domingo, 23 de julio de 2017

¿De qué lado estás?

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            Esta tarde continúa el torneo de varones en Villa Hacienda. Es una fecha importante porque se disputa la punta: se enfrentan los dos primeros equipos en la tabla de posiciones. Cada grupo tiene el propósito claro: funcionar como un solo equipo, tratando de superar al contrario para así obtener la victoria. Pero imagínense que uno de los jugadores es muy amigo también de los jugadores del equipo contrario. Por supuesto que desea que gane su equipo, pero le dan pena también sus amigos. Así que, según que de dónde le llegue la pelota, a veces juega para un grupo y otra vez para el otro. Trata de quedar bien con ambos. ¿Cuánto tiempo creen que durará en la cancha hasta ser reemplazado? Me temo que no mucho. Es imposible querer estar de ambos lados, quedar bien con ambos grupos enfrentados. Al final no está a favor de ninguno. Ridículo, ¿no?
            Lastimosamente no consideramos tan ridículo esta actitud cuando es la nuestra propia. Y no en un partido de fútbol, sino en la vida espiritual. Tratamos de vivir una vida doble, a veces aquí, a veces allá. En la historia que nos toca analizar hoy nos encontraremos con este tipo de personas, y vamos a entender a qué me refiero. Pero vamos por partes. La historia encontramos en el capítulo 18 de 1 de Reyes. No la vamos a leer completa, pero sí los versículos claves. Pero abran sus Biblias en 1 Reyes 18, porque les voy ir indicando los versículos a los que hago referencia.
            El domingo pasado habíamos dejado a Elías para que descanse un rato de la persecución que el rey Ajab realizó porque Elías le había anunciado el cese de lluvia. Según la versión de la Biblia que ustedes tengan, encontrarán tres diferentes traducciones del nombre de este rey: Ajab, Ahab y Acab. Yo me voy a referir hoy a él como Ajab. Este rey persiguió a Elías como si el profeta fuese el culpable de ese castigo de Dios, en vez de humillarse él mismo por su rebeldía e idolatría. Pero así somos los seres humanos: siempre buscamos a alguien que pague el plato roto – roto por nosotros mismos.
            Esa sequía había durado ya tres años (v. 1). Si aquí no llueve tres meses, ya nos desesperamos. Imagínense entonces tres años sin una gota de lluvia en todo el país. Pero ahora Dios consideró que ya era suficiente de esta situación. Dios castiga, pero no ahoga. La situación ya se había vuelto extremadamente difícil. El texto dice que “el hambre que azotaba a Samaria era terrible” (v. 2 – RVC). Por eso Dios resolvió que iba a hacer llover otra vez en el país.
            El versículo 3 hace un cambio brusco de escenario. Nos traslada al palacio de gobierno de Ajab, y nos muestra que Dios tiene sus funcionarios en cualquier parte, incluso en el gabinete del gobernador más idólatra: “Abdías era un hombre profundamente temeroso del Señor” (v. 3 – RVC). Y no lo era de boca para fuera, sino lo había demostrado al proteger a 100 de los profetas de Dios (v. 4). Y fue precisamente a este hombre de Dios que estaba en un viaje oficial por el país al se le apareció el profeta Elías. Elías le pidió que le diera aviso al rey de que él, Elías, estaba en ese lugar. A Abdías esto le pareció un chiste de mal gusto porque pensó que el Espíritu de Dios estaría jugando a las escondidas con él, haciendo aparecer a Elías en un lugar, y acto seguido en otro muy distinto. Porque aparecer así de golpe después de 3 años de clandestinidad absoluta, a pesar de los infructuosos esfuerzos en conjunto del FBI, de la CIA y de la KGB por localizar a Elías, debe haberle parecido a Abdías casi a un fantasma. Si él iría ahora a dar el aviso al rey de haber encontrado a la persona más buscada por los servicios de inteligencia, y ésta se deshiciera nuevamente en el aire como una burbuja, a él le costaría la cabeza. Pero Elías le aseguró que nada iba a pasar, que él ahí no más iba a esperar al rey.
            El rey no tardó en ir a encontrarse con Elías. Y nuevamente vemos en él la misma actitud de siempre, la de echar su propia culpa sobre Elías: “En cuanto Ajab divisó a Elías, le dijo: ‘¡Ah! ¡Aquí está el causante de la desgracia de Israel!’ (v. 17 – BLA). Este rey es como leímos en estos días en un devocionario, que si intentas argumentar y razonar con una persona que decidió no creer, estás perdiendo el tiempo. No aceptará ningún argumento ni si le apareciera Cristo mismo. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Ejemplo: Ajab. Así que, Elías simple y directamente le dice: “Yo no causo problemas en Israel. Tú y la familia de tu papá han sido la causa de los problemas. Cometiste un gran error cuando dejaste de obedecer lo que dice el Señor y comenzaste a seguir dioses falsos” (v. 18 – PDT). ¡Para que conste! Y sin dejar que el rey responda, ya Elías le dio instrucciones claras acerca de cómo dejar en claro este punto: “Ordena que los israelitas se reúnan en el monte Carmelo. Que vayan también los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal y los cuatrocientos profetas de la diosa Astarté [o Aserá], a los que Jezabel les da de comer” (v. 19 – TLA). El monte Carmelo a donde Elías convoca al pueblo es en realidad una cadena montañosa de unos 30 km. de largo y que termina prácticamente sobre el mar Mediterráneo. Tenía carácter sagrado para los israelitas.
            Lo que me impresiona aquí es la autoridad que Elías tenía sobre el rey, a pesar de que este no hacía caso en absoluto a Dios. Era la autoridad de Dios mismo en el profeta, ya que él actuó en nombre y por mandato de Dios. Es por eso que el rey cumplió las instrucciones del profeta, y eso llevó al punto central o clímax de esta historia. “Elías se acercó a todo el pueblo y dijo: ‘Hasta cuándo saltarán de un pie al otro’. [¿Hasta cuándo jugarán en dos equipos?] Si el Señor es Dios, síganlo; si es Baal, síganlo a él. Pero el pueblo no le respondió ni una palabra” (v. 21 – Kadosh/BPD). Este versículo describe el verdadero problema del pueblo: de andar con quien más le beneficiaba; querer estar bien con Dios y con el mundo. Y así seguía ese doble juego, una doble vida, espiritualmente hablando. Pero en realidad, el que no está totalmente con Dios, está ya del otro lado. Con Dios es o todo o todo. Un poquito del mundo y un poquito de Dios no combina. Ni siquiera un poquito del mundo y mucho de Dios. ¿O ustedes tomarían de un recipiente con mucha agua y una gota de veneno mortal? Yo por lo menos paso. ¿Cómo pretendemos entonces que a Dios sea agradable nuestra vida con cierta devoción a él, pero también con una pizca de pecado favorito que no queremos soltar? Así estaba el pueblo en tiempos de Elías, y así está nuestra vida también muchas veces si nos descuidamos.
            Para poner en claro quién era el verdadero Dios, Elías propuso un duelo entre Dios y Baal, a ver quién ganaba. El que salga vencedor, ése sería el Dios oficial del pueblo a quien todos tenían que seguir. Al pueblo le pareció bien esta propuesta. El cuadrilátero en el que se iba a desarrollar el boxeo entre Dios y Baal sería un altar con un toro o novillo encima. El Dios que iba a responder con fuego para quemar el sacrificio, ése sería el vencedor. Aquí es interesante una nota explicativa de la Biblia “Dios Habla Hoy”: “El profeta del Señor desafía a los profetas de Baal en el terreno en que ellos pretendían ser fuertes, ya que Baal era venerado como el dios de las tormentas y de los fenómenos meteorológicos. En algunos relieves aparece con un “rayo” en su mano.” Entonces, si alguien lo podría vencer precisamente en su punto supuestamente más fuerte, sería evidencia de verdadero poder y grandeza, muy por encima del dios al que ellos veneraban.
