viernes, 17 de mayo de 2024

El mensaje a la iglesia de Laodicea

 





                   No sé si a mí no más me pasa esto, pero ha pasado (de hecho, ya varias veces) que afirmo algo con absoluta certeza, solo para darme cuenta más tarde que estuve equivocado; que lo que yo había afirmado tan vehemente no era así. ¡Trágame, tierra! Ese “despertar” no es nada agradable, pero peor sería no darse cuenta de que uno estuvo mal.

                   Esa fue la desgracia de la iglesia de Laodicea: creyó todo lo contrario a la realidad, pero sin darse cuenta de su error. Veamos lo que Cristo tiene para decirle…

 

                   F Ap 3.14-22

 

                   Los comentaristas describen a la ciudad de Laodicea de la siguiente manera: “Laodicea era la ciudad más opulenta de las siete que había en Asia. Se le conocía por su banca industrial, la manufactura de lana y la escuela de medicina que producía un medicamento para los ojos. Pero la ciudad siempre tuvo un problema con el suministro de agua. En cierta oportunidad se construyó un acueducto para transportar agua a la ciudad desde manantiales de agua caliente. Pero cuando el agua llegaba a la ciudad, no estaba ni caliente ni fría, solo tibia. La iglesia había llegado a ser tan insípida como el agua tibia que llegaba a la ciudad” (DV). Ya estamos notando que esta descripción de la ciudad se traspasaba también a la iglesia del lugar.

                   Pero antes de considerar lo que Cristo tiene que decirle, veamos cómo él se presenta a esta iglesia. Él empieza diciendo: “Así dice el Amén, el testigo fiel y verdadero…” (v. 14 – RVC). Esta presentación como el Amén no es algo típico para Jesús como un nombre propio. Sin embargo, Jesús ha usado este término muchas veces en sus enseñanzas. Cada vez que él decía: “De cierto, de cierto os digo…”, o: “En verdad, en verdad les digo…”, en griego él usaba esa palabra “Amén”. En griego, diría así: “Amén, amén les digo…” Es una fórmula para afirmar con absoluta seguridad que lo que va a decir a continuación, verdaderamente es así. Y el hecho que Jesús usa esta fórmula dos veces seguido significa que lo que va a decir es verdad, verdad. Así que, si él dice aquí que es el Amén, no es otra cosa que decir que es el testigo verdadero, el que da informes y declaraciones certeras. Esto es importante especialmente en relación al mensaje que él tiene para la iglesia de Laodicea. Es la única de las 7 iglesias que no recibe ningún elogio sino solo reprensión. Era una iglesia que se había creado con el tiempo su propia verdad; o… mejor dicho al revés, vivía su propia mentira, creyendo que era verdad. Necesitaba de la evaluación de alguien que es el Amén; que es la verdad; cuyo diagnóstico es absolutamente certero, sin margen de error. Ya lo habíamos visto el domingo pasado que Jesús se presentó como el verdadero. Ahora vuelve a decir lo mismo, pero, en otros términos.

                   Después, Jesús se presenta como “el principio de la creación de Dios” (v. 14 – RVC), “que dio inicio a todo lo que Dios creó” (PDT). ¿No les suena esto sospechosamente a lo que el mismo autor del Apocalipsis escribe en otro de sus libros? Juan, en el prólogo a su Evangelio, revela la eternidad de Jesús. Al principio no lo nombra directamente, sino habla de la Palabra o del Verbo. Y escribe: “Dios creó todas las cosas por medio de él [el que es el Verbo], y nada fue creado sin él” (Jn 1.3 – NTV). Lo que Juan describió en su Evangelio, Cristo dice ahora también en su carta a Laodicea. Por eso, una versión traduce su presentación a esa iglesia: “Por medio de mí, Dios creó todas las cosas” (v. 14 – TLA).

                   Si él creó todo, él tiene el control de todo. En consecuencia, él está al tanto de cada detalle. Eso es lo que él revela también a esta iglesia. Jesús conoce todo lo que esta iglesia hace y lo que es. Y lo que ve en ella no es muy alentador. Él la califica como “ni frío ni caliente” (v. 15 – NVI). En Bolivia se diría: “ni chicha ni limonada”, o sea, algo, que no tiene características claras. Es algo aguachento que no sabe ni a esto ni a otro. Podemos entender esta calificación de Jesús de dos maneras: por un lado, indicando dos opuestos. Así, “caliente” se referiría a ardiendo en pasión por el Señor y “frío” como total indiferencia o rebeldía contra Dios. En tal sentido, al decir Jesús que él desea que sea o frío o caliente sería como diciendo: “Definite. ¿Quieres estar conmigo o no? Porque con un pie en la iglesia y un pie en el mundo no vas a llegar a ningún lado. No puedes estar bien tanto con Dios como también con el diablo.”

