“Un pacto con Dios hicimos tú y yo…”
cantó Rabito a su esposa. Muchas veces quizás hemos escuchado esta canción. Así
también muchas veces hemos escuchado —o incluso dicho— palabra parecidas es
estas: “Yo, Julio, acepto a Julia como mi esposa para amarla y cuidarla desde
este día en adelante, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la
enfermedad, hasta que la muerte nos separe.”
Estas no son simplemente palabras
bonitas o una parte necesaria de la ceremonia de bodas. Son los términos
propios de un pacto establecido entre dos personas, así como lo mencionó Rabito
en su canción. En esta mañana queremos ver qué hemos dicho —los que ya lo
dijimos— o qué dirán —los que lo dirán algún día todavía— con estas palabras.
Me temo que para algunos quizás será incómodo o incluso ofensivo lo que veremos
hoy, pero es lo que entiendo que enseña la Biblia. Debo admitir que hasta hace
poco tampoco tuve esta comprensión como la tengo hoy. Me consideré una persona
muy abierta, moderna, no tan cuadrada, en cuanto a este tema. Pero a principios
de agosto participamos de un retiro de matrimonios con Craig Hill, el creador
de la mayoría de los cursos matrimoniales de Principios de Vida y del seminario
“De maldición a bendición”, conocido también por muchos de ustedes. Ahí nos
fueron abiertos los ojos para entender mejor la enseñanza de la Biblia en
cuanto al pacto, al divorcio y al recasamiento.
En la carta de Pablo a los Efesios
encontramos estos versículos que escuchamos prácticamente en cada boda:
FEf 5.31-33
Si hablamos del matrimonio como un
pacto, ¿en qué momento se establece este pacto? El versículo 31 marca el
momento en que un hombre y una mujer entran en esa relación de pacto. Dice que
el hombre (y lo mismo vale también para la mujer) deja a padre y madre. Esto indica
el proceso de independizarse, la finalización de una etapa anterior. El hombre
y la mujer dejan de pertenecer a sus familias originales para formar su propia
nueva. Es como una planta que tiene un brote. En un momento adecuado, sacamos
el brote de su planta original, soltamos la unión con la planta grande, y lo plantamos
en una maceta aparte.
Luego dice el versículo que ese
hombre y esa mujer que soltaron los lazos se funden en un nuevo ser aparte. El
texto dice: “…los dos serán un solo ser”
(v. 31 – RVC), “un solo cuerpo”
(TLA), “una sola persona” (DHH). No
es que uno absorbe al otro, sino ambos juntos forman una unidad totalmente
nueva, que no es ni como él ni como ella, sino algo diferente, un ser
diferente, la suma de ambos. La ecuación matemática es: 1 + 1 = 1. El pacto
matrimonial significa entonces la muerte a la vida independiente para iniciar
una vida en conjunto como un nuevo y solo ser. Esto sucede en un evento público,
según las normas y reglas de cada sociedad, y lo que comúnmente llamamos
“matrimonio”. El pacto matrimonial, reconocido por Dios como tal, se inicia con
este paso, sin interesar si fue por una boda civil, si fue por iglesia
evangélica o católica, por iglesia mormona o de los beduinos del desierto en
Arabia. Tampoco interesa si los contrayentes son cristianos o no lo son. Es un pacto
establecido entre los hombres, reconocido por Dios como tal, y cualquier
intromisión de una tercera persona es adulterio. Si los dos son cristianos
comprometidos, están, además, en un segundo pacto, el de cada uno de ellos con
Dios. En este pacto con Dios entraron en el momento de su conversión. Y este
pacto con Dios le da aún mayor solidez al pacto que establecieron entre ellos
como pareja. Este pacto matrimonial es válido delante de Dios, sin importar de
qué manera se inició.
El texto de Efesios, empezando ya en
el versículo 22, da algunas características de este pacto. En todo este texto,
Dios da tareas, funciones u órdenes específicas, sin mencionar condiciones. Al
hombre se le dice que debe amar a su esposa; a la mujer se le dice que debe
respetar a su marido. Punto. Esto no depende del comportamiento de su pareja,
es incondicional. Si estas funciones estuvieran condicionadas, diría: “Esposos, amen a sus esposas como Cristo amó
a la iglesia… (v. 25 – DHH), mientras que ella los respete a ustedes y se
les sujete.” O: “…que la esposa respete
al esposo… (v. 33 – DHH) siempre y cuando él no le falte el respeto a
ella.” Vemos entonces, que el pacto matrimonial es incondicional. No depende de
lo que haga la pareja, sino depende del compromiso que uno haya establecido.
Por esta misma razón también es
unilateral. Yo establezco el pacto con mi esposa, comprometiéndome yo, sin
importar si ella corresponde o no, si ella es fiel al pacto o no. Yo empeñé mi
palabra, y yo seré fiel a mi palabra, sin preguntar cómo se comporta mi
cónyuge.
En 1 Corintios 7, un capítulo
dedicado a diferentes asuntos relacionados al matrimonio, encontramos una
tercera característica de un pacto. En el versículo 39 Pablo dice: “La mujer casada está ligada a su esposo
mientras este vive; pero si el esposo muere, ella queda libre para casarse con
quien quiera, con tal de que sea un creyente” (DHH). Valga aclarar que lo
mismo vale al revés, que el hombre casado está ligado a su esposa mientras ella
viva. Aquí vemos que un pacto es indisoluble, irrevocable – excepto por la
muerte. Si uno de los dos se muere —y recién entonces—, el pacto deja de
existir y la otra persona está libre para volver a casarse con otro. Antes no.
Mientras los dos vivan, el pacto sigue intacto.
Estas son entonces las tres
características de un pacto: a) incondicional, b) unilateral, c) irrevocable.
La base de un pacto es mi palabra, mi promesa. Yo soy fiel a lo que yo dije, a
lo que yo prometí, porque yo lo dije. Mi palabra tiene peso, y la hago cumplir
sin considerar las circunstancias.
Quizás nos ayuda a entender lo que
es un pacto al contrastarlo con un contrato. Un contrato es también un acuerdo
entre dos personas, al igual que el pacto. Pero tiene diferencias importantes.
Por un lado, es condicional. Mi cumplimiento de mis obligaciones depende de si la
contraparte cumple las suyas. Por eso mismo el contrato es bilateral porque
depende de que ambos cumplan sus compromisos.
Y, en tercer lugar, un contrato es
revocable. Basta con mirar con cuánta facilidad se rompen los contratos con los
técnicos de fútbol para darnos cuenta de esta realidad.
Entonces, tenemos aquí las
características de un contrato: a) es condicional, b) es bilateral, c) es
revocable. Un contrato está basado en los actos de las personas; depende de lo
que cada uno haga.
Déjenme ilustrarlo de la siguiente
manera: supongamos que yo tuviera un auto para vender. Un día se acerca alguien
que lo quiere comprar. Nos ponemos de acuerdo y yo le prometo venderle a él mi
auto. Hacemos un contrato de compra-venta que dice que él me dará una suma X de
dinero, y yo le daré a cambio las llaves del auto. Si él no me da el dinero, yo
no le doy las llaves. Mi entrega depende de su acto de pagar lo estipulado. Ese
es un contrato.
Pero supongamos que él me paga no
más un tercio del monto fijado, y después me dice que por A o B motivos no
puede pagar más. Como yo le prometí venderle el auto, se lo entrego por mi promesa
hecha a esa persona, sin considerar si él cumplió su compromiso o no. Esto es
un pacto.
Un pacto dice: “Yo mantendré mi
palabra y haré lo que dije, independientemente de que tú hagas o no hagas tu
parte.”
Un contrato dice: “Si tú cumples tu
parte en el acuerdo, yo también cumpliré mi parte. Pero si tú no mantienes tu
palabra, yo no estaré obligado a mantener la mía.”
