miércoles, 27 de septiembre de 2017

Nínive






            “Cuando un hombre (o una mujer) se atreven a obedecer a Dios, hasta los animales ayunan.” ¿Tú crees que esto es posible? La historia de hoy te mostrará que sí. Ya los jóvenes nos la han contextualizado de manera tan brillante. No la volveremos a leer otra vez, pero sí entresacar algunos versículos claves. Pueden abrir sus Biblias en el libro de Jonás, y estaremos considerando los 4 capítulos cortitos de este libro.
            El protagonista de nuestra historia de hoy es un hueso un poco duro de roer para Dios – ¡igualito que nosotros! La Biblia lo llama “Jonás hijo de Amitai, profeta de Dios” (2 Reyes 14.25 – TLA). Este personaje recibió el encargo de Dios de anunciar su juicio sobre Nínive, capital de Asiria, el país que conquistó Israel y se llevó cautiva la mayoría de la gente. En tiempos de Jonás, “esa ciudad era símbolo de crueldad, de violencia y de hostilidad hacia el pueblo de Dios” (DHH). Y dice el versículo 3 de Jonás 1, que después de recibir esa orden de parte de Dios, “Jonás se levantó [‘¡Bieeeennn, aplausos!!!’], pero para huir a Tarsis, lejos de la presencia del SEÑOR. Y descendiendo a Jope, encontró un barco que iba a Tarsis, pagó el pasaje y entró en él para ir con ellos a Tarsis, lejos de la presencia del SEÑOR” (NBLH). Se presume que Tarsis haya quedado en la actual España, pero existen también otras interpretaciones. De todos modos, era un lugar muy lejano, y en dirección opuesta a Nínive. Nínive quedaba al noreste de Jerusalén, pero Jonás se fue al oeste. ¡Qué bonito ese “profeta de Dios”! Su jefe le da una orden, y él se hace el sordo, mira a otro lado, y se va en la dirección opuesta. ¿Y saben qué es lo trágico en todo esto? Que Dios lo deja ir. Muchos sufrimientos él y nosotros nos hubiéramos ahorrado si Dios siempre pusiera su mano ante cualquier mal comportamiento nuestro para impedir que continuemos. Pero él no lo hace, porque así lastimosamente no aprenderíamos. Más bien, él nos hace probar nuestro propio caldo que en nuestra terquedad nos hemos preparado. Y ese caldo puede ser muy amargo en ocasiones. Somos muchas veces como esa criatura a la que puedes decirle hasta el cansancio que no toque el horno caliente. Pero basta que lo toque una sola vez para que nunca más lo haga.
            Cuando sufrimos las consecuencias de nuestra desobediencia, cuando nuestro pecado nos alcanza, son precisamente esas tormentas las que Dios quiere usar para hacernos volver a nuestra misión original. Es que las instrucciones de Dios no son sugerencias o invitaciones: “Jonás, si no tenés nada que hacer, ¿podrías considerar la posibilidad de irte a Nínive, si no es mucha molestia…?”). Las instrucciones de Dios son órdenes, mandatos, que debo cumplir. ¿Cómo? ¿Acaso Dios nos trata como esclavos? No, él nunca esclaviza a nadie. Más bien nosotros nos hemos hecho esclavos de Dios. Claro, al rendir nuestras vidas ante Cristo, ¿acaso no hicimos justamente eso? Si yo he aceptado a Cristo como mi Señor y Salvador, yo me he hecho esclavo de él. He cedido mis derechos a él. Ya no tengo ninguna potestad sobre mi vida, porque he hecho un pacto con Dios, entregándole toda autoridad y derecho sobre mi vida a él. Si te llamas “hijo(a) de Dios”, pero no le preguntas a diario: “¿Qué quieres que yo haga, mi Señor?”, estás haciendo exactamente lo mismo que Jonás: yendo por tu propio camino, en dirección opuesta a Nínive.
