domingo, 9 de julio de 2017

El camino hacia la victoria





            Como iglesia estamos pasando por una situación muy difícil, junto con nuestra hermana Luz. Quizás más de uno siente que nuestra fe nos ha fallado. Pero el Señor ha obrado grandemente y lo sigue haciendo. Hemos orado por la salud de Isael, y él está ahora más sano que nunca ahora. Hemos orado que Dios se glorifique, y lo ha estado haciendo y lo sigue haciendo – de otro modo que nos habíamos imaginado o como habíamos deseado, ¡pero lo hizo! ¿De qué otra manera toda una iglesia hubiera pasado tres semanas en intensa intercesión, en ayuno (algunos inclusive por primera vez en su vida) y en un espíritu unánime? ¿Acaso esto no es gloria de Dios? Y mucho más llegaremos a conocer en los próximos tiempos y, sobre todo, en la eternidad, de cómo Dios se ha glorificado a través de esta situación.
            Yo presentí que no era casualidad que cayera sobre este domingo el texto fijado en el calendario de predicaciones hace meses atrás. Creí que Dios tenía algo que decirnos en cuanto a Isael. Pero pensé que el mensaje iba en otra dirección. Sigo creyendo que Dios nos quiere decir algo a nosotros hoy, pero con un enfoque diferente de lo que pensé inicialmente.
            Quiero leer ahora el texto que nos corresponde para hoy.

