domingo, 23 de julio de 2017

¿De qué lado estás?

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            Esta tarde continúa el torneo de varones en Villa Hacienda. Es una fecha importante porque se disputa la punta: se enfrentan los dos primeros equipos en la tabla de posiciones. Cada grupo tiene el propósito claro: funcionar como un solo equipo, tratando de superar al contrario para así obtener la victoria. Pero imagínense que uno de los jugadores es muy amigo también de los jugadores del equipo contrario. Por supuesto que desea que gane su equipo, pero le dan pena también sus amigos. Así que, según que de dónde le llegue la pelota, a veces juega para un grupo y otra vez para el otro. Trata de quedar bien con ambos. ¿Cuánto tiempo creen que durará en la cancha hasta ser reemplazado? Me temo que no mucho. Es imposible querer estar de ambos lados, quedar bien con ambos grupos enfrentados. Al final no está a favor de ninguno. Ridículo, ¿no?
            Lastimosamente no consideramos tan ridículo esta actitud cuando es la nuestra propia. Y no en un partido de fútbol, sino en la vida espiritual. Tratamos de vivir una vida doble, a veces aquí, a veces allá. En la historia que nos toca analizar hoy nos encontraremos con este tipo de personas, y vamos a entender a qué me refiero. Pero vamos por partes. La historia encontramos en el capítulo 18 de 1 de Reyes. No la vamos a leer completa, pero sí los versículos claves. Pero abran sus Biblias en 1 Reyes 18, porque les voy ir indicando los versículos a los que hago referencia.
            El domingo pasado habíamos dejado a Elías para que descanse un rato de la persecución que el rey Ajab realizó porque Elías le había anunciado el cese de lluvia. Según la versión de la Biblia que ustedes tengan, encontrarán tres diferentes traducciones del nombre de este rey: Ajab, Ahab y Acab. Yo me voy a referir hoy a él como Ajab. Este rey persiguió a Elías como si el profeta fuese el culpable de ese castigo de Dios, en vez de humillarse él mismo por su rebeldía e idolatría. Pero así somos los seres humanos: siempre buscamos a alguien que pague el plato roto – roto por nosotros mismos.
            Esa sequía había durado ya tres años (v. 1). Si aquí no llueve tres meses, ya nos desesperamos. Imagínense entonces tres años sin una gota de lluvia en todo el país. Pero ahora Dios consideró que ya era suficiente de esta situación. Dios castiga, pero no ahoga. La situación ya se había vuelto extremadamente difícil. El texto dice que “el hambre que azotaba a Samaria era terrible” (v. 2 – RVC). Por eso Dios resolvió que iba a hacer llover otra vez en el país.
            El versículo 3 hace un cambio brusco de escenario. Nos traslada al palacio de gobierno de Ajab, y nos muestra que Dios tiene sus funcionarios en cualquier parte, incluso en el gabinete del gobernador más idólatra: “Abdías era un hombre profundamente temeroso del Señor” (v. 3 – RVC). Y no lo era de boca para fuera, sino lo había demostrado al proteger a 100 de los profetas de Dios (v. 4). Y fue precisamente a este hombre de Dios que estaba en un viaje oficial por el país al se le apareció el profeta Elías. Elías le pidió que le diera aviso al rey de que él, Elías, estaba en ese lugar. A Abdías esto le pareció un chiste de mal gusto porque pensó que el Espíritu de Dios estaría jugando a las escondidas con él, haciendo aparecer a Elías en un lugar, y acto seguido en otro muy distinto. Porque aparecer así de golpe después de 3 años de clandestinidad absoluta, a pesar de los infructuosos esfuerzos en conjunto del FBI, de la CIA y de la KGB por localizar a Elías, debe haberle parecido a Abdías casi a un fantasma. Si él iría ahora a dar el aviso al rey de haber encontrado a la persona más buscada por los servicios de inteligencia, y ésta se deshiciera nuevamente en el aire como una burbuja, a él le costaría la cabeza. Pero Elías le aseguró que nada iba a pasar, que él ahí no más iba a esperar al rey.
