Esta tarde continúa el torneo de varones en Villa Hacienda. Es una fecha importante porque se disputa la punta: se enfrentan los dos primeros equipos en la tabla de posiciones. Cada grupo tiene el propósito claro: funcionar como un solo equipo, tratando de superar al contrario para así obtener la victoria. Pero imagínense que uno de los jugadores es muy amigo también de los jugadores del equipo contrario. Por supuesto que desea que gane su equipo, pero le dan pena también sus amigos. Así que, según que de dónde le llegue la pelota, a veces juega para un grupo y otra vez para el otro. Trata de quedar bien con ambos. ¿Cuánto tiempo creen que durará en la cancha hasta ser reemplazado? Me temo que no mucho. Es imposible querer estar de ambos lados, quedar bien con ambos grupos enfrentados. Al final no está a favor de ninguno. Ridículo, ¿no?
Lastimosamente no consideramos tan
ridículo esta actitud cuando es la nuestra propia. Y no en un partido de
fútbol, sino en la vida espiritual. Tratamos de vivir una vida doble, a veces
aquí, a veces allá. En la historia que nos toca analizar hoy nos encontraremos
con este tipo de personas, y vamos a entender a qué me refiero. Pero vamos por
partes. La historia encontramos en el capítulo 18 de 1 de Reyes. No la vamos a
leer completa, pero sí los versículos claves. Pero abran sus Biblias en 1 Reyes
18, porque les voy ir indicando los versículos a los que hago referencia.
El domingo pasado habíamos dejado a
Elías para que descanse un rato de la persecución que el rey Ajab realizó
porque Elías le había anunciado el cese de lluvia. Según la versión de la
Biblia que ustedes tengan, encontrarán tres diferentes traducciones del nombre
de este rey: Ajab, Ahab y Acab. Yo me voy a referir hoy a él como Ajab. Este
rey persiguió a Elías como si el profeta fuese el culpable de ese castigo de
Dios, en vez de humillarse él mismo por su rebeldía e idolatría. Pero así somos
los seres humanos: siempre buscamos a alguien que pague el plato roto – roto
por nosotros mismos.
Esa sequía había durado ya tres años
(v. 1). Si aquí no llueve tres meses, ya nos desesperamos. Imagínense entonces
tres años sin una gota de lluvia en todo el país. Pero ahora Dios consideró que
ya era suficiente de esta situación. Dios castiga, pero no ahoga. La situación
ya se había vuelto extremadamente difícil. El texto dice que “el hambre que azotaba a Samaria era
terrible” (v. 2 – RVC). Por eso Dios resolvió que iba a hacer llover otra
vez en el país.
El versículo 3 hace un cambio brusco
de escenario. Nos traslada al palacio de gobierno de Ajab, y nos muestra que
Dios tiene sus funcionarios en cualquier parte, incluso en el gabinete del
gobernador más idólatra: “Abdías era un
hombre profundamente temeroso del Señor” (v. 3 – RVC). Y no lo era de boca
para fuera, sino lo había demostrado al proteger a 100 de los profetas de Dios
(v. 4). Y fue precisamente a este hombre de Dios que estaba en un viaje oficial
por el país al se le apareció el profeta Elías. Elías le pidió que le diera
aviso al rey de que él, Elías, estaba en ese lugar. A Abdías esto le pareció un
chiste de mal gusto porque pensó que el Espíritu de Dios estaría jugando a las
escondidas con él, haciendo aparecer a Elías en un lugar, y acto seguido en
otro muy distinto. Porque aparecer así de golpe después de 3 años de
clandestinidad absoluta, a pesar de los infructuosos esfuerzos en conjunto del
FBI, de la CIA y de la KGB por localizar a Elías, debe haberle parecido a
Abdías casi a un fantasma. Si él iría ahora a dar el aviso al rey de haber
encontrado a la persona más buscada por los servicios de inteligencia, y ésta
se deshiciera nuevamente en el aire como una burbuja, a él le costaría la
cabeza. Pero Elías le aseguró que nada iba a pasar, que él ahí no más iba a
esperar al rey.
El rey no tardó en ir a encontrarse
con Elías. Y nuevamente vemos en él la misma actitud de siempre, la de echar su
propia culpa sobre Elías: “En cuanto Ajab
divisó a Elías, le dijo: ‘¡Ah! ¡Aquí está el causante de la desgracia de
Israel!’ (v. 17 – BLA). Este rey es como leímos en estos días en un
devocionario, que si intentas argumentar y razonar con una persona que decidió
no creer, estás perdiendo el tiempo. No aceptará ningún argumento ni si le
apareciera Cristo mismo. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Ejemplo: Ajab. Así que, Elías simple y directamente le
dice: “Yo no causo problemas en Israel.
