lunes, 4 de septiembre de 2017

Matrimonio, ¿pacto o contrato?




            “Un pacto con Dios hicimos tú y yo…” cantó Rabito a su esposa. Muchas veces quizás hemos escuchado esta canción. Así también muchas veces hemos escuchado —o incluso dicho— palabra parecidas es estas: “Yo, Julio, acepto a Julia como mi esposa para amarla y cuidarla desde este día en adelante, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe.”
            Estas no son simplemente palabras bonitas o una parte necesaria de la ceremonia de bodas. Son los términos propios de un pacto establecido entre dos personas, así como lo mencionó Rabito en su canción. En esta mañana queremos ver qué hemos dicho —los que ya lo dijimos— o qué dirán —los que lo dirán algún día todavía— con estas palabras. Me temo que para algunos quizás será incómodo o incluso ofensivo lo que veremos hoy, pero es lo que entiendo que enseña la Biblia. Debo admitir que hasta hace poco tampoco tuve esta comprensión como la tengo hoy. Me consideré una persona muy abierta, moderna, no tan cuadrada, en cuanto a este tema. Pero a principios de agosto participamos de un retiro de matrimonios con Craig Hill, el creador de la mayoría de los cursos matrimoniales de Principios de Vida y del seminario “De maldición a bendición”, conocido también por muchos de ustedes. Ahí nos fueron abiertos los ojos para entender mejor la enseñanza de la Biblia en cuanto al pacto, al divorcio y al recasamiento.
            En la carta de Pablo a los Efesios encontramos estos versículos que escuchamos prácticamente en cada boda:

            FEf 5.31-33

            Si hablamos del matrimonio como un pacto, ¿en qué momento se establece este pacto? El versículo 31 marca el momento en que un hombre y una mujer entran en esa relación de pacto. Dice que el hombre (y lo mismo vale también para la mujer) deja a padre y madre. Esto indica el proceso de independizarse, la finalización de una etapa anterior. El hombre y la mujer dejan de pertenecer a sus familias originales para formar su propia nueva. Es como una planta que tiene un brote. En un momento adecuado, sacamos el brote de su planta original, soltamos la unión con la planta grande, y lo plantamos en una maceta aparte.
            Luego dice el versículo que ese hombre y esa mujer que soltaron los lazos se funden en un nuevo ser aparte. El texto dice: “…los dos serán un solo ser” (v. 31 – RVC), “un solo cuerpo” (TLA), “una sola persona” (DHH). No es que uno absorbe al otro, sino ambos juntos forman una unidad totalmente nueva, que no es ni como él ni como ella, sino algo diferente, un ser diferente, la suma de ambos. La ecuación matemática es: 1 + 1 = 1. El pacto matrimonial significa entonces la muerte a la vida independiente para iniciar una vida en conjunto como un nuevo y solo ser. Esto sucede en un evento público, según las normas y reglas de cada sociedad, y lo que comúnmente llamamos “matrimonio”. El pacto matrimonial, reconocido por Dios como tal, se inicia con este paso, sin interesar si fue por una boda civil, si fue por iglesia evangélica o católica, por iglesia mormona o de los beduinos del desierto en Arabia. Tampoco interesa si los contrayentes son cristianos o no lo son. Es un pacto establecido entre los hombres, reconocido por Dios como tal, y cualquier intromisión de una tercera persona es adulterio. Si los dos son cristianos comprometidos, están, además, en un segundo pacto, el de cada uno de ellos con Dios. En este pacto con Dios entraron en el momento de su conversión. Y este pacto con Dios le da aún mayor solidez al pacto que establecieron entre ellos como pareja. Este pacto matrimonial es válido delante de Dios, sin importar de qué manera se inició.