            El rey no tardó en ir a encontrarse con Elías. Y nuevamente vemos en él la misma actitud de siempre, la de echar su propia culpa sobre Elías: “En cuanto Ajab divisó a Elías, le dijo: ‘¡Ah! ¡Aquí está el causante de la desgracia de Israel!’ (v. 17 – BLA). Este rey es como leímos en estos días en un devocionario, que si intentas argumentar y razonar con una persona que decidió no creer, estás perdiendo el tiempo. No aceptará ningún argumento ni si le apareciera Cristo mismo. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Ejemplo: Ajab. Así que, Elías simple y directamente le dice: “Yo no causo problemas en Israel. Tú y la familia de tu papá han sido la causa de los problemas. Cometiste un gran error cuando dejaste de obedecer lo que dice el Señor y comenzaste a seguir dioses falsos” (v. 18 – PDT). ¡Para que conste! Y sin dejar que el rey responda, ya Elías le dio instrucciones claras acerca de cómo dejar en claro este punto: “Ordena que los israelitas se reúnan en el monte Carmelo. Que vayan también los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal y los cuatrocientos profetas de la diosa Astarté [o Aserá], a los que Jezabel les da de comer” (v. 19 – TLA). El monte Carmelo a donde Elías convoca al pueblo es en realidad una cadena montañosa de unos 30 km. de largo y que termina prácticamente sobre el mar Mediterráneo. Tenía carácter sagrado para los israelitas.
            Lo que me impresiona aquí es la autoridad que Elías tenía sobre el rey, a pesar de que este no hacía caso en absoluto a Dios. Era la autoridad de Dios mismo en el profeta, ya que él actuó en nombre y por mandato de Dios. Es por eso que el rey cumplió las instrucciones del profeta, y eso llevó al punto central o clímax de esta historia. “Elías se acercó a todo el pueblo y dijo: ‘Hasta cuándo saltarán de un pie al otro’. [¿Hasta cuándo jugarán en dos equipos?] Si el Señor es Dios, síganlo; si es Baal, síganlo a él. Pero el pueblo no le respondió ni una palabra” (v. 21 – Kadosh/BPD). Este versículo describe el verdadero problema del pueblo: de andar con quien más le beneficiaba; querer estar bien con Dios y con el mundo. Y así seguía ese doble juego, una doble vida, espiritualmente hablando. Pero en realidad, el que no está totalmente con Dios, está ya del otro lado. Con Dios es o todo o todo. Un poquito del mundo y un poquito de Dios no combina. Ni siquiera un poquito del mundo y mucho de Dios. ¿O ustedes tomarían de un recipiente con mucha agua y una gota de veneno mortal? Yo por lo menos paso. ¿Cómo pretendemos entonces que a Dios sea agradable nuestra vida con cierta devoción a él, pero también con una pizca de pecado favorito que no queremos soltar? Así estaba el pueblo en tiempos de Elías, y así está nuestra vida también muchas veces si nos descuidamos.
            Para poner en claro quién era el verdadero Dios, Elías propuso un duelo entre Dios y Baal, a ver quién ganaba. El que salga vencedor, ése sería el Dios oficial del pueblo a quien todos tenían que seguir. Al pueblo le pareció bien esta propuesta. El cuadrilátero en el que se iba a desarrollar el boxeo entre Dios y Baal sería un altar con un toro o novillo encima. El Dios que iba a responder con fuego para quemar el sacrificio, ése sería el vencedor. Aquí es interesante una nota explicativa de la Biblia “Dios Habla Hoy”: “El profeta del Señor desafía a los profetas de Baal en el terreno en que ellos pretendían ser fuertes, ya que Baal era venerado como el dios de las tormentas y de los fenómenos meteorológicos. En algunos relieves aparece con un “rayo” en su mano.” Entonces, si alguien lo podría vencer precisamente en su punto supuestamente más fuerte, sería evidencia de verdadero poder y grandeza, muy por encima del dios al que ellos veneraban.
            Encima, Elías les dio a ellos ventaja al invitarlos a empezar primero. Ellos prepararon todo y empezaron con sus ritos de invocación de su dios Baal. En medio de todo el escándalo que armaron ahí para convencer a Baal de que tenga que enviar fuego del cielo, destaca como golpe fulminante la frase que aparece dos veces en el texto: “Pero no se oyó nada ni hubo respuesta alguna mientras saltaban delante del altar que habían levantado” (v. 26 – BLA). Cuanto más ruido hacían los sacerdotes, tanto más destacaba el silencio de su dios. Encima tenían que soportar la burla de Elías: “«¡Griten más fuerte! ¿No ven que él es dios? A lo mejor está pensando, o salió de viaje; quizás fue al baño. ¡Tal vez está dormido y tienen que despertarlo!»” (v. 27 – TLA). Los profetas ya empezaron a ser presas del pánico. Ya era mediodía y no pasaba nada todavía. Sabían que no estaban en una ceremonia cualquiera entre ellos no más, sino que todo el pueblo veía la ineficiencia de ellos y de su dios. Encima era un duelo decisivo. De su resultado dependía toda su existencia prácticamente. Si Baal no sería más el dios dominante, ellos como sus sacerdotes se quedarían sin razón de ser. No tendrían más trabajo. “Comenzaron entonces a gritar más fuerte y, como era su costumbre, se cortaron con cuchillos y dagas hasta quedar bañados en sangre” (v. 28 – NVI). “Herirse hasta sangrar por razones rituales era una práctica prohibida por la ley hebrea” (DHH). De que estos profetas lo hicieran de todos modos, es una señal más de cuánto ellos se habían apartado de Dios y de sus mandatos.