            Encima, Elías les dio a ellos ventaja al invitarlos a empezar primero. Ellos prepararon todo y empezaron con sus ritos de invocación de su dios Baal. En medio de todo el escándalo que armaron ahí para convencer a Baal de que tenga que enviar fuego del cielo, destaca como golpe fulminante la frase que aparece dos veces en el texto: “Pero no se oyó nada ni hubo respuesta alguna mientras saltaban delante del altar que habían levantado” (v. 26 – BLA). Cuanto más ruido hacían los sacerdotes, tanto más destacaba el silencio de su dios. Encima tenían que soportar la burla de Elías: “«¡Griten más fuerte! ¿No ven que él es dios? A lo mejor está pensando, o salió de viaje; quizás fue al baño. ¡Tal vez está dormido y tienen que despertarlo!»” (v. 27 – TLA). Los profetas ya empezaron a ser presas del pánico. Ya era mediodía y no pasaba nada todavía. Sabían que no estaban en una ceremonia cualquiera entre ellos no más, sino que todo el pueblo veía la ineficiencia de ellos y de su dios. Encima era un duelo decisivo. De su resultado dependía toda su existencia prácticamente. Si Baal no sería más el dios dominante, ellos como sus sacerdotes se quedarían sin razón de ser. No tendrían más trabajo. “Comenzaron entonces a gritar más fuerte y, como era su costumbre, se cortaron con cuchillos y dagas hasta quedar bañados en sangre” (v. 28 – NVI). “Herirse hasta sangrar por razones rituales era una práctica prohibida por la ley hebrea” (DHH). De que estos profetas lo hicieran de todos modos, es una señal más de cuánto ellos se habían apartado de Dios y de sus mandatos.
            Después leemos esta frase que suena como una sentencia a muerte de un Juez soberano: “Los profetas continuaron profetizando hasta llegar el momento de hacer el sacrificio de la tarde, pero no pasó absolutamente nada. Baal no hizo ni un ruido. No contestó nada. Nadie los escuchaba” (v. 29 – PDT). ¡Qué tremenda declaración! Sólo el que ha estado sumido en la más terrible oscuridad, con el alma gritando a voz en cuello por auxilio sin que nadie lo escuche, puede entender este cuadro desgarrador. Es que estaban clamando a un dios muerto, y era imposible que él les escuche y que responda.
            Ante la evidente falta de respuesta de Baal, le tocó el turno a Elías. Pero él procedió de una manera muy diferente a los sacerdotes de Baal. Él no construyó su propio altar, sino “…se puso a arreglar el altar del Señor, que estaba en ruinas” (v. 30 – RVC). Esto es mucho más profundo que una simple descripción de los hechos. El altar del Señor arruinado simbolizaba perfectamente el estado espiritual de Israel. La adoración a Dios, la obediencia, el respeto a Dios estaban iguales que su altar: derrumbado. Dios ya no existía para el pueblo. Ellos se habían convertido en sus propios dioses, al hacer y deshacer lo que se les antojaba. Dios ya no tenía nada que ver con ellos, ni ellos con Dios. Lo primero que hizo Elías fue reconstruir otra vez —simbólicamente— la presencia de Dios en medio de su pueblo. Además, no lo hizo de cualquier manera, sino usando 12 piedras conforme a la cantidad de tribus que conformaban el pueblo de Israel (v. 31). Es decir, todo el pueblo completo, cada tribu, estaba representado en este volver a Dios, en este avivamiento que Elías estaba introduciendo. Dios volvería a ser el Dios de toda la nación.
            Pero luego, Elías hizo otra cosa más que demostraría con aun más claridad la victoria del Señor. De que Baal, el dios de los fenómenos naturales, no haya respondido con fuego, ya era derrota más que suficiente. Pero Elías quería demostrar que el Dios del cielo no solamente era incomparablemente superior a Baal, sino que quede evidente que el suyo era un poder sobrenatural y no un simple efecto de película: cavó una zanja alrededor del altar y mandó derramar varios baldes de agua encima del animal a ser sacrificado, la leña y el altar, llenando completamente toda la zanja con agua (vv. 34-35). Sabemos bien que leña mojada no prende fuego, así que, si sucedía algo, no era porque Elías había empleado algún truco barato para prenderle fuego a su sacrificio, sino por una intervención sobrenatural de Dios mismo.
            Luego, Elías hizo una oración simple y corta, pidiendo que Dios responda con fuego. Esto también era un contraste absoluto del tremendo y prolongado alboroto que habían armado los sacerdotes de Baal. En esta oración, Elías dirigió la mirada de todo el pueblo hacia Dios: “Dios de Abraham, Isaac e Israel: haz que hoy se sepa que tú eres el Dios de Israel, y que yo soy tu siervo, y que hago todo esto porque me lo has mandado” (v. 36 – DHH). Al nombrarlo a Dios como el Dios de Abraham, Isaac e Israel, Elías le hizo ver al pueblo que Dios siempre había sido el Dios de Israel desde los inicios de su historia como pueblo. Esto también ya hubiera bastado para ponerlo a Dios nuevamente en el sitio que le correspondía ante los ojos del pueblo. Pero Elías pidió además que Dios lo haga claramente visible no solamente para el ojo espiritual, sino también para el ojo físico. Su objetivo fue que Dios sea exaltado como Soberano y que el pueblo pueda volver sus corazones a él (v. 37). Y Dios respondió a la petición de Elías, consumiendo el sacrificio, toda el agua y, aparentemente, también el altar mismo. La descripción se parece a un rayo que impactó el altar, haciéndolo añicos con todo lo que había en él. Este suceso impactó también fuertemente al pueblo que “…se echó con el rostro en tierra, gritando: ‘¡El Señor es el Dios verdadero! ¡El Señor es el Dios verdadero!’” (v. 39 – BLA/NBE). ¡La luz había vuelto a los corazones del pueblo! El Dios del cielo sería honrado nuevamente en Israel como el Dios único y verdadero. Elías llevó este avivamiento hasta sus últimas consecuencias, eliminando a los profetas falsos, que habían sido los responsables en fomentar el culto al dios Baal (v. 40). Con esto, la causa del disgusto de Dios y su castigo sobre el pueblo con la sequía de tres años fue sacado de en medio, y Dios hizo llover de nuevo abundantemente en Israel (v. 45).
            ¿Hasta cuándo saltarán de un pie al otro? ¿Hasta cuándo jugarán en ambos equipos? Ya habíamos dicho que esto es imposible. No se puede estar bien con Dios y con Baal; con Dios y con el mundo. O estás de uno o estás del otro lado. Observemos un poco más de cerca a los personajes de este drama para ver las características de cada cual. Por el lado de Baal está en primer lugar Ajab. Como ya dijimos, decidido a no creer ni que le aparezca Dios mismo para decirle lo equivocado que estaba.
            Después tenemos al pueblo en general que parece no tener mucha estabilidad en sus convicciones, sino que le sigue no más la corriente a los demás, sin preocuparse en qué dirección se van ni cuál sería el fin de este camino. Estar de onda, eso es lo más importante.
            Tenemos también de este lado a los sacerdotes de Baal. No solamente estaban equivocados ellos mismos, sino que arrastraron consigo a casi todo el resto del pueblo rumbo a la perdición. Y no digamos demasiado pronto que no tenemos absolutamente nada que ver con ellos, ya que no adoramos a ningún Baal. ¿Estás seguro? El domingo pasado el pastor Roberto nos dijo que fácilmente podemos seguir a otros dioses: el dinero, el trabajo, el sexo, el placer, la novia, la reputación, el “qué dirán”, el egoísmo, etc., etc. Hay miles y miles de estos dioses que se nos ofrecen. Cualquier cosa que llega a ser más importante para vos que Dios, es tu dios con minúscula; es tu Baal. Y mientras que le rindes culto y pones tu confianza en ellos, te desangras totalmente, al igual que estos sacerdotes, sin conseguir nada. Sólo te responde un silencio atroz. Votaste por tu dios, le diste todo, sólo para que él te deje colgado en el peor de los momentos.
            Pero también tenemos personajes del otro lado, del lado del Dios verdadero. Por un lado, encontramos a Abdías. Él aparece muy poco en el relato, pero tiene una función crucial. Él defendió a Dios y a sus profetas en el momento más duro para ellos, poniendo en riesgo su propia vida. Imagínense lo que habría hecho Ajab si hubiera descubierto que uno de sus funcionarios más cercanos protegía a 100 personas que el rey consideraba sus enemigos. Abdías estaba en la cueva misma del león, pero con determinaciones muy firmes y claras a favor de Dios.
            Y tenemos también a Elías, por supuesto: el profeta de Dios que obedeció las claras instrucciones de Dios, aun si con esto ponía en peligro su propia vida, como efectivamente lo relatan los próximos capítulos. Pero no titubeó ni un segundo para enfrentar a todo un ejército movido por el demonio mismo, no para hacerse un gran nombre él mismo, sino para que el nombre de Dios sea puesto en alto y la gente pueda volver sus corazones otra vez hacia su Creador.

