jueves, 24 de octubre de 2019

Respeto a las autoridades nacionales (Estudio sobre Romanos 13)





            Luego de que Pablo diera instrucciones prácticas en cuanto a las relaciones dentro de la iglesia, llega a hablar ahora del comportamiento del cristiano hacia fuera, hacia el gobierno y luego también en cuanto al resto de la sociedad.
            Pablo llama a los cristianos a ser ciudadanos ejemplares. Esto implica brindar obediencia al gobierno (v. 1). En este texto hallamos una imagen casi exageradamente positiva de un gobierno. Se lo podríamos considerar el ideal, porque también en tiempos de Pablo no todos los gobiernos eran tan ejemplares como se los presenta aquí. En el Apocalipsis, por ejemplo, encontramos ya un cuadro muy diferente del gobierno terrenal.
            Pero debemos partir del hecho de que Dios ha establecido un cierto orden social. Donde hay personas juntas, no se puede sin una cierta estructura de autoridad y de personas que asuman responsabilidad, tomen decisiones y den órdenes. Por eso dice Pablo que les debemos nuestra obediencia a las autoridades, porque ¿de qué servirían los esfuerzos de los líderes si nadie les hiciera caso? Por eso Dios instituyó los principios de la autoridad y la responsabilidad. Esto ya es así desde la creación. Adán y Eva tenían que asumir cierto poder administrativo sobre el resto de la creación (Gn 1.28). Lo que Pablo muestra aquí claramente es que un cristiano no puede aislarse del resto de la sociedad nacional. Somos ciudadanos de una nación y tenemos nuestra responsabilidad hacia la misma.
            Que el gobierno haya sido instalado por Dios, no significa todavía que cada uno de los presidentes de república que hay en esta tierra sean puestos por Dios. Más bien se puede entender que la autoridad y el poder de un gobierno son principios establecidos por Dios. Dios es la fuente de la autoridad. Todos los que ejercen autoridad en este mundo, la recibieron de parte de Dios. Por eso dice la Traducción en Lenguaje Actual: “Sólo Dios puede darle autoridad a una persona, y es él quien les ha dado poder a los gobernantes que tenemos” (v. 1 – TLA). Al obedecerlos, le obedecemos también a Dios que ha establecido ese orden. O, dicho de otra manera, el que se opone a las leyes y decretos del gobierno, desobedece a Dios y se hace culpable (v. 2). En vez de enojarnos con el gobierno de turno y hablar mal de todos los políticos, deberíamos seguir las instrucciones de Pablo: “Que se ore por los reyes y todas las autoridades para que tengamos un ambiente de paz y tranquilidad, donde sea posible adorar y respetar a Dios” (1 Ti 2.2 – PDT). Si no hacemos esto, tampoco podemos quejarnos.
            Sin embargo, hay excepciones a esta obediencia a las autoridades. Los apóstoles les dijeron a las autoridades religiosas de su tiempo: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5.29 – RVC). Cuando las órdenes del gobierno contradigan las de Dios, le debemos nuestra obediencia a Dios y no al gobierno. Pablo escribió a los efesios: “Ahora Cristo está muy por encima de todo, sean gobernantes o autoridades o poderes o dominios o cualquier otra cosa, no sólo en este mundo sino también en el mundo que vendrá” (Ef 1.21 – NTV). Es decir, la autoridad de Jesús está lejos por encima de la autoridad de cualquier gobernante de este mundo.
            Tenemos que tener en cuenta que este capítulo no es un desarrollo acabado del tema de la relación entre iglesia y estado. Tampoco se especifica el comportamiento de un cristiano en todas las situaciones posibles. La intención de Pablo es que haya paz y orden social, para que el evangelio pueda extenderse más rápido y sin obstáculos. Y para eso es necesario que los cristianos se subordinen al gobierno. Aunque haya cosas que consideramos erróneas, no aportamos a su solución con tirar peste contra el gobierno y oponernos al mismo.
            Entonces, si la autoridad ha sido puesta por Dios, es con un objetivo muy específico: buscar el bien de la población. El que se orienta en las directrices del gobierno y vive de acuerdo a ellas no tiene nada que temer (v. 3). Más bien deben cuidarse aquellos que transgreden las leyes. Claro que esto otra vez es lo ideal. Nuestra realidad y la de todo el mundo se ve bastante diferente en muchos casos. Por un lado, las personas que están en el gobierno, también son seres humanos falibles. Por otro lado, no todas las personas en puestos de eminencia preguntan por la voluntad de Dios para la humanidad, sino aprovechan más bien su posición para beneficiarse a sí mismos. El poder siempre contiene también la tentación al abuso de poder – también dentro de la iglesia.
            La función que una persona de autoridad debe cumplir, según la voluntad de Dios, va en dos direcciones: por un lado, debe hacer el bien y ayudarnos a nosotros a hacerlo (v. 4). Por otro lado, debe castigar el mal. Pablo dice que las autoridades no llevan la espada de adorno. La espada es símbolo del poder disciplinario del gobierno. La versión Dios Habla Hoy dice: “…no en vano la autoridad lleva la espada…” (DHH). Si entonces un agente de tránsito nos extiende una boleta de multa, no tenemos por qué enojarnos con él. Simplemente cumple la función que Dios mismo le atribuyó, aun si él no fuese consciente de ello. Tenemos entonces dos razones importantes para someternos a las instrucciones de las autoridades: por un lado, para evitar el castigo (en condiciones normales), y segundo, para tener una consciencia tranquila (v. 5) – aunque surjan sensaciones incómodas al encontrarse de golpe en un control policial.
