martes, 15 de abril de 2025

Salvos por fe


 




            En el pasaje anterior, Pablo había demostrado con mucho cuidado y basándose sobre muchos textos bíblicos cómo Dios llegó a elegir a Israel como su pueblo, según su libre voluntad y su misericordia. Dios había bendecido a este pueblo con muchos privilegios. Pero Pablo también indicó que Israel no había vivido conforme a estas bendiciones de Dios. En el presente pasaje él critica fuertemente la falta de fe con la que Israel había reaccionado a la elección divina. Él desarrolla este tema de la fe, explicando la razón por la cual la falta de fe de Israel es tan grave para este pueblo.

 

            F Ro 9.30-10.21

 

            Pablo empieza este pasaje indicando que Dios había agregado a su pueblo gente de todas las naciones de la tierra (v. 30). Y lo sorprendente es —contrario a lo que uno se podría imaginar— que esto a nadie le costó el ojo para ingresar al pueblo de Dios. Hoy, para llegar a ser parte de la ciudadanía de un país aparte del suyo en que nació es bastante complicado. Pero estas personas no se habían esforzado en absoluto por pertenecer a este pueblo, no habían tenido que cumplir requisitos casi imposibles de lograr, sino Dios los recibió simplemente porque creían en él. Los judíos, en cambio, se habían esforzado toda la vida tratando de cumplir los mandamientos de Dios (v. 31). Es más, se habían impuesto leyes adicionales para asegurar de no fallarle a ninguno. Sin embargo, con todo esto igual ellos habían errado el blanco, porque querían alcanzar su objetivo basados en sus propios logros (v. 32) y no en la fe: “…los israelitas trataron de salvarse haciendo buenas obras, como si eso fuera posible, y no confiando en Dios. Por eso, dieron contra la gran piedra de tropiezo” (9.32 – NBD). En cambio, a Jesús, la verdadera base de la fe cristiana, ellos habían dejado a un lado (v. 33). Por más que él se haya puesto en su camino y ellos tropezaron con él como si fuese una piedra, los judíos lograron esquivarle otra vez. “Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron” (Jn 1.11 – NVI). No lo recibieron porque querían llegar a Dios sin él. Jesús más bien los estorbaba en su intento de complacer a Dios. Pero lo que Dios busca es fe, no obras. El que ha aceptado a Jesús por fe podrá producir también las obras correspondientes. Pero no va a poder encontrarle a Dios por las obras, sin la fe. Santiago escribió: “…tú no puedes demostrarme que tienes fe si no haces nada. En cambio, yo te demuestro mi fe con las buenas obras que hago” (Stg 2.18 – PDT). La fe es algo netamente subjetivo, invisible para el ser humano. Las obras expresan y ponen en evidencia la fe que hay en la persona. “…por sus frutos los conocerán” (Mt 7.20 – NVI) dijo Jesús. Como los frutos revelan qué tipo de árbol es, así las obras revelan qué clase de fe tiene la persona, o si tiene fe o no la tiene.

            Esta ceguera espiritual es lo que tanto le cuesta aceptar a Pablo. Nuevamente él expresa su anhelo ferviente de que su pueblo pueda ser salvado (v. 10.1). Él lo describe como un pueblo enceguecido, con “un celo mal entendido” (v. 2 – BPD). Son personas muy fervorosas por Dios, “pero es un fervor mal encauzado” (NTV). Se esfuerzan por agradar a Dios, pero de manera equivocada. Una versión incluso dice “que son fanáticos del servicio de Dios” (BLA). Podríamos compararlos con los seguidores de alguna secta que también se sacrifican hasta lo último, pero por una mentira. Creen tener la verdad, pero a la luz de la Biblia es un tremendo engaño de Satanás lo que ellos profesan. Alguien lo describió una vez en estas palabras: “Son muy sinceros, pero están sinceramente equivocados.” La falta de conocimiento de los israelitas consistió en querer llegar a Dios por vía equivocada. Pablo dice: “…no entienden la forma en que Dios hace justas a las personas con él. Se niegan a aceptar el modo de Dios y, en cambio, se aferran a su propio modo de hacerse justos ante él tratando de cumplir la ley” (v. 3 – NTV). Ya a través del profeta Oseas, siglos antes, Dios había dicho: “Mi pueblo es destruido por falta de conocimiento” (Os 4.6 – LBLA). La Traducción en Lenguaje Actual dice: “Mi pueblo no ha querido reconocerme como su Dios, y por eso se está muriendo” (TLA). En vez de confiar en la obra redentora de Jesús, los judíos querían obtener la justificación por medio del cumplimiento de la ley. Con esto se parecen a tantas otras personas de hoy en día que quieren sumar puntos por llevar una “vida aceptable” para poder presentarse ante Dios. Esta actitud surgió de una mala interpretación de la ley de Moisés. Las instrucciones en el Antiguo Testamento tenían como objetivo mostrar de qué manera el ser humano se debía presentar delante de Dios: de manera santa y limpia. A primera vista, el libro de Levítico puede parecer extremadamente aburrido. Pero cuando uno se sumerge más en el contenido llega a reconocer la absoluta santidad de Dios, y la necesidad del ser humano de ser santo para presentarse ante Dios: “…ustedes deben ser santos como yo soy santo” (Lv 11.45 – PDT). Como él es absolutamente santo, todo el que quiera permanecer delante de él debe ser también así de absolutamente santo. Pero, ahí radica justamente el problema: es imposible ser santo como Dios. El que quisiera ser justificado por medio de la observancia de la ley tendría que cumplir absolutamente toda la ley (v. 5). Los judíos no habían entendido todavía que esto es imposible para el ser humano. Todavía creían como el siervo en la parábola de Jesús, que, con un poco de paciencia de parte del rey, él podría llegar a pagar la suma monstruosa que le debía – algo totalmente imposible. Era por eso que había venido Jesús para hacer precisamente esto. Él mismo declaró no haber venido para anular la ley sino más bien a cumplirla (Mt 5.17). En Cristo, la ley y sus exigencias se cumplieron. La santidad que demandaba la ley pero que no podía producir, la podemos alcanzar al aceptar el perdón de Dios y dejarnos limpiar de toda maldad: “Cristo ya cumplió el propósito por el cual se entregó la ley. Como resultado, a todos los que creen en él se les declara justos a los ojos de Dios” (v. 4 – NTV). Llegamos a Dios a través de Cristo que nos abrió camino en medio de la ley. La ley es ahora para nosotros como un libro cerrado, en cuya tapa dice: “Vencido. Más informaciones con Cristo.”

            El creyente no busca más alcanzar la salvación por el esfuerzo de traer a Cristo del cielo o del reino de los muertos (vv. 6-7). Eso ya lo hizo Dios. En vez de esto, el creyente confía en la Palabra de Dios para la cual el Espíritu Santo le abre el entendimiento y que él ha aceptado por fe (v. 8). Y una vez que esta Palabra de Dios se haya arraigado en nuestra mente y corazón, entonces también la boca habla de esto, “porque la boca habla lo que reboza en el corazón” (Mt 12.34 – Kadosh), dijo Jesús. Y si el corazón está tan lleno de fe en Jesús que la boca proclama la soberanía de Jesús sobre su vida, entonces es una señal de que la persona ha sido salva (v. 9). Pablo siempre había enfatizado que la salvación se obtiene únicamente por medio de la fe y no por esfuerzo propio. Sin embargo, hay algunas cosas que el ser humano sí tiene que hacer: a) tiene que creer de todo corazón, y b) tiene que confesar públicamente su fe. Por medio de la fe somos declarados justos por Dios. Y si formulamos nuestras convicciones en palabras, hemos alcanzado la salvación: “…es por creer en tu corazón que eres declarado justo a los ojos de Dios y es por confesarlo con tu boca que eres salvo” (v. 10 – NTV).

            Esto no indica dos posibilidades distintas de ser salvos. Más bien es la fe el prerrequisito para la salvación, y la confesión la consecuencia de la misma. Fe y confesión deben ir mano a mano. Son las dos caras de la misma moneda. Sólo uno de ellos hace incompleta la cosa. El que no confiesa su fe públicamente, siempre la guardará como un secreto. De esta manera, su fe puede ser borrada del mapa por el primer viento contrario. Pero si lo pronuncia, no sólo tiene más testigos de su fe, sino que su propio oído también ha escuchado su confesión de fe, y con esto esta convicción se graba más profundo en su mente. Aparte, ¿de qué me sirve mi fe si no la quiero mostrar públicamente? Sería lo mismo que si alguien “enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón” (Mt 5.15 – BPD).

            ¿Qué es entonces lo que debemos creer y confesar? La fe acepta la resurrección de Jesús como un hecho: “…si crees de todo corazón que Dios lo levantó de la muerte” (v. 9b – PDT). El que está convencido de este hecho, reconoce con esto que Jesús es Dios, porque solo Dios puede vencer la muerte y el pecado. La persona acepta entonces la muerte de Jesús para sí de manera personal; acepta a Jesús como su Salvador. Y el que ha hecho esto, puede aceptar a Jesús también como su Señor y confesarlo delante de la gente: “Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor…” (v. 9a – RVC). Proclamar el señorío de Cristo es más que decir algunas palabras. Hay un poder espiritual tremendo que se mueve en esta confesión. Es por eso que personas poseídas por demonios no logran pronunciar la frase: “Jesús es mi Señor.”.

