El tema central para este
retiro es: “Ser sal y luz”. Es un tema sumamente práctico que tiene que ver con
nuestro día a día. En las diferentes charlas a lo largo de este retiro veremos
cómo se aplican estos principios a las diferentes áreas de la vida cotidiana de
un varón.
Un sargento cuenta un
episodio de su vida militar:
En nuestra compañía teníamos
un soldado que daba testimonio de su fe cristiana. Le hacíamos la vida muy
dura. Una noche, cuando volvíamos después de haber caminado bajo una tremenda
lluvia y estábamos empapados hasta los huesos y muy cansados, nuestro único
pensamiento era irnos a la cama. Sin embargo, el creyente se tomó el tiempo de
arrodillarse para hacer su oración. Esto me puso tan furioso que tomé mis botas
cubiertas de barro y se las arrojé una tras otra a la cabeza. A la mañana
siguiente hallé al lado de mi cama mi calzado magníficamente lustrado. Ese
gesto me partió el corazón y comprendí lo que significa el cristianismo.
Esta historia es un ejemplo
magnífico de lo que significa ser sal y luz. El texto en el que está basado este
tema se encuentra en Mateo 5.13-16, parte del Sermón del Monte.
FMt 5.13-16
Jesús empieza esta enseñanza
con una declaración muy simple: “Ustedes
son la sal de este mundo” (v. 13 – DHH). Pero a pesar de ser simple, está
cargada de dinamita. ¿Qué significa “ser sal”?
En tiempos de Jesús, la sal
se relacionaba con varias cualidades, de las cuales mencionaremos las
siguientes: a) La idea de la pureza. Uno piensa en la pureza fácilmente al
observar el color blanco tan brillante de la sal. Imaginate que alguien te
invita para un asado, pero para tu gusto, él ha ahorrado demasiado con la sal.
Entonces le pides sal para darle a tu costilla el sabor que tú prefieres. Él te
pasa un recipiente con sal, pero totalmente sucia y contaminada. ¿La usarías?
Quizás escarbarías como gallina para buscar algunos granitos de sal
rescatables, pero no sería algo muy agradable.
Imaginate entonces que Dios le
pasa al mundo un cristiano para sazonar la vida de los demás, pero ese
cristiano está lleno de impurezas, contaminado por el pecado, manchado por la
ira, por el engaño, por una vida doble. ¿Serías tú un don agradable de parte de
Dios a este mundo? ¿Estarían tus vecinos agradecidos a Dios por habérteles
enviado a su vecindario?
Cuando los creyentes son sal
de la tierra, son ejemplos de pureza. En la sociedad encontramos generalmente
todo lo contrario a pureza: a demasiado mucha gente no le importa más la
sinceridad o la dedicación al trabajo. La pureza sexual y la fidelidad entre
los cónyuges parece ser un cuento de viejas. Los medios de comunicación
propagan los antivalores a cada segundo. Uno que cree todavía en lo que enseña
la Biblia es considerado anticuado. Entonces, ir a las fiestas, coquetear con
las chicas, servirse bebidas alcohólicas o probar unas fumaditas es considerado
como lo moderno, necesario para adaptarse a la sociedad, para no caer de
aguafiestas o anticuado. Pero, ¿coincide este punto de vista con lo que enseña
Pablo? “No se amolden al mundo actual… No
vivan ya según los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su
manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la
voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es
perfecto” (Ro 12.2 – NVI/VP). Cambiar su manera de pensar, no vivir según
los criterios de una sociedad que no conoce a Cristo. Por el contrario, vivir
en pureza, vivir en santidad. Eso es “ser sal”. Fíjense que la sal nunca
absorbe el sabor de la comida con la que es mezclada. Más bien la sal impregna
a todo el resto de la comida con sus cualidades salinas. En momentos en que nos
enfrentamos con los criterios del mundo, es la responsabilidad del cristiano
mantener en alto los valores bíblicos y tomar la firme decisión de no
participar en nada que no coincida con lo que ella nos indica. Cristo y el
mundo son incompatibles. No se puede agradar a ambos.
b) La sal como elemento
conservador. Hasta hoy en día se usa la sal para conservar alimentos, como la
carne —la cecina— por ejemplo. Como hijos de Dios, debemos ejercer una
influencia desinfectante en nuestro entorno. Debemos evitar que los otros se
“pudran” en el pecado. Y no solamente sanar a personas ya metidas en lío, sino
hacer un trabajo de prevención. Si tú ves a una persona que está a punto de
pisar una víbora venenosa, ¿no le advertirías a gritos? ¿Por qué no hacerlo con
los que están en peligro de caer en algún ilícito?