            Ya que el gobierno ejerce la función impuesta por Dios, y en este mundo nada funciona sin dinero, la población debe pagar impuestos que deben ser usados para el bien de todos (v. 6). Evasores de impuestos no se hacen culpables sólo ante la ley, sino también ante Dios. Muchos lo justifican diciendo que los impuestos de todos modos terminan en bolsillos privados. Es cierto, pero yo no soy llamado a elevarme como juez encima de las autoridades. Cada persona tendrá que rendir cuentas ante Dios y quizás también ante el juez. No obstante, en algunos casos de corrupción evidente, la evasión fiscal es usada conscientemente como medida de presión. Pero para lograr algo por esa vía es necesaria la unidad de la mayor parte de la población.
            Resumiendo, Pablo dice que debemos pagarle a cada uno lo que le corresponde, sean impuestos, tarifas de importación, o respeto y honra (v. 7). Con la inclusión del respeto y la honra, Pablo abre el margen prácticamente a cada ser humano. Hasta ahora él habló sólo del gobierno, pero ahora él indica que le debemos algo a prácticamente cada ser humano: la honra y el respeto por ser creación según la imagen de Dios. Con esto él apoya lo que dijo Jesús: “Pues den al emperador lo que es del emperador, y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22.21 – BLPH).
            Si cumplimos con esta exhortación de pagar todo lo que es nuestro deber, también cumplimos con la siguiente de no tener deudas (v. 8). Este versículo no se refiere tanto a deudas económicas, aunque hacemos bien en aplicar esta exhortación también al área de las finanzas. Más bien, Pablo habla de las cosas que él mencionó en el versículo anterior: impuestos, gravámenes, respeto y honra. A esto él agrega ahora también el amor. Pero se apresura en decir que el amor no se puede pagar. Lo tenemos que entregar cada día de nuevo. Con esto llegamos a cumplir al mismo tiempo toda la ley de Dios, ya que el amor nunca le causará ningún daño al otro (v. 10). Esto sería una contradicción en sí mismo. Toda la ley se resume en esta una: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (v. 9 – NVI). Por eso dijo Agustino de Hipona, el padre de la iglesia: “Ama, y haz lo que quieras.”
            Esta demostración de amor no debe ser postergada por mucho tiempo. No podemos darnos el lujo de perder tiempo dormitando (v. 11). El tiempo que cada uno tiene en este mundo está limitado. Por eso, cada día en que no se demuestra el amor es un día perdido.
            Pero no pasa sólo el tiempo, sino toda la historia de la salvación está muy avanzada. Pablo dice que pronto vendría el día (v. 12). Con esto, Pablo se refiere al último día, o el día de la segunda venida de Cristo que Pablo consideraba ya muy cercano. Por eso, es tiempo de prepararse para ese día y no seguir jugando con el pecado. Sólo una vida en santidad es la única preparación adecuada para encontrarse con su Señor. Para dejar a un lado “las obras de las tinieblas” (RVC), es decir, el pecado, debemos ponernos “la armadura de la luz” (NVI). Una descripción detallada de esta armadura encontramos en la carta a los efesios[1]. Toda nuestra vida debe ser vivida a plena luz del día (v. 13). La vida en la luz es una lucha constante, para la cual necesitamos precisamente estas armas. Lo malo surge especialmente bajo el manto de la oscuridad. Pero Pablo dice que constantemente debemos comportarnos como si estuviéramos en la luz potente. Él menciona el desenfreno en diferentes áreas que debemos evitar a toda costa: “Vivamos correctamente como gente que pertenece al día: no asistamos a parrandas ni borracheras. No usemos nuestro cuerpo para inmoralidades ni pecados sexuales. No debemos causar problemas ni tener celos” (v. 13 – PDT). En vez de eso, debemos vestirnos de Cristo como si fuera un vestido y no ocuparnos tanto de los asuntos meramente físicos para no despertar los deseos de la carne: “…no se dejen arrastrar por la carne para satisfacer sus deseos” (v. 14 – BLA). En esta vida siempre tendremos que luchar por no dejarnos dominar por nuestra carne, es decir el pecado.

            Preguntas para reflexionar: ¿Qué actitud tengo hacia las ordenanzas municipales, departamentales y nacionales? ¿Hay alguna regla a la que me opongo conscientemente? ¿Hay leyes que no tomo tan en serio? No buscamos un legalismo frío, sino una actitud respetuosa a las autoridades en la iglesia, el municipio, gobierno, etc.
            ¿Cumplo con mi responsabilidad de orar por el gobierno?
            ¿Noto algún mal manejo a nivel local o nacional que yo debería denunciar, basado en la Biblia? ¿Debería llamar a los responsables a un cambio de actitud? ¿Hay algo con lo cual yo pudiera aportar para una solución de ciertos problemas?
            ¿Le debo algo todavía a alguien?




[1] Efesios 6.10-20

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