Hay muchas cosas que
no entiendo. Y una de ellas es cómo puede ser posible que todavía ninguna
universidad de las más renombradas del mundo se haya fijado en mí para
otorgarme el doctorado en derecho. ¡Es inconcebible! Porque lo que sé hacer
demasiado bien es juzgar a los demás. ¿Será porque no lo sé hacer demasiado bien, sino demasiado mal? ¿Será que en vez de otorgarme el título de doctorado en derecho
deberían otorgarme el doctorado en torcido?
Pero también llego a
sospechar que yo no sería el único candidato a este “reconocimiento”. Cuanto
más conozco al ser humano, más me doy cuenta que somos varios que luchamos con
esta “habilidad” de juzgar a los demás. Los que estuvieron el domingo pasado en
el retiro familiar, ya han recibido una excelente introducción a este tema.
¿Qué es lo que dice la Biblia al respecto? El versículo central del cual es
extraído el tema de hoy está en Romanos 14.13 y dice: “Por tanto, no sigamos
juzgándonos unos a otros. Más bien, propongámonos no poner tropiezo al hermano,
ni hacerlo caer”
(RVC). Ya la simple lectura de este un versículo contiene todo el mensaje de
esta prédica. Pero me llamó la atención el “por tanto” con que empieza este
versículo. Esto me indica que este versículo 13 es la conclusión y resumen de
lo que Pablo ha expuesto en los versículos anteriores: “Por lo tanto, en vista
de lo que vine explicando, no nos juzguemos más.” Leí el pasaje anterior y
dije: “¡Socorro!” Así que, vamos a analizar hoy una porción bastante más
extensa a sólo el versículo 13.
Ro 14.1-15.7
En este capítulo Pablo llega a tocar
varios problemas dentro de la comunidad cristiana. Esta comunidad en Roma estaba
compuesta por diversos grupos culturales, cada uno con su punto de vista y
grado de madurez. Había personas que se aferraban a la tradición antigua,
generalmente la judía. También había los que decían que la nueva libertad en
Cristo los había liberado de tal obligación. Que ya no habría más
prescripciones especiales en cuanto a alimentos o días festivos. Ante este
cuadro, Pablo enfatiza especialmente la aceptación y tolerancia mutuas y el
amor, especialmente en aquellas cuestiones a las que la Biblia no da permisos o
prohibiciones expresas.
Al empezar no más, él llama a los
cristianos a aceptar a los débiles en la fe (v. 1). Con esto, Pablo se refiere
a personas con convicciones débiles e inmaduras. La Biblia Latinoamericana
traduce: “Sean comprensivos con el que no
tiene segura su fe…” (BLA). Precisamente los que tienen todavía muchas
dudas y preguntas acerca de la vida cristiana y la enseñanza de la Biblia
necesitan encontrar en nuestras iglesias un hogar. La iglesia no puede ser un
lugar exclusivo para los santos iluminados, sino debe ser mucho más un refugio
para los pecadores desesperados. “Recibir” significa más que sólo aguantarlos.
Se refiere a transmitirles la sensación de ser parte de la iglesia; darles
sentido de pertenencia. Por eso Pablo enfatiza tanto el no discutir acerca de
cuestiones secundarias: “Reciban al que es débil en la fe, pero no para
entrar en discusiones” (v. 1 – RVC). Demasiado tiempo y energía se gasta en
discutir acerca de temas irrelevantes. Y mientras esto sucede, el que busca a
Dios y tiene hambre espiritual queda a un costado sin ser atendido. ¡Esto jamás
ha sido el plan de Dios para su iglesia! Por eso debemos recibirlo sin ridiculizarlo ni despreciarlo por sus creencias. Es una
tentación grande preferir sólo a personas que “encajan” con nosotros. ¿Pero qué
hay de los que son medio raros, los que son conflictivos, los que están muy
metidos en el pecado, los patoteros del barrio? ¿Acaso no son precisamente
ellos los que necesitan de Cristo y de su iglesia? ¿Estamos preparados para
recibirlos en nuestra iglesia con los brazos abiertos?
