domingo, 28 de abril de 2019

Elecciones generales









            Hoy hay elecciones generales en todo el país. Hoy elegimos, quién nos gobernará de ahora en adelante. Yo sé que es muy sorpresivo para la mayoría, ya que no hubo campaña electoral antes. Los medios poco o nada han podido informar de esto. Es debido a la situación que atravesamos que se hace urgente elegir ya un gobernante. No se puede postergar la elección ni se puede hacer campaña previa. Hoy tiene que salir un claro ganador. Y sólo hay dos candidatos a ser elegidos. Cada uno tiene sus propuestas y sus maneras de ser. Encontré una breve descripción del perfil de cada candidato y sus propuestas que les quiero leer ahora. Esta información la encontré en Gálatas 5.16-26.

            F Gl 5.16-26

            Aquí se presentan ambos candidatos. Es imprescindible elegir a uno de los dos como tu gobernante. No existe una tercera opción. No se puede votar en blanco tampoco. Uno de estos dos te gobernará por completo. Un candidato es el Espíritu Santo, el otro es la carne con sus deseos y pasiones desordenadas. Y según lo que Pablo describe aquí, estos dos candidatos están en total oposición uno al otro (v. 17). Entre ellos nunca podrán hacer la tan famosa alianza. ¡Es imposible! “El antagonismo es tan irreductible, que les impide hacer lo que ustedes desearían” (BLPH). Nos gobiernan de tal modo que no tenemos otra opción que decir: “¡Sí, señor!” a todo lo que nos dicten. Y como les dije, no se puede votar en blanco, porque eso significaría no decidirse por ninguno de los dos. Pero ante estos dos candidatos, la imparcialidad o indecisión es imposible. Sí o sí, uno de los dos te gobernará. Es por eso que Pablo casi se desespera en su carta a los romanos: “Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa no existe nada bueno. Quiero hacer lo que es correcto, pero no puedo. Quiero hacer lo que es bueno, pero no lo hago. No quiero hacer lo que está mal, pero igual lo hago. … ¡Soy un pobre desgraciado! ¿Quién me libertará de esta vida dominada por el pecado y la muerte” (Ro 7.18-19; 24 – NTV)? Ya vemos que es imposible hacer una alianza entre ambos candidatos, entre el bien y el mal, o de caminar en el medio para quedar bien con ambos. Muchos cristianos intentan estar con un pie en el reino del Espíritu, y con el otro en el reino de la carne. Pero no pasa más allá que ser un mero intento. Al intentar hacerlo, automáticamente la carne, que es bastante posesiva y dictador, los estira para su lado. Basta con darle aunque sea el dedo meñique no más para que ya se apodere de toda la persona. Y lo que aflora de nuestro interior una vez que la carne se apodera de nosotros, no suena nada bonito: “Es fácil ver lo que hacen quienes siguen los malos deseos: cometen inmoralidades sexuales, hacen cosas impuras y viciosas, adoran ídolos y practican la brujería. Mantienen odios, discordias y celos. Se enojan fácilmente, causan rivalidades, divisiones y partidismos. Son envidiosos, borrachos, glotones y otras cosas parecidas. Les advierto a ustedes, como ya antes lo he hecho, que los que así se portan no tendrán parte en el reino de Dios” (vv. 19-21 – DHH). Como información, esto ya nos basta y sobra. No entraremos a analizar cada una de estas manifestaciones, ya que no buscamos reproducirlas en nuestras vidas y, como dice Pablo, de por sí ya son fáciles de detectar. Además, “…los que son de Cristo Jesús, ya han crucificado la naturaleza del hombre pecador junto con sus pasiones y malos deseos” (v. 24 – DHH). Así que, este primer candidato ya está descartado para todo el que se llama hijo de Dios. Más bien queremos ver qué es lo que nos ofrece el otro candidato. A los que somos hijos de Dios, él ya nos ha dado nueva vida eterna. “Si ahora vivimos por el Espíritu, dejemos también que el Espíritu nos guíe” (v. 25 – DHH). ¿Cuál es su propuesta? “…lo que el Espíritu produce [el fruto del Espíritu – RVC] es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. Contra tales cosas no hay ley” (vv. 22-23 – DHH). Esto sí queremos analizar más a fondo. Empezamos hoy una serie de predicaciones acerca del carácter cristiano, iniciando con el fruto del Espíritu.