            Y tú, ¿de qué lado estás? ¿O de repente estás también de los que alguna vez están de este lado y luego del otro? Entonces Elías también te pregunta: “¿Hasta cuándo saltarás de un pie al otro?” Definí ya de una vez qué es lo que quieres para tu vida. No puedes estar de ambos lados. ¡Es simple y llanamente imposible! Y no estoy hablando de ser perfectos. Pero estoy hablando de tener lealtades divididas, de querer preservar ciertos pecados favoritos, pero también tener la bendición de Dios. Fallaremos mil veces, pero si el máximo anhelo de nuestro corazón es vivir consagrado a Dios, vivir en santidad, obedecerle a Dios siempre, entonces estamos totalmente de su lado, a pesar de nuestros errores. ¿De qué lado estás? O más importante aún: ¿de qué lado quieres estar de ahora en adelante? Si descubres que demasiadas veces le has rendido culto a algunos de los baales en tu vida, renunciá al derecho que les has concedido sobre ciertas áreas de tu vida y consagrate totalmente a Cristo. Tú únicamente puedes decidir esto. Pero si decides pasarte ahora al equipo de Dios, haz ahora este compromiso a través de una oración. Y si necesitas ayuda, acercate a mí o a alguna persona de confianza de la iglesia para que te pueda guiar.

domingo, 16 de julio de 2017

Eres enviado






            Háganse la idea de que son grandes empresarios. Su negocio crece y crece. Ahora están a punto de dar un salto enorme en la expansión de su empresa: abrir una sucursal en otro país. El problema es que ustedes no pueden estar aquí en su empresa con su red de filiales nacionales, y al mismo tiempo en su primera filial internacional en, digamos, Buenos Aires. ¿Qué pueden hacer? ¿Cómo pueden resolver esto? Necesariamente tienen que poner a un gerente al frente de esta nueva empresa en Buenos Aires. Les llegan varios currículums de los cuales tienen que elegir uno que sea idóneo para este cargo. ¿Qué van a esperar de él? ¿Qué características debe tener su representante en el otro país?
            Ok, ahora vamos a cambiar los roles. Ahora ustedes no son los dueños de la empresa, sino están en la lista de nominados para el puesto de gerente en esa nueva filial en Buenos Aires. ¿Reunirías vos las condiciones para este puesto? Sin considerar ahora la experiencia y los conocimientos, sino en cuanto a carácter, ¿serías la persona apropiada? Bueno, esta noche les vamos a tomar un examen, a ver si califican para este puesto o no.
            Bueno, les diré algo. Ustedes ya son gerentes en una filial. ¿No se dieron cuenta todavía? La empresa para la cual trabajan se llama “Reino de los cielos”, y la filial que ustedes gerencian está justito donde vos te movés a diario. A tu puesto o tu función se le puede dar también otros nombres, como “mayordomo” o, como en el caso de este campamento, “embajador”. Quiero ver con ustedes algunas características y cualidades de en embajador, guiándome de un texto que a primera vista (y quizás ni a segunda tampoco…) no tiene nada que ver con este tema: el Padrenuestro.

