¿Qué sensación les produce cuando
alguien les dice: “¡Sométanse!”? Probablemente la mayoría no estaría bailando
de una pata, porque el término hace pensar en denigración, humillación, quizás
incluso esclavitud. En Efesios 5.21, Pablo nos exhorta a someternos unos a
otros. ¿Será que él quiere que esclavicemos a los demás? ¡Por supuesto que no!
¿Podríamos entonces convertir esta palabra en un concepto positivo? Bueno, no
depende de nosotros, sino de lo que la Biblia entiende con este concepto.
Quisiera leer con ustedes un pasaje
anterior a este versículo 21 hasta pasar unos versículos más delante de este
versículo. En realidad, sería bueno leer todo el capítulo 5, ya que es un
capítulo sumamente práctico respecto a la vida cotidiana en comunidad. Pero voy
a empezar a leer recién en el versículo 15.
F Efesios 5.15-24
En este pasaje —y más visiblemente
todavía si uno lee todo el capítulo— encontramos varios tipos de relaciones
interpersonales. En la primera parte del capítulo se tocan varios aspectos que
tienen que ver con nuestras relaciones con personas de la sociedad – con los
vecinos que nos rodean. Después habla de nuestras relaciones dentro de la
iglesia, entre hermanos en Cristo. Y finalmente habla de las relaciones en el
matrimonio, de la pareja. Y en medio de todas estas relaciones, como algo que
une todas ellas, está este versículo 21: “Sométanse unos a otros, por
reverencia a Cristo” (NVI). El mutuo sometimiento es la clave para que todas
estas relaciones puedan funcionar. Donde no hay este sometimiento, hay subyugación,
tiranía, y las relaciones se destruyen.
¿Pero en qué consiste este
sometimiento? Esta palabra probablemente a la mayoría nos causa cierto malestar
o, por lo menos, consideramos que hay que disfrutarla con moderación y
precaución: “No se acerquen demasiado, uno nunca puede saber si no muerde de
repente.” Este temor viene de experiencias propias o de personas cercanas de
humillaciones sufridas a manos de otros. Pero de eso no se habla aquí. La orden
de Pablo es: “sométanse”, y no: “sean sometidos”. ¿Empezamos a entender de qué
se trata? El sometimiento del que habla Pablo es una decisión mía de ponerme
voluntariamente debajo de la cobertura de otro. Y esto siempre es algo que trae
bendición, que trae crecimiento, que eleva. El ser sometido, el ser humillado,
el ser esclavizado es una acción violenta de manos de otros hacia nosotros que
trae dolor, destrucción, amargura, rencor, etc. Esto es así en la sociedad, en
la iglesia y en el matrimonio. ¡Cuántas mujeres sufren toda su vida siendo
subyugadas por un marido machista que tiene este concepto torcido y diabólico
de que esclavizar a la esposa, tratarla casi como un animal, es ser verdadero
hombre! ¡Y encima se jacta de eso! Pero en verdad ahí mismo, al instante, dejó
de ser hombre. Dios le dio al varón la misión de proteger a su esposa, no de
enseñorearse de ella. Nadie puede exigir a los demás que se sometan a uno. Esto
sólo funciona cuando la persona decide por sí misma someterse.
Quiero desarrollar este concepto
todavía un poco más. Pero antes, analicemos algunos sinónimos, que nos arrojan
mucha luz sobre este asunto. Otra palabra para el someterse es la que aparece
en varias versiones en el versículo siguiente: “Las casadas estén sujetas
a sus propios maridos…” (v. 22 – RV95). La sujeción y el sometimiento
implican lo mismo: ponerse voluntariamente debajo de algo o alguien. Pero
también conlleva la idea de aferrarse a algo o alguien. Por ejemplo, si tú te
subes a un árbol, en caso de resbalarte y caerte, vas a estar muy agradecido si
hay una rama cercana de la que puedes sujetarte. Y vas a rogar a Dios
que esa rama te aguante hasta que encuentres la manera de subirte otra vez o
hasta que alguien ponga una escalera debajo. No se te va a ocurrir considerar a
esa rama como una maldición, porque estás obligado a sujetarte a ella; porque ella
limita tu libertad. No le vas a decir: “¿Y qué te crees por ponerte encima de
mí? ¿Quién te dio la autoridad de controlarme?” Tú le diste la autoridad al
sujetarte de ella. Y no es algo que limita tu libertad. Tenés toda la libertad
de soltarla y seguir tu viaje en caída libre rumbo al suelo. Más bien, esa rama
es tu protección, tu salvación. El estar sujeto a ella te libera de
consecuencias muy dolorosas.