            Esa fe en Cristo nunca nos avergonzará (v. 11). Dios cumple su palabra, y el que se atreve a confiar plenamente en él, será sostenido por Dios. Esto no es exclusivo para alguna cultura. Pablo dice que cualquiera que confíe en Dios, sin importar si es judío o gentil, será salvado: “No hay diferencia entre los judíos y los no judíos; pues el mismo Señor es Señor de todos, y da con abundancia a todos los que lo invocan. Porque esto es lo que dice: los que invoquen el nombre del Señor, alcanzarán la salvación” (vv. 12-13 – DHH). En esto radicaba precisamente la confusión de los judíos y la razón por la que no tenían fe. Ellos creían no necesitar de la fe. Estaban convencidos de tener las entradas al cielo en el bolsillo con tan solo ser judío. Creían tener un acceso directo al cielo que solo ellos conocían, y no tener que hacer cola en la entrada oficial. En todo este capítulo Pablo explica que la única manera de llegar a pertenecer al pueblo de Dios es a través de la fe, y que cualquiera que cree en Dios es admitido en el seno de la familia de Dios, sin importar la raza o nacionalidad. Pero para que una persona pueda invocar el nombre de Dios y ser salvo, tienen que suceder primero algunas cosas. Con el método de las preguntas, Pablo llega a describir finalmente cómo es que una persona pueda creer en Jesús (vv. 14-15). Para empezar, tiene que haber alguien que sea enviado con un mensaje. No se dice quién es el que envía, pero se entiende que es Dios. Alguien que es llamado como pastor, por ejemplo, recibe ese llamado en primer lugar de Dios. La iglesia local puede y debe confirmar ese llamado, pero la tarea, el encargo, viene de parte de Dios. Él es el empleador. Y esto se aplica a cualquier otro cargo o don espiritual que se ejerce dentro de la iglesia. El llamado viene en primer lugar de Dios. Con ese llamado, la persona sale al mundo para predicar. Las personas que escuchan la prédica reciben la información necesaria para comprender su situación de perdición. Al escuchar de que Jesús los quiere salvar de ese caos, ellos pueden depositar su confianza en él, invocarlo y experimentar la salvación. La fe se despertó en ellos al escuchar la proclamación de la Palabra de Dios (v. 17). Y el gozo de haber sido portavoz de esta Palabra que ha despertado la fe en otros es indescriptible. Es más, si quieres tener una sesión de pedicure gratis, andá a evangelizar, porque la Biblia dice: “¡Qué hermoooosos son los pies de los mensajeros que traen buenas noticias” (v. 15 – NTV)! Bueno, la verdad que tus pies más bien se van a llenar de polvo al ir a compartir la buena noticia de la salvación con los demás. Esta cita de Isaías 52.7 no es ninguna publicidad para un salón de pedicura, sino expresa la alegría acerca del mensaje recibido: “¡Cuán hermosa es la llegada de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas” (v. 15b – RVC)! La triste realidad, sin embargo, es, que esa chispa de la fe no se enciende en todos, ya que muchos no le dan la más mínima atención a ese mensaje (v. 16). ¿Por qué es eso así? Pablo hace varias preguntas para encontrar una explicación a este comportamiento. ¿Podría radicar la falta de fe de Israel en que ni siquiera escucharon el mensaje de Dios (v. 18)? La respuesta a esta pregunta es: Por supuesto que lo han escuchado, ya que la voz del predicador sonó por todo el país. Pablo combina Salmo 19.5 con la voz de aquellos que habían proclamado el evangelio. Entonces, Israel no se puede excusar alegando no haber escuchado el mensaje. ¿Pero entonces qué? Si escucharon el mensaje, ¿acaso no lo entendieron (v. 19)? Y otra vez Pablo contesta que ese tampoco es el caso. Como evidencia él cita a Moisés quien indicó que Israel fue provocado por un pueblo gentil. Esto significa que Israel entendió muy bien la intensión de Dios. Pero como pueblo elegido se sintieron tan seguros en su posición, que no les interesó la obediencia a Dios. Creían haberlo ganado todo ya y que no tenían nada que perder, pase lo que pase. Pero cuando de repente se dieron cuenta de que estaban siendo desplazados de su lugar por pueblos gentiles, se llenaron de una gran envidia. En su misericordia, Dios les había dado también a los gentiles la oportunidad de pertenecer a su pueblo, y esto sin que ellos lo habían buscado (v. 20). Ni siquiera conocían a ese Dios, pero cuando él les dio la oportunidad de conocerlo y de pertenecer a su pueblo, ellos aprovecharon esta oferta. Pero los judíos ni aun así estuvieron dispuestos a volverse a Dios completamente, a pesar de que Dios les siga, procurando en amor por su corazón: “Todo el día extendí mis manos hacia un pueblo desobediente y rebelde” (v. 21 – NVI). Israel había escuchado la Palabra de Dios y la entendió también, pero no actuaba de acuerdo a la misma. Aquí vale el refrán: “Nadie es más ciego que el que no quiere ver.” No somos responsables por lo que nunca pudimos saber, pero sí por lo que podríamos y deberíamos haber sabido, pero a lo que no prestamos atención. En ese sentido, la situación de los judíos se explica única y exclusivamente por su falta de fe y su rebeldía. Así se cumple literalmente lo que Jesús dijo en la parábola de los obreros en el viñedo: “…los que ahora son los primeros, serán los últimos; y los que ahora son los últimos, serán los primeros” (Mt 20.16 – TLA). En el capítulo 10 Pablo desarrollará minuciosamente este tema.

            El primer paso de la explicación de Pablo acerca del papel de los judíos en el plan de Dios fue que Dios los había elegido por puro afecto y voluntad suya, sin que Israel haya hecho nada a favor o en contra de tal elección. Era netamente iniciativa de Dios.

            El segundo paso consiste en que la puerta de entrada al pueblo de Dios no es la raza ni condición económica ni conocimiento, ni ningún otro logro humano, sino única y exclusivamente la fe, sin importar quién sea el que desarrolla tal fe. Por eso, tú y yo formamos parte del pueblo de Dios si aceptamos por fe que Jesús es el Hijo de Dios, que vino a este mundo para morir por nuestros pecados y quien resucitó, venciendo así la muerte. Esta confesión es la clave de acceso para ser admitido en el reino de Dios. Por esta razón es esto lo que preguntamos a cada uno antes de sumergirlo en las aguas del bautismo. Y si hay alguien aquí o que escucha esta grabación que no ha tomado ese paso, pon ahora mismo toda tu fe y confianza en lo que Jesús hizo por ti, declárale tu fe en voz alta y pídele que te perdone tus pecados y que te admita en su reino. ¡Y él lo hará! Y luego, comparte con otros este mensaje de salvación.


lunes, 7 de abril de 2025

La elección soberana de Israel

 






            El martes pasado se desató aquí en nuestro estudio bíblico un diálogo sumamente interesante alrededor del pasaje de Ezequiel que estamos estudiando ahora. Y entre eso también acerca de la situación actual de Israel dentro de la historia de Dios para con la humanidad. Siempre se dice que, en el Antiguo Testamento, el pueblo de Dios eran los judíos, y en el Nuevo Testamento, lo es la iglesia. Pero, ¿qué de los judíos? ¿Siguen ellos siendo parte del plan de Dios? ¿O será que Dios ya ha desechado por completo a los judíos? ¿Cuál es la situación de este pueblo? Pablo explica esto muy detalladamente en tres capítulos de su carta a los romanos. El domingo pasado, el hno. Alberto terminó la serie de prédicas acerca del Sermón del Monto. Y luego me gustaría hacer un recorrido por los Salmos. Pero entre medio de esto me gustaría estudiar con ustedes estos tres capítulos de Romanos, porque este asunto tiene que ver con nosotros mucho más de lo que quizás sospechamos. Para entender un poco todo el contexto de la enseñanza de Pablo vamos a leer íntegramente el texto de hoy.

 

            FRo 9.1-29

 

            Pablo ya había hablado bastante extensamente en los capítulos 3 y 4 esta carta acerca de los judíos en tiempos del Nuevo Testamento. Ahora él vuelve a este tema y le dedica tres capítulos exclusivamente a este asunto. Con mucha paciencia y a la luz de numerosos pasajes bíblicos, él explica en este texto las intenciones de Dios con Israel ahora que Jesús haya posibilitado la salvación para toda la humanidad. En este capítulo Pablo describe de qué manera Dios eligió a Israel como su pueblo, y cómo Israel reaccionó a esto.

            Pablo asegura solemnemente decir la verdad (y sólo la verdad y nada más que la verdad – v. 1). Casi se parece a un juramento oficial. Nadie debe poder acusarlo de expresar cualquier idea por puro impulso emocional, sin haberla analizado detenidamente. Después de esta declaración, él les abre su corazón a sus lectores. Él está lleno de dolor y muy preocupado al pensar en su pueblo, los judíos (vv. 2-3). Son su propia carne y sangre. Él se siente tan íntimamente unido a sus hermanos que preferiría ser condenado eternamente por Dios, si es que con esto él pudiera salvar a sus paisanos (v. 3). La palabra que él utiliza aquí es una palabra muy dura, porque pone algo bajo la maldición de Dios y lo condena a la total destrucción. Y él se declara dispuesto a cargar con una situación así, si con esto se salvara su pueblo. Es que nadie ha sido tan bendecido y preferido por Dios como los judíos (vv. 4-5). Pablo menciona aquí varias cosas que Dios le ha dado a su pueblo: su elección como sus hijos; la manifestación de su gloria; el establecimiento de un pacto con ellos; el privilegio de tener toda la ley de Dios; la posibilidad de adorarlo a Dios en sus cultos; promesas especiales de parte de Dios; los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob entre su ascendencia; Jesucristo mismo, el Dios eterno, que era judío según naturaleza humana. Es decir, los judíos tenían frente a todos los demás pueblos todos los privilegios habidos y por haber. Pero ellos consideraron estos privilegios como un derecho con el cual podían creerse algo (comp. Ro 2.17-29); Pablo, en cambio, los veía como una responsabilidad. Los judíos se confiaban en ser descendientes de Abraham y que como tales eran prácticamente dueños de todas las bendiciones y promesas de Dios. Cuando Jesús enseñó que la íntima comunión con él y la obediencia a sus palabras traería completa libertad, los judíos no entendieron de qué él estaba hablando: “Nosotros somos descendientes de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Qué quieres decir con eso de que seremos libres? … ¡Nuestro padre es Abraham” (Jn 8.33, 39)! O sea, con tal de tener el carnet de socio del club Abraham, ya tenían acceso a todos los beneficios que ofrecía el dueño del club – creían ellos.

