martes, 28 de mayo de 2019

Pensamientos sublimes








                   Te vas tranquilo por la Transchaco hacia Asunción, con toda la paz del alma y pensamientos sublimes. De repente uno de estos conductores que nunca pueden faltar se te cruza y por poco provoca un accidente. ¿Siguen presentes tu paz y tus pensamientos sublimes?
                   Este ejemplo es un modelo que se puede aplicar a un sinfín de otras situaciones que te tocan vivir a diario. En lugar de decir “ruta Transchaco” puedes hablar de tu hogar, de tu trabajo, de tu lugar de estudios, de la iglesia, etc. Puedes estar en cualquiera de estos y de cientos de otros lugares más, con tus pensamientos sublimes. Y el que se te cruza de repente, no tiene que ser otro chofer, sino puede ser algún miembro de la familia, un hermano de la iglesia, el jefe, algún compañero, etc. ¿Cómo es tu reacción a estos intrusos a tu propia comodidad o a tu manera de pensar y de hacer las cosas; a estas personas que provocan un choque con tus emociones, con tus pensamientos, con tu carácter? Y ojo: no estoy diciendo que son personas malas y malintencionadas. A veces el que cruza sos vos. Pero como no queremos admitir que fuimos nosotros los que nos equivocamos, que fuimos nosotros los que estábamos yendo en zig-zag por los 4 carriles de la Transchaco, entonces le tiramos toda la bronca sobre los demás. Quizás el que se te “cruzó” es uno que vio el peligro en que estabas y te frenó para salvarte la vida, o para enseñarte alguna lección importante. Pero este tipo de situaciones es un examen que revela cuán desarrollado está en ti alguno de los componentes del fruto del Espíritu. Hoy consideraremos dos elementos de este fruto: la amabilidad y la bondad. Como los ejemplos ya lo muestran, estos dos tienen que ver especialmente con nuestra relación con el prójimo, al igual que la paciencia que Rodrigo nos ilustrará en su propio ejemplo el próximo domingo. Los primeros tres, el amor, el gozo y la paz, tienen que ver con nuestra relación con Dios.
                   Como las anteriores veces, nuestro tema sale de Gálatas 5.22-23: “…el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Contra tales cosas no hay ley” (RVC).
                   Benignidad. ¿Qué sabor tendrá esa fruta? Parece ser una fruta exótica que vemos cada tanto en algún negocio, pero que nunca hemos probado ni mucho menos comprado. O sea, la palabra “benignidad” no está en nuestro vocabulario, y no sabemos qué significa. Revisé unas cuántas versiones diferentes de la Biblia para ver cómo ellos traducen este término, y encontré bastantes opciones. Unas cuántas traducciones dicen “amabilidad”. Eso ya nos suena más conocido. Otras dicen “generosidad”, “afabilidad”, “gentileza” y “agrado”.
                   Vamos a tratar de describir algunos de estos términos. La benignidad “…se refiere a los valores de algo o alguien que es considerado bueno en su esencia.” ¿Qué valores muestra alguien que es bueno? “La persona que expresa benignidad tiene cualidades positivas como simpatía, comprensión, buena voluntad, paciencia y amor con las personas de su entorno. Es considerado una buena persona, de buen corazón y que actúa en relación a buenas intenciones, siendo sincera, comprensiva y tolerante.” Decimos: “¡Que bueno es fulano(a) de tal! Da tanto gusto estar con él(ella).” A ese tipo de personas se refiere. “La benignidad … no significa que uno tenga el carácter débil o que tenga falta de convicciones. Es más bien, ser apacibles en nuestro trato; dulces y tiernos con los demás.” Ya habíamos dicho que este elemento del fruto del Espíritu tiene que ver con nuestra relación con las demás personas. Si eres un hijo de Dios, teniendo al Espíritu Santo viviendo en ti, tu trato hacia los demás se debe volverse cada vez más suave. El fruto del Espíritu es el carácter de Cristo dentro del cristiano. Basta entonces con mirar cómo Jesús trató a la gente para saber cómo debería ser nuestro trato a los demás. “Jesús era tierno con todos los necesitados. Vemos a un Cristo que sana leprosos, que acepta a los niños, que resucita muertos, y que escucha el clamor de hombres que no pertenecían a su país. También lo vemos teniendo buen trato con las mujeres, y con mujeres que eran adúlteras ante la sociedad. No las trata ásperamente, sino que les extiende el perdón que solo él puede dar. No las juzga, sino que les da el agua viva que quita toda insatisfacción. Aún lo vemos en sus últimos momentos de vida, tratando con dulzura al pecador al lado de él en la cruz. No le dice: ‘Hoy estarás muriendo en el infierno’, sino que en su benignidad le da las palabras de aliento más grandes que un moribundo puede escuchar: ‘Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso’ (Lc 10.43 – NTV). ¿Se parece a ti esta descripción? Jesús es el ejemplo más grande de benignidad y ternura, y el Espíritu Santo desea fervientemente que nosotros seamos como él.” Por eso, Jesús tenía toda la autoridad de decirle a sus discípulos: “Ustedes deben amar a sus enemigos, hacer el bien y dar prestado, sin esperar nada a cambio. Grande será entonces el galardón que recibirán, y serán hijos del Altísimo. Porque él es benigno con los ingratos y con los malvados” (Lc 6.35). Sabemos que los hijos reproducen las características de los padres. Si Jesús dice que se nos considerará “hijos del Altísimo”, quiere indicar que reproduciremos en nuestra vida y en nuestro carácter esa benignidad que él acaba de describir de su Padre. Y Dios no es selectivo en su trato. A todos él trata de la misma manera, incluso a los ingratos y malvados, como dice este texto. Su benignidad hacia los ingratos y malvados se manifiesta en misericordia hacia ellos, a ver si no se vuelven de sus malos caminos. Escribe Pablo a los romanos: “¿No te das cuenta de que menosprecias la benignidad, la tolerancia y la paciencia de Dios, y que ignoras que su benignidad busca llevarte al arrepentimiento” (Ro 2.4 – RVC)?
