lunes, 2 de diciembre de 2024

Adulterio y divorcio

 






            ¡Qué temón el que nos toca hoy! El domingo pasado escuchamos que Jesús no había venido para anular la ley del Antiguo Testamento sino a cumplir su demanda y a enseñar la verdadera interpretación de ella. Los fariseos enseñaban una observación fría y legalista de la letra de la ley. Pero Jesús le dio un significado mucho más profundo, yéndose al corazón mismo del ser humano. Todas las leyes del Antiguo Testamento tenían como objetivo la santidad del pueblo delante de Dios. Esto no se logra con la mera obediencia fría, legalista y con actos externos, sino con un corazón enfocado en Dios y entregado a él. Las leyes no tenían el propósito de esclavizar al ser humano, como lo enseñaban los fariseos, sino a ayudarle a vivir según la voluntad de Dios. En este Sermón del Monte, Jesús cita 6 mandamientos de la ley del Antiguo Testamento, para luego mostrar su verdadero significado y darle su interpretación correcta. Todos estos ejemplos emplean la fórmula: “Oyeron que se les dijo a los antepasados…, …pero yo les digo…” Lo que fue dicho a los antepasados se refiere a la ley que se enseñaba al pueblo desde el tiempo de Moisés. Y lo que Jesús vino a enseñar ahora no era que esto ya no valía más, sino, más bien, qué tenía Dios en mente al dar estos mandamientos. Ya vimos el domingo pasado el primer ejemplo: la prohibición de matar a alguien. Y lo que Jesús indicó es que esto no es meramente el acto mismo de quitarle la vida a otra persona. Esto es, más bien, el último paso irreversible de un proceso que se inició mucho antes ya en el corazón del ser humano al permitir que se alojen en él pensamientos de enojo y de odio.

            Así es también con los dos ejemplos que veremos hoy. Llegamos ahora a un texto muy desafiante y de mucha controversia entre los cristianos. Nos sujetamos a la gracia de Dios para que, a través de su Espíritu Santo, pueda abrirnos la mente y el corazón para entender algo más de su voluntad para sus hijos.

 

            F Mt 5.27-32

 

            El siguiente ejemplo de una justicia superior a la enseñada por los fariseos se refiere al adulterio. Jesús cita una parte de los 10 Mandamientos que prohíbe precisamente el adulterio. Como él había dicho que no venía para anular la ley, él no desactiva este mandamiento. Más bien lo refuerza mucho más todavía, como veremos en seguida.

            Toda la Biblia pone mucho énfasis en la santidad de las relaciones en pareja. Aquí habla del adulterio, que se refiere a actos sexuales entre dos personas, de las cuales por lo menos una es casada. Pero podríamos agregar aquí también la fornicación, que se refiere a actos sexuales entre solteros. Aunque Jesús no lo mencione aquí, la Biblia condena la fornicación de la misma manera que el adulterio. Sean encuentros sexuales casuales o vivir en concubinato, todas son situaciones que prohíbe la Biblia. Sobre estas relaciones no está la bendición de Dios. Más bien, la Biblia exhorta a tales personas a arrepentirse, a apartarse de este comportamiento y a ordenar su vida. La única intimidad aprobada por Dios y que cuenta con su total bendición es la que ocurre dentro del matrimonio. Nada más.

