Creo que todo cristiano sincero suele
preguntarse qué es lo que Dios espera de él; cómo quiere Dios que él/ella sea. Que
él se lo diga en voz audible o que caiga una carta del cielo en que está
escrito: “Así quiero que seas.” ¿Sabes qué? ¡Hoy esto sucederá! Vas a escuchar
y leer cómo Dios quiere que seas, cuáles serán rasgos de un carácter que él
pueda felicitar en ti. Hoy queremos empezar a estudiar el Sermón del Monte. Son
tres capítulos en el evangelio de Mateo en los que Jesús presentó principios
universales para un discípulo de él. Son aspectos sumamente prácticos que describen
la vida como representantes del reino de Dios sobre esta tierra. En el primer
párrafo, Jesús presenta 8 cualidades de carácter por los cuales Dios te quiere
felicitar. Así quiere Dios que seas. Tradicionalmente se los conoce como las bienaventuranzas,
y vas a poder ver si Dios te felicita por cada una de ellas.
FMt 5.1-12
Mateo empieza por darnos el contexto
en que se desarrolló este sermón. Este empieza ya en los últimos versículos del
capítulo anterior: “Jesús recorría toda
Galilea, enseñando en la sinagoga de cada lugar. Anunciaba la buena noticia del
reino y curaba a la gente de todas sus enfermedades y dolencias. Se hablaba de
Jesús en toda la región de Siria, y le traían a cuantos sufrían de diferentes
males, enfermedades y dolores, y a los endemoniados, a los epilépticos y a los
paralíticos. Y Jesús los sanaba. Mucha gente de Galilea, de los pueblos de
Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la región al oriente del Jordán seguía a
Jesús. Al ver la multitud, Jesús subió al monte y se sentó. Sus discípulos se
le acercaron, y él tomó la palabra y comenzó a enseñarles” (Mt 4.23-5.2 –
DHH). La mención de la muchedumbre nos hace creer generalmente que Jesús haya
enseñado todo esto a la multitud. Pero si prestamos atención, encontramos que
fueron sus discípulos que se acercaron y a quienes Jesús enseñó. Ellos eran su
público objetivo más inmediato. Pero por lo visto, las demás personas también
estaban en un segundo círculo más atrás, porque cuando Jesús termina su sermón,
dice Mateo que “…toda la gente estaba
admirada de cómo les enseñaba, porque lo hacía con plena autoridad, y no como
sus maestros de la ley” (Mt 7.28-29 – DHH). Es decir, la multitud de
personas había escuchado todo el sermón también.
“La ubicación en lo alto de un monte
trae a la memoria la promulgación de la ley de Moisés en el monte Sinaí (Ex
19.10-20.20)” (DHH). Parece que Jesús, al ver toda la multitud de gente
consideró que había llegado el momento propicio para promulgar los principios
del Reino de Dios. Mateo menciona también que Jesús se sentó para enseñar. Esta
era la postura típica de un rabí o un maestro de la ley para dar sus
enseñanzas.
Jesús empieza su sermón con unas
cuantas felicitaciones a todos aquellos que manifiestan en su vida ciertas
cualidades de carácter. Todas estas declaraciones empiezan con la palabra
“bienaventurados”, “afortunados”, “bendecidos”, “felices”, “dichosos”, según
las diferentes traducciones y versiones de la Biblia, seguidos por alguna
promesa para quien muestra cada cualidad. Son
descripciones del carácter de los integrantes del reino en forma de
exclamaciones, declaraciones con un elemento de sorpresa. No son simples
observaciones. Revelan la voluntad de Dios para todos los súbditos del reino.
Las ocho cualidades de carácter que aparecen en las bienaventuranzas se
relacionan estrechamente entre sí, de modo que ninguna de ellas puede existir
separada de las demás. Lo que Jesús presenta aquí, choca frontalmente con la
mentalidad del mundo. Por eso, estas bienaventuranzas llaman tanto la atención,
y hasta podrían llegar a enojar a algunos.