                   Así trata Dios a los demás, incluyendo a los pecadores rebeldes que continuamente le dan la espalda. Si nosotros somos rudos y ásperos en el trato hacia los demás, ¿nos creerán cuando decimos que somos hijos de Dios? Yo sé que no somos perfectos y que jamás llegaremos a ser como Dios, pero se debe notar en nosotros algo de su carácter. Su presencia en nosotros debe transformar paso por paso nuestro interior. Una nota de la Biblia Plenitud dice: “El Espíritu Santo borra la agresividad de carácter de quien está bajo su control” (BP).
                   En otro comentario leemos: “Nuestro mundo está lleno de personas cortantes, personas que insultan a los que están a su alrededor, no les abren la puerta a las señoras de edad ni a los que van con paquetes, se ríen de las desgracias de los demás y tratan de mostrar su superioridad pasando por encima de los demás.
                   Sin embargo, existen otras personas que ceden su puesto en la fila, elogian a las personas que los rodean, se apuran para abrirle la puerta a los demás, se solidarizan con los infortunios de otras personas y muestran humildad y disposición para servir a los demás.” Y ustedes podrían agregarle muchos otros ejemplos prácticos de qué significa ser amable y cortés con las personas. “Benignidad es darnos humildemente en amor y misericordia a las personas que de pronto no podrán darnos nada a cambio, a personas que a veces no lo merecen y a personas que por lo general no nos van a agradecer por ello. Benignidad básicamente es una forma de pensar que lleva a hacer obras pensadas para los demás.” A medida que crece y madura este fruto en nosotros, el egoísmo tiene que morirse de hambre. Si vivimos enfocados en los demás y lo que podemos hacer para ellos, no tendremos tiempo de pensar egoístamente en nosotros. Dejaremos de luchar para que nuestras necesidades sean satisfechas; que nuestro pedazo de la torta no sea el más pequeño, y empezaremos a preguntarnos más bien qué podemos hacer para responder a las necesidades de otros. ¿Nos damos cuenta que esta rodaja de la mandarina está íntimamente ligada a la rodaja del amor? Más adelante vamos a ver que también está unida al dominio propio. Por eso es un solo fruto con sus variadas manifestaciones que no podemos separar una de la otra.
                   Veamos ahora una descripción de otra forma de traducir este término: la amabilidad. “La amabilidad es el acto y/o comportamiento que realiza una persona con respeto y educación hacia otras personas.” “La amabilidad es fundamental para relacionarnos de una manera positiva y satisfactoria con los otros, bien sea en la familia, en el trabajo, en la escuela, en nuestra comunidad, etc. La amabilidad es una forma de mostrar nuestro respeto y afecto hacia el otro.” Y cuando mostramos respeto y amabilidad a toda persona que comparte nuestro espacio de vida, se cumple lo que dice la Biblia: “La respuesta amable calma el enojo, pero la agresiva echa leña al fuego” (Pr_15.1 – NVI). Y también dice el sabio Salomón: “Las palabras amables son como la miel: endulzan la vida y sanan el cuerpo” (Pr_16.24 – TLA). Imagínense tener una herida en su brazo que duele tremendamente. ¿Qué preferirían que se les pase por la herida, miel o papel lija? Entonces saben qué beneficio trae la amabilidad a las relaciones con otras personas, y cuánto daño hace la aspereza y el trato duro.
                   Dice un comentario: “La amabilidad es un valor esencial en la forma en que los cristianos deben relacionarse los unos con los otros, y está fundamentada en la misericordia de Dios, según la cual los creyentes … deben reconocerse entre sí…” Dice la Biblia: “Desechen todo lo que sea amargura, enojo, ira, gritería, calumnias, y todo tipo de maldad. En vez de eso, sean bondadosos y misericordiosos, y perdónense unos a otros, así como también Dios los perdonó a ustedes en Cristo” (Ef 4.31-32).