            Sigue diciendo la Biblia: “Los marineros, aterrados, invocaron cada uno a su dios, y arrojaron el cargamento al mar para aligerar la nave. Mientras tanto, Jonás había descendido al fondo del barco, se había acostado y dormía profundamente” (Jon 1.5 – BPD). Es una escena tan contradictoria: el que era el verdadero problema, la causa de toda la desgracia, está roncando que casi se parte el barco. Mientras tanto, los demás que nada que ver, sufren por culpa de este desubicado. Y no suficiente con el terror que sintieron por la tormenta inusualmente fuerte, sino que tuvieron que tirar al mar la mercadería que transportaban – una pérdida terrible para ellos. Es que nuestra desobediencia siempre trae perjuicio y daño para otros, sin mencionar lo que tú mismo sufres y pierdes. Y no estoy hablando necesariamente de una desobediencia a una orden específica que hayamos recibido de parte de Dios, sino en general, la violación de cualquier principio que Dios nos ha dejado en su Palabra. Cualquier pensamiento, cualquier acción, cualquier actitud, cualquier palabra que va en contra de la Palabra de Dios es una desobediencia. Pero así también, tu obediencia siempre trae bendición y vida plena a los demás, y ni qué decir a ti mismo. Lo veremos en seguida también en el ejemplo de Jonás lo que sucedió cuando él sí obedeció. Así que, ¿cuál de las dos cosas prefieres? No depende de nada ni nadie más que de ti y de tu decisión.
            Ante la bravura inusual del mar, los marineros llegaron a sospechar que sería la reacción de la naturaleza contra alguien que había cometido algún delito. Y la manera corriente de averiguarlo era echando suertes, a ver quién sería la causa. Y la suerte recayó en Jonás. Por supuesto que todos querían saber qué crimen él había cometido. Jonás contestó: “Soy hebreo, y temo al Señor, Dios de los cielos, que hizo el mar y la tierra” (Jon 1.9 – RVC). Su declaración muestra qué tan incoherente era la conducta de Jonás. Con la boca decía temer u honrar al Señor, Dios soberano, pero con sus actos lo deshonraba totalmente. También en esto nos parecemos demasiado a Jonás. A juzgar según nuestras palabras, seríamos las personas más espirituales del barrio. ¿Pero cómo es nuestra actitud en casa, detrás de puertas cerradas? ¿Son nuestros pensamientos, nuestros actos y nuestras actitudes también tan espirituales como nuestras palabras?
            Los marineros hubieran tenido toda la razón y motivos más que suficientes de enojarse demasiado con Jonás y lincharlo ahí mismo por todo lo que él les hacía pasar. Pero se mostraron muy respetuosos hacia el profeta y hacia su Dios. Aunque Jonás ya les había dicho que lo tiren al mar y que así el huracán Irma iba a cambiar de rumbo, ellos se negaron a hacerlo. Procuraron salvar la situación de otra manera que con esa medida tan drástica. Pero todo iba de mal en peor. Ahí clamaron a Dios por su misericordia al tirarle al agua a su profeta desobediente, que él no se enoje con ellos. Parece que los marineros tenían mucho más temor de Dios de lo que Jonás lo tenía. No sé si te ha pasado también ya alguna vez. La cosa es que no basta con tener el “título” de cristiano. Esa persona que vos consideras un incrédulo empedernido puede ser mucho más devoto y obediente que tú. La salvación, la vida cristiana, y por ende Dios mismo, no es algo que puedo “obtener” de alguna manera y de ahí en adelante exhibirlo como un trofeo al que los demás admiran. Es más bien un proceso de continua sujeción nuestra a la autoridad de Dios para mostrarlo a él a través de nuestra obediencia incondicional.