Pablo presenta en el versículo
siguiente un ejemplo de un tema acerca del cual se puede tener puntos de vista
muy dispares. Se trata de lo que está permitido comer y lo que no (v. 2). Había
muchas sectas y religiones que tenían leyes muy estrictas en cuanto a los
alimentos. Entre ellos estaban también los judíos. En Levítico 11, por ejemplo,
encontramos listas de animales cuya carne se podía o no comer. Además,
probablemente toda la carne que se podía comprar en el mercado había sido
dedicada a los dioses. ¿Cuáles de estas prescripciones valían ahora para los
creyentes en Cristo? En la iglesia de Roma había personas que no veían ningún
problema en disfrutar de todo lo que encontraban. Pero para otros, este era un
asunto muy delicado, y por las dudas, preferían no comer nada de carne por
miedo a que podrían hacer algo indebido.
Pablo dice que, en vez de burlarse
de ellos, se debe aceptar a estas personas con su opinión y no discutir acerca
de esto (v. 3). En algún momento, el Espíritu Santo les abrirá el entendimiento
y les mostrará la verdad a ellos – ¡o a mí! Porque, ¿quién dice que yo soy dueño de toda la verdad?
Por otro lado, el que no come
ciertas cosas, no debe tampoco condenar al que sí come de todo. A veces creemos
que por el solo hecho de que alguien es más liberal en algunos aspectos que
nosotros está casi ya en peligro de perder su salvación. Juzgamos y condenamos
su estado espiritual según su apariencia, su ropa, su comportamiento, etc. Y en
todos los casos, la regla que aplicamos para “medir” si alguien está aprobado o
aplazado, somos nosotros mismos y nuestras propias opiniones y convicciones.
Entonces, donde hay 10 personas juntas, hay 11 diferentes reglas de medir, y
cada una con la pretensión de ser el estándar para todo el resto del mundo.
Pero bien podría ser que alguien que se aplaza en su vida espiritual —según
nuestra opinión— tenga una relación mucho más íntima con Dios que nosotros
mismos, y que el aplazado no es él, sino yo. Quizás lo juzgamos de manera tan
severa precisamente porque nosotros no tenemos una relación tan cercana con
Dios. Porque si fuera así, si estuviéramos tan cerca de Dios como creemos,
mucho más amor de Dios fluiría a través de nosotros hacia esa persona. Por eso
dice Pablo: “Y tú, ¿quién te crees? ¿Piensas que estarías en un nivel tan
elevado como para juzgar a todos los demás (v. 4)?” Únicamente Dios puede y
debe evaluar el estado espiritual de una persona. Así como nosotros mismos
necesitamos diariamente de su gracia para mantenernos en pie, así Dios también
puede proveerles a todos los demás de suficiente gracia como para permanecer ante
él. Y de esa manera todos estamos en el mismo nivel ante Dios. ¿Quién podría
mirar entonces con desprecio a otros?
¡Cuántas divisiones ha habido en las
iglesias sólo por opiniones dispares acerca de ciertos temas! Y todo por falta
de tolerancia hacia el punto de vista de otros. En esta semana participamos
como colaboradores en un retiro. Una sesión trataba acerca de 9 sendas
diferentes para acercarse a Dios. Algunos se encuentran con Dios especialmente
en la naturaleza. Estar en contacto con la naturaleza es estar en contacto con
Dios automáticamente. Otros necesitan de soledad y silencio para entrar en
sintonía con Dios. Un tercer grupo vive su intimidad con Dios especialmente a
través del arte, otros más bien en la reflexión intelectual. Así hay 9 diferentes
formas, casi como “temperamentos espirituales”. Ninguna forma o senda es mejor
o peor que la otra. Varía de una persona a otra según Dios ha creado a cada
uno. Por lo tanto, si el otro vive su cristianismo y su comunión con Dios de
una manera diferente a la mía, no tengo absolutamente ningún derecho a
juzgarlo, ya que muy probablemente está en una senda diferente a la mía, pero a
todos nos une nuestro anhelo por la presencia de Dios, y nos debe unir también
el amor el uno por el otro, sin importar cómo es la otra persona.
Ahora Pablo llega a otro ejemplo en
el cual la tolerancia amorosa necesita ser empleada: en la observancia de
ciertos días festivos (v. 5). Él dice que, para algunos, todos los días son
iguales. Otros hacen una diferencia entre ciertos días y el resto del año.