Dios dice al profeta Ezequiel
algunas palabras bastante duras: “A ti,
hombre, yo te he puesto de centinela para el pueblo de Israel. Cuando yo te
comunique algún mensaje, deberás anunciárselo de mi parte, para que estén
advertidos. Puede darse el caso de que yo pronuncie sentencia de muerte contra
un malvado; pues bien, si tú no le hablas a ese malvado y le adviertes que deje
su mala conducta para que pueda seguir viviendo, él morirá por su pecado, pero
yo te pediré a ti cuentas de su muerte. Si tú, en cambio, adviertes al malvado
y él no deja su maldad ni su mala conducta, él morirá por su pecado, pero tú
salvarás tu vida. También puede darse el caso de que un hombre recto deje su
vida de rectitud y haga lo malo, y que yo lo ponga en peligro de caer; si tú no
se lo adviertes, morirá. Yo no tomaré en cuenta el bien que haya hecho, y
morirá por su pecado, pero a ti te pediré cuentas de su muerte. Si tú, en
cambio, adviertes a ese hombre que no peque, y él no peca, seguirá viviendo,
porque hizo caso de la advertencia, y tú salvarás tu vida” (Ez 3.17-21 –
VP). Eso es ser sal.
c) Dar sabor. La función más
evidente y más importante es la de dar sabor a las comidas. Prueben comida sin
sal, a ver si la sal no es importante. Nuestra vida debe dar sabor a las
personas a nuestro alrededor. Si miran la cara de las personas que se les
cruzan, verán demasiadas veces rasgos de desesperación, de amargura, rencor,
odio, falta de sentido para su vida. No le hallan gracia, sabor, a la vida y
por eso están con pensamientos de suicidio. ¡Quién mejor entonces que nosotros
los cristianos para darles a ellos una pequeña chispa de esperanza, de alegría,
de aliento, una pizca de sal! Nosotros que tenemos la seguridad de nuestra
salvación, seguridad de la vida eterna, ¿no podemos darles a ellos algo de
esperanza también? ¿No podemos contagiarlos también con nuestro gozo que
tenemos? Cuando todo el mundo está deprimido, los cristianos deberíamos hacer
la diferencia en su vida.
Pero para poder hacerlo,
primero nuestra propia vida debe tener sabor. Y ese sabor lo puede producir
únicamente la fe cristiana. El cristianismo es una relación personal, viva,
íntima con Jesucristo. Solamente así puedes ser la sal del mundo.
Pero esta frase de Jesús
tiene también una advertencia: Somos
la sal. No es un deseo o la expresión de esperanza para el futuro, sino una
declaración: somos sal. Pero, aunque somos sal, corremos el riesgo de perder
nuestra salinidad: “…si la sal pierde su
sabor” (v. 13 – RVC). La sal en tiempos de Jesús no era tan refinada y
químicamente pura como hoy en día. Podía suceder que al humedecerse pierda su
salinidad, dejando a otros minerales parecidos a la sal. También el creyente
puede guardar las apariencias, pero ser insípido, sin sabor, y no cumplir su
propósito. Y el que no cumple su propósito como cristiano, causa mucho daño a
la iglesia y al testimonio cristiano. Los demás dirán: “¿Acaso este no es
cristiano? Y miren lo que está haciendo. Escuchen las palabrotas que usa.
Fíjense cómo engaña a los demás.” Parece
cristiano, pero no lo es. Sal insípida, según las declaraciones de Jesús en
este texto, ya no tiene ninguna utilidad, así como un cristiano insípido sólo
es molestia y carga. La sal no puede recuperar su salinidad, pero —y aquí hay
una nota positiva de esperanza— el cristiano sí lo puede, por la gracia y
misericordia de Dios. ¿Cómo puede “purificar” su sal para que no esté más contaminada?
Humillándose ante Dios, pidiéndole perdón, y pidiéndole que él restaure lo que
nosotros hemos echado a perder.
