Recuerdo que hace muchos años atrás
una revista cristiana para jóvenes tenía un segmento en el que hacía una serie
de preguntas a algún personaje que fácilmente se podía contestar con una o dos
palabras. Recuerdo que a uno se le preguntó cuál sería la característica
sobresaliente de un cristiano, y él contestó: “La alegría.” Esperé cualquier
respuesta sofisticada y teológica a esta pregunta, de modo que me sorprendió su
sencillez. ¿Será que la Biblia estaría de acuerdo con él?
Hace 15 días atrás empezamos a ver
el fruto del Espíritu, que tiene que ver directamente con nuestro carácter o,
mejor dicho, el carácter de Cristo en nosotros. Vimos que este fruto, el
resultado de la obra del Espíritu Santo en nosotros, se manifiesta en 9 formas
diferentes: “…lo que el Espíritu produce
es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y
dominio propio. Contra tales cosas no hay ley” (Gl 5.22-23 – DHH). Hoy
queremos ver la segunda manifestación, que es el gozo. Las diferentes versiones
de la Biblia traducen esta uvita del racimo del fruto del Espíritu como “gozo”
o como “alegría”. En un principio pensé que habría diferencia entre un concepto
y otro, es decir, entre el gozo y la alegría, pero investigando un poco
descubrí que son sinónimos, y que no hay mayor diferencia entre uno y otro,
lingüísticamente hablando. Sí es probable que “gozo” sea más un término
evangélico, no tan usado entre personas inconversas. Si a cualquier persona por
ahí le hablas del “gozo del Señor”, capaz que te mire con una cara de “cri…
cri… cri…” y preguntarte: “¿Con qué se come esto?” Pero para nosotros, ambos
son sinónimos.
Pero, aunque el gozo y la alegría
sean esencialmente lo mismo, hay diferentes tipos de gozo, o diferentes fuentes
de gozo. Está el gozo del mundo que se da en diferentes placeres. Estos
placeres dan gozo por unos instantes, pero muy rápido pasan y nos dejan más
vacíos que antes. Por eso dice uno de los amigos de Job: “La alegría del malvado dura poco; su gozo es solo por un momento”
(Job 20.5 – DHH). Para mucha gente esto se vuelve un vicio: van de placer en
placer para aplacar el vacío que sienten. Una vez que pasa el efecto de este
gozo, van en busca del siguiente placer. Salomón quiso investigar esto y
escribe: “Entonces me dije: vamos a
ensayar con la alegría y a gozar de placeres, y también esto resultó pura ilusión”
(Ec 2.1 – BNP). La alegría del mundo es pura vanidad. No nos deja nada que
valga la pena.
Hay también el gozo que mana de las
circunstancias. Si llueve, y yo estoy en una casa segura; si estoy bien de
salud; si tengo la billetera llena; si estoy en compañía de buenos amigos,
entonces siento satisfacción y gozo. Pero, generalmente no tengo control sobre
las circunstancias. Estas van y vienen. Y si mi gozo depende de ellas, va y
viene también. Estos dos tipos de gozo son muy efímeros y no nos pueden
satisfacer.
Pero hay un tercer tipo de gozo. Es
lo que la Biblia llama “el gozo del Señor”. Este tiene como fuente algo o
alguien inmutable, que no cambia ni termina nunca: Dios. Por eso, si nuestro
gozo depende o proviene de Dios, nunca pasará. Sobre este tipo de gozo, que es
el fruto del Espíritu, queremos hablar hoy.
¿Qué es el gozo? Fíjense lo que
encontré en la enciclopedia del Internet Wikipedia: “El gozo es la intensidad
de los sentidos, propio de los seres humanos ya que es una inmensa alegría. En
el cristianismo, el gozo … hace parte del fruto del Espíritu Santo (Gálatas
5:22), el segundo de los que enumera San Pablo en su carta a los Gálatas. El
gozo, y lo mismo debería decirse de la paz, es efecto de la caridad (amor,
agape); por eso el apóstol lo coloca inmediatamente después de ella y antes de
otras virtudes morales.
Según algunos estudiosos de San
Pablo, gozo es aquella profunda alegría espiritual que el Espíritu Santo
infunde en los corazones de quienes deciden seguir a Dios. … A diferencia de la
felicidad, el gozo no es resultado de circunstancias externas, depende
únicamente de la actividad del Espíritu Santo en la vida de una persona, así
pues, las circunstancias —aunque adversas— no influyen en la voluntad de las
personas que tienen una relación profunda con Dios” (Wikipedia). Wow, ¡qué
definición que nos da el Internet! Entonces, el gozo es una profunda e intensa
alegría espiritual, según esta definición.