            F2 Crónicas 32.1-23

            En la vida siempre tendremos aflicciones. Ya lo dijo Jesús: “En el mundo tendrán aflicción; pero confíen, yo he vencido al mundo” (Jn 16.33 – RVC). Y normalmente no podemos elegir y ni siquiera prever el momento en que sucederán. Hasta podemos pensar que Dios nos paga mal por nuestra obediencia a él. En los capítulos anteriores leemos que Ezequías era hijo del rey anterior Acaz. Pero Acaz era un idólatra empedernido que llevó a Judá a la bancarrota espiritual. Cuando subió Ezequiel al trono después de la muerte de su padre, él tenía 25 años de edad. No tenía muchas probabilidades de ser diferente al mal ejemplo de su padre. Sin embargo, la Biblia dice algo muy lindo de él: “Los hechos de Ezequías fueron rectos a los ojos del Señor, como todos los de su antepasado David” (2 Cr 29.2 – DHH). Él eliminó todos los altares de idolatría en Judá, el reino del sur de Israel, e instituyó nuevamente el culto al Dios verdadero. Reformó el templo y guió al pueblo en una profunda renovación y arrepentimiento. Y justo cuando él causa un avivamiento en Israel, le vienen encima esos enemigos tan poderosos y peligroso. O, de acuerdo a nuestra situación, justo cuando Isael decidió bautizarse, se nos va. ¿Paga Dios mal por bien? Los que conocemos a Dios sabemos que él no lo hace. Esto quedó también muy magistralmente ilustrado en la película “La Cabaña”. Pero la realidad es que a veces nos pueden venir estas preguntas. ¿Pero cómo lidiar con estas situaciones? La situación descrita en este texto bíblico nos da algunas pautas que son como varios pasos en el camino a la victoria, como he titulado este sermón.
            1.) En primer lugar, Ezequías actuó según lo que estaba a su alcance. En este texto él cerró todos los recursos de agua que había en la zona. Estos hubieran sido una ayuda enorme para el ejército enemigo para lograr la victoria sobre Ezequiel y su país. Sin embargo, el rey trató de cortar toda circunstancia posible que podría ser favorable para los enemigos. Además, fortaleció sus propias defensas al reparar los muros que protegían la ciudad y fabricar más armas (v. 5). Lo que estaba a su alcance, él lo hizo.
            A veces quizás no habrá gran cosa que se pueda hacer. No importa que sea grande o pequeño, lo que puedas hacer, hazlo. En el caso de Isael, los médicos han hecho todo lo posible para poner a salvo la vida de nuestro hermano. La iglesia, la hermana Luz y cientas —quizás miles— de personas más han luchado en el plano espiritual como una sola persona, hombro a hombro, a favor de Isael. La hermana Luz, y con ella muchas otras personas más, han fortalecido su fe y confianza en Dios y su dependencia de él. En pocas palabras: hicimos lo que pudimos.
            2.) Segundo, Ezequiel animó a su pueblo a poner la confianza en Dios. Necesitamos a veces animar a otros (o también ser animados por otros) para seguir adelante en la lucha. Por eso somos iglesia; por eso somos familia: para apoyarnos unos a otros y poner cada uno su hombro bajo la carga de su prójimo.
            Y las palabras que Ezequiel dirige al pueblo son palabras poderosas, de grueso calibre espiritual: “¡Sean fuertes y tengan valor! No teman ni se acobarden ante el rey de Asiria y ante toda la multitud que lo acompaña, porque el que está con nosotros es más poderoso que el que está con él. Con él no hay más que un brazo de carne, pero con nosotros está el Señor, nuestro Dios, para socorrernos y combatir a nuestro lado” (vv. 7-8 – BPD). ¡Aleluya!!! Si pudiéramos mantener esta perspectiva en todos nuestros problemas, viviríamos con mucho menos úlceras estomacales. Este problema, esta tentación, esta aflicción viene a mí como si tuviera todo el poder sobre mí, como si yo fuera víctima indefensa de sus caprichos, pero se olvidó que “…mayor es el que está en ustedes que el que está en el mundo” (1 Jn 4.4 – RVC). Es lo mismo que David le dijo a Goliat: “Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo voy contra ti en nombre del Señor todopoderoso, el Dios de los ejércitos de Israel…” (1 S 17.45 – DHH). Pidámosle al Señor la capacidad de ver los hechos espirituales que se están desarrollando detrás de las circunstancias visibles sólo para el ojo humano. La verdad no es lo que ven nuestros ojos físicos, sino lo que nuestros ojos espirituales deberían poder ver.
            La hermana Luz les ha reiterado a los médicos una y otra vez, prácticamente después de cada informe médico, que ella se aferra a la voluntad de Dios, no a los informes de la ciencia. Y aun cuando Isael no se ha levantado de su cama para salir del hospital caminando, no es que la fe no haya servido o nos haya fallado. Aun así, detrás del desenlace visible del estado de Isael se está tejiendo algo muy hermoso en el plano espiritual que apenas logramos a ver ahora como una sombra pálida, pero que algún día veremos en todo su esplendor.
