martes, 28 de mayo de 2019

Pensamientos sublimes








                   Te vas tranquilo por la Transchaco hacia Asunción, con toda la paz del alma y pensamientos sublimes. De repente uno de estos conductores que nunca pueden faltar se te cruza y por poco provoca un accidente. ¿Siguen presentes tu paz y tus pensamientos sublimes?
                   Este ejemplo es un modelo que se puede aplicar a un sinfín de otras situaciones que te tocan vivir a diario. En lugar de decir “ruta Transchaco” puedes hablar de tu hogar, de tu trabajo, de tu lugar de estudios, de la iglesia, etc. Puedes estar en cualquiera de estos y de cientos de otros lugares más, con tus pensamientos sublimes. Y el que se te cruza de repente, no tiene que ser otro chofer, sino puede ser algún miembro de la familia, un hermano de la iglesia, el jefe, algún compañero, etc. ¿Cómo es tu reacción a estos intrusos a tu propia comodidad o a tu manera de pensar y de hacer las cosas; a estas personas que provocan un choque con tus emociones, con tus pensamientos, con tu carácter? Y ojo: no estoy diciendo que son personas malas y malintencionadas. A veces el que cruza sos vos. Pero como no queremos admitir que fuimos nosotros los que nos equivocamos, que fuimos nosotros los que estábamos yendo en zig-zag por los 4 carriles de la Transchaco, entonces le tiramos toda la bronca sobre los demás. Quizás el que se te “cruzó” es uno que vio el peligro en que estabas y te frenó para salvarte la vida, o para enseñarte alguna lección importante. Pero este tipo de situaciones es un examen que revela cuán desarrollado está en ti alguno de los componentes del fruto del Espíritu. Hoy consideraremos dos elementos de este fruto: la amabilidad y la bondad. Como los ejemplos ya lo muestran, estos dos tienen que ver especialmente con nuestra relación con el prójimo, al igual que la paciencia que Rodrigo nos ilustrará en su propio ejemplo el próximo domingo. Los primeros tres, el amor, el gozo y la paz, tienen que ver con nuestra relación con Dios.
                   Como las anteriores veces, nuestro tema sale de Gálatas 5.22-23: “…el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Contra tales cosas no hay ley” (RVC).
                   Benignidad. ¿Qué sabor tendrá esa fruta? Parece ser una fruta exótica que vemos cada tanto en algún negocio, pero que nunca hemos probado ni mucho menos comprado. O sea, la palabra “benignidad” no está en nuestro vocabulario, y no sabemos qué significa. Revisé unas cuántas versiones diferentes de la Biblia para ver cómo ellos traducen este término, y encontré bastantes opciones. Unas cuántas traducciones dicen “amabilidad”. Eso ya nos suena más conocido. Otras dicen “generosidad”, “afabilidad”, “gentileza” y “agrado”.
                   Vamos a tratar de describir algunos de estos términos. La benignidad “…se refiere a los valores de algo o alguien que es considerado bueno en su esencia.” ¿Qué valores muestra alguien que es bueno? “La persona que expresa benignidad tiene cualidades positivas como simpatía, comprensión, buena voluntad, paciencia y amor con las personas de su entorno. Es considerado una buena persona, de buen corazón y que actúa en relación a buenas intenciones, siendo sincera, comprensiva y tolerante.” Decimos: “¡Que bueno es fulano(a) de tal! Da tanto gusto estar con él(ella).” A ese tipo de personas se refiere. “La benignidad … no significa que uno tenga el carácter débil o que tenga falta de convicciones. Es más bien, ser apacibles en nuestro trato; dulces y tiernos con los demás.” Ya habíamos dicho que este elemento del fruto del Espíritu tiene que ver con nuestra relación con las demás personas. Si eres un hijo de Dios, teniendo al Espíritu Santo viviendo en ti, tu trato hacia los demás se debe volverse cada vez más suave. El fruto del Espíritu es el carácter de Cristo dentro del cristiano. Basta entonces con mirar cómo Jesús trató a la gente para saber cómo debería ser nuestro trato a los demás. “Jesús era tierno con todos los necesitados. Vemos a un Cristo que sana leprosos, que acepta a los niños, que resucita muertos, y que escucha el clamor