¿A cuál de estas dos maneras de ver
y vivir un acuerdo pertenece el matrimonio? ¿Es un pacto o un contrato? Según
la Biblia es un pacto. ¿Cómo lo vive el mundo – y lastimosamente también gran
parte de los cristianos? Como un contrato válido solamente hasta cuando uno de
los dos es infiel, como si la infidelidad de uno diera licencia para que el
otro también haga lo que le dicte la carne. Es a raíz de esto que la sociedad
hoy está tan destruida y sin relaciones familiares significativas. Están
desapareciendo las células firmes de matrimonios unidos, sosteniéndose contra
viento y marea, cueste lo que cueste. Estas células firmes son la base, el
cimiento, de toda la sociedad. Al resquebrajarse la unión matrimonial, se cae
en pedazos todo lo demás. Tenemos sólo un mar de relaciones casuales, sin
compromiso, en que nadie lucha por el bien del otro. Todo está centrado en mí
mismo, en mí placer, en mis deseos. Es por eso que nosotros como cristianos
somos llamados a defender y mantener en alto los valores bíblicos acerca del
matrimonio. Y no recién cuando uno es casado, sino que los jóvenes tengan esa
convicción clara e inamovible ya desde antes de buscar un cónyuge.
¿Nos damos cuenta de que el pacto es
la protección del matrimonio y de toda la sociedad? El pacto es el lazo
alrededor de marido y mujer que los mantiene unidos en medio de la peor
tormenta de la vida. No es una soga que los esclaviza: “Ni modo, estoy
ligado(a) a este ogro y no tengo escapatoria.” Más bien es el lazo de amor:
aunque estemos muy enojados y nos estemos arañando emocionalmente, el amor
entre nosotros es el compromiso uno con otro que no permite que nos alejemos. Una
sociedad con matrimonios estables será una sociedad sana y fuerte. Una iglesia
con matrimonios estables será una iglesia sana y fuerte. En esta semana pasada,
como parejas que participamos del curso matrimonial hemos ayunado y orado por
los matrimonios de esta iglesia. Y me gozo en el Señor por la lista de ¡27
matrimonios! por los cuales estuvimos orando. No todos son miembros de la
iglesia, pero de alguna manera están relacionados a la misma. 27 matrimonios
son 54 personas, sobre una iglesia de 68 miembros activos. Es una riqueza
increíble que debemos saber valorar – ¡y proteger!
Sabemos que en la antigüedad las
murallas alrededor de las ciudades eran su protección. Imagínense ahora una
ciudad amurallada asentada a orillas de un río. Gran parte de la población se
dedica a la pesca. El asunto, sin embargo, es que de noche se cierran los
portones por precaución. De ese modo, unos pocos vigilantes pueden proteger a
toda la ciudad. Un día (o una noche), uno de los habitantes se retrasó en
regresar a la ciudad y se quedó fuera. No hay forma que él pueda entrar todavía
a la ciudad para ir a descansar en su casa. Para no aburrirse, o de repente
quedarse dormido y ser sorprendido por alguna banda enemiga que esté dando
vueltas por ahí, saca sus elementos de pesca y empieza a pescar. Y ahí descubre
que la pesca más abundante y los peces más grandes se saca de noche. Al día
siguiente, al llegar a casa después de abrirse los portones, él maquina un
plan. Como su casa está construida sobre el muro, él cava un túnel secreto de
su dormitorio hacia el exterior de la muralla. Así cada noche él puede salir
libremente a buscarse los ejemplares más envidiables de dorados y surubíes.
