“La hospitalidad”
#405
Lugar: IEB Costa Azul
Fecha: 17/11/2019
Texto: 1 Pedro 4.9 y otros
Objetivos: Que los oyentes sepan justificar la hospitalidad.
Que sean
hospitalarios.
Si usted iría de visita a Bolivia —y
más concretamente a Santa Cruz—, muy pronto encontraría en algún lado esta
frase: “Es ley del cruceño la hospitalidad”. Esta frase proviene de un escrito del
poeta cruceño Rómulo Gómez, publicado en 1928. “Es ley del cruceño la
hospitalidad” se ha convertido en algo mucho más que sólo un poema. Ha llegado
a ser casi parte de la identidad de un cruceño. Se lee y se escucha esta frase
por todos lados. Y no es sólo una frase; es un estilo de vida. Ese trato
hospitalario uno percibe en todo el departamento de Santa Cruz (que, dicho sea
de paso, es casi tan grande que todo Paraguay). Por ejemplo, en el pueblo de mi
suegra, en cualquier casa que uno llega, siempre, sin excepción, será invitado
con alguna bebida típica o lo que la gente tenga a mano. Y si uno llega a la
hora de la comida, no cabe la menor duda de que uno será invitado a sentarse a
la mesa con la familia. Siempre hay para todos.
Seguro que ustedes han conocido
personas que, al llegar a su casa, les hacen sentir como si ellos los hayan
estado esperando ansiosamente, aunque llegue sin avisar o, incluso, aunque
nunca antes se hayan conocido. Son esas personas que parece que no se sienten
bien si no tienen a alguien en su casa. Y si realmente sucede, quizás después
de mucho tiempo, que realmente no tienen en casa a nadie ajeno a su familia,
quizás respiren aliviados – por un día, pero al día siguiente ya estarán pensando
otra vez a quién invitar para que los visite. Estas son las personas con el don
de hospitalidad. Ese don, según el teólogo C. Peter Wagner, «es la habilidad
especial dada por Dios a ciertos miembros del cuerpo de Cristo para proveer una
casa abierta y una bienvenida cálida a aquellos que están en necesidad de
alimento y alojamiento.»
Como dice esta definición, es una
habilidad que tienen “ciertos miembros del cuerpo de Cristo”, pero no todos.
Pero igual, según la Biblia, todos los cristianos somos llamados a ser
hospitalarios cuando se nos dé la oportunidad. En obediencia al espíritu de la
Palabra de Dios, fácilmente podríamos adaptar la frase del poeta boliviano y
decir: “Es ley del cristiano la hospitalidad.” La Biblia nos exhorta a esto en
varios pasajes. Por ejemplo, busquemos 1 Pedro 4.9, donde dice: “Sean
hospitalarios los unos para con los otros, sin murmuraciones” (NBLH). Otras
versiones dicen: “Recíbanse el uno al otro en sus casas…” (Kadosh); “Abran
las puertas de su hogar con alegría al que necesite un plato de comida o un
lugar donde dormir” (NTV); “Bríndense mutuo hospedaje…” (RVC). Es
decir, mutuamente, unos a otros, debemos recibirnos en nuestras casas con
amabilidad y generosidad. ¿Fácil? No siempre. Me consuela que Pedro agrega aquí
una frase: “sin murmuraciones”, “sin quejarse”, “no a regañadientes”. Es decir,
Pedro es muy sincero al admitir que no siempre nos va a nacer una sonrisa desde
lo profundo del alma al ver llegar a alguien, pero si no nace la sonrisa por sí
sola, debemos producirla – y callarnos la boca (“sin quejarse”).
¿Por qué esta exhortación? La
respuesta está en el versículo anterior: “Por sobre todas las cosas,
ámense intensamente los unos a los otros, porque el amor cubre
infinidad de pecados” (v. 8 – RVC). Si hay ese amor intenso, vamos a recibir
a quien llegue a nuestra casa de buena gana, aunque por el momento quizás no
sintamos ninguna gran emoción. La hospitalidad no es cuestión de sentimientos,
sino de decisión, de un estilo de vida. El amor siempre busca lo mejor para la
otra persona, y si esa otra persona necesita hospedaje, alimento o cualquier
otra cosa, se lo vamos a dar si está en nuestras posibilidades.