            Hasta este punto, la enseñanza de Jesús no se diferenciaba en nada de la de los fariseos. Ellos también rechazaban el adulterio. Pero luego Jesús va mucho más profundo e indica dónde se origina todo esto. Cuando dos personas no casadas ya están “entrando en calor” con claras intenciones de consumar un acto sexual es casi imposible ya ponerle un freno. Pero si uno presta atención a todo el proceso previo que empieza en el corazón humano y con señales claras de estar en un camino peligroso cuesta abajo, sí tiene todavía la posibilidad de reaccionar y salirse a tiempo de este camino a la destrucción. En el caso del hombre, este proceso fácilmente puede iniciarse al mirar lo que no debe mirar: “…cualquiera que mira con deseo a una mujer” [“con pasión sexual” – NTV; de “acostarse con ella” – NBD; “excitando su deseo por ella” – NBE], “ya cometió adulterio con ella en su corazón” (v. 28 – DHH). Esto no se refiere a ver a una mujer, sino a mirarla con intenciones muy claras y específicas. Si a esto se agregan otros factores como problemas en el matrimonio propio; necesidades emocionales y/o sexuales no satisfechas; publicidad sugestiva; programas, revistas o páginas pornográficas, entonces el camino al desastre se vuelve cada vez más empinado. El adulterio empieza mucho antes de la cama ajena. Sin embargo, en este punto es posible todavía —con la ayuda de Dios— obtener nuevamente el control sobre su mente y alcanzar la victoria. Pero si uno les deja espacio a pensamientos lujuriosos, quizás la infidelidad sea cuestión de oportunidad no más ya. Por eso hay que poner un candado férreo a sus propios pensamientos y fantasías. Jesús lo expresa en términos de extirpar ojo o mano si estos llegaran a ser instrumentos del pecado. Por supuesto que no significa hacerlo en forma literal, sino Jesús ilustra de esta manera la necesidad de una firme decisión de llegar hasta los sacrificios más extremos, si fuese necesario, con tal de no manchar nuestra integridad y santidad. ¿Identificas algo en tu vida que debes sacrificar radicalmente para que no te siga llevando a pecar una y otra vez? ¿Hay algo que es un peligro o una amenaza constante a tu deseo de vivir consagrado al Señor? En este caso, huir no es cobardía, sino, más bien, valentía por el propósito de resguardar la santidad. Lucha con todas tus fuerzas y con todo el poder de Dios por tu integridad y santidad.

            Claramente Jesús habla aquí de los hombres que incentivan su fantasía sexual con observar a una mujer provocativa, porque los hombres se excitan por medio de la vista. La mayor cantidad de la inmensa industria de la pornografía es consumida por hombres. Gran parte de la publicidad visual está dirigida a los hombres para estimular su vista y conducirlos a un gasto impulsivo y descontrolado. Y, por favor, hermanas, no nos metan en tentación vistiendo escotes pronunciados o faldas muy cortas. Por más que seamos pecadores redimidos, seguimos siendo hombres que hemos sido programados por Dios para que la vista nos estimule. Si quieres estimular a tu esposo, tienes un recurso poderosísimo en tu cuerpo. Pero es para tu esposo, no para los demás hermanos de la iglesia. Ten mucho cuidado con eso.

            Si el camino a la infidelidad puede iniciarse en el hombre con mirar lo que no debería mirar, en el caso de las mujeres quizás es oír lo que no debería oír, como palabras seductoras de otro hombre con sus elogios exagerados o lisonjas, promesas del oro y del moro, etc. En fin, tener ojos y oídos exclusivamente para el cónyuge y, a la inversa, brindar generosamente lo que necesitan los ojos y oídos del cónyuge son las maneras más efectivas de protegerse del adulterio. Quien tiene todo lo que necesita en su propio matrimonio, no pensará en buscar algo fuera de él.

            Luego, Jesús pasa a hablar del divorcio. Él cita parte de la ley del Antiguo Testamento en la que Moisés ordena al hombre entregar un acta de divorcio a su esposa en caso de una separación. Encontramos esta indicación en Deuteronomio 24.1: “Cuando alguien tome una mujer y se case con ella, si después no le agrada por haber hallado en ella alguna cosa indecente, le escribirá una carta de divorcio, se la entregará personalmente, y la despedirá de su casa” (RVC). Entre los fariseos se había producido una división en dos bandos respecto a qué significaba en este versículo “alguna cosa indecente”. Había entre los fariseos seguidores del rabino Shammay que interpretaba esta frase como refiriéndose única y exclusivamente al adulterio. El divorcio podría darse en el único caso en que la mujer había sido descubierta en infidelidad. Por otro lado, había el bando mucho mayor del rabino Hillel que interpretaban que esta indicación de “alguna cosa indecente” se refería a cualquier cosa. Según ellos, bastaba que la mujer quemara la comida para que el hombre pueda divorciarse de ella. Este es el contexto de la consulta de los fariseos a Jesús respecto a este tema (Mateo 19). Ellos plantearon esta situación con una intensión evidente de ponerle una trampa a Jesús (Mt 19.3). Pero también era una pregunta seria para ellos con la que se enfrentaban una y otra vez.