Algo parecido sucede también
con la segunda imagen que Jesús utiliza en este texto: “Ustedes son la luz de este mundo” (v. 14 – DHH). ¿Qué significa
ser la “luz del mundo”? Al igual que la sal, la luz también tiene varios
efectos o funciones. Veamos algunas:
a) Una luz es en primer lugar
algo que se puede ver. Las casas en Palestina estaban muy oscuras. Como luces
servían pequeñas lámparas de aceite que normalmente estaban puestas sobre un
candelero. Mientras alguien estaba en casa, estas lamparitas tenían que estar
en lo alto para alumbrar la casa. Sería absurdo encender una luz y esconderla
debajo de un recipiente. Sería absurdo encender aquí todas las luces, y luego
taparlas con telas gruesas para que nadie vea que están encendidas. ¿Para qué
las encenderíamos entonces? La función de la luz no está en estar encendidas,
sino en alumbrar, en esparcir su luz, en iluminar el ambiente.
Si Jesús dice que somos luz,
significa que nuestra vida espiritual también debe ser visible. Alguien dijo
que “no existe tal cosa como un 'cristiano clandestino'. O la clandestinidad
pondrá en peligro al cristianismo, o el cristianismo hará imposible la clandestinidad.”
¿Qué quiere decir esto? Si yo trato de esconder que soy cristiano, si me quiero
acomodar al estilo de vida del mundo como un camaleón se adapta al color que lo
rodea, lentamente mi relación con Jesús se irá apagando hasta desaparecer del
todo. O, por otro lado, si estoy muy enchufado con el Señor, amándolo y
obedeciéndole de todo corazón, no podré esconder que soy cristiano, ni me
interesará esconderlo. ¡Al contrario! Voy a querer que todo el mundo se dé
cuenta y se sienta estimulado a serlo también. Así como es absurdo esconder una
luz, así es absurdo esconder mi relación con Cristo, o tapar mi cristianismo
con un manto de mal testimonio.
Un pastor visitó a uno de los
jóvenes de la iglesia en el cuartel durante su servicio militar. Cuando el
pastor mencionó una vez a Dios, el joven se acercó más y le dijo en voz baja:
“Por favor, pastor, hable más despacio. Aquí nadie sabe todavía que yo soy
cristiano.” Evidentemente no había entendido lo que significa ser luz.
La gente nos debe reconocer
como cristianos al observar nuestro comportamiento con los vendedores del
mercado, con los empleados o con los jefes; al observar nuestra conducta en el
juego, al manejar el coche; al observar nuestra manera de hablar, lo que vemos
en la tele o lo que leemos. “Si la luz está presente en nosotros, la verán los
demás aun en los detalles menos importantes, aunque nosotros no consideremos
estos detalles como ‘espirituales’. Pueden ser actividades tan rutinarias como
contestar el teléfono, realizar un trámite en una oficina pública o manejar el
automóvil. Quien anda en la luz verá que estas actividades son afectadas por la
presencia de la luz en su vida.
Es por esto que Jesús señaló,
de modo enfático, que una ciudad asentada sobre un monte no puede ser escondida.
Resulta literalmente imposible que pase inadvertida por otros” (Christopher
Shaw: “Dios en sandalias”).
Un profesor en un seminario
preguntó a sus alumnos, por qué los vecinos de él le llamarían “cristiano”.
Después de algún tiempo, uno de los alumnos le contestó: “Seguramente porque
sus vecinos no lo conocen muy bien todavía.”
b) En segundo lugar, luces
son indicadores o guías en el camino correcto. Las luces nos ayudan a no tropezarnos
con cualquier cosa y encontrar el camino por donde andar. Hay puertos en
algunos países con un acceso muy peligroso a causa de las enormes rocas debajo
de la superficie del mar que podrían destruir por completo a cualquier nave.
Por eso se pone a lo largo del canal de acceso boyas con luces o faros en la
entrada que indican al capitán el camino correcto para llegar a puerto seguro, aun
en medio de la oscuridad o la niebla.
O nuestra ruta nueva de Roque
Alonso a Limpio. Cuando recién se había asfaltado, era a veces difícil de noche
encontrar su carril correcto, porque todo estaba uniformemente negro y con muy
poco alumbrado público. Pero cuando pintaron las rayas y señalizaciones en el
asfalto, todo cambió. Si bien no tienen luz propia, reflejan la luz del auto y
son guías muy buenos para saber por dónde uno tiene que andar.
De igual forma, los
cristianos debemos mostrar claramente el camino al Padre. La gente, en su
desesperación por encontrar algo que les solucione su vacío interior, prueba
cualquier cosa: alcohol, fiestas, sexo, drogas, satanismo, etc. Ellos necesitan
a algún cristiano que les diga: “No señor. Esto no te va a ayudar. Vení, por
acá va el camino.” O sea, necesitan a personas que pueden ser indicadores de lo
bueno.
Como cristianos somos guías,
sea por nuestro testimonio y ejemplo o también por nuestras palabras. Debemos
ser puntos de orientación acerca de lo bueno que debemos hacer. Muchas veces en
un grupo de personas se hacen planes que todos sienten que no son los
correctos, pero nadie se atreve a objetar nada. Pero si uno se levanta y toma
postura clara en contra del error, en seguida varios otros más se unirán a él.
Así debemos ser en este mundo: señalar lo correcto. Muchas veces, la mejor
manera de combatir un error es defender lo correcto. Cuando voy en ataque
frontal contra el error, por ejemplo, la ahora tan famosa ideología de género,
puede ser que logre más resistencia que resultados favorables. Las personas que
defienden otro punto de vista que nosotros, se sienten atacados personalmente
por nuestra postura. Pero si, en vez de atacar posturas equivocadas pongo en alto
lo que la Biblia enseña, los demás no se sentirán atacados personalmente sino
más bien impulsados a seguir esas directrices que nos da la Palabra de Dios y a
dejar su vida en el error. Sin embargo, hay situaciones, en que sí claramente
debemos oponernos contundentemente al error que se quiere implantar. Eso está
muy claro. Pero en todo momento debemos ser consecuentes con nuestra convicción
cristiana, aun cuando todos los demás estén en contra. No podemos permitir que
nuestra luz se empañe o incluso se apague y deje de mostrar el camino.
c) Luces también pueden ser
luces de advertencia. La luz roja del semáforo, por ejemplo, es una luz que nos
advierte ante los peligros que corremos cuando seguimos la marcha y cruzamos la
calle en rojo. Como cristianos, también necesitamos ser luces de advertencia.
Muchas personas se metieron en grandes líos porque no hubo nadie quien los
advierta de esto.
Pero ojo: los cristianos que
son luces de advertencia, frecuentemente no son muy queridos entre los que quieren cruzar la luz roja. Una canción dice:
“Alguna gente encuentra a los cristianos en lugares donde no quisiera
encontrarlos. Pero ellos están ahí para cumplir la función que Dios les
encargó.” Y esa función es justamente la de advertir a la gente. La reacción de
las personas a nuestra advertencia ya es responsabilidad exclusiva de ellas,
pero la nuestra es la de haberle mostrado las consecuencias que puede tener una
mala decisión. De esa responsabilidad nos damos cuenta a más tardar cuando
viene una persona y nos dice: “Si tú me hubieras advertido a tiempo, no estaría
ahora en este lío.”
¿Y cuál es el propósito que
menciona Cristo acá de ser sal y luz (v.16)? Debemos serlo para que la gente
vea nuestras buenas obras y diga: “¡Qué buen tipo que eres!” – ¿o no? No, el
texto no dice nada de glorificarse a sí mismo. Es como si la luna se jactara de
su brillo en una noche de luna llena. Nosotros no nos merecemos ninguna
alabanza por ser sal y luz, porque simplemente cumplimos lo que sí o sí es
nuestro deber. Lo hacemos para que Dios sea glorificado. Nuestra luz brilla a
través de nuestro comportamiento, que incluye acciones, actitudes y palabras.
Estos deben mostrarle al mundo de que Cristo vive en nosotros. Debemos estar
tan llenos de Cristo, que cuando un mosquito nos pica, salga cantando: “Hay
poder en la sangre de Cristo…”
Nuestro gato había cazado una
vez una cigarra. La tenía en su boca, pero no la había matado todavía. Cada vez
que el gato abría su boca como para masticarla, se escuchaba su sonido de la cigarra.
Así debería escucharse la voz de Cristo cada vez que nosotros abrimos nuestra
boca, no porque lo estamos comiendo, sino porque él vive en nosotros. Esto
llevará a que la gente admire a Cristo dentro de nosotros, no a nosotros como sus
simples portadores.