            El texto de Efesios, empezando ya en el versículo 22, da algunas características de este pacto. En todo este texto, Dios da tareas, funciones u órdenes específicas, sin mencionar condiciones. Al hombre se le dice que debe amar a su esposa; a la mujer se le dice que debe respetar a su marido. Punto. Esto no depende del comportamiento de su pareja, es incondicional. Si estas funciones estuvieran condicionadas, diría: “Esposos, amen a sus esposas como Cristo amó a la iglesia… (v. 25 – DHH), mientras que ella los respete a ustedes y se les sujete.” O: “…que la esposa respete al esposo… (v. 33 – DHH) siempre y cuando él no le falte el respeto a ella.” Vemos entonces, que el pacto matrimonial es incondicional. No depende de lo que haga la pareja, sino depende del compromiso que uno haya establecido.
            Por esta misma razón también es unilateral. Yo establezco el pacto con mi esposa, comprometiéndome yo, sin importar si ella corresponde o no, si ella es fiel al pacto o no. Yo empeñé mi palabra, y yo seré fiel a mi palabra, sin preguntar cómo se comporta mi cónyuge.
            En 1 Corintios 7, un capítulo dedicado a diferentes asuntos relacionados al matrimonio, encontramos una tercera característica de un pacto. En el versículo 39 Pablo dice: “La mujer casada está ligada a su esposo mientras este vive; pero si el esposo muere, ella queda libre para casarse con quien quiera, con tal de que sea un creyente” (DHH). Valga aclarar que lo mismo vale al revés, que el hombre casado está ligado a su esposa mientras ella viva. Aquí vemos que un pacto es indisoluble, irrevocable – excepto por la muerte. Si uno de los dos se muere —y recién entonces—, el pacto deja de existir y la otra persona está libre para volver a casarse con otro. Antes no. Mientras los dos vivan, el pacto sigue intacto.
            Estas son entonces las tres características de un pacto: a) incondicional, b) unilateral, c) irrevocable. La base de un pacto es mi palabra, mi promesa. Yo soy fiel a lo que yo dije, a lo que yo prometí, porque yo lo dije. Mi palabra tiene peso, y la hago cumplir sin considerar las circunstancias.
            Quizás nos ayuda a entender lo que es un pacto al contrastarlo con un contrato. Un contrato es también un acuerdo entre dos personas, al igual que el pacto. Pero tiene diferencias importantes. Por un lado, es condicional. Mi cumplimiento de mis obligaciones depende de si la contraparte cumple las suyas. Por eso mismo el contrato es bilateral porque depende de que ambos cumplan sus compromisos.
            Y, en tercer lugar, un contrato es revocable. Basta con mirar con cuánta facilidad se rompen los contratos con los técnicos de fútbol para darnos cuenta de esta realidad.
            Entonces, tenemos aquí las características de un contrato: a) es condicional, b) es bilateral, c) es revocable. Un contrato está basado en los actos de las personas; depende de lo que cada uno haga.
            Déjenme ilustrarlo de la siguiente manera: supongamos que yo tuviera un auto para vender. Un día se acerca alguien que lo quiere comprar. Nos ponemos de acuerdo y yo le prometo venderle a él mi auto. Hacemos un contrato de compra-venta que dice que él me dará una suma X de dinero, y yo le daré a cambio las llaves del auto. Si él no me da el dinero, yo no le doy las llaves. Mi entrega depende de su acto de pagar lo estipulado. Ese es un contrato.
            Pero supongamos que él me paga no más un tercio del monto fijado, y después me dice que por A o B motivos no puede pagar más. Como yo le prometí venderle el auto, se lo entrego por mi promesa hecha a esa persona, sin considerar si él cumplió su compromiso o no. Esto es un pacto.
            Un pacto dice: “Yo mantendré mi palabra y haré lo que dije, independientemente de que tú hagas o no hagas tu parte.”
            Un contrato dice: “Si tú cumples tu parte en el acuerdo, yo también cumpliré mi parte. Pero si tú no mantienes tu palabra, yo no estaré obligado a mantener la mía.”