¿Y qué dice la Biblia acerca del
gozo? He juntado una gran cantidad de versículos que nos dan alguna luz sobre
este tema. Leemos, por ejemplo, en Nehemías 8.10: “Ya pueden irse. Coman bien, tomen bebidas dulces y compartan su comida
con quienes no tengan nada, porque este día ha sido consagrado a nuestro Señor.
No estén tristes, pues el gozo del Señor es nuestra fortaleza” (NVI). El
gozo del Señor es nuestra fortaleza. El gozo que proviene de Dios, el gozo que
es fruto del Espíritu Santo, es un poder. El gozo que viene del mundo también
es una fortaleza, pero una fortaleza de Satanás. Por eso, el “gozo” del mundo
siempre denigra y destruye. Porque ¿qué cosa edificante puede resultar de una
borrachera o de sucesivos encuentros sexuales con diferentes personas? ¡Nada!
Repito lo que dije hace rato: La alegría del mundo es pura vanidad. No nos deja
nada que valga la pena.
Pero aquí Nehemías dice que el gozo
del Señor también es una fortaleza. Si no entienden a qué se refiere, pensemos
en lo que es lo opuesto a gozo. Según el diccionario es dolor, pena, pesar,
tristeza, amargura, disgusto. Ahora piensen: ¿De dónde mana mayor fuerza para
enfrentar los desafíos de la vida? ¿Del dolor, pena, pesar, tristeza, amargura,
disgusto, o del gozo, deleite, satisfacción, alegría, felicidad, gusto o
complacencia? Creo que empezamos a entender qué quiso decir Nehemías. Cuando
uno está de buen ánimo, optimista, confiado en el Señor, uno puede superar
cualquier obstáculo que se presenta. Pero cuando uno está pirevaí y deprimido,
cualquier cosita ya lo vence y lo deja fuera de combate. Con el ánimo decaído,
uno está derrotado antes de que empiece la batalla. Si pretendes lograr
objetivos elevados, positivos y productivos, entonces tienes que aferrarte del
Señor para que su gozo pueda fluir a través de ti, dándote la fuerza que
necesitas. El gozo del mundo sólo te estira para abajo, pero el gozo del Señor
es tu fortaleza.
¿Y qué sucede cuando esta fortaleza
del Señor actúa en nosotros? Cosas sorprendentes ocurren, que pueden tener
hasta consecuencias físicas en nosotros. David lo dice en estos términos: “¡Lléname de gozo y alegría, y revivirán
estos huesos que has abatido” (Sal 51.8 – RVC)! Y su hijo Salomón dijo algo
muy parecido: “Un corazón alegre es la
mejor medicina; un ánimo triste deprime a todo el cuerpo” (Pr 17.22 – RVC).
Esto es lo que ocurre cuando el gozo del Señor es nuestra fortaleza. Nos hace
mucho bien hasta físicamente si permitimos que el Espíritu Santo produzca su
fruto en nosotros.
En el Salmo 43.4 leemos: “…llegaré al altar de Dios, al Dios de mi
intenso gozo [al Dios, gozo de mi vida – BNP], y te alabaré con la cítara, oh Dios, Dios mío” (BLPH). Algún joven
perdidamente enamorado puede decir a su adorada: “Eres lo máximo para mí. Eres
la alegría de mi vida.” Bueno, eso es lo que el salmista dice aquí de Dios:
“Eres mi intenso gozo, el gozo de mi vida.” ¿Qué nos dice esto? Que el gozo no
es en primer lugar una emoción, sino una persona. El gozo tiene nombre: Dios.
La fuente de mi gozo es una persona —Dios, en este caso— y esto desencadena
emociones en mí. Cuánto más cerca estoy de Dios, mayor será mi gozo. Cuanto más
me alejo, menor será mi gozo y más buscaré complementarlo con el gozo del
mundo. Y las dos cosas juntas no funcionan. O es el gozo de Dios o el gozo del
mundo lo que me gobierna. Y ausencia de Dios es ausencia de gozo. Sin Dios, no hay
verdadero gozo.
Algo parecido encontramos también en
las palabras de Jesús: “Estas cosas les
he hablado, para que mi gozo esté en
ustedes, y su gozo sea completo” (Jn 15.11 – RVC). Aquí Jesús les dice a
sus seguidores que la obediencia a él los llenará de su gozo. Él es la fuente
del verdadero gozo, y cuando él nos llena, nuestro gozo estará completo, pleno,
perfecto. Verdadero gozo no es posible sin Cristo. Fíjense que esta verdad ya
estaba incluida en el anuncio por parte de los ángeles del nacimiento de Jesús:
“…el ángel les dijo: — No tengan miedo,
porque vengo a traerles una buena noticia, que será causa de gran alegría para
todo el pueblo” (Lc 2.10 – BLPH). Si el anuncio de su nacimiento no más nos
llena de alegría, cuánto más entonces será experimentar a Cristo en persona en
su vida. La salvación que él nos otorga, y nuestra comunión con él son el
terreno apropiado para experimentar esta alegría. Así lo describe Pedro: “Ustedes aman a Jesucristo, aunque no lo han
visto; y ahora, creyendo en él sin haberlo visto, se alegran con una alegría
tan grande y gloriosa que no pueden expresarla con palabras, porque están
alcanzando la meta de su fe, que es la salvación” (1 P 1.8-9 – DHH). Por
eso cantamos hoy: “La alegría está en el corazón de aquel que conoce a Jesús.”