            Mt 6.9-13

            1.) Vamos a ver qué nos dice este texto acerca de nuestra función como embajadores. La primera frase dice: “Padre nuestro que estás en el cielo.” Cuando oramos a Dios y le decimos “Padre”, estamos aludiendo a una persona que está encima de nosotros en cuanto a autoridad. Y si decimos “que estás en el cielo”, indicamos que él y nosotros estamos en dos lugares diferentes. Y esto es precisamente lo que es la situación de un embajador: representa en otro país al que tiene autoridad sobre él, es decir, al gobierno de su propio país. El embajador es un tipo de brazo extendido del presidente de la república en un país extranjero. Ya que el presidente, al igual que ustedes como dueños de su empresa internacional, no puede estar en todos los lugares al mismo tiempo, tiene sus enviados que hacen el trabajo como si él mismo lo hiciera. Por lo tanto, un embajador jamás se va a enviar sólo. Nunca se nombra a sí mismo, sino es elegido y enviado por un poder superior a un lugar específico con una misión específica.
            Si llevamos esto al plano espiritual, ¿quién es el “presidente” que nos envía? Dios, por supuesto. Él nos ha elegido. La Biblia dice que “Dios … nos reconcilió consigo mismo a través de Cristo y nos dio el ministerio de la reconciliación” (2 Co 5.18 – RVC). No fuimos nosotros los que nos reconciliamos con Dios, sino él tomó la iniciativa de quitarnos de encima nuestro pecado y ponerlo sobre Jesús. Y como el pecado era la causa de nuestra separación de Dios, como ya no está más entre nosotros y Dios, estamos en paz otra vez con él. Ahora estamos en condiciones para ser sus embajadores: enviados a un lugar específico con una misión específica. Este versículo dice que “…nos dio el encargo de anunciar la reconciliación” (2 Co 5.18 – DHH). Con esto, tenemos la misión en claro: hacer que otros a nuestro alrededor sepan de que Dios les ofrece la reconciliación con él. Esta es nuestra misión como embajadores. En su oración sacerdotal, Jesús le dijo a su Padre: “Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo” (Jn 17.18 – BPD). No necesitas esperar hasta recibir el llamado de llevar el mensaje de reconciliación a otras personas. El llamado ya se te dio hace miles de años. Falta no más que cumplas tu llamado.
            Pero dijimos también que el embajador es enviado a un lugar específico. ¿Cuál es ese lugar? ¡El lugar en que te encuentras ahora mismo! Si Dios te hubiera querido tener como su embajador en Francia, te hubiera hecho nacer en Francia. Pero te hizo nacer en Paraguay. Por lo tanto, tu misión es aquí, en el lugar en que te mueves de lunes a lunes. Puede ser que en el futuro te cambie de lugar a otra embajada en otro país u otra parte de Paraguay. Pero ahora estás aquí. Eres su embajador, estés donde estés. Y no estás por casualidad en el lugar en que estás, sino porque Dios te puso ahí con una misión a cumplir: representar sus intereses.
            2.) La siguiente frase del Padrenuestro dice: “Santificado sea tu nombre.” En la misma dirección va también el final de este Padrenuestro que aparece en algunas versiones de la Biblia: “Porque tuyo es el reino y el poder y la gloria para siempre. Amén.” Estas son expresiones de alabanza y adoración. Cuando expresamos esto a Dios, él es exaltado antes los hombres. Así, el embajador busca siempre mantener en alto la imagen del que lo envió. Imagínense que un embajador paraguayo empiece de repente a hablar muy mal del presidente Cartes en el país en que le toca estar. Si el presidente se entera de lo que hace este su representante, patitas le van a faltar al entonces ya exembajador para abandonar el país. Con una patada en el… bueno, en cierta parte de la anatomía humana, ese embajador cué saldrá volando de su lugar de misión, aterrizando donde sea, con tal que no sea ni el territorio paraguayo ni ninguna otra embajada en el extranjero.
            ¿Cómo tratamos el nombre o la imagen del que nos envió a nosotros a nuestra misión en esta tierra? Tu testimonio como hijo(a) de Dios, tu manera de ser, tu vocabulario, etc., todo apunta hacia aquel que te envió. Todo tu ser arroja cierta luz sobre Dios. ¿Cómo será la imagen de Dios producida en la mente de las personas a tu alrededor? Tu vida debería dar como único mensaje: “Santificado sea el nombre de Dios…” entre tus compañeros de colegio, de facultad, de trabajo, entre tus vecinos, etc.
            Otra manera de ilustrarlo son las expresiones de Jesús de ser sal y luz. La sal, al mezclarse con la comida, no pierde sus características ni adopta las de la comida a su alrededor. Más bien impregna toda la comida con sus propiedades. La luz no necesita hacer un esfuerzo para brillar. Un fluorescente simplemente tiene que ser para lo cual fue fabricado. Pero hay dos condiciones para que lo sea: tiene que estar en perfectas condiciones, y tiene que estar conectado a la energía. Sin corriente eléctrica el fluorescente, por lindo que sea, no sirve de nada. Y si está con desperfectos, no solamente no sirve de nada, sino molesta. ¿Qué hace un tubo viejo? Todo el tiempo trata de encenderse, pero ya no da. Y esos constantes flashes en medio de la oscuridad son tremendamente molestosos a los ojos. Es más soportable apagarlo del todo y tratar de orientarse de algún modo en la oscuridad. Así son los que quieren estar bien con Dios y con el mundo. Constantemente saltan entre estar prendidos y estar apagados. ¿Y saben qué? Ese tipo de cristianos con desperfectos no sirven de nada. Son más bien una barrera para que los que los rodean puedan encontrar a Cristo. Es ahí que se escucha el típico comentario: “¿Y ese dice ser cristiano? Si él es uno, yo no quiero saber nada de su religión.” No saben cuánto duele escuchar esto por culpa de embajadores cuya vida no arroja alabanza al que los ha enviado.
            3.) La siguiente frase del Padrenuestro expresa el deseo: “Venga tu reino.” Un reino es el espacio en que el rey correspondiente ejerce toda su autoridad. Una embajada es un pequeño pedazo de este reino dentro de otro país. En el predio de la embajada rigen las leyes del país que representa. La embajada de Paraguay en Brasilia es un pedazo de unos cuantos metros cuadrados de Paraguay en territorio brasileño. Incluso una persona puede pedir asilo político a un país dentro de su embajada en otro país. Por ejemplo, quizás habrán escuchado hablar de Julián Assange. En el 2012, él pidió asilo político en la embajada de Ecuador en Londres. Hasta que Ecuador no rechace su solicitud, él puede permanecer dentro de la embajada (que a veces son semanas) y nadie lo puede tocar, por más que toda la embajada esté rodeada por la policía inglesa. Si él pone un pie fuera de la embajada ecuatoriana, cambia la historia… El embajador, entonces, representa los intereses del que lo envió en otro país; instala un pedazo de Paraguay en cualquier otro país.
            El embajador de Cristo instala un pedazo de cielo en esta tierra. Quizás las personas que te rodean no pueden describir lo que sienten cuando están en tu cercanía, pero se sienten atraídos hacia ti porque respiran un ambiente de paz y felicidad en tu presencia. Es porque se encuentran en la embajada celestial que es muy diferente al mundo unos metros más allá. Ahora, si vos sos igual o peor de renegón y plagueón como los mundanos, tirando peste contra todo y todos, no estás representando los valores del reino del cual eres embajador. No seremos perfectos nunca y se nos escaparán cosas a veces, pero es diferente un desliz hacia el reniego a modo de desahogo, que un estilo de vida deprimido.
            Jesús dijo: “Todo el mundo se va a dar cuenta de que ustedes son mis seguidores si se aman los unos a los otros” (Jn 13.35). Eso es pedir “Venga tu reino, instala tu dominio y tus características en mi vida.”
            4.) Sobre la base de esta característica se entiende también la siguiente petición: “Hágase tu voluntad en la tierra, así como se hace en el cielo.” Ya que es un pedazo de su país en el exterior, se ejerce en la embajada la voluntad del gobierno de origen. Es decir, el embajador recibe órdenes claras y específicas que debe cumplir. El embajador jamás puede hacer lo que se le ocurra, sino debe obedecer instrucciones expresas de su gobierno respectivo. Por supuesto que su manual de funciones no explicará cada situación posible habida y por haber, pero sí le da directrices claras dentro de las cuales él tiene que tomar las decisiones para cada caso.
            ¿Y cuál es el manual del embajador de Cristo? Por supuesto, la Biblia. Pablo dice que “toda Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar y reprender, para corregir y educar en una vida de rectitud, para que el hombre de Dios esté capacitado y completamente preparado para hacer toda clase de bien” (2 Tim 3.16-17 – DHH). Ese manual nos enseña todo lo que necesitamos saber para desempeñarnos como fieles mayordomos en este mundo. Jesús fue el primer embajador del reino de los cielos en esta tierra, y él nos ha dejado el ejemplo. Él dijo: “…no bajé del cielo para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Jn 6.38 – BNP). Nosotros podríamos decir: “Yo no nací para hacer mí voluntad, sino la del que me envió a esta vida.” ¿Sueles decir esto?
            Ahora, ¿cuál es la responsabilidad de un embajador en este sentido? Él debe saber exactamente lo que dice el manual. Si él llegara a realizar una acción que va claramente en contra de los reglamentos del manual, el gobierno de su patria lo llamará para que rinda cuentas. ¿Les parece que sea aceptable que él diga que no sabía que esto decía el manual? ¡Por supuesto que no! Era su deber saberlo de memoria casi. Ahora te pregunto: vos como embajador de Cristo, ¿cuánto conocés tu manual? ¿Lo estás estudiando? ¿Cuándo fue la última vez que leíste tu Biblia? Si algún día tu gobierno te llama a rendir cuentas, ¿qué le vas a decir ante la acusación de haber fallado a las órdenes del manual? ¿Será que se conformará plenamente si le decís que no conocías esa orden? Me temo de que no. ¿Cuál es entonces la decisión que tomarás ahora en ese sentido?
            5.) Y hablando de esto, quisiera invertir el orden de las siguientes frases y saltarme a la que dice: “Perdónanos el mal que hemos hecho, así como nosotros hemos perdonado a los que nos han hecho mal.” El hecho de que oramos a Dios pidiendo por su perdón nos muestra que él es superior a nosotros y nos exige rendición de cuentas. Él es la autoridad para determinar si hicimos bien o mal. Como él nos ha dado las prescripciones según las cuales debemos vivir, él es el que puede medir si las cumplimos o no. Así que, un embajador debe rendir cuentas al que le envió. Como ya dijimos, la embajada es un pedazo de patria en alguna parte del resto del mundo, ahí adentro rigen las leyes y normas del país de origen. Sin embargo, por estar inmersa en medio del territorio de otro país, la embajada debe respetar y cumplir las legislaciones del país en que se encuentra. Pero en cuanto al ejercicio de sus funciones como embajada, tiene que rendirle cuentas al gobierno de su país, no a las autoridades locales.
            Esto es muy importante tener en cuenta para considerar nuestro deber como embajadores de Cristo. Las leyes que debemos respetar por encima de todas, son los principios divinos, no las de este mundo. Jesús, en su oración sacerdotal a favor de sus discípulos, le dijo a su Padre: “No te pido que los saques del mundo, sino que los protejas del mal. Así como yo no soy del mundo, ellos tampoco son del mundo” (Jn 17.15-16 – DHH). Es decir, estamos en este mundo, pero no somos de este mundo. Somos sapos de otro pozo. Pero, como vivimos en este pozo, debemos respetar sus leyes. Por eso pagamos nuestros impuestos, participamos de las elecciones y nos atenemos a las reglas de tránsito. Pero en cuanto a nuestra conducta, nuestra función como embajadores de Cristo en este mundo, nos regimos según sus normas detalladas en su manual de instrucciones, la Biblia.
            6.) Volvamos ahora a la petición anterior del Padrenuestro: “Danos hoy el pan que necesitamos.” Cuando hablamos del “pan de cada día”, nos referimos al sustento básico (alimento, vivienda y ropa). Un embajador es sostenido y recompensado por el que lo envió. Cada país vela por los requerimientos de su personal diplomático en los demás países. Ningún embajador es enviado a otro país para que vea cómo sobrevive allá.
            Nosotros tampoco estamos sin el sustento del reino de los cielos. El que nos envió vela por todas nuestras necesidades. A diferencia de un embajador que mes tras mes recibe su sueldo, depender del Rey de los cielos requiere de fe. A veces las cosas no van como uno quisiera, pero Dios nunca deja colgado a su personal de tierra. Dios mismo prometió: “…Yo los he cuidado desde antes que nacieran, los he llevado en brazos y seguiré haciendo lo mismo hasta que lleguen a viejos y peinen canas; los sostendré y los salvaré porque yo soy su creador” (Is 46.4 – TLA). Y el salmista dice: “Yo fui joven, y ya he envejecido, pero nunca vi desamparado a un justo, ni vi a sus hijos andar mendigando pan” (Sal 37.25 – RVC).
            Vivir esto a veces no es fácil, porque estamos demasiado atados a las circunstancias visibles que nos rodean, y de antemano queremos ver claramente todo el camino que implica el llamado de Dios. Cuando Dios nos llamó a ser pastores de Costa Azul, teníamos un montón de preguntas sin respuesta, como, por ejemplo, a lo que a vivienda se refiere, entre otras más. Pero dijimos que, si Dios nos llamaba, él se iba a encargar de todo lo demás. Nos mostró una casa para nosotros, y aunque nos cueste horrores pagarla, ahí estamos. Nunca nos faltó lo esencial. Las únicas veces que nos hemos acostado con hambre fueron los días de ayuno. ¡Dios es fiel! ¡Jamás se retrasa en sus pagos, por más que no sigue un ritmo tan predecible como un sueldo cada fin de mes!
            7.) Y llegamos a la última petición que tiene cierta relación con la que acabamos de considerar: “No nos expongas a la tentación, sino líbranos del maligno.” Un embajador siempre goza de la protección del que lo envió. Sean agentes de seguridad de su país o contratados en el país en el cual presta sus servicios, el estado vela porque sus funcionarios sean “librados del maligno”. Así también los embajadores de Cristo cuentan con el servicio de seguridad de los guardias celestiales. La Biblia dice: “No te sobrevendrá ningún mal ni la enfermedad llegará a tu casa; pues él mandará que sus ángeles te cuiden por dondequiera que vayas” (Sal 91.10-11 – DHH). Esto es muy importante, porque al ejercer nuestra función de embajadores y llevar el mensaje de reconciliación a todo el mundo que nos rodea, nos metemos directamente en la cueva del dragón. Invadimos el reino de las tinieblas, buscando rescatar sus víctimas para hacerlas pasar al reino de Dios. Haciendo esto, entramos en lucha cuerpo a cuerpo con las huestes de Satanás. Por eso dice Pablo: “La batalla que libramos no es contra gente de carne y hueso, sino contra principados y potestades, contra los que gobiernan las tinieblas de este mundo, ¡contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes! Por lo tanto, echen mano de toda la armadura de Dios para que, cuando llegue el día malo, puedan resistir hasta el fin y permanecer firmes” (Ef 6.12-13 – RVC). Con esta protección brindada por nuestro superior, podemos avanzar sin temor en el cumplimiento de nuestro deber como embajadores. Nada ni nadie nos podrá tocar sin su autorización.
            ¿Qué tal tu autoexamen? ¿Cumples los requisitos para ser gerente de la filial de la empresa celestial en esta tierra? ¿Eres un embajador digno del reino de los cielos? Somos enviados de Dios a este mundo con la misión de hacer conocer a la gente de que Dios se quiere reconciliar con ellos; somos enviados a exaltarlo continuamente a él; somos enviados a instalar su dominio en este mundo; somos enviados a cumplir sus instrucciones en esta tierra; somos enviados a regirnos según sus leyes y no las de este mundo; somos enviados con la seguridad de su sustento en todo el tiempo; somos enviados con la certeza de su protección sobrenatural; ¡somos enviados!