            No sé qué se imaginó Jonás al decirles que lo tiren al mar. Casi me parece que él haya esperado que con eso todo se acabaría. Pero para Dios era más bien su estrategia o su oportunidad para hacerlo volver a su misión original. Si deliberada y obstinadamente te empeñas en desobedecer, Dios tiene medios para hacerte volver a su camino. Pero creeme, no será lo más agradable que digamos para ti. Ese desvío que hiciste al violar sus mandatos está lleno de piedras contra las que te golpeas muy fuerte, hasta que finalmente vuelves a los principios de Dios. En el caso de Jonás era el interior oscuro, mucoso y maloliente del estómago de un gran pez. Pero a juzgar según la oración de Jonás que encontramos en el capítulo 2, eso era para él el lugar más seguro del mundo, porque hundirse en lo profundo del mar parece que fue más aterrador para él que la tormenta en el barco: “Las aguas me rodeaban por completo; me cubría el mar profundo; las algas se enredaban en mi cabeza. Me hundí hasta el fondo de la tierra; ¡ya me sentía su eterno prisionero! Pero tú, Señor, mi Dios, me salvaste de la muerte. Al sentir que la vida se me iba, me acordé de ti, Señor; mi oración llegó a ti en tu santo templo” (Jon 2.5-7 – DHH). Este fue el punto de la conversión de Jonás. Tuvo que romperse primero la cabeza por querer atravesar la pared de la voluntad de Dios, pero los dolores que sufrió con eso lo hicieron recapacitar. Por eso, cuando él le causó una grave indigestión al pez, que la Biblia no especifica de qué especie era, éste lo vomitó de vuelta a tierra firme.
            A estas alturas no es que Dios le dice: “Pobrecito, tanto has tenido que sufrir, andate a tu casa a descansar.” ¡En absoluto! El desvío de Jonás hacia la desobediencia no anuló la orden inicial de Dios. Más bien, la Biblia dice: “La palabra del Señor vino por segunda vez a Jonás: ‘Anda, ve a la gran ciudad de Nínive y proclámale el mensaje que te voy a dar’” (Jon 3.1-2 – NVI). Con Dios no se puede transar. Lo que él dijo, sigue vigente, opóngase quien quiera. Ahora Jonás sí que estaba muy dispuesto a cumplir el encargo del Señor. Él entró a Nínive, una ciudad bastante grande para aquellos tiempos. Dice la Biblia que se necesitaban 3 días para recorrerla (Jon 3.3). Pero ya en el primer día, su mensaje causó un impacto tremendo en esa ciudad: “Dentro de cuarenta días Nínive será destruida” (Jon 3.4 – BLA). Este es el único mensaje que contiene el libro de Jonás. ¡Pero qué efecto que tuvo! “…los ninivitas le creyeron a Dios, proclamaron ayuno y, desde el mayor hasta el menor, se vistieron de luto en señal de arrepentimiento” (Jon 3.5 – NVI). Y por si no fuera suficiente, “el rey y sus ministros dieron a conocer por toda la ciudad el siguiente decreto: nadie tome ningún alimento. Que tampoco se dé de comer ni de beber al ganado y a los rebaños. Al contrario, vístanse todos con ropas ásperas en señal de dolor, y clamen a Dios con todas sus fuerzas. Deje cada uno su mala conducta y la violencia que ha estado cometiendo hasta ahora; tal vez Dios cambie de parecer y se calme su ira, y así no moriremos” (Jon 3.7-9 – DHH). Este es el ayuno más radical que he conocido jamás: nada de alimentos, nada de líquidos, desde anciano hasta bebé, tanto hombres como animales. Es que cuando un hombre (o una mujer) se atreven a obedecer a Dios, hasta los animales ayunan. Y ahí nadie pregunta si el ayuno fue “impuesto” o si se le ocurrió a cada uno. La importancia del ayuno no radica en las acciones externas (no comer por un tiempo), sino debe ser expresión de un corazón contrito que busca desesperadamente a Dios. Yo ayuno, porque mi corazón necesita desesperadamente de Dios. El no querer ayunar porque no, indica que la persona no tiene ese corazón contrito, que no quiere someterse a Dios ni buscar su presencia. Por otro lado, el ayuno por ayunar no más tampoco no tiene sentido sin la actitud correspondiente del corazón. Pero si ambas cosas se encuentran: la actitud correcta del corazón y su correspondiente manifestación externa, la bendición de Dios fluye de manera tan abundante que el que una vez ayunó de esta manera, no quiere quedarse fuera de la lista nunca más.