            Después leemos esta frase que suena como una sentencia a muerte de un Juez soberano: “Los profetas continuaron profetizando hasta llegar el momento de hacer el sacrificio de la tarde, pero no pasó absolutamente nada. Baal no hizo ni un ruido. No contestó nada. Nadie los escuchaba” (v. 29 – PDT). ¡Qué tremenda declaración! Sólo el que ha estado sumido en la más terrible oscuridad, con el alma gritando a voz en cuello por auxilio sin que nadie lo escuche, puede entender este cuadro desgarrador. Es que estaban clamando a un dios muerto, y era imposible que él les escuche y que responda.
            Ante la evidente falta de respuesta de Baal, le tocó el turno a Elías. Pero él procedió de una manera muy diferente a los sacerdotes de Baal. Él no construyó su propio altar, sino “…se puso a arreglar el altar del Señor, que estaba en ruinas” (v. 30 – RVC). Esto es mucho más profundo que una simple descripción de los hechos. El altar del Señor arruinado simbolizaba perfectamente el estado espiritual de Israel. La adoración a Dios, la obediencia, el respeto a Dios estaban iguales que su altar: derrumbado. Dios ya no existía para el pueblo. Ellos se habían convertido en sus propios dioses, al hacer y deshacer lo que se les antojaba. Dios ya no tenía nada que ver con ellos, ni ellos con Dios. Lo primero que hizo Elías fue reconstruir otra vez —simbólicamente— la presencia de Dios en medio de su pueblo. Además, no lo hizo de cualquier manera, sino usando 12 piedras conforme a la cantidad de tribus que conformaban el pueblo de Israel (v. 31). Es decir, todo el pueblo completo, cada tribu, estaba representado en este volver a Dios, en este avivamiento que Elías estaba introduciendo. Dios volvería a ser el Dios de toda la nación.
            Pero luego, Elías hizo otra cosa más que demostraría con aun más claridad la victoria del Señor. De que Baal, el dios de los fenómenos naturales, no haya respondido con fuego, ya era derrota más que suficiente. Pero Elías quería demostrar que el Dios del cielo no solamente era incomparablemente superior a Baal, sino que quede evidente que el suyo era un poder sobrenatural y no un simple efecto de película: cavó una zanja alrededor del altar y mandó derramar varios baldes de agua encima del animal a ser sacrificado, la leña y el altar, llenando completamente toda la zanja con agua (vv. 34-35). Sabemos bien que leña mojada no prende fuego, así que, si sucedía algo, no era porque Elías había empleado algún truco barato para prenderle fuego a su sacrificio, sino por una intervención sobrenatural de Dios mismo.
            Luego, Elías hizo una oración simple y corta, pidiendo que Dios responda con fuego. Esto también era un contraste absoluto del tremendo y prolongado alboroto que habían armado los sacerdotes de Baal. En esta oración, Elías dirigió la mirada de todo el pueblo hacia Dios: “Dios de Abraham, Isaac e Israel: haz que hoy se sepa que tú eres el Dios de Israel, y que yo soy tu siervo, y que hago todo esto porque me lo has mandado” (v. 36 – DHH). Al nombrarlo a Dios como el Dios de Abraham, Isaac e Israel, Elías le hizo ver al pueblo que Dios siempre había sido el Dios de Israel desde los inicios de su historia como pueblo. Esto también ya hubiera bastado para ponerlo a Dios nuevamente en el sitio que le correspondía ante los ojos del pueblo. Pero Elías pidió además que Dios lo haga claramente visible no solamente para el ojo espiritual, sino también para el ojo físico. Su objetivo fue que Dios sea exaltado como Soberano y que el pueblo pueda volver sus corazones a él (v. 37). Y Dios respondió a la petición de Elías, consumiendo el sacrificio, toda el agua y, aparentemente, también el altar mismo. La descripción se parece a un rayo que impactó el altar, haciéndolo añicos con todo lo que había en él. Este suceso impactó también fuertemente al pueblo que “…se echó con el rostro en tierra, gritando: ‘¡El Señor es el Dios verdadero! ¡El Señor es el Dios verdadero!’” (v. 39 – BLA/NBE). ¡La luz había vuelto a los corazones del pueblo! El Dios del cielo sería honrado nuevamente en Israel como el Dios único y verdadero. Elías llevó este avivamiento hasta sus últimas consecuencias, eliminando a los profetas falsos, que habían sido los responsables en fomentar el culto al dios Baal (v. 40). Con esto, la causa del disgusto de Dios y su castigo sobre el pueblo con la sequía de tres años fue sacado de en medio, y Dios hizo llover de nuevo abundantemente en Israel (v. 45).