¿Por qué a veces nos cuesta tanto ayudar
al prójimo? Generalmente es por egoísmo. No estamos dispuestos a sacrificar
nuestra privacidad, nuestra comodidad, nuestra comida, nuestro dinero, etc. Por
eso nos cuesta tanto recibir a alguien en casa, a no ser que sea una persona
muy querida y por un corto tiempo no más. Claro, también necesitamos de
privacidad, de comodidad, etc. Ser hospitalario no significa que vamos a
transformar nuestra casa en un albergue transitorio de quien pase en frente – y
encima gratuito. Tenemos que evaluar si nuestra necesidad de descanso,
de privacidad, de fortalecer los lazos en la familia, etc., no son mayores que
las necesidades de la gente. Porque si nosotros nos desgastamos hasta lo
último, tampoco seremos de bendición y ayuda al necesitado de afuera. Y no
somos llamados a satisfacer todas las necesidades que hay a nuestro alrededor.
¡Es imposible! Pero estas ya son situaciones extremas. Si nunca quiero recibir
a nadie, posiblemente sea más egoísmo que necesidad de privacidad. Y el
antídoto perfecto para el egoísmo es el amor. El egoísmo se centra siempre en
uno mismo: en sus beneficios, en sus deseos, en sus necesidades, etc. El amor
se centra siempre primordialmente en el otro, en las necesidades de esa otra
persona, y busca por todos los medios posibles satisfacer esas sus necesidades.
Por eso es el versículo 8 tan básico para el tema de la hospitalidad, como
también para cualquier otro servicio o don espiritual que podamos tener. Porque
este tema continúa en los siguientes dos versículos: “Como buenos
administradores de los diferentes dones de Dios, cada uno de ustedes sirva a
los demás según lo que haya recibido. Cuando alguien hable, sean sus palabras
como palabras de Dios. Cuando alguien preste algún servicio, préstelo con las
fuerzas que Dios le da. Todo lo que hagan, háganlo para que Dios sea alabado
por medio de Jesucristo, a quien pertenece la gloria y el poder para siempre.
Amén” (vv. 10-11 – DHH). Si hay en nosotros ese amor intenso del versículo
8 que nos impulsa, cualquier don o habilidad que tengamos lo vamos a poner al
servicio de los demás, y será de gran bendición para otros, así como nosotros
seremos bendecidos por los dones y habilidades de los demás. No se trata de
compararnos unos con otros, para ver quién le da más al otro, ni que unos les
sirvan constantemente a los demás que sólo disfrutan, sino que interactuamos,
cada uno con sus puntos fuertes y sus puntos débiles, y así los puntos fuertes
de uno suplen las falencias del otro. Y juntos construimos iglesia.
Este tema de la hospitalidad era un
asunto muy importante entre los judíos. Por esto aparece en varios lugares de
la Biblia. Por ejemplo, Pablo les escribe a los romanos: “Solidarícense con
las necesidades de los creyentes; practiquen la hospitalidad” (Ro 12.13 –
BLPH). Una nota explicativa de la Biblia Dios Habla Hoy dice: “La hospitalidad,
considerada en todo el mundo antiguo como un deber sagrado, llegó a ser
especialmente importante como vínculo entre los cristianos, tanto por la
protección que ofrecía al viajero como por las oportunidades de compañerismo y
estímulo mutuo” (DHH). En ese entonces, los viajes no eran tan rápidos y
programados como hoy. Una distancia que hoy haríamos en menos de una hora
podría durar a lo mejor días. Tampoco había teléfono o Internet como para
reservar ya de antemano un lugar en un alojamiento en la ciudad a la que uno
quería llegar. Así que, el viajero estaba totalmente pendiente de que alguien
lo recoja en su casa. Si esto no se daba, él tendría que quedar en la calle a
la intemperie, expuesto a todos los peligros que esto conllevaba. La
hospitalidad era entonces un asunto casi de vida o muerte y uno de los deberes
primordiales para el hijo de Dios; una manera de manifestar el amor de Dios que
vivía en él. Por eso: “es ley del cristiano la hospitalidad”.
Aun así, no siempre salía tan
fluidamente del corazón de las personas el acoger a otros. Por eso Pedro
advierte que uno lo tiene que hacer sin murmurar, como ya habíamos visto. Y el
autor de la carta a los hebreos dice: “No se olviden de practicar
la hospitalidad, pues gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles”
(He 13.2 – NVI). Esto de hospedar a ángeles le pasó a Abraham cuando Dios lo
visitó para anunciarle el nacimiento de un hijo y también del juicio sobre
Sodoma y Gomorra.
