sábado, 14 de marzo de 2020

Ver para creer









            Si hoy viniera alguien totalmente desconocido para todos, se presentara delante de nosotros y diría: “Yo soy cristiano.”, ¿le creerían? Si no, ¿qué debería suceder para que estén completamente seguros? Probablemente tendríamos que conocerlo más, observar su conducta, escuchar su testimonio, etc. Es decir, deberíamos poder ver para creer.
            Esta frase —ver para creer— viene del discípulo Tomás que dijo que, si no veía las marcas de la crucifixión en el cuerpo del Jesús supuestamente resucitado, no creería que sea él (Jn 20.25). Es la expresión de la incredulidad, de la falta de fe. Sin embargo, Jesús nos animó a algo similar. Él nos instruyó en el Sermón del Monte a examinar los frutos de una persona, las huellas que va dejando, para hacerse una imagen de si se trata de un cristiano verdadero o de un falso profeta (Mt 7.15-20). Ver para creer.
            El apóstol Juan nos dio indicaciones muy similares. Él escribió en una carta que analizaremos próximamente: “Amados, no crean a todo espíritu, sino pongan a prueba los espíritus, para ver si son de Dios. Porque muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1 Jn 4.1 – RVC). Necesariamente necesitamos ver para poder creerle a alguien que se presenta como cristiano.
            Hasta ahí creo que todos estaríamos de acuerdo. Es más, reforzaría nuestra desconfianza ya casi natural que solemos tener a todo(s) lo(s) desconocido(s). Pero hay todavía otro aspecto incluido en este “ver para creer”. Y ese aspecto nos ilustrará Pablo en el segundo capítulo de su carta a su colaborador Tito.

            FTito 2.1-15

            Ya en el capítulo anterior habíamos visto hace 15 días atrás que Pablo hace mucho énfasis en la sana doctrina. Él terminó el capítulo 1 hablando de personas que creían y enseñaban cualquier cosa, y para quienes todo era bien o era mal, según el anteojo con que miraban. Y concluyó diciendo: “Dicen conocer a Dios, pero con sus hechos lo niegan; son odiosos y rebeldes, incapaces de ninguna obra buena” (Tito 1.16 – DHH). No había congruencia entre lo que decían y lo que hacían. Por eso, al empezar el capítulo 2, Pablo señaló la diferencia que Tito debía marcar con su enseñanza: “Pero tú habla de lo que vaya de acuerdo con la sana doctrina” (Tito 2.1 – RVC). Los siguientes versículos, prácticamente el resto de la carta, serán una explicación de qué Pablo entiende por “sana doctrina”. Antes de entrar en esos detalles, ¿qué entenderíamos nosotros por “sana doctrina”? Si alguien me pidiera hacer una recopilación de la “sana doctrina”, quizás lo más breve y resumido que yo podría señalar o elaborar sería un tipo de credo: “Creemos que la Biblia es la Palabra de Dios … Creemos en un Dios, Creador de todas las cosas…” O si no, empezaría a revisar los libros de teología sistemática para elaborar un documento de 200 páginas de lo que me parecería ser las doctrinas más importantes de la Biblia. Pero, ¿es eso lo que está haciendo Pablo aquí? ¿Es esa su “sana doctrina”? Leemos en el versículo 2: “Enseña a los hombres mayores a ejercitar el control propio, a ser dignos de respeto y a vivir sabiamente. Deben tener una fe sólida y estar llenos de amor y paciencia” (NTV). ¿Encontramos aquí algo que se parezca a un credo o a un libraco de Teología Sistemática? ¡No, en absoluto! Para Pablo, la sana doctrina, la fe, la vida cristiana no es algo teórico, sino es un estilo de vida. La fe se debe evidenciar en la forma de vida de la persona. Claro, para que una persona pueda vivir correctamente, es necesario enseñarle los principios básicos. Por eso, Pablo le exhorta a Tito a enseñar correctamente. Pero la fe no es algo teórico que se puede captar con la mente, sino es algo práctico que se debe poder captar con el ojo. Santiago lo describe así: “…así como un cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe que no produce obras está muerta” (Stg 2.26 – BLA). Santiago no niega la salvación por la fe. Eso es categórico: no se puede salvar haciendo el bien. Pero si esa fe no resulta en un cambio de conducta, uno puede tener serias dudas acerca de la supuesta fe de esa persona. Si dices ser cristiano, pero sigues viviendo exactamente igual que antes, entonces algo anda mal.