            Si eres hijo(a) de Dios, ¡eres un(a) enviado(a)! No es una pregunta, es un hecho. La pregunta es si cumples o no con la misión con la que Dios te envió. La nota del examen que te hiciste esta noche la pones tú mismo. Y también tomas tú mismo la decisión sobre tu futuro como embajador. Si tienes una nota baja en alguna de estas funciones, ya sabes entonces qué hacer.

domingo, 9 de julio de 2017

El camino hacia la victoria





            Como iglesia estamos pasando por una situación muy difícil, junto con nuestra hermana Luz. Quizás más de uno siente que nuestra fe nos ha fallado. Pero el Señor ha obrado grandemente y lo sigue haciendo. Hemos orado por la salud de Isael, y él está ahora más sano que nunca ahora. Hemos orado que Dios se glorifique, y lo ha estado haciendo y lo sigue haciendo – de otro modo que nos habíamos imaginado o como habíamos deseado, ¡pero lo hizo! ¿De qué otra manera toda una iglesia hubiera pasado tres semanas en intensa intercesión, en ayuno (algunos inclusive por primera vez en su vida) y en un espíritu unánime? ¿Acaso esto no es gloria de Dios? Y mucho más llegaremos a conocer en los próximos tiempos y, sobre todo, en la eternidad, de cómo Dios se ha glorificado a través de esta situación.
            Yo presentí que no era casualidad que cayera sobre este domingo el texto fijado en el calendario de predicaciones hace meses atrás. Creí que Dios tenía algo que decirnos en cuanto a Isael. Pero pensé que el mensaje iba en otra dirección. Sigo creyendo que Dios nos quiere decir algo a nosotros hoy, pero con un enfoque diferente de lo que pensé inicialmente.
            Quiero leer ahora el texto que nos corresponde para hoy.