            En la naturaleza, todas las plantas crecen y se desarrollan al tener suficiente lluvia. Lo mismo se espera también de cada cristiano. En nuestras vidas se desarrolla algo que la Biblia llama “el fruto del Espíritu”. En el momento de nuestra conversión hemos recibido el Espíritu Santo. Con él, Dios puso en nosotros la semilla que producirá este fruto. Si nosotros plantamos un árbol frutal o sembramos verduras, esperamos poder cosechar de ello. Así Dios espera poder cosechar este fruto de cada uno de sus hijos.
            Pablo enumera aquí 9 conceptos. No son 9 frutos individuales, sino son resultados de un solo Espíritu que obra en nosotros. Por eso Pablo no habla de “frutos” en plural, sino de “fruto” en singular. Es un fruto en sus diversas manifestaciones, un resultado de la obra del Espíritu Santo. Se podría comparar esto con un racimo de uvas. Es un solo racimo, pero compuesto por 9 uvas diferentes. O también podríamos compararlo con una naranja, compuesta por varias rodajas. Es una sola naranja, un solo fruto, pero compuesto por varias partes. Si alguien de ustedes sigue hablando de “frutos” en plural, no me voy a oponer, porque son variadas manifestaciones. Pero el uso del singular tiene una aplicación muy especial: si ese un fruto está compuesto por los 9 ingredientes mencionados en este texto, y si el Espíritu Santo produce ese un fruto en nosotros, quiere decir que cada uno de los 9 componentes debe estar presente en nuestra vida. Nadie puede decir: “Cuando se repartió la paciencia, yo justo estaba de viaje. Por eso no me tocó nada. La paciencia y so somos como agua y aceite. No nos llevamos ni por accidente. Pero sí, la alegría…, parece que me la coseché casi toda para mí.” No, no es así. Si tenés el Espíritu Santo, tendrás con él también todos los resultados que él produce. Sí, puede ser que no todas las “uvas” estén igualmente desarrolladas. Hay en un racimo siempre algunas que están verdes todavía – ¡pero están ahí! El fruto del Espíritu es el carácter de Cristo en mí. Y si tengo a Cristo en mi vida, su carácter debe hacerse visible también en mí.
            ¿Cómo puede crecer este fruto en mí? Esto puede suceder solamente si me someto y me consagro a Cristo. Jesús lo ilustró precisamente con la imagen del racimo de uvas, conectado íntimamente a la planta: “Permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes. Así como ninguna rama puede dar fruto por sí misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así tampoco ustedes pueden dar fruto si no permanecen en mí” (Jn 15.4 – NVI). Jesús se compara aquí con la vid, con la planta, y a nosotros con la rama. La rama no tiene que esforzarse al máximo por producir uvas, porque de balde va a ser su esfuerzo. Simplemente debe permanecer prendida por la vid. Y al producirse esta conexión, la savia fluye hacia la rama y la alimenta con todos los nutrientes que necesita para producir el fruto para el cual fue creado. De la misma manera, sin la comunión con Cristo no hay ninguna fuente de vida para los cristianos. Sin esa comunión tampoco no habrá ningún fruto. Por nuestro propio esfuerzo podremos inflar unos globos, disfrazarlos de uvas y decir: “Mirá, yo también tengo paciencia.” Pero basta no más que pasa cerca algún hermano espinoso, y ¡PUM!, amóntema tu “paciencia” gua’u.
            Este “permanecer” en Cristo no es nada pasivo. No permanecemos en él por comodidad o pereza. El término “permanecer” suena a que baste con atar nuestra hamaca espiritual a Cristo, mientras que nos podemos dar una siestita de 12 horas. No, más bien requiere toda la atención de nuestra parte. Si descuidamos nuestro patio por un tiempo, muy pronto estará cubierto de malezas, hormigas y demás bichos. Si descuidamos nuestra comunión con Dios, también nuestra vida se llenará de malezas que amenazarán a echar a perder el fruto del Espíritu que debía crecer ahí. Estas malezas son las malezas de la superficialidad espiritual, indiferencia a las cosas de Dios y el pecado.