            ¿Hasta cuándo saltarán de un pie al otro? ¿Hasta cuándo jugarán en ambos equipos? Ya habíamos dicho que esto es imposible. No se puede estar bien con Dios y con Baal; con Dios y con el mundo. O estás de uno o estás del otro lado. Observemos un poco más de cerca a los personajes de este drama para ver las características de cada cual. Por el lado de Baal está en primer lugar Ajab. Como ya dijimos, decidido a no creer ni que le aparezca Dios mismo para decirle lo equivocado que estaba.
            Después tenemos al pueblo en general que parece no tener mucha estabilidad en sus convicciones, sino que le sigue no más la corriente a los demás, sin preocuparse en qué dirección se van ni cuál sería el fin de este camino. Estar de onda, eso es lo más importante.
            Tenemos también de este lado a los sacerdotes de Baal. No solamente estaban equivocados ellos mismos, sino que arrastraron consigo a casi todo el resto del pueblo rumbo a la perdición. Y no digamos demasiado pronto que no tenemos absolutamente nada que ver con ellos, ya que no adoramos a ningún Baal. ¿Estás seguro? El domingo pasado el pastor Roberto nos dijo que fácilmente podemos seguir a otros dioses: el dinero, el trabajo, el sexo, el placer, la novia, la reputación, el “qué dirán”, el egoísmo, etc., etc. Hay miles y miles de estos dioses que se nos ofrecen. Cualquier cosa que llega a ser más importante para vos que Dios, es tu dios con minúscula; es tu Baal. Y mientras que le rindes culto y pones tu confianza en ellos, te desangras totalmente, al igual que estos sacerdotes, sin conseguir nada. Sólo te responde un silencio atroz. Votaste por tu dios, le diste todo, sólo para que él te deje colgado en el peor de los momentos.
            Pero también tenemos personajes del otro lado, del lado del Dios verdadero. Por un lado, encontramos a Abdías. Él aparece muy poco en el relato, pero tiene una función crucial. Él defendió a Dios y a sus profetas en el momento más duro para ellos, poniendo en riesgo su propia vida. Imagínense lo que habría hecho Ajab si hubiera descubierto que uno de sus funcionarios más cercanos protegía a 100 personas que el rey consideraba sus enemigos. Abdías estaba en la cueva misma del león, pero con determinaciones muy firmes y claras a favor de Dios.
            Y tenemos también a Elías, por supuesto: el profeta de Dios que obedeció las claras instrucciones de Dios, aun si con esto ponía en peligro su propia vida, como efectivamente lo relatan los próximos capítulos. Pero no titubeó ni un segundo para enfrentar a todo un ejército movido por el demonio mismo, no para hacerse un gran nombre él mismo, sino para que el nombre de Dios sea puesto en alto y la gente pueda volver sus corazones otra vez hacia su Creador.

            Y tú, ¿de qué lado estás? ¿O de repente estás también de los que alguna vez están de este lado y luego del otro? Entonces Elías también te pregunta: “¿Hasta cuándo saltarás de un pie al otro?” Definí ya de una vez qué es lo que quieres para tu vida. No puedes estar de ambos lados. ¡Es simple y llanamente imposible! Y no estoy hablando de ser perfectos. Pero estoy hablando de tener lealtades divididas, de querer preservar ciertos pecados favoritos, pero también tener la bendición de Dios. Fallaremos mil veces, pero si el máximo anhelo de nuestro corazón es vivir consagrado a Dios, vivir en santidad, obedecerle a Dios siempre, entonces estamos totalmente de su lado, a pesar de nuestros errores. ¿De qué lado estás? O más importante aún: ¿de qué lado quieres estar de ahora en adelante? Si descubres que demasiadas veces le has rendido culto a algunos de los baales en tu vida, renunciá al derecho que les has concedido sobre ciertas áreas de tu vida y consagrate totalmente a Cristo. Tú únicamente puedes decidir esto. Pero si decides pasarte ahora al equipo de Dios, haz ahora este compromiso a través de una oración. Y si necesitas ayuda, acercate a mí o a alguna persona de confianza de la iglesia para que te pueda guiar.

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