                   En términos parecidos a la benignidad y la amabilidad se describen también las otras palabras con que las diferentes versiones de la Biblia traducen esta palabra: La generosidad: “…es el hábito de dar o compartir con los demás sin recibir nada a cambio.” “Es un tipo de conducta orientada a la ayuda a los demás.”
                   La afabilidad: “Es aquella cualidad que consiste en ser de un acceso fácil para sus inferiores y en escucharlos con benevolencia.” No ser un jefe rudo e inaccesible, sino darse a los empleados, escuchar sus corazones y actuar en beneficio de ellos.
                   Esa es la benignidad, la característica que el Espíritu Santo quiere producir en nosotros. Parecido a este es la bondad. La bondad es la exteriorización de la benignidad. Mientras que la amabilidad es la característica interna de la persona, parte de su personalidad, la bondad es la forma cómo la amabilidad se expresa en el trato hacia los demás. “Una persona con bondad … tiene una inclinación natural a hacer el bien. … Se considera que una persona tiene la cualidad de la bondad cuando siempre se mantiene dispuesta a ayudar a quien lo necesita, cuando se muestra compasiva con las personas que se encuentran sufriendo por distintas circunstancias y también cuando mantiene una actitud amable y generosa hacia los demás.” “La bondad implica misericordia, bondad amorosa y verdad, pero no tolera la maldad ni coopera de ninguna manera con ella.”
                   Es lindo tener este carácter tan amable y bueno, ¿no? Pero no se forma por sí sólo. Si bien es producto de la presencia del Espíritu Santo en nosotros, nosotros debemos alimentar este carácter o preparar la tierra. Eso se logra nutriendo nuestra mente con pensamientos acorde a este carácter. Pablo lo describe así: “…hermanos, piensen en todo lo que es verdadero, en todo lo honesto, en todo lo justo, en todo lo puro, en todo lo amable, en todo lo que es digno de alabanza; si hay en ello alguna virtud, si hay algo que admirar, piensen en ello (Flp 4.8 – RVC). Si nosotros alimentamos nuestra mente con pensamientos ásperos, de rencor, de rechazo, de juicio hacia ciertas personas, el Espíritu Santo no podrá convertir esa basura en joyas. La orquesta de Cateura convierte basura en música, pero el Espíritu Santo es demasiado gentil y respeta la materia prima que le proveemos. Lo que entra, eso también sale. Jesús dijo: “…del corazón [de la mente – PDT; del interior del hombre – DHH] salen los malos deseos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre” (Mt 15.19-20 – RVC). ¿Y cómo entraron ahí? Con las cosas con que alimentamos nuestra mente. Si tú la alimentas con la Palabra de Dios, bendición saldrá de tu boca cada vez que la abres. Pablo escribió: “Sean siempre amables e inteligentes al hablar, así tendrán una buena respuesta para cada pregunta que les hagan” (Col 4.6 – PDT). Así será cuando el Espíritu Santo empieza a producir su fruto en nosotros.
                   ¿Es imposible? Si Dios vive en nosotros, su carácter transformará el nuestro. Y el carácter de Dios es benigno, amable y bondadoso. Dice la Biblia: “Saboreen al Señor y vean lo bueno que es él. Afortunado el que confía en él” (Sal 34.8 – PDT). “¡Aleluya! Den gracias al Señor, porque él es bueno, porque su amor es eterno” (Sal 106.1 – DHH). “El Señor es bueno con los que en él confían, con los que a él recurren” (Lam 3.25 – DHH). Si el Dios que vive en nosotros es así de bueno, ¿nos será imposible serlo también?
                   “Así como todo fruto en lo natural tiene un proceso de maduración, también en lo espiritual es cierto. Debemos cooperar con el Espíritu Santo en este proceso de santificación. Él da la gracia y el poder, y nosotros disponemos el corazón y la voluntad para vivir de la forma en la que Él desea. Jesús mismo nos da las claves para ser benignos con otros en el Sermón del Monte: “Amen a sus enemigos, bendigan a los que los maldicen, hagan bien a los que los odian, y oren por quienes los persiguen” (Mt 5.44 – RVC).
                   ¿Quieres madurar en la benignidad? Ama, bendice, haz el bien y ora por tus enemigos. Sé servicial con ellos. No guardes rencor. No te alegres cuando tus enemigos tropiecen, sino ten compasión de ellos y siempre mantente dispuesto a amarlos en momentos así. No critiques ni seas áspero con los demás, sino siempre ten en tu boca una palabra de edificación para sus vidas. Ten por seguro que, al cooperar de esta forma con el Espíritu, tu vida será un reflejo del carácter tierno y humilde de Cristo, y Dios será glorificado.” Pablo dice: “…como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia” (Col 3.12 – RVC). ¿Podrás mantener la paz del alma y tus pensamientos sublimes cuando alguien te cruza en la vida y choca con tus ideas, tu comodidad, tu carácter? Sí lo podrás, siempre y cuando tu amabilidad y bondad estén firmemente aferrados tanto al amor como también al dominio propio. Ponlo a prueba.


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