Luego de que Pablo diera
instrucciones prácticas en cuanto a las relaciones dentro de la iglesia, llega
a hablar ahora del comportamiento del cristiano hacia fuera, hacia el gobierno
y luego también en cuanto al resto de la sociedad.
Pablo llama a los cristianos a ser
ciudadanos ejemplares. Esto implica brindar obediencia al gobierno (v. 1). En
este texto hallamos una imagen casi exageradamente positiva de un gobierno. Se
lo podríamos considerar el ideal, porque también en tiempos de Pablo no todos
los gobiernos eran tan ejemplares como se los presenta aquí. En el Apocalipsis,
por ejemplo, encontramos ya un cuadro muy diferente del gobierno terrenal.
Pero debemos partir del hecho de que
Dios ha establecido un cierto orden social. Donde hay personas juntas, no se
puede sin una cierta estructura de autoridad y de personas que asuman
responsabilidad, tomen decisiones y den órdenes. Por eso dice Pablo que les
debemos nuestra obediencia a las autoridades, porque ¿de qué servirían los
esfuerzos de los líderes si nadie les hiciera caso? Por eso Dios instituyó los
principios de la autoridad y la responsabilidad. Esto ya es así desde la
creación. Adán y Eva tenían que asumir cierto poder administrativo sobre el
resto de la creación (Gn 1.28). Lo que Pablo muestra aquí claramente es que un
cristiano no puede aislarse del resto de la sociedad nacional. Somos ciudadanos
de una nación y tenemos nuestra responsabilidad hacia la misma.
Que el gobierno haya sido instalado
por Dios, no significa todavía que cada uno de los presidentes de república que
hay en esta tierra sean puestos por Dios. Más bien se puede entender que la
autoridad y el poder de un gobierno son principios establecidos por Dios. Dios
es la fuente de la autoridad. Todos los que ejercen autoridad en este mundo, la
recibieron de parte de Dios. Por eso dice la Traducción en Lenguaje Actual: “Sólo Dios puede darle autoridad a una
persona, y es él quien les ha dado poder a los gobernantes que tenemos” (v.
1 – TLA). Al obedecerlos, le obedecemos también a Dios que ha establecido ese
orden. O, dicho de otra manera, el que se opone a las leyes y decretos del
gobierno, desobedece a Dios y se hace culpable (v. 2). En vez de enojarnos con
el gobierno de turno y hablar mal de todos los políticos, deberíamos seguir las
instrucciones de Pablo: “Que se ore por
los reyes y todas las autoridades para que tengamos un ambiente de paz y
tranquilidad, donde sea posible adorar y respetar a Dios” (1 Ti 2.2 – PDT).
Si no hacemos esto, tampoco podemos quejarnos.
Sin embargo, hay excepciones a esta
obediencia a las autoridades. Los apóstoles les dijeron a las autoridades
religiosas de su tiempo: “Es necesario
obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5.29 – RVC). Cuando las
órdenes del gobierno contradigan las de Dios, le debemos nuestra obediencia a
Dios y no al gobierno. Pablo escribió a los efesios: “Ahora Cristo está muy por encima de todo, sean gobernantes o
autoridades o poderes o dominios o cualquier otra cosa, no sólo en este mundo
sino también en el mundo que vendrá” (Ef 1.21 – NTV). Es decir, la
autoridad de Jesús está lejos por encima de la autoridad de cualquier
gobernante de este mundo.
Tenemos que tener en cuenta que este
capítulo no es un desarrollo acabado del tema de la relación entre iglesia y estado.
Tampoco se especifica el comportamiento de un cristiano en todas las
situaciones posibles. La intención de Pablo es que haya paz y orden social,
para que el evangelio pueda extenderse más rápido y sin obstáculos. Y para eso
es necesario que los cristianos se subordinen al gobierno. Aunque haya cosas
que consideramos erróneas, no aportamos a su solución con tirar peste contra el
gobierno y oponernos al mismo.
Entonces, si la autoridad ha sido
puesta por Dios, es con un objetivo muy específico: buscar el bien de la
población. El que se orienta en las directrices del gobierno y vive de acuerdo
a ellas no tiene nada que temer (v. 3). Más bien deben cuidarse aquellos que
transgreden las leyes. Claro que esto otra vez es lo ideal. Nuestra realidad y
la de todo el mundo se ve bastante diferente en muchos casos. Por un lado, las
personas que están en el gobierno, también son seres humanos falibles. Por otro
lado, no todas las personas en puestos de eminencia preguntan por la voluntad
de Dios para la humanidad, sino aprovechan más bien su posición para
beneficiarse a sí mismos. El poder siempre contiene también la tentación al
abuso de poder – también dentro de la iglesia.
La función que una persona de
autoridad debe cumplir, según la voluntad de Dios, va en dos direcciones: por
un lado, debe hacer el bien y ayudarnos a nosotros a hacerlo (v. 4). Por otro
lado, debe castigar el mal. Pablo dice que las autoridades no llevan la espada
de adorno. La espada es símbolo del poder disciplinario del gobierno. La versión
Dios Habla Hoy dice: “…no en vano la
autoridad lleva la espada…” (DHH). Si entonces un agente de tránsito nos
extiende una boleta de multa, no tenemos por qué enojarnos con él. Simplemente
cumple la función que Dios mismo le atribuyó, aun si él no fuese consciente de
ello. Tenemos entonces dos razones importantes para someternos a las
instrucciones de las autoridades: por un lado, para evitar el castigo (en
condiciones normales), y segundo, para tener una consciencia tranquila (v. 5) –
aunque surjan sensaciones incómodas al encontrarse de golpe en un control
policial.
Ya que el gobierno ejerce la función
impuesta por Dios, y en este mundo nada funciona sin dinero, la población debe
pagar impuestos que deben ser usados para el bien de todos (v. 6). Evasores de
impuestos no se hacen culpables sólo ante la ley, sino también ante Dios.
Muchos lo justifican diciendo que los impuestos de todos modos terminan en
bolsillos privados. Es cierto, pero yo no soy llamado a elevarme como juez
encima de las autoridades. Cada persona tendrá que rendir cuentas ante Dios y
quizás también ante el juez. No obstante, en algunos casos de corrupción
evidente, la evasión fiscal es usada conscientemente como medida de presión.
Pero para lograr algo por esa vía es necesaria la unidad de la mayor parte de
la población.
Resumiendo, Pablo dice que debemos
pagarle a cada uno lo que le corresponde, sean impuestos, tarifas de
importación, o respeto y honra (v. 7). Con la inclusión del respeto y la honra,
Pablo abre el margen prácticamente a cada ser humano. Hasta ahora él habló sólo
del gobierno, pero ahora él indica que le debemos algo a prácticamente cada ser
humano: la honra y el respeto por ser creación según la imagen de Dios. Con
esto él apoya lo que dijo Jesús: “Pues
den al emperador lo que es del emperador, y a Dios lo que es de Dios” (Mt
22.21 – BLPH).
Si cumplimos con esta exhortación de
pagar todo lo que es nuestro deber, también cumplimos con la siguiente de no
tener deudas (v. 8). Este versículo no se refiere tanto a deudas económicas,
aunque hacemos bien en aplicar esta exhortación también al área de las
finanzas. Más bien, Pablo habla de las cosas que él mencionó en el versículo anterior:
impuestos, gravámenes, respeto y honra. A esto él agrega ahora también el amor.
Pero se apresura en decir que el amor no se puede pagar. Lo tenemos que entregar
cada día de nuevo. Con esto llegamos a cumplir al mismo tiempo toda la ley de
Dios, ya que el amor nunca le causará ningún daño al otro (v. 10). Esto sería
una contradicción en sí mismo. Toda la ley se resume en esta una: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (v. 9 – NVI). Por eso dijo Agustino de Hipona, el padre de la
iglesia: “Ama, y haz lo que quieras.”
Esta demostración de amor no debe
ser postergada por mucho tiempo. No podemos darnos el lujo de perder tiempo
dormitando (v. 11). El tiempo que cada uno tiene en este mundo está limitado.
Por eso, cada día en que no se demuestra el amor es un día perdido.
Pero no pasa sólo el tiempo, sino
toda la historia de la salvación está muy avanzada. Pablo dice que pronto
vendría el día (v. 12). Con esto, Pablo se refiere al último día, o el día de
la segunda venida de Cristo que Pablo consideraba ya muy cercano. Por eso, es
tiempo de prepararse para ese día y no seguir jugando con el pecado. Sólo una
vida en santidad es la única preparación adecuada para encontrarse con su
Señor. Para dejar a un lado “las obras de
las tinieblas” (RVC), es decir, el pecado, debemos ponernos “la armadura de la luz” (NVI). Una
descripción detallada de esta armadura encontramos en la carta a los efesios[1].
Toda nuestra vida debe ser vivida a plena luz del día (v. 13). La vida en la
luz es una lucha constante, para la cual necesitamos precisamente estas armas.
Lo malo surge especialmente bajo el manto de la oscuridad. Pero Pablo dice que
constantemente debemos comportarnos como si estuviéramos en la luz potente. Él
menciona el desenfreno en diferentes áreas que debemos evitar a toda costa: “Vivamos correctamente como gente que
pertenece al día: no asistamos a parrandas ni borracheras. No usemos nuestro
cuerpo para inmoralidades ni pecados sexuales. No debemos causar problemas ni
tener celos” (v. 13 – PDT). En vez de eso, debemos vestirnos de Cristo como
si fuera un vestido y no ocuparnos tanto de los asuntos meramente físicos para
no despertar los deseos de la carne: “…no
se dejen arrastrar por la carne para satisfacer sus deseos” (v. 14 – BLA).
En esta vida siempre tendremos que luchar por no dejarnos dominar por nuestra
carne, es decir el pecado.
Preguntas
para reflexionar: ¿Qué actitud tengo hacia las ordenanzas municipales,
departamentales y nacionales? ¿Hay alguna regla a la que me opongo
conscientemente? ¿Hay leyes que no tomo tan en serio? No buscamos un legalismo
frío, sino una actitud respetuosa a las autoridades en la iglesia, el
municipio, gobierno, etc.
¿Cumplo con mi responsabilidad de
orar por el gobierno?
¿Noto algún mal manejo a nivel local
o nacional que yo debería denunciar, basado en la Biblia? ¿Debería llamar a los
responsables a un cambio de actitud? ¿Hay algo con lo cual yo pudiera aportar
para una solución de ciertos problemas?
¿Le debo algo todavía a alguien?