                   La otra forma de entenderlo es que, tanto frío como caliente, son posiciones deseables. O sea, que ambos términos se refieren a algo positivo. Podríamos describirlo como o tereré helado o mate bien caliente. Ambas cosas, en el ambiente apropiado, es algo muy deseable y positivo. Pero si el mate es tibio, no es atractivo en absoluto. O un tereré con agua natural en un día de mucho calor. Tiene que ser bien marcado, claro al primer sorbo qué es, si es mate o si es tereré. Pero algo en el medio no es agradable. Como cristiano es marcar una postura bien clara. Podemos tener características diferentes, pero bien claros en cuanto a nuestra devoción y obediencia a Cristo. Pero lo tibio, lo indiferente hacia Dios, eso no es atractivo ni para el prójimo ni mucho menos para Dios. Jesús dice que lo vomitará de tanto desagrado que le produce un “cristiano” tibio.

                   Un primo mío, hace muchos años atrás dio testimonio en nuestra iglesia de un campamento de jóvenes del que él había participado. Era un evento internacional de casi una semana entera. El orador venía de otro país. Todos los días se presentó ante los jóvenes, luciendo una tremenda barba. Pero el último día, al subir al escenario, todos los jóvenes se quedaron boquiabiertos. El orador se había afeitado la mitad de su barba. De la mitad para un lado, una vegetación exuberante en su cara, hacia el otro lado la piel pelada. A primera vista estaba marcadamente claro el mensaje: una cosa hecha a medias no sirve de nada. Mejor hubiera sido no hacer nada. Y lo que este orador dijo, me quedó grabado hasta ahora, incluso al solo escuchar posteriormente el testimonio: “Ni mil medio cristianos hacen a un cristiano verdadero.” Quizás a algunos les suena la palabra “Terminator”, el hombre-máquina, proveniente de una serie de películas con Arnold Schwarzenegger. Bueno, escuché una vez el término “cristianator”: mitad cristiano, mitad carnal. “Ojalá fueras frío o caliente” (v. 15 – DHH)!

                   ¿Cómo es un cristiano tibio? El mejor término para describirlo es “indiferente”. Le da igual asistir a la iglesia o no; le da igual hacer su devocional diaria o no; le da igual entablar amistades profundas con el mundo o no; le da igual probar las “ofertas” del mundo y el pecado o no; la santidad perdió su valor y el pecado ganó interés. Si lo conoces por primera vez y quisieras saber si es cristiano o no, llegas a la conclusión: “No lo sé.” No hay señales claras. No es ni chicha ni limonada. No se define. Bueno, déjame decirte que, si no se define, es porque ya se definió. El mundo ganó ya tanto terreno que ya destronó a Cristo. La sal dejó de ser salado, la luz se puso debajo de un recipiente. ¡Qué descripción más deprimente! Imagínense lo que este cuadro provocará en el Dios tres veces santo: “…te vomitaré de mi boca” (v. 16 – DHH). ¿Es un caso perdido? ¡No, en absoluto! Siempre hay posibilidad de arrepentimiento, como veremos también en este caso, pero es un caso en grave peligro y sin victoria.

                   Un pastor fue una vez a visitar a un joven de su iglesia que estaba haciendo el servicio militar. Estaban sentados ahí conversando, con los otros compañeros soldados pasando por ahí cerca. Cuando en la conversación el pastor empezó a hablar de la Biblia y de Dios, el joven le susurró: “Pastor, por favor baja la voz. Aquí nadie sabe todavía que soy creyente.” Este es un creyente tibio.

                   Uno de los problemas mayores de un tibio es que no se da cuenta de su verdadero estado. Cree estar bien. Quizás en el fondo sabe que no es así, pero no le importa. Lo desplaza de su mente para no pensar en eso. Hace callar su conciencia para que no le recuerde de su verdadero estado. Por eso dice Cristo: “Tú dices: ‘Soy rico, tengo lo que deseo, ¡no necesito nada!’ ¡Y no te das cuenta de que eres un infeliz, un miserable, pobre, ciego y desnudo” (v. 17 – NBD)! La ciudad Laodicea era una de las más ricas de la zona. Esto se había traducido también a la iglesia. Esto llegó a apañar la dependencia de Dios, y la iglesia empezó a sentirse autosuficiente. Ya no le necesitaba a Dios porque todo lo resolvía con sus recursos. Pero el diagnóstico de Cristo distaba lejos de lo que esta iglesia creía. La llama infeliz, miserable, pobre, ciego y desnudo. ¡Vaya, qué crudo despertar para la iglesia! Algo parecido fue la iglesia de Sardis que tenía fama de estar viva, pero estaba muerta a los ojos de Cristo (Ap 3.1). Todo lo opuesto era la iglesia de Esmirna que se creía pobre, pero Jesús le dice que en realidad es rica (Ap 2.9).

