Cuando el indicador de
combustible de tu vehículo se acerca peligrosamente al cero absoluto, ¿a dónde
deberías irte lo antes posible? Al surtidor o la estación de servicios. ¿Por
qué ese tipo de establecimientos se llaman “surtidor” o “estación de servicios”?
Porque ahí nos surtimos de muchas de las cosas que necesitamos para el auto o
para un viaje. Es una estación en que se nos sirve según las necesidades que
tengamos con nuestro vehículo.
¿Sabías que Dios te ha
llamado a ser una estación de servicios? No estoy diciendo “tener” una, sino “ser” una. ¿Cómo es eso? Nuestro texto de partida
está en Gálatas 5.13.
FGl 5.13
Como el tema elegido
para este domingo era “servir unos a otros”, y como texto de partida este
versículo, yo ni lo leí bien, sino buscaba no más dónde en el versículo hablaba
de servirse unos a otros. Y pensé qué se podría decir respecto al servicio.
Incluso ya he predicado algunas veces sobre este tema, y pensé que quizás algo
de estas prédicas me podría inspirar para la prédica de hoy. Pero después leí
con más atención todo el versículo: “Hermanos, ustedes han sido llamados a la libertad, sólo que no usen la
libertad como pretexto para pecar; más bien, sírvanse los unos a los otros por
amor” (RVC). Esto
me dejó bastante perplejo. ¿Qué tiene que ver la libertad con el servicio? O
sea, me parecía que había dos temas totalmente diferentes uno del otro en este
un solo versículo. Lo hubiera entendido perfectamente si hubiera dicho: “No se
crean la gran cosa, sino sírvanse unos a otros.” ¿Pero “ser libres” y “servir”?
Leí el texto desde el inicio del capítulo, pero al principio tampoco no me
sirvió mucho para aclarar la situación, hasta que después de leerlo varias
veces de repente se empezó a encender un foquito. Vamos a analizar juntos ahora
este pasaje desde el versículo 1.
FGl 5.1-15
Pablo empieza a decir
en este texto que Dios nos ha liberado para que seamos libres. Nosotros
diríamos que esto es tan lógico que a nadie se le ocurriría decirlo siquiera.
Por supuesto que alguien liberará a otra persona para que esté libre. Pero si
leemos toda la carta desde el principio, nos damos cuenta que para muchos esto
no era tan lógico. Resulta que Pablo había predicado a Cristo, mucha gente se
había convertido, pero luego pasaron algunos judíos por la zona que querían
obligar a los nuevos creyentes a observar todas las prescripciones del Antiguo
Testamento. Querían que los gentiles convertidos a Cristo sean judíos primero,
para luego poder ser cristianos. Por eso Pablo les dice que Cristo no los
liberó del pecado para que ahora sean esclavos de la ley del Antiguo
Testamento. Los liberó para que sean libres de la condenación.
Por ejemplo, estos
judíos —conocidos como “judaizantes” porque querían convertir a la gente al
judaísmo antes de convertirlos a Cristo— decían a los nuevos creyentes que se
tenían que circuncidar. Pero Pablo es bastante duro y categórico aquí. Él dice
que si se dejan circuncidar, Cristo ya no les sirve de nada. ¿Por qué él dice
eso? En toda la carta —y casi todas las demás de sus cartas—, Pablo ha
explicado justamente estas dos vías para salvarse: la ley del Antiguo
Testamento y Cristo. Ambos son mutuamente excluyentes: o te salvás por observar
la ley o te salvás por fe en Cristo. No hay forma de combinar ambos caminos. El
que quiere salvarse por la observancia de la ley, tiene que observar y cumplir
absolutamente toda la ley, como Pablo lo dice en el
versículo 3: “…cualquier
hombre que se circuncida, … está obligado a cumplir toda la ley” (DHH). Si falla una sola vez, falla
en todo. El que cumpliere toda y cada una de las leyes, se salvaría a sí mismo
y no necesitaría a Cristo. Es más, habría rechazado a Cristo y su gracia: “…si ustedes pretenden hacerse
justos ante Dios por cumplir la ley, ¡han quedado separados de Cristo! Han
caído de la gracia de Dios” (v. 4 – NTV). Por eso dice Pablo que para el que quiere circuncidarse,
Cristo no le sirve de nada porque eligió el camino de la ley. Y, como ya dije,
es imposible combinar ambos caminos. Es que Cristo lo hace todo, y su salvación
que nos ofrece requiere la total y absoluta confianza en él; la fe de que su
obra es lo único que nos puede salvar y es todo lo que se necesita para
salvarnos. O en palabras de Pablo: “…nosotros, por medio del Espíritu tenemos la esperanza de alcanzar la
justicia basados en la fe” (v. 5 – DHH).