de hombres que no pertenecían a su país. También lo vemos teniendo buen trato con las mujeres, y con mujeres que eran adúlteras ante la sociedad. No las trata ásperamente, sino que les extiende el perdón que solo él puede dar. No las juzga, sino que les da el agua viva que quita toda insatisfacción. Aún lo vemos en sus últimos momentos de vida, tratando con dulzura al pecador al lado de él en la cruz. No le dice: ‘Hoy estarás muriendo en el infierno’, sino que en su benignidad le da las palabras de aliento más grandes que un moribundo puede escuchar: ‘Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso’ (Lc 10.43 – NTV). ¿Se parece a ti esta descripción? Jesús es el ejemplo más grande de benignidad y ternura, y el Espíritu Santo desea fervientemente que nosotros seamos como él.” Por eso, Jesús tenía toda la autoridad de decirle a sus discípulos: “Ustedes deben amar a sus enemigos, hacer el bien y dar prestado, sin esperar nada a cambio. Grande será entonces el galardón que recibirán, y serán hijos del Altísimo. Porque él es benigno con los ingratos y con los malvados” (Lc 6.35). Sabemos que los hijos reproducen las características de los padres. Si Jesús dice que se nos considerará “hijos del Altísimo”, quiere indicar que reproduciremos en nuestra vida y en nuestro carácter esa benignidad que él acaba de describir de su Padre. Y Dios no es selectivo en su trato. A todos él trata de la misma manera, incluso a los ingratos y malvados, como dice este texto. Su benignidad hacia los ingratos y malvados se manifiesta en misericordia hacia ellos, a ver si no se vuelven de sus malos caminos. Escribe Pablo a los romanos: “¿No te das cuenta de que menosprecias la benignidad, la tolerancia y la paciencia de Dios, y que ignoras que su benignidad busca llevarte al arrepentimiento” (Ro 2.4 – RVC)?
                   Así trata Dios a los demás, incluyendo a los pecadores rebeldes que continuamente le dan la espalda. Si nosotros somos rudos y ásperos en el trato hacia los demás, ¿nos creerán cuando decimos que somos hijos de Dios? Yo sé que no somos perfectos y que jamás llegaremos a ser como Dios, pero se debe notar en nosotros algo de su carácter. Su presencia en nosotros debe transformar paso por paso nuestro interior. Una nota de la Biblia Plenitud dice: “El Espíritu Santo borra la agresividad de carácter de quien está bajo su control” (BP).
                   En otro comentario leemos: “Nuestro mundo está lleno de personas cortantes, personas que insultan a los que están a su alrededor, no les abren la puerta a las señoras de edad ni a los que van con paquetes, se ríen de las desgracias de los demás y tratan de mostrar su superioridad pasando por encima de los demás.
                   Sin embargo, existen otras personas que ceden su puesto en la fila, elogian a las personas que los rodean, se apuran para abrirle la puerta a los demás, se solidarizan con los infortunios de otras personas y muestran humildad y disposición para servir a los demás.” Y ustedes podrían agregarle muchos otros ejemplos prácticos de qué significa ser amable y cortés con las personas. “Benignidad es darnos humildemente en amor y misericordia a las personas que de pronto no podrán darnos nada a cambio, a personas que a veces no lo merecen y a personas que por lo general no nos van a agradecer por ello. Benignidad básicamente es una forma de pensar que lleva a hacer obras pensadas para los demás.” A medida que crece y madura este fruto en nosotros, el egoísmo tiene que morirse de hambre. Si vivimos enfocados en los demás y lo que podemos hacer para ellos, no tendremos tiempo de pensar egoístamente en nosotros. Dejaremos de luchar para que nuestras necesidades sean satisfechas; que nuestro pedazo de la torta no sea el más pequeño, y empezaremos a preguntarnos más bien qué podemos hacer para responder a las necesidades de otros. ¿Nos damos cuenta que esta rodaja de la mandarina está íntimamente ligada a la rodaja del amor? Más adelante vamos a ver que también está unida al dominio propio. Por eso es un solo fruto con sus variadas manifestaciones que no podemos separar una de la otra.
