domingo, 28 de abril de 2019

Elecciones generales









            Hoy hay elecciones generales en todo el país. Hoy elegimos, quién nos gobernará de ahora en adelante. Yo sé que es muy sorpresivo para la mayoría, ya que no hubo campaña electoral antes. Los medios poco o nada han podido informar de esto. Es debido a la situación que atravesamos que se hace urgente elegir ya un gobernante. No se puede postergar la elección ni se puede hacer campaña previa. Hoy tiene que salir un claro ganador. Y sólo hay dos candidatos a ser elegidos. Cada uno tiene sus propuestas y sus maneras de ser. Encontré una breve descripción del perfil de cada candidato y sus propuestas que les quiero leer ahora. Esta información la encontré en Gálatas 5.16-26.

            F Gl 5.16-26

            Aquí se presentan ambos candidatos. Es imprescindible elegir a uno de los dos como tu gobernante. No existe una tercera opción. No se puede votar en blanco tampoco. Uno de estos dos te gobernará por completo. Un candidato es el Espíritu Santo, el otro es la carne con sus deseos y pasiones desordenadas. Y según lo que Pablo describe aquí, estos dos candidatos están en total oposición uno al otro (v. 17). Entre ellos nunca podrán hacer la tan famosa alianza. ¡Es imposible! “El antagonismo es tan irreductible, que les impide hacer lo que ustedes desearían” (BLPH). Nos gobiernan de tal modo que no tenemos otra opción que decir: “¡Sí, señor!” a todo lo que nos dicten. Y como les dije, no se puede votar en blanco, porque eso significaría no decidirse por ninguno de los dos. Pero ante estos dos candidatos, la imparcialidad o indecisión es imposible. Sí o sí, uno de los dos te gobernará. Es por eso que Pablo casi se desespera en su carta a los romanos: “Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa no existe nada bueno. Quiero hacer lo que es correcto, pero no puedo. Quiero hacer lo que es bueno, pero no lo hago. No quiero hacer lo que está mal, pero igual lo hago. … ¡Soy un pobre desgraciado! ¿Quién me libertará de esta vida dominada por el pecado y la muerte” (Ro 7.18-19; 24 – NTV)? Ya vemos que es imposible hacer una alianza entre ambos candidatos, entre el bien y el mal, o de caminar en el medio para quedar bien con ambos. Muchos cristianos intentan estar con un pie en el reino del Espíritu, y con el otro en el reino de la carne. Pero no pasa más allá que ser un mero intento. Al intentar hacerlo, automáticamente la carne, que es bastante posesiva y dictador, los estira para su lado. Basta con darle aunque sea el dedo meñique no más para que ya se apodere de toda la persona. Y lo que aflora de nuestro interior una vez que la carne se apodera de nosotros, no suena nada bonito: “Es fácil ver lo que hacen quienes siguen los malos deseos: cometen inmoralidades sexuales, hacen cosas impuras y viciosas, adoran ídolos y practican la brujería. Mantienen odios, discordias y celos. Se enojan fácilmente, causan rivalidades, divisiones y partidismos. Son envidiosos, borrachos, glotones y otras cosas parecidas. Les advierto a ustedes, como ya antes lo he hecho, que los que así se portan no tendrán parte en el reino de Dios” (vv. 19-21 – DHH). Como información, esto ya nos basta y sobra. No entraremos a analizar cada una de estas manifestaciones, ya que no buscamos reproducirlas en nuestras vidas y, como dice Pablo, de por sí ya son fáciles de detectar. Además, “…los que son de Cristo Jesús, ya han crucificado la naturaleza del hombre pecador junto con sus pasiones y malos deseos” (v. 24 – DHH). Así que, este primer candidato ya está descartado para todo el que se llama hijo de Dios. Más bien queremos ver qué es lo que nos ofrece el otro candidato. A los que somos hijos de Dios, él ya nos ha dado nueva vida eterna. “Si ahora vivimos por el Espíritu, dejemos también que el Espíritu nos guíe” (v. 25 – DHH). ¿Cuál es su propuesta? “…lo que el Espíritu produce [el fruto del Espíritu – RVC] es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. Contra tales cosas no hay ley” (vv. 22-23 – DHH). Esto sí queremos analizar más a fondo. Empezamos hoy una serie de predicaciones acerca del carácter cristiano, iniciando con el fruto del Espíritu.
            En la naturaleza, todas las plantas crecen y se desarrollan al tener suficiente lluvia. Lo mismo se espera también de cada cristiano. En nuestras vidas se desarrolla algo que la Biblia llama “el fruto del Espíritu”. En el momento de nuestra conversión hemos recibido el Espíritu Santo. Con él, Dios puso en nosotros la semilla que producirá este fruto. Si nosotros plantamos un árbol frutal o sembramos verduras, esperamos poder cosechar de ello. Así Dios espera poder cosechar este fruto de cada uno de sus hijos.
