En la antigüedad, cada ciudad tenía
un muro a su alrededor. Este muro era su sistema de protección. Aunque quizás
no tenga un ejército muy numeroso y entrenado, con el muro intacto, la ciudad
estaba bastante bien protegida. Pero una brecha en la muralla era fatal para la
ciudad. La hacía totalmente vulnerable y expuesta a los ataques de los
enemigos. Sabio era entonces el gobernante que mantenía un estricto control
sobre el estado de su muro.
Es exactamente lo mismo que sucede
con nuestro dominio propio. El sabio Salomón lo expresa así: “Como ciudad
sin defensa y sin murallas es quien no sabe dominarse” (Prov 25.28 – NVI).
Si descuidamos cualquier área, le abrimos una brecha al enemigo para que pueda
meterse y causar estragos en nuestro interior. Esa brecha es suficiente para
hacernos caer en múltiples tentaciones y pecados. ¿Qué tal tu muro?
Hoy llegamos al último elemento del
fruto del Espíritu. Para ayudar a memorizar estos dos versículos, repetimos
aquí el pasaje de Gálatas 5.22-23: “…el fruto del Espíritu es amor, alegría,
paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No
hay ley que condene estas cosas” (NVI). En algunas Biblias, este último
ingrediente se traduce como dominio propio, en otras como templanza, una
palabra ya no tan conocida para nosotros. Según el Internet, “…la templanza
está relacionada con la sobriedad o moderación de carácter. Una persona con
templanza reacciona de manera equilibrada ya que goza de un considerable
control sobre sus emociones y es capaz de dominar sus impulsos.” (https://definicion.de/templanza/).
El término griego contiene la idea de sujetarse a sí mismo, tener un poder
interno; ejercer autocontrol. El dominio propio responde a la pregunta: ¿quién
te gobierna? Si todo nuestro ser está en sujeción a nuestra voluntad, y ésta, a
su vez, sujeta al Espíritu Santo, entonces habrá equilibrio en nuestras
reacciones, emociones, palabras, etc. Es muy interesante ver que, en esta lista
de 9 virtudes, el amor y el dominio propio forman el inicio y el final, respectivamente,
de esta lista. Son como el paréntesis que incluye todo lo demás. Sin el amor y
sin el dominio propio no es posible tener paz, ser paciente, ser amable, ser
bondadoso, ser fiel, ser humilde… Por ejemplo: al encontrarme con una persona
pesada y desagradable, se requiere refrenar o dominar mis emociones y
pensamientos —es decir, ejercer dominio propio— para seguir siendo paciente y
amable con ella. ¿O no es así? Igualmente se requiere de amor para tratarla
amablemente. Así que, el amor y el dominio propio son esenciales para producir
todos los demás ingredientes del fruto del Espíritu. Pero desarrollar el
dominio propio es quizás el área que más nos cuesta, y donde en muchas de las
pruebas no salimos victoriosos. Si vemos algunos personajes de la Biblia, les
pasó igual. Abraham no pudo esperar a que Dios cumpliera su promesa, y tuvo un
hijo con la esclava. Pero más tarde pudo controlar sus propias emociones,
dominar los pensamientos que le gritaban no hacer lo que Dios le había pedido,
y tomar a su único hijo legítimo para sacrificarlo.
José en un momento no pudo dominar
su ímpetu y les contó a todos de sus sueños que había tenido. Cuando décadas
después se volvió a encontrar inesperadamente con sus propios hermanos que lo
habían vendido como esclavo, él tuvo dominio propio para no condenarlos y
ejecutarlos, cosa que tranquilamente podría haber hecho como segundo hombre más
poderoso de Egipto, sino a perdonarlos.
Daniel requirió de mucho dominio
propio para proponerse no contaminarse con la comida del rey en medio de un
mundo hostil.
Sin dominio propio, Santiago y Juan
querían pedir fuego del cielo sobre los samaritanos que no habían permitido que
Jesús pase por su territorio. Pero más tarde se lo conoce a Juan como el
“apóstol del amor”, por lo que él escribe en sus tres epístolas.
Jesús dijo a Pedro, minutos antes de
enfrentar el peor sufrimiento imaginable: “¿No te das cuenta de que yo puedo
llamar a mi Padre, y él mandaría ahora mismo más de doce batallones de ángeles?
