miércoles, 20 de septiembre de 2017

El dictador





            En papeles, la dictadura ha sido superada en nuestros países. Pero la verdad es que la mayoría de nosotros tenemos un dictador en nuestras vidas que controla y determina casi todo lo que pensamos, sentimos y hacemos. Puede ser un dictador muy cruel que nos tiene preso de sus caprichos. Hasta que no nos demos cuenta de sus maquinaciones, seguiremos siendo un títere, cuyos hilos él tiene en su mano y nos hace bailar según sus antojos. Este dictador se llama “Presente”. El presente determina cómo me siento, qué pienso, cómo actúo. Si en el presente me va bien, estoy feliz y siento que la vida me sonríe. Si en el presente me sale algo mal, estoy desganado, pichado, y siento que todo en mi vida va de mal en peor. Si en el presente tengo una billetera llena, me siento y actúo como si fuera Bill Gates, gastando mi plata alegremente en cositas innecesarias. Si en el presente no tengo plata, lleno los oídos de otros con mis lamentos. Y así vamos, viviendo el presente como si fuera lo único que hay en la vida. Y díganme si no les ha pasado alguna vez que recordando alguna vivencia del pasado lleguen a pensar: ‘¿Y por eso hice tanto escándalo? Si fue una pavada que no mereció mayor atención. ¿Cómo pude ahogarme en semejante vasito de agua?’ Pero si nos damos cuenta que el presente es una ventanita no más en medio de una historia mucho más grande, que el presente tiene verdadero valor solamente viéndolo en el contexto de toda la historia, entonces empezamos a restarle poder al presente.
            El episodio que estudiaremos hoy, también era fruto de una larga historia. Parecía marcar el final de esa historia, pero en realidad era simplemente el paso a una nueva etapa de la historia, la historia de Dios.

            F2 R 25.1-16

            Como ya dije, este pasaje es un extracto de una historia que abarca en realidad varios siglos. Saúl era el primer rey de Israel, por insistencia del pueblo y en contra de la voluntad de Dios. Ese primer rey empezó bien, pero terminó espiritualmente de la peor manera posible: abandonado por el Espíritu de Dios, en la más absoluta oscuridad y perdición espiritual. Su sucesor, en cambio, era un hombre según el corazón de Dios. A pesar de las metidas de pata de David, él tenía un corazón tierno que amaba a Dios por sobre todas las cosas. Él ha sido el ejemplo más sobresaliente de todos los reyes que ha tenido Israel. El tiempo de los reyes abarcó un período de aproximadamente 470 años entre Saúl y Sedequías de nuestro texto, más del doble de la edad que tiene actualmente Paraguay como nación. Después de Salomón, el hijo y sucesor de David, el reino se dividió en dos: el reino del norte o Israel, y el reino del sur o Judá. De los 20 reyes que hubo en Judá después de Salomón, sólo 8 hacían lo que agradaba a Dios. De los restantes (el 60%), el texto bíblico da la triste descripción: “…sus hechos fueron malos a los ojos de su Dios” (2 Crónicas 36.12 – DHH), como es el caso precisamente de Sedequías. Hubo una constante y progresiva degradación de la espiritualidad de Israel. Hubo algunos avivamientos entre medio como en tiempos de los reyes Josafat, Ezequías, Josías y otros, pero generalmente los reyes después de ellos se fueron otra vez al otro extremo y tiraron por la borda todo lo bueno logrado por sus antecesores. Josías fue el último rey que provocó un profundo avivamiento, pero que lastimosamente no perduró más allá de su muerte. Varios profetas, como Joel, Isaías, Sofonías, Jeremías y otros llamaron constantemente al pueblo al arrepentimiento, pero generalmente sin resultado. Advertían de las consecuencias que la rebelión contra Dios podría tener para ellos. Pero Sedequías, el último rey de Judá, “…no se humilló ante el profeta Jeremías, que le hablaba de parte del Señor … y se empeñó tercamente en no volverse al Señor, Dios de Israel. También todos los jefes de Judá, los sacerdotes y el pueblo extremaron su infidelidad, siguiendo las prácticas infames de las naciones paganas y profanando el templo del Señor que él había escogido como su santuario en Jerusalén” (2 Cr 36.12-14 – DHH). ¿Podemos decir que esta deportación a Babilonia fue el castigo de Dios a la terquedad de Sedequías? ¿Que a Dios le complace castigarnos duramente si una vez le fallamos, tipo la canción infantil que me habrán escuchado criticar ya muchas veces: “Cuida tus ojos, cuida tus ojos lo que ven, porque el Padre celestial te vigila con afán.”? El texto paralelo de 2 Crónicas nos muestra claramente que no es así. A pesar de tanta rebeldía de Israel contra Dios y esa actitud tan abiertamente terca y obstinada de Sedequías, dice la Biblia que “el Señor, Dios de sus antepasados, les envió constantes advertencias por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo” (2 Cr 36.15 – DHH). ¡Qué grande es la misericordia de Dios!