            Tanto en nuestro texto en el capítulo 5 como en su respuesta a los fariseos en el capítulo 19, Jesús establece el ideal de Dios. La voluntad de Dios nunca fue ni será el divorcio. Su único plan y voluntad para el ser humano es, en caso de vivir en pareja, el matrimonio entre un hombre y una mujer de por vida. Ninguna otra opción es válida ante él. La única excepción que Jesús parece admitir es en caso de fornicación. Y aquí se dividen las interpretaciones de los teólogos en cuanto a qué significa “fornicación” en este texto. Muchos lo interpretan en sentido físico de infidelidad o adulterio. Otros lo entienden como una infidelidad en el tiempo previo al matrimonio cuando ya estaban comprometidos para casarse, pero cuando no se había celebrado todavía la boda. Es en este tiempo que se podría hablar todavía de “fornicación”, porque la infidelidad después de la boda ya sería adulterio, y el adulterio era castigado en el Antiguo Testamento con la muerte de ambos adúlteros (Lv 20.10). Y una tercera interpretación es que Jesús se refiere a matrimonios prohibidos por la ley. Sería una especie de adulterio espiritual. O sea, nos movemos aquí en un terreno que no es tan claro como muchas veces suponemos. Sea como sea, el texto no nos faculta como iglesia de sugerir el divorcio a alguien que haya sido engañado por su cónyuge. Nuestros esfuerzos como iglesia siempre serán buscando la restauración de la relación, no promoviendo el divorcio. Pero de que suceden divorcios, suceden, ¡y demasiadas veces! También en la iglesia. Y es nuestro deber como iglesia acompañar a personas que pasan por esta situación, darles contención y buscar juntos la voluntad de Dios para su vida.

            Lo que podemos ver muy claramente en estos textos es que nada, ni siquiera un divorcio, anula el pacto que se estableció entre el hombre y la mujer en el momento de su boda. Jesús indica “que el hombre no debe separar lo que Dios ha unido” (Mt 19.6 – DHH), lo que vendría a ser sinónimo de la fórmula “hasta que la muerte los separe” que hoy usamos en las bodas. Y, efectivamente, la Biblia enseña —aunque sin decirlo en estas palabras— que únicamente la muerte puede disolver el pacto matrimonial. Nada más. Ni siquiera el divorcio. Pablo escribe a los corintios: “La mujer casada está ligada a su esposo mientras éste vive; pero si el esposo muere, ella queda libre para casarse con quien quiera, con tal de que sea un creyente” (1 Co 7.39 – DHH). Es por esta razón que Jesús, ante la pregunta de los fariseos, dirige la mirada de ellos hacia el ideal original de Dios: “…el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su esposa, y los dos serán como una sola persona. … De modo que el hombre no debe separar lo que Dios ha unido” (Mt 19.5-6 – DHH).