                   Veamos ahora una descripción de otra forma de traducir este término: la amabilidad. “La amabilidad es el acto y/o comportamiento que realiza una persona con respeto y educación hacia otras personas.” “La amabilidad es fundamental para relacionarnos de una manera positiva y satisfactoria con los otros, bien sea en la familia, en el trabajo, en la escuela, en nuestra comunidad, etc. La amabilidad es una forma de mostrar nuestro respeto y afecto hacia el otro.” Y cuando mostramos respeto y amabilidad a toda persona que comparte nuestro espacio de vida, se cumple lo que dice la Biblia: “La respuesta amable calma el enojo, pero la agresiva echa leña al fuego” (Pr_15.1 – NVI). Y también dice el sabio Salomón: “Las palabras amables son como la miel: endulzan la vida y sanan el cuerpo” (Pr_16.24 – TLA). Imagínense tener una herida en su brazo que duele tremendamente. ¿Qué preferirían que se les pase por la herida, miel o papel lija? Entonces saben qué beneficio trae la amabilidad a las relaciones con otras personas, y cuánto daño hace la aspereza y el trato duro.
                   Dice un comentario: “La amabilidad es un valor esencial en la forma en que los cristianos deben relacionarse los unos con los otros, y está fundamentada en la misericordia de Dios, según la cual los creyentes … deben reconocerse entre sí…” Dice la Biblia: “Desechen todo lo que sea amargura, enojo, ira, gritería, calumnias, y todo tipo de maldad. En vez de eso, sean bondadosos y misericordiosos, y perdónense unos a otros, así como también Dios los perdonó a ustedes en Cristo” (Ef 4.31-32).
                   En términos parecidos a la benignidad y la amabilidad se describen también las otras palabras con que las diferentes versiones de la Biblia traducen esta palabra: La generosidad: “…es el hábito de dar o compartir con los demás sin recibir nada a cambio.” “Es un tipo de conducta orientada a la ayuda a los demás.”
                   La afabilidad: “Es aquella cualidad que consiste en ser de un acceso fácil para sus inferiores y en escucharlos con benevolencia.” No ser un jefe rudo e inaccesible, sino darse a los empleados, escuchar sus corazones y actuar en beneficio de ellos.
                   Esa es la benignidad, la característica que el Espíritu Santo quiere producir en nosotros. Parecido a este es la bondad. La bondad es la exteriorización de la benignidad. Mientras que la amabilidad es la característica interna de la persona, parte de su personalidad, la bondad es la forma cómo la amabilidad se expresa en el trato hacia los demás. “Una persona con bondad … tiene una inclinación natural a hacer el bien. … Se considera que una persona tiene la cualidad de la bondad cuando siempre se mantiene dispuesta a ayudar a quien lo necesita, cuando se muestra compasiva con las personas que se encuentran sufriendo por distintas circunstancias y también cuando mantiene una actitud amable y generosa hacia los demás.” “La bondad implica misericordia, bondad amorosa y verdad, pero no tolera la maldad ni coopera de ninguna manera con ella.”
                   Es lindo tener este carácter tan amable y bueno, ¿no? Pero no se forma por sí sólo. Si bien es producto de la presencia del Espíritu Santo en nosotros, nosotros debemos alimentar este carácter o preparar la tierra. Eso se logra nutriendo nuestra mente con pensamientos acorde a este carácter. Pablo lo describe así: “…hermanos, piensen en todo lo que es verdadero, en todo lo honesto, en todo lo justo, en todo lo puro, en todo lo amable, en todo lo que es digno de alabanza; si hay en ello alguna virtud, si hay algo que admirar, piensen en ello (Flp 4.8 – RVC). Si nosotros alimentamos nuestra mente con pensamientos ásperos, de rencor, de rechazo, de juicio hacia ciertas personas, el Espíritu Santo no podrá convertir esa basura en joyas. La orquesta de Cateura convierte basura en música, pero el Espíritu Santo es demasiado gentil y respeta la materia prima que le proveemos. Lo que entra, eso también sale. Jesús dijo: “…del corazón [de la mente – PDT; del interior del hombre – DHH] salen los malos deseos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre” (Mt 15.19-20 – RVC). ¿Y cómo entraron ahí? Con las cosas con que alimentamos nuestra mente. Si tú la alimentas con la Palabra de Dios, bendición saldrá de tu boca cada vez que la abres. Pablo escribió: “Sean siempre amables e inteligentes al hablar, así tendrán una buena respuesta para cada pregunta que les hagan” (Col 4.6 – PDT). Así será cuando el Espíritu Santo empieza a producir su fruto en nosotros.
