¡Qué temón el que nos toca hoy! El
domingo pasado escuchamos que Jesús no había venido para anular la ley del
Antiguo Testamento sino a cumplir su demanda y a enseñar la verdadera
interpretación de ella. Los fariseos enseñaban una observación fría y legalista
de la letra de la ley. Pero Jesús le dio un significado mucho más profundo,
yéndose al corazón mismo del ser humano. Todas las leyes del Antiguo Testamento
tenían como objetivo la santidad del pueblo delante de Dios. Esto no se logra
con la mera obediencia fría, legalista y con actos externos, sino con un
corazón enfocado en Dios y entregado a él. Las leyes no tenían el propósito de
esclavizar al ser humano, como lo enseñaban los fariseos, sino a ayudarle a
vivir según la voluntad de Dios. En este Sermón del Monte, Jesús cita 6 mandamientos
de la ley del Antiguo Testamento, para luego mostrar su verdadero significado y
darle su interpretación correcta. Todos estos ejemplos emplean la fórmula:
“Oyeron que se les dijo a los antepasados…, …pero yo les digo…” Lo que fue
dicho a los antepasados se refiere a la ley que se enseñaba al pueblo desde el
tiempo de Moisés. Y lo que Jesús vino a enseñar ahora no era que esto ya no
valía más, sino, más bien, qué tenía Dios en mente al dar estos mandamientos.
Ya vimos el domingo pasado el primer ejemplo: la prohibición de matar a
alguien. Y lo que Jesús indicó es que esto no es meramente el acto mismo de quitarle
la vida a otra persona. Esto es, más bien, el último paso irreversible de un
proceso que se inició mucho antes ya en el corazón del ser humano al permitir
que se alojen en él pensamientos de enojo y de odio.
Así es también con los dos ejemplos
que veremos hoy. Llegamos ahora a un texto muy desafiante y de mucha
controversia entre los cristianos. Nos sujetamos a la gracia de Dios para que,
a través de su Espíritu Santo, pueda abrirnos la mente y el corazón para
entender algo más de su voluntad para sus hijos.
F Mt 5.27-32
El siguiente ejemplo de una justicia
superior a la enseñada por los fariseos se refiere al adulterio. Jesús cita una
parte de los 10 Mandamientos que prohíbe precisamente el adulterio. Como él
había dicho que no venía para anular la ley, él no desactiva este mandamiento.
Más bien lo refuerza mucho más todavía, como veremos en seguida.
Toda la Biblia pone mucho énfasis en
la santidad de las relaciones en pareja. Aquí habla del adulterio, que se
refiere a actos sexuales entre dos personas, de las cuales por lo menos una es
casada. Pero podríamos agregar aquí también la fornicación, que se refiere a
actos sexuales entre solteros. Aunque Jesús no lo mencione aquí, la Biblia
condena la fornicación de la misma manera que el adulterio. Sean encuentros
sexuales casuales o vivir en concubinato, todas son situaciones que prohíbe la
Biblia. Sobre estas relaciones no está la bendición de Dios. Más bien, la
Biblia exhorta a tales personas a arrepentirse, a apartarse de este
comportamiento y a ordenar su vida. La única intimidad aprobada por Dios y que
cuenta con su total bendición es la que ocurre dentro del matrimonio. Nada más.
