lunes, 18 de mayo de 2020

El sembrador




            Cierta iglesia tuvo un nuevo pastor. Era conocido por sus muy buenas prédicas. Así que, el primer domingo que le tocó subir al púlpito, toda la congregación estaba con mucha expectativa por la prédica del pastor. Y realmente, era una exposición brillante, un deleite. Las expectativas altas de los hermanos habían sido superadas inclusive. Así que, para el próximo domingo más gente con aun mayores deseos de escuchar al pastor se juntaron en la iglesia. Cuando empezó la prédica, se miraron extrañados unos a otros: ¡era la misma prédica del domingo pasado! Era inusual encontrar eso, pero como de verdad era una prédica excepcional, valía la pena escucharla dos veces.
            Cuando la gente volvió al tercer domingo, ya no se miraron con sorpresa, sino ya con indignación: el pastor predicó por tercera vez el mismo sermón. Después del culto se abalanzaron sobre él y le preguntaron si eso era todo lo que sabía predicar. Y él contestó: “La Biblia está llena de tesoros que quisiera compartir con ustedes. Pero empiecen por fin a poner en práctica lo que les he predicado estos tres domingos, y ahí cambiaré de tema. ¿De qué me sirve predicar sobre otro pasaje si ni siquiera empezaron a vivir lo primero que les enseñé?”
            Sabias palabras de este pastor. ¿Pero qué tiene que ver esta historia con la parábola del sembrador que queremos estudiar en esta mañana? Leamos primero el texto en la versión de Mateo:

“Aquel día, Jesús salió de la casa y se sentó a la orilla del lago. Como mucha gente se le acercó, él se subió a una barca y se sentó, mientras que la gente se quedó en la playa. Entonces les habló por parábolas de muchas cosas. Les dijo: El sembrador salió a sembrar. Al sembrar, una parte de las semillas cayó junto al camino, y vinieron las aves y se la comieron. Otra parte cayó entre las piedras, donde no había mucha tierra, y pronto brotó, porque la tierra no era profunda; pero en cuanto salió el sol, se quemó y se secó, porque no tenía raíz. Otra parte cayó entre espinos, pero los espinos crecieron y la ahogaron. Pero una parte cayó en buena tierra, y rindió una cosecha de cien, sesenta, y hasta treinta semillas por una. El que tenga oídos para oír, que oiga.
Escuchen ahora lo que significa la parábola del sembrador: Cuando alguien oye la palabra del reino, y no la entiende, viene el maligno y le arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Ésta es la semilla sembrada junto al camino. El que oye la palabra es la semilla sembrada entre las piedras, que en ese momento la recibe con gozo, pero su gozo dura poco por tener poca raíz; al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, se malogra. La semilla sembrada entre espinos es el que oye la palabra, pero las preocupaciones de este mundo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, por lo que ésta no llega a dar fruto. Pero la semilla sembrada en buena tierra es el que oye la palabra y la entiende, y da fruto, y produce cien, sesenta, y treinta semillas por cada semilla sembrada” (Mt 13.1-9; 18-23 – RVC).

