En un culto normal tenemos varias
partes: la introducción, el tiempo de las canciones, la Escuela Dominical, la
prédica, los avisos y el cierre. De todas estas partes, ¿cuál es la más
importante del culto?
Espero poder mostrarles hoy cuál es
la parte más importante. Quiero presentar hoy en forma muy resumida lo que en
realidad es toda una serie de 8 prédicas acerca de la alabanza y adoración.
¿Qué vamos a hacer algún día en el
cielo? Quiero leer algunos extractos de los capítulos 4, 5 y 7 de Apocalipsis, y
traten de sumergirse en el relato (ármense la película en su mente de lo que
está descrito en estos pasajes): “…vi un
trono en el cielo, y a alguien sentado en el trono. … Rodeaban al trono otros
veinticuatro tronos, en los que estaban sentados veinticuatro ancianos vestidos
de blanco y con una corona de oro en la cabeza. En el centro, alrededor del
trono, había cuatro seres vivientes … [que] día y noche repetían sin cesar: «Santo, santo, santo es el Señor Dios
Todopoderoso, el que era y que es y que ha de venir.» Cada vez que estos seres
vivientes daban gloria, honra y acción de gracias al que estaba sentado en el
trono, al que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se
postraban ante él y adoraban al que vive por los siglos de los siglos. Y
rendían sus coronas delante del trono exclamando: «Digno eres, Señor y Dios
nuestro, de recibir la gloria, la honra y el poder, porque tú creaste todas las
cosas; por tu voluntad existen y fueron creadas.» …
Luego
miré, y oí la voz de muchos ángeles que estaban alrededor del trono, de los
seres vivientes y de los ancianos. El número de ellos era millares de millares
y millones de millones. Cantaban con todas sus fuerzas: «¡Digno es el Cordero,
que ha sido sacrificado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la
fortaleza y la honra, la gloria y la alabanza!» Y oí a cuanta criatura hay en
el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra y en el mar, a todos en la
creación, que cantaban: «¡Al que está sentado en el trono y al Cordero, sean la
alabanza y la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos!» Los
cuatro seres vivientes exclamaron: «¡Amén!», y los ancianos se postraron y
adoraron. …
Después
de esto miré, y apareció una multitud tomada de todas las naciones, tribus,
pueblos y lenguas; era tan grande que nadie podía contarla. Estaban de pie
delante del trono y del Cordero, vestidos de túnicas blancas y con ramas de
palma en la mano. Gritaban a gran voz: «¡La salvación viene de nuestro Dios,
que está sentado en el trono, y del Cordero!» Todos los ángeles estaban de pie
alrededor del trono, de los ancianos y de los cuatro seres vivientes. Se
postraron rostro en tierra delante del trono, y adoraron a Dios diciendo:
«¡Amén! La alabanza, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, la honra,
el poder y la fortaleza son de nuestro Dios por los siglos de los siglos.
¡Amén!» (Ap 4.2, 4, 6, 8-11;
5.11-14; 7.9-12 – NVI).
¡Wow! ¡Qué culto de adoración más
glorioso! ¡Cómo anhelo poder formar parte ahora ya de él! Pero en realidad ya
estoy participando. Porque cuando aquí estoy alabando y adorando a Dios, estoy
ensayando para lo que será el gran coro del que voy a participar al otro lado
de la muerte. La alabanza y adoración es lo único que seguiremos haciendo en el
cielo de todo lo que hacemos aquí en la tierra. Es más, en realidad es una
actividad celestial de la que tenemos un tibio anticipo ya en esta vida. ¿Vas a
querer perderte una sola oportunidad de participar de algo celestial?
Pero, ¿qué es alabanza y adoración
realmente? Es algo muy difícil de definir porque es algo divino, viene del
cielo mismo, como acabamos de ver. Se puede describir a la alabanza y adoración
como la respuesta humana a la revelación que Dios hace de sí mismo. Por
ejemplo, reconozco que Dios hizo algo maravilloso en mi vida, y con mi canción
quiero agradecerle por eso. Reconozco que Dios proveyó para mis necesidades, y
con mi ofrenda y diezmo quiero agradecerle. Entonces, cuando Dios se me muestra
de alguna manera, yo busco modos para responder a esta revelación. Así entramos
en un tipo de diálogo con Dios: él me habla o se me manifiesta, y yo reacciono
con mi alabanza y adoración a esta revelación que Dios hace de sí mismo. Aunque
lo describamos como un diálogo, este movimiento de ida y vuelta en la comunión
con Dios puede suceder casi simultáneamente, a veces.