            Pero esto se volvió ahora un problema. Pablo suele “dialogar” en esta carta con un interlocutor imaginario que cada tanto lo interrumpe con sus contrargumentos, dudas u objeciones. Este interlocutor llega a ser una especie de portavoz de los judíos. Pablo pone en su “boca” los argumentos que expresarían sus lectores, si estuvieran presentes ante él. Y este portavoz podría decir ahora que no entiende por qué, ante esa realidad de los privilegios para los descendientes de Abraham, las condiciones en que está ahora el pueblo no coincide con estos privilegios prometidos. ¿O será que Dios se haya excedido un poco, dando promesas al pueblo que él ahora no podía cumplir? Pero Pablo le asegura que esta no es la situación. Con muchos argumentos y textos del Antiguo Testamento, Pablo empieza paso a paso a demostrar que el ser descendiente de Abraham no es la clave del asunto y no otorga bendiciones automáticamente porque sí. Él repite lo que ya había dicho anteriormente que no todos los judíos son israelitas: “…no todos los descendientes de Israel son verdadero pueblo de Israel. No todos los descendientes de Abraham son verdaderamente sus hijos” (vv. 6-7 – DHH). Ya en el capítulo 2 Pablo había explicado que no se pertenece al pueblo de Dios sólo por señales externos del cuerpo, sino por un cambio de corazón: “El verdadero judío lo es en su interior, y la circuncisión no es la literal sino la espiritual, la del corazón. El que es judío de esta manera es aprobado, no por los hombres, sino por Dios” (Ro 2.29 – RVC). O sea, la falla no está en Dios ni en sus promesas, sino en los judíos que no querían pertenecer al pueblo de Dios espiritual. No se valieron de todas sus ventajas para darle honra a Dios y para ser una luz ante los gentiles. Pablo enfatiza esto con que tampoco todos los descendientes de Abraham son israelitas (v. 7). La promesa de Dios de convertir a los descendientes de Abraham en un pueblo grande era sólo para los descendientes de Isaac, y no para sus otros hijos, con Ismael como el más prominente. Pero nadie podrá acusarle a Dios de injusto, ya que sus promesas él las dio claramente a Isaac, y no a todos los demás hijos eventuales de Abraham (vv. 8-9).

            Esta libre elección de Dios se hace más claro aún en el caso de los hijos de Isaac. Ni siquiera a todos ellos se cuenta como perteneciente al pueblo de Dios. En el caso de los hijos de Abraham, Dios eligió entre el hijo de la esposa de Abraham y el hijo que tuvo Abraham con una sirviente extranjera. En el caso de los hijos de Isaac Dios tuvo que elegir entre los hijos de un hombre y una mujer, que encima todavía eran mellizos (v. 10). Es decir, parentesco más cercano no podía haber entre dos personas. Aun así, sólo uno de ellos fue elegido, en este caso, Jacob (vv. 11-13). Pero Pablo deja en claro que esta elección no fue influida de ningún modo por los seres humanos. Esta decisión la tomó Dios aún antes del nacimiento de Jacob y Esaú, es decir antes de que ellos pudieran mostrar algo por lo cual deberían ser premiados o castigados (v. 11). Con esto Dios pone en evidencia que pertenecer a su pueblo no tiene nada que ver con méritos propios. No se llega a formar parte de este pueblo por haber cumplido satisfactoriamente todos los requisitos de admisión. Ni tampoco por accidente, por casualmente haber nacido en una familia judía. Más bien, ser elegido como miembro del pueblo de Dios depende única y exclusivamente de la voluntad y el plan de Dios, por pura misericordia: “Con esto Dios demostró que él elige a quien él quiere, de acuerdo con su plan. Así que la elección de Dios no depende de lo que hagamos” (vv. 11-12 – TLA).

            Esta decisión libre expresa la soberanía de Dios. Él está por encima de todo y lo sabe todo. Y basado sobre esa omnisciencia él desarrolla un plan especial para cada ser humano. Esto no tiene nada que ver con terquedad o injusticia (v. 14), sino con su gracia y misericordia (vv. 15-16). La pregunta no es por qué Dios rechazó a Ismael y a Esaú, sino por qué eligió a Isaac y Jacob. Rechazar a alguien presupone la idea de que todos deberían estar en la presencia de Dios, pero que él, por capricho, rechaza a algunos. Pero la verdad es todo lo contrario. Por naturaleza nadie podría estar en su presencia. Todo ser humano merece el juicio y el castigo. Si Dios entonces no castiga a alguien como lo hubiera merecido, sino más bien lo perdona inmerecidamente, entonces es su decisión libre y misericordiosa: “…la elección no depende del deseo ni del esfuerzo humano sino de la misericordia de Dios” (v. 16 – NVI).

            Pablo toma ahora como ejemplo al faraón (v. 17). Él se creía mucho con su poder, de modo que desafió incluso al Dios de Israel. Él no se dio cuenta que Dios le había dado ese poder como medio para un fin. Dios quería mostrarle a todo el mundo y de una vez por todas que ni siquiera el gobernante más poderoso del mundo podía permanecer contra él. Y la victoria sobre el faraón fue tan dramático que su nombre sigue siendo sinónimo de derrota hasta hoy en día. Por eso repite Pablo que Dios tiene la elección absolutamente libre de tratar a las personas como él lo ha previsto (v. 18). Quizás nos cueste entender que Dios pueda endurecer el corazón de alguien a propósito. Pero esto siempre se basa sobre la decisión propia de esa persona. El faraón endureció una y otra vez su propio corazón, oponiéndose a la voluntad de Dios. Recién a partir de la sexta plaga leemos que fue Dios quien endureció su corazón (Éx 9.12), siguiendo la decisión que ya había tomado el faraón respecto a Dios. Este proceder de Dios fue su juicio del pecado del hombre y su respuesta a la rebelión consciente contra Dios.

            No podemos decir entonces que estamos indefensos y expuestos al destino de las decisiones divinas. No podemos desligarnos de nuestra propia responsabilidad y acusarle a Dios por su dureza de corazón, como si nadie pudiera resistir su voluntad (v. 19): “Si él ha decidido que yo soy terco, ¿qué puedo hacer contra eso? Me tengo que sujetar a lo que él ha predeterminado.” Bueno, yo por lo menos no lo he experimentado a Dios como buscando con todos los medios alejarme de él. Más bien él procura una y otra vez por mí, dándome toques de su presencia que buscan ablandar mi corazón y hacerme regresar a él. Pablo le contesta a su interlocutor que había argumentado de esa manera: “¡Despacio! ¿Acaso te atreverás a cuestionar el proceder de Dios? ¡Cuidadito con lo que dices!” (v. 20). Pablo usa como apoyo la imagen de un recipiente de barro que jamás exigirá cuentas al alfarero por la forma que le está dando. Es la decisión absolutamente libre del alfarero qué es lo que quiere hacer de su pedazo de barro: “Cuando un alfarero hace vasijas de barro, ¿no tiene derecho a usar del mismo trozo de barro para hacer una vasija de adorno y otra para arrojar basura” (v. 21 – NTV)? Este era precisamente el mensaje que Dios le quería dar al profeta Jeremías cuando lo mandó a la casa del alfarero: “¿Acaso no puedo hacer yo con ustedes, israelitas, lo mismo que este alfarero hace con el barro? Ustedes son en mis manos como el barro en las manos del alfarero” (Jer 18.6). Entonces, en vez de acusar a Dios de injusto y exigirle cuentas de su actuar, deberíamos agradecerle más bien por su gracia y haber hecho algo útil del pedazo de barro que éramos. Y también es su gracia haber tolerado por tanto tiempo los “objetos malogrados”, incluso “…soportó con mucha paciencia a los que eran objeto de su castigo y estaban destinados a la destrucción” (v. 22 – NVI). Él procuró por ellos y trató de motivarlos a que vuelvan a él, a pesar de su rebelión hacia él. ¡Eso es gracia! Y así es únicamente gracia y misericordia si él quiere mostrar su gloria en las otras personas (“los vasos de misericordia” – v. 23 – RVC). Él mismo los preparó para este fin. De los demás, “los vasos de ira” (v. 22 – RVC) no dice quién los preparó, sino solamente “que estaban preparados para destrucción” (RVC). Estas personas se prepararon a sí mismos por medio de su permanencia terca y obstinada en el pecado. Entre los “vasos” que Dios preparó como sus herederos, se encuentran personas de cualquier procedencia, sean judíos o no: “…no le importó que fuéramos judíos o no lo fuéramos” (v. 24 – TLA). Para hacer creíble esto también para los judíos, Pablo cita a textos de las Sagradas Escrituras. Ya el profeta Oseas había anunciado que Dios contaría como parte de su pueblo a aquellos, que hasta entonces nunca lo habían sido (vv. 25-26). Que los judíos no pertenezcan automáticamente a este nuevo pueblo de Dios sólo por ser judíos ya lo había anunciado Isaías: “El pueblo de Israel es tan numeroso como los granos de arena de la playa, pero sólo unos pocos de ellos se salvarán” (v. 27 – PDT). Más bien es por gracia y misericordia de Dios que por lo menos algunos judíos pertenezcan a este nuevo pueblo de Dios (v. 29). Así nadie puede creerse algo. En el pueblo de Dios no hay categorías. Nadie es mejor que el otro ni merece un mejor lugar que los demás. Todos por igual son frutos de la misericordia de Dios. Esto nos debe ayudar a permanecer humildes y no parar de agradecer y alabar a Dios por su misericordia.

