Háganse la idea de que son grandes empresarios. Su negocio crece y crece. Ahora están a punto de dar un salto enorme en la expansión de su empresa: abrir una sucursal en otro país. El problema es que ustedes no pueden estar aquí en su empresa con su red de filiales nacionales, y al mismo tiempo en su primera filial internacional en, digamos, Buenos Aires. ¿Qué pueden hacer? ¿Cómo pueden resolver esto? Necesariamente tienen que poner a un gerente al frente de esta nueva empresa en Buenos Aires. Les llegan varios currículums de los cuales tienen que elegir uno que sea idóneo para este cargo. ¿Qué van a esperar de él? ¿Qué características debe tener su representante en el otro país?
Ok,
ahora vamos a cambiar los roles. Ahora ustedes no son los dueños de la empresa,
sino están en la lista de nominados para el puesto de gerente en esa nueva
filial en Buenos Aires. ¿Reunirías vos las condiciones para este puesto? Sin
considerar ahora la experiencia y los conocimientos, sino en cuanto a carácter,
¿serías la persona apropiada? Bueno, esta noche les vamos a tomar un examen, a
ver si califican para este puesto o no.
Bueno,
les diré algo. Ustedes ya son gerentes en una filial. ¿No
se dieron cuenta todavía? La empresa para la cual trabajan se llama “Reino de
los cielos”, y la filial que ustedes gerencian está justito donde vos te movés
a diario. A tu puesto o tu función se le puede dar también otros nombres, como
“mayordomo” o, como en el caso de este campamento, “embajador”. Quiero ver con
ustedes algunas características y cualidades de en embajador, guiándome de un
texto que a primera vista (y quizás ni a segunda tampoco…) no tiene nada que
ver con este tema: el Padrenuestro.
F Mt 6.9-13
1.)
Vamos a ver qué nos dice este texto acerca de nuestra función como embajadores.
La primera frase dice: “Padre nuestro que
estás en el cielo.” Cuando oramos a Dios y le decimos “Padre”, estamos
aludiendo a una persona que está encima de nosotros en cuanto a autoridad. Y si
decimos “que estás en el cielo”, indicamos que él y nosotros estamos en dos
lugares diferentes. Y esto es precisamente lo que es la situación de un
embajador: representa en otro país al que tiene autoridad sobre él, es decir,
al gobierno de su propio país. El embajador es un tipo de brazo extendido del
presidente de la república en un país extranjero. Ya que el presidente, al
igual que ustedes como dueños de su empresa internacional, no puede estar en todos
los lugares al mismo tiempo, tiene sus enviados que hacen el trabajo como si él
mismo lo hiciera. Por lo tanto, un embajador jamás se va a enviar sólo. Nunca
se nombra a sí mismo, sino es elegido y enviado por un poder superior a un
lugar específico con una misión específica.
Si
llevamos esto al plano espiritual, ¿quién es el “presidente” que nos envía?
Dios, por supuesto. Él nos ha elegido. La Biblia dice que “Dios … nos reconcilió consigo mismo a través de Cristo y nos dio el
ministerio de la reconciliación” (2 Co 5.18 – RVC). No fuimos nosotros los
que nos reconciliamos con Dios, sino él tomó la iniciativa de quitarnos de
encima nuestro pecado y ponerlo sobre Jesús. Y como el pecado era la causa de
nuestra separación de Dios, como ya no está más entre nosotros y Dios, estamos
en paz otra vez con él. Ahora estamos en condiciones para ser sus embajadores:
enviados a un lugar específico con una misión específica. Este versículo dice
que “…nos dio el encargo de anunciar la
reconciliación” (2 Co 5.18 – DHH). Con esto, tenemos la misión en claro:
hacer que otros a nuestro alrededor sepan de que Dios les ofrece la
reconciliación con él. Esta es nuestra misión como embajadores. En su oración
sacerdotal, Jesús le dijo a su Padre: “Así
como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo” (Jn 17.18 –
BPD). No necesitas esperar hasta recibir el llamado de llevar el mensaje de
reconciliación a otras personas. El llamado ya se te dio hace miles de años.
Falta no más que cumplas tu llamado.
Pero
dijimos también que el embajador es enviado a un lugar específico. ¿Cuál es ese
lugar? ¡El lugar en que te encuentras ahora mismo! Si Dios te hubiera querido
tener como su embajador en Francia, te hubiera hecho nacer en Francia. Pero te
hizo nacer en Paraguay. Por lo tanto, tu misión es aquí, en el lugar en que te
mueves de lunes a lunes. Puede ser que en el futuro te cambie de lugar a otra
embajada en otro país u otra parte de Paraguay. Pero ahora estás aquí. Eres su
embajador, estés donde estés. Y no estás por casualidad en el lugar en que
estás, sino porque Dios te puso ahí con una misión a cumplir: representar sus intereses.