            F2 Crónicas 32.1-23

            En la vida siempre tendremos aflicciones. Ya lo dijo Jesús: “En el mundo tendrán aflicción; pero confíen, yo he vencido al mundo” (Jn 16.33 – RVC). Y normalmente no podemos elegir y ni siquiera prever el momento en que sucederán. Hasta podemos pensar que Dios nos paga mal por nuestra obediencia a él. En los capítulos anteriores leemos que Ezequías era hijo del rey anterior Acaz. Pero Acaz era un idólatra empedernido que llevó a Judá a la bancarrota espiritual. Cuando subió Ezequiel al trono después de la muerte de su padre, él tenía 25 años de edad. No tenía muchas probabilidades de ser diferente al mal ejemplo de su padre. Sin embargo, la Biblia dice algo muy lindo de él: “Los hechos de Ezequías fueron rectos a los ojos del Señor, como todos los de su antepasado David” (2 Cr 29.2 – DHH). Él eliminó todos los altares de idolatría en Judá, el reino del sur de Israel, e instituyó nuevamente el culto al Dios verdadero. Reformó el templo y guió al pueblo en una profunda renovación y arrepentimiento. Y justo cuando él causa un avivamiento en Israel, le vienen encima esos enemigos tan poderosos y peligroso. O, de acuerdo a nuestra situación, justo cuando Isael decidió bautizarse, se nos va. ¿Paga Dios mal por bien? Los que conocemos a Dios sabemos que él no lo hace. Esto quedó también muy magistralmente ilustrado en la película “La Cabaña”. Pero la realidad es que a veces nos pueden venir estas preguntas. ¿Pero cómo lidiar con estas situaciones? La situación descrita en este texto bíblico nos da algunas pautas que son como varios pasos en el camino a la victoria, como he titulado este sermón.
            1.) En primer lugar, Ezequías actuó según lo que estaba a su alcance. En este texto él cerró todos los recursos de agua que había en la zona. Estos hubieran sido una ayuda enorme para el ejército enemigo para lograr la victoria sobre Ezequiel y su país. Sin embargo, el rey trató de cortar toda circunstancia posible que podría ser favorable para los enemigos. Además, fortaleció sus propias defensas al reparar los muros que protegían la ciudad y fabricar más armas (v. 5). Lo que estaba a su alcance, él lo hizo.
            A veces quizás no habrá gran cosa que se pueda hacer. No importa que sea grande o pequeño, lo que puedas hacer, hazlo. En el caso de Isael, los médicos han hecho todo lo posible para poner a salvo la vida de nuestro hermano. La iglesia, la hermana Luz y cientas —quizás miles— de personas más han luchado en el plano espiritual como una sola persona, hombro a hombro, a favor de Isael. La hermana Luz, y con ella muchas otras personas más, han fortalecido su fe y confianza en Dios y su dependencia de él. En pocas palabras: hicimos lo que pudimos.
            2.) Segundo, Ezequiel animó a su pueblo a poner la confianza en Dios. Necesitamos a veces animar a otros (o también ser animados por otros) para seguir adelante en la lucha. Por eso somos iglesia; por eso somos familia: para apoyarnos unos a otros y poner cada uno su hombro bajo la carga de su prójimo.
            Y las palabras que Ezequiel dirige al pueblo son palabras poderosas, de grueso calibre espiritual: “¡Sean fuertes y tengan valor! No teman ni se acobarden ante el rey de Asiria y ante toda la multitud que lo acompaña, porque el que está con nosotros es más poderoso que el que está con él. Con él no hay más que un brazo de carne, pero con nosotros está el Señor, nuestro Dios, para socorrernos y combatir a nuestro lado” (vv. 7-8 – BPD). ¡Aleluya!!! Si pudiéramos mantener esta perspectiva en todos nuestros problemas, viviríamos con mucho menos úlceras estomacales. Este problema, esta tentación, esta aflicción viene a mí como si tuviera todo el poder sobre mí, como si yo fuera víctima indefensa de sus caprichos, pero se olvidó que “…mayor es el que está en ustedes que el que está en el mundo” (1 Jn 4.4 – RVC). Es lo mismo que David le dijo a Goliat: “Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo voy contra ti en nombre del Señor todopoderoso, el Dios de los ejércitos de Israel…” (1 S 17.45 – DHH). Pidámosle al Señor la capacidad de ver los hechos espirituales que se están desarrollando detrás de las circunstancias visibles sólo para el ojo humano. La verdad no es lo que ven nuestros ojos físicos, sino lo que nuestros ojos espirituales deberían poder ver.
            La hermana Luz les ha reiterado a los médicos una y otra vez, prácticamente después de cada informe médico, que ella se aferra a la voluntad de Dios, no a los informes de la ciencia. Y aun cuando Isael no se ha levantado de su cama para salir del hospital caminando, no es que la fe no haya servido o nos haya fallado. Aun así, detrás del desenlace visible del estado de Isael se está tejiendo algo muy hermoso en el plano espiritual que apenas logramos a ver ahora como una sombra pálida, pero que algún día veremos en todo su esplendor.
            3.) En tercer lugar, es vital no dejarse impresionar por el aparente poder y la peligrosidad aterradora de las circunstancias. Digo “aparente”, porque es una imagen falsa, algo que finge ser real pero que no lo es. Y digo también “circunstancias”, porque es algo que nos circunda, nos rodea ese rato, pero que no es una situación permanente. Sin embargo, las cosas circunstanciales y aparentes tienen muchas veces demasiado poder sobre nosotros – ¡si es que les concedemos ese poder! Aquí en nuestro texto, el rey Senaquerib de Asiria mandó a sus oficiales para intimidar a los pobladores de Jerusalén con el tremendo poder de Asiria. Para eso le valió cualquier cosa, incluso mentiras y exageraciones. Lo que dijeron estos emisarios hasta son ridiculeces: que Ezequiel los está engañando, que quitó precisamente los altares del dios en quien ahora dice que confíen, que para todos los otros pueblos y sus dioses fue imposible hacerles frente, etc. La intención era muy evidentemente la anulación emocional de los israelitas. Si una vez el miedo y la depresión se han apoderado de ti, el enemigo tiene cancha libre sin contrario alguno para hacer lo que se le antoje. Y cuántas veces sucede esto. Cuántas veces le damos el permiso al enemigo de ponernos fuera de combate con una pantalla de humo que levanta delante de nosotros y que aceptamos como verdad sin cuestionarlo. Pero, ¿qué hacía el pueblo ante estas reiteradas muestras de supuesto poder de Asiria? Se dio cuenta de la falsedad de las cosas que los asirios les estaban diciendo; que las circunstancias que ellos presentaron no eran la verdad que vieron los ojos espirituales de Ezequiel y su pueblo. En el versículo 19 encontramos una frase muy linda: “[Los asirios] …hablaban del Dios de Jerusalén como si fuera uno de los dioses de los pueblos de la tierra, obra de manos humanas” (BPD). Escuchamos en estas palabras un cierto tono de enojo del escritor contra los asirios que tenían tan en poco su Dios, como si fuera cualquier cosa no más como los demás ídolos mudos y muertos de las otras naciones. Pero ellos —los judíos— sí sabían quién era el Dios de Israel en quien confiaban. Por lo tanto, ¿qué fue lo que ellos hicieron? En 2 Reyes 18 encontramos el relato paralelo a este de 2 Crónicas, con algunos detalles que el libro de Crónicas no cuenta. Ahí dice: “El pueblo guardó silencio y no le respondió ni una sola palabra…” (2 R 18.36 – BPD). No empieces a discutir con tus adversidades. Como dice esa frase atribuida al escritor Mark Twain: “Nunca discutas con un ignorante; te hará descender a su nivel y ahí te vencerá por experiencia.” ¿Por qué vas a querer discutir con una mentira? Habíamos dicho que las circunstancias del momento son una farsa que intenta ocultar la verdad. La mejor estrategia es ignorarla por completo y más bien hacer el siguiente paso que hizo el pueblo en esta oportunidad.
            4.) Presenta tu problema al Señor. Dice el versículo 20: “Ante esta situación, el rey Ezequías y el profeta Isaías hijo de Amós, clamaron a Dios y le pidieron ayuda” (TLA). En 2 Reyes dice: “Ezequías recibió las cartas de los mensajeros y las leyó. Entonces Ezequías subió al templo del Señor y abrió las cartas delante del Señor” (2 R 19.14 – PDT). Dios es el único que no solamente tiene el panorama completo, sino que ve, además, el cuadro verdadero, no el falso que te quieren pintar las circunstancias. Extendé delante de él tu situación, dejala en sus manos. Él sabrá qué hacer con ellas. Pedro nos anima: “Tiren todas las ansiedades sobre él, porque él cuida de ustedes” (1 P 5.7 – Kadosh). Esto hemos hecho de manera intensa en las últimas 3 semanas. Así Dios lleva nuestras aflicciones, y nosotros podemos estar libres para el siguiente paso:
            5.) Alaba al Señor. Ezequiel oró al Señor, empezando a alabarlo aun antes siquiera de haberle presentado todo este problema: “Señor, Dios de Israel, que tienes tu trono sobre los querubines: tú solo eres Dios de todos los reinos de la tierra; tú creaste el cielo y la tierra” (2 R 19.15). Al alabar al Señor, reconocemos su grandeza y soberanía. Así nuestra mirada se corrige y se dirige a él. En vez de enfocarnos en las circunstancias aparentes, miramos al único verdadero y todopoderoso. Al engrandecer a Dios y exaltarlo por encima de todo, tus problemas se reducen a un tamaño insignificante. Y Dios se deleita en esto.
            El viernes en el velorio de Isael, la hermana Luz, con voz entrecortada por el llanto, empezó a cantar lo que cantamos hoy también aquí: “Bueno es alabar, oh Señor, tu nombre, darte gloria, honra y honor por siempre. Bueno es alabarte, Jesús, y gozarme en tu poder. Porque grande eres tú, grandes son tus obras. Porque grande eres tú, grande es tu amor, grande es tu gloria.” Y estoy seguro que el Señor se ha sentido supremamente complacido por esta alabanza de un corazón contrito. Esto es engrandecer a Dios, su amor, sus obras, su gloria, aun estando al lado del féretro de su cónyuge.
            Si llegamos a adorarlo aun en medio del llanto y del dolor, el Señor desplegará todo su poder a favor de sus amados hijos: “En respuesta, Dios envió un ángel que mató a los valientes soldados y jefes del ejército del rey de Asiria. A Senaquerib no le quedó más remedio que regresar a su país lleno de vergüenza. Y cuando entró al templo de su dios, sus propios hijos lo mataron” (v. 21 – TLA). ¡Qué final más trágico para un problema que se quiso interponer en el camino del pueblo de Dios, desafiando al mismo Dios todopoderoso! ¡Gloria a Dios! Él nunca será derrotado. Aunque seamos atormentados por los problemas, él siempre mantendrá el control sobre todo y todos, y él será glorificado. Presenta ahora tus problemas y angustias ante él y deja que él te llene de su paz. Tus circunstancias quizás no cambiarán por eso, pero tú sí cambiarás, y cambiará tu visión de las cosas. Tus circunstancias perderán su aspecto terrorífico y se derretirán ante el sol luminoso del amor de Dios.


domingo, 2 de julio de 2017

Alabanza y adoración

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            En un culto normal tenemos varias partes: la introducción, el tiempo de las canciones, la Escuela Dominical, la prédica, los avisos y el cierre. De todas estas partes, ¿cuál es la más importante del culto?
            Espero poder mostrarles hoy cuál es la parte más importante. Quiero presentar hoy en forma muy resumida lo que en realidad es toda una serie de 8 prédicas acerca de la alabanza y adoración.
            ¿Qué vamos a hacer algún día en el cielo? Quiero leer algunos extractos de los capítulos 4, 5 y 7 de Apocalipsis, y traten de sumergirse en el relato (ármense la película en su mente de lo que está descrito en estos pasajes): “…vi un trono en el cielo, y a alguien sentado en el trono. … Rodeaban al trono otros veinticuatro tronos, en los que estaban sentados veinticuatro ancianos vestidos de blanco y con una corona de oro en la cabeza. En el centro, alrededor del trono, había cuatro seres vivientes … [que] día y noche repetían sin cesar: «Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era y que es y que ha de venir.» Cada vez que estos seres vivientes daban gloria, honra y acción de gracias al que estaba sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postraban ante él y adoraban al que vive por los siglos de los siglos. Y rendían sus coronas delante del trono exclamando: «Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas; por tu voluntad existen y fueron creadas.» …
            Luego miré, y oí la voz de muchos ángeles que estaban alrededor del trono, de los seres vivientes y de los ancianos. El número de ellos era millares de millares y millones de millones. Cantaban con todas sus fuerzas: «¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la alabanza!» Y oí a cuanta criatura hay en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra y en el mar, a todos en la creación, que cantaban: «¡Al que está sentado en el trono y al Cordero, sean la alabanza y la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos!» Los cuatro seres vivientes exclamaron: «¡Amén!», y los ancianos se postraron y adoraron. …
            Después de esto miré, y apareció una multitud tomada de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas; era tan grande que nadie podía contarla. Estaban de pie delante del trono y del Cordero, vestidos de túnicas blancas y con ramas de palma en la mano. Gritaban a gran voz: «¡La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!» Todos los ángeles estaban de pie alrededor del trono, de los ancianos y de los cuatro seres vivientes. Se postraron rostro en tierra delante del trono, y adoraron a Dios diciendo: «¡Amén! La alabanza, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, la honra, el poder y la fortaleza son de nuestro Dios por los siglos de los siglos. ¡Amén!» (Ap 4.2, 4, 6, 8-11; 5.11-14; 7.9-12 – NVI).
            ¡Wow! ¡Qué culto de adoración más glorioso! ¡Cómo anhelo poder formar parte ahora ya de él! Pero en realidad ya estoy participando. Porque cuando aquí estoy alabando y adorando a Dios, estoy ensayando para lo que será el gran coro del que voy a participar al otro lado de la muerte. La alabanza y adoración es lo único que seguiremos haciendo en el cielo de todo lo que hacemos aquí en la tierra. Es más, en realidad es una actividad celestial de la que tenemos un tibio anticipo ya en esta vida. ¿Vas a querer perderte una sola oportunidad de participar de algo celestial?
            Pero, ¿qué es alabanza y adoración realmente? Es algo muy difícil de definir porque es algo divino, viene del cielo mismo, como acabamos de ver. Se puede describir a la alabanza y adoración como la respuesta humana a la revelación que Dios hace de sí mismo. Por ejemplo, reconozco que Dios hizo algo maravilloso en mi vida, y con mi canción quiero agradecerle por eso. Reconozco que Dios proveyó para mis necesidades, y con mi ofrenda y diezmo quiero agradecerle. Entonces, cuando Dios se me muestra de alguna manera, yo busco modos para responder a esta revelación. Así entramos en un tipo de diálogo con Dios: él me habla o se me manifiesta, y yo reacciono con mi alabanza y adoración a esta revelación que Dios hace de sí mismo. Aunque lo describamos como un diálogo, este movimiento de ida y vuelta en la comunión con Dios puede suceder casi simultáneamente, a veces.
            Podemos reconocer básicamente dos cosas diferentes de Dios: podemos reconocer lo que él hace y reconocer lo que él es. Por lo general, la alabanza empieza por lo primero: alaba y agradece a Dios por lo que él hace: “Señor, te alabo porque me salvaste, porque me protegiste en el viaje, porque me sanaste… etc.” Todas son cosas que Dios hizo por nosotros, y agradecerle por ello es alabanza. Esta alabanza puede estar dirigida a Dios mismo o compartida con otros a modo de testimonio. Estuve revisando las canciones que cantamos hoy aquí. Las primeras todas fueron una invitación a las demás personas a alabar a Dios o un testimonio de lo que él ha hecho en nuestras vidas: “Pueblos todos, batid las manos, alabad a Dios con voz de júbilo. Cantad a Dios, cantad, cantad a nuestro Rey, porque Dios es el Rey de toda la tierra.” … “Él es el Rey, infinito en poder, él es el Rey de los cielos. Seré para él siervo fiel pues mi vida compró con su amor.” … “A aquel que nos amó, testigo fiel, exaltaré. Al que es principio y fin, al gran Yo Soy, adoraré.”
            Pero tarde o temprano, el reflexionar acerca de lo que Dios hizo, nos lleva a pensar en lo que Dios es, y lo que yo soy frente a este Dios. Dios me sanó de una enfermedad grave y esto me hace reconocer su tremendo poder y su amor hacia mí. Y ahí empiezo a darme cuenta de todas las características o atributos de Dios y empiezo a responder a ellos. Y eso es adoración. Eso es estar frente a frente al Gran Trono y contemplar y disfrutar de la intimidad con Dios. ¿Qué cantamos hoy en las últimas dos canciones? “Quiero conocerte, cada día más a ti, entrar en tu presencia y adorar. Revélanos tu gloria, deseamos ir mucho más a ti, queremos tu presencia, Jesús.” … “Sentado en su trono, rodeado de luz, a la diestra del Padre, gobierna Jesús. Con ojos de fuego, con rostro de sol, cuando abre su boca es trueno su voz. Poderoso, en majestad y reino, poderoso. Poderoso, en potestad e imperio, poderoso.” ¿Se dan cuenta? No cantamos no más por cantar, sin un propósito o porque necesitamos llenar el tiempo del culto, esperando a que los que suelen llegar últimos al culto estén a tiempo para el gran momento de la predicación. Todo el culto, desde el “Buenos días”, tiene el propósito de tomarnos de la mano y llevarnos a la mismísima presencia de Dios. ¿Te molestaría que te deje el tren? Entonces vení un poco antes de las 9:00 para que puedas subir junto con todo el resto y emprender el viaje hacia el trono de Dios. No sé si me explico…
            Tanto la alabanza por los grandes actos de Dios y la adoración al ser mismo de Dios pueden expresarse de diversas maneras. Las canciones que cantamos es una forma muy conocida, pero no la única. Le puedo honrar al Señor prestando atención a lo que él me quiere decir en la prédica. De repente un punto en la prédica me toca, y por fin entiendo eso que se está exponiendo, y yo digo: “¡Wow, gracias Dios!” Eso es adoración. Le honro a Dios poniéndome a disposición para lo que se publica en los avisos. Avisé algunas veces que estábamos en el intento de comprar el lote al lado, y un hermano me dice: “Cuando se compre, yo lo voy a limpiar como mi ofrenda.” Y ayer se limpió. Eso es adoración. Le honro a Dios por medio de mi ofrenda y diezmo, declarando mi dependencia de él. Le honro contando a los demás mi testimonio de lo que yo he vivido con el Señor. Le honro intercediendo por otro de sus hijos, como lo hacemos por el hermano Isael. Le honro estando a tiempo en el templo para tomar el hilo desde el inicio del culto – y no cortándolo a los que ya lo tomaron al inicio con mi llegada tardía.
            La alabanza cantada suele ser más celebrativa, más alegre y rítmica, porque estamos tan contentos por lo que Dios ha hecho. Pero de repente entramos en un estado de más quietud, meditación, reverencia, contemplación, y nos damos cuenta que estamos en la misma presencia de Dios, en una intimidad muy especial y muy diferente a los minutos previos. Entonces empezamos a adorarlo por sus atributos, en silencio y abiertos a que él nos hable. Ese momento ya no es momento para hablar. Tampoco es momento de recibir llamadas. Por respeto al prójimo y más todavía por respeto a Dios, disciplinémonos a apagar nuestro celular o ponerlo en silencio al llegar al templo. Basta con un solo sonido de celular y todo este ambiente de vivir la presencia de Dios se cae en pedazos para todos. Retomarlo luego, ya es muy difícil. ¿O crees que alguien más importante que Dios te pueda hablar en ese momento para que dejes tu celular prendido?
            Estos son sólo algunos ejemplos de cómo se puede expresar la alabanza y adoración. Nos damos cuenta entonces que alabar a Dios no es sinónimo de cantar, únicamente. Más bien es un estilo de vida de lunes a lunes, las 24 horas del día.
            La adoración debe ser nuestra respuesta a la revelación de Dios. Pero responder a una revelación de Dios implica necesariamente conocerle. Una persona que no conoce a Dios, no puede adorarle. No puedes elogiar la cualidad de una persona que no conoces. No puedes adorar a un Dios al que no conoces. Cuánto más lo conoces a través de tu lectura bíblica, tu meditación, tu oración diarias en tu casa, tanto mejor lo podrás alabar y adorar.
            Ahora, ¿qué sucede cuando alabamos a Dios? Por supuesto que él se deleita. La Biblia dice que Dios “…se sienta en el trono, rodeado por las alabanzas de Israel” (Sal 22.3 – BLPH). El protagonista de la obra “La alabanza” no es la congregación, no es el grupo de alabanza, sino Dios mismo. Él es el centro de todo lo que hagamos en el culto – y en nuestra vida cotidiana. Pero entre nosotros también ocurren cosas – y estoy hablando ahora de la alabanza y adoración pública.
            Por un lado, la adoración crea una atmósfera de redención. Habíamos dicho que al adorar estamos en la presencia misma de Dios. Nos acercamos como seres humanos con nuestras debilidades, fallas, errores y pecados a un Dios que la Biblia describe como el tres veces santo, es decir, un Dios absolutamente separado del pecado. Y ahí, al enfrentarnos con la santidad de Dios en la adoración, nos damos cuenta de la real magnitud de nuestro pecado. Al entrar en la luz de la santidad de Dios, nos damos cuenta de lo cochino que es nuestra vida, manchada con todo tipo de suciedad y pecado. Ahí puede suceder sólo una de dos cosas: o salgo de raje de la presencia de Dios o clamo por su misericordia y perdón. El pecado no soporta la presencia de Dios. El ambiente de adoración nos pone entonces ante la decisión entre permanecer con nuestro pecado o humillarnos ante Dios y dejarnos limpiar por él.
            Isaías, al verse en la presencia misma de Dios, exclamó desesperadamente: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos la Rey, Jehová de los ejércitos” (Is 6.5). Esto es lo que experimenta la persona que se enfrenta con la santidad de Dios al acercarse a través de la alabanza y adoración.
            Pero también, la adoración da perspectiva a la vida. La presencia de Dios nos purifica —si es que no elegimos salir huyendo de su presencia—, lo que incluye también a nuestra mente y nuestras motivaciones. Llegamos a conocer más el corazón de Dios y su voluntad. Después de este momento de adoración yo conoceré mejor el plan de Dios para esta humanidad y mi lugar dentro de este plan. La adoración me hace ver las cosas con más claridad. El cristiano que sale de la presencia de Dios después de haber adorado, sale con una tarea a cumplir.
            Una tercera consecuencia de la adoración es que da ocasión al compañerismo. El ser humano siente gran necesidad de compañía. El culto de adoración le da la oportunidad de juntarse con otros hermanos, hijos del mismo Padre celestial. Por eso es tan importante que seamos fieles en la asistencia a la iglesia, porque el factor de la comunión es mucho más importante de lo que pensamos. Cuando como iglesia tenemos una experiencia tremenda de estar en la presencia de Dios, no vamos a querer salir nunca de ahí y nos sentiremos muy unidos con todos los hermanos que están presentes ahí. Pero el que no estuvo ese domingo, se queda a un costado, sin poder haber disfrutado de esta comunión. La adoración une a los adoradores y fomenta el compañerismo.