            Dios no nos salva sólo por salvarnos. Porque en tal caso, a todo el que acepta a Cristo como Señor y Salvador, él podría matarlo al instante para llevarlo a su presencia y disfrutar de un hijo más en el cielo. Él nos salva con el propósito de que vivamos aquí en este mundo y seamos un testimonio ambulante del poder transformador de Dios. Porque los demás también deben poder ver para creer. Esto lo dijo Pablo claramente en el versículo 14 de este capítulo: “…él [Jesús] se entregó a la muerte por nosotros para liberarnos de toda maldad y limpiarnos de todo pecado … para que seamos su propio pueblo, ocupado siempre en hacer buenas obras” (PDT). También en su carta a los efesios, Pablo deja bien en claro que somos salvos por la fe y no por obras, pero también que “…Dios … nos ha creado en Cristo Jesús para que hagamos buenas obras” (Ef 2.10 – DHH). Si tú le presentas a los demás pura teoría acerca de un Dios todopoderoso, probablemente la mayoría no prestaría la menor atención. O podría contraargumentarte y refutar tus teorías con facilidad. Pero si tú les presentas una vida cambiada, nadie te lo puede negar porque es evidente. Las obras muestran hacia fuera lo que ha sucedido en nuestro interior. Así, los demás también pueden llegar a creer después de haber visto. No sólo tú necesitas ver para creer; los demás también necesitan poder ver en ti señales de la presencia de Dios para poder creer en ese Dios.
            ¿Qué es entonces lo que ellos deben poder ver? ¿De qué manera se expresará nuestra fe de manera correcta? Eso es lo que Pablo describe aquí. En el capítulo anterior, él puso exigencias muy altas para los pastores, ahora él habla de otros grupos de la iglesia, de modo que nadie “se salva”; nadie puede decir: “puedo vivir como me dé la gana, ya que a mí no me habló.”
            El primer grupo son los ancianos (por ahora todavía me salvé…). De ellos dice que demostrarán su fe siendo sobrios (v. 2). Esto no se refiere tanto a no estar borrachos, sino sobrio en su manera de pensar. Otras formas de traducir son: ser serios, juiciosos, moderados, estar alertas. Es decir, deben tener una mente fría y equilibrada. No les queda a los ancianos andar de una locura a la otra, como se podría ver por ejemplo en personas jóvenes. Deben ser emocional y mentalmente maduros, equilibrados. También dice que deben ser prudentes y respetables. Todo es expresión de una persona madura y equilibrada que controla bien sus reacciones.
            También deben ser sanos en la fe, en el amor y en la paciencia. Es decir, también espiritualmente deben ser personas maduras y equilibradas que no se dejan entusiasmar por cualquier nueva doctrina que aparezca por ahí. Saben lo que creen y son fieles a ello.
            Luego, Pablo da una descripción del estilo de vida de las ancianas. En esta iglesia no tenemos ancianos ni ancianas, sólo jóvenes con mayor acumulación de experiencia… Pero todos tenemos a nuestro lado a personas más jóvenes que nosotros, y debemos serles un ejemplo a los que nos siguen para que ellos puedan ver para creer.
            De las ancianas dice Pablo que deben ser reverentes. Eso quiere decir que sean respetuosas, dándole honor tanto a Dios como también al prójimo. No es alguien egoísta que quiere imponerse en todo momento, sino una persona que le da a cada uno su lugar debido.