            Estos 9 elementos en este texto son el producto, el fruto del Espíritu Santo, no nuestro fruto. No lo producimos nosotros, sino el Espíritu Santo en nosotros. Sin embargo, no estamos ajenos a su producción. Somos colaboradores de Dios en la producción de este fruto. Dios nos da el perdón de pecados, nos reconcilia consigo mismo y nos da el Espíritu Santo, sin el cual no podríamos llevar una vida según sus principios. Si lo buscamos continuamente, desearemos vivir una vida en santidad. Desearemos que nuestra vida sea como un jardín recién arreglado y limpiado. Esto significa arrancar de nuestra vida toda maleza del pecado que aparezca. Este es el campo fértil, preparado para que pueda crecer en nosotros el fruto del Espíritu Santo en todo su esplendor.
            Estos 9 componentes del fruto del Espíritu pueden ser agrupados en tres partes: los que tienen que ver con nuestra relación con Dios son el amor, la alegría (el gozo) y la paz. Los que tienen que ver con nuestra relación con el prójimo son la paciencia, la amabilidad y la bondad. Asimismo, la fidelidad, humildad y el dominio propio tienen que ver con mi relación conmigo mismo.
            El amor es el primer y quizás más importante elemento de esta lista. En el amor están incluidos prácticamente todos los demás. Si tienes verdadero amor, también serás una persona alegre y estarás en paz. Podrás tenerle paciencia a los demás, ser amable y bondadoso. Serás fiel, humilde y tendrás dominio propio. Es por esto que algunos consideran que el fruto que produce el Espíritu Santo es el amor, y que todos los demás 8 elementos mencionados aquí sean diferentes expresiones no más de este amor. Muy bien podría ser de esta manera.
            El amor se refiere a que Dios quiere reproducir su amor en nosotros. Es un amor que se entrega a los demás, sin importar si los demás responden a este amor o no. ¿Fácil? ¡De ninguna manera! Todo el mundo habla de amor. Quizás sea la palabra más utilizada en las canciones. Pero mayormente, los que la usan, no tienen la menor idea de qué están hablando.
            Tener este amor que se entrega por los demás es imposible sin tener el amor de Dios. Es su amor el que debemos irradiar hacia los demás. Él es la fuente de ese amor que produce el Espíritu Santo en nosotros. Cuanto más experimentamos el amor de Dios, más podremos amar a los demás. La manera cómo tratamos a los demás muestra cuánto hemos experimentado el amor de Dios.
            Muchas veces confundimos amor con sentimientos. Creemos que cuantas más mariposas revolotean en el estómago, más amor tenemos. ¡Nada más lejos de la verdad! El amor no tiene nada que ver con sentimientos, por lo menos no en primer lugar. Si decimos que no podemos amar a fulano o mengano, generalmente queremos indicar que no sentimos nada. Y aun si entendemos que es una decisión, igual puede costar mucho, especialmente cuando hay heridas o rencores de por medio. Con tu propio amor tampoco nunca vas a poder amar a nadie, peor a una persona que te ha hecho algún daño. Pero puedes pedirle a Cristo a que él la ame a través de ti: “Señor, no soporto a fulano o mengano. Si fuera por mí, le desearía cualquier cosa que ni quiero mencionar. Pero tú me ordenaste a amar a los demás como tú me has amado. Pero mi interior está demasiado atormentado por los recuerdos dolorosos que me unen a esa persona. ¿Podrías amarla tú en mí lugar? ¿Podrías amarla a través de mí? Y sana también mi interior y mis heridas con tu amor y tu perdón.” Si dices esto con sinceridad, cosas sorprendentes verás suceder.
            Quizás el texto más descriptivo de las expresiones del amor encontramos en 1 Corintios 13. El otro día, en la reunión de matrimonios, hicimos una dinámica muy interesante. Escribimos el texto en un papel, pero cada vez que aparecía la palabra “amor”, la reemplazamos por el nombre del cónyuge. Parecía a veces increíble y hasta casi una burla, escuchar estas expresiones con su propio nombre, sabiendo que uno tiene sus graves luchas con muchas de las declaraciones de este texto. Pero lo tomamos como una declaración de fe, de que algún día seríamos así. Para darles una idea, aquí los primeros versículos personalizados: “Eliane es paciente y bondadosa; no es envidiosa ni jactanciosa, no se envanece; Eliane no hace nada impropio; no es egoísta ni se irrita; no es rencorosa; Eliane no se alegra de la injusticia, sino que se une a la alegría de la verdad. Eliane todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (según 1 Co 13.4-7 – RVC). ¿Se parece esto a una descripción de tu persona? Este es el objetivo de Dios para contigo. Dale la oportunidad de hacer esto en tu vida. Dale el permiso de hacer en ti lo que tenga que hacer, con tal que se note con el tiempo el resultado de su presencia en ti. Abona tu tierra diariamente con la comunión con Dios a través de la oración y la Palabra de Dios, y combate las malezas mediante la confesión y el pedido de perdón. Así se optimizarán las condiciones para que el Espíritu Santo pueda hacer surgir su fruto en tu vida.