Vemos entonces, que las
bienaventuranzas no son meros deseos piadosos o profecías borrosas de
felicidades futuras, sino que acá se felicita a personas por algo que ya son. ¿Y
qué es lo que son? Veámoslas una por una, a ver si las descubres en tu vida.
La primera cualidad de carácter es
la pobreza en espíritu: “Bienaventurados
los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (v. 3 –
RVC). ¿Qué quiere decir esto? Como ya lo expresa esta frase, no se refiere a la
pobreza material, aunque algunos quisieran interpretarlo de esta manera. Pero
no por no tener ni un peso en el bolsillo ya somos automáticamente objetos de
la gracia de Dios. Aquí nos da otra vez una idea comparar diferentes versiones
de la Biblia: “los que reconocen su
necesidad espiritual” (PDT), “los que
tienen el espíritu del pobre” (BLA), “los
de espíritu sencillo” (BLPH), “los
que tienen alma de pobres” (BPD). Jesús se refiere a los que ponen su
confianza no en los bienes materiales sino en Dios, los que reconocen que por
sí mismos no son ni remotamente capaces de agradar a Dios. El término griego que aquí se traduce con
“pobre”, describe la condición más desesperante. Se refiere al mendigo que
depende de la bondad de otros para su existencia, uno que no tiene recursos
propios. Jesús está describiendo al discípulo que reconoce en su corazón que no
tiene recursos espirituales o méritos propios y que depende única y
exclusivamente de la gracia de Dios.
A los que reconocen su necesidad
espiritual les pertenece el reino de los cielos, dice Jesús. Es que puedo
entrar al reino de Dios únicamente rindiéndome, admitiendo que no puedo por mí
cuenta contra el pecado, que necesito desesperadamente la ayuda, la gracia y el
perdón de Dios. El que se presenta con todo su currículum de buenas obras y de
esfuerzos por llevar una vida aceptable no podrá entrar. Sólo la sangre de
Jesús que nos limpia de todo pecado nos pone en condiciones de poder entrar al
cielo.
“¡Felicidades al que reconoce su
absoluta necesidad espiritual!” ¿Escuchas que Dios te lo dice a ti?
Veamos la segunda cualidad: “Bienaventurados los que lloran, porque
ellos recibirán consolación” (v. 4 – RVC). Esta bienaventuranza sí que va
totalmente contramano a lo que creemos. ¿Qué pensarían si les dijera: “¿Estás
triste? ¡Qué bueno! ¡Felicidades!”? Uno hace cualquier cosa con tal de distraer
la mente para que no piense en lo que le causa tristeza. Y ahora Jesús declara
bienaventurados a los que lloran. Como dijimos, todas las bienaventuranzas
están íntimamente ligadas unas con otras. Si nos damos cuenta de nuestra
tremenda insuficiencia espiritual, como lo expresa la primera bienaventuranza,
llegaremos a experimentar ese dolor y compungimiento por nuestro estado espiritual
que expresa esta bienaventuranza. Dios felicita a los que lloran amargamente al
reconocer su estado espiritual desastroso. Significa llorar como lo hizo Pedro después de haberle
negado tres veces al Señor (Lc 22.62).
Los que sufren esa clase de tristeza
reciben la promesa del Rey de ser consolados. Su pecado será quitado, su culpa
borrada, y podrán experimentar la paz y el gozo que no se puede entender ni
explicar, sino sólo disfrutar. Serán lavados por la sangre de Cristo, y su
vestido harapiento será cambiado por uno nuevo y reluciente. El verbo en tiempo futuro (“recibirán
consolación”) no indica que tendrán que esperar para recibir
la consolación, sino expresa más bien certeza de que efectivamente reciben
consuelo. No se menciona el agente que produce la consolación, pero es evidente
que es el Consolador prometido por Jesús, el Espíritu Santo (Jn 14 – 16).
Aunque aquí no se habla en primer
lugar de la tristeza experimentada a causa de los golpes de la vida, creo
firmemente también en el consuelo del Señor en estas situaciones. Ante la
pérdida de un ser querido, por ejemplo, podemos experimentar la presencia
sobrenatural del gran Consolador que llena nuestro corazón de paz y nos devuelve
la sonrisa después de sanar nuestra alma.