            Como en la iglesia en Roma había creyentes tanto de gentiles como judíos, Pablo vio la necesidad de explicar con sumo cuidado dónde está ubicado cada uno dentro de la historia de salvación de Dios. Su primer punto es explicar en qué consiste el pueblo de Dios, quién forma parte del mismo y cómo se llega a entrar a ese pueblo. Contrario a lo que los judíos habían creído durante alrededor de dos mil años, los verdaderos miembros del pueblo de Dios son sólo aquellos que ponen su confianza en Jesús. Es decir, nadie hereda la membresía de este pueblo, porque “…nadie es hijo de Dios solamente por pertenecer a cierta raza” (v. 8 – DHH). Al excluir la raza de entre las condiciones para ser parte de la familia de Dios, esa pertenencia queda de golpe abierta a todas las naciones. Esto fue en realidad siempre el propósito de Dios. Israel debía ser el prototipo o el modelo de ese pueblo de Dios, para que los otros pueblos también pudieran formar parte de esta familia. Ya en el mismo instante en que Dios llamó a Abraham quien de esa manera llegó a ser el padre del pueblo hebreo, Dios le dijo: “¡Por medio de ti, yo bendeciré a todos los pueblos del mundo” (Gn 12.3 – NBV)! Pero Israel se creyó exclusivo receptor de los favores divinos y no cumplió con ese plan de Dios. Pero, a través de Cristo se abrió nuevamente la puerta de acceso a la familia de Dios. Pablo muestra aquí con absoluta destreza como maestro que el acceso a este pueblo depende de la elección de Dios, por un lado, y de la respuesta del ser humano a esa elección, por otro lado, como lo muestra claramente el ejemplo del faraón quién decidió no hacerle caso a Dios y, más bien, endurecer su corazón. Y algo parecido fue también la respuesta de Israel, como Pablo explicará en el siguiente pasaje que estudiaremos el próximo domingo, Dios mediante. Esto abrió la posibilidad de que nosotros los gentiles también lleguemos a disfrutar del privilegio de ser incluidos en el pueblo de Dios.

            El llamado de Dios es para todos. La pelota está ahora en tu cancha: ¿cómo responderás a ese llamado? ¿Lo aceptarás o lo rechazarás? Quizás ya los has aceptado hace tiempo atrás. Entonces vive conforme a tu llamado y tu respuesta afirmativa. Si para los judíos no era automático pertenecer al pueblo de Dios y disfrutar de este privilegio, tampoco lo será para nosotros.

 


lunes, 24 de marzo de 2025

La fe de las aves

 





            En las últimas prédicas hemos hablado acerca de la fuente de nuestras provisiones. ¿En qué o en quién está basada tu confianza, en Dios o en los recursos materiales? Si, por ejemplo, miras el calendario y ves que faltan todavía 29 días hasta recibir tu siguiente sueldo, ¿qué pensamientos y emociones se apoderan de ti? Este tema de la provisión aparece también muy fuertemente en el pasaje del Sermón del Monte que nos corresponde estudiar hoy.

 

            F Mt 6.25-34

 

            Este pasaje empieza con la frase “por lo tanto…” Ella une el primer versículo de nuestro texto de hoy al pasaje inmediatamente anterior, presentando ahora la conclusión lógica de lo expresado anteriormente. Los versículos anteriores nos advierten de no acumular tesoros en la tierra, ya que no se puede servir a Dios y a las riquezas simultáneamente. Es por eso que no tiene sentido andar preocupándose hasta el punto de perder la paz por cuestiones netamente pasajeras como la comida, la bebida y la vestimenta. Todo este pasaje nos quiere ayudar a poner las cosas en su perspectiva correcta. Hay cosas mucho más importantes que la provisión diaria. Por supuesto que no vamos a ayunar 30 días al mes, y no es tampoco a eso que se refiere este texto. Lo que Jesús nos indica es no convertir a estos asuntos pasajeros en el centro absoluto de la vida. Debemos comer para vivir, pero no vivir para comer. Ni mucho menos sufrir ataques de ansiedad temiendo que mañana podríamos no tener suficiente para comer. De tanto preocuparse por la vida, terminan no viviendo la vida. También necesitamos vestirnos adecuadamente y querer arreglarnos bonito, pero no convertir nuestra pinta en un dios al que sacrificamos todo el dinero disponible y más allá de lo disponible, y estando siempre sin aliento por el último grito de la moda. Mamón quiere llevarnos a una atención desmedida y exagerada a estos asuntos. Hay cosas mucho más importantes que la comida y la ropa. Cuidar nuestra salud, cultivar relaciones positivas con los demás, buscar cómo hacer bien a otros y, por sobre todas las cosas, procurar cumplir la voluntad de Dios son infinitamente más importantes que la comida y la ropa. Hoy puedo comer, y mañana tener hambre otra vez. La ropa que compro hoy, al año ya la tengo que reemplazar por otra. Así que, cosas de tan poca duración no merecen una atención tan exagerada.

            Pero la brevedad de su duración no es el único argumento para eso. Aún más importante es que Dios se ocupa sí o sí de estas cosas básicas. Si él nos ha dado la vida, nos dará también todo lo necesario para mantener esa vida. Es decir, de balde nos llenamos de ansiedad por algo de lo cual Dios se ocupa. Jesús toma dos ejemplos de la naturaleza para ilustrar esto: los pájaros y las flores. Él dice que los pájaros no trabajan afanosamente para producir su alimento. Su Creador es el que se ocupa de esto. Lo que no significa que están inactivos. Todo el día vuelan de un lugar a otro, pero para recoger lo que Dios les ha provisto. Se ocupan de su alimentación, pero no se preocupan. Son dos cosas muy diferentes. Hasta ahora no he visto a ni un pájaro con un ataque de ansiedad por no saber cómo poder conseguir el alimento suficiente para el próximo día. Solo lo hacemos las personas supuestamente más inteligentes que los pájaros. La Biblia no enseña el dejar de trabajar para obtener los recursos necesarios, sino a tener una actitud correcta hacia ellos: el no poner su confianza en los bienes materiales.

            Lo mismo vale también para las flores. Hay flores tan bellas que solo duran unas pocas horas. Algunas solo florecen de noche cuando muy pocos lo pueden apreciar. Al llegar la mañana ya se marchitan y se mueren. Pero, ¡cuánta belleza tienen esas flores! Si el ser humano no puede gozarse de su hermosura por estar durmiendo a esas horas, Dios sí se goza. Es como si hubiera creado esas flores casi exclusivamente para su deleite personal. Si él ha puesto tanto detalle y tanta belleza en una flor que apenas logramos ver, ¿no crees que él pondrá mucha más atención a los detalles de tu vida? Jesús mismo repite varias veces: “¿No valen ustedes mucho más que las aves” (v. 26 – BLA) o las flores? Jesús está señalando que Dios provee las necesidades básicas de las aves y los lirios sin que ellos siembren ni cosechen, ni trabajen o hilen. En otras palabras, su provisión no depende de lo que ellos hagan. Si Dios sabe incluso cuántos cabellos tenemos, cosa que ni nosotros sabemos, ¿qué nos hace creer de que él no sabe del crujir de nuestro estómago? “Ustedes tienen como padre a Dios que está en el cielo, y él sabe lo que ustedes necesitan” (v. 32 – TLA). En el capítulo 10 de este Evangelio dice Jesús: “¿No se venden dos pajarillos por una monedita? Sin embargo, ni uno de ellos cae a tierra sin que el Padre de ustedes lo permita. En cuanto a ustedes mismos, hasta los cabellos de la cabeza él los tiene contados uno por uno. Así que no tengan miedo: ustedes valen más que muchos pajarillos” (Mt 10.29-31 – DHH). Así que, la preocupación por cosas que Dios provee simplemente porque nos ama está totalmente fuera de lugar. Revela una falta de fe en Dios, una atadura al espíritu de Mamón y es una ofensa contra Dios por no confiar en él. Por algo Jesús llama a estas personas “pagano”: “Todas estas cosas son las que preocupan a los paganos…” (v. 32 – DHH). Y también los llama “hombres de poca fe” (v. 30 – RVC). “Además, ¿qué gana uno con preocuparse?; ¿podemos acaso alargar nuestra vida aunque sea una hora” (v. 27 – NBD)? La Traducción en Lenguaje Actual dice: “¿Creen ustedes que por preocuparse vivirán un día más” (TLA)? Es imposible. Pero sí es posible que el exceso de preocupación y ansiedad nos haga vivir un día menos. O un año menos.

            He leído una vez algo parecido a esto: “Si puedes cambiar una situación, ¿para qué te preocupas entonces? Si no puedes cambiar una situación, ¿para qué te preocupas entonces?” La preocupación es algo sin sentido alguno, mirándolo desde cualquier ángulo que quieras. Sin embargo, ¡cuánto nos hemos especializado en este “ministerio”!

            Si la preocupación no cambia absolutamente nada de mi situación, ¿qué es lo que debo hacer entonces? Este pasaje nos enseña a desarrollar lo que Craig Hill llama “la fe de las aves”. Es la confianza de que Dios proveerá para mi necesidad simplemente porque me ama. La fe de las aves tiene en claro quién es la fuente de provisión para mí, y eso me da toda la tranquilidad del mundo porque yo sé que esa fuente jamás se va a agotar. Si Dios decide cambiar de canal, está bien, no hay problema, ya que él seguirá siendo el proveedor. Su suministro seguirá llegando. Como dije, las aves no se preocupan por cómo producir su alimento. Hacen lo que está a su alcance y recogen lo que encuentran. Quizás esté a tu alcance ser fiel en tu empleo; quizás esté a tu alcance abrir una fuente de ingreso adicional en tu casa; quizás esté a tu alcance renunciar a tu trabajo y empezar un emprendimiento propio, si así el Señor te indica, etc. Haz lo que te venga a la mano hacer y hazlo para el Señor, no para tu jefe. Y no pongas tu confianza en ese canal a través del cual te llega la provisión divina, sino pon tu confianza en Dios, quien es la fuente de toda provisión, y sigue sus indicaciones.