            Pablo enumera aquí 9 conceptos. No son 9 frutos individuales, sino son resultados de un solo Espíritu que obra en nosotros. Por eso Pablo no habla de “frutos” en plural, sino de “fruto” en singular. Es un fruto en sus diversas manifestaciones, un resultado de la obra del Espíritu Santo. Se podría comparar esto con un racimo de uvas. Es un solo racimo, pero compuesto por 9 uvas diferentes. O también podríamos compararlo con una naranja, compuesta por varias rodajas. Es una sola naranja, un solo fruto, pero compuesto por varias partes. Si alguien de ustedes sigue hablando de “frutos” en plural, no me voy a oponer, porque son variadas manifestaciones. Pero el uso del singular tiene una aplicación muy especial: si ese un fruto está compuesto por los 9 ingredientes mencionados en este texto, y si el Espíritu Santo produce ese un fruto en nosotros, quiere decir que cada uno de los 9 componentes debe estar presente en nuestra vida. Nadie puede decir: “Cuando se repartió la paciencia, yo justo estaba de viaje. Por eso no me tocó nada. La paciencia y so somos como agua y aceite. No nos llevamos ni por accidente. Pero sí, la alegría…, parece que me la coseché casi toda para mí.” No, no es así. Si tenés el Espíritu Santo, tendrás con él también todos los resultados que él produce. Sí, puede ser que no todas las “uvas” estén igualmente desarrolladas. Hay en un racimo siempre algunas que están verdes todavía – ¡pero están ahí! El fruto del Espíritu es el carácter de Cristo en mí. Y si tengo a Cristo en mi vida, su carácter debe hacerse visible también en mí.
            ¿Cómo puede crecer este fruto en mí? Esto puede suceder solamente si me someto y me consagro a Cristo. Jesús lo ilustró precisamente con la imagen del racimo de uvas, conectado íntimamente a la planta: “Permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes. Así como ninguna rama puede dar fruto por sí misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así tampoco ustedes pueden dar fruto si no permanecen en mí” (Jn 15.4 – NVI). Jesús se compara aquí con la vid, con la planta, y a nosotros con la rama. La rama no tiene que esforzarse al máximo por producir uvas, porque de balde va a ser su esfuerzo. Simplemente debe permanecer prendida por la vid. Y al producirse esta conexión, la savia fluye hacia la rama y la alimenta con todos los nutrientes que necesita para producir el fruto para el cual fue creado. De la misma manera, sin la comunión con Cristo no hay ninguna fuente de vida para los cristianos. Sin esa comunión tampoco no habrá ningún fruto. Por nuestro propio esfuerzo podremos inflar unos globos, disfrazarlos de uvas y decir: “Mirá, yo también tengo paciencia.” Pero basta no más que pasa cerca algún hermano espinoso, y ¡PUM!, amóntema tu “paciencia” gua’u.
            Este “permanecer” en Cristo no es nada pasivo. No permanecemos en él por comodidad o pereza. El término “permanecer” suena a que baste con atar nuestra hamaca espiritual a Cristo, mientras que nos podemos dar una siestita de 12 horas. No, más bien requiere toda la atención de nuestra parte. Si descuidamos nuestro patio por un tiempo, muy pronto estará cubierto de malezas, hormigas y demás bichos. Si descuidamos nuestra comunión con Dios, también nuestra vida se llenará de malezas que amenazarán a echar a perder el fruto del Espíritu que debía crecer ahí. Estas malezas son las malezas de la superficialidad espiritual, indiferencia a las cosas de Dios y el pecado.
            Estos 9 elementos en este texto son el producto, el fruto del Espíritu Santo, no nuestro fruto. No lo producimos nosotros, sino el Espíritu Santo en nosotros. Sin embargo, no estamos ajenos a su producción. Somos colaboradores de Dios en la producción de este fruto. Dios nos da el perdón de pecados, nos reconcilia consigo mismo y nos da el Espíritu Santo, sin el cual no podríamos llevar una vida según sus principios. Si lo buscamos continuamente, desearemos vivir una vida en santidad. Desearemos que nuestra vida sea como un jardín recién arreglado y limpiado. Esto significa arrancar de nuestra vida toda maleza del pecado que aparezca. Este es el campo fértil, preparado para que pueda crecer en nosotros el fruto del Espíritu Santo en todo su esplendor.
            Estos 9 componentes del fruto del Espíritu pueden ser agrupados en tres partes: los que tienen que ver con nuestra relación con Dios son el amor, la alegría (el gozo) y la paz. Los que tienen que ver con nuestra relación con el prójimo son la paciencia, la amabilidad y la bondad. Asimismo, la fidelidad, humildad y el dominio propio tienen que ver con mi relación conmigo mismo.
            El amor es el primer y quizás más importante elemento de esta lista. En el amor están incluidos prácticamente todos los demás. Si tienes verdadero amor, también serás una persona alegre y estarás en paz. Podrás tenerle paciencia a los demás, ser amable y bondadoso. Serás fiel, humilde y tendrás dominio propio. Es por esto que algunos consideran que el fruto que produce el Espíritu Santo es el amor, y que todos los demás 8 elementos mencionados aquí sean diferentes expresiones no más de este amor. Muy bien podría ser de esta manera.