Podemos reconocer básicamente dos
cosas diferentes de Dios: podemos reconocer lo que él hace y reconocer lo que él es.
Por lo general, la alabanza empieza por lo primero: alaba y agradece a Dios
por lo que él hace: “Señor, te alabo porque me salvaste, porque me protegiste
en el viaje, porque me sanaste… etc.” Todas son cosas que Dios hizo por nosotros, y agradecerle por
ello es alabanza. Esta alabanza puede estar dirigida a Dios mismo o compartida
con otros a modo de testimonio. Estuve revisando las canciones que cantamos hoy
aquí. Las primeras todas fueron una invitación a las demás personas a alabar a
Dios o un testimonio de lo que él ha hecho en nuestras vidas: “Pueblos todos,
batid las manos, alabad a Dios con voz de júbilo. Cantad a Dios, cantad, cantad
a nuestro Rey, porque Dios es el Rey de toda la tierra.” … “Él es el Rey,
infinito en poder, él es el Rey de los cielos. Seré para él siervo fiel pues mi
vida compró con su amor.” … “A aquel que nos amó, testigo fiel, exaltaré. Al
que es principio y fin, al gran Yo Soy, adoraré.”
Pero tarde o temprano, el
reflexionar acerca de lo que Dios hizo, nos lleva a pensar en lo que Dios es, y lo que yo soy frente a este Dios.
Dios me sanó de una enfermedad grave y esto me hace reconocer su tremendo poder
y su amor hacia mí. Y ahí empiezo a darme cuenta de todas las características o
atributos de Dios y empiezo a responder a ellos. Y eso es adoración. Eso es
estar frente a frente al Gran Trono y contemplar y disfrutar de la intimidad
con Dios. ¿Qué cantamos hoy en las últimas dos canciones? “Quiero conocerte,
cada día más a ti, entrar en tu presencia y adorar. Revélanos tu gloria,
deseamos ir mucho más a ti, queremos tu presencia, Jesús.” … “Sentado en su
trono, rodeado de luz, a la diestra del Padre, gobierna Jesús. Con ojos de
fuego, con rostro de sol, cuando abre su boca es trueno su voz. Poderoso, en
majestad y reino, poderoso. Poderoso, en potestad e imperio, poderoso.” ¿Se dan
cuenta? No cantamos no más por cantar, sin un propósito o porque necesitamos
llenar el tiempo del culto, esperando a que los que suelen llegar últimos al
culto estén a tiempo para el gran momento de la predicación. Todo el culto,
desde el “Buenos días”, tiene el propósito de tomarnos de la mano y llevarnos a
la mismísima presencia de Dios. ¿Te molestaría que te deje el tren? Entonces
vení un poco antes de las 9:00 para que puedas subir junto con todo el resto y
emprender el viaje hacia el trono de Dios. No sé si me explico…
Tanto la alabanza por los grandes
actos de Dios y la adoración al ser mismo de Dios pueden expresarse de diversas
maneras. Las canciones que cantamos es una forma muy conocida, pero no la
única. Le puedo honrar al Señor prestando atención a lo que él me quiere decir
en la prédica. De repente un punto en la prédica me toca, y por fin entiendo
eso que se está exponiendo, y yo digo: “¡Wow, gracias Dios!” Eso es adoración.
Le honro a Dios poniéndome a disposición para lo que se publica en los avisos.
Avisé algunas veces que estábamos en el intento de comprar el lote al lado, y
un hermano me dice: “Cuando se compre, yo lo voy a limpiar como mi ofrenda.” Y
ayer se limpió. Eso es adoración. Le honro a Dios por medio de mi ofrenda y
diezmo, declarando mi dependencia de él. Le honro contando a los demás mi
testimonio de lo que yo he vivido con el Señor. Le honro intercediendo por otro
de sus hijos, como lo hacemos por el hermano Isael. Le honro estando a tiempo
en el templo para tomar el hilo desde el inicio del culto – y no cortándolo a
los que ya lo tomaron al inicio con mi llegada tardía.