Tú y la familia de tu papá han sido la causa de los problemas. Cometiste un
gran error cuando dejaste de obedecer lo que dice el Señor y comenzaste a
seguir dioses falsos” (v. 18 – PDT). ¡Para que conste! Y sin dejar que el
rey responda, ya Elías le dio instrucciones claras acerca de cómo dejar en
claro este punto: “Ordena que los
israelitas se reúnan en el monte Carmelo. Que vayan también los cuatrocientos
cincuenta profetas de Baal y los cuatrocientos profetas de la diosa Astarté
[o Aserá], a los que Jezabel les da de
comer” (v. 19 – TLA). El monte Carmelo a donde Elías convoca al pueblo es en
realidad una cadena montañosa de unos
30 km. de largo y que termina prácticamente sobre el mar Mediterráneo. Tenía
carácter sagrado para los israelitas.
Lo que me impresiona aquí es la
autoridad que Elías tenía sobre el rey, a pesar de que este no hacía caso en
absoluto a Dios. Era la autoridad de Dios mismo en el profeta, ya que él actuó
en nombre y por mandato de Dios. Es por eso que el rey cumplió las
instrucciones del profeta, y eso llevó al punto central o clímax de esta
historia. “Elías se acercó a todo el
pueblo y dijo: ‘Hasta cuándo saltarán de un pie al otro’. [¿Hasta cuándo
jugarán en dos equipos?] Si el Señor es
Dios, síganlo; si es Baal, síganlo a él. Pero el pueblo no le respondió ni una
palabra” (v. 21 – Kadosh/BPD). Este versículo describe el verdadero
problema del pueblo: de andar con quien más le beneficiaba; querer estar bien
con Dios y con el mundo. Y así seguía ese doble juego, una doble vida,
espiritualmente hablando. Pero en realidad, el que no está totalmente con Dios,
está ya del otro lado. Con Dios es o todo o todo. Un poquito del mundo y un poquito
de Dios no combina. Ni siquiera un poquito del mundo y mucho de Dios. ¿O
ustedes tomarían de un recipiente con mucha agua y una gota de veneno mortal?
Yo por lo menos paso. ¿Cómo pretendemos entonces que a Dios sea agradable
nuestra vida con cierta devoción a él, pero también con una pizca de pecado
favorito que no queremos soltar? Así estaba el pueblo en tiempos de Elías, y
así está nuestra vida también muchas veces si nos descuidamos.
Para poner en claro quién era el
verdadero Dios, Elías propuso un duelo entre Dios y Baal, a ver quién ganaba.
El que salga vencedor, ése sería el Dios oficial del pueblo a quien todos
tenían que seguir. Al pueblo le pareció bien esta propuesta. El cuadrilátero en
el que se iba a desarrollar el boxeo entre Dios y Baal sería un altar con un
toro o novillo encima. El Dios que iba a responder con fuego para quemar el
sacrificio, ése sería el vencedor. Aquí es interesante una nota explicativa de
la Biblia “Dios Habla Hoy”: “El profeta del Señor desafía a los profetas de Baal
en el terreno en que ellos pretendían ser fuertes, ya que Baal era venerado
como el dios de las tormentas y de los fenómenos meteorológicos. En algunos
relieves aparece con un “rayo” en su mano.” Entonces, si alguien lo podría
vencer precisamente en su punto supuestamente más fuerte, sería evidencia de
verdadero poder y grandeza, muy por encima del dios al que ellos veneraban.
Encima, Elías les dio a ellos
ventaja al invitarlos a empezar primero. Ellos prepararon todo y empezaron con
sus ritos de invocación de su dios Baal. En medio de todo el escándalo que
armaron ahí para convencer a Baal de que tenga que enviar fuego del cielo,
destaca como golpe fulminante la frase que aparece dos veces en el texto: “Pero no se oyó nada ni hubo respuesta
alguna mientras saltaban delante del altar que habían levantado” (v. 26 –
BLA). Cuanto más ruido hacían los sacerdotes, tanto más destacaba el silencio
de su dios. Encima tenían que soportar la burla de Elías: “«¡Griten más fuerte! ¿No ven que él es dios? A lo mejor está pensando,
o salió de viaje; quizás fue al baño. ¡Tal vez está dormido y tienen que
despertarlo!»” (v. 27 – TLA). Los profetas ya empezaron a ser presas del
pánico. Ya era mediodía y no pasaba nada todavía. Sabían que no estaban en una ceremonia
cualquiera entre ellos no más, sino que todo el pueblo veía la ineficiencia de
ellos y de su dios. Encima era un duelo decisivo. De su resultado dependía toda
su existencia prácticamente. Si Baal no sería más el dios dominante, ellos como
sus sacerdotes se quedarían sin razón de ser. No tendrían más trabajo. “Comenzaron entonces a gritar más fuerte y,
como era su costumbre, se cortaron con cuchillos y dagas hasta quedar bañados
en sangre” (v. 28 – NVI). “Herirse hasta sangrar por razones rituales era
una práctica prohibida por la ley hebrea” (DHH). De que estos profetas lo
hicieran de todos modos, es una señal más de cuánto ellos se habían apartado de
Dios y de sus mandatos.