Todo esto, los gálatas
habían entendido muy bien en un principio, pero ahora estos judaizantes los
habían hecho tambalear. Pablo no tiene palabras muy elogiosas para estos judíos
que hacían desviar a los demás de la verdad. Él los entregó al juicio de Dios,
pero expresó la fe de que los gálatas no terminarían yéndose detrás de estos
perturbadores. Pero de que estuvieron confundidos, sí que lo estuvieron.
Y ahí Pablo llega a
nuestro versículo de arranque: “Hermanos, Dios los ha llamado para ser libres…” (v. 13 – PDT). Considerando lo que
Pablo expuso hasta ahora, ¿qué entendemos por ser libres? ¿De qué Dios los/nos
ha librado? Dios nos libró de la condenación por nuestro pecado, y también de
la necesidad de cumplir la ley como vía para ser salvos. Somos libres del pecado,
no por obedecer la ley del Antiguo Testamento, sino por la fe en Cristo. Ya no
tenemos que cumplir con todos los ritos y sacrificios. Cristo los cumplió una
vez por todas. Somos libres. ¿Pero qué significa o qué conlleva esta libertad?
Ya sabemos de qué somos libres. Pero falta saber
todavía para qué somos libres. Esto causó un
problema en muchas iglesias. Había muchos que entendieron que eran libres, pero
no prestaron atención a la segunda parte, de que su libertad tenía un objetivo.
Por ejemplo, las mujeres de la iglesia de Corinto, a las que Pablo tuvo que
pedir que guarden silencio en el culto, tenían justamente ese problema. Habían
entendido lo de la libertad, y empezaron a discutir en pleno culto con el
predicador y a armar tumultos en la iglesia, porque creían ser libres para
hacer esto. Aquí, a los gálatas, Pablo ya les advierte de antemano que esa
libertad no es para hacer lo que les venga a la mente: “…no permitan que la libertad
sea una excusa para hacer todo lo que pide su naturaleza humana” (v. 13 – PDT); “no utilicen esa libertad como
tapadera de apetencias puramente humanas” (BLPH); “no usen la libertad como pretexto para pecar” (RVC). La libertad conlleva responsabilidad. Libertad no es sinónimo
de libertinaje. ¡Todo lo contrario! Bueno, ¿para qué entonces somos libres?
¿Cuál es el motivo de nuestra libertad? Ahí llegamos a lo que es en realidad el
tema de esta prédica: el servicio. Somos libres para servir los unos a los
otros. El motivo de nuestra libertad es el servicio al prójimo, y el motivo de
nuestro servicio debe ser el amor. Servimos unos a otros porque tanto nos
amamos y queremos el bien del prójimo. Ya no más una observancia fría y
estricta de la ley, sino la libertad de expresar nuestro amor en servir al
prójimo en sus necesidades; de ser una estación de servicios donde él pueda
surtirse de lo que necesite para el viaje por esta vida. ¿Y por qué ya no más
la ley? ¿Era mala al fin y al cabo? ¿Ha vivido el pueblo de Dios en error o
engaño durante todo el Antiguo Testamento? ¡No, en absoluto! Dios nunca sería
creador de algo malo, y la ley proviene de él. Pero esa ley nunca era algo
definitivo, sino apuntaba a su perfecto cumplimiento en Cristo. Jesús mismo
dijo: “No piensen que he venido a anular la ley o los profetas; no he venido
a anularlos sino a darles cumplimiento” (Mt 5.17). En Cristo, la ley fue
reemplazada por algo mucho mayor. Por eso escribe Pablo en el versículo 14: “…toda
la ley se resume en este solo mandato: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’”
(DHH). Jesús también contestó la pregunta acerca del mandamiento más importante
con estas palabras: “—‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu
alma y con toda tu mente.’ Este es el más importante y el primero de los
mandamientos. Pero hay un segundo, parecido a este; dice: ‘Ama a tu prójimo
como a ti mismo.’ En estos dos mandamientos se basan toda la ley y los profetas”
(Mt 22.37-40 – DHH). Es decir, al servir al prójimo en amor ya estás cumpliendo
el espíritu de toda la ley del Antiguo Testamento.