            ¿A cuál de estas dos maneras de ver y vivir un acuerdo pertenece el matrimonio? ¿Es un pacto o un contrato? Según la Biblia es un pacto. ¿Cómo lo vive el mundo – y lastimosamente también gran parte de los cristianos? Como un contrato válido solamente hasta cuando uno de los dos es infiel, como si la infidelidad de uno diera licencia para que el otro también haga lo que le dicte la carne. Es a raíz de esto que la sociedad hoy está tan destruida y sin relaciones familiares significativas. Están desapareciendo las células firmes de matrimonios unidos, sosteniéndose contra viento y marea, cueste lo que cueste. Estas células firmes son la base, el cimiento, de toda la sociedad. Al resquebrajarse la unión matrimonial, se cae en pedazos todo lo demás. Tenemos sólo un mar de relaciones casuales, sin compromiso, en que nadie lucha por el bien del otro. Todo está centrado en mí mismo, en mí placer, en mis deseos. Es por eso que nosotros como cristianos somos llamados a defender y mantener en alto los valores bíblicos acerca del matrimonio. Y no recién cuando uno es casado, sino que los jóvenes tengan esa convicción clara e inamovible ya desde antes de buscar un cónyuge.
            ¿Nos damos cuenta de que el pacto es la protección del matrimonio y de toda la sociedad? El pacto es el lazo alrededor de marido y mujer que los mantiene unidos en medio de la peor tormenta de la vida. No es una soga que los esclaviza: “Ni modo, estoy ligado(a) a este ogro y no tengo escapatoria.” Más bien es el lazo de amor: aunque estemos muy enojados y nos estemos arañando emocionalmente, el amor entre nosotros es el compromiso uno con otro que no permite que nos alejemos. Una sociedad con matrimonios estables será una sociedad sana y fuerte. Una iglesia con matrimonios estables será una iglesia sana y fuerte. En esta semana pasada, como parejas que participamos del curso matrimonial hemos ayunado y orado por los matrimonios de esta iglesia. Y me gozo en el Señor por la lista de ¡27 matrimonios! por los cuales estuvimos orando. No todos son miembros de la iglesia, pero de alguna manera están relacionados a la misma. 27 matrimonios son 54 personas, sobre una iglesia de 68 miembros activos. Es una riqueza increíble que debemos saber valorar – ¡y proteger!
            Sabemos que en la antigüedad las murallas alrededor de las ciudades eran su protección. Imagínense ahora una ciudad amurallada asentada a orillas de un río. Gran parte de la población se dedica a la pesca. El asunto, sin embargo, es que de noche se cierran los portones por precaución. De ese modo, unos pocos vigilantes pueden proteger a toda la ciudad. Un día (o una noche), uno de los habitantes se retrasó en regresar a la ciudad y se quedó fuera. No hay forma que él pueda entrar todavía a la ciudad para ir a descansar en su casa. Para no aburrirse, o de repente quedarse dormido y ser sorprendido por alguna banda enemiga que esté dando vueltas por ahí, saca sus elementos de pesca y empieza a pescar. Y ahí descubre que la pesca más abundante y los peces más grandes se saca de noche. Al día siguiente, al llegar a casa después de abrirse los portones, él maquina un plan. Como su casa está construida sobre el muro, él cava un túnel secreto de su dormitorio hacia el exterior de la muralla. Así cada noche él puede salir libremente a buscarse los ejemplares más envidiables de dorados y surubíes. Nadie sabe de esto. Pero a la gente le llama la atención que él es el único que vende pescados tan impresionantes. Un día uno de sus mejores amigos le pregunta cómo él logra tanto éxito en su negocio. Él contesta: “¿Puedes guardar un secreto?” “¡Por supuesto!” Y el resto de la historia ya ustedes conocen. A los 6 meses hay sobre el muro 500 guardadores de secretos con su respectivo hueco en el muro. ¿Sigue protegida la ciudad? El enemigo puede elegir ahora entre 500 posibilidades para introducirse a la ciudad y saquearla por completo. Así sucede con la sociedad cuando el pacto del matrimonio es “perforado”. Las parejas no tienen más el lazo de protección, de modo que, ante la menor tormenta, ellos no tienen la suficiente fuerza para mantenerse unidos, y las olas los separan rápidamente. Las familias y la sociedad son presa fácil del enemigo de las almas que ronda buscando a quién devorar. Él ha logrado que algunos valores básicos cambien en la sociedad. La Palabra de Dios ha pasado de estándar absoluto en cuanto a la vida a un libro viejo y anticuado que junta polvo en las estanterías. El concepto de matrimonio ha pasado del pacto a un contrato. El autosacrificio por el bien de otros ha pasado a la autogratificación egoísta. Con estos cambios, el enemigo puede hacer lo que quiere.
            Es urgente que como hijos de Dios volvamos a los estándares de Dios para el matrimonio. Es urgente que enseñemos por medio de nuestras palabras y por medio de nuestro ejemplo como parejas de la iglesia lo que es la voluntad de Dios acerca del matrimonio. Es urgente que nuestros adolescentes y jóvenes sepan claramente lo que la Biblia enseña respecto al matrimonio, para que no caigan en errores que lamentarán quizás por el resto de sus vidas.
            Una vez los fariseos también le preguntaron a Jesús acerca de la voluntad de Dios para el matrimonio. En realidad, no les interesaba la voluntad de Dios, sino que querían ponerle a Jesús una trampa con el tema del divorcio. Jesús no les contestó en forma directa su pregunta, sino volvió al ideal original de Dios: “…el hombre no debe separar lo que Dios ha unido” (Mc 10.9 – DHH). En privado, Jesús les declaró a los discípulos bien claramente: “El que se divorcia de su esposa y se casa con otra, comete adulterio contra la primera; y si la mujer deja a su esposo y se casa con otro, también comete adulterio” (Mc 10.11-12 – DHH). Jesús estableció claramente que no existe para él la opción de divorcio ni de recasamiento. Él veía el matrimonio como un pacto que permanece intacto hasta la muerte de uno de los dos. Ni la infidelidad, ni el divorcio ni ningún otro pecado puede disolver un pacto, sino únicamente la muerte.
            Veamos otro texto. En el Sermón del Monte Jesús también enseña acerca del divorcio: “También fue dicho: ‘Cualquiera que se divorcia de su mujer, debe darle un certificado de divorcio.’ Pero yo les digo que el que se divorcia de su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere, y el que se casa con la divorciada, comete adulterio” (Mt 5.31-32 – RVC). Este versículo, a primera vista pareciera dar carta libre al divorcio y recasamiento, si la pareja ha sido infiel. Aquí es necesario atender un poco las palabras en griego y saber algo de la cultura judía. Hay dos palabras en griego para inmoralidad sexual. Una es la que se traduce como “fornicación”, y se refiere al acto sexual entre solteros. La otra es “adulterio”, en el que por lo menos uno es casado. En este versículo que acabamos de leer aparecen las dos palabras. Jesús dice: “…el que se divorcia de su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella comete adulterio.” Presten mucha atención que no dice “por causa de adulterio”. Es decir, Jesús habla del divorcio por causa de un acto sexual entre solteros. ¿Cómo es eso? ¿Acaso alguien puede divorciarse de su esposa por haber tenido ella relaciones sexuales entre solteros? Es que en el matrimonio judío había diferentes etapas. Antes del matrimonio en sí, había la etapa del desposorio, del compromiso. Ambos estaban comprometidos para casarse. Ante la sociedad ya estaban sellados el uno para el otro, pero no se había consumado todavía el matrimonio. Una infidelidad de uno de los dos en esta etapa (fornicación) era considerada igual al adulterio, de tan fuerte era el compromiso ya en esa etapa. ¿Conocen un caso así? Era el caso de José y María antes del nacimiento de Jesús. Dice la Biblia: “María, la mamá de Jesús, estaba comprometida para casarse con José. Antes de la boda, descubrió que estaba embarazada por el poder del Espíritu Santo. José, su futuro esposo, era un hombre recto y no quería que ella fuera avergonzada en público. Así que hizo planes en secreto para romper el compromiso de matrimonio” (Mt 1.18-19 – PDT). De esta etapa está hablando