            Podríamos mencionar otros puntos más, pero ya nos damos cuenta que la alabanza y adoración es sumamente importante no solamente para Dios, sino para nosotros también. ¿Acaso querrías perderte estas oportunidades? Entonces vení un poco antes de las 9:00 para que podamos empezar a tiempo y todos juntos. Como dije hace rato, la alabanza y adoración se da de diferentes maneras en todos los momentos del culto. La adoración, el reconocer a Dios y responder a su revelación se da a través de la lectura bíblica, la oración, el sermón, algún testimonio que alguien comparte, las ofrendas, las canciones, los avisos e incluso el silencio. Dios puede revelarse en cualquier momento de la forma como él quiera. Si estamos atentos, podemos tener comunión con él. Si llego tarde, puede que el momento en que Dios se quería encontrar conmigo en particular ya haya pasado. ¿A ustedes les gusta mirar una película desde la mitad en adelante? Cuesta mucho entender la trama. Nos puede resultar interesante la parte que estamos viendo, pero nos cuesta subir al carro y quizás nunca lo logremos del todo, porque nos faltó la primera parte. De la misma manera sucede también con el culto. Puedo ser bendecido y ser de bendición desde la mitad del culto en adelante, pero me va a costar mucho. Vuelvo a preguntar: ¿cuál es la parte más importante del culto? ¡Todas las partes son igualmente de importantes porque representan variadas oportunidades de estar en intimidad con el Señor! Al subir aquí el que dirige el culto y dice: “Buenos días”, se inicia un fluir del Espíritu Santo que cruza todas las siguientes partes del culto y continúa hasta mucho después de terminar la reunión aquí. Es por eso importante estar a tiempo, por un lado, para entrar desde el inicio en este fluir del Espíritu y no tratar a medio camino meterse todavía; y por otro, para no cortar el fluir para los demás que ya entraron desde el principio. El llegar a tiempo es cuestión de disciplina, en el 95% de los casos, diría yo. Pueden darse algunas veces percances, por supuesto. O en familias numerosas, al terminar de alistar al último hijo, el primero ya se ensució otra vez y tiene que repetir el proceso, incluso más profundamente. Hemos tenido domingos en que convenimos empezar el culto más tarde, en otro horario, pero igual muchos llegaron tarde. Por el contrario, nosotros y el grupo de alabanza estamos aquí todos los domingos a las 8:00 de la mañana, y se puede. A veces no me queda tiempo para el desayuno porque tengo que hacer todavía unos últimos trabajos para el culto, pero a las 8:00 estamos en la iglesia. Entonces, el desafío que les dejo es ordenar su tiempo de tal modo, que les permita estar el próximo —y todos los demás domingos— a las 9:00 de la mañana. Estamos retrasando mucho ya el inicio del culto a causa de los que llegan tarde, pero no debe ser así. Tampoco vamos a poder decirle a Cristo: “Esperá un cachito en venir por segunda vez, que no estamos listos todavía. Vení dentro de media hora.” Cuando suenen las trompetas, él vendrá. Si estamos listos, ¡bien! Si no, no sé lo que pasaría. Creo que ya somos bastante grandecitos y podemos controlarnos a nosotros mismos. La alabanza y adoración debe ser un estilo de vida para nosotros durante toda la semana, como ya dije, pero el domingo es un momento muy especial para esto. Aprovechémoslo al máximo, desde el inicio hasta el final.