            ¿Pero cuál fue la respuesta de la gente a tanto amor de su Dios? Dice la Biblia que “…ellos se burlaban de los mensajeros de Dios, despreciaron sus mensajes y se burlaron de sus profetas, hasta que finalmente el Señor descargó su ira contra su pueblo y ya no hubo remedio” (2 Cr 36.16 – PDT). ¡Qué terrible sentencia! ¿Se pueden imaginar? De Dios dice la Biblia una y otra vez: “El Señor es compasivo y lleno de ternura; lento para la ira y grande en misericordia” (Sal 145.8 – RVC). Pero ellos lo provocaron tanto tiempo, hasta que su paciencia se haya agotado y él declare que ya no hay remedio. ¡Una tragedia en su máxima expresión! Es grande la paciencia de Dios, pero en algún momento él actúa. Esto fue lo que le ocurrió al pueblo de Dios y que llevó a los acontecimientos que hemos leído recién.
            Ya en los años previos a estos hechos descritos en este capítulo, el poder de los reyes de Judá se había venido a pique. Otras naciones determinaban quién sería rey en Judá. Venía el faraón egipcio Necao, dominó a Jerusalén, sacó de su trono al rey Joacaz, puso en su lugar al hijo de él, cambiándole su nombre en Joaquim (2 R 23.33-34). Luego Judá sufrió la primera invasión de Nabucodonosor, el rey tan poderoso de Babilonia, que se llevó preso a Joaquim, dejó como rey a Sedequías, y se llevó también “…una parte de los utensilios del templo del Señor, y los puso en su templo de Babilonia” (2 Cr 36.7 – DHH). Es decir, los hebreos ya eran pelota de ping pong en manos de los reinos de la región que hacían y deshacían lo que querían.
            Y así, Sedequías era supuestamente rey en Jerusalén, pero por supuesto que tenía que hacer lo que le dictaba su papá grande, Nabucodonosor, pagando los tributos que él imponía. Pero después de varios años, Sedequías se rebeló contra Nabucodonosor, al igual que lo había hecho contra Dios. Y esto provocó los hechos decisivos que acabamos de leer. Nabucodonosor invadió por segunda vez a Judá, sitió a Jerusalén y construyó rampas o torres de asalto alrededor de la ciudad para poder pasar por encima de su muralla. Luego se sentaron a esperar que la gente de Jerusalén se muriera de hambre o se rindiera, porque nadie podía entrar o salir de Jerusalén, y tarde o temprano se agotarían las reservas de comida. A pesar de todo, la gente de Jerusalén aguantó esto por cerca de un año y medio. Pero ahí la situación ya se volvió insostenible. Todo el alimento se acabó, y el hambre los impulsó a cualquier reacción desesperada. Intentaron huir a pesar de que la ciudad estaba rodeada de los babilonios. El versículo 4 habla de que se abrió un boquete en la muralla de Jerusalén, por el cual el rey y su ejército huían de noche. No hay unanimidad acerca de quién abrió la brecha, si las tropas de Nabucodonosor que estarían empezando ya la invasión a la ciudad, o si fueron los judíos que abrieron un hoyo para poder escapar. De todos modos, hubo una abertura, aparentemente una salida secreta “entre las dos murallas” (v. 4 – DHH). El pueblo ya no tenía nada que perder. Si se quedaban dentro de la ciudad, morirían con toda seguridad. Si escapaban, quizás morirían a manos del ejército enemigo. Pero existía una pequeña posibilidad de poder escapar. Así que, huyendo quizás sobrevivirían, o se morirían de todos modos. Y aparentemente lograron llegar bastante lejos hasta que los babilonios se dieran cuenta de la fuga. Dice la Biblia que los alcanzaron ya cerca de Jericó, a unos 34 kilómetros de Jerusalén. Seguramente la mala alimentación de los últimos meses haya hecho que los judíos estén sin fuerzas como para liberarse de la persecución, de modo que los babilonios los atrapaban. Cada uno de los soldados de Sedequías empezó a disparar a cualquier lado para ponerse a salvo, dejando a su rey totalmente desprotegido, presa fácil de los babilonios. Quizás a Sedequías le hubiera sido más tolerable que lo maten de una vez, que tener que ser testigo de cómo degollaban a sus hijos delante de él y que luego le saquen los ojos, le pongan cadenas pesadísimas para llevarlo prisionero a Babilonia (v. 7). Pero eso era la consecuencia de su rebelión contra Dios.