Jesús. ¿Por qué no habla de adulterio? Porque según la ley del Antiguo Testamento, el castigo por el adulterio era la muerte: “Si un hombre es sorprendido acostado con una mujer casada, los dos morirán, tanto la mujer como el hombre que se acostó con ella. Así extirparás el mal de Israel” (Dt 22.22 – BLPH). Con esta medida tan drástica se eliminaría del pueblo de Dios a los que tal acto cometieron. Pero también se evitaba de esta manera que este pecado tenga consecuencias para otros, como por ejemplo hijos que puedan surgir del adulterio. Encontramos esta situación en el caso de la mujer adúltera en Juan 8. Jesús dijo que el que esté sin pecado, que tire la primera piedra para apedrearla, en cumplimiento de la ley, dando sin embargo claras evidencias que con él, la gracia estaba por encima de la ley fría.
            Jesús, en este versículo de Mateo, no habló, por tanto, del divorcio a causa de un adulterio, porque en tal caso ella estaría muerta, y es imposible divorciarse de un cadáver.
            Pero este texto tampoco es una licencia al divorcio, como se podría entender fácilmente. Jesús dijo que el hombre que se divorcia de su esposa la convierte en adúltera, “…a no ser por causa de fornicación…” En caso de fornicación, ella ya se habría hecho adúltera a sí mismo. Su adulterio no sería por el divorcio de su esposo, sino por su decisión de serle infiel.
            Ahora, ¿por qué dice que “…hace que ella adultere” (Mt 5.32 – RVC), “la induce a cometer adulterio” (NVI), “es como mandarla a cometer adulterio” (BLA)? La mujer en el medio oriente en el tiempo de Jesús estaba totalmente dependiente de un hombre: en su niñez y juventud de su padre; de casada de su esposo. Si ahora el esposo se divorciaba de ella, ella no tenía mucha posibilidad de sobrevivir. La única manera de juntar algunas monedas para mantenerse viva era o ser mendiga (cosa que no era ninguna garantía de vida, porque casi nadie daría algo a una mujer mendiga por el bajo concepto que tenía la sociedad de una mujer), o prostituirse o casarse con otro hombre que la pueda sostener. Pero como para Jesús el pacto seguía intacto a pesar del divorcio, este nuevo casamiento a los ojos de Dios sería adulterio. Por lo tanto, un hombre que se divorciaba de su esposa, la empujaba prácticamente a cometer adulterio como única manera de seguir con vida.
            Vemos entonces que el divorcio no es nunca la voluntad de Dios. Pero, a causa de vivir en un mundo caído, o, en palabras de Jesús, “…por la dureza de su corazón” (Mt 19.8 – NBLH), el divorcio a veces es el mal menor. Jesús dijo que Moisés lo “permitió” a causa de la terquedad del ser humano que no quiere hacerle caso a Dios. Pero de ninguna manera Dios haya dado el brazo a torcer en cuanto a este asunto. Para él, el matrimonio sigue siendo la unión de un hombre y una mujer de por vida. ¡Punto! Sin embargo, a causa del corazón terco y pecaminoso del ser humano, en algunas situaciones extremas es preferible divorciarse antes de que su vida corra serios riesgos. Pablo escribió a los corintios “…que la esposa no se separe de su esposo. Ahora bien, en caso de que la esposa se separe de su esposo, deberá quedarse sin casar o reconciliarse con él. De la misma manera, el esposo no debe divorciarse de su esposa” (1 Co 7.10-11 – DHH). Entonces, para Dios el divorcio nunca es una opción, y el recasamiento imposible. En consecuencia, yo como siervo de Dios, tampoco puedo celebrar un recasamiento, porque va contra la voluntad de Dios.
            Este es el ideal, la voluntad perfecta de Dios. Pero vemos en todas las sociedades y culturas del mundo todo tipo de desviaciones de estos principios bíblicos. ¿Qué deben hacer los que ya le fallaron a lo que Dios ordena? Tomemos el caso de una persona que fue abandonada por su cónyuge o que se ha divorciada, Según lo que hemos visto, no debe buscar “rehacer su vida” como comúnmente se llama el buscarse otra pareja. La Biblia es contundente. Sólo tiene dos opciones: quedarse sola o reconciliarse con su cónyuge. El pacto sigue en pie. Ponte a orar fervientemente por tu pareja. El Señor tiene poder para hacer milagros increíbles. Hay muchísimos testimonios de personas que abandonaron su pacto y se casaron con otra persona, se volvieron a divorciar y se casaron con una tercera. Pero había su cónyuge original que se resistía a dejar de orar por su pareja legítima: “Él es mi marido. / Ella es mi esposa.” Después de varios años, de repente el cónyuge extraviado se despertó a su realidad y se preguntó: “¿Qué estoy haciendo???” Y preguntó a Dios: “Y ahora, ¿qué hago?” Y Dios le dijo: “¡Vete a tu casa!” Se arrepintió profundamente, volvió a su casa, y rehízo su primer y único válido matrimonio.
            ¿Qué del que ha cometido adulterio y se ha unido a una persona que no es de su pacto? Mientras haya todavía alguien que diga por ti: “¡Esa es mi pareja!”, arrepiéntete y ¡vete a tu casa! O si es una persona soltera que se ha unido a una persona que está en pacto con otra persona, arrepiéntete y sal corriendo de tal relación. Es mejor vivir toda la vida como soltero(a) que en una relación que nunca podrá tener la aprobación de Dios mientras viva el cónyuge original de esa persona.
            ¿Y qué si ya no hay casa donde irse? ¿Si ambos compañeros del pacto ya están en otras relaciones y es imposible retroceder para deshacer todos los errores cometidos? Como dijimos, la solución al adulterio en el Antiguo Testamento era el apedreamiento. La solución en el Nuevo Testamento es la gracia de Dios y nuestro arrepentimiento. Pidan perdón por haber actuado mal, quizás porque no sabían lo que hoy saben. Pero de ahora en adelante, sigan la sugerencia de Jesús a la mujer sorprendida en adulterio: “Vete, y no peques más” (Jn 8.11 – RVC). ¿Y cómo deben continuar? La Biblia no nos da instrucciones detalladas para cada caso, sino presenta siempre el plan original de Dios. Ese es el ideal, y a eso debemos apuntar siempre. Si erraste el blanco, humíllate ante Dios y pídele que te muestre el camino a seguir en tu caso concreto. El divorcio no es el pecado imperdonable, ni es más pecado para Dios que cualquier otro. Jesús murió por todos nuestros pecados, y todos encuentran perdón en él. Dios tiene altas exigencias, pero también es amor y compasión. Él es experto en componer o en sanar y darle nuevo sentido a lo que con tanto esmero hemos logrado destruir hasta no poder más. Él te tomará en sus manos y hará de ti y de tu relación de pareja algo precioso para su honra y gloria. Pero él tiene que indicar el camino.
            ¿Y qué tiene que hacer el que no está en ninguna relación todavía? Hacer hoy un pacto de santidad con el Señor, un compromiso serio de buscar siempre su voluntad y regirse estrictamente por ella. Es incomparablemente más fácil mantenerse en el camino de Dios que desviarse de él, causar mucho daño a su propia vida y la de otros y tener que vivir luego con los pedazos rotos por el resto de su vida – aunque sí con la gracia y misericordia de Dios que sana y restaura y arma un mosaico hermoso con los pedazos de nuestra vida. ¡Alabado sea él!

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