El sometimiento o la sujeción, si
sucede en el sentido en que Pablo lo explica aquí, no es algo denigrante ni
algo que tienes que acatar a regañadientes porque ¡ni modo!, sino es tu
protección. Es exactamente lo que expresa el sabio cuando dice: “Dos son
mejor que uno… Si uno de ellos se tropieza, el otro lo levanta…” (Ec 4.0-10
– RVC). Así funciona la sujeción. Y repito: es una actitud voluntaria. Si no
quieres, no necesitas sujetarte a nada ni nadie, pero no llores después por las
consecuencias que sufres.
Otra palabra, que no aparece en este
texto, pero sí es sinónimo, es la palabra “subordinación”. El prefijo “sub”
significa “por debajo de…”. Por eso, un submarino es una embarcación que va por
debajo de la superficie del agua. Un subterráneo es un tren que se mueve debajo
de la tierra. Subordinación, por lo tanto, es algo que está debajo de un orden
establecido. Esto no tiene nada que ver con el valor de la persona o con una
baja autoestima. Es precisamente lo contrario: como me siento seguro de mí
mismo, no necesito pelear por mi reconocimiento por parte de los demás, sino
puedo ceder tranquilamente la preferencia a otros, como Pablo lo escribe a los
filipenses cuando dice: “…que cada uno considere a los demás como mejores
que él mismo” (Flp 2.3 – DHH). Subordinarse la actitud de reconocer y
aceptar la autoridad de alguien o del orden establecido para algo. En el
tránsito, por ejemplo, reconozco el orden establecido que solemos llamar “reglas
o leyes de tránsito”, y me sujeto a esto, me pongo debajo de su autoridad y me
subordino. Y otra vez: siempre se me da la opción de hacerlo voluntariamente
primero. Y así trae beneficio y bienestar. Si no lo hago voluntariamente, ahí
ya cambian las cosas y se me obliga a hacerlo. Si considero a un semáforo
simplemente como una decoración navideña de las calles con sus luces de todo
color y manejo mi vehículo como me dé la gana, puedo sufrir graves
consecuencias. La insubordinación puede traer mucho dolor, sea físico por las
lesiones sufridas en un accidente; puede ser emocional por el cargo de
conciencia de haber matado a alguien al cruzar en rojo; puede ser económico al
tener que pagar una multa jugosa, etc. Pero si te sucede esto, no despotriques
contra la policía de tránsito o contra cualquier autoridad que te confronta. Se
te dio la opción de subordinarte voluntariamente. Si no la aprovechaste, otros
tendrán el deber de obligarte a respetar el orden. Esto es así en el tránsito,
en la sociedad, en la iglesia, en todos los ámbitos.
¿Ya entienden por qué el
sometimiento, la sujeción y la subordinación son tan importantes en cualquier
relación interpersonal? Únicamente si hay este elemento voluntario, la relación
puede prosperar. Porque, ¿qué sucede al someterme yo a otro? Me pongo debajo de
él y le ayudo a subir. Me pongo debajo de él con su carga y le ayudo a
llevarla. A los gálatas escribió Pablo: “Lleven las cargas unos de otros, y
así cumplirán la ley de Cristo” (Gl 6.2 – BLA). Así que, al someterme, el
otro es elevado, y yo recibo su protección al sujetarme.
Pero volvamos a nuestro versículo 21
de Efesios 5. Pablo nos ordena de someternos “unos a otros”. Es decir,
mientras que yo me someto al otro para elevarlo, él hace lo mismo conmigo.