Esto coincide con lo que afirma
también el salmista: “Señor, tú me has
hecho sentirme más feliz que en los momentos de las mejores cosechas” (Sal
4.7 – PDT). O también en el Salmo 28: “Tú,
Señor, eres mi escudo y mi fuerza; en ti confía mi corazón, pues recibo tu
ayuda. Por eso mi corazón se alegra y te alaba con sus cánticos” (Sal 28.7
– RVC). La fuente de la verdadera alegría es Dios, no las circunstancias.
Llegamos ahora a un versículo muy
interesante: “Alégrense siempre en el
Señor. Repito: ¡Alégrense” (Flp 4.4 – DHH)! El gozo es una actitud, una
decisión, ¡había sido! Generalmente, cuando pensamos en el gozo o la alegría,
pensamos en una sensación de flotar entre nubes rosadas cuando todo va de
maravilla en nuestra vida. Pero aquí no leemos nada de esto. Más bien
encontramos aquí un mandamiento: “Te ordeno que te alegres!” ¿Cómo? ¿Acaso
puedo estar feliz a control remoto? ¡Sí! Porque el gozo no es una emoción, sino
una elección. El que está deprimido, es porque así decide serlo. Decide condicionar
su estado de ánimo a las circunstancias que lo rodean. Si las circunstancias
están bien, él está feliz. Si están mal —o peor todavía: si él teme que en el
futuro podrían estar mal— está decaído, malhumorado, pesimista, ansioso. Es
cierto que pueden influir en esto ciertos estados químicos del cerebro sobre
los cuales no tenemos control y que deben ser atendidos por un psicólogo o
psiquiatra. Y también es cierto que hay situaciones extremas, como una
depresión profunda como ya dije, o tiempos de mucho dolor y tristeza ante la
pérdida de un ser querido, por ejemplo. Pero no estamos hablando ahora de estas
situaciones, sino estoy indicando que lo que es puramente emocional es nuestra
elección. El gozo tiene que ver con el alma de la persona, sede de las
emociones y de la voluntad. Si yo le ordeno a mi alma: “Toma tu voluntad y sé
alegre.”, las emociones tienen que seguir la decisión de mi voluntad. Es lo
mismo que David dice una y otra vez en el Salmo 103: “Bendice, alma mía, a Jehová…” (vv. 1, 2, 22 – RV95). Cuando yo
estoy pirevaí, me cuesta horrores hacer esto, porque me considero un hipócrita.
No puedo simplemente cortar la punta de mi cara larga para que sea más corta.
Pero lo que Pablo escribe aquí a los filipenses es algo muy diferente. Yo sí sería
un hipócrita si tuviera el corazón destrozado, pero me pondría una máscara para
dar la apariencia hacia fuera de que todo esté bien, mientras por dentro me
estuviera desangrando. Sería fingir algo para tapar la realidad que no quiero
mostrar. En cambio, lo que Pablo está indicando aquí es que, sin importar las
circunstancias, tomemos la decisión de estar alegres, no por estar fingiendo,
sino porque el gozo del Señor es nuestra fortaleza. A eso, precisamente, se
refiere la definición de Wikipedia cuando dice: “…el gozo no es resultado de
circunstancias externas, [sino] depende únicamente de la actividad del Espíritu
Santo en la vida de una persona, así pues, las circunstancias —aunque adversas—
no influyen en la voluntad de las personas que tienen una relación profunda con
Dios.”
¿Tú dices que es difícil? ¿Qué dirás
entonces en cuanto al siguiente versículo? “…también
nos regocijamos en los sufrimientos, porque sabemos que los sufrimientos
producen resistencia” (Ro 5.3 – RVC). ¡Está loco este Pablo! ¿Acaso voy a
saltar de una pata por el júbilo que me causan los problemas graves que me han
llevado por delante como uno de los raudales de los últimos días? No, eso sería
masoquismo. Lo que dice Pablo es que podemos regocijarnos en medio de los
sufrimientos; ordenarle a nuestra alma a que esté tranquila y confiada en el
Señor a pesar de la avalancha de problemas, porque el gozo del Señor es nuestra
fortaleza. Confiar en el Señor – o despotricar contra el Señor. Es nuestra
decisión. ¿Difícil? ¿Y quién te prometió que sería fácil? Lo fácil no lleva muy
lejos. Pero la victoria que se obtiene luego de una dura lucha consigo mismo,
tratando de que el alma les haga caso a nuestras órdenes de regocijarse, ¡eso
no tiene precio! Ese es el fruto que el Espíritu Santo quiere lograr en
nosotros.