La alabanza cantada suele ser más
celebrativa, más alegre y rítmica, porque estamos tan contentos por lo que Dios
ha hecho. Pero de repente entramos en un estado de más quietud, meditación,
reverencia, contemplación, y nos damos cuenta que estamos en la misma presencia
de Dios, en una intimidad muy especial y muy diferente a los minutos previos.
Entonces empezamos a adorarlo por sus atributos, en silencio y abiertos a que
él nos hable. Ese momento ya no es momento para hablar. Tampoco es momento de
recibir llamadas. Por respeto al prójimo y más todavía por respeto a Dios,
disciplinémonos a apagar nuestro celular o ponerlo en silencio al llegar al
templo. Basta con un solo sonido de celular y todo este ambiente de vivir la
presencia de Dios se cae en pedazos para todos. Retomarlo luego, ya es muy
difícil. ¿O crees que alguien más importante que Dios te pueda hablar en ese momento
para que dejes tu celular prendido?
Estos son sólo algunos ejemplos de
cómo se puede expresar la alabanza y adoración. Nos damos cuenta entonces que
alabar a Dios no es sinónimo de cantar, únicamente. Más bien es un estilo de
vida de lunes a lunes, las 24 horas del día.
La adoración debe ser nuestra
respuesta a la revelación de Dios. Pero responder a una revelación de Dios
implica necesariamente conocerle. Una persona que no conoce a Dios, no puede
adorarle. No puedes elogiar la cualidad de una persona que no conoces. No
puedes adorar a un Dios al que no conoces. Cuánto más lo conoces a través de tu
lectura bíblica, tu meditación, tu oración diarias en tu casa, tanto mejor lo
podrás alabar y adorar.
Ahora, ¿qué sucede cuando alabamos a
Dios? Por supuesto que él se deleita. La Biblia dice que Dios “…se sienta en el trono, rodeado por las
alabanzas de Israel” (Sal 22.3 – BLPH). El protagonista de la obra “La
alabanza” no es la congregación, no es el grupo de alabanza, sino Dios mismo.
Él es el centro de todo lo que hagamos en el culto – y en nuestra vida
cotidiana. Pero entre nosotros también ocurren cosas – y estoy hablando ahora
de la alabanza y adoración pública.
Por un lado, la adoración crea una
atmósfera de redención. Habíamos dicho que al adorar estamos en la presencia
misma de Dios. Nos acercamos como seres humanos con nuestras debilidades,
fallas, errores y pecados a un Dios que la Biblia describe como el tres veces
santo, es decir, un Dios absolutamente separado del pecado. Y ahí, al enfrentarnos
con la santidad de Dios en la adoración, nos damos cuenta de la real magnitud
de nuestro pecado. Al entrar en la luz de la santidad de Dios, nos damos cuenta
de lo cochino que es nuestra vida, manchada con todo tipo de suciedad y pecado.
Ahí puede suceder sólo una de dos cosas: o salgo de raje de la presencia de
Dios o clamo por su misericordia y perdón. El pecado no soporta la presencia de
Dios. El ambiente de adoración nos pone entonces ante la decisión entre
permanecer con nuestro pecado o humillarnos ante Dios y dejarnos limpiar por
él.
Isaías, al verse en la presencia
misma de Dios, exclamó desesperadamente: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en
medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos la Rey, Jehová de
los ejércitos” (Is 6.5). Esto es lo que experimenta la persona que se
enfrenta con la santidad de Dios al acercarse a través de la alabanza y
adoración.
Pero también, la adoración da
perspectiva a la vida. La presencia de Dios nos purifica —si es que no elegimos
salir huyendo de su presencia—, lo que incluye también a nuestra mente y
nuestras motivaciones. Llegamos a conocer más el corazón de Dios y su voluntad.
Después de este momento de adoración yo conoceré mejor el plan de Dios para
esta humanidad y mi lugar dentro de este plan. La adoración me hace ver las
cosas con más claridad. El cristiano que sale de la presencia de Dios después
de haber adorado, sale con una tarea a cumplir.
Una tercera consecuencia de la
adoración es que da ocasión al compañerismo. El ser humano siente gran
necesidad de compañía. El culto de adoración le da la oportunidad de juntarse
con otros hermanos, hijos del mismo Padre celestial. Por eso es tan importante
que seamos fieles en la asistencia a la iglesia, porque el factor de la
comunión es mucho más importante de lo que pensamos. Cuando como iglesia
tenemos una experiencia tremenda de estar en la presencia de Dios, no vamos a
querer salir nunca de ahí y nos sentiremos muy unidos con todos los hermanos
que están presentes ahí. Pero el que no estuvo ese domingo, se queda a un
costado, sin poder haber disfrutado de esta comunión. La adoración une a los
adoradores y fomenta el compañerismo.
Podríamos mencionar otros puntos
más, pero ya nos damos cuenta que la alabanza y adoración es sumamente
importante no solamente para Dios, sino para nosotros también. ¿Acaso querrías
perderte estas oportunidades? Entonces vení un poco antes de las 9:00 para que
podamos empezar a tiempo y todos juntos. Como dije hace rato, la alabanza y
adoración se da de diferentes maneras en todos los momentos del culto. La
adoración, el reconocer a Dios y responder a su revelación se da a través de la
lectura bíblica, la oración, el sermón, algún testimonio que alguien comparte,
las ofrendas, las canciones, los avisos e incluso el silencio. Dios puede
revelarse en cualquier momento de la forma como él quiera. Si estamos atentos,
podemos tener comunión con él. Si llego tarde, puede que el momento en que Dios
se quería encontrar conmigo en particular ya haya pasado. ¿A ustedes les gusta
mirar una película desde la mitad en adelante? Cuesta mucho entender la trama.
Nos puede resultar interesante la parte que estamos viendo, pero nos cuesta
subir al carro y quizás nunca lo logremos del todo, porque nos faltó la primera
parte. De la misma manera sucede también con el culto. Puedo ser bendecido y
ser de bendición desde la mitad del culto en adelante, pero me va a costar
mucho. Vuelvo a preguntar: ¿cuál es la parte más importante del culto? ¡Todas
las partes son igualmente de importantes porque representan variadas
oportunidades de estar en intimidad con el Señor! Al subir aquí el que dirige
el culto y dice: “Buenos días”, se inicia un fluir del Espíritu Santo que cruza
todas las siguientes partes del culto y continúa hasta mucho después de
terminar la reunión aquí. Es por eso importante estar a tiempo, por un lado,
para entrar desde el inicio en este fluir del Espíritu y no tratar a medio
camino meterse todavía; y por otro, para no cortar el fluir para los demás que
ya entraron desde el principio. El llegar a tiempo es cuestión de disciplina,
en el 95% de los casos, diría yo. Pueden darse algunas veces percances, por
supuesto. O en familias numerosas, al terminar de alistar al último hijo, el
primero ya se ensució otra vez y tiene que repetir el proceso, incluso más
profundamente. Hemos tenido domingos en que convenimos empezar el culto más
tarde, en otro horario, pero igual muchos llegaron tarde. Por el contrario,
nosotros y el grupo de alabanza estamos aquí todos los domingos a las 8:00 de
la mañana, y se puede. A veces no me queda tiempo para el desayuno porque tengo
que hacer todavía unos últimos trabajos para el culto, pero a las 8:00 estamos
en la iglesia. Entonces, el desafío que les dejo es ordenar su tiempo de tal
modo, que les permita estar el próximo —y todos los demás domingos— a las 9:00
de la mañana. Estamos retrasando mucho ya el inicio del culto a causa de los
que llegan tarde, pero no debe ser así. Tampoco vamos a poder decirle a Cristo:
“Esperá un cachito en venir por segunda vez, que no estamos listos todavía.
Vení dentro de media hora.” Cuando suenen las trompetas, él vendrá. Si estamos
listos, ¡bien! Si no, no sé lo que pasaría. Creo que ya somos bastante
grandecitos y podemos controlarnos a nosotros mismos. La alabanza y adoración
debe ser un estilo de vida para nosotros durante toda la semana, como ya dije,
pero el domingo es un momento muy especial para esto. Aprovechémoslo al máximo,
desde el inicio hasta el final.
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