            Además, deben ser personas que no son calumniadoras ni chismosas. Ambas descripciones tienen que ver con el uso de la lengua. Sabemos que las mujeres por naturaleza hablan más que los hombres. Dios las ha hecho así. Pero esa misma característica conlleva también un peligro si no es puesta bajo el control del Espíritu Santo. La calumnia y los chismes son comentarios de más que se hace acerca de otras personas y que pueden resultar ser sumamente dañinas. Así que, antes de abrir la boca para comentar algo acerca de una tercera persona, pregúntenle al Espíritu Santo si él aprueba que digan lo que están a punto de decir.
            Interesante es también que Pablo indica que las ancianas no deben ser “esclavas del vino” (v. 3). No creo que esto sea un problema o una tentación exclusiva de las mujeres mayores, sino para cualquier persona joven o adulta. A los efesios, Pablo escribió: “No se emborrachen con vino, que lleva al desenfreno…” (Ef 5.18 – NVI); “porque así echarán a perder su vida” (PDT); “los hace perder el control” (Kadosh); “el vino lleva al libertinaje” (BLA). Una vez más, Pablo busca una vida que demuestre estar bajo el control del Espíritu Santo. Eso hará que los demás vean y crean que efectivamente Dios obra en ellos.
            Estas mujeres mayores tienen también el deber de enseñar con su ejemplo a las más jóvenes a tener un estilo de vida acorde a los principios bíblicos. Por un lado, esta frase indica una responsabilidad de las mujeres ancianas. Pero por otro, señala lo que las mujeres más jóvenes deben hacer o deben poder incluir en su estilo de vida. Lo primero que deben aprender las mujeres más jóvenes es amar a los esposos y los hijos. Como las mujeres mayores ya han pasado por mil y una, ya han aprendido que el mundo no se acaba con la primera pelea conyugal o con la primera explosión de rebeldía del hijo adolescentes. Estos momentos, que son sumamente estresantes y desgastantes para las mujeres inexperimentadas, son oportunidades para las mujeres mayores para acompañar a las más jóvenes y fortalecer su fe para que puedan mirar más allá del aquí y el ahora. Así las más jóvenes no se hunden en la desesperación, haciendo que la desgracia final sea mayor que el problema original.
            También las mujeres jóvenes deben “…ser juiciosas, puras, cuidadosas del hogar, bondadosas y sujetas a sus esposos” (v. 5 – DHH). Todas son características de una persona que sabe ubicarse, que sabe pensar, y que sabe hacer lo correcto; es decir, una persona equilibrada, sujeta al Espíritu Santo, y un ejemplo en su conducta dentro y fuera de la casa.
            Luego les toca el turno a los varones jóvenes. Para ellos también encontramos un abanico de recomendaciones, según las diferentes traducciones de la Biblia: deben ser prudentes, tener buen juicio, tener dominio propio, ser responsables, ser equilibrados, ser moderados, pensar con sensatez, ser juiciosos, vivir sabiamente, ser respetuosos y controlar sus malos deseos. Todo esto encontramos en las diferentes traducciones del versículo 6. Por lo visto ha usado Pablo un verbo de difícil traducción o de un contenido muy rico en acepciones en el original. Pero todo apunta otra vez a un estilo de vida equilibrado, prudente, sin andar en macanas. Deben asentar cabeza y dejar atrás las locuras de la adolescencia. En todo esto, Tito debía serles un ejemplo. Y para lograrlo, su enseñanza debía ser íntegro. Es decir, lo que él enseñaba en palabras, ellos lo debían ver ejemplificado en su vida diaria. Algo parecido le había escrito Pablo también a su otro colaborador joven, Timoteo: “Que nadie te menosprecie por ser joven. Al contrario, que tu palabra, tu conducta, tu amor, tu fe y tu limpio proceder te conviertan en modelo para los creyentes” (1 Ti 4.12 – BLPH). ¿Te considerarías un ejemplo, un modelo, para los demás? ¿Desearías que lleguen a ser como tú? A esto te desafía este texto.