            3.) En tercer lugar, es vital no dejarse impresionar por el aparente poder y la peligrosidad aterradora de las circunstancias. Digo “aparente”, porque es una imagen falsa, algo que finge ser real pero que no lo es. Y digo también “circunstancias”, porque es algo que nos circunda, nos rodea ese rato, pero que no es una situación permanente. Sin embargo, las cosas circunstanciales y aparentes tienen muchas veces demasiado poder sobre nosotros – ¡si es que les concedemos ese poder! Aquí en nuestro texto, el rey Senaquerib de Asiria mandó a sus oficiales para intimidar a los pobladores de Jerusalén con el tremendo poder de Asiria. Para eso le valió cualquier cosa, incluso mentiras y exageraciones. Lo que dijeron estos emisarios hasta son ridiculeces: que Ezequiel los está engañando, que quitó precisamente los altares del dios en quien ahora dice que confíen, que para todos los otros pueblos y sus dioses fue imposible hacerles frente, etc. La intención era muy evidentemente la anulación emocional de los israelitas. Si una vez el miedo y la depresión se han apoderado de ti, el enemigo tiene cancha libre sin contrario alguno para hacer lo que se le antoje. Y cuántas veces sucede esto. Cuántas veces le damos el permiso al enemigo de ponernos fuera de combate con una pantalla de humo que levanta delante de nosotros y que aceptamos como verdad sin cuestionarlo. Pero, ¿qué hacía el pueblo ante estas reiteradas muestras de supuesto poder de Asiria? Se dio cuenta de la falsedad de las cosas que los asirios les estaban diciendo; que las circunstancias que ellos presentaron no eran la verdad que vieron los ojos espirituales de Ezequiel y su pueblo. En el versículo 19 encontramos una frase muy linda: “[Los asirios] …hablaban del Dios de Jerusalén como si fuera uno de los dioses de los pueblos de la tierra, obra de manos humanas” (BPD). Escuchamos en estas palabras un cierto tono de enojo del escritor contra los asirios que tenían tan en poco su Dios, como si fuera cualquier cosa no más como los demás ídolos mudos y muertos de las otras naciones. Pero ellos —los judíos— sí sabían quién era el Dios de Israel en quien confiaban. Por lo tanto, ¿qué fue lo que ellos hicieron? En 2 Reyes 18 encontramos el relato paralelo a este de 2 Crónicas, con algunos detalles que el libro de Crónicas no cuenta. Ahí dice: “El pueblo guardó silencio y no le respondió ni una sola palabra…” (2 R 18.36 – BPD). No empieces a discutir con tus adversidades. Como dice esa frase atribuida al escritor Mark Twain: “Nunca discutas con un ignorante; te hará descender a su nivel y ahí te vencerá por experiencia.” ¿Por qué vas a querer discutir con una mentira? Habíamos dicho que las circunstancias del momento son una farsa que intenta ocultar la verdad. La mejor estrategia es ignorarla por completo y más bien hacer el siguiente paso que hizo el pueblo en esta oportunidad.
            4.) Presenta tu problema al Señor. Dice el versículo 20: “Ante esta situación, el rey Ezequías y el profeta Isaías hijo de Amós, clamaron a Dios y le pidieron ayuda” (TLA). En 2 Reyes dice: “Ezequías recibió las cartas de los mensajeros y las leyó. Entonces Ezequías subió al templo del Señor y abrió las cartas delante del Señor” (2 R 19.14 – PDT). Dios es el único que no solamente tiene el panorama completo, sino que ve, además, el cuadro verdadero, no el falso que te quieren pintar las circunstancias. Extendé delante de él tu situación, dejala en sus manos. Él sabrá qué hacer con ellas. Pedro nos anima: “Tiren todas las ansiedades sobre él, porque él cuida de ustedes” (1 P 5.7 – Kadosh). Esto hemos hecho de manera intensa en las últimas 3 semanas. Así Dios lleva nuestras aflicciones, y nosotros podemos estar libres para el siguiente paso:
            5.) Alaba al Señor. Ezequiel oró al Señor, empezando a alabarlo aun antes siquiera de haberle presentado todo este problema: “Señor, Dios de Israel, que tienes tu trono sobre los querubines: tú solo eres Dios de todos los reinos de la tierra; tú creaste el cielo y la tierra” (2 R 19.15). Al alabar al Señor, reconocemos su grandeza y soberanía. Así nuestra mirada se corrige y se dirige a él. En vez de enfocarnos en las circunstancias aparentes, miramos al único verdadero y todopoderoso. Al engrandecer a Dios y exaltarlo por encima de todo, tus problemas se reducen a un tamaño insignificante. Y Dios se deleita en esto.
            El viernes en el velorio de Isael, la hermana Luz, con voz entrecortada por el llanto, empezó a cantar lo que cantamos hoy también aquí: “Bueno es alabar, oh Señor, tu nombre, darte gloria, honra y honor por siempre. Bueno es alabarte, Jesús, y gozarme en tu poder. Porque grande eres tú, grandes son tus obras. Porque grande eres tú, grande es tu amor, grande es tu gloria.” Y estoy seguro que el Señor se ha sentido supremamente complacido por esta alabanza de un corazón contrito. Esto es engrandecer a Dios, su amor, sus obras, su gloria, aun estando al lado del féretro de su cónyuge.
            Si llegamos a adorarlo aun en medio del llanto y del dolor, el Señor desplegará todo su poder a favor de sus amados hijos: “En respuesta, Dios envió un ángel que mató a los valientes soldados y jefes del ejército del rey de Asiria. A Senaquerib no le quedó más remedio que regresar a su país lleno de vergüenza. Y cuando entró al templo de su dios, sus propios hijos lo mataron” (v. 21 – TLA). ¡Qué final más trágico para un problema que se quiso interponer en el camino del pueblo de Dios, desafiando al mismo Dios todopoderoso! ¡Gloria a Dios! Él nunca será derrotado. Aunque seamos atormentados por los problemas, él siempre mantendrá el control sobre todo y todos, y él será glorificado. Presenta ahora tus problemas y angustias ante él y deja que él te llene de su paz. Tus circunstancias quizás no cambiarán por eso, pero tú sí cambiarás, y cambiará tu visión de las cosas. Tus circunstancias perderán su aspecto terrorífico y se derretirán ante el sol luminoso del amor de Dios.


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