            Antes de entrar al texto en sí, esta parábola es un buen ejemplo para decir algo breve sobre cómo entender a las parábolas. Una parábola es un ejemplo o una ilustración tomada de la vida cotidiana para explicar una verdad espiritual. Normalmente, cada parábola tiene una sola verdad central. Los detalles que aparecen en ella sólo sirven para dibujar el contexto en el cual se presenta la verdad específica de la parábola. No se debe buscar una explicación a cada detalle – excepto si Jesús mismo la haya dado, como es el caso de esta ilustración del sembrador. Esto no más así entre paréntesis.
            En el texto leído, Mateo nos presenta el momento en el cual Jesús dio esta enseñanza. Él estaba junto al mar de Galilea, cuando la gente que lo seguía a todos lados se juntó alrededor de él. Jesús se subió entonces a un bote que estaba por ahí y se alejó un trecho de la costa. El lago era una especie de amplificador natural. Si alguna vez has estado a orillas de una laguna, te habrás dado cuenta que se puede escuchar con facilidad lo que hablan las personas que están al otro lado a cierta distancia. Esto se debe a leyes físicas. La superficie del agua refleja las ondas sonoras y las proyecta muy lejos. ¿Y cómo Jesús podía saber esto? Bueno, yo contesto: ¿Y cómo Jesús no iba a saberlo si él es el Creador de todo el universo? Él mismo creó esas leyes físicas, así que, sólo hizo uso de su propia creación.
            En esta parábola, Jesús presenta a un sembrador que va por el campo, esparciendo su semilla. Pero el resultado final de ese trabajo es muy diverso. Sólo una parte de la semilla sembrada da el resultado deseado. ¿Es culpa del sembrador? No, en absoluto. Él hace su trabajo de la mejor manera. ¿Será que parte de la semilla está en malas condiciones? Tampoco es el caso. Es semilla de la mejor calidad. ¿Dónde entonces está el problema? Está en el tipo de tierra o el lugar en el cual cayó la semilla.
            Como dije hace rato, cada parábola enseña un principio espiritual. Ese principio lo explicó Jesús a sus discípulos en privado. “El que siembra la semilla representa al que anuncia el mensaje”, nos explica el Evangelio de Marcos (Mc 4.14 – DHH), y Lucas agrega: “La semilla es la palabra de Dios” (Lc 8.11 – RVC). Muchas veces tenemos la impresión que el que siembra es el evangelista que llama a otros a la conversión a Cristo. Sin lugar a dudas incluye esto también, pero es mucho más. Cualquiera que esparce la Palabra de Dios es ese sembrador. Yo lo soy en este momento, tú lo eres muchas veces. Cada vez que enseñas a alguien un principio bíblico, compartes un versículo bíblico en tu estado, le hablas de Dios a un niño en la Escuela Dominical o en tu barrio, cada vez que vives los principios de la Palabra de Dios, tú estás sembrando. La respuesta que habrá a tu siembra ya no depende de ti, pero si no siembras, no es posible que haya fruto.
            ¿Qué puede suceder con esa semilla? Veamos la explicación de Jesús. El primer tipo de respuestas es comparado con el camino. “Las semillas que cayeron en el camino representan a los que oyen el mensaje del reino y no lo entienden. Entonces viene el maligno y arrebata la semilla que fue sembrada en el corazón” (Mt 13.19 – NTV). Con este tipo de personas no pasa nada. Sí escuchan el mensaje, pero parece ser otro idioma y, por lo tanto, no le dan ninguna importancia y lo olvidan tan pronto lo escuchan. Entra por un oído y sale por el otro. Y Jesús atribuye esto directamente al diablo. Claro, Satanás es el más interesado en que esta persona no entienda, así que, se encarga de eliminar todo rastro de la Palabra de Dios en la mente de esa persona.
            Luego tenemos el terreno pedregoso: “La semilla que cayó entre las piedras representa a los que oyen el mensaje y lo reciben con gusto, pero como no tienen suficiente raíz, no se mantienen firmes; cuando por causa del mensaje sufren pruebas o persecución, fallan” (Mt 13.20-21 – DHH). Estas son personas emocionales que fácilmente se entusiasman por cualquier cosa, pero también tan rápido se “desentusiasman”, si la cosa se pone fea. Cuando los demás les hacen bullying y se burlan de que ahora se está yendo a la iglesia, rápidamente ellos llegan a negar todo y, como Pedro, llegan a jurar nunca haber conocido a Cristo. Son personas que han visto algún beneficio en el mensaje que han escuchado, pero ese mensaje nunca se convirtió en convicción para ellos. Así que, ante cualquier obstáculo que se les pone en el camino, o si aparece algo que aparenta ser más conveniente, cambian de opinión y dejan al lado lo que habían escuchado.
            Luego hay un tercer grupo de personas, simbolizadas por el terreno espinoso: “Hay quien es como la semilla que cayó entre cardos: oye el mensaje, pero los problemas de la vida y el apego a las riquezas lo ahogan y no le dejan dar fruto” (Mt 13.22 – BLPH). Este grupo de personas también oye el mensaje y también les llama la atención. Tienen cierto interés y deciden intentar seguir las instrucciones. Son muy sinceros, pero tampoco convencidos. El lunes, al llegar al trabajo, ya les esperan problemas y preocupaciones. Y el mensaje del domingo queda totalmente en el olvido, ya que toda la concentración está dirigida a la solución de estos problemas. Cada tanto se acuerdan de sus buenas intenciones del domingo, y se proponen seriamente ponerlas en práctica ni bien tengan tiempo. Pero ese momento nunca llega. Sumado a las preocupaciones se presenta el afán por conseguir más dinero, quizás creyendo que de esa manera podrían solucionar todos sus problemas. Eso los hace trabajar 12 horas por día e incurrir en diversos ilícitos con el fin de obtener el dinero tan deseado. Y la semilla del domingo pasado queda totalmente enterrada y muerta. Nada cambia en la vida de esas personas.
            Lo que tienen estos tres grupos en común es que ninguno de ellos produce fruto alguno, que es en definitiva lo que interesa. Pero gracias a Dios hay todavía un cuarto grupo. Ese es muy diferente a los demás: “…el que fue sembrado en buena tierra es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta y a treinta por uno” (Mt 13.23 – RV95). Menos mal que hay ese grupo también. Ellos oyen el mensaje, pero algo cambia aquí: lo entienden. Esto no se refiere a una actividad intelectual, porque los anteriores también entendieron y tuvieron las mejores intenciones de llevarlo a la práctica. Este cuarto grupo entiende con el corazón. El mensaje cala profundamente en ellos, y captan la verdad espiritual que produce en ellos alguna transformación. Y la consecuencia, o el fruto, que esto produce es súper abundante. Fíjense que no dice que produjeron fruto al 30, 60 o 100 por ciento, sino por uno. Cada grano producía entre 30 y 100 otros granos, como lo traducen también otras versiones: “…dieron cien, sesenta o treinta granos por semilla” (DHH).
            Todos nosotros somos a la vez sembradores y también campos que reciben la semilla. La gran pregunta ahora es a qué tipo de terreno pertenecemos. Lo más probable es que no siempre estemos en un solo grupo. A veces damos buen fruto, otras veces este no llega ni al 30 por uno, y en ocasiones también podemos ser bastante pedregosos y espinosos. Pero estamos ahí en la lucha. A lo que debemos poner mucha atención y cuidarnos es a no ser olvidadizos. Tener un bloc de notas al leer la Biblia o al escuchar una prédica es una costumbre muy buena. Así podemos repasar los puntos principales o anotarnos algunas ideas que nos han llegado. ¿Lo tienes ahora ahí contigo? Vamos a hacer una prueba: ¿cuánto te acuerdas de cualquiera de las prédicas de los últimos 4 domingos? ¿Entendiste lo que escuchaste en esas prédicas? ¿Y cuánto de eso has puesto en práctica? ¿Ya se ven los brotes de la planta que dará el fruto? ¿Qué cambios prácticos puedes implementar para oír, entender y dar fruto? ¿O necesites que se repita la prédica por tercera vez?


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