            En las elecciones de hoy, tenés que elegir quién gobernará tu vida, si tu carne egoísta y caída o el Espíritu Santo de Dios. ¿Quién te dictará las pautas según las cuales vas a vivir? Tú eliges. Y todo el país, todo el mundo tiene que elegir. El que no toma conscientemente la decisión de poner al Espíritu Santo como el gobernador de su vida, está automáticamente bajo el gobierno de su propia carne. Y ese gobernador es muy tirano. Más que gobernador es dictador inmisericorde. La decisión está en tus manos, pero yo te insto a que deposites hoy tu voto a favor del Espíritu Santo, para que sea la presencia de Dios misma la que gobierne tu vida. Podríamos tener hoy aquí dos urnas, una para la carne y otra para el Espíritu Santo, y hacerles pasar para depositar simbólicamente su voto a favor de uno u otro. Pero no traería mucho, porque probablemente nadie se animaría a depositar públicamente su voto a favor de la carne. Aparte, las elecciones son secretas. Pero al salir de este lugar se notará en ti quién te gobierna. Haz que se vea a Cristo en su vida diaria, en tu manera de relacionarte con tu familia, con tus compañeros de trabajo o de estudio, y en tu comportamiento en el tráfico. Deja que el carácter de Cristo se vea en ti. Elije al Espíritu Santo como tu gobernador. ¡Amén!


martes, 23 de abril de 2019

Ein Kind Gottes






            Bist du ein Kind Gottes? Wie weißt du es? Oder weißt du nicht auf den Schlag, was du antworten sollst? Ich bitte Gott, dass er dir dann heute durch sein Wort eine Antwort zeigt.
            Gestern zählten wir die verschiedenen Auswirkungen der Vergebung auf. Da sahen wir unter anderem, dass wir durch die Vergebung Gottes seine Kinder werden. Diesen Punkt wollen wir uns heute besonders untersuchen und sehen, was dies für uns zu bedeuten hat. Bevor wir uns aber einige Eigenschaften davon in Römer 8 ansehen, müssen wir uns erst einmal fragen, wie wir überhaupt zu Gottes Kindern werden.
            Das fängt in den wohlbekannten Versen an, die die meisten von euch wahrscheinlich auswendig können: „Er kam in sein Eigentum; und die Seinen nahmen ihn nicht auf. Wie viele ihn aber aufnahmen, denen gab er Macht, Gottes Kinder zu werden: denen, die an seinen Namen glauben“ (Joh 1,11-12 – LUT). Was war notwendig unsererseits, ein Kind Gottes zu werden? Der Glaube. Wir mussten unser ganzes Vertrauen auf Jesu Erlösungswerk setzen, dass es genug ist, um uns zu retten. Johannes sagt, dass Gott uns die „Macht“ gegeben hat, seine Kinder zu werden. Das ist eine legale oder rechtliche Maßnahme, die uns offiziell die Kindschaft Gottes zusagt. Deshalb übersetzen sehr viele Versionen, dass Gott uns das „Recht“ gegeben hat, seine Kinder zu sein. Der gesetzliche Prozess, der in der geistlichen Welt vorgeschrieben ist, ist erfüllt, und wir werden jetzt offiziell zur Familie Gottes zugelassen. Es ist zu vergleichen mit dem Prozess und Papierkram, den mehrere von euch gemacht haben, um Kinder zu adoptieren. Wenn die letzte Unterschrift und Stempel der rechtmäßigen Person auf das Papier kommt, wird offiziell vom Staat aus anerkannt, dass eine bestimmte Person nun vollberechtigtes Kind dieser oder jener Familie ist. Genau dasselbe hat Jesus auch mit uns getan. Jetzt gehören wir alle zu Gottes Familie.
