Prácticamente cada día
nos encontramos con diferentes manifestaciones de fe. Hay personas que realizan
grandes sacrificios para demostrar su fe; otros dicen tener mucha fe de que tal
o cual cosa sucederá; otros se levantan como un Hulk espiritual, proclamando
con voz de mando: “Yo declaro que…”, etc. Todas estas son manifestaciones de
algún tipo de fe. ¿Será una fe auténtica y bíblica? La Biblia dice que “…sin fe es imposible agradar
a Dios…” (He 11.6 –
RVC). ¿Pero qué tipo de fe será esta? Hay diferentes clases de fe, pero no
todas nos llevan a vivir según la voluntad de Dios. Mucha gente tiene una fe
intelectual de Dios. Saben que él existe y que ha hecho grandes maravillas en
la historia, pero esto no les toca en forma personal. Creen en su existencia, así
como creen en la existencia del Mariscal López. Pero eso pasa lo mismo con los
demonios que, según la Biblia, también creen, y tiemblan de terror. Pero esa fe
de ninguna manera los lleva a vivir según la voluntad de Dios.
Otros tienen una fe
temporal, mientras que aprieta el problema. Si se enferma el hijo se escucha a
menudo decir: “Tengo mucha fe de que mi hijo se va a sanar.” Pero cuando pasa
la emergencia, están tan desinteresados en obedecer a Dios como antes. Y así
probablemente podríamos continuar describiendo otras clases de supuesta fe,
pero que no son de ese tipo que agrada a Dios.
¿Cómo es entonces esa
fe que agrada a Dios? ¿Qué rol juega esa fe en nuestra vida? ¿En qué momento se
manifiesta? Si empezamos a analizar esta cuestión, nos damos cuenta que la fe
juega un rol primordial en nuestra vida como hijos de Dios en todo el tiempo.
1.) La fe es
crucial para nacer a la vida
El mismo versículo de
Hebreos que habíamos citado al inicio confirma esto. Sigue diciendo: “…para acercarse a Dios es preciso
creer que existe y que no deja sin recompensa a quienes lo buscan” (He 11.6 – BLPH). Es decir, de
alguna manera debemos tener una fe intelectual que cree y acepta la existencia
de Dios, pero creerlo sólo con la mente no basta. Este tipo de fe debe ser sólo
un trampolín que nos impulsa a la fe salvadora. Nadie va a poner su entera
confianza en algo que no cree que existe. Es obvio. Si yo no creo en la
existencia del Papá Noel, no voy a esperar que él me traiga regalos. Lo mismo
pasa con Dios. No me voy a acercar a él si no creo que él existe y que me
ofrece la salvación de mi situación desesperante. Pero si acepto por fe su
existencia, puedo depositar en él toda mi confianza, toda mi vida, creyendo que
él me va a soportar con toda mi carga y mis pecados, y que él será único y
suficiente Salvador. Ahí se cumple lo que dice Pablo a los Efesios: “…por la bondad de Dios han
recibido ustedes la salvación por medio de la fe. No es esto algo que ustedes
mismos hayan conseguido, sino que es un don de Dios. No es el resultado de las
propias acciones, de modo que nadie puede gloriarse de nada” (Ef 2.8-9 – DHH). Ese es el tipo de
fe que le agrada a Dios: que confía como un niño en su padre que Dios lo
aceptará tal cual es y que lo limpiará de toda maldad. Todo lo que nosotros
quisiéramos aportar a nuestra propia salvación, no solamente no nos serviría de
nada, sino sería una ofensa a Dios. Porque con esto le diríamos: “Lo que tú nos
tienes por ofrecer no es suficiente todavía. Yo voy a completar tu obra.” O
también: “Yo no dependo de ti para mi salvación. Puedo valerme por mí mismo.”
¿Muestra esto confianza en el Señor? No, en absoluto. Muestra más bien orgullo
y autosuficiencia. Y esto no trae honra a Dios. Por eso, sin fe es imposible
agradar a Dios. Y esta fe es indispensable, crucial, a la hora de nacer de
nuevo como hijo(a) de Dios.
2.) La fe es
crucial para vivir la vida
Pero con el nuevo
nacimiento no se termina la necesidad de la fe. También la vida cotidiana
requiere de fe para poder vivirla adecuadamente. La fe es, en segundo lugar,
crucial también para vivir la vida. Sin fe es imposible agradar a Dios en la
experiencia diaria. ¿En qué sentido?
La fe siempre tiene
que ver con algo que está fuera de nuestros sentidos o nuestro conocimiento. No
necesito fe para lo que yo puedo ver. No puedo decir: “Tengo fe de que la IEB
Laurelty tiene un micrófono.” Sería absurdo decir esto. Estoy viendo y usando el
micrófono. No necesito fe para esto. La fe es más bien tomar aquello que está
en el futuro o que no puedo ver o captar con mis sentidos y considerarlo como
tan real como lo es para mí este micrófono. Dice la Biblia que “la fe demuestra la realidad
de lo que esperamos; es la evidencia de las cosas que no podemos ver” (He 11.1 – NTV). La fe es como un
radar que atraviesa la neblina espesa de las circunstancias que nos impide ver
lo que está por delante. Pero el radar mira a través de esta neblina y nos muestra
con claridad qué hay más allá, y nos hace avanzar con seguridad y confianza.
Pero, ¿en qué está
basada la fe? Este es el gran problema de mucha gente. Muchos creen que la fe
se basa en su propia imaginación. Esperan con ansias que se cumpla aquello que
está en su mente. Y a esto lo llaman “fe”. Pero en algunos casos, más que
llamarlo “fe”, deberían llamarlo “delirio”. Y es ahí que se produce la moda
actual de las declaraciones: “Yo declaro que mañana tendré 1 millón de dólares
en mi cuenta.” Sí, puede ser: 1 millón de dólares en deudas si no aprendes a
manejar tu dinero… ¿Está mal hacer este tipo de declaraciones? Puede que sí,
puede que no. Déjenme explicarlo.
Por un lado, las
palabras tienen un poder mucho mayor de lo que normalmente sospechamos. Dios
creó el mundo por medio de su palabra hablada. Jacob bendijo a sus hijos, cosa
que se cumplió al pie de la letra. Los profetas declararon un montón de cosas
sobre el pueblo que sucedería, y efectivamente, así sucedieron. Jesús condenó a
la higuera, y amaneció muerta al día siguiente. Eliseo maldijo a unos cuantos
muchachos que se burlaban de él, y aparecieron dos osos que mataron a los
niños. Nuestras palabras tienen poder. Entonces, si declaramos algo, cosas
empiezan a suceder en el mundo espiritual. Además, como decía una profesora mía
en la universidad: “Nuestro cerebro no sabe identificar una mentira. Lo que vos
le decís, eso lo cree.” Si entonces declaras algo, tu mente te toma la palabra
y empieza a actuar como si aquello que declaraste ya fuera una realidad. Si
declaraste que vas a tener un empleo mejor pagado, tu mente empieza a cranear
estrategias para lograr un mejor empleo. Si declaraste que eres un inútil, tu
mente hará todo lo posible para que efectivamente lo seas. Lo que vos decís, la
mente lo toma como un hecho y empieza a regirse por eso.
Además, el declarar
algo en voz alta activa también nuestra fe. Mientras algo permanece solamente
en nuestros pensamientos, nadie lo sabe, y a lo mejor ni nosotros mismos
creemos en ello. Pero si expresamos algo en voz alta, nos estamos
comprometiendo con algo. Nuestras palabras ya salen de nosotros y se convierten
en algo externo y nos comprometen. Y si nuestros oídos escuchan hablar a
nuestra boca y proclamar cosas desafiantes, el alma y el espíritu se ponen
atentos, y se activa la fe.
Hasta ahí está todo
bien. ¿Pero cuál es el problema en muchos de los casos? Está en la fuente de
nuestras declaraciones. O, como dije hace rato, en qué está basada nuestra fe.
Para demasiados cristianos, la fuente son ellos mismos y sus deseos. Entonces
declaran cosas, incluso en el nombre de Jesús, pero basados en sus propias
opiniones y deseos. Creen que las cosas van a suceder por el simple hecho de
que ellos lo declararon. Como si Dios estuviera obligado a correr como esclavo
para cumplir las órdenes que acaban de emitir. El resultado no es mucho más que
una autosugestión y un lavado a su propio cerebro. Pero Dios no entra en este
juego. Él no es nuestro esclavo, sino nuestro Señor, querámoslo o no.
¿Qué entonces podemos
o debemos declarar? Declara la Palabra de Dios. La Palabra de Dios tiene poder y es poder, porque es su palabra. Ya dijimos que nuestras palabras tienen
poder. Cuánto más entonces lo que el Dios Omnipotente ha declarado. Si nosotros
hablamos esa Palabra de Dios, su poder se activa también en nuestras vidas,
porque dejamos entrar su palabra hablada a nuestra mente, a nuestro corazón, a
nuestras emociones, a nuestra voluntad, etc. Y cosas sorprendentes ocurrirán. Y
no es necesario hacer un gran espectáculo y hacer grandes discursos rebuscados
con voz de trueno. Basta con leer la Biblia en voz alta, y ya se pondrá en
movimiento el mundo espiritual.
Puedes declarar
también las promesas de Dios – siempre y cuando se aplican a tu vida. El
problema de mucha gente que ha estado ya años en la iglesia es que está muy
acostumbrada a ciertos versículos de la Biblia. Los ha escuchado y leído tantas
veces que se lo saben de memoria. Entonces ocurre que toman estos versículos en
forma suelta, sin considerar en qué momento y en qué contexto fueron dichas o
escritas, y los emplean para cosas que estos versículos nunca querían decir. De
ese modo, “todo lo
puedo en Cristo que me fortalece” (Flp 4.13 – RVC) se convierte en una especie de energético
sobrenatural que nos convierte en superpoderes espirituales como la espinaca
para Popeye el Marino. ¿Pero qué quiere decir en verdad este versículo? Pablo
no declara la omnipotencia del cristiano, sino que Cristo le da la fuerza para
enfrentar cualquier situación económica, sea la de pobreza o la de abundancia.
Pero si encontramos una promesa que se aplica a nuestra vida y nuestra
situación, tenemos todo el derecho de reclamarla a Dios: “Señor, tu Palabra
dice: ‘Clama a mí, y
yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces’ (Jer 33.3), y yo clamo a ti por
esta situación que me aflige. Así que, estaré aquí en silencio esperando hasta
que tú me contestes.” ¿Acaso Dios cumplirá su promesa? Díganme, ¿él hubiera
prometido algo si no tuviera la menor intención de cumplirlo? ¡Claro que no!
Sus promesas son expresiones de su máximo deseo. Y si lo declaras, él se
complacerá en atenderte.
En muchos casos,
declarar la Palabra de Dios no es para hacerle acuerdo al Señor, como si él la
hubiera olvidado. Es más bien un mensaje al mundo espiritual demoníaco que les
hace saber sin equivocaciones quienes somos nosotros en Cristo – y quienes son
ellos. El enemigo siempre tendrá que retroceder ante la Palabra de Dios.
¡Siempre!
Entonces, nuestra fe
debe basarse y provenir de la Palabra de Dios, no de mi imaginación. Si dijimos
que la fe se trata de ver lo que está más allá de nuestros sentidos humanos, lo
único seguro es la Palabra de Dios. Yo no puedo tener la más mínima seguridad
que mis ideas, deseos y metas se van a
cumplir, pero no me queda la más mínima duda de que la voluntad de Dios
expresada en su Palabra sí se van a cumplir. Vivir por fe es entonces creerle a
la Palabra de Dios, aplicarla a mi vida y vivirla cada día.
Esto es así en cuanto
a los principios generales contenidas en la Palabra de Dios. ¿Pero qué en
cuanto a los asuntos particulares de mi día a día, o de alguna situación muy
específica? La Biblia no especifica si tu hijo que hoy está enfermo se va a
sanar mañana; no indica que el próximo mes estarás libre de todas las deudas;
no indica que este año podrás ir de vacaciones a Hawái… ¿Qué hacemos en estos
casos? No hay Palabra que proclamar. ¿Cómo se vive la fe en estas
circunstancias? Vivir por fe significa que toda mi vida, también los pequeños detalles del día a día, la vivo en la
presencia de Dios, y que él tiene todos los detalles bajo su control. Quizás no
tenga un versículo bíblico específico que yo pueda decretar o proclamar en
cuanto a esta situación – y no es necesario que lo tenga. No soy yo el que hace
y deshace las cosas; que algo suceda no depende de que yo lo proclamé o
declaré, y que, si no dije la palabra exacta en el momento exacto, soné. No soy
yo el héroe de la película, sino Dios. De él depende todo. Y vivir por fe
significa creer y aceptar esto; significa depositar toda su confianza en Dios y
no pretender manejar las cosas a su modo; significa entregar las riendas de
nuestra vida a Dios para que él le dé dirección, sin caer en la tentación de
dejar las riendas atadas por ahí, aunque sea la puntita no más, por si a Dios
las cosas se le salen de las manos. ¡Eso es confianza! ¡Eso es fe!
Anoche a las 10 y
cuarto me mensajeó el pastor que habíamos invitado a predicar hoy en Costa
Azul, pidiendo oración porque su voz se estaba perdiendo. Y yo justo estaba
repasando esta prédica y me pregunté: ‘¿Qué es ahora “vivir por fe”?’ Y
simplemente le dije a Dios: “Señor, no puedo cambiar nada, no tengo la solución
en mis manos para reemplazarlo si él mañana no puede ir, ni siquiera voy a
estar presente para buscar algún plan ‘B’ en caso de que él no pueda, así que,
te lo dejo en tus manos. Tú sabes que mañana tus hijos se van a reunir para
alabarte y glorificarte, así que, pon en ejecución tu plan que tienes para ese
culto mañana en nuestra iglesia.”
¿Tú crees que es
difícil vivir por fe? ¿O qué crees que debería suceder para que vos seas un
héroe de fe? Quizás nos identificamos mucho con la petición de los discípulos
como la encontramos en Lucas 17.5-6: “Los apóstoles pidieron al Señor: —Danos más fe. El Señor les contestó:
—Si ustedes tuvieran fe, aunque solo fuera del tamaño de una semilla de
mostaza, podrían decirle a este árbol: ‘Arráncate de aquí y plántate en el
mar’, y les haría caso” (DHH). Los discípulos se sintieron como que no pasaba nada con ellos
porque no tenían suficiente fe. Jesús había dicho a muchos que habían
experimentado un tremendo milagro de sanidad que su fe los había sanado. Pero
en la vida de los discípulos parecía que faltaba algo – según ellos. Pero la
respuesta de Jesús muestra que lo decisivo no es tener mucha o poca fe, sino
tener fe o no tenerla. Lo decisivo no es nuestra fe, ni su tamaño. No sucederán
más cosas a medida que tengamos más fe. Jesús enseñó que un solo gramo de fe ya
es suficiente. Da lo mismo tener una tonelada de fe que tener un gramo de fe
porque —repito— lo decisivo no es el tamaño de nuestra fe, sino el poder de
Dios. El poder está en la Palabra de Dios, no en tu fe. Tu fe sólo enciende el
poder de Dios. El poder del brillo de las luces de este templo no depende de
qué tipo de interruptor tengan. Podrías tener un interruptor gigantesco,
impresionante, enchapado en oro, una verdadera obra de arte. Pero las luces de
este templo brillarían igual de fuertes que con un interruptor miserable de
3.000 Gs. El interruptor no es la fuente de la energía eléctrica. Lo único que
hace, es conectar el foco con la fuente. El
interruptor habilita el flujo de la energía eléctrica hacia el foco. Lo mismo
sucede con tu fe. La fe es ese interruptor que conecta el poder de la Palabra
de Dios con tu vida. Tu fe no es el poder. Tu fe sólo une el poder de Dios con
tus circunstancias. El resto lo hace Dios. Si hay fe, sin importar cuánta es
—aunque sea del tamaño diminuto de una semilla de mostaza—, ya habilita el
flujo del poder de Dios hacia tu vida y hacia las circunstancias de la vida.
Por eso dijo Jesús a los sanados milagrosamente que su fe los había salvado.
Ellos quizás no habían sido capaces de generar una fe impresionante. El
paralítico en la puerta del templo ni pensaba en fe siquiera. Cuando Pedro y
Juan pidieron su atención, “el cojo se les quedó mirando, porque esperaba que ellos le dieran algo” (Hch 3.5 – RVC). Pero algo hizo
“click” en él, y ya fluía el poder de Dios hacia su vida.
¿No se convencen
todavía? Un ejemplo más. Cuando Jesús se encontró con un padre desesperado que
clamaba por ayuda para su hijo endemoniado, Jesús le dijo que, si tuviera fe,
su hijo encontraría ayuda. Y ahí el padre exclamó desesperado: “¡Creo! ¡Ayúdame en mi
incredulidad” (Mc
9.24 – RVC)! Este clamor del padre indica que él estaba luchando entre creer y
dudar. Tenía la mejor intención de creer, pero la mente y el corazón estaban en
tire y afloje entre la razón y la fe, o, mejor dicho, entre creer lo que
mostraban las circunstancias y creer aquello que trascendía las circunstancias
y que sólo el espíritu podía captar. Pero aun este hombre con esta lucha en su
interior; un hombre que no describiríamos como una “persona de fe”; un hombre
que no la tenía clara, también él recibió ayuda. No importa el tamaño de tu fe;
importa el tamaño del poder de Dios. ¡Esa es la clave! Y si tienes fe, agradas
a Dios.
3.) La fe es
crucial para dejar la vida
Si he mantenido esa fe
durante toda la vida, también me sostendrá al final de la misma cuando esté a
punto de salir de esta vida terrenal para pasar a la vida eterna. En tercer
lugar, la fe es crucial también para dejar esta vida. Este paso que llamamos
“muerte” es algo terrorífico para muchos, incluso para muchos cristianos.
Tenemos un miedo natural a lo desconocido, y como nunca antes hemos
experimentado la muerte en carne propia, nos da cierto temor enfrentarnos a
eso. Y cuanto más se acerca el momento —por lo menos mirándolo desde la lógica
de la edad de la persona— más dudas pueden aparecer. Sabemos que en poco tiempo
más se pondrá en evidencia si lo que hemos creído toda nuestra vida realmente
es verdad o si hemos caído en una mentira. Y yo sé de mucha gente que en sus
años de vejez son atormentados gravemente por dudas: ¿habrá sido suficiente? Es
ahí que la fe es crucial para el paso al más allá: saber en quién he creído,
saber qué me espera en el más allá, saber que no depende de lo que yo hice, sino de lo que Cristo hizo
por mí. Esta fe nos sostendrá hasta el último aliento de nuestra vida, y al
pasar a la otra vida, veremos en quien creímos. “Estoy persuadido de que el que comenzó en ustedes la
buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Flp 1.6 – RVC).
¿Ya depositaste tu fe
sincera, consciente y completamente en Jesucristo y su obra por ti? Si no lo
hiciste, acercate hoy mismo a alguno de los hermanos aquí para que te puedan
explicar cómo hacerlo. Si ya lo hiciste, vive entonces ahora conforme a esta
fe, profundizándola y afirmándola cada vez más. Cuanto más conozcas a nuestro
Dios, más fácil te será confiar en él. Conoce mejor su Palabra para saber con
más claridad cuál es su voluntad para las diferentes situaciones que te toca
vivir. Y aférrate a él también en la hora de tu partida. Sin fe es imposible
agradar a Dios. Dios te bendiga.
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