            Todo esto puede sonar muy lindo, hasta casi romántico, pero, ¿cómo se vive esto en la práctica? De los muchos ejemplos de esto que hay en la Biblia quiero mencionar uno —o, mejor dicho, dos ejemplos en uno— que lo ilustra magníficamente. Es el ejemplo del profeta Elías. Pueden buscarlo ya en 1 Reyes 17. En ese tiempo reinó Acab con su esposa Isabel, quienes hasta hoy en día son un símbolo de paganismo, idolatría, pecado y todo tipo de antivalores. Por el pecado de ellos, Elías tuvo que anunciarles el castigo de Dios: “¡Juro por el Señor, Dios de Israel, a quien sirvo, que en estos años no lloverá, ni caerá rocío hasta que yo lo diga” (1 R 17.1 – DHH)! Lanzar semejante amenaza contra un rey ponía en peligro inmediato la vida del profeta. Pero Dios no envía a sus siervos para luego dejarlos colgado. Leemos a partir del versículo 2: “…la palabra del Señor vino a Elías y le dijo: «Sal de este lugar y vete al oriente; escóndete allí, cerca del arroyo de Querit, frente al río Jordán. Saciarás tu sed en el arroyo, y ya he mandado a los cuervos que te lleven de comer.» Elías fue obediente a la palabra del Señor, y se fue a vivir cerca del arroyo de Querit, frente al río Jordán. Los cuervos llegaban por la mañana y por la tarde, y le llevaban pan y carne, y él bebía agua del arroyo” (1 R 17.2-5 – RVC). ¿Qué hubieran hecho ustedes en el lugar de Elías? ¿Qué garantía tenía él de que no se estaba lanzando a una misión suicida? Nos parece que no tenía ninguna garantía. Sin embargo, tenía la garantía más absoluta de la palabra de Dios. Si Dios lo promete, no hay quién pueda oponerse, ni siquiera todo el ejército de demonios. Pero Elías no podía ver tres semanas por adelantado en el futuro para saber cómo sería en detalle su vida en el arroyo Querit y si efectivamente no se moriría de hambre. Tuvo que desarrollar la fe de las aves y confiar plena y absolutamente en esa palabra dicha por Dios. Actuó de la misma forma que siglos antes su antepasado Abraham cuando Dios le dijo: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré” (Gn 12.1 – RV60). Abraham no tenía mapa, no tenía GPS, no sabía ni siquiera cuál sería esa tierra… solo tenía la orden clara de Dios, y confiando en que Dios cumpliría su promesa de mostrarle el camino y mostrarle el destino final, él se fue. Y esa obediencia le valió la descripción de “padre de la fe”. Cuando Jesús envió a los 72 discípulos a predicar el Evangelio en toda la región, les dio la siguiente instrucción: “No lleven dinero, ni mochila ni zapatos…” (Lc 10.4 – TLA). “Pero Señor, ¿y mi viático? No puedo avanzar sin mi cocido y chipa de María Ana…” “No anden de casa en casa. Quédense con una sola familia, y coman y beban lo que allí les den, porque el trabajador merece que le paguen” (Lc 10.7 – TLA). Y a regañadientes se escucha: “Si es que siquiera habrá una familia que nos dé de comer y beber…” Necesitaban la fe de las aves para confiar que el Señor proveería para ellos mientras cumplían el encargo de él. Fueron porque Jesús les dio esa orden. De la misma forma, tanto Elías como Abraham no actuaron por ocurrencia propia, sino obedientemente respondieron a lo que era una clara indicación de Dios. Elías no estaba aburriéndose en su hamaca cuando se le ocurrió la brillante idea de abrir una IEB en Camboriú, Cancún o en las Bahamas, exigiéndole después a Dios que provea todo lo necesario para eso. El camino que Dios le guió no tenía ningún parecido a las Bahamas.

            La fe de las aves confía en la provisión de Dios. Pero provisión no siempre significa dinero. En nuestro texto del Sermón del Monte Jesús había mencionado a comida, bebida y ropa. Puede proveernos dinero para comprar comida o ropa; puede proveernos la habilidad de producirlo nosotros mismos o él nos la puede proveer directamente. Él elegirá el modo en cada caso y situación, pero de que no nos faltará lo esencial para vivir, eso sí. Elías tampoco recibió dinero, sino comida. Pero él no tuvo una carta con el menú para poder elegir. Tuvo que tomar lo que le llegaba y estar agradecido por su provisión. Y los cuervos no suelen recorrer buscando parrillas de donde sacar un pedazo para Elías. ¿Cuál es la provisión de Dios de alimento para los cuervos? Ese era el menú también para Elías. El pueblo de Israel tampoco tuvo menú en el desierto sino maná. Y eso día tras día, año tras año, década tras década durante los 40 años que dieron vueltas por el desierto. Es decir, si eres obediente al llamado de Dios, no siempre significa lujo y comodidad. Muchas veces todo lo contrario. Pero la fe de las aves te enseña a que nunca te faltará lo esencial para la vida.

            Con el tiempo, Elías se acostumbró a esta situación y experimentó en carne propia de que Dios efectivamente proveyó tal como él había prometido. Pero entonces al Señor le pareció buena idea afianzar en Elías esa fe de las aves y —¡oh sorpresa!— “…después de un tiempo, el arroyo se secó, porque no llovía en ningún lugar de la tierra” (1 R 17.7 – NBV). Dios le quería enseñar que él sigue siendo la fuente por más que cambie el canal. Fue en ese momento que Dios le dio una nueva orden: “Deja este lugar y vete a vivir por algún tiempo en Sarepta de Sidón…” (1 R 17.9 – RVC). “No na, Señor, ¿por qué Sarepta? ¿Acaso no me podías agregar no más un tercer cuervo que me traiga una botella de agua cada vez que vienen? Son 170 km línea recta. Si me mandas un jet privado… bueno, podemos negociar. Pero caminar, ¡no!” Es muy posible que nosotros hubiéramos reaccionado así. Ya les digo que los caminos del Señor puede que no sean viajes de placer. Pero, ¡qué placer da viajar en los caminos del Señor! No hay mayor satisfacción y deleite que la certeza de estar en la voluntad de Dios. Elías tenía toda la libertad de rehusar ir a Sarepta. Pero la cosa era que su canal de provisión de ahora en adelante estaba allá, no más en Querit. ¿Y si se quedaba en Querit?

            Pero las “desgracias” para Elías no terminaron todavía. Como dice el título de un libro famoso: “Cuando lo que Dios hace no tiene sentido”, Dios le sigue diciendo: “Ya he dispuesto que una viuda que allí vive te dé de comer” (1 R 17.9 – RVC). ¡¿Una viuda?! Solían ser las personas más vulnerables y necesitadas de la sociedad. Bueno, seguramente era la viuda de un magnate petrolero, pero el asunto no le dejó a Elías sin preocupación mientras realizaba la difícil travesía hasta Sarepta. Y sus peores pronósticos ni se acercaron siquiera a la realidad que encontró: “Al llegar a la entrada de la ciudad, vio a una viuda que estaba recogiendo leña. La llamó y le dijo: —Por favor, tráeme en un vaso un poco de agua para beber. Ya iba ella a traérselo, cuando Elías la volvió a llamar y le dijo: —Por favor, tráeme también un pedazo de pan. Ella le contestó: —Te juro por el Señor tu Dios que no tengo nada de pan cocido. No tengo más que un puñado de harina en una tinaja y un poco de aceite en una jarra, y ahora estaba recogiendo un poco de leña para ir a cocinarlo para mi hijo y para mí. Comeremos, y después nos moriremos de hambre. (1 R 17.10-12 – DHH). ¡Socorro! Peor imposible. No solamente era una viuda ultra pobre y necesitada, sino encima moribunda. ¿Y ella debía ser el canal para su provisión? Con toda seguridad él se había equivocado de viuda. Pero al parecer Elías ya había llegado a conocer a su Dios. Al parecer no solo había desarrollado la fe de las aves sino hasta pudo identificar la falta de esa fe en otros. Por eso le da una indicación sorprendente a la viuda: “Ve a preparar lo que has dicho. Pero primero, con la harina que tienes, hazme una torta pequeña y tráemela, y haz después otras para ti y para tu hijo. Porque el Señor, Dios de Israel, ha dicho que no se acabará la harina de la tinaja ni el aceite de la jarra hasta el día en que el Señor haga llover sobre la tierra” (1 R 17.13-14 – DHH). La confianza de la viuda estaba en sus recursos materiales, esa poca harina y aceite que le sobró. Al acabarse estos recursos, se acabó también su esperanza de vida. ¿No nos parecemos demasiado a ella? Por eso, Elías procuró que la concentración de ella en sus recursos acabados se redireccione al Dueño de todo el oro y la plata del mundo (Hag 2.8). ¿Confiaría ella en la palabra del Señor? Elías no actuó de forma egoísta al pedirle que primero lo atienda a él, sino era la única manera de que ella pueda desarrollar la fe de las aves, aunque casi a la fuerza. Elías no buscó la comida de la viuda sino la fe de ella. Y para la viuda empezó una guerra espiritual: Mamón contra Dios. ¿Se rendiría ante Mamón al fijarse en sus recursos agotados o se rendiría ante Dios y la confianza en su provisión? Esta puede ser una lucha tremendamente dura.