Pablo no dictamina quién de ambos tiene razón. Se trata nuevamente de un asunto
que no es fundamental, es decir, en el que todos pueden tener su propia
opinión. Importante sólo es, que cada uno deba estar convencido de su postura y
vivir consecuentemente a ella. Y nadie debe imponer su propia convicción a
otros, como si fuese la única verdad válida para todo ser humano. Siempre
creemos que nuestra manera de ver y
de hacer las cosas es la correcta. Pero vez tras vez descubrimos que nos hemos
equivocado y que otros están mucho más cerca de la verdad que nosotros mismos,
o que su punto de vista es tan válido como el mío. Algunos parecen tener el
complejo de ombligo, creyendo que son el centro alrededor del cual gira todo el
resto del mundo. Pero nadie es una isla. Nuestra vida tiene un objetivo mucho
mayor que esto. Vivimos en una relación con muchas otras personas, y
necesitamos de ellas. Por eso, con todo lo que somos y hacemos, también con
nuestra consideración del prójimo, debemos darle honra a Dios. Nuestra
existencia gira alrededor de Cristo, no de nosotros mismos (v. 8). A él le
pertenecemos, estemos vivos o muertos. Él tiene derecho sobre nosotros y nadie
más – ni nosotros sobre otros. Él juzgará a todos y dirá quién está en lo
correcto y quién en lo falso (v. 10). Dios tampoco me va a pedir cuentas de lo
que ha hecho otra persona, sino de lo que yo he hecho y dicho. Por eso no
necesitamos ahora ocuparnos tanto de los detalles de la vida de otros y emitir
algún juicio acerca de su obrar. Por eso Jesús dijo en el Sermón del Monte: “No juzguen a otros, para que Dios no los
juzgue a ustedes” (Mt 7.1 – DHH).
Pablo entonces llama a todos a dejar
de criticarse constantemente, como lo dice nuestro versículo central de hoy (v.
13). Más bien deberíamos tener esta actitud crítica hacia nosotros mismos. Es
tan fácil saber supuestamente qué es lo que el otro está haciendo bien o mal,
pero no tener ni idea de nuestra propia conducta. Es fácil pretender buscar la
paja en el ojo ajeno con feroz tronco en el nuestro (Mt 7.3-5). Y podría darse
que nos descubramos haciendo precisamente lo que tanto criticamos de otros.
Haríamos bien en apropiarnos de la advertencia de Pablo a los corintios: “…si alguien piensa que está firme, tenga
cuidado de no caer” (1 Co 10.12 – NVI).
Recién ahora Pablo emite su opinión
acerca de lo que está bien y lo que está mal en relación a estos ejemplos. Él
dice que por sí solo nada está ni bien ni mal (v. 14). Depende de la actitud de
cada uno. Si alguien considera algo como correcto, él lo puede disfrutar de
corazón y sin remordimiento. Pero quien considera a ciertos alimentos como no
adecuados, debe vivir también de acuerdo a lo que cree. Y Pablo se apresura a
agregar una advertencia: mi libertad de disfrutar de todo no puede acometer
contra la conciencia del prójimo (v. 15). Mi libertad termina en el momento en
que alguien llega a tener problemas con mi punto de vista. No puedo entonces
cuidar sólo mis propios puntos de vista, sino debo considerar también los de mi
prójimo. Pablo dice inclusive que podemos llegar a destruir la obra de Cristo
en la cruz con insistir tanto en nuestros derechos egoístas (comp. v. 20). Para
alguien con consciencia sensible puedo llegar a ser de mal testimonio al
disfrutar mi libertad, y terminar empujándolo a malos caminos. Y eso ya no es
más amor. El amor tiene consideración de los demás. Por eso debemos estar
dispuestos a sacrificar cosas que para nosotros son válidas e inofensivas, para
proteger así al prójimo. La madurez espiritual no se manifiesta en vivir mi
libertad, gústele o no al prójimo. Más bien se muestra al tener consideración
de los más débiles. Deberíamos seguir el ejemplo de Pablo cuando escribió a los
corintios: “…si la comida es motivo de
que mi hermano caiga, jamás comeré carne, para no poner a mi hermano en peligro
de caer” (1 Co 8.13 – RVC). Y un poco más allá él agrega: “Se dice: “Uno es libre de hacer lo que
quiera.” Es cierto, pero no todo conviene. Sí, uno es libre de hacer lo que
quiera, pero no todo edifica la comunidad. No hay que buscar el bien de uno
mismo, sino el bien de los demás” (1 Co 10.23-24 – DHH). Así que, no
podemos decir: “¿Qué me importa lo que cree y piensa el otro? Es problema de
él.” No, no es sólo su problema. Ya habíamos dicho que no somos islas en la
sociedad. Todo lo que somos y hacemos tiene una influencia sobre otros.