            El amor se refiere a que Dios quiere reproducir su amor en nosotros. Es un amor que se entrega a los demás, sin importar si los demás responden a este amor o no. ¿Fácil? ¡De ninguna manera! Todo el mundo habla de amor. Quizás sea la palabra más utilizada en las canciones. Pero mayormente, los que la usan, no tienen la menor idea de qué están hablando.
            Tener este amor que se entrega por los demás es imposible sin tener el amor de Dios. Es su amor el que debemos irradiar hacia los demás. Él es la fuente de ese amor que produce el Espíritu Santo en nosotros. Cuanto más experimentamos el amor de Dios, más podremos amar a los demás. La manera cómo tratamos a los demás muestra cuánto hemos experimentado el amor de Dios.
            Muchas veces confundimos amor con sentimientos. Creemos que cuantas más mariposas revolotean en el estómago, más amor tenemos. ¡Nada más lejos de la verdad! El amor no tiene nada que ver con sentimientos, por lo menos no en primer lugar. Si decimos que no podemos amar a fulano o mengano, generalmente queremos indicar que no sentimos nada. Y aun si entendemos que es una decisión, igual puede costar mucho, especialmente cuando hay heridas o rencores de por medio. Con tu propio amor tampoco nunca vas a poder amar a nadie, peor a una persona que te ha hecho algún daño. Pero puedes pedirle a Cristo a que él la ame a través de ti: “Señor, no soporto a fulano o mengano. Si fuera por mí, le desearía cualquier cosa que ni quiero mencionar. Pero tú me ordenaste a amar a los demás como tú me has amado. Pero mi interior está demasiado atormentado por los recuerdos dolorosos que me unen a esa persona. ¿Podrías amarla tú en mí lugar? ¿Podrías amarla a través de mí? Y sana también mi interior y mis heridas con tu amor y tu perdón.” Si dices esto con sinceridad, cosas sorprendentes verás suceder.
            Quizás el texto más descriptivo de las expresiones del amor encontramos en 1 Corintios 13. El otro día, en la reunión de matrimonios, hicimos una dinámica muy interesante. Escribimos el texto en un papel, pero cada vez que aparecía la palabra “amor”, la reemplazamos por el nombre del cónyuge. Parecía a veces increíble y hasta casi una burla, escuchar estas expresiones con su propio nombre, sabiendo que uno tiene sus graves luchas con muchas de las declaraciones de este texto. Pero lo tomamos como una declaración de fe, de que algún día seríamos así. Para darles una idea, aquí los primeros versículos personalizados: “Eliane es paciente y bondadosa; no es envidiosa ni jactanciosa, no se envanece; Eliane no hace nada impropio; no es egoísta ni se irrita; no es rencorosa; Eliane no se alegra de la injusticia, sino que se une a la alegría de la verdad. Eliane todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (según 1 Co 13.4-7 – RVC). ¿Se parece esto a una descripción de tu persona? Este es el objetivo de Dios para contigo. Dale la oportunidad de hacer esto en tu vida. Dale el permiso de hacer en ti lo que tenga que hacer, con tal que se note con el tiempo el resultado de su presencia en ti. Abona tu tierra diariamente con la comunión con Dios a través de la oración y la Palabra de Dios, y combate las malezas mediante la confesión y el pedido de perdón. Así se optimizarán las condiciones para que el Espíritu Santo pueda hacer surgir su fruto en tu vida.
            En las elecciones de hoy, tenés que elegir quién gobernará tu vida, si tu carne egoísta y caída o el Espíritu Santo de Dios. ¿Quién te dictará las pautas según las cuales vas a vivir? Tú eliges. Y todo el país, todo el mundo tiene que elegir. El que no toma conscientemente la decisión de poner al Espíritu Santo como el gobernador de su vida, está automáticamente bajo el gobierno de su propia carne. Y ese gobernador es muy tirano. Más que gobernador es dictador inmisericorde. La decisión está en tus manos, pero yo te insto a que deposites hoy tu voto a favor del Espíritu Santo, para que sea la presencia de Dios misma la que gobierne tu vida. Podríamos tener hoy aquí dos urnas, una para la carne y otra para el Espíritu Santo, y hacerles pasar para depositar simbólicamente su voto a favor de uno u otro. Pero no traería mucho, porque probablemente nadie se animaría a depositar públicamente su voto a favor de la carne. Aparte, las elecciones son secretas. Pero al salir de este lugar se notará en ti quién te gobierna. Haz que se vea a Cristo en su vida diaria, en tu manera de relacionarte con tu familia, con tus compañeros de trabajo o de estudio, y en tu comportamiento en el tráfico. Deja que el carácter de Cristo se vea en ti. Elije al Espíritu Santo como tu gobernador. ¡Amén!


1 comentario:

  1. Excelente,mi voto siempre es para el Espíritu Santo en publico y en privado.

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