2.)
La siguiente frase del Padrenuestro dice: “Santificado
sea tu nombre.” En la misma dirección va también el final de este
Padrenuestro que aparece en algunas versiones de la Biblia: “Porque tuyo es el reino y el poder y la
gloria para siempre. Amén.” Estas son expresiones de alabanza y adoración.
Cuando expresamos esto a Dios, él es exaltado antes los hombres. Así, el
embajador busca siempre mantener en alto la imagen del que lo envió. Imagínense
que un embajador paraguayo empiece de repente a hablar muy mal del presidente
Cartes en el país en que le toca estar. Si el presidente se entera de lo que
hace este su representante, patitas le van a faltar al entonces ya exembajador para abandonar el país. Con
una patada en el… bueno, en cierta parte de la anatomía humana, ese embajador cué saldrá volando de su lugar de
misión, aterrizando donde sea, con tal que no sea ni el territorio paraguayo ni
ninguna otra embajada en el extranjero.
¿Cómo
tratamos el nombre o la imagen del que nos envió a nosotros a nuestra misión en
esta tierra? Tu testimonio como hijo(a) de Dios, tu manera de ser, tu
vocabulario, etc., todo apunta hacia aquel que te envió. Todo tu ser arroja
cierta luz sobre Dios. ¿Cómo será la imagen de Dios producida en la mente de
las personas a tu alrededor? Tu vida debería dar como único mensaje:
“Santificado sea el nombre de Dios…” entre tus compañeros de colegio, de
facultad, de trabajo, entre tus vecinos, etc.
Otra
manera de ilustrarlo son las expresiones de Jesús de ser sal y luz. La sal, al
mezclarse con la comida, no pierde sus características ni adopta las de la
comida a su alrededor. Más bien impregna toda la comida con sus propiedades. La
luz no necesita hacer un esfuerzo para brillar. Un fluorescente simplemente
tiene que ser para lo cual fue fabricado. Pero hay dos condiciones para que lo
sea: tiene que estar en perfectas condiciones, y tiene que estar conectado a la
energía. Sin corriente eléctrica el fluorescente, por lindo que sea, no sirve
de nada. Y si está con desperfectos, no solamente no sirve de nada, sino
molesta. ¿Qué hace un tubo viejo? Todo el tiempo trata de encenderse, pero ya
no da. Y esos constantes flashes en medio de la oscuridad son tremendamente
molestosos a los ojos. Es más soportable apagarlo del todo y tratar de orientarse
de algún modo en la oscuridad. Así son los que quieren estar bien con Dios y
con el mundo. Constantemente saltan entre estar prendidos y estar apagados. ¿Y
saben qué? Ese tipo de cristianos con desperfectos no sirven de nada. Son más
bien una barrera para que los que los rodean puedan encontrar a Cristo. Es ahí
que se escucha el típico comentario: “¿Y ese dice ser cristiano? Si él es uno,
yo no quiero saber nada de su religión.” No saben cuánto duele escuchar esto
por culpa de embajadores cuya vida no arroja alabanza al que los ha enviado.
3.)
La siguiente frase del Padrenuestro expresa el deseo: “Venga tu reino.” Un reino es el espacio en que el rey
correspondiente ejerce toda su autoridad. Una embajada es un pequeño pedazo de
este reino dentro de otro país. En el predio de la embajada rigen las leyes del
país que representa. La embajada de Paraguay en Brasilia es un pedazo de unos
cuantos metros cuadrados de Paraguay en territorio brasileño. Incluso una
persona puede pedir asilo político a un país dentro de su embajada en otro
país. Por ejemplo, quizás habrán escuchado hablar de Julián Assange. En el
2012, él pidió asilo político en la embajada de Ecuador en Londres. Hasta que
Ecuador no rechace su solicitud, él puede permanecer dentro de la embajada (que
a veces son semanas) y nadie lo puede tocar, por más que toda la embajada esté
rodeada por la policía inglesa. Si él pone un pie fuera de la embajada ecuatoriana, cambia la historia… El embajador,
entonces, representa los intereses del que lo envió en otro país; instala un
pedazo de Paraguay en cualquier otro país.
El
embajador de Cristo instala un pedazo de cielo en esta tierra. Quizás las
personas que te rodean no pueden describir lo que sienten cuando están en tu
cercanía, pero se sienten atraídos hacia ti porque respiran un ambiente de paz
y felicidad en tu presencia. Es porque se encuentran en la embajada celestial
que es muy diferente al mundo unos metros más allá. Ahora, si vos sos igual o
peor de renegón y plagueón como los mundanos, tirando peste contra todo y
todos, no estás representando los valores del reino del cual eres embajador. No
seremos perfectos nunca y se nos escaparán cosas a veces, pero es diferente un
desliz hacia el reniego a modo de desahogo, que un estilo de vida deprimido.