            Una de las críticas más fuertes de la sociedad hacia las iglesias evangélicas es la enseñanza acerca del diezmo y las ofrendas. Pero seguiremos enseñando acerca de este tema, primero, porque es una enseñanza de la Biblia y si queremos ser una iglesia bíblica, necesariamente tenemos que enseñar y practicar todo lo que enseña la Biblia. Por supuesto que ese enseñar y practicar es un proceso en desarrollo que dura toda la vida. Y segundo, necesitamos enseñarlo para que los hijos de Dios puedan desarrollar la fe de las aves. ¿Confiarán en la palabra del Señor de que él proveerá para ellos con lo que queda de su sueldo después de dar el diezmo? En el Antiguo Testamento, el diezmo era ley y tenía que darse al Señor y Dueño del diezmo. El Nuevo Testamento no enseña nada nuevo sobre el diezmo porque ya era una práctica común para los judíos, como podemos ver en varios pasajes. Pero el Nuevo Testamento muestra que en realidad el 100% de nuestros bienes le pertenecen al Señor, quien tiene la libertad de disponer de todo lo que él nos ha prestado para que lo administremos. El diezmo ya no es ley, sino llega a ser ahora el límite inferior. Es como el medidor de aceite de un motor. Cuando el aceite baja por debajo del límite inferior, se prende una alarma en el tablero. Y si no le hacemos caso, corremos el riesgo de fundir completamente el motor de nuestro auto. ¡Y cuántos hijos de Dios hay cuyo motor espiritual está en estas condiciones! Muchos dicen que no les sobra para el diezmo. Más bien digo que el no dar su diezmo es la causa de que no les sobra. La relación con Dios nunca es un negocio, sino únicamente fe. Él dice en nuestro texto de Mateo que primero debemos buscar el reino de Dios, por fe, y que luego experimentaremos que él se encarga de nuestra provisión (v. 33). Si le decimos: “Dame primero tu provisión para que así te dé tu diezmo.”, ya no es fe, sino reacción a lo que ya podemos ver. Y la fe es la confianza en lo que no podemos ver. Además, con esta actitud, el dinero del diezmo sería según el sistema de este mundo de comprar y vender. Dios me da mi provisión, y yo le doy a cambio mi diezmo. Yo compro la provisión que Dios me vende. Pero Dios contesta: “Dame primero tu diezmo, introduce la gracia al convertirlo al sistema divino de dar y recibir, y así expresarás tu fe de las aves que confía que yo te voy a sostener en todo lo que necesites. Y vas a ver que abro las ventanas del cielo y hago llover sobre ti bendición hasta que sobreabunda.” La fe es la que mueve la mano de Dios. Necesitamos fe para obtener el perdón de pecados; necesitamos fe para ser sanados y necesitamos fe para experimentar la provisión de Dios. Siempre la fe va primero. A las personas que fueron sanadas por Jesús, él solía decir: “tu fe te ha sanado” (Mc 5.34 – NBLA). El sentido del versículo 33 de Mateo 6 podríamos expresar así: “Por tu fe has recibido tu provisión.” De esta manera, apartar el diezmo como respuesta de amor al Señor y expresión de nuestra fe de las aves debe ser lo primero que hagas al recibir tu sueldo. A mí no me interesa el dinero que das, sino busco que experimentes al Señor en forma sobrenatural al abrirte a él en fe. A la iglesia no le interesa tu dinero. Nadie, excepto quizás el tesorero, sabe si das o no das, y nadie va a averiguar esto. A la iglesia le interesa que crezcas y madures en tu relación con el Señor. Es cierto, la iglesia tiene sus gastos que deben ser cubiertos por los aportes de los que solemos congregarnos aquí. Los vecinos no van a venir a cortar nuestro pasto, a instalarnos un cielorraso, a pagar nuestra cuenta de luz o a reparar los desgastes del edificio. Lo tenemos que hacer nosotros, y sí o sí se generan gastos. Pero el más bendecido será la persona que da, porque “hay más bendición en dar que en recibir” (Hch 20.35 – NTV), dice la Biblia. Esta viuda de Sarepta venció la guerra espiritual, desarrollando la fe de las aves: “…fue e hizo lo que Elías le había ordenado. Y ella y su hijo y Elías tuvieron comida para muchos días. No se acabó la harina de la tinaja ni el aceite de la jarra, tal como el Señor lo había dicho por medio de Elías” (1 R 17.15-16 – DHH). Ruego al Señor que todos nosotros podamos desarrollar también esa fe. Es muchísimo más fácil hablar acerca de la fe de las aves que vivirla. Pero si tenemos el firme propósito de alabar a Dios por medio de nuestra fe, él nos ayudará a vencer esa cruenta guerra espiritual en la que nos encontramos contra el espíritu de Mamón. ¿Entienden ahora por qué dije en la primera prédica de esta serie que esta era la base espiritual/teológica del manejo de las finanzas, sin la cual toda otra herramienta para administrar sus bienes no tendría mucho efecto? Porque, ¿qué sirve saber cómo invertir, cómo ahorrar, cómo manejar las deudas, etc. si nuestro corazón está encadenado por el espíritu de Mamón? Quizás haríamos lo correcto pero sin la motivación correcta. Nuestro corazón seguiría estando atado por el afán por los bienes materiales en vez de estar rendido en confianza a Dios. Dios quiere transformar nuestras vidas como respuesta a la fe de las aves que él quiere que se desarrolle en nosotros. “…sin fe es imposible agradar a Dios. Todo el que desee acercarse a Dios debe creer que él existe y que él recompensa a los que lo buscan con sinceridad” (He 11.6 – NTV).


El espíritu de Mamón 2

 




            ¿Qué es lo que más recuerdan de la prédica del domingo pasado? ¿Qué les tocó de manera especial? Debo decir que esta semana me tocó rendir examen también de lo que dije el domingo pasado. Es como si alguien dijere: “Ah, ¿en serio? Y… vamos a ver qué tan convencido estás de lo que enseñas aquí tan soberanamente. A ver si te crees a ti mismo.” Así que, vinieron esta semana unos cuantos golpes en lo económico, y la verdad que, si yo hubiese sido el evaluador de mi rendimiento en el examen, no sé si me hubiera hecho pasar. Es muy difícil que situaciones así no nos afecten emocionalmente porque, por más que seamos ciudadanos de otro reino, vivimos en este mundo que se maneja con dinero. Pero bueno, estas son justamente las oportunidades de aprender en la práctica lo que estamos hablando en esta miniserie dentro del Sermón del Monte acerca de la actitud correcta hacia los bienes materiales.

            El versículo central de estas tres primeras prédicas acerca de este tema está en varias partes, como por ejemplo en Mateo 6.24: “Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. No se puede servir a Dios y a las riquezas” (DHH). El domingo pasado explicamos quién es el espíritu demoníaco Mamón que opera a través de las finanzas y cuál es su objetivo: atrapar nuestro corazón en un amor inapropiado hacia el dinero, alejándonos de esa manera de Dios y de su voluntad para nosotros. Hoy queremos ver 10 síntomas que de repente podemos identificar en nosotros y que nos alertan de estar directamente expuestos a los intentos de Mamón de esclavizarnos a través de los bienes materiales.

 

            1. Preocupación y ansiedad por el dinero.

            El domingo pasado dije que Mamón produce miedo en sus víctimas, y esto vamos a ver en casi todos los puntos. Muchas personas tienen mucha ansiedad y temor acerca del dinero. Los ricos temen perder el dinero que tienen acumulado, y los pobres temen no tener suficiente dinero. En ambos casos, el temor, la preocupación y la ansiedad dominan las emociones de las personas.

            En mí caso, ese temor se manifestó no tanto por perder o no tener suficiente, sino en un temor de hablar con mi esposa acerca de nuestras finanzas, porque este asunto frecuentemente se convertía en un motivo de fuertes discusiones. De esta manera, el tema “dinero” se volvió casi un tabú entre nosotros. En consecuencia, no pudimos proceder en común acuerdo, no pudimos buscar juntos la voluntad de Dios para nuestras finanzas y no pudimos acceder a la libertad que Dios desea para sus hijos.

            Saber que estoy en manos de Dios y que él proveerá para mí simplemente porque me ama, me libera del enfoque en el dinero como fuente de provisión y, en consecuencia, de la ansiedad y preocupación acerca de él. ¿Acaso han visto alguna vez a un niño lleno de una ansiedad impresionante por miedo a que sus padres podrían no proveer para él? Puede que haya casos extremos en que esto sucede, pero no es lo normal. El niño jamás se preocupa por eso. Ni se le ocurre siquiera. Confía plenamente en que sus padres harán todo lo posible para cubrir sus necesidades. ¿Por qué nosotros entonces nos llenamos de ansiedad por la provisión para nuestras necesidades? ¿Acaso no es Dios infinitamente más grande, poderoso y amoroso que los mejores padres del mundo? Jesús dijo un poco más adelante en este Sermón del Monte: “…si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a quienes se las pidan” (Mt 7.11 – DHH). Él quiere que confiemos en él y que estemos libres de todo temor. Esta libertad de la ansiedad en temas del dinero se manifestará a través de tres actitudes interiores:

            A. Lo que tengo lo he recibido como regalo de Dios. Yo soy meramente un mayordomo de aquello que Dios me ha confiado. Mis necesidades son satisfechas por Dios y no por mis esfuerzos. No tengo necesidad de preocuparme por dinero porque todo lo que tengo es un regalo de mi Padre Celestial que me ama. Esto libera mi corazón de temor y ansiedad.

            B. Mis posesiones son cuidadas por Dios. Cuando reconozco que todo lo que tengo es un regalo de Dios, entonces puedo dejarlo a su cargo, porque yo soy simplemente un administrador de sus recursos. Entonces, si algo me es robado o se estropea (como el aire de mi auto esta semana), yo puedo saber que, si Dios quiere que siga teniendo este artículo, él puede reemplazarlo. Así puedo estar libre de la ansiedad que provoca el retener y el cuidar las posesiones. Por supuesto, como administrador se requiere de mí cuidar las posesiones de Dios lo mejor posible, pero no tengo que perder la paz cuando algo se rompe o se pierde – cosa que no se cumplió en mí esta semana. Como alguien dijo: “Mirá, Señor, le chocaron a tu auto. ¿Qué piensas hacer al respecto?”