                   ¿Es imposible? Si Dios vive en nosotros, su carácter transformará el nuestro. Y el carácter de Dios es benigno, amable y bondadoso. Dice la Biblia: “Saboreen al Señor y vean lo bueno que es él. Afortunado el que confía en él” (Sal 34.8 – PDT). “¡Aleluya! Den gracias al Señor, porque él es bueno, porque su amor es eterno” (Sal 106.1 – DHH). “El Señor es bueno con los que en él confían, con los que a él recurren” (Lam 3.25 – DHH). Si el Dios que vive en nosotros es así de bueno, ¿nos será imposible serlo también?
                   “Así como todo fruto en lo natural tiene un proceso de maduración, también en lo espiritual es cierto. Debemos cooperar con el Espíritu Santo en este proceso de santificación. Él da la gracia y el poder, y nosotros disponemos el corazón y la voluntad para vivir de la forma en la que Él desea. Jesús mismo nos da las claves para ser benignos con otros en el Sermón del Monte: “Amen a sus enemigos, bendigan a los que los maldicen, hagan bien a los que los odian, y oren por quienes los persiguen” (Mt 5.44 – RVC).
                   ¿Quieres madurar en la benignidad? Ama, bendice, haz el bien y ora por tus enemigos. Sé servicial con ellos. No guardes rencor. No te alegres cuando tus enemigos tropiecen, sino ten compasión de ellos y siempre mantente dispuesto a amarlos en momentos así. No critiques ni seas áspero con los demás, sino siempre ten en tu boca una palabra de edificación para sus vidas. Ten por seguro que, al cooperar de esta forma con el Espíritu, tu vida será un reflejo del carácter tierno y humilde de Cristo, y Dios será glorificado.” Pablo dice: “…como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia” (Col 3.12 – RVC). ¿Podrás mantener la paz del alma y tus pensamientos sublimes cuando alguien te cruza en la vida y choca con tus ideas, tu comodidad, tu carácter? Sí lo podrás, siempre y cuando tu amabilidad y bondad estén firmemente aferrados tanto al amor como también al dominio propio. Ponlo a prueba.


martes, 14 de mayo de 2019

El gozo






            Recuerdo que hace muchos años atrás una revista cristiana para jóvenes tenía un segmento en el que hacía una serie de preguntas a algún personaje que fácilmente se podía contestar con una o dos palabras. Recuerdo que a uno se le preguntó cuál sería la característica sobresaliente de un cristiano, y él contestó: “La alegría.” Esperé cualquier respuesta sofisticada y teológica a esta pregunta, de modo que me sorprendió su sencillez. ¿Será que la Biblia estaría de acuerdo con él?
            Hace 15 días atrás empezamos a ver el fruto del Espíritu, que tiene que ver directamente con nuestro carácter o, mejor dicho, el carácter de Cristo en nosotros. Vimos que este fruto, el resultado de la obra del Espíritu Santo en nosotros, se manifiesta en 9 formas diferentes: “…lo que el Espíritu produce es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. Contra tales cosas no hay ley” (Gl 5.22-23 – DHH). Hoy queremos ver la segunda manifestación, que es el gozo. Las diferentes versiones de la Biblia traducen esta uvita del racimo del fruto del Espíritu como “gozo” o como “alegría”. En un principio pensé que habría diferencia entre un concepto y otro, es decir, entre el gozo y la alegría, pero investigando un poco descubrí que son sinónimos, y que no hay mayor diferencia entre uno y otro, lingüísticamente hablando. Sí es probable que “gozo” sea más un término evangélico, no tan usado entre personas inconversas. Si a cualquier persona por ahí le hablas del “gozo del Señor”, capaz que te mire con una cara de “cri… cri… cri…” y preguntarte: “¿Con qué se come esto?” Pero para nosotros, ambos son sinónimos.