Pero si hago esto, ¿cómo se cumpliría lo que está en las Escrituras, donde dice
que todo debe pasar de esta forma” (Mt 26.53-54 – PDT)? Jesús podría
haberse defendido con facilidad, pero por el dominio propio que mostró, no lo
hizo. Más bien dice el profeta Isaías de él: “Fue maltratado, pero se
sometió humildemente, y ni siquiera abrió la boca; lo llevaron como cordero al
matadero, y él se quedó callado, sin abrir la boca, como una oveja cuando la
trasquilan” (Is 53.7 – DHH).
Y así podríamos mencionar varios
otros ejemplos de la Biblia. Se dice que la lucha contra sí mismo es la lucha
más difícil que hay, pero también la victoria sobre sí mismo es la victoria más
hermosa que uno puede alcanzar. Proverbios dice: “…más vale vencerse uno
mismo que conquistar ciudades” (Prov 16.32 – DHH). Pero a veces parece ser
más fácil conquistar una ciudad que conquistarse a sí mismo. No todas las
luchas contra uno mismo terminan en victoria a nuestro favor. Es decir, no
siempre obtenemos el dominio propio, pero estamos en la lucha. Pero alguien que
carece totalmente de dominio propio, este asunto se convierte en su demonio
propio, porque tan destructivo resulta ser esta actitud. La falta de domino
propio genera caos, destrucción y heridas en la persona misma y en todo su
entorno. Por eso dijimos que el dominio propio es su sistema de protección de
sí mismo y de otros.
El Nuevo Testamento utiliza dos
palabras diferentes que ambos tienen que ver con el autocontrol, con la
disciplina. Una palabra, la que Pablo usa en este texto, describe la fortaleza
interior de carácter que nos capacita para dominar nuestras pasiones y deseos.
La otra se refiere al sano juicio. “El sano juicio nos permite determinar el
modo de actuación acertado, la reacción adecuada ante una situación, la
habilidad, no solo de distinguir entre el bien y el mal, sino también entre lo
bueno y lo mejor. La fortaleza interior es necesaria para ayudarnos a efectuar
lo que nuestro buen juicio nos indica que es mejor. Una cosa es saber qué
hacer; otra muy distinta es tener la fortaleza interior para realizarlo, sobre
todo cuando no tenemos ganas. El dominio propio consiste en el empleo de la
fortaleza interior combinado con un buen criterio que nos posibilita pensar,
hacer y decir las cosas que agradan a Dios” (https://directors.tfionline.com/es/post/mas-como-jesus-dominio-propio).
El otro día, una persona muy
conocida por todos escribió en su Facebook: “¿Por qué cualquier otra cosa es
mucho más atractiva en tiempo de corregir exámenes?” Es exactamente a esto que
se refieren estos dos términos. Estoy seguro que todos estamos prácticamente
cada día en esta tensión entre lo que sé que debo hacer y el hacerlo
verdaderamente. ¿No es cierto? O como lo dijo Pablo: “No sé qué está pasando
conmigo: lo que quisiera hacer no lo hago y resulto haciendo lo que odio”
(Ro 7.15 – PDT).
¿Qué tal tu muro? Vamos a
identificar ahora algunos de los bloques que componen este muro para que vos
como gobernante de tu ciudad, de tu vida, puedas inspeccionarlos y ver si hay
alguna grieta que pueda debilitar tu muro y abrir una brecha por donde el
enemigo puede entrar y vencerte. Que experimentes o no la victoria en tu vida
depende en gran medida de si vigilas tu muro.
El primer bloque que identificaremos
es nuestro cuerpo. ¿Quién gobierna tu vida, tus actos, tus decisiones? ¿Tu sano
juicio o tu cuerpo? Por ejemplo, ¿quién o qué determina a qué hora te levantas?
¿Eres de los que se meten a la boca todo lo que ven para comer, sin importar si
tienen hambre o no? ¿Te ocupas de tu salud física o te dejas vencer por la
flojera? ¿Quién te gobierna? Por eso, el ayuno, aparte de ser un ejercicio
espiritual de incalculable valor, es una manera excelente de cultivar el
dominio propio. Aprendemos a someter a nuestro cuerpo a las decisiones de
nuestra voluntad y no a las del “dios barriga” como lo describió un autor.