“¡Felicidades al que se duele
profundamente por su estado espiritual!” ¿Escuchas que Dios te lo dice a ti? Estas dos primeras felicitaciones quizás ya
quedan en el pasado para ti. Es decir, ya pasaste por eso alguna vez, y ahora
estás creciendo más y más. Estas dos primeras son la base a todas las demás
bienaventuranzas. Si estas no se han dado nunca en tu vida, difícilmente se
podrán dar las siguientes.
A este reconocimiento de su estado
espiritual y el consecuente consuelo recibido, le sigue la siguiente
característica: la humildad: “Dichosos
los humildes, porque recibirán la tierra como herencia” (v. 5 – NVI). ¿Qué
motivo de orgullo nos podría quedar después de vernos harapientos y sucios
delante de Dios? Reconocer nuestra verdadera situación, vernos con los ojos de
Dios, quita de nosotros todo orgullo y autosuficiencia. Otra forma de traducir
este término es “manso”. El término indica ausencia de pretensión, y disposición a sufrir ofensas sin
reaccionar. El discípulo manso es el que aprende de su Rey, se somete a él y le
obedece. Jesús es el ejemplo máximo de la mansedumbre, pues se sometió y
obedeció radicalmente al Padre y su voluntad.
Lo contradictorio está en la promesa
que le sigue a este rasgo de personalidad: “ellos
heredarán la tierra” (RVC). En este mundo parece que se puede conseguir
algo sólo con violencia, astucia y engaño, pero jamás con humildad y
mansedumbre. Más bien los humildes y mansos son arrollados en un abrir y cerrar
de ojos por los demás. Manso pareciera ser sinónimo de menso. Pero más bien
significa fuerza bajo control. La persona mansa no reacciona ante
provocaciones, no porque sea debilucha o incluso cobarde, sino porque se
controla y decide no hacerlo. Jesús podría haber fulminado a todos sus enemigos
de un saque, como sus discípulos en varias oportunidades pretendieron hacerlo
en su lugar. Pero él decidió no hacerlo por un propósito mucho más allá de la
ofensa momentánea. El que es capaz de dominarse a sí mismo, puede dominar
también a toda la tierra. Por eso, Dios se la dará (la tierra) en herencia a
personas con esta característica. No se refiere tanto a tener el título de
propiedad de grandes extensiones de tierra, sino más bien de tener influencia y
dominio espiritual sobre zonas que Dios abrirá ante ellos.
“¡Felicidades al que es humilde y se
tiene bajo control!” ¿Escuchas que Dios te lo dice a ti?
Una vez en posesión de la tierra,
discípulos con las características mencionadas tendrán un deseo ardiente de que
toda la gente en su área de influencia pueda experimentar la justicia de Dios y
la justificación espiritual por parte de Dios: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos
serán saciados” (v. 6 – RVC). Cuando Jesús pronunció esta bienaventuranza,
sus oyentes pensaron en un hambre y una sed que desespera, llevándolos a hacer
cualquier cosa para saciarla. Por eso, una versión traduce este versículo de la
siguiente manera: “Afortunados los que
desean hacer la voluntad de Dios aun más que comer y beber…” (PDT).
El término “justicia” se refiere, por un lado, a la
justicia personal, hacer lo que es recto según las normas de Dios. Por otro
lado, incluye la pasión por establecer y extender el reino de Dios entre los
hombres. El que desea esto ardientemente, será saciado, dice Jesús. Feliz no es
necesariamente sólo aquel que ha alcanzado ya la meta, sino también el que
anhela de todo corazón llegar a ser una persona buena y recta. La buena
intensión sí vale, aunque no lo es todo.
“¡Felicidades al que desea
ardientemente que mi reino se extienda en su zona de influencia!” ¿Escuchas que
Dios te lo dice a ti?
Una persona que experimentó su total
dependencia de la gracia y misericordia de Dios, también manifestará no
solamente humildad, sino también la siguiente característica: “Bienaventurados los misericordiosos, porque
ellos serán tratados con misericordia” (v. 7 – RVC). Esta bienaventuranza expresa uno de los
atributos de Dios que se menciona con mayor frecuencia en la Biblia. Jesús
revela la misericordia del Padre, que se dirige hacia los pobres, pecadores y
gente menospreciada. Como ese
discípulo experimentó que no podía aportar nada para su propia salvación,
también sentirá lástima por otros que están en esta situación de miseria
espiritual y quizás ni se den cuenta todavía. La palabra “misericordia”
significa tener un corazón para los que están en la miseria; sentir compasión
por ellos. Pero no es sólo decir: “¡Pobrecitos!”, y seguir de largo, sino la
misericordia es algo activo: sentir pena y mover todo lo posible para subsanar
esta miseria de los demás. Tener misericordia significa poder ponerse en
el lugar del otro, meterse en sus zapatos.
Los que manifiestan esta actitud
para con los demás, también recibirán igual trato, quizás no siempre de otras
personas, pero sí de parte de Dios. Esta promesa me indica que en algún momento
yo también necesitaré de la misericordia de otros; en algún momento yo también
estaré en la miseria. Así que, otro motivo más para seguir siendo humildes,
como lo expresó la bienaventuranza anterior.
“¡Felicidades al que tiene compasión
de la miseria espiritual de los demás!” ¿Escuchas que Dios te lo dice a ti?
El siguiente versículo revela otra
característica de un verdadero discípulo: “Bienaventurados
los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (v. 8 – RVC). Este
versículo siempre me hace acuerdo del evangelista Luis Palau, porque desde hace
décadas, su programa radial “Cruzada con Luis Palau” termina con este
versículo.
Un verdadero discípulo que ha sido
rescatado por la misericordia de Dios de su estado espiritual caótico, se va a
esforzar por mantener su corazón y vida limpios de contaminación y pecado. El corazón es el asiento de pensamientos y
motivos, mente y emociones. La pureza, aquí, no es meramente limpieza del
corazón, sino más bien integridad del corazón.
Una persona con esta característica
recibe la promesa de parte de Jesús de poder ver a Dios. Dios es absolutamente
santo, y nada pecaminoso puede estar en su presencia. Por eso pregunta el
salmista: “¿Quién puede subir al monte
del Señor? ¿Quién puede estar en su lugar santo? Sólo el de manos limpias y
corazón puro, el que no adora ídolos vanos ni jura por dioses falsos” (Sal
24.3-4 – NVI). La pureza de corazón nos posibilita tener mayor intimidad con
Dios.
“¡Felicidades al íntegro!” ¿Escuchas
que Dios te lo dice a ti?
Ya habíamos visto que los que
dominan moral y espiritualmente su entorno, luchan por el bienestar y la
justicia de todas las personas a su alrededor. Buscan la paz integral para
todos, según expresa la siguiente bienaventuranza: “Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos
suyos” (v. 9 – DHH). Buscar la paz no es tapar superficialmente todo roce y
hacer como si nada hubiera pasado. Tarde o temprano reventará y el daño será
mucho peor. Es procurar una paz integral, desde adentro, desde el corazón, en
las personas que nos rodean. ¡Pero cuánto cuesta buscar una solución y
reconciliación verdadera, especialmente cuando uno mismo está involucrado! Por
eso, muchas versiones de la Biblia hablan de “trabajar” por la paz. No es algo
que se da fácilmente ni es dar un paseo. A veces es trabajo duro lograr
restablecer la paz.
Pero si lo logramos, seremos
llamados “hijos de Dios”. Dios es
conocido como el Dios de paz (Ro 15.33; 1 Co 14.33); Jesús es el Príncipe
de Paz (Is 9.6) y su venida a esta tierra significaba paz para los hombres
de buena voluntad (Lc 2.14). Por lo tanto, hacer algo que proviene de Dios y
que refleja su carácter, nos convierte en imitadores o hijos de él, ya que el
hijo hereda y reproduce las mismas características de su padre.