            Pero, aunque el gozo y la alegría sean esencialmente lo mismo, hay diferentes tipos de gozo, o diferentes fuentes de gozo. Está el gozo del mundo que se da en diferentes placeres. Estos placeres dan gozo por unos instantes, pero muy rápido pasan y nos dejan más vacíos que antes. Por eso dice uno de los amigos de Job: “La alegría del malvado dura poco; su gozo es solo por un momento” (Job 20.5 – DHH). Para mucha gente esto se vuelve un vicio: van de placer en placer para aplacar el vacío que sienten. Una vez que pasa el efecto de este gozo, van en busca del siguiente placer. Salomón quiso investigar esto y escribe: “Entonces me dije: vamos a ensayar con la alegría y a gozar de placeres, y también esto resultó pura ilusión” (Ec 2.1 – BNP). La alegría del mundo es pura vanidad. No nos deja nada que valga la pena.
            Hay también el gozo que mana de las circunstancias. Si llueve, y yo estoy en una casa segura; si estoy bien de salud; si tengo la billetera llena; si estoy en compañía de buenos amigos, entonces siento satisfacción y gozo. Pero, generalmente no tengo control sobre las circunstancias. Estas van y vienen. Y si mi gozo depende de ellas, va y viene también. Estos dos tipos de gozo son muy efímeros y no nos pueden satisfacer.
            Pero hay un tercer tipo de gozo. Es lo que la Biblia llama “el gozo del Señor”. Este tiene como fuente algo o alguien inmutable, que no cambia ni termina nunca: Dios. Por eso, si nuestro gozo depende o proviene de Dios, nunca pasará. Sobre este tipo de gozo, que es el fruto del Espíritu, queremos hablar hoy.
            ¿Qué es el gozo? Fíjense lo que encontré en la enciclopedia del Internet Wikipedia: “El gozo es la intensidad de los sentidos, propio de los seres humanos ya que es una inmensa alegría. En el cristianismo, el gozo … hace parte del fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5:22), el segundo de los que enumera San Pablo en su carta a los Gálatas. El gozo, y lo mismo debería decirse de la paz, es efecto de la caridad (amor, agape); por eso el apóstol lo coloca inmediatamente después de ella y antes de otras virtudes morales.
            Según algunos estudiosos de San Pablo, gozo es aquella profunda alegría espiritual que el Espíritu Santo infunde en los corazones de quienes deciden seguir a Dios. … A diferencia de la felicidad, el gozo no es resultado de circunstancias externas, depende únicamente de la actividad del Espíritu Santo en la vida de una persona, así pues, las circunstancias —aunque adversas— no influyen en la voluntad de las personas que tienen una relación profunda con Dios” (Wikipedia). Wow, ¡qué definición que nos da el Internet! Entonces, el gozo es una profunda e intensa alegría espiritual, según esta definición.
            ¿Y qué dice la Biblia acerca del gozo? He juntado una gran cantidad de versículos que nos dan alguna luz sobre este tema. Leemos, por ejemplo, en Nehemías 8.10: “Ya pueden irse. Coman bien, tomen bebidas dulces y compartan su comida con quienes no tengan nada, porque este día ha sido consagrado a nuestro Señor. No estén tristes, pues el gozo del Señor es nuestra fortaleza” (NVI). El gozo del Señor es nuestra fortaleza. El gozo que proviene de Dios, el gozo que es fruto del Espíritu Santo, es un poder. El gozo que viene del mundo también es una fortaleza, pero una fortaleza de Satanás. Por eso, el “gozo” del mundo siempre denigra y destruye. Porque ¿qué cosa edificante puede resultar de una borrachera o de sucesivos encuentros sexuales con diferentes personas? ¡Nada! Repito lo que dije hace rato: La alegría del mundo es pura vanidad. No nos deja nada que valga la pena.