            Die ganze geistliche Welt ist ein außerordentlich legales Reich mit seinen sehr genauen Gesetzen. So wird es immer wieder in der Bibel beschrieben, und man kann es auch ganz genau beobachten. So musste ein legaler Prozess stattfinden, damit wir von „Kindern des Ungehorsams“ (Eph 2,2 – LUT) zu Kindern Gottes werden konnten. Wie gesagt, von uns wurde nur der Glaube verlangt. Wer aber nicht an diesen Prozess glaubt; wer denkt, bei so viel Korruption könne man nicht sicher sein, dass alles recht auslaufen würde; oder wer glaubt, er käme auch ohne diese Adoption zurecht, für den verwirklicht sich dieser Prozess nicht. Dessen Adoptionsakte bleibt im Archiv liegen, ohne jemals abgeholt zu werden. Der Glaube aber fordert diese Dokumente an, die den Eintritt in die Familie Gottes ermöglichen. Paulus beschreibt das so: „Eure Rettung ist wirklich reine Gnade, und ihr empfangt sie allein durch den Glauben. Ihr selbst habt nichts dazu getan, sie ist Gottes Geschenk. Ihr habt sie nicht durch irgendein Tun verdient; denn niemand soll sich mit irgendetwas rühmen können“ (Eph 2,8-9 – GNB). Wie groß ist Gottes Gnade!
            Dies scheint ein so einfacher und billiger Prozess zu sein, dass viele es als zu einfach ansehen und daher nicht wertschätzen. Aber was ist alles im Hintergrund gelaufen, was wir nicht sehen können? Wenn von uns Glaube verlangt wird, um Kinder Gottes zu werden, was hat Gott denn getan, um uns diesen Prozess zu ermöglichen? „Gott hat Christus, der ohne Sünde war, an unserer Stelle als Sünder verurteilt, damit wir durch ihn vor Gott als gerecht bestehen können“ (2 Kor 5,21 – GNB). Aha, da ist also der ganze Prozess abgelaufen. Scheint er immer noch „zu einfach“ zu sein? Wie gesagt, die geistliche Welt ist ein sehr legales Reich. Damit ein Kind des Ungehorsams als ein Kind Gottes adoptiert werden kann, musste ein Preis gezahlt werden. Den Preis hat Jesus für uns alle gezahlt, und das wissen wir, was das gekostet hat, wie hoch der Preis war. Der Tod Jesu machte es möglich, dass wir Kandidaten wurden, um von Gott als seine Kinder adoptiert zu werden. Unsere Sünde hatte uns von Gott getrennt. Seine Heiligkeit und sein Zorn gegen die Sünde machten es unmöglich, dass irgendwelche Beziehung zwischen uns und Gott entstehe. Aber „Gott war in Christus und versöhnte die Welt mit ihm selber und rechnete ihnen ihre Sünden nicht zu“ (2 Kor 5,19 – LUT). Irgendjemand musste den Schaden bezahlen, den wir angerichtet hatten durch unsere Rebellion, und weil wir selber ihn nicht bezahlen konnten, hat Jesus es für uns alle gemacht. Nicht wir haben uns mit Gott versöhnt, sondern er mit uns. Wir konnten und können absolut nichts zu unserer Versöhnung beitragen als nur sie im Glauben anzunehmen. Alles musste Gott für uns tun. Als dann jetzt durch das Opfer Jesu die Rechnung beglichen war, hat Gott uns zu seinen Söhnen und Töchtern gemacht. Als solche, haben wir nun den Auftrag, andere anzuflehen, sich doch auch versöhnen zu lassen: „So sind wir nun Botschafter an Christi statt, denn Gott ermahnt durch uns; so bitten wir nun an Christi statt: Lasst euch versöhnen mit Gott“ (2 Kor 5,20 – LUT).