Es famosa la pregunta: ¿Es pecado
(hacer tal o cual cosa)? Hay muchas situaciones sobre la cual la Biblia no da
una respuesta explícita. La Biblia no es un libro de leyes de 500 tomos para
regular cada detalle de tu vida. La Biblia te da principios según las cuales tú
debes tomar tus propias decisiones. Por algo Dios te dio el coco para pensar.
Buscá la respuesta en tu sano juicio. Buscá la respuesta en la manera en que
respondes a la pregunta: ¿Quién (o qué) me gobierna? Si preguntas, por ejemplo,
si tomar cerveza es pecado o no, lo haces posiblemente porque tu deseo de tomar
ya es mayor que tu voluntad para no tomar. Tu sano juicio no es acompañado por
la fortaleza interior. Tu sano juicio te advierte de las consecuencias que
puede tener el tomar cerveza, pero no encuentra el apoyo de la fortaleza
interior. Y un jugador que no es acompañado por otro miembro del equipo
difícilmente podrá meter un gol, y todo el equipo será derrotado. Por eso,
nadie podrá determinar para todos por igual si tomar cerveza es pecado o no.
Depende en cada caso de quién o qué gobierna a la persona. Depende del muro de
cada uno. Y si el deseo de tomar es más grande que la voluntad de dejarlo al
lado, posiblemente tu muro ya tiene una grieta. Y es lo mismo con todas las
demás cosas que tienen que ver con el cuerpo físico. ¿Qué tal tu muro?
Esto tiene estrecha relación con la
segunda área: los apetitos y deseos. Muchas personas, especialmente los
varones, tienen una tremenda lucha contra los apetitos sexuales. Y muchos ya
dejaron de luchar y se dejan llevar por estos apetitos. En lugar de ejercer el
dominio propio, este apetito se convierte en su demonio propio, controlando
todos sus pensamientos y actos y causando una destrucción indescriptible en su
familia, en su moral, en su espíritu, en su cuerpo, en sus relaciones, etc.
Esto es un ejemplo no más. Otros
tienen otros tipos de apetitos, por ejemplo, una debilidad por ciertas comidas.
No pueden ver una torta, un chocolate, una tira de costillas asadas, etc.,
etc., sin devoralo hasta la última migaja. ¿Es pecado entonces comer torta,
chocolate, asado o cualquier otra cosa? Ya lo dijimos: ¿quién te controla?
¿Acompaña tu fortaleza interior a tu sano juicio? Depende de eso. ¿Qué tal tu
muro?
Lo mismo también con los deseos.
Para niños de dos o tres años, sus deseos son palabra mayor. Ante cualquier
negativa de parte de los padres, ellos arman un berrinche y exclaman: “¡Pero yo
quiero!” Esto, en su opinión, ya debería ser argumento más que suficiente para
que los padres corran a concederles su deseo. Y, entre paréntesis,
lastimosamente demasiados padres lo hacen. Se rinden ante estos pequeños
tiranos. Entonces, en vez de que los padres gobiernen a sus hijos, ellos caen
como esclavos de un enano de 2, 3 o de 14 años.
Pero la verdad es que hay muchas
personas de 30, 40 o 50 años que se comportan como esa criatura. Quizás no se
van a tirar al suelo gritando: “¡Pero yo quiero!”, pero actúan según el mismo
propósito. Lo que ven, lo compran. Lo que quieren, hacen lo imposible para
conseguirlo. Sus deseos siguen siendo palabras mayores para ellos y que quieren
imponer también sobre otros. La grieta en su muro se ha abierto y se ha
convertido en una supercarretera asfaltada a su interior para que el enemigo
pueda causar el daño que le plazca hacer. ¿Qué tal tu muro?
Un gran campo de batalla por
mantener el muro intacto es la lengua, el hablar. Este es el tercer bloque que
queremos identificar de nuestro muro. Santiago no encuentra palabras muy
elogiosas acerca de la lengua. La define como “un mundo de maldad puesto en
nuestro cuerpo, que contamina a toda la persona. Está encendida por el infierno
mismo…” (Stg 3.6 – DHH). Y después sigue diciendo: “El hombre es capaz
de dominar toda clase de fieras, de aves, de serpientes y de animales del mar,
y los ha dominado; pero nadie ha podido dominar la lengua. Es un mal que no se
deja dominar y que está lleno de veneno mortal. Con la lengua, lo mismo bendecimos
a nuestro Señor y Padre, que maldecimos a los hombres creados por Dios a su
propia imagen. De la misma boca salen bendiciones y maldiciones. Hermanos míos,
esto no debe ser así” (Stg 3.7-10 – DHH). ¡Cuánto daño nos hacemos a
nosotros mismos y a los demás al no tener dominio propio sobre nuestro hablar!