            Pero aquí Nehemías dice que el gozo del Señor también es una fortaleza. Si no entienden a qué se refiere, pensemos en lo que es lo opuesto a gozo. Según el diccionario es dolor, pena, pesar, tristeza, amargura, disgusto. Ahora piensen: ¿De dónde mana mayor fuerza para enfrentar los desafíos de la vida? ¿Del dolor, pena, pesar, tristeza, amargura, disgusto, o del gozo, deleite, satisfacción, alegría, felicidad, gusto o complacencia? Creo que empezamos a entender qué quiso decir Nehemías. Cuando uno está de buen ánimo, optimista, confiado en el Señor, uno puede superar cualquier obstáculo que se presenta. Pero cuando uno está pirevaí y deprimido, cualquier cosita ya lo vence y lo deja fuera de combate. Con el ánimo decaído, uno está derrotado antes de que empiece la batalla. Si pretendes lograr objetivos elevados, positivos y productivos, entonces tienes que aferrarte del Señor para que su gozo pueda fluir a través de ti, dándote la fuerza que necesitas. El gozo del mundo sólo te estira para abajo, pero el gozo del Señor es tu fortaleza.
            ¿Y qué sucede cuando esta fortaleza del Señor actúa en nosotros? Cosas sorprendentes ocurren, que pueden tener hasta consecuencias físicas en nosotros. David lo dice en estos términos: “¡Lléname de gozo y alegría, y revivirán estos huesos que has abatido” (Sal 51.8 – RVC)! Y su hijo Salomón dijo algo muy parecido: “Un corazón alegre es la mejor medicina; un ánimo triste deprime a todo el cuerpo” (Pr 17.22 – RVC). Esto es lo que ocurre cuando el gozo del Señor es nuestra fortaleza. Nos hace mucho bien hasta físicamente si permitimos que el Espíritu Santo produzca su fruto en nosotros.
            En el Salmo 43.4 leemos: “…llegaré al altar de Dios, al Dios de mi intenso gozo [al Dios, gozo de mi vida – BNP], y te alabaré con la cítara, oh Dios, Dios mío” (BLPH). Algún joven perdidamente enamorado puede decir a su adorada: “Eres lo máximo para mí. Eres la alegría de mi vida.” Bueno, eso es lo que el salmista dice aquí de Dios: “Eres mi intenso gozo, el gozo de mi vida.” ¿Qué nos dice esto? Que el gozo no es en primer lugar una emoción, sino una persona. El gozo tiene nombre: Dios. La fuente de mi gozo es una persona —Dios, en este caso— y esto desencadena emociones en mí. Cuánto más cerca estoy de Dios, mayor será mi gozo. Cuanto más me alejo, menor será mi gozo y más buscaré complementarlo con el gozo del mundo. Y las dos cosas juntas no funcionan. O es el gozo de Dios o el gozo del mundo lo que me gobierna. Y ausencia de Dios es ausencia de gozo. Sin Dios, no hay verdadero gozo.
            Algo parecido encontramos también en las palabras de Jesús: “Estas cosas les he hablado, para que mi gozo esté en ustedes, y su gozo sea completo” (Jn 15.11 – RVC). Aquí Jesús les dice a sus seguidores que la obediencia a él los llenará de su gozo. Él es la fuente del verdadero gozo, y cuando él nos llena, nuestro gozo estará completo, pleno, perfecto. Verdadero gozo no es posible sin Cristo. Fíjense que esta verdad ya estaba incluida en el anuncio por parte de los ángeles del nacimiento de Jesús: “…el ángel les dijo: — No tengan miedo, porque vengo a traerles una buena noticia, que será causa de gran alegría para todo el pueblo” (Lc 2.10 – BLPH). Si el anuncio de su nacimiento no más nos llena de alegría, cuánto más entonces será experimentar a Cristo en persona en su vida. La salvación que él nos otorga, y nuestra comunión con él son el terreno apropiado para experimentar esta alegría. Así lo describe Pedro: “Ustedes aman a Jesucristo, aunque no lo han visto; y ahora, creyendo en él sin haberlo visto, se alegran con una alegría tan grande y gloriosa que no pueden expresarla con palabras, porque están alcanzando la meta de su fe, que es la salvación” (1 P 1.8-9 – DHH). Por eso cantamos hoy: “La alegría está en el corazón de aquel que conoce a Jesús.”
            Esto coincide con lo que afirma también el salmista: “Señor, tú me has hecho sentirme más feliz que en los momentos de las mejores cosechas” (Sal 4.7 – PDT). O también en el Salmo 28: “Tú, Señor, eres mi escudo y mi fuerza; en ti confía mi corazón, pues recibo tu ayuda. Por eso mi corazón se alegra y te alaba con sus cánticos” (Sal 28.7 – RVC). La fuente de la verdadera alegría es Dios, no las circunstancias.