            Esta enseñanza de Tito, tanto en palabras como en estilo de vida, debía ser tan claro e irreprochable, para que ninguna persona malintencionada pueda tener de qué acusarle. Ya lo mencioné la vez pasada: esto fue precisamente lo que sucedió en la vida de Daniel. Dice la Biblia: “…como Daniel era un hombre honrado, no le encontraron ninguna falta; por lo tanto no pudieron presentar ningún cargo contra él. Sin embargo, siguieron pensando en el asunto, y dijeron: «No encontraremos ningún motivo para acusar a Daniel, a no ser algo que tenga que ver con su religión» (Dn 6.4-5 – DHH). Si los que desean tu mal tienen que inventarse cualquier historia para poder hablar mal de ti, entonces estás en buen camino, estás viviendo la “sana doctrina”. Entonces estás cumpliendo la última bienaventuranza de Jesús en el Sermón del Monto: “Dichosos ustedes, cuando la gente los insulte y los maltrate, y cuando por causa mía los ataquen con toda clase de mentiras” (Mt 5.11 – DHH).
            Y el último grupo al que se refiere Pablo en este capítulo es el de los empleados. Y ahí entramos prácticamente todos. La Biblia habla aquí de siervos o, incluso, de esclavos, pero su equivalente más cercano hoy en día serían los empleados. ¿De qué manera ellos pueden mostrar la “sana doctrina” que rige sus vidas? Lo mostrarán al ser sumisos y obedientes, al ser amables, al tratar de complacer a los jefes, al no ser respondones, al no robarles sino demostrar ser totalmente honesto y digno de confianza (vv. 9-10). Un empleado, y más todavía un esclavo, está en una posición inferior y de dependencia de su amo, y por lo tanto no debe alzarse más de la cuenta. También el apóstol Pedro había ordenado algo similar: “Los empleados sométanse a sus patrones con todo respeto, no sólo a los bondadosos y amables, sino también a los de mal genio” (1 P 2.18 – BNP). Creo que todos tendríamos muchas historias que contar de lo difícil que es esto. Pero así es como uno va a causar una buena impresión y vivir la “sana doctrina”. O en palabras de Pablo: “…para mostrar en todo qué hermosa es la enseñanza de Dios nuestro Salvador” (v. 10 – DHH); “…harán que la enseñanza acerca de Dios nuestro Salvador sea atractiva en todos los sentidos” (NTV). Su buen comportamiento en su lugar de trabajo y su buena relación con sus jefes será una forma de evangelismo: sus jefes y sus colegas de trabajo podrán ver para creer; ver su sentido de responsabilidad ante Dios, por sobre todas las cosas, para que esto los invite a creer también en esa clase de Dios. Porque eso es en definitiva la voluntad de Dios para nosotros en esta tierra. Estamos aquí para mostrarle al mundo qué clase de Dios de amor y de misericordia tenemos, para que ellos, viendo nuestro testimonio, crean también en ese Dios. Por eso sigue diciendo Pablo: “…la gracia salvadora de Dios fue manifestada a todos los hombres” (v. 11 – BTX3). Ellos deben poder ver para creer; vernos a nosotros para creer en nuestro Dios. ¿Qué es lo que deben poder ver en nosotros? En el versículo 12, Pablo lo explica nuevamente, y hace prácticamente un resumen de todas las recomendaciones que les ha dado a los diferentes grupos de este capítulo: “Esa bondad de Dios nos enseña a renunciar a la maldad y a los deseos mundanos, y a llevar en el tiempo presente una vida de buen juicio, rectitud y piedad” (DHH). Por un lado, rechazar la maldad; rechazar los deseos mundanos; y, por otro lado, vivir con buen juicio, con rectitud, con piedad. Si haces esto, los demás van a poder ver para creer.
            Jesús ya había dicho lo mismo en el Sermón del Monte: “…que la luz de ustedes alumbre delante de todos, para que todos vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre, que está en los cielos” (Mt 5.16 – RVC). Lo que los demás ven en ti, ¿les ayuda a creer en Dios y a glorificar el Padre?


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