            Luego, “Nebuzaradán, oficial del rey y comandante de la guardia real” (v. 8 – DHH), llegó a Jerusalén y terminó la obra de destrucción que Nabucodonosor había empezado. La imagen que nos crea el texto es la de total destrucción y saqueo de Jerusalén. Lo que alguna vez fue una ciudad floreciente, había sido convertido en una ciudad apropiada para una película de terror. Ahora entendemos el dolor de Nehemías que escuchó 70 años más tarde el reporte del estado de Jerusalén, y también lo gigantesco que ha sido su obra de reconstrucción de la muralla de la ciudad en tiempo récord. Esto será tema de análisis en las predicaciones de las próximas semanas. Pero por ahora, Jerusalén quedó convertida en ruinas, guarida de chacales, con unas pocas personas pobres que dejó Nebuzaradán “para que cultivaran los campos y las viñas” (v. 12 – BNP). Además, él se llevó lo que podía de los tesoros del templo de Dios que Salomón había construido con tanta dedicación y hermosura. Este templo se empezó a reconstruir nuevamente más tarde. Herodes el Grande terminó estas obras de reconstrucción poco antes del nacimiento de Jesús. Pero este segundo templo nunca tuvo la gloria del templo de Salomón. Por eso, cuando Esdras empezó a reconstruir el templo 70 años más tarde de esta destrucción, dice la Biblia que “…muchos de los sacerdotes, levitas y jefes de familia, que eran ya ancianos y que habían visto el primer templo, lloraban en alta voz…” (Esdras 3.12), probablemente “…porque el templo reconstruido sería más bien modesto y no tendría el esplendor del antiguo templo salomónico” (DHH). Y toda esta gloria se fue a manos de los babilonios. Eran tantas las riquezas que ellos se llevaron, que “era imposible calcular lo que pesaba el bronce de aquellos objetos” (v. 16 – BNP). Y ahí terminó todo – podríamos pensar. Pero la historia y los planes de Dios son mucho más grandes que los episodios momentáneos. 70 años después, Esdras y Nehemías encabezaron un operativo de retorno de los judíos a su tierra y de reconstrucción de Jerusalén, lo que empezaremos a estudiar de hoy en 15 días.
            ¿Qué podemos aprender de esta historia? Hay varios puntos que podemos destacar. En primer lugar, así como los episodios de nuestro texto de hoy eran el punto culminante de siglos de decadencia espiritual, nuestra vida es parte de una historia mucho más grande, una historia del mover de Dios. Nuestra propia historia viene desde mucho antes, en algún momento entramos nosotros en escena, y continúa mucho más después de nosotros. El ejemplo de ustedes: hace cientos de años surgió el movimiento anabautista/menonita. Mucho tiempo después, su historia siguió desarrollándose en la actual Polonia y luego en Rusia. Por las circunstancias difíciles en Rusia, en algún momento esa gente llegó a Paraguay. En medio de este grupo nacería en algún momento un bebé al que le dieron el nombre de Ernesto Wiens. Este llegó a conocer a Cristo en algún momento de su vida y respondió positivamente al llamado de Dios de servirle. Y fruto de esa respuesta es la Iglesia Evangélica Bíblica Costa Azul. Y en algún momento, tú has entrado en contacto con el evangelio y con esta iglesia y eres ahora parte de la misma. ¿Y cómo continuará la historia? Eso depende de ti. Un pequeño desvío en tu obediencia al Señor hoy, puede llevar a tu descendencia a un camino en absoluta ausencia de Dios de aquí a 100 años más. Para ti es sólo una pequeña falta de consagración, un cigarrillo, una cerveza, una imagen pornográfica, pero te vas habituando a una vida que no toma en serio al Señor, llevando a la más absoluta oscuridad espiritual a las siguientes generaciones. ¿Y querrás tú ser acusado ante el Señor por haber causado esto con tu mínima desviación hoy? A la inversa también es cierto: una dedicación al Señor, un día de ayuno y oración, un “Sí” a la voluntad de Dios hoy, puede llevar de aquí a 100 años a una generación de siervos consagrados a Dios que revolucionan este mundo para toda la eternidad. ¿No querrías recibir algún día el elogio del Señor: “¡Bien hecho, buen siervo. Entra al gozo de tu Señor.”? Yo soy testimonio vivo de lo que estoy diciendo, porque la herencia espiritual que está sobre mí y que viene desde hace muchas generaciones anteriores es claramente visible. De ti depende cómo serán tus generaciones futuras. Por supuesto que cada persona después de ti tendrá que tomar sus propias decisiones, pero tú marcarás hoy el rumbo con tu vida y tus decisiones que tomas hoy. Tú determinarás hoy qué herencia espiritual recibirán tus hijos, nietos y futuras generaciones. Tú estás cosechando hoy los frutos del pasado y estás sembrando lo que en el futuro saldrá a luz en tu vida y la de tus descendientes.