Después leemos esta frase que suena
como una sentencia a muerte de un Juez soberano: “Los profetas continuaron profetizando hasta llegar el momento de hacer
el sacrificio de la tarde, pero no pasó absolutamente nada. Baal no hizo ni un
ruido. No contestó nada. Nadie los escuchaba” (v. 29 – PDT). ¡Qué tremenda
declaración! Sólo el que ha estado sumido en la más terrible oscuridad, con el
alma gritando a voz en cuello por auxilio sin que nadie lo escuche, puede
entender este cuadro desgarrador. Es que estaban clamando a un dios muerto, y
era imposible que él les escuche y que responda.
Ante la evidente falta de respuesta
de Baal, le tocó el turno a Elías. Pero él procedió de una manera muy diferente
a los sacerdotes de Baal. Él no construyó su propio altar, sino “…se puso a arreglar el altar del Señor, que
estaba en ruinas” (v. 30 – RVC). Esto es mucho más profundo que una simple
descripción de los hechos. El altar del Señor arruinado simbolizaba
perfectamente el estado espiritual de Israel. La adoración a Dios, la
obediencia, el respeto a Dios estaban iguales que su altar: derrumbado. Dios ya
no existía para el pueblo. Ellos se habían convertido en sus propios dioses, al
hacer y deshacer lo que se les antojaba. Dios ya no tenía nada que ver con
ellos, ni ellos con Dios. Lo primero que hizo Elías fue reconstruir otra vez —simbólicamente—
la presencia de Dios en medio de su pueblo. Además, no lo hizo de cualquier
manera, sino usando 12 piedras conforme a la cantidad de tribus que conformaban
el pueblo de Israel (v. 31). Es decir, todo el pueblo completo, cada tribu,
estaba representado en este volver a Dios, en este avivamiento que Elías estaba
introduciendo. Dios volvería a ser el Dios de toda la nación.
Pero luego, Elías hizo otra cosa más
que demostraría con aun más claridad la victoria del Señor. De que Baal, el
dios de los fenómenos naturales, no haya respondido con fuego, ya era derrota
más que suficiente. Pero Elías quería demostrar que el Dios del cielo no
solamente era incomparablemente superior a Baal, sino que quede evidente que el
suyo era un poder sobrenatural y no un simple efecto de película: cavó una
zanja alrededor del altar y mandó derramar varios baldes de agua encima del
animal a ser sacrificado, la leña y el altar, llenando completamente toda la
zanja con agua (vv. 34-35). Sabemos bien que leña mojada no prende fuego, así
que, si sucedía algo, no era porque Elías había empleado algún truco barato
para prenderle fuego a su sacrificio, sino por una intervención sobrenatural de
Dios mismo.
Luego, Elías hizo una oración simple
y corta, pidiendo que Dios responda con fuego. Esto también era un contraste
absoluto del tremendo y prolongado alboroto que habían armado los sacerdotes de
Baal. En esta oración, Elías dirigió la mirada de todo el pueblo hacia Dios: “Dios de Abraham, Isaac e Israel: haz que
hoy se sepa que tú eres el Dios de Israel, y que yo soy tu siervo, y que hago
todo esto porque me lo has mandado” (v. 36 – DHH). Al nombrarlo a Dios como
el Dios de Abraham, Isaac e Israel, Elías le hizo ver al pueblo que Dios siempre
había sido el Dios de Israel desde los inicios de su historia como pueblo. Esto
también ya hubiera bastado para ponerlo a Dios nuevamente en el sitio que le
correspondía ante los ojos del pueblo. Pero Elías pidió además que Dios lo haga
claramente visible no solamente para el ojo espiritual, sino también para el
ojo físico. Su objetivo fue que Dios sea exaltado como Soberano y que el pueblo
pueda volver sus corazones a él (v. 37). Y Dios respondió a la petición de
Elías, consumiendo el sacrificio, toda el agua y, aparentemente, también el
altar mismo. La descripción se parece a un rayo que impactó el altar,
haciéndolo añicos con todo lo que había en él. Este suceso impactó también
fuertemente al pueblo que “…se echó con
el rostro en tierra, gritando: ‘¡El Señor es el Dios verdadero! ¡El Señor es el
Dios verdadero!’” (v. 39 – BLA/NBE). ¡La luz había vuelto a los corazones
del pueblo! El Dios del cielo sería honrado nuevamente en Israel como el Dios
único y verdadero. Elías llevó este avivamiento hasta sus últimas
consecuencias, eliminando a los profetas falsos, que habían sido los
responsables en fomentar el culto al dios Baal (v. 40). Con esto, la causa del
disgusto de Dios y su castigo sobre el pueblo con la sequía de tres años fue
sacado de en medio, y Dios hizo llover de nuevo abundantemente en Israel (v.