Los chismes que reproducimos, la crítica despiadada al prójimo, los insultos al
cónyuge o a los hijos, la denigración (decir: “Tú no vales nada, no sirves para
nada…”) y muchas otras incontinencias o faltas de dominio propio pueden herir
mucho más que una clavada con un cuchillo. En los proverbios encontramos muchos
versículos acerca del uso de la boca. Dice Salomón: “Los labios del justo
dicen palabras gratas; la boca de los impíos arroja perversidades” (Prov
10.32 – RVC). “El que vigila su boca protege su vida, el que abre demasiado
sus labios acaba en la ruina” (Prov 13.3 – BPD). Y más de uno ha tenido que
reconocer con dolor que “cuando las palabras son muchas, el pecado no falta;
así que aquel que controla sus labios es prudente” (Prov 10.19 – Kadosh).
Por eso, el salmista tomó una decisión drástica: “Yo dije: ‘Atenderé a mis
caminos para no pecar con mi lengua; guardaré mi boca con freno en tanto que el
impío esté delante de mí’” (Sal 39.1 – RV95). Él se cuidó demasiado de no
ser un mal testimonio ante los incrédulos con su modo de hablar. Ese cuidado
debemos tener siempre. Por supuesto que todos somos diferentes, y hay personas
más sueltas de lengua que otras. No obstante, aún los más callados no se libran
de poder pecar con su lengua. Es más, sus pocas palabras pueden ser mucho más
mordaces e hirientes que la avalancha de otros. ¿Qué tal tu muro?
Especial cuidado debemos brindarle
al cuarto bloque en nuestro muro, el bloque de los pensamientos. Es ahí donde
muy fácilmente se pueden producir grietas que afecten a todo lo demás. Los
pensamientos son prácticamente el cimiento del muro. Si estos están mal, todo
lo demás también está debilitado. ¿Por qué? Porque toda acción, toda palabra,
toda reacción se genera primero en la mente. Tú eres lo que tú piensas. Aún tus
reacciones impulsivas que dices haber tenido “sin pensar” se originan en tus
pensamientos y de no haberle puesto candado a los pensamientos inadecuados – o
sea, a la falta de dominio propio en la mente. Por ejemplo, ¿qué sucede en tu
mente cuando estás enojado(a)? ¿Acaso el asunto no está dando vueltas y vueltas
en tu cabeza, elaborando toda una estrategia de batalla en palabras y acciones
contra la persona la próxima vez que se encuentren? Y ya se está produciendo
una grieta gruesa en tu muro. Por eso advierte la Biblia: “Cuida tu mente
más que nada en el mundo, porque ella es fuente de vida” (Prov 4.23 – DHH).
Es muy difícil cuidar esta área, porque como es el cimiento, está bajo
tierra, invisible. Es decir, muchas veces no nos damos cuenta de que este
huracán se está desatando en nuestro cerebro. Requiere que nos despertemos y
reaccionemos para poder salir de este círculo vicioso en que entró nuestra
mente. Debemos pensar acerca de nuestros pensamientos. Y esto requiere de
muchísimo dominio propio, porque muchas veces no queremos salir de este estado
mental, porque es ahí que podemos vivir plenamente nuestra venganza contra la
persona. Quizás no nos atrevemos de reaccionar en persona contra ella, pero en
nuestra imaginación ya la hemos hecho pedazos, matado, resucitado para volverla
a matar. No me digan que no han experimentado esto en algún momento de mucho enojo
y de heridas profundas causadas por otros. Ya Jesús mismo lo dijo: “…de
adentro, es decir, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, la
inmoralidad sexual, los robos, los asesinatos, los adulterios, la codicia, las
maldades, el engaño, los vicios, la envidia, los chismes, el orgullo y la falta
de juicio. Todas estas cosas malas salen de adentro y hacen impuro al hombre”
(Mc 7.21-23 – DHH). Así que, para mantener intacto tu muro, debes empezar a
trabajar primero por el fundamento: los pensamientos. Ya me habrán escuchado
muchas veces citar a Romanos 12.2: “…cambien su manera de pensar para que
así cambie su manera de vivir…” (DHH). Esto es fácil de decir, pero ¿cómo
se hace? La única manera de lograr un cambio de mentalidad es cambiando la fuente
de pensamientos que la nutre. Tú eres lo que son tus pensamientos. Así que,
llena tu mente con cosas positivas. Pablo les sugiere a los filipenses: “…piensen
en todo lo verdadero, en todo lo que es digno de respeto, en todo lo recto, en
todo lo puro, en todo lo agradable, en todo lo que tiene buena fama. Piensen en
toda clase de virtudes, en todo lo que merece alabanza” (Flp 4.8 – DHH).