Hasta este punto, la enseñanza de
Jesús no se diferenciaba en nada de la de los fariseos. Ellos también
rechazaban el adulterio. Pero luego Jesús va mucho más profundo e indica dónde
se origina todo esto. Cuando dos personas no casadas ya están “entrando en
calor” con claras intenciones de consumar un acto sexual es casi imposible ya
ponerle un freno. Pero si uno presta atención a todo el proceso previo que
empieza en el corazón humano y con señales claras de estar en un camino
peligroso cuesta abajo, sí tiene todavía la posibilidad de reaccionar y salirse
a tiempo de este camino a la destrucción. En el caso del hombre, este proceso
fácilmente puede iniciarse al mirar lo que no debe mirar: “…cualquiera que mira con deseo a una mujer” [“con pasión sexual” –
NTV; de “acostarse con ella” – NBD; “excitando su deseo por ella” – NBE], “ya cometió adulterio con ella en su
corazón” (v. 28 – DHH). Esto no se refiere a ver a una mujer, sino a mirarla
con intenciones muy claras y específicas. Si a esto se agregan otros factores
como problemas en el matrimonio propio; necesidades emocionales y/o sexuales no
satisfechas; publicidad sugestiva; programas, revistas o páginas pornográficas,
entonces el camino al desastre se vuelve cada vez más empinado. El adulterio
empieza mucho antes de la cama ajena. Sin embargo, en este punto es posible
todavía —con la ayuda de Dios— obtener nuevamente el control sobre su mente y
alcanzar la victoria. Pero si uno les deja espacio a pensamientos lujuriosos,
quizás la infidelidad sea cuestión de oportunidad no más ya. Por eso hay que
poner un candado férreo a sus propios pensamientos y fantasías. Jesús lo
expresa en términos de extirpar ojo o mano si estos llegaran a ser instrumentos
del pecado. Por supuesto que no significa hacerlo en forma literal, sino Jesús ilustra
de esta manera la necesidad de una firme decisión de llegar hasta los sacrificios
más extremos, si fuese necesario, con tal de no manchar nuestra integridad y
santidad. ¿Identificas algo en tu vida que debes sacrificar radicalmente para
que no te siga llevando a pecar una y otra vez? ¿Hay algo que es un peligro o
una amenaza constante a tu deseo de vivir consagrado al Señor? En este caso,
huir no es cobardía, sino, más bien, valentía por el propósito de resguardar la
santidad. Lucha con todas tus fuerzas y con todo el poder de Dios por tu
integridad y santidad.
Claramente Jesús habla aquí de los
hombres que incentivan su fantasía sexual con observar a una mujer provocativa,
porque los hombres se excitan por medio de la vista. La mayor cantidad de la
inmensa industria de la pornografía es consumida por hombres. Gran parte de la
publicidad visual está dirigida a los hombres para estimular su vista y
conducirlos a un gasto impulsivo y descontrolado. Y, por favor, hermanas, no
nos metan en tentación vistiendo escotes pronunciados o faldas muy cortas. Por
más que seamos pecadores redimidos, seguimos siendo hombres que hemos sido
programados por Dios para que la vista nos estimule. Si quieres estimular a tu
esposo, tienes un recurso poderosísimo en tu cuerpo. Pero es para tu esposo, no
para los demás hermanos de la iglesia. Ten mucho cuidado con eso.
Si el camino a la infidelidad puede
iniciarse en el hombre con mirar lo
que no debería mirar, en el caso de las mujeres quizás es oír lo que no debería oír, como palabras seductoras de otro hombre
con sus elogios exagerados o lisonjas, promesas del oro y del moro, etc. En
fin, tener ojos y oídos exclusivamente para el cónyuge y, a la inversa, brindar
generosamente lo que necesitan los ojos y oídos del cónyuge son las maneras más
efectivas de protegerse del adulterio. Quien tiene todo lo que necesita en su
propio matrimonio, no pensará en buscar algo fuera de él.
Luego, Jesús pasa a hablar del
divorcio. Él cita parte de la ley del Antiguo Testamento en la que Moisés
ordena al hombre entregar un acta de divorcio a su esposa en caso de una
separación. Encontramos esta indicación en Deuteronomio 24.1: “Cuando alguien tome una mujer y se case con
ella, si después no le agrada por haber hallado en ella alguna cosa indecente,
le escribirá una carta de divorcio, se la entregará personalmente, y la
despedirá de su casa” (RVC). Entre los fariseos se había producido una división
en dos bandos respecto a qué significaba en este versículo “alguna cosa
indecente”. Había entre los fariseos seguidores del rabino Shammay que
interpretaba esta frase como refiriéndose única y exclusivamente al adulterio.
El divorcio podría darse en el único caso en que la mujer había sido
descubierta en infidelidad. Por otro lado, había el bando mucho mayor del
rabino Hillel que interpretaban que esta indicación de “alguna cosa indecente”
se refería a cualquier cosa. Según ellos, bastaba que la mujer quemara la
comida para que el hombre pueda divorciarse de ella. Este es el contexto de la
consulta de los fariseos a Jesús respecto a este tema (Mateo 19). Ellos
plantearon esta situación con una intensión evidente de ponerle una trampa a
Jesús (Mt 19.3). Pero también era una pregunta seria para ellos con la que se
enfrentaban una y otra vez.
Tanto en nuestro texto en el
capítulo 5 como en su respuesta a los fariseos en el capítulo 19, Jesús
establece el ideal de Dios. La voluntad de Dios nunca fue ni será el divorcio.
Su único plan y voluntad para el ser humano es, en caso de vivir en pareja, el
matrimonio entre un hombre y una mujer de por vida. Ninguna otra opción es
válida ante él. La única excepción que Jesús parece admitir es en caso de fornicación. Y aquí se dividen las
interpretaciones de los teólogos en cuanto a qué significa “fornicación” en
este texto. Muchos lo interpretan en sentido físico de infidelidad o adulterio.
Otros lo entienden como una infidelidad en el tiempo previo al matrimonio cuando ya estaban comprometidos para casarse,
pero cuando no se había celebrado todavía la boda. Es en este tiempo que se
podría hablar todavía de “fornicación”, porque la infidelidad después de la boda ya sería adulterio, y
el adulterio era castigado en el Antiguo Testamento con la muerte de ambos
adúlteros (Lv 20.10). Y una tercera interpretación es que Jesús se refiere a
matrimonios prohibidos por la ley. Sería una especie de adulterio espiritual. O
sea, nos movemos aquí en un terreno que no es tan claro como muchas veces
suponemos. Sea como sea, el texto no nos faculta como iglesia de sugerir el
divorcio a alguien que haya sido engañado por su cónyuge. Nuestros esfuerzos
como iglesia siempre serán buscando la restauración de la relación, no
promoviendo el divorcio. Pero de que suceden divorcios, suceden, ¡y demasiadas
veces! También en la iglesia. Y es nuestro deber como iglesia acompañar a
personas que pasan por esta situación, darles contención y buscar juntos la
voluntad de Dios para su vida.
Lo que podemos ver muy claramente en
estos textos es que nada, ni siquiera un divorcio, anula el pacto que se
estableció entre el hombre y la mujer en el momento de su boda. Jesús indica “que el hombre no debe separar lo que Dios
ha unido” (Mt 19.6 – DHH), lo que vendría a ser sinónimo de la fórmula
“hasta que la muerte los separe” que hoy usamos en las bodas. Y, efectivamente,
la Biblia enseña —aunque sin decirlo en estas palabras— que únicamente la
muerte puede disolver el pacto matrimonial. Nada más. Ni siquiera el divorcio.
Pablo escribe a los corintios: “La mujer
casada está ligada a su esposo mientras
éste vive; pero si el esposo muere, ella queda libre para casarse con quien
quiera, con tal de que sea un creyente” (1 Co 7.39 – DHH). Es por esta
razón que Jesús, ante la pregunta de los fariseos, dirige la mirada de ellos hacia
el ideal original de Dios: “…el hombre
dejará a su padre y a su madre para unirse a su esposa, y los dos serán como
una sola persona. … De modo que el hombre no debe separar lo que Dios ha unido”
(Mt 19.5-6 – DHH).
Esta respuesta perturbó más todavía
a los fariseos. No entendían por qué entonces Moisés haya ordenado el divorcio
y el darle a la esposa el certificado correspondiente (Mt 19.7). Y ahí Jesús
les respondió: “No, no. No me cambien las palabras. Moisés jamás lo ordenó. “Moisés permitió el divorcio
sólo como una concesión ante la dureza del corazón de ustedes, pero no fue la
intención original de Dios” (Mt 19.8 – NTV). Como el pecado destruye todo —también
el matrimonio— el divorcio era una realidad también en el pueblo de Dios, así
como la mentira, el robo o el asesinato eran una realidad, que también nunca
han sido la intención original de Dios. Entonces, Moisés tuvo que buscar una
forma de cómo poder lidiar lo mejor posible con esa realidad, indeseada pero
presente. La “Nueva Biblia al Día” traduce este versículo: “Moisés se vio obligado a reglamentar el divorcio por la dureza y la perversidad
de su pueblo, pero Dios nunca ha querido que sea así.”
¿Qué implicó esta reglamentación? En
el pueblo judío, la mujer en todo tiempo dependía de un hombre. En su infancia
y juventud dependía de su padre, y como mujer casada de su esposo. Por la forma
en que estaba organizada la sociedad hebrea del Antiguo Testamento eran muy
escasas las posibilidades de supervivencia de una mujer sin un hombre que
velaba por ella. Si entonces un hombre echaba a su esposa de la casa y se
divorciaba de ella, la condenaba prácticamente a la muerte. La quizás única
opción de supervivencia que ella tenía era volverse prostituta. Entonces, para
proteger a la mujer divorciada, Moisés ordenó que el marido le entregara un certificado
de divorcio. Con este documento en mano, ella podía casarse con otro hombre sin
ser acusada de adulterio. La obligación del acta de divorcio era la salvación
de la mujer en el caso de que su marido anulaba su matrimonio. Era el mal menor
en una situación que seguía no siendo la voluntad de Dios.
Quizás, dentro de las diferentes
interpretaciones de los pastores y teólogos de los textos bíblicos que hablan
de este asunto, la oposición de Dios al divorcio es todavía una postura
unánimemente aceptada y reconocida por todos. No hay mucha vuelta que se le
pueda dar. Sin embargo, si el adulterio de uno de los dos habilita a la parte
“inocente” de iniciar el proceso de divorcio, y si, en caso del divorcio a
pesar de todo intento de restaurar la relación matrimonial, se admite el recasamiento,
no hay unanimidad de opiniones porque la Biblia no es específica en cuanto a
esto. La Biblia no lo reglamenta porque es imposible establecer una “fórmula” válida
para todos los casos. Cada situación es tan diferente uno del otro que es
imposible ponerlos a todas bajo un mismo modo de proceder. Se requiere en cada
caso la intensa búsqueda de la guía de Dios. Él consideró a su iglesia lo suficientemente
capaz de encontrar un camino en cada caso, bajo la guía y orientación de su
Espíritu Santo. Ningún pecado es su voluntad, pero él nos enseña a enfrentar el
pecado y a buscar para el futuro una vida conforme a sus principios. Incluso,
él se puede valer hasta de nuestro pecado para producir en nosotros algo
hermoso para honra y gloria de él. Si bien no hay una indicación clara y
específica para cada caso, tengo mis propias convicciones basadas sobre cómo yo
interpreto en este momento la enseñanza de la Biblia sobre este tema. Es muy
posible que alguien de ustedes tenga otra interpretación, y es admisible
tenerla ya que la Biblia —vuelvo a decir— no es muy específica en ciertos
detalles. Pero, lo que compartiré en seguida, es lo que en este momento yo creo
al respecto. Y habrá otros entre ustedes que quizás no tengan todavía una opinión
clara al respecto. Quizás les sirve mi postura para poder encontrar la suya. Yo
creo lo siguiente:
1.)
Como ya dijimos, la Biblia nos enseña el ideal de Dios, que es el matrimonio.
Todos nuestros esfuerzos como iglesia estarán dirigidos a fomentar ese ideal.
2.)
El divorcio y recasamiento no corresponden a la voluntad de Dios.
3.)
A pesar de esto, el divorcio es admitido como mal menor y última medida en caso
de fornicación (relación sexual ilícita de uno de los cónyuges). Pero aun en
caso de fornicación, el esfuerzo primordial siempre será el perdón y la
restauración del matrimonio.
4.)
En mi interpretación de la Biblia no encuentro en ningún lugar una aprobación clara
de segundas nupcias para los divorciados. Por lo tanto, basándome en la Palabra
de Dios, no puedo alentar el recasamiento de una persona divorciada.
5.)
Sin embargo, a causa del pecado, la realidad de la vida humana no coincide con
el ideal. Tristemente, el divorcio y también el recasamiento suceden demasiado
frecuentemente a nuestro alrededor. Pero la Biblia no los identifica como pecados
imperdonables. La gracia de Dios cubre también estas acciones. Y esto debe ser
un enorme aliento para personas que están en esta condición.
6.)
Como iglesia debemos esforzarnos por tratar a personas divorciadas o vueltos a
casar con amor, ternura y contención. Rechazamos toda manifestación de juicio
contra ellos. Jamás debemos aumentar el sufrimiento que estas personas de por
sí experimentan, sino, más bien, contenerlos con amor.
7.)
Nuestro compromiso de amor con las personas divorciadas nos lleva a
acompañarlos en la búsqueda de la voluntad de Dios para su futuro. Dios tiene
pensamientos de bienestar para ellos. Queremos ayudarles a dejar atrás el
pecado y extenderse a alcanzar estos planes maravillosos de Dios, quien es
capaz de convertir aun el pecado del pasado en una bendición para el futuro.
8.)
Entendemos que la Biblia no nos habilita a apoyar el recasamiento, pero tampoco
lo prohíbe expresamente. Por lo tanto, si personas divorciadas han tomado ante
el Señor la decisión de casarse, entendiendo que así él los está guiando,
entonces no podemos oponernos a este paso. Es decir, la iglesia no tiene la
facultad de ser juez y dictaminar si una pareja de divorciados puede casarse o
no, sino su papel es el acompañamiento de la pareja en la búsqueda de la
voluntad de Dios para su vida de aquí para delante.
9.)
Sin embargo, considerando que la Biblia no apoya expresamente el recasamiento,
yo como pastor no realizaré bodas de parejas en la que uno o ambos sean
personas divorciadas. Tampoco recomiendo que tales ceremonias se realicen
dentro de la propiedad de la iglesia. No podemos enseñar la oposición de Dios
al divorcio y recasamiento, pero celebrar segundas nupcias de personas
divorciadas. Sería una contradicción y una pérdida de testimonio como iglesia.
Lo
que nos enseña nuestro texto de hoy, entonces, es que Dios desea para sus hijos
una vida en santidad también en el área sexual. Por lo tanto, él rechaza la
fornicación, el concubinato, el divorcio o cualquier otra desviación sexual
como la homosexualidad, por ejemplo. Si él rechaza estas prácticas, nosotros
también debemos hacerlo. Pero, ¡gracias a Dios que él mandó a su hijo a morir
por todos nuestros pecados, incluyendo los desórdenes sexuales! Por lo tanto,
todos debemos relacionarnos con amor con los que viven en prácticas sexuales
fuera de la voluntad de Dios, como también esperamos ser tratados con amor por
los demás en nuestras prácticas fuera
de la voluntad de Dios. Mutuamente nos alentaremos a buscar a Dios, a honrarlo
con nuestras vidas y a buscar traer la luz de su verdad a nuestras vidas para
ordenarlas según los principios de la Palabra de Dios. Y su poder obrará una
transformación de la vida de todo aquel que se entrega incondicionalmente a él.
Si nunca lo has hecho, o si te das cuenta que te desviaste del ideal de Dios y
necesitas volver a consagrarte a él, haz conmigo esta oración: “Señor Jesús,
reconozco que me he desviado de tu voluntad. Necesito de tu perdón y tu
restauración. Entra a mi vida y empieza a ordenar el caos que he producido por
mi desobediencia. Confío que, por más enredada que esté mi situación, tú podrás
resolver todo paso a paso. Te doy el control de mi vida para que tú hagas de
ella algo para tu honra y gloria. Gracias por tu infinito amor y misericordia. Te
quiero servir y adorar por el resto de mi vida.”