                   Quizás no tengamos el dinero o nuestras posesiones como fundamento de nuestra autosuficiencia, pero es posible que haya otras cosas en las que confiamos más de la cuenta. Puede ser nuestro empleo, nuestro carácter, nuestras relaciones o contactos, nuestro conocimiento, nuestras habilidades, etc. La lista puede ser larga. Cualquier cosa que nos hace sentir no necesitar a Dios se vuelve nuestro peligro. No estoy hablando de despreciarse a sí mismo y arrastrarse por el suelo. Podemos alegrarnos por nuestros puntos fuertes y alabar a Dios por ellos, pero no confiar en ellos. Si tengo ciertas habilidades resaltantes, puedo dar gracias a Dios por ellas y ponerlas a su disposición: “Muéstrame cómo y dónde puedo servirte a ti y a los demás con estas habilidades y dones que me has dado. Que sea para tu honra y gloria. Todo lo que tengo y lo que soy rindo a tus pies para que sea un sacrificio de alabanza que señala a ti y que trae honra y gloria a tu nombre.” Esta es la actitud correcta y nos protege de sentirnos autosuficientes. Un cristiano tibio jamás va a decir esto con convicción, porque más le importa su propia gloria, su propio deleite o cualquier beneficio que pueda obtener para sí mismo. Todo su mundo gira alrededor de él y sus deseos. ¿En qué se diferencia de una persona del mundo? Muy poca diferencia hay a simple vista. Es un estado sumamente peligroso porque la persona está como anestesiada espiritualmente. Como digo, quizás sepa que algo está mal, pero es incapaz de reaccionar por sí misma. Necesita de un toque fuerte del Espíritu Santo, quizás a través de otro hermano o hermana que se da cuenta de su situación y que le quiere ayudar a encontrar el camino de regreso a la plena comunión con el Padre. Y a veces esa persona también necesita de alguien que camine con ella un trecho para poder afirmarse y, con el tiempo, caminar sola en comunión con el Padre. Si ves que algún hermano o hermana no está actuando bien, cerciórate primero que has evaluado correctamente la situación de él/ella, porque a veces vemos solo una parte y juzgamos de acuerdo a eso, pero no sabemos todo lo que está detrás de lo que vemos. Podemos llegar a causar más daño con nuestro pre-juicio de lo que ayudamos. Pero no le dejes solo/a a esta persona. Acercate a ella y busca cómo poder ayudarla. Quizás Dios te quiera usar justamente a ti para despertar y encender nuevamente a un cristiano tibio.

                   ¿Cuál es la solución que Cristo le prescribe a la iglesia de Laodicea? Ella estaba totalmente enfocada en los recursos físicos a su alrededor. Pero Jesús le sugiere buscar su verdadero tesoro en él. Él lo ilustra con oro de la mejor calidad. Dios no es un negociante de oro, sino lo usa para contrastarlo del oro de este mundo que buscaba la iglesia. Ojo, este texto no habla en contra de ser rico, sino trata de ubicar la riqueza de este mundo en el plano correcto. Para la iglesia de Laodicea, estos recursos físicos ocuparon todo su campo de visión. Cristo la invita a que se enfoque primeramente en los recursos espirituales que provienen de él. Ya en tiempos de andar sobre esta tierra, Jesús había dicho: “No amontonen riquezas aquí en la tierra, donde la polilla destruye y las cosas se echan a perder, y donde los ladrones entran a robar. Más bien amontonen riquezas en el cielo … Pues donde esté tu riqueza, allí estará también tu corazón” (Mt 6.19-21 – DHH). Jesús quería que el corazón de los laodicenses estuviera en el cielo. Por lo tanto, les recomendó buscar su riqueza en el cielo.

                   Además, Cristo le recomienda comprar de él “vestiduras blancas, para que te vistas y no se descubra la vergüenza de tu desnudez” (v. 18 – RVC). Ya habíamos visto que él mismo ofreció vestidura blanca a los vencedores, los que se mantienen fiel a él hasta el fin (Ap 3.5). La Biblia usa esta imagen como símbolo de la pureza y santidad. Espiritualmente, estar vestido de blanco significa vivir en santidad; haber sido limpiado de todo pecado. En el que no está vestido de blanco, en el que no vive en santidad, solo se manifestará el verdadero estado de su corazón.