¿Coincide este listado con los pensamientos que tuviste esta semana? Esto debe
ser nuestra meta. Si tienes problemas con grietas en tu muro en el sector de
los pensamientos, escribe este versículo en varios papeles y pegalos por toda
tu casa, para que cada vez que los ves, puedas analizar tus pensamientos del
momento, a ver si coinciden con lo que dice el versículo. Y si no, reemplazar
los pensamientos dañinos por otros fructíferos y de bendición. ¿Qué tal tu
muro?
Algo muy cercano a los pensamientos
es el bloque de las emociones. Los pensamientos causan en nosotros ciertas
respuestas emocionales. Si tengo pensamientos positivos acerca de alguien,
éstos producen en mí paz y un sentimiento de alegría que me hace hacer algún
acto de bendición y de perdón hacia la otra persona. Acuérdense de lo que José
hizo con sus hermanos. A la inversa, los pensamientos de odio hacia alguien,
producen en mí una ira incontrolable que me hace cometer cualquier acto
violento contra la misma. Basta con leer los informes policiales para ver las
agresiones y los asesinatos que han surgido de una explosión de ira. Y, digamos
que no llegamos a hacer nada en contra de otros a causa de nuestros
sentimientos de ira y rencor, pero sí nos causa un daño terrible a nosotros
mismos, porque nosotros sí andamos envenenados. Es como si quisieras matar a
otra persona, pero en vez de ponerle veneno en su comida o bebida, te lo tomas
todo tú mismo. Y encima justificas el veneno, diciendo que tienes derecho a
estar enojado(a) con la otra persona. Ten mucho cuidado con estas grietas en tu
muro. Quizás el dominio propio no impide que te enojes. No es eso lo que queremos
decir. Pero sí te ayudará a controlar tus emociones, canalizarlas correctamente
y deshacerte de las mismas. ¿Qué tal tu muro?
Hay muchos otros sectores en este
muro de protección contra el pecado. Cada uno podrá identificar otras áreas más
en las que frecuentemente se producen grietas en su muro. La lucha por el
dominio propio, el cuidado de las grietas en tu muro, es difícil. Como dije al
principio, a veces tendrás éxito, a veces no. Pero cuanto más te ejercitas en
obtener el control sobre tu vida, más fuerte te harás. Pero nunca debes olvidar
que es el fruto del Espíritu, no de tus esfuerzos. No obstante, debes
esforzarte en todo lo que esté a tu alcance. Como dije en la introducción a
esta serie de predicaciones sobre el fruto del Espíritu, estamos trabajando en
equipo con el Espíritu Santo. Nosotros hacemos lo que podemos para tener amor,
alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio
propio, pero el Espíritu Santo nos guía en nuestro esfuerzo y hace que este
esfuerzo sea fructífero. Encomienda tu vida a él y pídele que él produzca su
fruto en ti. No esperes ver mañana ya cambios contundentes, porque es un
proceso que termina recién cuando termina tu vida en esta tierra. Pero hoy es
un buen día para empezar este proceso. Pablo compara esta lucha por el muro
intacto con una disciplina deportiva: “Los que se preparan para competir en
un deporte, evitan todo lo que pueda hacerles daño. Y esto lo hacen por
alcanzar como premio una corona que en seguida se marchita; en cambio, nosotros
luchamos por recibir un premio que no se marchita. Yo, por mi parte, no corro a
ciegas ni peleo como si estuviera dando golpes al aire. Al contrario, castigo
mi cuerpo y lo obligo a obedecerme, para no quedar yo mismo descalificado
después de haber enseñado a otros” (1 Co 9.25-27 – DHH).
¿Qué tal tu muro? Decide hoy
reforzarlo en todas sus áreas.
Excelente tema... Muy importante, procuremos a tener un MURO según los planes divinos. Gracias estimado Marvin Dück.
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