“¡Felicidades al que busca el
bienestar integral para los demás!” ¿Escuchas que Dios te lo dice a ti?
La siguiente bienaventuranza no nos
gustará tanto, e inclusive la consideramos todo lo contrario a “dichoso” al pasar
por esto: “Dichosos los perseguidos por
hacer lo que es justo, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos
ustedes, cuando la gente los insulte y los maltrate, y cuando por causa mía los
ataquen con toda clase de mentiras. Alégrense, estén contentos, porque van a
recibir un gran premio en el cielo; pues así también persiguieron a los
profetas que vivieron antes que ustedes” (vv. 10-12 – DHH). ¿A quién le
parece deseable recibir felicitaciones de Dios siendo perseguido? Más fácil nos
sería verlo como una maldición. Por eso justamente las bienaventuranzas son tan
revolucionarias y anti sistema del mundo. Muchas personas, incluso cristianos,
dirían: “¿Qué tipo de Dios será este que mira cómo sus hijos más fieles sean
perseguidos por hacer lo que él les pide? Es sádico. No gracias, prefiero no
tener nada que ver con él.” Pero si Dios lo considera algo positivo, por algo
debe ser.
Mirémoslo de esta perspectiva: ¿Qué
es lo que hicieron con Jesús? Todo esto y mucho más. No pararon hasta haberlo
borrado del mapa – según ellos. ¿Y qué habíamos dicho en la bienaventuranza
anterior? ¿Cómo seríamos llamados? Hijos de Dios. Si nuestro modelo supremo
sufrió esto, y nosotros somos iguales a él, ¿podemos esperar entonces otro
trato? Jesús mismo se lo dijo a sus discípulos: “Si el mundo los odia a ustedes, sepan que a mí me odió primero. Si
ustedes fueran del mundo, la gente del mundo los amaría, como ama a los suyos.
Pero yo los escogí a ustedes entre los que son del mundo, y por eso el mundo
los odia, porque ya no son del mundo. Acuérdense de esto que les dije: ‘Ningún
servidor es más que su señor.’ Si a mí me han perseguido, también a ustedes los
perseguirán; y si han hecho caso de mi palabra, también harán caso de la de
ustedes” (Lc 15.18-20 – DHH).
Pero hay una condición para que
nuestro sufrimiento sea algo que Dios pueda felicitar: lo que provoca la
persecución debe ser porque hacemos lo que es justo (v. 10), y lo que dicen de
nosotros deben ser mentiras (v. 11). Si tienen razón con lo que nos acusan,
entonces no podemos decir que sufrimos por el Señor. ¡Sufrimos por nuestras
metidas de pata!
El que sufre por ser hijo de Dios,
tiene también una gran promesa de parte de Jesús. Por un lado, Jesús les dice
que serán parte del reino de los cielos. O, mejor dicho, el hecho de que sufren
a causa del Evangelio muestra que ya son del reino de los cielos.
Pero también les dice Jesús que “…será grande la recompensa que recibirán en
el cielo” (v. 12 – BLA), “el premio
que les espera en el cielo es abundante” (BNP).
“¡Felicidades al que sufre ataques
por ser fiel a mí!” ¿Escuchas que Dios te lo dice a ti?
Hasta aquí llega esta descripción de
Jesús del carácter de un bueno discípulo del Señor: reconoce su insuficiencia
espiritual delante de Dios; llora y sufre por su pobre estado espiritual; es
humilde; desea con toda el alma que se muestre la justicia de Dios; es
compasivo; es íntegro; trabaja por la paz y sufre persecución por causa del
Evangelio. ¿Eres una persona que puede recibir las felicitaciones de Dios? ¿O
en qué parte del proceso te has quedado? ¿O tienes que volver otra vez a la
base a sentirte dolorido y afligido por tu estado espiritual? Si descubres
algún rasgo de carácter que hemos visto hoy que no está tan desarrollado en ti,
ya sabes dónde empezar. Comprométete entonces con el Señor a trabajar por esa
área, para que él te pueda felicitar por todas las 8 áreas de tu carácter de
discípulo.
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