            Jetzt, wo wir von Gott in seine Familie aufgenommen worden sind, beginnt ein neues Leben für uns: „Ist jemand in Christus, so ist er eine neue Kreatur; das Alte ist vergangen, siehe, Neues ist geworden“ (2 Kor 5,17 – LUT). Jetzt leben wir in einer persönlichen Beziehung zu dem dreieinigen Gott. Sein Heiliger Geist leitet uns jetzt durch den Alltag. Das finden wir in Römer 8, und kehren damit zurück zu dem Kapitel, mit dem wir uns in diesen Tagen beschäftigen. In Vers 14 schreibt Paulus: „…welche der Geist Gottes treibt [leitet, regiert], die sind Gottes Kinder“ (LUT). Diese Führung des Geistes kann sowohl als Bedingung verstanden werden, um Gottes Kinder zu werden, als auch als Folge davon, dass wir Gottes Kinder geworden sind. Also, wir brauchen die Führung des Geistes, um uns zu bekehren, und wir brauchen sie nachdem wir uns einmal bekehrt haben. Damit wir zu Gottes Kindern werden, ist es notwendig, dass der Heilige Geist uns zu Gott führt. Wir hatten es gestern schon gesehen, dass eine Funktion des Heiligen Geistes ist, uns von unseren Sünden zu überführen (Joh 16,8). Täte er es nicht, wären wir nie imstande, unseren verlorenen geistlichen Zustand überhaupt zu erahnen. Dass du dich mal zu Gott bekehrt hast, ist nicht auf die Redegewandtheit eines Predigers oder irgendeiner anderen Person zurückzuführen, sondern auf das Wirken des Heiligen Geistes in dir. Er kann die Person, die dir den Heilsplan erklärte, als Instrument gebraucht haben, aber dir die Augen für deinen geistlichen Zustand öffnen kann kein Mensch. Dazu braucht es den Heiligen Geist. Also, das Wirken des Heiligen Geistes ist grundlegend, um überhaupt ein Kind Gottes zu werden.
            Aber jetzt wo du schon ein Kind Gottes bist, ist das Wirken des Heiligen Geistes grundlegend, um als Kind Gottes zu leben. Es kommt ja nicht nur darauf an, einmal das Visum für den Himmel zu bekommen, du musst auch dorthin gelangen. Wir hatten gestern auch schon gesehen, dass der Heilige Geist uns belehrt (Joh 14,26), und dass er uns zum vollen Verständnis der Wahrheit führt (Joh 16,13). So, der Heilige Geist spielt eine ausgesprochen wichtige Rolle im alltäglichen Leben eines jeden Kindes Gottes. Ohne ihn sind wir hilflos verloren in dieser neuen geistlichen Welt —dem Reich Gottes— in das wir durch unsere Bekehrung hineingeboren sind. Wir hatten ja gestern auch schon gesehen, dass wir ohne den Heiligen Geist nicht einmal beten können (Röm 8,26-27). Deshalb ist es jetzt so wichtig, dass der Heilige Geist uns als Kinder Gottes treibt, führt oder regiert, wie Paulus es im 14. Vers sagt.
            Im 15. Vers gibt Paulus eine weitere Charakteristik unserer Kindschaft an: die Vertrautheit und innige Beziehung. Gestern sahen wir ja schon, dass Gott nicht Sklaven will, sondern Kinder: „…der Geist Gottes … hat euch … zu Gottes Söhnen und Töchtern gemacht. Jetzt können wir zu Gott kommen und zu ihm sagen: »Abba, lieber Vater!«“ (HFA). Dazu eine Erklärung, die die Bibel Hoffnung Für Alle gibt: „Abba ist aramäisch und bedeutet »Papa« oder »Vater«. So redete ein Kind in der damaligen Zeit seinen Vater im vertrauten Familienkreis an.“ Jesus selbst brauchte diese Anrede für Gott, und das, als er in Getsemani damit rang, seinen Willen dem seines Vaters zu unterstellen (Mar 14.36). Wir dürfen zu Gott sein wie ein Kind, das voller Freude zum Vater gelaufen kommt, sich auf seinen Schoß setzt und sich fest an ihn schmiegt und ihm dann von allem erzählt, was es an dem Tag erlebt hat. Beschreibt dies deine Beziehung zu Gott? Wenn ja, herzlichen Glückwunsch! Wie mich das freut! Wenn nicht, warum nicht? Bei sehr vielen Christen wird ihre Beziehung zum himmlischen Vater ungemein sehr überschattet durch die (schlechte) Beziehung, die sie mit ihrem irdischen Vater hatten oder noch haben. Und das kann erst anders werden, wenn die Beziehung zum irdischen