            Llegamos ahora a un versículo muy interesante: “Alégrense siempre en el Señor. Repito: ¡Alégrense” (Flp 4.4 – DHH)! El gozo es una actitud, una decisión, ¡había sido! Generalmente, cuando pensamos en el gozo o la alegría, pensamos en una sensación de flotar entre nubes rosadas cuando todo va de maravilla en nuestra vida. Pero aquí no leemos nada de esto. Más bien encontramos aquí un mandamiento: “Te ordeno que te alegres!” ¿Cómo? ¿Acaso puedo estar feliz a control remoto? ¡Sí! Porque el gozo no es una emoción, sino una elección. El que está deprimido, es porque así decide serlo. Decide condicionar su estado de ánimo a las circunstancias que lo rodean. Si las circunstancias están bien, él está feliz. Si están mal —o peor todavía: si él teme que en el futuro podrían estar mal— está decaído, malhumorado, pesimista, ansioso. Es cierto que pueden influir en esto ciertos estados químicos del cerebro sobre los cuales no tenemos control y que deben ser atendidos por un psicólogo o psiquiatra. Y también es cierto que hay situaciones extremas, como una depresión profunda como ya dije, o tiempos de mucho dolor y tristeza ante la pérdida de un ser querido, por ejemplo. Pero no estamos hablando ahora de estas situaciones, sino estoy indicando que lo que es puramente emocional es nuestra elección. El gozo tiene que ver con el alma de la persona, sede de las emociones y de la voluntad. Si yo le ordeno a mi alma: “Toma tu voluntad y sé alegre.”, las emociones tienen que seguir la decisión de mi voluntad. Es lo mismo que David dice una y otra vez en el Salmo 103: “Bendice, alma mía, a Jehová…” (vv. 1, 2, 22 – RV95). Cuando yo estoy pirevaí, me cuesta horrores hacer esto, porque me considero un hipócrita. No puedo simplemente cortar la punta de mi cara larga para que sea más corta. Pero lo que Pablo escribe aquí a los filipenses es algo muy diferente. Yo sí sería un hipócrita si tuviera el corazón destrozado, pero me pondría una máscara para dar la apariencia hacia fuera de que todo esté bien, mientras por dentro me estuviera desangrando. Sería fingir algo para tapar la realidad que no quiero mostrar. En cambio, lo que Pablo está indicando aquí es que, sin importar las circunstancias, tomemos la decisión de estar alegres, no por estar fingiendo, sino porque el gozo del Señor es nuestra fortaleza. A eso, precisamente, se refiere la definición de Wikipedia cuando dice: “…el gozo no es resultado de circunstancias externas, [sino] depende únicamente de la actividad del Espíritu Santo en la vida de una persona, así pues, las circunstancias —aunque adversas— no influyen en la voluntad de las personas que tienen una relación profunda con Dios.”
            ¿Tú dices que es difícil? ¿Qué dirás entonces en cuanto al siguiente versículo? “…también nos regocijamos en los sufrimientos, porque sabemos que los sufrimientos producen resistencia” (Ro 5.3 – RVC). ¡Está loco este Pablo! ¿Acaso voy a saltar de una pata por el júbilo que me causan los problemas graves que me han llevado por delante como uno de los raudales de los últimos días? No, eso sería masoquismo. Lo que dice Pablo es que podemos regocijarnos en medio de los sufrimientos; ordenarle a nuestra alma a que esté tranquila y confiada en el Señor a pesar de la avalancha de problemas, porque el gozo del Señor es nuestra fortaleza. Confiar en el Señor – o despotricar contra el Señor. Es nuestra decisión. ¿Difícil? ¿Y quién te prometió que sería fácil? Lo fácil no lleva muy lejos. Pero la victoria que se obtiene luego de una dura lucha consigo mismo, tratando de que el alma les haga caso a nuestras órdenes de regocijarse, ¡eso no tiene precio! Ese es el fruto que el Espíritu Santo quiere lograr en nosotros.
            Cuando experimentamos esta obra del Señor en nuestra vida, o cuando lo observamos en las vidas de otros, nuestro corazón se llena de gozo y alegría. Aquí algunos versículos de cómo vivió esto el pueblo de Israel: “…Salomón envió al pueblo a sus hogares. Iban con el corazón alegre y gozoso por los beneficios que el Señor había hecho a David y a Salomón, y a su pueblo Israel” (2 Cr 7.10 – RVC). Y en otro momento, luego de una victoria sobrenatural que el Señor había dado a su pueblo en tiempos del rey Josafat, dice la Biblia: “…todos los de Judá y Jerusalén, con Josafat a la cabeza, regresaron a Jerusalén llenos de gozo porque el Señor los había librado de sus enemigos” (2 Cr 20.27 – NVI). Ver la obra de Dios en su propia vida y de la vida de los hermanos nos llena de alegría y nos hace crecer en nuestra fe. Aquí en la iglesia tenemos pocos espacios para testimonios, pero me gustaría que podamos compartir más de lo que Dios está haciendo en nuestras vidas, porque estos testimonios nos hacen crecer a todos. Si alguien tiene una experiencia que quisiera compartir con los demás, me puede hablar para que lo incluyamos en el culto. Estoy seguro que nos haría mucho bien a todos.
            Los que han pasado por estas luchas, los que han obtenido victorias y en quienes el Espíritu Santo ha hecho crecer su fruto, son personas que transmiten algo especial. En su presencia uno experimenta algo único. Es como si uno casi pudiera saborear ese fruto del Espíritu. El salmista lo describe así: “Busqué al Señor, y él me escuchó, y me libró de todos mis temores. Los que a él acuden irradian alegría; no tienen por qué esconder su rostro. Este pobre clamó, y el Señor lo oyó y lo libró de todas sus angustias” (Sal 34.4-6 – RVC).
            Dios verdaderamente hace la diferencia en nuestra vida. Cuando él nos toca, las cosas cambian. Dios promete a través del profeta Jeremías: “Entonces las jóvenes danzarán alegremente, y los jóvenes junto con los viejos. Yo convertiré su tristeza en alegría; los consolaré y haré que su alegría sea mayor de lo que fue su dolor” (Jer 31.13 – PDT). ¿Cómo puede suceder esto? Dándole la oportunidad a Dios de trabajar en nuestras vidas, de producir el fruto de su Espíritu en nosotros.
            Así, la alegría se convertirá en una característica sobresaliente de un verdadero hijo de Dios, como bien lo dijo es personaje en la revista que mencioné al principio. Pero no una risa fingida, una máscara, sino una “profunda alegría espiritual”, en palabras de la definición del Internet. De los primeros cristianos dice que “adoraban juntos en el templo cada día, se reunían en casas para la Cena del Señor y compartían sus comidas con gran gozo y generosidad” (Hch 2.46 – NTV). Creo que los de Costa Azul podemos entender esto, porque cuando estamos juntos para un evento o una comida, siempre se siente una gran alegría y amistad entre todos. Eso me gusta, ¡y así tiene que ser!
            Y quiero terminar con un versículo que muestra un aspecto diferente de este gozo: que el Señor también se goza al vernos: “El Señor está en medio de ti, y te salvará con su poder; por ti se regocijará y se alegrará; por amor guardará silencio, y con cánticos se regocijará por ti” (Sof 3.17 – RVC). ¿No es tierno? Dios se alegra sobremanera al verte. Otra traducción incluso dice: “El saltará de gozo al verte a ti y te renovará su amor. Por ti danzará y lanzará gritos de alegría como lo haces tú en el día de la Fiesta” (BLA). ¿Puedes imaginarle a Dios saltar de alegría al verte, como una criatura cuando su papá vuelve a casa después de una larga ausencia (de media hora)? Pues, si el fruto del Espíritu es el carácter de Cristo en nosotros, entonces él es el ejemplo por excelencia de ese gozo. Y si él tanto se alegra al tener comunión con nosotros, lo tendremos también al tener verdadera comunión con él.
            El gozo del Señor – o el gozo del mundo, ¿cuál prefieres? El gozo del Señor será tu fortaleza, si buscas crecer hacia él, si lo amas con ternura y obedeces sus mandamientos. Entonces crecerá y madurará esta uva del gozo en el racimo del fruto del Espíritu.