            C. Las posesiones a mi cargo están disponibles para ser usadas por otros. Debido a que nada es mío y yo soy solamente un administrador de los recursos de Dios, yo puedo hacer que las posesiones o recursos estén disponibles para otros de acuerdo a la dirección del Señor.

            ¿Se caracteriza tu vida por una frecuente o, incluso, constante preocupación acerca del dinero? ¡Cuidado! El espíritu de Mamón quiere apoderarse de ti, de tus emociones y de tus decisiones. Renuncia a su poder sobre ti y enfócate en Dios y en su voluntad. Del resto se encargará él.

 

            2. Mala administración del dinero: “Yo no sé a dónde se fue…”

            Muchos cristianos no tienen un sistema para mantener un registro de sus finanzas personales. Como resultado de esto, no tienen responsabilidad financiera en sus vidas. Tampoco saben cuánto dinero necesitan mensualmente de provisión. Craig Hill utiliza a menudo la siguiente analogía: Suponte que eres el administrador de un fondo de multi-trillones de dólares cuyo propósito es proveer a personas cristianas para que usen estos fondos para extender el Reino de Dios. Ahora se presentan dos familias cristianas ante ti y solicitan parte de estos fondos. La primera familia presenta un historial de cómo ha utilizado la entrega anterior y un presupuesto para el uso de los fondos que ahora solicita.

            La segunda familia llega sin historia de uso pasado de fondos y ningún presupuesto para el futuro. Cuando le preguntas al esposo cuánto dinero él necesita, él responde: “Y… unos cuantos miles de dólares”. Y le preguntas cuántos miles exactamente. “Y…, no sé. Quizá siete mil” responde. “¿Para qué usará usted el dinero?”, le preguntas. “Para pagar mis cuentas.” “¿A cuánto ascienden sus cuentas cada mes?”, preguntas. “No lo sé con exactitud”, responde.

            Ustedes como administradores de este fondo, ¿a cuál de las dos familias le darían el dinero solicitado? A la primera familia, ¿verdad? Porque la segunda ni sabe en qué planeta está. Te hago otra pregunta: Siendo tú el administrador y sabiéndote responsable ante el dueño del fondo, si tu propia familia se presentara ante ti solicitando dinero de este fondo, ¿invertirías en ella? ¿Crees tú que Dios lo haría?

            Dios tiene en realidad un fondo de multi trillones de dólares y que incluso en este mismo momento está aceptando solicitudes. Sin embargo, tú necesitas preparar tu sistema de registro financiero para que puedas saber cuánto dinero solicitar y poder rendir cuentas al administrador del fondo acerca del uso de este dinero. No tener registros y planes financieros es señal de una mala administración de dinero.

            Si te pareces a la segunda familia, puedes vencer a Mamón, primero, arrepintiéndote por tu irresponsabilidad con los fondos ajenos, y segundo, elaborando un presupuesto de gastos y un control diario de los gastos familiares. Esto parece algo sumamente tedioso, pero es necesario. Después ya se vuelve una rutina. De otro modo, ¿qué le responderías a Dios, el dueño del dinero que está en tus manos, si te pidiera un informe de cómo has usado su dinero durante el mes de febrero? Un mayordomo siempre tiene que rendir cuentas al dueño. Si no lo hace, o con muchos vacíos en su informe, el dueño supondrá malversación de fondos y despedirá al mayordomo. Tu control de gastos no tiene que ser algo demasiado sofisticado, pero buscate un sistema que funcione para ti y que te permita tener un panorama sobre tu manejo mensual de dinero.

 

            3. Necesidad financiera constante. “Yo nunca tengo suficiente dinero.” Demasiado mes sobra al final del sueldo.

            Cuando no me considero un administrador de fondos, responsable ante Dios, no mantendré registros ni tendré presupuesto. Entonces se instalará en mí la maña de gastar aquí y allá, según lo que aparezca ante mis ojos. Y mes tras mes mis gastos serán más que mis ingresos.

            Si una familia gasta constantemente el 120% de los recursos financieros disponibles, sentirá en todo tiempo como que hay un remolino en su billetera que en un abrir y cerrar de ojos estira todo el dinero hacia el fondo. Y no necesitamos ser profetas para decir que muy pronto esta familia estará tan hundida en las deudas que se desesperará porque no verá más salida del pozo. Muchas personas creen la mentira de que, si solamente pudieran ganar un poco más de dinero, sus problemas financieros estarían resueltos. En realidad, el problema no está en la cantidad que tienen, sino en la forma en que lo gastan. Cuanto más dinero dispongas por mes, más gastarás si no tienes un presupuesto, porque “…el que no es fiel en lo poco, tampoco lo será en lo mucho” (Lc 16.10 – BLPH). Además, si Dios es el dueño de todo y mira cómo estás derrochando su dinero sin control alguno, ¿crees que él pondrá mayor cantidad de su dinero bajo tu administración?

            Lastimosamente el bicicleteo que presta aquí para cubrir una deuda allá —que cava un pozo para llenar otro— casi ya llegó a ser una característica cultural. Tantas personas me han confesado estar en ese espiral hacia el fondo. Es hora que, como hijo de Dios, rompas esa maldición y asumas responsabilidad por tu malversación de los fondos de tu Padre.

            ¿Eres víctima del espíritu de Mamón? Hazte esclavo del Espíritu Santo y déjate guiar hacia una sabia administración del dinero ajeno.

 

            4. El miedo de no poder afrontar los gastos futuros.

            Si el espíritu de Mamón me ha convencido de que el dinero es el factor principal en mi vida, entonces voy a estar lleno de miedo por perder ese dinero, y voy a estar sumergido en la ansiedad por miedo a no poder cubrir los gastos del futuro. Esto puede sonar a una administración responsable, pero esta mentalidad me hace estar enfocado en el dinero en lugar de en Dios. No es lo mismo controlar los gastos y postergar una determinada compra porque ya no entra en el presupuesto del mes que vivir con el pánico provocado por Mamón por mi solvencia en el futuro. Como resultado de ese pánico me convertiré en un amarrete que no suelta ni un centavo sin escuchar primero un escándalo de parte de su familia. ¡Cuántas esposas nos han contado el calvario que deben recorrer para conseguir de su esposo un 10.000 para sus gastos legítimos!

            Como buenos administradores debemos preguntarnos a nosotros mismos: ¿Cuánto es suficiente? El espíritu de Mamón no quiere que respondamos esta pregunta porque nos quiere mantener esclavos del miedo y de la necesidad. Pero Dios quiere trabajar con nosotros para responder esta cuestión.

            El profeta Amos hace la pregunta: “¿Pueden dos caminar juntos sin antes ponerse de acuerdo” (Am 3.3 – BAD)? Seguro que todos queremos que el Señor camine con nosotros en el área de las finanzas. Ahora bien, cuando buscamos al Señor en cuanto a lo que debe estar incluido en nuestro presupuesto y lo obedecemos, la mentalidad de “no puedo afrontarlo” deja de ser pertinente.

 

            5. Compras por impulso. Inhabilidad de resistir el deseo de comprar.

            Muchas personas compran todo tipo de cosas que no necesitan simplemente porque está “barato”. Mientras recorres el Centro Comercial (Craig Hill: “un templo para Mamón”), el espíritu de Mamón te llama desde todo tipo de cosas: “¡Comprame! ¡Comprame! Soy barato. Nunca tendrás otra oportunidad como esta.” Ceder ante estas sus invitaciones es un patrón establecido en las vidas de muchas personas que no han aprendido a ser administradores de los recursos bajo la dirección del Espíritu Santo.

            La solución es ir al súper con una lista de compras y limitarnos a cargar en el carrito únicamente lo que está anotado en nuestra lista, y ni bien todo está en el carrito, dar media vuelta, pasar por caja y desaparecer del mapa. Cuanto más tiempo pasearás por el súper, más cosas encontrarás que atrapan tu atención y ambición, y tu carrito no alcanzará para llevar todo lo que después no sabrás por qué lo compraste. Planificación y consulta previa al Señor, enfocarse en Dios y no en el dinero.

 

            6. Tacañería.

            Esto se ejemplifica por el temor a diezmar. El temor a diezmar o dar es siempre un síntoma de la influencia del espíritu de Mamón. La tacañería es simplemente un temor de no tener suficiente dinero para satisfacer mis propias necesidades; es dudar de la provisión de Dios; es no creerle a Dios cuando nos promete encargarse de nuestras cosas cuando primeramente buscamos las de él. Este temor genera una desesperación por aferrarse al dinero, tenga mucho o tenga poco. Algunas personas, aunque manejan una gran cantidad de recursos financieros, pagan sus cuentas tarde y no diezman debido a la fortaleza de la tacañería que existe en sus mentes. Tanto para el rico como para el pobre, la tacañería es un síntoma de esclavitud al espíritu de Mamón.

            La solución, como en todos los puntos, es el arrepentimiento y aprender los principios bíblicos para la administración del dinero. Si un día llega un hermano en tu casa y te explica que tiene una situación complicada que requiere de su atención y te pide que guardes 2.700.000 Gs, porque no lo puede dejar en su casa por a) o b) motivo. Por supuesto, para ayudar a este hermano en su problema agarras el dinero y lo guardas bien en un lugar seguro. Una semana después viene este hermano otra vez y te comenta de su proceso para solucionar la situación a la que se enfrenta y te pide que de su dinero que guardaste le entregues 270.000 Gs para los gastos que está teniendo. ¿Tendrías problemas con dárselo? ¡Por supuesto que no! Si es dinero de él. Puede disponer de todo lo que te ha entregado. ¿Por qué entonces nos cuesta darle al Señor 270.000 Gs que él está solicitando de los 2.700.000 del sueldo mínimo que nos confió de su dinero? Nuestra tacañería viene de considerar el sueldo como nuestro dinero. Soltar de lo nuestro un 270.000 para la ofrenda o para bendecir a otra persona nos cuesta tremendamente. Pero si es dinero del Señor, como en verdad lo es, no nos costará nada. Debido a que mi provisión personal está asegurada por su amor, ésta ya no está en peligro cuando él me pide que dirija parte los recursos para un propósito particular de su Reino.