Nadie sabe de esto. Pero a la gente le llama la atención que él es el único que
vende pescados tan impresionantes. Un día uno de sus mejores amigos le pregunta
cómo él logra tanto éxito en su negocio. Él contesta: “¿Puedes guardar un
secreto?” “¡Por supuesto!” Y el resto de la historia ya ustedes conocen. A los
6 meses hay sobre el muro 500 guardadores de secretos con su respectivo hueco
en el muro. ¿Sigue protegida la ciudad? El enemigo puede elegir ahora entre 500
posibilidades para introducirse a la ciudad y saquearla por completo. Así
sucede con la sociedad cuando el pacto del matrimonio es “perforado”. Las
parejas no tienen más el lazo de protección, de modo que, ante la menor
tormenta, ellos no tienen la suficiente fuerza para mantenerse unidos, y las
olas los separan rápidamente. Las familias y la sociedad son presa fácil del
enemigo de las almas que ronda buscando a quién devorar. Él ha logrado que
algunos valores básicos cambien en la sociedad. La Palabra de Dios ha pasado de
estándar absoluto en cuanto a la vida a un libro viejo y anticuado que junta
polvo en las estanterías. El concepto de matrimonio ha pasado del pacto a un
contrato. El autosacrificio por el bien de otros ha pasado a la
autogratificación egoísta. Con estos cambios, el enemigo puede hacer lo que
quiere.
Es urgente que como hijos de Dios
volvamos a los estándares de Dios para el matrimonio. Es urgente que enseñemos
por medio de nuestras palabras y por medio de nuestro ejemplo como parejas de
la iglesia lo que es la voluntad de Dios acerca del matrimonio. Es urgente que
nuestros adolescentes y jóvenes sepan claramente lo que la Biblia enseña
respecto al matrimonio, para que no caigan en errores que lamentarán quizás por
el resto de sus vidas.
Una vez los fariseos también le
preguntaron a Jesús acerca de la voluntad de Dios para el matrimonio. En realidad,
no les interesaba la voluntad de Dios, sino que querían ponerle a Jesús una
trampa con el tema del divorcio. Jesús no les contestó en forma directa su
pregunta, sino volvió al ideal original de Dios: “…el hombre no debe separar lo que Dios ha unido” (Mc 10.9 – DHH).
En privado, Jesús les declaró a los discípulos bien claramente: “El que se divorcia de su esposa y se casa
con otra, comete adulterio contra la primera; y si la mujer deja a su esposo y
se casa con otro, también comete adulterio” (Mc 10.11-12 – DHH). Jesús
estableció claramente que no existe para él la opción de divorcio ni de
recasamiento. Él veía el matrimonio como un pacto que permanece intacto hasta
la muerte de uno de los dos. Ni la infidelidad, ni el divorcio ni ningún otro
pecado puede disolver un pacto, sino únicamente la muerte.
Veamos otro texto. En el Sermón del
Monte Jesús también enseña acerca del divorcio: “También fue dicho: ‘Cualquiera que se divorcia de su mujer, debe darle
un certificado de divorcio.’ Pero yo les digo que el que se divorcia de su
mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere, y el que se
casa con la divorciada, comete adulterio” (Mt 5.31-32 – RVC). Este
versículo, a primera vista pareciera dar carta libre al divorcio y
recasamiento, si la pareja ha sido infiel. Aquí es necesario atender un poco
las palabras en griego y saber algo de la cultura judía. Hay dos palabras en
griego para inmoralidad sexual. Una es la que se traduce como “fornicación”, y
se refiere al acto sexual entre solteros. La otra es “adulterio”, en el que por
lo menos uno es casado. En este versículo que acabamos de leer aparecen las dos
palabras. Jesús dice: “…el que se divorcia de su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella comete adulterio.” Presten mucha atención que
no dice “por causa de adulterio”. Es decir, Jesús habla del divorcio por causa
de un acto sexual entre solteros. ¿Cómo es eso? ¿Acaso alguien puede
divorciarse de su esposa por haber tenido ella relaciones sexuales entre
solteros? Es que en el matrimonio judío había diferentes etapas. Antes del
matrimonio en sí, había la etapa del desposorio, del compromiso. Ambos estaban
comprometidos para casarse. Ante la sociedad ya estaban sellados el uno para el
otro, pero no se había consumado todavía el matrimonio. Una infidelidad de uno
de los dos en esta etapa (fornicación) era considerada igual al adulterio, de
tan fuerte era el compromiso ya en esa etapa. ¿Conocen un caso así? Era el caso
de José y María antes del nacimiento de Jesús. Dice la Biblia: “María, la mamá de Jesús, estaba
comprometida para casarse con José. Antes de la boda, descubrió que estaba
embarazada por el poder del Espíritu Santo. José, su futuro esposo, era un
hombre recto y no quería que ella fuera avergonzada en público. Así que hizo
planes en secreto para romper el compromiso de matrimonio” (Mt 1.18-19 –
PDT). De esta etapa está hablando Jesús. ¿Por qué no habla de adulterio? Porque
según la ley del Antiguo Testamento, el castigo por el adulterio era la muerte:
“Si un hombre es sorprendido acostado con
una mujer casada, los dos morirán, tanto la mujer como el hombre que se acostó
con ella. Así extirparás el mal de Israel” (Dt 22.22 – BLPH). Con esta
medida tan drástica se eliminaría del pueblo de Dios a los que tal acto
cometieron. Pero también se evitaba de esta manera que este pecado tenga
consecuencias para otros, como por ejemplo hijos que puedan surgir del
adulterio. Encontramos esta situación en el caso de la mujer adúltera en Juan
8. Jesús dijo que el que esté sin pecado, que tire la primera piedra para
apedrearla, en cumplimiento de la ley, dando sin embargo claras evidencias que
con él, la gracia estaba por encima de la ley fría.
Jesús, en este versículo de Mateo,
no habló, por tanto, del divorcio a causa de un adulterio, porque en tal caso
ella estaría muerta, y es imposible divorciarse de un cadáver.
Pero este texto tampoco es una
licencia al divorcio, como se podría entender fácilmente. Jesús dijo que el
hombre que se divorcia de su esposa la convierte en adúltera, “…a no ser por causa de fornicación…” En
caso de fornicación, ella ya se habría hecho adúltera a sí mismo. Su adulterio
no sería por el divorcio de su esposo, sino por su decisión de serle infiel.
Ahora, ¿por qué dice que “…hace que ella adultere” (Mt 5.32 –
RVC), “la induce a cometer adulterio”
(NVI), “es como mandarla a cometer
adulterio” (BLA)? La mujer en el medio oriente en el tiempo de Jesús estaba
totalmente dependiente de un hombre: en su niñez y juventud de su padre; de
casada de su esposo. Si ahora el esposo se divorciaba de ella, ella no tenía
mucha posibilidad de sobrevivir. La única manera de juntar algunas monedas para
mantenerse viva era o ser mendiga (cosa que no era ninguna garantía de vida,
porque casi nadie daría algo a una mujer mendiga por el bajo concepto que tenía
la sociedad de una mujer), o prostituirse o casarse con otro hombre que la
pueda sostener. Pero como para Jesús el pacto seguía intacto a pesar del
divorcio, este nuevo casamiento a los ojos de Dios sería adulterio. Por lo
tanto, un hombre que se divorciaba de su esposa, la empujaba prácticamente a
cometer adulterio como única manera de seguir con vida.
Vemos entonces que el divorcio no es
nunca la voluntad de Dios. Pero, a causa de vivir en un mundo caído, o, en palabras
de Jesús, “…por la dureza de su corazón”
(Mt 19.8 – NBLH), el divorcio a veces es el mal menor. Jesús dijo que Moisés lo
“permitió” a causa de la terquedad del ser humano que no quiere hacerle caso a Dios.
Pero de ninguna manera Dios haya dado el brazo a torcer en cuanto a este asunto.
Para él, el matrimonio sigue siendo la unión de un hombre y una mujer de por
vida. ¡Punto! Sin embargo, a causa del corazón terco y pecaminoso del ser
humano, en algunas situaciones extremas es preferible divorciarse antes de que
su vida corra serios riesgos. Pablo escribió a los corintios “…que la esposa no se separe de su esposo.
Ahora bien, en caso de que la esposa se separe de su esposo, deberá quedarse
sin casar o reconciliarse con él. De la misma manera, el esposo no debe
divorciarse de su esposa” (1 Co 7.10-11 – DHH). Entonces, para Dios el
divorcio nunca es una opción, y el recasamiento imposible. En consecuencia, yo
como siervo de Dios, tampoco puedo celebrar un recasamiento, porque va contra
la voluntad de Dios.
Este es el ideal, la voluntad
perfecta de Dios. Pero vemos en todas las sociedades y culturas del mundo todo
tipo de desviaciones de estos principios bíblicos. ¿Qué deben hacer los que ya
le fallaron a lo que Dios ordena? Tomemos el caso de una persona que fue
abandonada por su cónyuge o que se ha divorciada, Según lo que hemos visto, no debe
buscar “rehacer su vida” como comúnmente se llama el buscarse otra pareja. La
Biblia es contundente. Sólo tiene dos opciones: quedarse sola o reconciliarse
con su cónyuge. El pacto sigue en pie. Ponte a orar fervientemente por tu
pareja. El Señor tiene poder para hacer milagros increíbles. Hay muchísimos
testimonios de personas que abandonaron su pacto y se casaron con otra persona,
se volvieron a divorciar y se casaron con una tercera. Pero había su cónyuge
original que se resistía a dejar de orar por su pareja legítima: “Él es mi
marido. / Ella es mi esposa.” Después de varios años, de repente el cónyuge
extraviado se despertó a su realidad y se preguntó: “¿Qué estoy haciendo???” Y
preguntó a Dios: “Y ahora, ¿qué hago?” Y Dios le dijo: “¡Vete a tu casa!” Se
arrepintió profundamente, volvió a su casa, y rehízo su primer y único válido matrimonio.
¿Qué del que ha cometido adulterio y
se ha unido a una persona que no es de su pacto? Mientras haya todavía alguien
que diga por ti: “¡Esa es mi pareja!”, arrepiéntete y ¡vete a tu casa! O si es
una persona soltera que se ha unido a una persona que está en pacto con otra
persona, arrepiéntete y sal corriendo de tal relación. Es mejor vivir toda la
vida como soltero(a) que en una relación que nunca podrá tener la aprobación de
Dios mientras viva el cónyuge original de esa persona.
¿Y qué si ya no hay casa donde irse?
¿Si ambos compañeros del pacto ya están en otras relaciones y es imposible
retroceder para deshacer todos los errores cometidos? Como dijimos, la solución
al adulterio en el Antiguo Testamento era el apedreamiento. La solución en el
Nuevo Testamento es la gracia de Dios y nuestro arrepentimiento. Pidan perdón
por haber actuado mal, quizás porque no sabían lo que hoy saben. Pero de ahora
en adelante, sigan la sugerencia de Jesús a la mujer sorprendida en adulterio: “Vete, y no peques más” (Jn 8.11 – RVC).
¿Y cómo deben continuar? La Biblia no nos da instrucciones detalladas para cada
caso, sino presenta siempre el plan original de Dios. Ese es el ideal, y a eso
debemos apuntar siempre. Si erraste el blanco, humíllate ante Dios y pídele que
te muestre el camino a seguir en tu caso concreto. El divorcio no es el pecado
imperdonable, ni es más pecado para Dios que cualquier otro. Jesús murió por todos nuestros pecados, y todos encuentran perdón en él. Dios tiene altas exigencias, pero también es amor y
compasión. Él es experto en componer o en sanar y darle nuevo sentido a lo que
con tanto esmero hemos logrado destruir hasta no poder más. Él te tomará en sus
manos y hará de ti y de tu relación de pareja algo precioso para su honra y
gloria. Pero él tiene que indicar el camino.
¿Y qué tiene que hacer el que no
está en ninguna relación todavía? Hacer hoy un pacto de santidad con el Señor,
un compromiso serio de buscar siempre su voluntad y regirse estrictamente por
ella. Es incomparablemente más fácil mantenerse en el camino de Dios que
desviarse de él, causar mucho daño a su propia vida y la de otros y tener que
vivir luego con los pedazos rotos por el resto de su vida – aunque sí con la
gracia y misericordia de Dios que sana y restaura y arma un mosaico hermoso con
los pedazos de nuestra vida. ¡Alabado sea él!
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