Vater hergestellt wird durch die Vergebung, unabhängig davon, ob der Vater noch lebt oder nicht. Einen anderen Weg gibt es nicht. Wie viele Christen leben vielmehr als wären sie Sklaven Gottes, anstatt seine Kinder. Das zu sehen macht mich so traurig. Wie gerne möchte ich, dass sie von Herzen die Liebe des Vaters erfahren möchten, aber ich kann keinem sein Herz und Verstand öffnen, um dieses zu bewirken. Mehr noch: nicht einmal Gott kann das, denn er wird sich niemals jemandem aufzwängen. Täte er es, könnten wir uns zu Recht als seine Sklaven fühlen. Wenn du so lebst, als wärst du ein Sklave Gottes, dann wisse ganz klar: Dieses kommt nicht von Gott! Ich spreche jetzt nicht von der Situation, wo jemand aus Liebe und vollkommener Hingabe an Gott sich so tief unterordnet, als hätte er keinen eigenen Willen. Ich spreche von Personen, die Gott und das Christsein als eine so schwere Last ansehen, dass sie schier daran kaputtgehen. Gott ist nur ein theoretisches Konzept für sie, und sie fühlen sich in einer Tradition gefangen, aus der sie nicht ausbrechen können. Aber wenn sie die Wahl hätten, würden sie lieber gestern als heute alles, was mit Gott zu tun hat, über den Haufen werfen und vollkommen Gott-los leben. Aber sie geben sich weiter als Christen aus, weil das ihnen vielleicht gewisse Vorteile bringt, oder es sozial annehmbarer zu sein scheint. Ich wiederhole: Diese Einstellung kommt nicht von Gott! Paulus beschreibt uns hier ganz klar welches der Wille Gottes für einen jeden ist: er will eine liebevolle, innige Beziehung mit uns. Wenn du dich als Sklave fühlst, dann bis du auch einer. Aber nicht ein Sklave Gottes, sondern ein Sklave der Lügen, die Satan in dein Herz gestreut hat. Gott wirbt vielmehr um dich mit unaussprechlich großer Liebe, aber ob diese Liebe dein Herz erwärmen kann, entscheidest einzig und allein du selber. Und die Entscheidung ist von keinem Gefühl abhängig, sondern davon, dass du aufstehst im Namen Jesu und sagst: „Schluss jetzt mit dieser Sklaverei! Ich entscheide jetzt, mich voll und ganz Gott zu öffnen und ihn in mein Leben einzulassen, damit er in mir machen kann, was er möchte.“ Wenn du das tust, wirst du erleben, was Paulus dann im 16. Vers schreibt: „Der Geist selbst gibt Zeugnis unserm Geist [gibt uns die innere Gewissheit – HFA], dass wir Gottes Kinder sind“ (LUT). Bist du ein Kind Gottes? Wie weißt du das? Das können wir vielleicht nicht mit Worten logisch erklären. Wir haben einfach nur diese volle Gewissheit – und genießen es von Herzen.
            Diese intime familiäre Beziehung zu Gott finden wir in vielen Stellen der Bibel. Und wahrhaftig gehören wir zu einer großen geistlichen Familie, die Gott als Vater hat. Deshalb sprechen wir uns untereinander auch als „Geschwister“ an. Im Spanischen wird unter Christen noch viel mehr die Ansprache mit „Bruder“ oder „Schwester“ gebraucht. Auch im 29. Vers schreibt Paulus, dass es Gottes Wunsch ist, dass wir alle so werden wie Christus, „damit dieser der Erstgeborene sei unter vielen Brüdern“ (LUT). Jesus ist unser großer Bruder. Unter menschlichen Geschwistern kann es sehr unterschiedliche Beziehungen zwischen Geschwistern geben, zum Beispiel die Beziehung der älteren Geschwister zu den jüngeren. Aber wenn die Beziehung gesund ist, wird normalerweise der Ältere den Jüngeren beschützen und ihm helfen. Genauso ist Jesus zu uns. Er sagte zu seinen Jüngern, dass er sie nicht alleine lassen, sondern seinen Stellvertreter, den Heiligen Geist, schicken würde: „…ich werde den Vater bitten, dass er euch an meiner Stelle einen anderen Beistand gibt, der für immer bei euch bleibt. Ich werde euch nicht allein und verwaist zurücklassen“ (Joh 14,16; 18 – GNEU). Und kurz bevor er wieder zurück zum Vater ging, versicherte er seinen Nachfolgern noch einmal: „…ich bin bei euch alle Tage bis an der Welt Ende“ (Matth 28.20 – LUT).