Jesús
dijo: “Todo el mundo se va a dar cuenta
de que ustedes son mis seguidores si se aman los unos a los otros” (Jn
13.35). Eso es pedir “Venga tu reino, instala tu dominio y tus características
en mi vida.”
4.)
Sobre la base de esta característica se entiende también la siguiente petición:
“Hágase tu voluntad en la tierra, así
como se hace en el cielo.” Ya que es un pedazo de su país en el exterior,
se ejerce en la embajada la voluntad del gobierno de origen. Es decir, el
embajador recibe órdenes claras y específicas que debe cumplir. El embajador
jamás puede hacer lo que se le ocurra, sino debe obedecer instrucciones
expresas de su gobierno respectivo. Por supuesto que su manual de funciones no
explicará cada situación posible habida y por haber, pero sí le da directrices
claras dentro de las cuales él tiene que tomar las decisiones para cada caso.
¿Y
cuál es el manual del embajador de Cristo? Por supuesto, la Biblia. Pablo dice
que “toda Escritura está inspirada por
Dios y es útil para enseñar y reprender, para corregir y educar en una vida de
rectitud, para que el hombre de Dios esté capacitado y completamente preparado
para hacer toda clase de bien” (2 Tim 3.16-17 – DHH). Ese manual nos enseña
todo lo que necesitamos saber para desempeñarnos como fieles mayordomos en este
mundo. Jesús fue el primer embajador del reino de los cielos en esta tierra, y
él nos ha dejado el ejemplo. Él dijo: “…no
bajé del cielo para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”
(Jn 6.38 – BNP). Nosotros podríamos decir: “Yo no nací para hacer mí voluntad,
sino la del que me envió a esta vida.” ¿Sueles decir esto?
Ahora,
¿cuál es la responsabilidad de un embajador en este sentido? Él debe saber
exactamente lo que dice el manual. Si él llegara a realizar una acción que va
claramente en contra de los reglamentos del manual, el gobierno de su patria lo
llamará para que rinda cuentas. ¿Les parece que sea aceptable que él diga que
no sabía que esto decía el manual? ¡Por supuesto que no! Era su deber saberlo
de memoria casi. Ahora te pregunto: vos como embajador de Cristo, ¿cuánto
conocés tu manual? ¿Lo estás estudiando? ¿Cuándo fue la última vez que leíste
tu Biblia? Si algún día tu gobierno te llama a rendir cuentas, ¿qué le vas a
decir ante la acusación de haber fallado a las órdenes del manual? ¿Será que se
conformará plenamente si le decís que no conocías esa orden? Me temo de que no.
¿Cuál es entonces la decisión que tomarás ahora en ese sentido?
5.)
Y hablando de esto, quisiera invertir el orden de las siguientes frases y saltarme
a la que dice: “Perdónanos el mal que
hemos hecho, así como nosotros hemos perdonado a los que nos han hecho mal.”
El hecho de que oramos a Dios pidiendo por su perdón nos muestra que él es
superior a nosotros y nos exige rendición de cuentas. Él es la autoridad para
determinar si hicimos bien o mal. Como él nos ha dado las prescripciones según
las cuales debemos vivir, él es el que puede medir si las cumplimos o no. Así
que, un embajador debe rendir cuentas al que le envió. Como ya dijimos, la
embajada es un pedazo de patria en alguna parte del resto del mundo, ahí
adentro rigen las leyes y normas del país de origen. Sin embargo, por estar
inmersa en medio del territorio de otro país, la embajada debe respetar y
cumplir las legislaciones del país en que se encuentra. Pero en cuanto al
ejercicio de sus funciones como embajada, tiene que rendirle cuentas al
gobierno de su país, no a las autoridades locales.
Esto
es muy importante tener en cuenta para considerar nuestro deber como
embajadores de Cristo. Las leyes que debemos respetar por encima de todas, son
los principios divinos, no las de este mundo. Jesús, en su oración sacerdotal a
favor de sus discípulos, le dijo a su Padre: “No te pido que los saques del mundo, sino que los protejas del mal. Así
como yo no soy del mundo, ellos tampoco son del mundo” (Jn 17.15-16 – DHH).
Es decir, estamos en este mundo, pero no somos de este mundo. Somos sapos de
otro pozo. Pero, como vivimos en este pozo, debemos respetar sus leyes. Por eso
pagamos nuestros impuestos, participamos de las elecciones y nos atenemos a las
reglas de tránsito. Pero en cuanto a nuestra conducta, nuestra función como
embajadores de Cristo en este mundo, nos regimos según sus normas detalladas en
su manual de instrucciones, la Biblia.
6.)