Y acerca del servicio no hay mucho
que se puede decir, ya que es una palabra que no necesita de mayor explicación.
Servir es estar enfocado en las necesidades del prójimo para satisfacerlos
según nuestras posibilidades. Es tener ojos y corazón abiertos para el prójimo.
Es ser una estación de servicios donde la persona pueda surtirse de abrazos, de
palabras de aliento, de una roca donde apoyarse cuando todo tambalea, de un
hombro donde descargar sus penas; en fin, donde pueda surtirse del amor que
necesita. ¿Te parece difícil? Quizás lo sea en algún momento, pero no necesitas
hacer nada extraordinario, sino aquello que tú sabes hacer. El apóstol Pedro
escribe: “…cada uno de ustedes sirva a los demás según lo que haya recibido
[el don que haya recibido – RVC]. Cuando alguien hable, sean sus
palabras como palabras de Dios. Cuando alguien preste algún servicio, préstelo
con las fuerzas que Dios le da. Todo lo que hagan, háganlo para que Dios sea
alabado por medio de Jesucristo, a quien pertenece la gloria y el poder para
siempre” (1 P 4.10-11 – DHH). No necesitas servir con algo que no es tu
don. Para esto está el hermano a tu lado. Como pastor, soy bastante limitado, y
jamás voy a poder satisfacer todas las necesidades de toda la iglesia. Pero ahí
están otros que pueden suplir precisamente esta falencia mía. Y así formamos
una red de servicios, de estaciones de servicios, en la que las necesidades de
toda la familia espiritual que somos como iglesia hallan su lugar donde
surtirse del apoyo que necesitan.
Hace un tiempo atrás se hizo aquí en
la iglesia una feria de servicios, en la que cada uno podía poner su don y sus
habilidades al servicio del barrio. Y era impresionante cuán larga era la lista
de servicios que podíamos ofrecer como iglesia. Y aún había muchas habilidades
más que no cabían en ese tipo de ferias. Por ejemplo, si alguien tiene una
habilidad especial para consolar y orientar a los demás, es difícil incluirlo
en un medio día de servicios, porque acompañar a una persona en su dolor es
algo que lleva bastante más tiempo que unos minutos o un medio día. Además, las
necesidades que precisan de este tipo de servicio no surgen a la hora de abrir la
feria de servicios en una iglesia. Estas necesidades aparecen sin previo aviso
en cualquier momento del día – o de la noche. No se las puede programar. Pero
en la convivencia continua como hermanos de esta familia de Costa Azul, sí
estas personas tienen su lugar. Y si de repente estoy en una situación en que
mi tanque emocional hace alumbrar la alarma en el tablero, voy a buscar a esas
personas que puedan ser una estación de servicios para mí y llenar mi tanque
otra vez del amor de Dios. Y mejor que los busque antes de que se prenda la
alarma, porque si espero demasiado, puede que no llegue ya hasta este surtidor
emocional y espiritual.
Para que tú puedas ser una estación
de servicios es necesario que tú mismo estés conectado a la fuente de todo
suministro: Dios. No puedes surtir a otros lo que tú mismo no tienes. Tus
recursos son excesivamente limitados. Quizás no puedas cargar al tanque
emocional de tu hermano más de una gota de combustible, cuando en Dios está disponible
todo el raudal interminable. No puedes ser la fuente, sino eres simplemente un
reservorio intermedio que recibe de la fuente para pasarlo luego al que
necesita.
Quizás algunos habrán reconocido la
imagen que puse en la invitación para el culto de hoy. Se ven dos personas
abrazándose. Sucedió en estos días en los Estados Unidos. La mujer es una
expolicía que fue condenada a 10 años de prisión por haber matado a un vecino
negro – según ella por equivocación. En el juicio, antes que ella sea llevada a
prisión, habló todavía el hermano menor de la víctima. Él expresó una y otra
vez que él no quiere que ella se vaya a prisión, sino que se encuentre con
Dios. Él le había perdonado, y si ella le pedía a Dios, Dios también la
perdonaría. Al final de su discurso emotivo, él le pidió a la jueza permiso
para abrazar a la acusada, cosa que le fue concedido. Esta es la imagen en la
invitación. Él le pudo transmitir algo del amor de Cristo a esta mujer a la que
le esperan 10 años encerrada en una celda; un amor que él mismo había
experimentado y que ahora podía regalar a los que lo necesitaban. Él era un
surtidor divino para esta mujer.