            Una segunda cosa que quiero sacar de nuestra historia de hoy tiene que ver con el punto anterior: lo que hoy estás viviendo, no es el final de la historia, justo por ser parte de una historia mucho más grande. Si te parece que lo que hoy estás viviendo es el final de todo, Dios no estará de acuerdo contigo, porque su historia es mucho más grande que la pequeña ventanita de tu presente. De toda la historia grande, tú puedes ver hoy solamente un pequeño puntito: el presente, que se te quiere imponer como dictador. Pero no le des más poder. Haz un golpe de estado en el gobierno de tu vida. Derroca a ese dictador y ponele a Dios como tu gobernante. El dictador no se merece tener el control de tu vida. El presente es un momento nada más, no es toda tu vida. Más bien, “encomienda a Jehová tu camino, confía en él y él hará” (Sal 37.5 – RV95).
            Y, en tercer lugar, quiero volver una vez más a la tremenda gracia y misericordia de nuestro Dios. Dios anda detrás de ti, paso por paso, sin perderte de vista ni un segundo, pero no para ver dónde te puede castigar, sino para ver dónde te puede bendecir. Si sufres algo negativo, probablemente sea consecuencia directa de tu desobediencia, y, por lo tanto, es algo que tú mismo te buscaste. Te castigaste solito. Dios no tiene necesidad de castigarte. Si, por ejemplo, te contagiaras de SIDA por tu promiscuidad sexual, vos te lo buscaste. Dios no te empujó de una patada a una piscina de SIDA para que te hundas y te destruyas. Vos saltaste solito. Él más bien quiso protegerte de esto y puso sus mandamientos y principios como barrera, pero no quisiste hacerle caso. Te portaste como Sedequías que obstinadamente se opuso a la reprensión de Dios a través de sus profetas. Y Dios, en lugar de reírse maliciosamente por el castigo que él te ha dado, más bien está dolido por no haber obtenido tu obediencia, dejándote cuidar por él.
            Dios intenta en todo momento envolverte con su amor, conquistar tu corazón como un novio busca enamorar a su novia, para que le sigas, le sirvas y le obedezcas por amor a él. Te portaste remal, pero él te bendice de múltiple manera para que te arda la cabeza de vergüenza por lo que hiciste y llegues a aborrecer profundamente el pecado. ¿No es mucho más atractivo pertenecer a un Dios de amor y de gracia que a un Dios juez y castigador?
            Y si resumimos estas enseñanzas del texto de hoy, podemos decir que toda tu vida: tu pasado, tu presente y tu futuro, incluyendo tus futuras generaciones, están en manos de un Dios amoroso que sólo tiene planes de bienestar para ti y tu familia. Él debe ser el que controla tu ser, no el dictador que quiere invadir tu vida. ¿Le permitirás a Dios que él lleve a cabo sus planes perfectos en tu vida? ¿O preferirás ir por tu propio camino, con las consecuencias correspondientes? Tu pasado no lo puedes cambiar, sólo puedes arrepentirte por los errores cometidos. A tu presente le debes quitar el poder dictatorial sobre ti y verlo más en relación al resto de la historia. Tu futuro lo determinas hoy según tu decisión de qué lugar ocupará Dios en tu vida de ahora en adelante.
            Si reconoces que de alguna manera te estás pareciendo a Sedequías en su terquedad contra Dios, pero hoy tomas la decisión de romper esta maldición de la decadencia espiritual en tu vida; si decides darle hoy un rumbo diferente a tu vida y tus generaciones posteriores y marcarles el rumbo de la obediencia a Dios, levántate en el nombre de Jesús, toma una decisión valiente y hazla pública ante toda la congregación pasando aquí al frente. Tú no vas a poder prevalecer con una decisión escondida, secreta. Quizás muchas veces ya la has tomado y te has decaído sólo un par de días después, volviendo otra vez a tu vida vieja, precisamente porque nadie vio tu decisión y nadie pudo darte su hombro para que la pongas por obra. No vas a poder prevalecer en tu decisión de seguir a Cristo contra vientos y marea sin la ayuda de Dios y la intercesión de tus hermanos. Pasa aquí al frente, para que toda la iglesia pueda orar por ti y ser tu respaldo espiritual, ponerte su hombro para caminar juntos en este camino. Rendirte a Cristo empieza por deshacerte de tu orgullo y vergüenza. No preguntes qué dirán los demás, sino pregunta qué te dice Dios en este momento. Dios te ama y espera tu reacción.


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