Volvamos ahora a la petición anterior del Padrenuestro: “Danos hoy el pan que necesitamos.” Cuando hablamos del “pan de
cada día”, nos referimos al sustento básico (alimento, vivienda y ropa). Un
embajador es sostenido y recompensado por el que lo envió. Cada país vela por
los requerimientos de su personal diplomático en los demás países. Ningún
embajador es enviado a otro país para que vea cómo sobrevive allá.
Nosotros
tampoco estamos sin el sustento del reino de los cielos. El que nos envió vela
por todas nuestras necesidades. A diferencia de un embajador que mes tras mes
recibe su sueldo, depender del Rey de los cielos requiere de fe. A veces las
cosas no van como uno quisiera, pero Dios nunca deja colgado a su personal de tierra.
Dios mismo prometió: “…Yo los he cuidado
desde antes que nacieran, los he llevado en brazos y seguiré haciendo lo mismo
hasta que lleguen a viejos y peinen canas; los sostendré y los salvaré porque
yo soy su creador” (Is 46.4 – TLA). Y el salmista dice: “Yo fui joven, y ya he envejecido, pero
nunca vi desamparado a un justo, ni vi a sus hijos andar mendigando pan”
(Sal 37.25 – RVC).
Vivir
esto a veces no es fácil, porque estamos demasiado atados a las circunstancias
visibles que nos rodean, y de antemano queremos ver claramente todo el camino
que implica el llamado de Dios. Cuando Dios nos llamó a ser pastores de Costa
Azul, teníamos un montón de preguntas sin respuesta, como, por ejemplo, a lo
que a vivienda se refiere, entre otras más. Pero dijimos que, si Dios nos
llamaba, él se iba a encargar de todo lo demás. Nos mostró una casa para
nosotros, y aunque nos cueste horrores pagarla, ahí estamos. Nunca nos faltó lo
esencial. Las únicas veces que nos hemos acostado con hambre fueron los días de
ayuno. ¡Dios es fiel! ¡Jamás se retrasa en sus pagos, por más que no sigue un
ritmo tan predecible como un sueldo cada fin de mes!
7.)
Y llegamos a la última petición que tiene cierta relación con la que acabamos
de considerar: “No nos expongas a la
tentación, sino líbranos del maligno.” Un embajador siempre goza de la
protección del que lo envió. Sean agentes de seguridad de su país o contratados
en el país en el cual presta sus servicios, el estado vela porque sus
funcionarios sean “librados del maligno”. Así también los embajadores de Cristo
cuentan con el servicio de seguridad de los guardias celestiales. La Biblia
dice: “No te sobrevendrá ningún mal ni la
enfermedad llegará a tu casa; pues él mandará que sus ángeles te cuiden por
dondequiera que vayas” (Sal 91.10-11 – DHH). Esto es muy importante, porque
al ejercer nuestra función de embajadores y llevar el mensaje de reconciliación
a todo el mundo que nos rodea, nos metemos directamente en la cueva del dragón.
Invadimos el reino de las tinieblas, buscando rescatar sus víctimas para
hacerlas pasar al reino de Dios. Haciendo esto, entramos en lucha cuerpo a
cuerpo con las huestes de Satanás. Por eso dice Pablo: “La batalla que libramos no es contra gente de carne y hueso, sino
contra principados y potestades, contra los que gobiernan las tinieblas de este
mundo, ¡contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes! Por lo
tanto, echen mano de toda la armadura de Dios para que, cuando llegue el día
malo, puedan resistir hasta el fin y permanecer firmes” (Ef 6.12-13 – RVC).
Con esta protección brindada por nuestro superior, podemos avanzar sin temor en
el cumplimiento de nuestro deber como embajadores. Nada ni nadie nos podrá
tocar sin su autorización.
¿Qué
tal tu autoexamen? ¿Cumples los requisitos para ser gerente de la filial de la
empresa celestial en esta tierra? ¿Eres un embajador digno del reino de los
cielos? Somos enviados de Dios a este mundo con la misión de hacer conocer a la
gente de que Dios se quiere reconciliar con ellos; somos enviados a exaltarlo
continuamente a él; somos enviados a instalar su dominio en este mundo; somos
enviados a cumplir sus instrucciones en esta tierra; somos enviados a regirnos
según sus leyes y no las de este mundo; somos enviados con la seguridad de su
sustento en todo el tiempo; somos enviados con la certeza de su protección
sobrenatural; ¡somos enviados!
Si
eres hijo(a) de Dios, ¡eres un(a) enviado(a)! No es una pregunta, es un hecho.
La pregunta es si cumples o no con la misión con la que Dios te envió. La nota del
examen que te hiciste esta noche la pones tú mismo. Y también tomas tú mismo la
decisión sobre tu futuro como embajador. Si tienes una nota baja en alguna de
estas funciones, ya sabes entonces qué hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario