No sé si a mí no más me pasa
esto, pero ha pasado (de hecho, ya varias veces) que afirmo algo con absoluta
certeza, solo para darme cuenta más tarde que estuve equivocado; que lo que yo
había afirmado tan vehemente no era así. ¡Trágame, tierra! Ese “despertar” no
es nada agradable, pero peor sería no darse cuenta de que uno estuvo mal.
Esa fue la desgracia de la
iglesia de Laodicea: creyó todo lo contrario a la realidad, pero sin darse
cuenta de su error. Veamos lo que Cristo tiene para decirle…
F Ap 3.14-22
Los comentaristas describen a
la ciudad de Laodicea de la siguiente manera: “Laodicea era la ciudad más
opulenta de las siete que había en Asia. Se le conocía por su banca industrial,
la manufactura de lana y la escuela de medicina que producía un medicamento
para los ojos. Pero la ciudad siempre tuvo un problema con el suministro de
agua. En cierta oportunidad se construyó un acueducto para transportar agua a
la ciudad desde manantiales de agua caliente. Pero cuando el agua llegaba a la
ciudad, no estaba ni caliente ni fría, solo tibia. La iglesia había llegado a
ser tan insípida como el agua tibia que llegaba a la ciudad” (DV). Ya estamos
notando que esta descripción de la ciudad se traspasaba también a la iglesia
del lugar.
Pero antes de considerar lo
que Cristo tiene que decirle, veamos cómo él se presenta a esta iglesia. Él
empieza diciendo: “Así dice el Amén, el
testigo fiel y verdadero…” (v. 14 – RVC). Esta presentación como el Amén no
es algo típico para Jesús como un nombre propio. Sin embargo, Jesús ha usado este
término muchas veces en sus enseñanzas. Cada vez que él decía: “De cierto, de
cierto os digo…”, o: “En verdad, en verdad les digo…”, en griego él usaba esa
palabra “Amén”. En griego, diría así: “Amén, amén les digo…” Es una fórmula
para afirmar con absoluta seguridad que lo que va a decir a continuación,
verdaderamente es así. Y el hecho que Jesús usa esta fórmula dos veces seguido
significa que lo que va a decir es verdad, verdad. Así que, si él dice aquí que
es el Amén, no es otra cosa que decir que es el testigo verdadero, el que da
informes y declaraciones certeras. Esto es importante especialmente en relación
al mensaje que él tiene para la iglesia de Laodicea. Es la única de las 7
iglesias que no recibe ningún elogio sino solo reprensión. Era una iglesia que
se había creado con el tiempo su propia verdad; o… mejor dicho al revés, vivía
su propia mentira, creyendo que era verdad. Necesitaba de la evaluación de
alguien que es el Amén; que es la verdad; cuyo diagnóstico es absolutamente
certero, sin margen de error. Ya lo habíamos visto el domingo pasado que Jesús
se presentó como el verdadero. Ahora vuelve a decir lo mismo, pero, en otros
términos.
Después, Jesús se presenta
como “el principio de la creación de Dios”
(v. 14 – RVC), “que dio inicio a todo lo
que Dios creó” (PDT). ¿No les suena esto sospechosamente a lo que el mismo
autor del Apocalipsis escribe en otro de sus libros? Juan, en el prólogo a su
Evangelio, revela la eternidad de Jesús. Al principio no lo nombra
directamente, sino habla de la Palabra o del Verbo. Y escribe: “Dios creó todas las cosas por medio de él
[el que es el Verbo], y nada fue creado
sin él” (Jn 1.3 – NTV). Lo que Juan describió en su Evangelio, Cristo dice
ahora también en su carta a Laodicea. Por eso, una versión traduce su presentación
a esa iglesia: “Por medio de mí, Dios
creó todas las cosas” (v. 14 – TLA).
Si él creó todo, él tiene el
control de todo. En consecuencia, él está al tanto de cada detalle. Eso es lo
que él revela también a esta iglesia. Jesús conoce todo lo que esta iglesia
hace y lo que es. Y lo que ve en ella no es muy alentador. Él la califica como “ni frío ni caliente” (v. 15 – NVI). En
Bolivia se diría: “ni chicha ni limonada”, o sea, algo, que no tiene
características claras. Es algo aguachento que no sabe ni a esto ni a otro.
Podemos entender esta calificación de Jesús de dos maneras: por un lado,
indicando dos opuestos. Así, “caliente” se referiría a ardiendo en pasión por
el Señor y “frío” como total indiferencia o rebeldía contra Dios. En tal
sentido, al decir Jesús que él desea que sea o frío o caliente sería como
diciendo: “Definite. ¿Quieres estar conmigo o no? Porque con un pie en la
iglesia y un pie en el mundo no vas a llegar a ningún lado. No puedes estar
bien tanto con Dios como también con el diablo.”
La otra forma de entenderlo
es que, tanto frío como caliente, son posiciones deseables. O sea, que ambos
términos se refieren a algo positivo. Podríamos describirlo como o tereré
helado o mate bien caliente. Ambas cosas, en el ambiente apropiado, es algo muy
deseable y positivo. Pero si el mate es tibio, no es atractivo en absoluto. O
un tereré con agua natural en un día de mucho calor. Tiene que ser bien
marcado, claro al primer sorbo qué es, si es mate o si es tereré. Pero algo en
el medio no es agradable. Como cristiano es marcar una postura bien clara.
Podemos tener características diferentes, pero bien claros en cuanto a nuestra
devoción y obediencia a Cristo. Pero lo tibio, lo indiferente hacia Dios, eso
no es atractivo ni para el prójimo ni mucho menos para Dios. Jesús dice que lo
vomitará de tanto desagrado que le produce un “cristiano” tibio.
Un primo mío, hace muchos
años atrás dio testimonio en nuestra iglesia de un campamento de jóvenes del
que él había participado. Era un evento internacional de casi una semana
entera. El orador venía de otro país. Todos los días se presentó ante los
jóvenes, luciendo una tremenda barba. Pero el último día, al subir al
escenario, todos los jóvenes se quedaron boquiabiertos. El orador se había
afeitado la mitad de su barba. De la mitad para un lado, una vegetación
exuberante en su cara, hacia el otro lado la piel pelada. A primera vista
estaba marcadamente claro el mensaje: una cosa hecha a medias no sirve de nada.
Mejor hubiera sido no hacer nada. Y lo que este orador dijo, me quedó grabado
hasta ahora, incluso al solo escuchar posteriormente el testimonio: “Ni mil
medio cristianos hacen a un cristiano verdadero.” Quizás a algunos les suena la
palabra “Terminator”, el hombre-máquina, proveniente de una serie de películas
con Arnold Schwarzenegger. Bueno, escuché una vez el término “cristianator”:
mitad cristiano, mitad carnal. “Ojalá
fueras frío o caliente” (v. 15 – DHH)!
¿Cómo es un cristiano tibio?
El mejor término para describirlo es “indiferente”. Le da igual asistir a la
iglesia o no; le da igual hacer su devocional diaria o no; le da igual entablar
amistades profundas con el mundo o no; le da igual probar las “ofertas” del
mundo y el pecado o no; la santidad perdió su valor y el pecado ganó interés.
Si lo conoces por primera vez y quisieras saber si es cristiano o no, llegas a
la conclusión: “No lo sé.” No hay señales claras. No es ni chicha ni limonada.
No se define. Bueno, déjame decirte que, si no se define, es porque ya se
definió. El mundo ganó ya tanto terreno que ya destronó a Cristo. La sal dejó
de ser salado, la luz se puso debajo de un recipiente. ¡Qué descripción más
deprimente! Imagínense lo que este cuadro provocará en el Dios tres veces
santo: “…te vomitaré de mi boca” (v.
16 – DHH). ¿Es un caso perdido? ¡No, en absoluto! Siempre hay posibilidad de
arrepentimiento, como veremos también en este caso, pero es un caso en grave
peligro y sin victoria.
Un pastor fue una vez a
visitar a un joven de su iglesia que estaba haciendo el servicio militar.
Estaban sentados ahí conversando, con los otros compañeros soldados pasando por
ahí cerca. Cuando en la conversación el pastor empezó a hablar de la Biblia y
de Dios, el joven le susurró: “Pastor, por favor baja la voz. Aquí nadie sabe
todavía que soy creyente.” Este es un creyente tibio.
Uno de los problemas mayores
de un tibio es que no se da cuenta de su verdadero estado. Cree estar bien.
Quizás en el fondo sabe que no es así, pero no le importa. Lo desplaza de su
mente para no pensar en eso. Hace callar su conciencia para que no le recuerde
de su verdadero estado. Por eso dice Cristo: “Tú dices: ‘Soy rico, tengo lo que deseo, ¡no necesito nada!’ ¡Y no te
das cuenta de que eres un infeliz, un miserable, pobre, ciego y desnudo”
(v. 17 – NBD)! La ciudad Laodicea era una de las más ricas de la zona. Esto se
había traducido también a la iglesia. Esto llegó a apañar la dependencia de
Dios, y la iglesia empezó a sentirse autosuficiente. Ya no le necesitaba a Dios
porque todo lo resolvía con sus recursos. Pero el diagnóstico de Cristo distaba
lejos de lo que esta iglesia creía. La llama infeliz, miserable, pobre, ciego y
desnudo. ¡Vaya, qué crudo despertar para la iglesia! Algo parecido fue la
iglesia de Sardis que tenía fama de estar viva, pero estaba muerta a los ojos
de Cristo (Ap 3.1). Todo lo opuesto era la iglesia de Esmirna que se creía
pobre, pero Jesús le dice que en realidad es rica (Ap 2.9).
Quizás no tengamos el dinero
o nuestras posesiones como fundamento de nuestra autosuficiencia, pero es
posible que haya otras cosas en las que confiamos más de la cuenta. Puede ser
nuestro empleo, nuestro carácter, nuestras relaciones o contactos, nuestro
conocimiento, nuestras habilidades, etc. La lista puede ser larga. Cualquier
cosa que nos hace sentir no necesitar a Dios se vuelve nuestro peligro. No
estoy hablando de despreciarse a sí mismo y arrastrarse por el suelo. Podemos
alegrarnos por nuestros puntos fuertes y alabar a Dios por ellos, pero no
confiar en ellos. Si tengo ciertas habilidades resaltantes, puedo dar gracias a
Dios por ellas y ponerlas a su disposición: “Muéstrame cómo y dónde puedo
servirte a ti y a los demás con estas habilidades y dones que me has dado. Que
sea para tu honra y gloria. Todo lo que tengo y lo que soy rindo a tus pies
para que sea un sacrificio de alabanza que señala a ti y que trae honra y
gloria a tu nombre.” Esta es la actitud correcta y nos protege de sentirnos
autosuficientes. Un cristiano tibio jamás va a decir esto con convicción,
porque más le importa su propia gloria, su propio deleite o cualquier beneficio
que pueda obtener para sí mismo. Todo su mundo gira alrededor de él y sus
deseos. ¿En qué se diferencia de una persona del mundo? Muy poca diferencia hay
a simple vista. Es un estado sumamente peligroso porque la persona está como
anestesiada espiritualmente. Como digo, quizás sepa que algo está mal, pero es
incapaz de reaccionar por sí misma. Necesita de un toque fuerte del Espíritu
Santo, quizás a través de otro hermano o hermana que se da cuenta de su
situación y que le quiere ayudar a encontrar el camino de regreso a la plena comunión
con el Padre. Y a veces esa persona también necesita de alguien que camine con
ella un trecho para poder afirmarse y, con el tiempo, caminar sola en comunión
con el Padre. Si ves que algún hermano o hermana no está actuando bien,
cerciórate primero que has evaluado correctamente la situación de él/ella,
porque a veces vemos solo una parte y juzgamos de acuerdo a eso, pero no
sabemos todo lo que está detrás de lo que vemos. Podemos llegar a causar más
daño con nuestro pre-juicio de lo que ayudamos. Pero no le dejes solo/a a esta
persona. Acercate a ella y busca cómo poder ayudarla. Quizás Dios te quiera
usar justamente a ti para despertar y encender nuevamente a un cristiano tibio.
¿Cuál es la solución que
Cristo le prescribe a la iglesia de Laodicea? Ella estaba totalmente enfocada
en los recursos físicos a su alrededor. Pero Jesús le sugiere buscar su
verdadero tesoro en él. Él lo ilustra con oro de la mejor calidad. Dios no es
un negociante de oro, sino lo usa para contrastarlo del oro de este mundo que
buscaba la iglesia. Ojo, este texto no habla en contra de ser rico, sino trata
de ubicar la riqueza de este mundo en el plano correcto. Para la iglesia de
Laodicea, estos recursos físicos ocuparon todo su campo de visión. Cristo la
invita a que se enfoque primeramente en los recursos espirituales que provienen
de él. Ya en tiempos de andar sobre esta tierra, Jesús había dicho: “No amontonen riquezas aquí en la tierra,
donde la polilla destruye y las cosas se echan a perder, y donde los ladrones
entran a robar. Más bien amontonen riquezas en el cielo … Pues donde esté tu riqueza, allí estará también
tu corazón” (Mt 6.19-21 – DHH). Jesús quería que el corazón de los
laodicenses estuviera en el cielo. Por lo tanto, les recomendó buscar su
riqueza en el cielo.
Además, Cristo le recomienda
comprar de él “vestiduras blancas, para
que te vistas y no se descubra la vergüenza de tu desnudez” (v. 18 – RVC).
Ya habíamos visto que él mismo ofreció vestidura blanca a los vencedores, los
que se mantienen fiel a él hasta el fin (Ap 3.5). La Biblia usa esta imagen
como símbolo de la pureza y santidad. Espiritualmente, estar vestido de blanco
significa vivir en santidad; haber sido limpiado de todo pecado. En el que no
está vestido de blanco, en el que no vive en santidad, solo se manifestará el
verdadero estado de su corazón.
Da vergüenza ajena ver lo que
algunos publican en sus redes sociales. Algunos posan con su lata de cerveza o
su cigarrillo como si fuera lo más cool del mundo. Otros dan rienda suelta a un
vocabulario denigrante, creyéndose la gran cosa por poder usar palabr(ot)as de
ese tipo. Con cada posteo, con cada imagen o cada “chiste” revelan el estado
calamitoso de su corazón. Y lo que muestran de sí mismos da tanta lástima, más
todavía porque ellos están ciegos a su realidad. Creen que están en la cima de
la fama cuando en realidad están en el fondo del basurero. Son como el mal
aliento: todo el mundo se da cuenta, menos el que lo tiene.
Precisamente este era el
problema de la iglesia de Laodicea. Había perdido la capacidad de ver su
verdadero estado. Por eso, Cristo le recomienda, en tercer lugar, comprar de él
colirio para sus ojos espirituales. La ciudad era famosa por producir colirio
medicinal para los ojos físicos, y Cristo invita a la iglesia a buscar en él lo
que puede sanar su vista espiritual.
En cierta ocasión los
discípulos estaban acongojados porque se habían olvidado de llevar pan. Y Jesús
los reprende fuertemente por estar ciegos a lo que sucedía ante sus narices, y
de no reconocer quién era él verdaderamente: “¿Tan embotada tienen la mente que no son capaces de entender ni
comprender nada? ¡Ustedes tienen ojos [físicos], pero no ven [lo espiritual];
tienen oídos, pero no oyen” (Mc 8.17-18 – BLPH)! Es tan fácil ser
encandilados por la perspectiva de este mundo que empaña nuestra vista.
Necesitamos dejar una y otra vez que el Señor purifique nuestra vista de
nosotros mismos para poder ver correctamente en qué estado estamos. O en
palabras de Jesús: “¡Hipócrita!, saca
primero el tronco de tu propio ojo, y así podrás ver bien para sacar la astilla
que tiene tu hermano en el suyo” (Mt 7.5 – DHH)! ¡Qué mimito lo que el
Señor nos está dando hoy…! Pero así somos. No queremos ver nuestra real
condición hasta que el Señor nos dé con el palo, y ahí recién reaccionamos.
Bueno, a veces creo que el Señor ya nos tiene que dar choques eléctricos en su
intento de reanimar a nuestro espíritu.
El Señor le está dando un
ultimátum a la iglesia de Laodicea: “A
los que amo yo los reprendo y corrijo. Sé fervoroso y arrepiéntete” (v. 19
– BNP). No es un caso perdido. Todavía hay tiempo para arrepentirse. ¡Ya es
suficiente andar con tanta ceguera! Ya el Señor te mostró tu verdadero estado,
ya te indicó cómo resolverlo, así que, ¡reaccioná! Desestimar hasta esta
reprensión es muy peligroso. Estás poniendo en riesgo tu espíritu. Dios “no romperá la caña que ya está doblada, ni
va a apagar la mecha de la que apenas sale humo” (Mt 12.20 – PDT), pero tú
sí lo puedes hacer si no tomas en serio las advertencias del Señor. La llave de
la puerta está de tu lado. Tú eres la única persona que puede abrir la puerta
de acceso a tu corazón para experimentar la sanidad del Señor. Él te dice: “…estoy a tu puerta, y llamo; si oyes mi voz
y me abres, entraré en tu casa y cenaré contigo” (v. 20 –TLA). La invitación
de su parte está hecha. Él quiere acceder a tu vida y sanar tu ceguera
espiritual. Él quiere restaurar tu corazón. La pelota está en tu cancha. ¿Vas a
aceptar su invitación? ¿Vas a abrirle tu puerta para que él te transforme en el
hombre o la mujer que él soñó que seas? Al permitir que Jesús obre renovación
en tu vida, tú te conviertes en un vencedor, y su promesa para ti es: “Al vencedor lo sentaré junto a mí en mi
trono, del mismo modo que yo, después de vencer, me senté junto a mi Padre en
su trono” (v. 21 – BLA). ¡Qué promesa! ¿Te puedes imaginar gobernar junto
con Jesús por toda la eternidad?
Con esto llegamos al final de
esta serie acerca de la iglesia. Dios nos ha hablado de diferentes maneras.
Quizás de todos los mensajes de Cristo a las iglesias del Apocalipsis, este
último ha sido el más serio. ¿Te tocó el mensaje a Laodicea? ¿Qué te está
hablando Dios? ¿Cómo vas a reaccionar ante esto? ¿Necesitas confesarle algo a
Dios? ¿Te hizo ver cierta ceguera en tu vida? ¿Por qué no haces público tu deseo
de la intervención de Dios en tu vida y pasas aquí al frente para que oremos? Y
si necesitas una conversación en privado con alguien, puedes acercarte a
alguien de tu confianza y pedir una conversación a solas. “Yo estoy a tu puerta, y llamo; si oyes mi voz y me abres, entraré en
tu casa y cenaré contigo” (v. 20 –TLA). Si deseas abrirle la puerta, ven
aquí al frente.