 

            7. Avaricia.

            Esto es un deseo no ordinario de adquirir o poseer. La codicia es desear algo que no tienes mientras que la avaricia es desear más de lo que ya tienes. En Lucas 12 Jesús nos cuenta la historia de un hombre rico que estaba continuamente construyendo depósitos para almacenar más bienes y cosechas. Al final Dios lo llamó tonto y le dijo que su confianza en sus posesiones le costaría su alma. Hay millonarios que, si les preguntas cuánto es suficiente, responden: “Solo un poquito más”.

            El sistema del mundo está diseñado para crear necesidad. La publicidad es su instrumento por excelencia para fomentar y aumentar nuestra codicia. Cuando llevé la materia “Publicidad” en la universidad, alguien de los compañeros mencionó que la publicidad inventa necesidades que antes no tuvimos. La docente casi se enoja por este comentario (claro, era dueña de una agencia publicitaria). Pero la verdad es que la publicidad es hoy casi una ciencia aparte, cada vez más refinada y sofisticada, y cada vez más descarada e inescrupulosa. Solo puedo decir que desde que no tengo tele estoy viviendo en un nivel de salud emocional mucho mejor. No es solo por la publicidad, sino también por el contenido de los programas.

            En comunicación con Dios debes establecer con absoluta sinceridad cuáles son necesidades y cuáles son deseos. Las necesidades deben ser cubiertas para no afectarnos negativamente en nuestras funciones básicas. Los deseos se refieren a algo lindo que nos podría favorecer en algo, pero que no es esencial para la vida. Teniéndolo o no, no me voy a enfermar o estar gravemente afectado. Si alguna vez me llega más dinero de lo que he establecido como “suficiente” para mí, puedo cumplir también algún deseo, si el Señor me da paz en cuanto a hacerlo.

 

            8. Descontento.

            Pablo escribe a los filipenses: “…he aprendido a contentarme con lo que tengo. Sé lo que es vivir en la pobreza, y también lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a hacer frente a cualquier situación, lo mismo a estar satisfecho que a tener hambre, a tener de sobra que a no tener nada. A todo puedo hacerle frente, gracias a Cristo que me fortalece” (Flp 4.11-13 – DHH). Algunas personas creen poder identificarse con Pablo porque dicen saber lo que es estar en necesidad. Sin embargo, la clave en estos versículos no es la necesidad de Pablo, sino que él sabía cómo vivir en cada situación, sea que tenga mucho o que tenga poco. Esto es algo que muchos no saben. El saber cómo vivir con poco o mucho significa no ser controlado por el espíritu de Mamón. La clave es buscar a Dios y saber que Él es tu fuente en cada situación y nunca permitirnos estar descontentos por las circunstancias.

            Proverbios 30.7-9 dice lo siguiente: “Sólo te pido dos cosas, no me las niegues antes de que muera: Aleja de mí la mentira y la falsedad, no me des pobreza ni riqueza; dame sólo el pan de cada día. Porque si tengo más de lo necesario, puedo llegar a creer que no te necesito; y si soy pobre, puedo llegar a robar y desacreditar así el nombre de mi Dios” (PDT).

            En tu estado financiero actual, ¿en qué te enfocas, en Dios o en el dinero? Aprende a confiar en Dios y estar tranquilo independientemente de tu estado financiero, sabiendo que él velará por cada una de tus circunstancias y necesidades.

 

            9. Esclavitud a las deudas.

            Hay un espíritu detrás de las deudas personales que se asocia con Mamón y obstaculiza el flujo de recursos financieros hacia las vidas. Es decir, las deudas impiden que recibas más dinero. Claro, como ya dijimos, que Dios no confiará su dinero en manos de alguien que no sepa administrarlo. La deuda es uno de los mecanismos principales utilizado por el espíritu de Mamón para mantener a la gente en esclavitud. Y en nuestro contexto, el comprar a cuotas cualquier cosa es la forma más frecuente de endeudarse. La gente que está en esclavitud al espíritu de Mamón a menudo no es capaz de disciplinarse a sí misma para postergar la gratificación personal de la compra de algún artículo deseado. “Lo quiero, y lo quiero ¡ahora!” El consumo no planeado es siempre un fuerte indicativo del señorío del espíritu de Mamón en la vida de la persona.

            Si tienes claridad sobre qué es una necesidad y qué es un deseo, y si aprendiste a manejarte según un presupuesto, el saber postergar una gratificación, es decir, esperar con comprar algo que tanto deseas hasta haber ahorrado el dinero suficiente, vas a poder vivir sin incurrir en eternas compras a cuotas y meterte en deudas. Huye de las deudas como de la peste – y también de la compra a cuotas. Es mala administración pagar el triple por un artículo por comprarlo a cuotas en vez de ahorrar hasta tener suficiente para comprarlo al contado.

            Hay deudas legítimas, como una inversión en algo que luego me va a dar mayores ingresos, o préstamos para comprar una casa, por ejemplo. Son deudas legítimas si no superan cierto límite de pago mensual para no entrar en riesgo de pago. Pero un préstamo para comprar un auto (a no ser que este auto lo use como taxi, es decir, como mi herramienta de trabajo); un préstamo para ir de vacaciones o para comprar el celular de último modelo son deudas que la Biblia no aprueba. Pablo escribe a los romanos: “No tengan deudas con nadie, excepto la deuda de amarse unos a otros…” (Ro 13.8 – PDT).

            Alguien me preguntó si acaso yo no tenía deudas. Sí, tengo una deuda con mi cooperativa por un préstamo que saqué para comprar nuestra casa en Costa Azul. El 30 de septiembre pago la última cuota. Es la única deuda que tengo y que he tenido en mi vida, hasta donde me acuerdo. Si tienes deudas, haz un plan de pagos, reunite con tus acreedores y presentales tu plan. Quizás lo que les ofrezcas pagar sea menos de lo que han pactado al inicio, pero la mayoría reacciona positivamente cuando ve una actitud de compromiso de parte de la persona que busca cómo cumplir con su compromiso de pago. Empieza por la deuda más pequeña, porque al pagarla toda, tendrás una sensación de victoria y un impulso para atacar a la siguiente. Pero por favor, tómalo muy en serio el tema de las deudas y busca liberarte de ellas lo antes posible.

 

            10. Énfasis exagerado en el dinero y sobreestimación de su verdadero poder.

            A menudo uno puede darse cuenta de este énfasis en el lenguaje que usa la gente. Cuando escuchas hablar a algunas personas, la mayoría de los temas que tocan está de algún modo relacionado con el dinero. Se impresionan ante las personas que tienen mucho dinero, o sienten envidia por lo que los otros tienen, y están constantemente hablando acerca de la forma de poder llegar a obtener más dinero. Hay un énfasis fuerte y continuo en sus conversaciones acerca de la búsqueda del dinero.

            Al dinero se le da un lugar prominente en la vida de esta persona, y cree que el verdadero poder en la vida radica en el dinero. El espíritu de Mamón incluso puede sonar muy espiritual. Esto sucede cuando los cristianos dicen: “Si yo tuviera un poquito más de dinero, podría hacer tanto más para Dios”. Y Jesús contesta: “…el que no es fiel en lo poco, tampoco lo será en lo mucho” (Lc 16.10 – BLPH). Incluso empiezan a negociar con Dios: “Si tú me das tal auto, todos los domingos voy a recoger a los hermanos para llevarlos a la iglesia.” ¿Ustedes creen que Dios se dejará chantajear tan fácilmente? Se nota a leguas que su enfoque no está en el recoger a los hermanos, sino solo en el tener lo que tanto desea. Y los autores de este libro tienen una frase muy dura: “Si el dinero es el factor determinante para que hagas algo, entonces tú estás a la venta. Si tú estás a la venta, el diablo averiguará tu precio.”

            Habíamos determinado la vez pasada que el dinero pertenece al sistema de este mundo. El principio operativo básico en este sistema es el de comprar y vender. Para eso se creó el dinero para que sirva para un intercambio comercial, un canje: una parte provee un producto o servicio, y la otra parte responde con la entrega de dinero. Pero, en la economía de Dios el principio operativo básico es el de dar y recibir. El dar es una manifestación unilateral de gracia. Cuando tú das, no esperas nada a cambio. No hay canje de nada. Tú das, y punto. Entonces cuando yo tomo el dinero, diseñado para comprar y vender, y lo utilizo para dar libremente sin esperar nada a cambio, he introducido la gracia al dinero. El sistema de este mundo lo he convertido en el sistema del reino de Dios. Este es el único tipo de “lavado de dinero” permitido por la Biblia y hasta por la ley humana.

            10 síntomas de la presencia de Mamón en la vida:

1.      Preocupación y ansiedad por el dinero

2.      Mala administración del dinero

3.      Necesidad financiera constante

4.      El miedo de no poder afrontar los gastos futuros

5.      Compras por impulso

6.      Tacañería

7.      Avaricia

8.      Descontento

9.      Esclavitud a las deudas

10.  Énfasis exagerado en el dinero

 

            Este espíritu de Mamón solo puede ser quebrado por el Espíritu de Dios. Tienes que ponerte conscientemente bajo la autoridad de Dios, renunciar al poder que Mamón logró tener sobre ti y dejar que el Espíritu Santo obre en tu vida. Te aliento fuertemente a que le pidas al Espíritu de Dios que revele las áreas de tu vida sobre las cuales el espíritu de Mamón tiene influencia sobre tu mente y corazón. El arrepentimiento es la manera de Dios de tratar con estas cosas. Y si nunca le invitaste a que Jesús te limpie de todo pecado y te salve de este y de todos los demás espíritus inmundos, entonces es ahora un buen momento de hacerlo. Ora en tu interior conmigo…