sido!— no tenía cimiento alguno – desde afuera imperceptible. Una obra fue aprobada, la otra rechazada.
            Pablo escribe a los corintios: “…nadie puede poner otro fundamento que el que ya está puesto, que es Jesucristo. Sobre este fundamento, uno puede construir con oro, plata y piedras preciosas, o con madera, paja y cañas; pero el trabajo de cada cual se verá claramente en el día del juicio; porque ese día vendrá con fuego, y el fuego probará la clase de trabajo que cada uno haya hecho” (1 Co 3.11-13 – DHH). La vida se encargará de hacerle un control de calidad a tu vida espiritual. No será necesario que nadie se levante como abogado acusador contra ti ni que Dios te mande algún juicio. Tú mismo sabrás de qué está hecha tu vida espiritual y con qué material has edificado sobre el fundamento que es Cristo. Tú verás si has construido sobre roca o si te conformaste con pinta, pero sin preocuparte por cimiento.
            ¿Quién tenía la culpa en esta parábola? ¿La tenía Jesús con su enseñanza? No, estaba perfecta. ¿Alguien sedujo al constructor con cálculos tentadores? ¿Alguien le proveyó de materiales de mala calidad? No, tampoco. No se registran otros personajes que hayan intervenido en el proceso. Era el constructor mismo que decidió deliberadamente no seguir las instrucciones recibidas por el Maestro de maestros. ¿Podía echarle la culpa a alguien? Podía, si quería, pero no le sirvió de nada. El daño estaba hecho, y en el control de calidad salió reprobado.
            ¿Con qué constructor te identificas más? Con toda seguridad no somos ninguno de los dos en todo tiempo. Hay muchas cosas que sí acertamos y otras no. ¿Pero cuál es nuestra inclinación? ¿Hacia dónde va nuestro máximo anhelo? Si buscamos con toda el alma obedecer a nuestro Señor, él verá ese esfuerzo. De todos modos, no podemos hacer nada por nosotros mismos, pero nuestra vida será diferente. Vamos a estar tranquilos y seguros. Quizás el control de calidad no se presentará como una tormenta violenta. Quizás son comentarios negativos de otros, quizás una tentación de llevarse algún objeto que no le pertenece, quizás nuestro vocabulario no se quiere quedar en los límites aceptables, etc. Cada uno es probado de una manera diferente. Pero son estos momentos de prueba que mostrarán si tenemos un cimiento o no. Aunque a veces nos resbalemos y quizás recibamos una marca de desaprobación en algún aspecto del control de calidad, el Señor nos fortalecerá más y más y nos pondrá firme sobre una roca.
            ¿Querés vivir de manera segura? Entonces obedece las instrucciones del Señor. Así no tendrás nada que esconder y podrás recibir con una sonrisa relajada a los que llegan a tu vida a hacerte un control de calidad.


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