Pero también es necesario que te
pongas a disposición para servir al prójimo en lo que él necesite. A nadie le
sirve un surtidor, por más grande y moderno que sea, si está cerrado. Todo hijo
de Dios es una estación de servicios. Esta vocación está incluida en la
salvación misma. Recuerden que nuestro texto dice que ahora somos libres (de la
ley y también del pecado) precisamente para ser de ahora en adelante una
estación de servicios. Pero muchos de estos surtidores permanecen cerrados.
Puede ser por tener un corazón todavía en proceso de ablandarse y no estar
dispuesto todavía a servir. Pero generalmente es por desconocimiento. No
conocemos quizás que somos llamados a ser surtidores; quizás no conocemos cuál
es nuestro don; quizás no sabemos de qué manera podemos servirle al prójimo.
Pero si tienes ese deseo de obedecer tu llamado y le pides a Dios que te abra
los ojos para ver lo que tú puedes aportar a la vida de tu hermano/a o a tu
vecino o en tu casa a algún miembro de tu familia, entonces el Señor te va ir
revelando de a poco su voluntad para tu vida. Así que, decide hoy prender todas
las luces de tu surtidor para que sea visible desde lejos y a colocar un
letrero enorme: “Habilitado”. Y si tienes esa inclinación por amor hacia el
prójimo, muchas veces ni te darás cuenta que alguien se está surtiendo en tu
estación, porque va a fluir tan naturalmente de ti que no lo consideras ni
siquiera un servicio. Un apretón de manos, una sonrisa, un abrazo a veces son
justo la carga que la otra persona necesitaba. Hay otras necesidades que sí
requerirán de mayor concentración y esfuerzo, pero estamos disponibles para
cualquiera que necesite lo que nosotros podemos dar.
A la inversa, también es necesario
que el que está con el tanque casi vacío admita su necesidad y se acerque a una
estación de servicios para surtirse. El que hace caso omiso a la luz de
advertencia que se prende en su tablero y que indica que está con el tanque en
reserva no más ya y sigue adelante, esperando que su tanque se llene de algún
modo por sí sólo, puede que se quede por el camino y en una emergencia grave.
¿Pero es culpa del surtidor? No, estaba ahí, pero no lo aprovechamos. Fuimos
demasiado orgullosos, autosuficientes o descuidados que no nos acercamos a
tiempo a una estación de servicios para llenar nuestro tanque del amor que nos
hacía falta. Que esto no te suceda, hermano o hermana.
Mira a tu alrededor. Lo que tú ves
aquí es un montón de estaciones de servicios. ¿A cuál de ellas vas a acercarte
para surtirte de lo que te haga falta para tu viaje en el camino del Señor?
Todas estas estaciones de servicios están otra vez interconectadas. Si un
surtidor no tiene el combustible que te haga falta, te puede dar la ubicación
del que sí lo tiene.
Y ahora, mira de nuevo a tu
alrededor. Lo que tú ves es un montón de viajeros que necesitan surtirse en tu
estación de servicios. ¿Qué es lo que tú puedes ofrecerles? La cuestión no es ¡en
absoluto! de cuán surtido está tu estación de servicios. Esto es totalmente
secundario. Lo importante es que esté abierta, que esté habilitada. Si yo paso
por una estación de servicios que tiene un solo combustible para ofrecer, un
surtidor muy, muy pequeño, pero que es justamente el combustible que yo necesito,
no me importará si tiene muchas otras cosas por ofrecer, sino me importará que
esté abierto a la hora que yo paso por ahí. Así que, no te preocupes en primer
lugar por la cantidad de servicios a ofrecer, sino de permanecer abierto en
todo momento, y a estar en condiciones de poder proveer lo que el viajero del
momento necesita.
“Sírvanse los unos a los otros
por amor.”
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