45).
¿Hasta cuándo saltarán de un pie al
otro? ¿Hasta cuándo jugarán en ambos equipos? Ya habíamos dicho que esto es
imposible. No se puede estar bien con Dios y con Baal; con Dios y con el mundo.
O estás de uno o estás del otro lado. Observemos un poco más de cerca a los
personajes de este drama para ver las características de cada cual. Por el lado
de Baal está en primer lugar Ajab. Como ya dijimos, decidido a no creer ni que
le aparezca Dios mismo para decirle lo equivocado que estaba.
Después tenemos al pueblo en general
que parece no tener mucha estabilidad en sus convicciones, sino que le sigue no
más la corriente a los demás, sin preocuparse en qué dirección se van ni cuál
sería el fin de este camino. Estar de onda, eso es lo más importante.
Tenemos también de este lado a los
sacerdotes de Baal. No solamente estaban equivocados ellos mismos, sino que
arrastraron consigo a casi todo el resto del pueblo rumbo a la perdición. Y no
digamos demasiado pronto que no tenemos absolutamente nada que ver con ellos,
ya que no adoramos a ningún Baal. ¿Estás seguro? El domingo pasado el pastor
Roberto nos dijo que fácilmente podemos seguir a otros dioses: el dinero, el
trabajo, el sexo, el placer, la novia, la reputación, el “qué dirán”, el
egoísmo, etc., etc. Hay miles y miles de estos dioses que se nos ofrecen.
Cualquier cosa que llega a ser más importante para vos que Dios, es tu dios con
minúscula; es tu Baal. Y mientras que le rindes culto y pones tu confianza en
ellos, te desangras totalmente, al igual que estos sacerdotes, sin conseguir
nada. Sólo te responde un silencio atroz. Votaste por tu dios, le diste todo,
sólo para que él te deje colgado en el peor de los momentos.
Pero también tenemos personajes del
otro lado, del lado del Dios verdadero. Por un lado, encontramos a Abdías. Él
aparece muy poco en el relato, pero tiene una función crucial. Él defendió a
Dios y a sus profetas en el momento más duro para ellos, poniendo en riesgo su
propia vida. Imagínense lo que habría hecho Ajab si hubiera descubierto que uno
de sus funcionarios más cercanos protegía a 100 personas que el rey consideraba
sus enemigos. Abdías estaba en la cueva misma del león, pero con
determinaciones muy firmes y claras a favor de Dios.
Y tenemos también a Elías, por
supuesto: el profeta de Dios que obedeció las claras instrucciones de Dios, aun
si con esto ponía en peligro su propia vida, como efectivamente lo relatan los
próximos capítulos. Pero no titubeó ni un segundo para enfrentar a todo un
ejército movido por el demonio mismo, no para hacerse un gran nombre él mismo,
sino para que el nombre de Dios sea puesto en alto y la gente pueda volver sus
corazones otra vez hacia su Creador.
Y tú, ¿de qué lado estás? ¿O de
repente estás también de los que alguna vez están de este lado y luego del
otro? Entonces Elías también te pregunta: “¿Hasta cuándo saltarás de un pie al
otro?” Definí ya de una vez qué es lo que quieres para tu vida. No puedes estar
de ambos lados. ¡Es simple y llanamente imposible! Y no estoy hablando de ser
perfectos. Pero estoy hablando de tener lealtades divididas, de querer
preservar ciertos pecados favoritos, pero también tener la bendición de Dios. Fallaremos
mil veces, pero si el máximo anhelo de nuestro corazón es vivir consagrado a
Dios, vivir en santidad, obedecerle a Dios siempre, entonces estamos totalmente
de su lado, a pesar de nuestros errores. ¿De qué lado estás? O más importante aún:
¿de qué lado quieres estar de ahora en adelante? Si descubres que demasiadas
veces le has rendido culto a algunos de los baales en tu vida, renunciá al
derecho que les has concedido sobre ciertas áreas de tu vida y consagrate
totalmente a Cristo. Tú únicamente puedes decidir esto. Pero si decides pasarte
ahora al equipo de Dios, haz ahora este compromiso a través de una oración. Y
si necesitas ayuda, acercate a mí o a alguna persona de confianza de la iglesia
para que te pueda guiar.
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