Somos la sal y la luz del
mundo. Déjenme decirlo con un énfasis diferente: somos la sal y la luz del mundo, no de la iglesia. Ambas
imágenes, la sal y la luz, sólo tienen sentido en el mundo podrido y oscuro. Es
ahí que se necesita de estos elementos. Es ahí que se necesita de tu presencia
como cristiano. Ponerle sal a una comida ya salada hace que sea desagradable o
incluso incomible. Encender una luz donde ya hay luz, es un gasto innecesario. Durante
el día, cuando hay un sol radiante, a nadie se le ocurriría buscarse una
linterna para irse a la despensa. Pero sí cuando vamos de noche por una calle
sin alumbrado público, ¡cuánto uno llega a desear tener consigo alguna fuente
de luz! En la iglesia están todos los cristianos con sus luces juntos y es
fácil ser luz ahí. Pero donde realmente se necesita de una luz, es en la
oscuridad del pecado, en el mundo. La iglesia reunida en un lugar no es tan
efectiva que la iglesia esparcida en todo el barrio o sociedad. Tenemos esta
responsabilidad para con nuestra sociedad de brillar con nuestro testimonio en
la vida de los demás. Y verdaderamente no hay nada más opuesto y radicalmente
diferente que la luz y la oscuridad. Así el cristiano debe ser diferente a la
sociedad no cristiana que le rodea.
Pero fíjense que tanto la sal
como la luz no tienen que hacer ningún esfuerzo adicional para serlo. Cuando la
sal se mezcla con la comida, no sucede ningún proceso químico que le da el
sabor salado. Ya lo tenía antes de ser echado a la olla donde se cocina la
comida. Quiere decir, que como cristianos, por el simple hecho de tener al
Espíritu Santo en nosotros, ya ejercemos una influencia sobre nuestro entorno.
En lo espiritual suceden cosas que ni nosotros podemos notar. Claro, si se nos
presenta la oportunidad de hablar de Cristo o de hacer algo especial, lo
debemos hacer. Pero nuestra influencia positiva en la sociedad no depende
únicamente de actos o programas especiales. Somos
sal, somos luz por el simple hecho de
tener a Cristo viviendo en nosotros y vivir en medio de la gente.
¿Cómo estamos en nuestra
función salínica y lumínica? No sé cómo resulta tu autoexamen. Hay sin dudas
muchos de ustedes que están ejerciendo esta función lo mejor que pueden. Por
supuesto que nadie es perfecto, pero ahí están luchando por mantener en alto el
testimonio de Cristo en sus vidas.
Hay probablemente también
aquellos que tienen que admitir que estuvieron
alguna vez bien salados y luminosos, pero que han perdido su salinidad, y
su luz la han recubierto de algo que no permite que brille hacia los demás.
Y quizás haya también
aquellos que dicen: “Nunca lo he sido todavía, pero me gustaría llegar a ser una
persona con estas características que estás describiendo. ¿Cómo lo hago?” Tanto
los que perdieron su función y la quisieran volver a recuperar, como los que
por primera vez quieran experimentar esto, fíjense en lo siguiente: Jesús dijo
una vez de sí mismo exactamente lo que pidió ahora de nosotros también: “Yo
soy la luz del mundo; el que me
sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn.
8:12). Si ahora nos da el encargo de también ser la luz del mundo, nos está
diciendo que debemos llegar a ser como él; y que podemos serlo solamente en la
medida que él gobierna nuestras vidas. Si vivimos en íntima comunión con él,
reflejaremos su luz. Nosotros no tenemos ninguna luz propia con que brillar. Por
eso él no dijo que produzcamos luz o
sal, sino que lo seamos. ¿Qué puedes
hacer entonces? Admití que no puedes salar y brillar por ti mismo, sino que
necesitas de la gracia y misericordia de Dios. Es más, desde nacimiento estamos
tan contaminados y cubiertos del lodo del pecado, que es imposible servir como
sal o que se vea nuestra luz. Debemos dejar que Cristo nos limpie primero. Él
lo puede hacer porque él murió por nosotros para pagar y eliminar del mundo a
todo nuestro pecado. Debes creer y aceptar esto, y pedirle que te perdone. Así
estarás en condiciones de ser sal y luz con su ayuda en el lugar donde te toca
estar. ¿Alguien está decidido de tomar este paso esta noche, aquí mismo? Ora
entonces conmigo. Repite en voz baja esta oración:
“Jesús, he reconocido que mi
función como sal y como luz ha sido anulada por el pecado en mi vida. Confieso
ante ti mis equivocaciones y te pido que en tu gracia y misericordia me
perdones, me limpies y me restaures a la función para la cual tú me has creado.
Lléname de tu Espíritu Santo, y ayúdame a vivir cada día de la manera que tú
deseas para mí. Fortaléceme, para que yo nunca caiga de este nivel de vida al
que me elevas con tu perdón, aceptándome como miembro de tu familia. Tú eres
ahora mi Señor y mi Salvador, y te quiero servir toda mi vida. Te alabo y te
bendigo. Amén.”
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