                   Da vergüenza ajena ver lo que algunos publican en sus redes sociales. Algunos posan con su lata de cerveza o su cigarrillo como si fuera lo más cool del mundo. Otros dan rienda suelta a un vocabulario denigrante, creyéndose la gran cosa por poder usar palabr(ot)as de ese tipo. Con cada posteo, con cada imagen o cada “chiste” revelan el estado calamitoso de su corazón. Y lo que muestran de sí mismos da tanta lástima, más todavía porque ellos están ciegos a su realidad. Creen que están en la cima de la fama cuando en realidad están en el fondo del basurero. Son como el mal aliento: todo el mundo se da cuenta, menos el que lo tiene.

                   Precisamente este era el problema de la iglesia de Laodicea. Había perdido la capacidad de ver su verdadero estado. Por eso, Cristo le recomienda, en tercer lugar, comprar de él colirio para sus ojos espirituales. La ciudad era famosa por producir colirio medicinal para los ojos físicos, y Cristo invita a la iglesia a buscar en él lo que puede sanar su vista espiritual.

                   En cierta ocasión los discípulos estaban acongojados porque se habían olvidado de llevar pan. Y Jesús los reprende fuertemente por estar ciegos a lo que sucedía ante sus narices, y de no reconocer quién era él verdaderamente: “¿Tan embotada tienen la mente que no son capaces de entender ni comprender nada? ¡Ustedes tienen ojos [físicos], pero no ven [lo espiritual]; tienen oídos, pero no oyen” (Mc 8.17-18 – BLPH)! Es tan fácil ser encandilados por la perspectiva de este mundo que empaña nuestra vista. Necesitamos dejar una y otra vez que el Señor purifique nuestra vista de nosotros mismos para poder ver correctamente en qué estado estamos. O en palabras de Jesús: “¡Hipócrita!, saca primero el tronco de tu propio ojo, y así podrás ver bien para sacar la astilla que tiene tu hermano en el suyo” (Mt 7.5 – DHH)! ¡Qué mimito lo que el Señor nos está dando hoy…! Pero así somos. No queremos ver nuestra real condición hasta que el Señor nos dé con el palo, y ahí recién reaccionamos. Bueno, a veces creo que el Señor ya nos tiene que dar choques eléctricos en su intento de reanimar a nuestro espíritu.

                   El Señor le está dando un ultimátum a la iglesia de Laodicea: “A los que amo yo los reprendo y corrijo. Sé fervoroso y arrepiéntete” (v. 19 – BNP). No es un caso perdido. Todavía hay tiempo para arrepentirse. ¡Ya es suficiente andar con tanta ceguera! Ya el Señor te mostró tu verdadero estado, ya te indicó cómo resolverlo, así que, ¡reaccioná! Desestimar hasta esta reprensión es muy peligroso. Estás poniendo en riesgo tu espíritu. Dios “no romperá la caña que ya está doblada, ni va a apagar la mecha de la que apenas sale humo” (Mt 12.20 – PDT), pero tú sí lo puedes hacer si no tomas en serio las advertencias del Señor. La llave de la puerta está de tu lado. Tú eres la única persona que puede abrir la puerta de acceso a tu corazón para experimentar la sanidad del Señor. Él te dice: “…estoy a tu puerta, y llamo; si oyes mi voz y me abres, entraré en tu casa y cenaré contigo” (v. 20 –TLA). La invitación de su parte está hecha. Él quiere acceder a tu vida y sanar tu ceguera espiritual. Él quiere restaurar tu corazón. La pelota está en tu cancha. ¿Vas a aceptar su invitación? ¿Vas a abrirle tu puerta para que él te transforme en el hombre o la mujer que él soñó que seas? Al permitir que Jesús obre renovación en tu vida, tú te conviertes en un vencedor, y su promesa para ti es: “Al vencedor lo sentaré junto a mí en mi trono, del mismo modo que yo, después de vencer, me senté junto a mi Padre en su trono” (v. 21 – BLA). ¡Qué promesa! ¿Te puedes imaginar gobernar junto con Jesús por toda la eternidad?

                   Con esto llegamos al final de esta serie acerca de la iglesia. Dios nos ha hablado de diferentes maneras. Quizás de todos los mensajes de Cristo a las iglesias del Apocalipsis, este último ha sido el más serio. ¿Te tocó el mensaje a Laodicea? ¿Qué te está hablando Dios? ¿Cómo vas a reaccionar ante esto? ¿Necesitas confesarle algo a Dios? ¿Te hizo ver cierta ceguera en tu vida? ¿Por qué no haces público tu deseo de la intervención de Dios en tu vida y pasas aquí al frente para que oremos? Y si necesitas una conversación en privado con alguien, puedes acercarte a alguien de tu confianza y pedir una conversación a solas. “Yo estoy a tu puerta, y llamo; si oyes mi voz y me abres, entraré en tu casa y cenaré contigo” (v. 20 –TLA). Si deseas abrirle la puerta, ven aquí al frente.


No hay comentarios:

Publicar un comentario