            Esta respuesta perturbó más todavía a los fariseos. No entendían por qué entonces Moisés haya ordenado el divorcio y el darle a la esposa el certificado correspondiente (Mt 19.7). Y ahí Jesús les respondió: “No, no. No me cambien las palabras. Moisés jamás lo ordenó. “Moisés permitió el divorcio sólo como una concesión ante la dureza del corazón de ustedes, pero no fue la intención original de Dios” (Mt 19.8 – NTV). Como el pecado destruye todo —también el matrimonio— el divorcio era una realidad también en el pueblo de Dios, así como la mentira, el robo o el asesinato eran una realidad, que también nunca han sido la intención original de Dios. Entonces, Moisés tuvo que buscar una forma de cómo poder lidiar lo mejor posible con esa realidad, indeseada pero presente. La “Nueva Biblia al Día” traduce este versículo: “Moisés se vio obligado a reglamentar el divorcio por la dureza y la perversidad de su pueblo, pero Dios nunca ha querido que sea así.”

            ¿Qué implicó esta reglamentación? En el pueblo judío, la mujer en todo tiempo dependía de un hombre. En su infancia y juventud dependía de su padre, y como mujer casada de su esposo. Por la forma en que estaba organizada la sociedad hebrea del Antiguo Testamento eran muy escasas las posibilidades de supervivencia de una mujer sin un hombre que velaba por ella. Si entonces un hombre echaba a su esposa de la casa y se divorciaba de ella, la condenaba prácticamente a la muerte. La quizás única opción de supervivencia que ella tenía era volverse prostituta. Entonces, para proteger a la mujer divorciada, Moisés ordenó que el marido le entregara un certificado de divorcio. Con este documento en mano, ella podía casarse con otro hombre sin ser acusada de adulterio. La obligación del acta de divorcio era la salvación de la mujer en el caso de que su marido anulaba su matrimonio. Era el mal menor en una situación que seguía no siendo la voluntad de Dios.

            Quizás, dentro de las diferentes interpretaciones de los pastores y teólogos de los textos bíblicos que hablan de este asunto, la oposición de Dios al divorcio es todavía una postura unánimemente aceptada y reconocida por todos. No hay mucha vuelta que se le pueda dar. Sin embargo, si el adulterio de uno de los dos habilita a la parte “inocente” de iniciar el proceso de divorcio, y si, en caso del divorcio a pesar de todo intento de restaurar la relación matrimonial, se admite el recasamiento, no hay unanimidad de opiniones porque la Biblia no es específica en cuanto a esto. La Biblia no lo reglamenta porque es imposible establecer una “fórmula” válida para todos los casos. Cada situación es tan diferente uno del otro que es imposible ponerlos a todas bajo un mismo modo de proceder. Se requiere en cada caso la intensa búsqueda de la guía de Dios. Él consideró a su iglesia lo suficientemente capaz de encontrar un camino en cada caso, bajo la guía y orientación de su Espíritu Santo. Ningún pecado es su voluntad, pero él nos enseña a enfrentar el pecado y a buscar para el futuro una vida conforme a sus principios. Incluso, él se puede valer hasta de nuestro pecado para producir en nosotros algo hermoso para honra y gloria de él. Si bien no hay una indicación clara y específica para cada caso, tengo mis propias convicciones basadas sobre cómo yo interpreto en este momento la enseñanza de la Biblia sobre este tema. Es muy posible que alguien de ustedes tenga otra interpretación, y es admisible tenerla ya que la Biblia —vuelvo a decir— no es muy específica en ciertos detalles. Pero, lo que compartiré en seguida, es lo que en este momento yo creo al respecto. Y habrá otros entre ustedes que quizás no tengan todavía una opinión clara al respecto. Quizás les sirve mi postura para poder encontrar la suya. Yo creo lo siguiente:

            1.) Como ya dijimos, la Biblia nos enseña el ideal de Dios, que es el matrimonio. Todos nuestros esfuerzos como iglesia estarán dirigidos a fomentar ese ideal.

            2.) El divorcio y recasamiento no corresponden a la voluntad de Dios.

            3.) A pesar de esto, el divorcio es admitido como mal menor y última medida en caso de fornicación (relación sexual ilícita de uno de los cónyuges). Pero aun en caso de fornicación, el esfuerzo primordial siempre será el perdón y la restauración del matrimonio.