¿Pueden percibir ese dinamismo y el poder que se mueve en esto? Los dos como
compitiendo entre sí de quién puede empoderar más al otro. Somos personas que
están comprometidas unos con otros a que el otro pueda surgir, que buscamos lo
mejor para el otro, mientras que el otro trabaja intensamente también en
nosotros. Es una relación íntima, de hermandad, de amor. Así debe ser nuestra
relación con todos a nuestro alrededor. Claro, tenemos diferentes grados de
cercanía. Los que conozco así de cerca y con quienes estoy profundamente
comprometido es una cantidad menor de personas. Por otro lado, está la sociedad
en general con quienes tengo una relación mucho más distante. Pero nuestra
actitud siempre debe ser la de elevación del prójimo, de servicio, de bendición
al prójimo, aunque sea una persona totalmente extraña. Pero mucho más en la
familia de Dios, como hermanos en Cristo, debemos tener ese profundo compromiso
unos con otros.
La mayoría de ustedes habrá visto la
invitación para el culto de hoy. En los extremos hay dos personas, y entre
ellos el símbolo de infinito, un 8 acostado. Esto quiere decir que mientras que
la persona de un lado baja hacia la otra persona, se somete a ella, la empuja
para arriba y la eleva, la otra persona hace lo mismo: baja, se somete a la
primera, para elevarla y empujarla hacia arriba. Esto a veces es simultáneo, a
veces se da en un momento en una dirección, en otro momento al revés.
Pero someternos para elevar al otro
no significa ponerlo sobre un pedestal elevado y aplaudir todo lo que hace. A
veces también significa bajarme al pozo de su debilidad, al pozo del pecado en
que cayó, en el pozo de su limitación, para empujarlo hacia arriba para que
pueda salir de ese pozo. Eso es lo que el pastor Roberto nos explicó hace dos
domingos atrás. Y a veces esto requiere de muchísimo esfuerzo para empujar al
hermano o la hermana, porque puede estar muy metido en el barro, o enredado en
el fondo del pozo, o ni saber que está en un pozo, creyéndose estar en la cima
de su gloria. A veces incluso se requiere de todo un equipo de hermanos llenos
de amor y comprometidos con este hermano / esta hermana para poder sacar a la
persona del pozo. Y si la persona no quiere ser ayudada, ahí sí que es en vano
nuestro esfuerzo – pero no el esfuerzo de Dios. En estos casos, elevar al
prójimo significa elevarlo en intercesión al trono de Dios para que él haga esa
transformación en el corazón de la persona caída para que pueda volver otra vez
al orden establecido y sujetarse al Señor.
Pero cuando mi prójimo se somete a
mí y me quiere elevar a mí, también requiere de mí la humildad necesaria para
dejarme elevar por el otro, a recibir corrección o reprensión cuando no me
sujeté voluntariamente al orden establecido por Dios, etc. A veces somos muy
buenos para exhortar a otros, pero muy malos para recibir reprensión. Pero
ambas cosas son necesarias para que pueda haber una mutua sumisión. Si hay un
bloqueo en algún lado, por ejemplo, cuando alguien bloquea la exhortación del
otro, el círculo no se cierra y no fluye ese dinamismo. Si en las venas de tu
cuerpo hay alguna obstrucción que no permite la circulación de la sangre,
estarás en graves problemas. Si en un circuito eléctrico no se cierra el
círculo, el foco no enciende. Si en una relación interpersonal uno no permite
ser elevado, no puede fluir la unción de Dios. Y cuánto más tiempo perdura esta
situación, más peligro existe de sufrir un infarto espiritual. Así que, lo que
estamos hablando aquí es de vida o muerte.
Si el versículo 21 terminara aquí,
ya habríamos aprendido un montón. Pero agrega una frase muy importante todavía:
“en el temor de Dios” (RVC), “por reverencia a Cristo” (DHH). Es
decir, la presencia y el amor de Dios deben ser el motivo y la razón del
sometimiento. Me sujeto a mi prójimo porque Dios me lo pide. Me someto y trato
de elevar al otro no por lo que él es o no es, sino por lo que Dios es. Y
porque el amor y la presencia de Dios viven en mí. Dios haría esto con él/ella,
¿por qué no lo haría yo también si Dios vive en mí? Al hacerlo, Dios es
glorificado. Damos una muestra clara al mundo de cómo es Dios, ya que actuamos
como nuestro Padre actúa.
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