            En el caso de Nínive, esta actitud de arrepentimiento produjo un avivamiento de tal magnitud que quedó registrado incluso en documentos extrabíblicos. Pero lastimosamente, a nuestro profeta le alcanzó nuevamente su viejo Adán. En realidad, no hacía su trabajo tanto por amor hacia los ninivitas, sino por miedo al castigo de Dios. De todos modos, Dios lo utilizó poderosamente. Pero en el fondo, Jonás hubiera preferido ver a los ninivitas, que causaron tantos destrozos en su país, freírse en el infierno. Cuando esto no ocurrió, Jonás se pichó grave y andaba renegando todo el tiempo: “¡Sabía luego! ¿Para qué me vine? Ahora, Señor, quítame la vida, porque prefiero morir antes que seguir viviendo” (Jon 4.3 – BPD). Y acto seguido, Jonás se salió del grupo de WhatsApp de Dios, como si le pudiera castigar a Dios con eso. ¡Qué infantil esa actitud de Jonás! Parece un niño pichado que se enoja sólo porque sus caprichos no son atendidos, agarra sus juguetes y se va a su casa: “¡No voy a jugar más contigo!” Para niños es normal ese comportamiento, pero qué feo queda cuando adultos reaccionan igualito a eso y se pichan por nada y por todo. Jonás es el ejemplo de eso. Él era profeta de Dios, proclamaba un mensaje en nombre de Dios, pero no le causaba ninguna gracia que la gente se volvía masivamente a ese Dios al que él servía. Más bien se pichaba grave por eso. ¿Y Dios? Dios no le reprendió o le castigó por su actitud, sino lo mimó con una linda sombra, una hamaca, abundante tereré bien helado y con yuyito, y un ventilador que lo sople. Mientras que Jonás tenía todo servido según sus caprichos egoístas, él estaba del mejor humor. Pero ¡ay cuando todo eso desapareció tan de golpe como había llegado! Empezó a despotricar otra vez contra todos, empezando por Dios. Claro, como jefe máximo, él también tenía la culpa máxima… Ahí Dios le hizo reflexionar: ¿Él se enojaría por cosas que vienen y se van, y Dios no podría tener misericordia de personas, que tienen alma eterna? “Tú te conmueves por ese ricino que no te ha costado ningún trabajo y que tú no has hecho crecer, que ha brotado en una noche y en una noche se secó, y yo, ¿no me voy a conmover por Nínive, la gran ciudad, donde habitan más de ciento veinte mil seres humanos que no saben distinguir el bien del mal, y donde hay además una gran cantidad de animales” (Jon 4.10-11 – BPD)? El libro de Jonás ya no registra cuál fue la reacción del profeta a esta reprensión. Pero eso tampoco es lo esencial. “El relato concluye afirmando una vez más la misericordia de Dios, que es el tema presente en todo el libro. Dios tiene misericordia del profeta rebelde, de los marineros, de los ninivitas y aun de los animales; o sea, que su misericordia alcanza no solo a Israel, sino también a las naciones paganas, e incluso a una ciudad como Nínive, símbolo de violencia y crueldad” (DHH).

            ¡Cuánto nos parecemos a Jonás! Somos hijos de Dios, le servimos a él, pero también luchamos con esas características de un ser humano débil, caracterizado por el pecado. Tenemos nuestro Nínive, que para cada uno se ve diferente, pero nos vamos a Tarsis. No queremos sujetarnos a lo que Dios nos ha marcado como pautas para nuestra vida. Hemos visto hoy varios aspectos de la vida de Jonás. No sé cuál de ellos Dios habrá usado esta mañana para tocar tu conciencia y decir: “Ese es tú problema.” Pero conversa ahora con el Señor sobre este punto. ¿Qué es lo que él te está mostrando acerca de esto? ¿Qué es lo que él quiere que hagas? ¿Cuál es tu Nínive? Si te descubres estar en alta mar rumbo a Tarsis, en medio de una tormenta de aquellos, echa mano de la misericordia de Dios, pídele perdón, y que te lleve de vuelta al camino a Nínive, hacia aquello, que él quiere que hagas, pienses o digas.

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