            4.) En mi interpretación de la Biblia no encuentro en ningún lugar una aprobación clara de segundas nupcias para los divorciados. Por lo tanto, basándome en la Palabra de Dios, no puedo alentar el recasamiento de una persona divorciada.

            5.) Sin embargo, a causa del pecado, la realidad de la vida humana no coincide con el ideal. Tristemente, el divorcio y también el recasamiento suceden demasiado frecuentemente a nuestro alrededor. Pero la Biblia no los identifica como pecados imperdonables. La gracia de Dios cubre también estas acciones. Y esto debe ser un enorme aliento para personas que están en esta condición.

            6.) Como iglesia debemos esforzarnos por tratar a personas divorciadas o vueltos a casar con amor, ternura y contención. Rechazamos toda manifestación de juicio contra ellos. Jamás debemos aumentar el sufrimiento que estas personas de por sí experimentan, sino, más bien, contenerlos con amor.

            7.) Nuestro compromiso de amor con las personas divorciadas nos lleva a acompañarlos en la búsqueda de la voluntad de Dios para su futuro. Dios tiene pensamientos de bienestar para ellos. Queremos ayudarles a dejar atrás el pecado y extenderse a alcanzar estos planes maravillosos de Dios, quien es capaz de convertir aun el pecado del pasado en una bendición para el futuro.

            8.) Entendemos que la Biblia no nos habilita a apoyar el recasamiento, pero tampoco lo prohíbe expresamente. Por lo tanto, si personas divorciadas han tomado ante el Señor la decisión de casarse, entendiendo que así él los está guiando, entonces no podemos oponernos a este paso. Es decir, la iglesia no tiene la facultad de ser juez y dictaminar si una pareja de divorciados puede casarse o no, sino su papel es el acompañamiento de la pareja en la búsqueda de la voluntad de Dios para su vida de aquí para delante.

            9.) Sin embargo, considerando que la Biblia no apoya expresamente el recasamiento, yo como pastor no realizaré bodas de parejas en la que uno o ambos sean personas divorciadas. Tampoco recomiendo que tales ceremonias se realicen dentro de la propiedad de la iglesia. No podemos enseñar la oposición de Dios al divorcio y recasamiento, pero celebrar segundas nupcias de personas divorciadas. Sería una contradicción y una pérdida de testimonio como iglesia.

            Lo que nos enseña nuestro texto de hoy, entonces, es que Dios desea para sus hijos una vida en santidad también en el área sexual. Por lo tanto, él rechaza la fornicación, el concubinato, el divorcio o cualquier otra desviación sexual como la homosexualidad, por ejemplo. Si él rechaza estas prácticas, nosotros también debemos hacerlo. Pero, ¡gracias a Dios que él mandó a su hijo a morir por todos nuestros pecados, incluyendo los desórdenes sexuales! Por lo tanto, todos debemos relacionarnos con amor con los que viven en prácticas sexuales fuera de la voluntad de Dios, como también esperamos ser tratados con amor por los demás en nuestras prácticas fuera de la voluntad de Dios. Mutuamente nos alentaremos a buscar a Dios, a honrarlo con nuestras vidas y a buscar traer la luz de su verdad a nuestras vidas para ordenarlas según los principios de la Palabra de Dios. Y su poder obrará una transformación de la vida de todo aquel que se entrega incondicionalmente a él. Si nunca lo has hecho, o si te das cuenta que te desviaste del ideal de Dios y necesitas volver a consagrarte a él, haz conmigo esta oración: “Señor Jesús, reconozco que me he desviado de tu voluntad. Necesito de tu perdón y tu restauración. Entra a mi vida y empieza a ordenar el caos que he producido por mi desobediencia. Confío que, por más enredada que esté mi situación, tú podrás resolver todo paso a paso. Te doy el control de mi vida para que tú hagas de ella algo para tu honra y gloria. Gracias por tu infinito amor y misericordia. Te quiero servir y adorar por el resto de mi vida.”

 


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