Cuando experimentamos esta obra del
Señor en nuestra vida, o cuando lo observamos en las vidas de otros, nuestro
corazón se llena de gozo y alegría. Aquí algunos versículos de cómo vivió esto
el pueblo de Israel: “…Salomón envió al
pueblo a sus hogares. Iban con el corazón alegre y gozoso por los beneficios
que el Señor había hecho a David y a Salomón, y a su pueblo Israel” (2 Cr
7.10 – RVC). Y en otro momento, luego de una victoria sobrenatural que el Señor
había dado a su pueblo en tiempos del rey Josafat, dice la Biblia: “…todos los de Judá y Jerusalén, con Josafat
a la cabeza, regresaron a Jerusalén llenos de gozo porque el Señor los había
librado de sus enemigos” (2 Cr 20.27 – NVI). Ver la obra de Dios en su
propia vida y de la vida de los hermanos nos llena de alegría y nos hace crecer
en nuestra fe. Aquí en la iglesia tenemos pocos espacios para testimonios, pero
me gustaría que podamos compartir más de lo que Dios está haciendo en nuestras
vidas, porque estos testimonios nos hacen crecer a todos. Si alguien tiene una
experiencia que quisiera compartir con los demás, me puede hablar para que lo
incluyamos en el culto. Estoy seguro que nos haría mucho bien a todos.
Los que han pasado por estas luchas,
los que han obtenido victorias y en quienes el Espíritu Santo ha hecho crecer
su fruto, son personas que transmiten algo especial. En su presencia uno
experimenta algo único. Es como si uno casi pudiera saborear ese fruto del
Espíritu. El salmista lo describe así: “Busqué
al Señor, y él me escuchó, y me libró de todos mis temores. Los que a él acuden
irradian alegría; no tienen por qué
esconder su rostro. Este pobre clamó, y el Señor lo oyó y lo libró de todas sus
angustias” (Sal 34.4-6 – RVC).
Dios verdaderamente hace la
diferencia en nuestra vida. Cuando él nos toca, las cosas cambian. Dios promete
a través del profeta Jeremías: “Entonces
las jóvenes danzarán alegremente, y los jóvenes junto con los viejos. Yo
convertiré su tristeza en alegría; los consolaré y haré que su alegría sea
mayor de lo que fue su dolor” (Jer 31.13 – PDT). ¿Cómo puede suceder esto?
Dándole la oportunidad a Dios de trabajar en nuestras vidas, de producir el
fruto de su Espíritu en nosotros.
Así, la alegría se convertirá en una
característica sobresaliente de un verdadero hijo de Dios, como bien lo dijo es
personaje en la revista que mencioné al principio. Pero no una risa fingida,
una máscara, sino una “profunda alegría espiritual”, en palabras de la
definición del Internet. De los primeros cristianos dice que “adoraban juntos en el templo cada día, se
reunían en casas para la Cena del Señor y compartían sus comidas con gran gozo
y generosidad” (Hch 2.46 – NTV). Creo que los de Costa Azul podemos
entender esto, porque cuando estamos juntos para un evento o una comida,
siempre se siente una gran alegría y amistad entre todos. Eso me gusta, ¡y así
tiene que ser!
Y quiero terminar con un versículo
que muestra un aspecto diferente de este gozo: que el Señor también se goza al
vernos: “El Señor está en medio de ti, y
te salvará con su poder; por ti se regocijará y se alegrará; por amor guardará
silencio, y con cánticos se regocijará por ti” (Sof 3.17 – RVC). ¿No es
tierno? Dios se alegra sobremanera al verte. Otra traducción incluso dice: “El saltará de gozo al verte a ti y te
renovará su amor. Por ti danzará y lanzará gritos de alegría como lo haces tú
en el día de la Fiesta” (BLA). ¿Puedes imaginarle a Dios saltar de alegría
al verte, como una criatura cuando su papá vuelve a casa después de una larga
ausencia (de media hora)? Pues, si el fruto del Espíritu es el carácter de
Cristo en nosotros, entonces él es el ejemplo por excelencia de ese gozo. Y si
él tanto se alegra al tener comunión con nosotros, lo tendremos también al
tener verdadera comunión con él.
El gozo del Señor – o el gozo del
mundo, ¿cuál prefieres? El gozo del Señor será tu fortaleza, si buscas crecer
hacia él, si lo amas con ternura y obedeces sus mandamientos. Entonces crecerá
y madurará esta uva del gozo en el racimo del fruto del Espíritu.
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