Cuidemos entonces que esta influencia sea positiva. De otro modo, mi libertad
en Cristo llegará a ser una piedra de tropiezo para otros (v. 16). Claro, no
debemos hacernos esclavos de la opinión de los demás. Además, hay muchos temas
que son básicos y que requieren de una postura personal clara de cada uno. Pero
debemos considerar al prójimo y encontrarnos con él en amor y respeto. Creo que
Pablo coincidiría con Agustín de Hipona cuando decía: “En lo esencial unidad,
en lo dudoso libertad, en todo amor”. Lo esencial en el reino de Dios no es lo
que cada uno come o bebe, sino la actitud del corazón.
Pablo llega entonces a la siguiente
conclusión: ¿Para qué desperdiciar tiempo y energía en discusiones acerca de
cosas insignificantes y que sólo nos dividen? Mucho más, pongamos la atención
en lo que produce paz y que nos edifica a nosotros y a la iglesia (v. 19).
Pablo reitera una vez más la advertencia de no destruir la obra de Dios por
cuestiones alimenticios (v. 20). Lo que uno puede comer o no, no tiene ninguna
importancia en comparación a la consciencia de mi prójimo. No puedo sacrificar
el bienestar espiritual de los demás sólo para mantener la razón. Si yo le
induzco a otro a comer algo que su consciencia no aprueba, esto se convierte en
un pecado para él – ¡y para mí también! Una misma cosa puede ser un pecado para
una persona, pero no para la otra. Depende de la comprensión y la consciencia
de cada uno. Eso tenemos que tener en cuenta siempre. Verdadero amor muestra
aquel, que por respeto a la comprensión de su prójimo reduce su propia libertad
para no ser piedra de tropiezo (v. 21). La tendencia de juzgar a los demás se
cura con el amor. El que juzga y critica en todo tiempo a los demás, no ama. El
que ama, no insiste tanto en las diferencias de opinión.
Por eso Pablo repite nuevamente la
necesidad de aceptar y soportar a estos hermanos con mucha paciencia (Ro 15.1).
Debemos identificarnos con ellos hasta tal punto que consideramos sus
debilidades como si fueran nuestras propias. Si nos creemos muy fuertes,
debemos mostrar esa fortaleza, cuidando a los más débiles. El que se molesta
por la debilidad de otros, demuestra no más que él mismo no está tan maduro
como siempre pensó.
En vez de vivir para nosotros
mismos, debemos ser conscientes de las debilidades y necesidades de los demás y
hacer todo lo posible para sostenerlos y construir la iglesia (v. 2). La unidad
y el crecimiento del cuerpo de Cristo están en primer lugar, no la libertad
personal. Al considerarnos mutuamente, también se fortalecerá la fe de los más
débiles. Es que así nos damos cuenta de que no estamos solos en ciertas
situaciones de la vida, sino que ya otros han tenido luchas similares. Eso nos
da ánimo, consuelo y esperanza.
No deberíamos apuntarnos demasiado
pronto en la categoría de los cristianos maduros – o inmaduros. La vida
cristiana es un proceso de crecimiento dinámico, en el cual uno es fuerte en
ciertas áreas, el otro en otras. Nadie puede considerarse a sí mismo o a otros
como maduro en todas las áreas.
¿Pero sé yo de alguien que está
débil e inseguro en un área en el que yo quizás esté algo más firme, de modo
que le podría ayudar? En vez de criticar su debilidad, ¿no le podría mostrar
amor sosteniéndolo?
¿Hay alguien a quien miro con
desprecio? ¿Qué debería hacer yo con esto?
¿Disfruto yo de libertades que
resultan ser un problema para otros? ¿Debo limitar ciertas cosas para no causar
disturbios para otros?
¿Puedo aceptar a mis hermanos de la iglesia
de forma tan incondicional como Cristo me ha aceptado a mí mismo?
Dejemos de juzgarnos unos a otros y,
más bien, amémonos unos a otros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario