Te vas tranquilo por la
Transchaco hacia Asunción, con toda la paz del alma y pensamientos sublimes. De
repente uno de estos conductores que nunca pueden faltar se te cruza y por poco
provoca un accidente. ¿Siguen presentes tu paz y tus pensamientos sublimes?
Este ejemplo es un modelo que
se puede aplicar a un sinfín de otras situaciones que te tocan vivir a diario.
En lugar de decir “ruta Transchaco” puedes hablar de tu hogar, de tu trabajo, de
tu lugar de estudios, de la iglesia, etc. Puedes estar en cualquiera de estos y
de cientos de otros lugares más, con tus pensamientos sublimes. Y el que se te
cruza de repente, no tiene que ser otro chofer, sino puede ser algún miembro de
la familia, un hermano de la iglesia, el jefe, algún compañero, etc. ¿Cómo es
tu reacción a estos intrusos a tu propia comodidad o a tu manera de pensar y de
hacer las cosas; a estas personas que provocan un choque con tus emociones, con
tus pensamientos, con tu carácter? Y ojo: no estoy diciendo que son personas
malas y malintencionadas. A veces el que cruza sos vos. Pero como no queremos
admitir que fuimos nosotros los que
nos equivocamos, que fuimos nosotros los
que estábamos yendo en zig-zag por los 4 carriles de la Transchaco, entonces le
tiramos toda la bronca sobre los demás. Quizás el que se te “cruzó” es uno que
vio el peligro en que estabas y te frenó para salvarte la vida, o para enseñarte
alguna lección importante. Pero este tipo de situaciones es un examen que revela
cuán desarrollado está en ti alguno de los componentes del fruto del Espíritu.
Hoy consideraremos dos elementos de este fruto: la amabilidad y la bondad. Como
los ejemplos ya lo muestran, estos dos tienen que ver especialmente con nuestra
relación con el prójimo, al igual que la paciencia que Rodrigo nos ilustrará en
su propio ejemplo el próximo domingo. Los primeros tres, el amor, el gozo y la
paz, tienen que ver con nuestra relación con Dios.
Como las anteriores veces, nuestro
tema sale de Gálatas 5.22-23: “…el fruto
del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza. Contra tales cosas no hay ley” (RVC).
Benignidad. ¿Qué sabor tendrá
esa fruta? Parece ser una fruta exótica que vemos cada tanto en algún negocio,
pero que nunca hemos probado ni mucho menos comprado. O sea, la palabra
“benignidad” no está en nuestro vocabulario, y no sabemos qué significa. Revisé
unas cuántas versiones diferentes de la Biblia para ver cómo ellos traducen
este término, y encontré bastantes opciones. Unas cuántas traducciones dicen
“amabilidad”. Eso ya nos suena más conocido. Otras dicen “generosidad”, “afabilidad”,
“gentileza” y “agrado”.
Vamos a tratar de describir algunos
de estos términos. La benignidad “…se refiere a los valores de algo o alguien
que es considerado bueno en su esencia.” ¿Qué valores muestra alguien que es
bueno? “La persona que expresa benignidad tiene cualidades positivas como
simpatía, comprensión, buena voluntad, paciencia y amor con las personas de su
entorno. Es considerado una buena persona, de buen corazón y que actúa en
relación a buenas intenciones, siendo sincera, comprensiva y tolerante.” Decimos:
“¡Que bueno es fulano(a) de tal! Da tanto gusto estar con él(ella).” A ese tipo
de personas se refiere. “La benignidad … no significa que uno tenga el carácter
débil o que tenga falta de convicciones. Es más bien, ser apacibles en nuestro
trato; dulces y tiernos con los demás.” Ya habíamos dicho que este elemento del
fruto del Espíritu tiene que ver con nuestra relación con las demás personas.
Si eres un hijo de Dios, teniendo al Espíritu Santo viviendo en ti, tu trato
hacia los demás se debe volverse cada vez más suave. El fruto del Espíritu es
el carácter de Cristo dentro del cristiano. Basta entonces con mirar cómo Jesús
trató a la gente para saber cómo debería ser nuestro trato a los demás. “Jesús era tierno con todos los
necesitados. Vemos a un Cristo que sana leprosos, que acepta a los niños, que
resucita muertos, y que escucha el clamor de hombres que no pertenecían a su
país. También lo vemos teniendo buen trato con las mujeres, y con mujeres que
eran adúlteras ante la sociedad. No las trata ásperamente, sino que les
extiende el perdón que solo él puede dar. No las juzga, sino que les da el agua
viva que quita toda insatisfacción. Aún lo vemos en sus últimos momentos de
vida, tratando con dulzura al pecador al lado de él en la cruz. No le dice: ‘Hoy
estarás muriendo en el infierno’, sino que en su benignidad le da las palabras
de aliento más grandes que un moribundo puede escuchar: ‘Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso’ (Lc 10.43 –
NTV). ¿Se parece a ti esta descripción? Jesús es el ejemplo más grande de
benignidad y ternura, y el Espíritu Santo desea fervientemente que nosotros
seamos como él.” Por eso, Jesús tenía toda la autoridad de decirle a sus
discípulos: “Ustedes deben amar a sus
enemigos, hacer el bien y dar prestado, sin esperar nada a cambio. Grande será
entonces el galardón que recibirán, y serán hijos del Altísimo. Porque él es
benigno con los ingratos y con los malvados” (Lc 6.35). Sabemos que los
hijos reproducen las características de los padres. Si Jesús dice que se nos
considerará “hijos del Altísimo”, quiere indicar que reproduciremos en nuestra
vida y en nuestro carácter esa benignidad que él acaba de describir de su Padre.
Y Dios no es selectivo en su trato. A todos
él trata de la misma manera, incluso a los ingratos y malvados, como dice este
texto. Su benignidad hacia los ingratos y malvados se manifiesta en
misericordia hacia ellos, a ver si no se vuelven de sus malos caminos. Escribe
Pablo a los romanos: “¿No te das cuenta
de que menosprecias la benignidad, la tolerancia y la paciencia de Dios, y que
ignoras que su benignidad busca llevarte al arrepentimiento” (Ro 2.4 –
RVC)?
Así trata Dios a los demás,
incluyendo a los pecadores rebeldes que continuamente le dan la espalda. Si
nosotros somos rudos y ásperos en el trato hacia los demás, ¿nos creerán cuando
decimos que somos hijos de Dios? Yo sé que no somos perfectos y que jamás
llegaremos a ser como Dios, pero se debe notar en nosotros algo de su carácter.
Su presencia en nosotros debe transformar paso por paso nuestro interior. Una
nota de la Biblia Plenitud dice: “El Espíritu Santo borra la agresividad de
carácter de quien está bajo su control” (BP).
En otro comentario leemos: “Nuestro
mundo está lleno de personas cortantes, personas que insultan a los que están a
su alrededor, no les abren la puerta a las señoras de edad ni a los que van con
paquetes, se ríen de las desgracias de los demás y tratan de mostrar su
superioridad pasando por encima de los demás.
Sin embargo, existen otras
personas que ceden su puesto en la fila, elogian a las personas que los rodean,
se apuran para abrirle la puerta a los demás, se solidarizan con los
infortunios de otras personas y muestran humildad y disposición para servir a
los demás.” Y ustedes podrían agregarle muchos otros ejemplos prácticos de qué
significa ser amable y cortés con las personas. “Benignidad es darnos
humildemente en amor y misericordia a las personas que de pronto no podrán
darnos nada a cambio, a personas que a veces no lo merecen y a personas que por
lo general no nos van a agradecer por ello. Benignidad básicamente es una forma
de pensar que lleva a hacer obras pensadas para los demás.” A medida que crece
y madura este fruto en nosotros, el egoísmo tiene que morirse de hambre. Si
vivimos enfocados en los demás y lo que podemos hacer para ellos, no tendremos
tiempo de pensar egoístamente en nosotros. Dejaremos de luchar para que nuestras necesidades sean satisfechas;
que nuestro pedazo de la torta no
sea el más pequeño, y empezaremos a preguntarnos más bien qué podemos hacer
para responder a las necesidades de otros. ¿Nos damos cuenta que esta rodaja de
la mandarina está íntimamente ligada a la rodaja del amor? Más adelante vamos a
ver que también está unida al dominio propio. Por eso es un solo fruto con sus
variadas manifestaciones que no podemos separar una de la otra.
Veamos ahora una descripción
de otra forma de traducir este término: la amabilidad. “La amabilidad es el
acto y/o comportamiento que realiza una persona con respeto y educación hacia
otras personas.” “La amabilidad es fundamental para relacionarnos de una manera
positiva y satisfactoria con los otros, bien sea en la familia, en el trabajo,
en la escuela, en nuestra comunidad, etc. La amabilidad es una forma de mostrar
nuestro respeto y afecto hacia el otro.” Y cuando mostramos respeto y
amabilidad a toda persona que comparte nuestro espacio de vida, se cumple lo
que dice la Biblia: “La respuesta amable
calma el enojo, pero la agresiva echa leña al fuego” (Pr_15.1 – NVI). Y
también dice el sabio Salomón: “Las
palabras amables son como la miel: endulzan la vida y sanan el cuerpo” (Pr_16.24
– TLA). Imagínense tener una herida en su brazo que duele tremendamente. ¿Qué
preferirían que se les pase por la herida, miel o papel lija? Entonces saben
qué beneficio trae la amabilidad a las relaciones con otras personas, y cuánto
daño hace la aspereza y el trato duro.
Dice un comentario: “La
amabilidad es un valor esencial en la forma en que los cristianos deben
relacionarse los unos con los otros, y está fundamentada en la misericordia de
Dios, según la cual los creyentes … deben reconocerse entre sí…” Dice la
Biblia: “Desechen todo lo que sea
amargura, enojo, ira, gritería, calumnias, y todo tipo de maldad. En vez de
eso, sean bondadosos y misericordiosos, y perdónense unos a otros, así como
también Dios los perdonó a ustedes en Cristo” (Ef 4.31-32).
En términos parecidos a la
benignidad y la amabilidad se describen también las otras palabras con que las
diferentes versiones de la Biblia traducen esta palabra: La generosidad: “…es
el hábito de dar o compartir con los demás sin recibir nada a cambio.” “Es un
tipo de conducta orientada a la ayuda a los demás.”
La afabilidad: “Es aquella
cualidad que consiste en ser de un acceso fácil para sus inferiores y en escucharlos
con benevolencia.” No ser un jefe rudo e inaccesible, sino darse a los
empleados, escuchar sus corazones y actuar en beneficio de ellos.
Esa es la benignidad, la
característica que el Espíritu Santo quiere producir en nosotros. Parecido a
este es la bondad. La bondad es la exteriorización de la benignidad. Mientras
que la amabilidad es la característica interna de la persona, parte de su
personalidad, la bondad es la forma cómo la amabilidad se expresa en el trato
hacia los demás. “Una persona con bondad … tiene una inclinación natural a
hacer el bien. … Se considera que una persona tiene la cualidad de la bondad
cuando siempre se mantiene dispuesta a ayudar a quien lo necesita, cuando se
muestra compasiva con las personas que se encuentran sufriendo por distintas
circunstancias y también cuando mantiene una actitud amable y generosa hacia
los demás.” “La bondad implica misericordia, bondad amorosa y verdad, pero no
tolera la maldad ni coopera de ninguna manera con ella.”
Es lindo tener este carácter
tan amable y bueno, ¿no? Pero no se forma por sí sólo. Si bien es producto de
la presencia del Espíritu Santo en nosotros, nosotros debemos alimentar este
carácter o preparar la tierra. Eso se logra nutriendo nuestra mente con pensamientos
acorde a este carácter. Pablo lo describe así: “…hermanos, piensen en todo lo que es verdadero, en todo lo honesto, en
todo lo justo, en todo lo puro, en todo lo amable, en todo lo que es digno de
alabanza; si hay en ello alguna virtud, si hay algo que admirar, piensen en
ello (Flp 4.8 – RVC). Si nosotros alimentamos nuestra mente con
pensamientos ásperos, de rencor, de rechazo, de juicio hacia ciertas personas,
el Espíritu Santo no podrá convertir esa basura en joyas. La orquesta de
Cateura convierte basura en música, pero el Espíritu Santo es demasiado gentil
y respeta la materia prima que le proveemos. Lo que entra, eso también sale.
Jesús dijo: “…del corazón [de la mente – PDT;
del interior del hombre – DHH] salen los malos deseos, los homicidios, los
adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las
blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre” (Mt 15.19-20 –
RVC). ¿Y cómo entraron ahí? Con las cosas con que alimentamos nuestra mente. Si
tú la alimentas con la Palabra de Dios, bendición saldrá de tu boca cada vez
que la abres. Pablo escribió: “Sean
siempre amables e inteligentes al hablar, así tendrán una buena respuesta para
cada pregunta que les hagan” (Col 4.6 – PDT). Así será cuando el Espíritu
Santo empieza a producir su fruto en nosotros.
¿Es imposible? Si Dios vive
en nosotros, su carácter transformará el nuestro. Y el carácter de Dios es
benigno, amable y bondadoso. Dice la Biblia: “Saboreen al Señor y vean lo bueno que es él. Afortunado el que confía
en él” (Sal 34.8 – PDT). “¡Aleluya!
Den gracias al Señor, porque él es bueno, porque su amor es eterno” (Sal
106.1 – DHH). “El Señor es bueno con los
que en él confían, con los que a él recurren” (Lam 3.25 – DHH). Si el Dios
que vive en nosotros es así de bueno, ¿nos será imposible serlo también?
“Así como todo fruto en lo
natural tiene un proceso de maduración, también en lo espiritual es cierto.
Debemos cooperar con el Espíritu Santo en este proceso de santificación. Él da
la gracia y el poder, y nosotros disponemos el corazón y la voluntad para vivir
de la forma en la que Él desea. Jesús mismo nos da las claves para ser benignos
con otros en el Sermón del Monte: “Amen a
sus enemigos, bendigan a los que los maldicen, hagan bien a los que los odian,
y oren por quienes los persiguen” (Mt 5.44 – RVC).
¿Quieres madurar en la
benignidad? Ama, bendice, haz el bien y ora por tus enemigos. Sé servicial con
ellos. No guardes rencor. No te alegres cuando tus enemigos tropiecen, sino ten
compasión de ellos y siempre mantente dispuesto a amarlos en momentos así. No
critiques ni seas áspero con los demás, sino siempre ten en tu boca una palabra
de edificación para sus vidas. Ten por seguro que, al cooperar de esta forma
con el Espíritu, tu vida será un reflejo del carácter tierno y humilde de Cristo,
y Dios será glorificado.” Pablo dice: “…como
escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de entrañable misericordia, de
benignidad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia” (Col 3.12 – RVC).
¿Podrás mantener la paz del alma y tus pensamientos sublimes cuando alguien te
cruza en la vida y choca con tus ideas, tu comodidad, tu carácter? Sí lo podrás,
siempre y cuando tu amabilidad y bondad estén firmemente aferrados tanto al amor
como también al dominio propio. Ponlo a prueba.