Estos mismos ángeles también le
visitaron a Lot, y él los hospedó. Muestra de cuán importante era la
hospitalidad para la gente y cuán alta la responsabilidad del que recibía a
visitas en su casa es que Lot protegía a sus invitados con uñas y dientes, prefiriendo
poner en peligro a su propia familia antes que ver amenazada la seguridad de
sus huéspedes. Algo parecido ocurrió también con Rahab que protegía los espías
de Josué que exploraron Jericó. Por eso dice el Salmo 23: “Me has preparado
un banquete ante los ojos de mis enemigos…” (v. 5 – DHH). El hospedador
estaba tan completamente comprometido con la seguridad de su invitado, que su
casa se convertía casi en una burbuja impenetrable para los peligros. Podríamos
compararlo con una embajada extranjera en la cual alguien encontró asilo
político. Aunque las tropas del país en que se encuentren rodeen la embajada,
no le pueden hacer nada porque él cuenta con la protección del gobierno
representado por la embajada. Aunque los enemigos del salmista lo estén mirando
con furia, él estaba totalmente despreocupado, disfrutando del banquete de su
anfitrión, como si un muro invisible gigantesco lo separe de los enemigos. Y en
verdad había un muro – que se llama hospitalidad.
Otros de los tantos ejemplos de la
hospitalidad que encontramos en la Biblia es Labán que recibió al siervo de
Abraham (Gn 24); Reuel o Jetro que recibió a Moisés (Éx 2); Jesús que
frecuentaba la casa de María, Martha y Lázaro; Pablo que se quedaba en la casa
de quien lo recibiera en sus viajes misioneros. Se quedó, por ejemplo, en la
casa de Aquila y Priscila y también en la casa de Lidia que casi llegó a
obligarlos a Pablo, Silas y acompañantes a quedarse en su casa (Hch 16.15). Al
recibir a un misionero en su casa, estas personas se convirtieron en
colaboradores del Evangelio, porque su hospitalidad hacía posible que ellos
desarrollen su ministerio de predicar la Palabra sin contratiempos.
Hoy en día la situación es bastante
diferente. El mundo con sus desarrollos se ha vuelto cada vez más
individualista, y anímicamente nos estamos distanciando cada vez más unos de
otros. También las necesidades hoy son diferentes, y el ritmo alocado que marca
nuestra vida casi no nos permite concentrarnos en las necesidades de los demás.
Estamos demasiado concentrados en cumplir con nuestra agenda. Pero si
permitimos que el amor de Dios nos llene, y que este amor nos impulse a poner
nuestros dones al servicio de los demás, entonces encontraremos muchas maneras
de ser una bendición para otros. Si la hospitalidad servía como medio de
protección para los demás, ¿qué puedes hacer hoy para proteger física, anímica
o espiritualmente a otros? Andá reflexionando sobre esta pregunta en los
próximos días. Y dirigí esta pregunta a Dios, pidiendo que él te revele
momentos y maneras de poder proteger a otros. ¿Qué puedes hacer hoy para
proteger física, anímica o espiritualmente a otros?
Pero la hospitalidad también servía
para la comunión, el compañerismo y la mutua edificación. Me darán la razón al
decir que muchas de las conversaciones más profundas y edificantes que ustedes
han tenido fueron alrededor de la mesa de alguien o con alguien, o con un
tereré de por medio. Así que, aprovechemos estas oportunidades para visitarnos
y edificarnos mutuamente. Pero ojo, no vayan ahora a la casa de cualquiera de
los hermanos, diciendo: “El pastor dijo que debemos ser hospitalarios, así que
¿dónde está tu comida para invitarme?” No, no funciona así la cosa. La
hospitalidad se disfruta, se regala; no se exige. Y doy gracias a Dios por
varias familias de esta iglesia que yo podría señalar fácilmente que tienen ese
tipo de corazón hospitalario para con otras personas.
Es la ley del hijo de Dios la
hospitalidad. Que el Señor nos ayude a cumplir esa ley, y de buena gana sin
murmurar. ¡Quién sabe cuántos ángeles llegaremos a tener así en nuestra casa!
Con esto llegamos al final de
nuestra serie sobre el carácter y las relaciones interpersonales que empezamos
en abril de este año con el fruto del Espíritu. El próximo domingo empezaremos
un recorrido por algunos libros que poco se tiene en cuenta. Al final del Nuevo
Testamento encontramos varias cartas muy cortitas, a veces de un solo capítulo.
Con ellos nos ocuparemos en las próximas semanas y meses.
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