            In der Familie ist es meistens so, dass die Kinder das Gut der Eltern erben, wenn diese sterben. Wenn wir nun zu Gottes Familie gehören, ist es genau so, nur dass unser Vater niemals stirbt: „Wenn wir aber Kinder sind, dann sind wir auch Erben, und das heißt: wir bekommen teil am unvergänglichen Leben des Vaters, genauso wie Christus und zusammen mit ihm. Wie wir mit Christus leiden, sollen wir auch seine Herrlichkeit mit ihm teilen. Ich bin überzeugt: Was wir in der gegenwärtigen Zeit noch leiden müssen, fällt überhaupt nicht ins Gewicht im Vergleich mit der Herrlichkeit, die Gott uns zugedacht hat und die er in der Zukunft offenbar machen wird“ (Vv. 17-18 – GNB). So, das kann ja nur noch besser werden. Für ein Kind Gottes liegt das Beste immer bevor. Nicht jetzt wegen egoistischen Interessen an dem Erbe, sondern weil Gott uns immer zu neuen Siegen führt, und weil die Ewigkeit mit ihm im Himmel definitiv besser ist als das gegenwärtige Leben. In seinem 2. Brief an die Korinther beschreibt Paulus es in diesen Worten: „…die Nöte, die wir jetzt durchmachen, sind nur eine kleine Last und gehen bald vorüber, und sie bringen uns etwas, was von unvergleichlich viel größerem Gewicht ist: eine unvorstellbare und alles überragende Herrlichkeit, die nie vergeht“ (2 Kor 4,17 – NGÜ). So, freuen wir uns auf die Zukunft!
            Bist du ein Kind Gottes? Lebst du als solches? Hast du diese innige Beziehung zu deinem himmlischen Vater? Gott wartet auf deine Antwort. Was sagst du ihm? Brauchst du, dass er sich noch erst mit dir versöhnt? Dann lade ihn jetzt in diesem Augenblick dazu ein. Gibt ihm die legalen Rechte über dein ganzes Leben. Schreibe dich von deinem angeblichen Eigentumsrecht los und übergib sie ihm. Er wird damit vorsichtig umgehen und etwas Glorreiches machen, was du dir noch gar nicht mal vorstellen kannst.
            Hast du eine innige Beziehung zum Vater? Dann genieße sie, pflege sie, und hilf denen um dich herum, die es noch nicht haben.

lunes, 22 de abril de 2019

Vergebung







            Was hilft es mir, Christ zu sein? Was bringt es? Was hat Gott mir anzubieten, damit ich es erwägen könnte, Christ zu werden (oder Christ zu bleiben)? Hast du dich dieses mal gefragt? Ich habe keine Antwort darauf – wohl aber die Bibel! Stefan hat dieses Thema im letzten Gemeindeblatt wunderbar eingeführt, und ich möchte mich heute daran anlehnen und es weiter ausführen.
            Die Antwort auf diese Frage, was Christus mir anzubieten hätte —und wo wir jetzt Ostern feiern: was sein Tod und seine Auferstehung für mich bedeuten— finden wir eigentlich in der ganzen Bibel. Es ist gewissermaßen das zentrale Thema der Bibel. Ich möchte mich aber heute hauptsächlich auf das 8. Kapitel des Römerbriefes beschränken, was Stefan auch schon angedeutet hatte im Gemeindeblatt. Ich werde das Kapitel jetzt nicht in einem Stück lesen, sondern durch die ganze Predigt hindurch Stück für Stück. Haltet also bitte eure Bibeln aufgeschlagen in Römer 8.
            An Ostern feiern wir ja besonders, wie Jesus sich für uns hingegeben hat. Oder anders herum gesagt: wie Gott Jesus für uns hingegeben hat. Denn so drückt Paulus es auch in diesem Kapitel aus, und ich möchte den Vers 32 als Ausganspunkt für diese Predigt stellen: „Gott hat nicht einmal seinen eigenen Sohn verschont, sondern hat ihn für uns alle gegeben. Und wenn Gott uns Christus gab, wird er uns mit ihm dann nicht auch alles andere schenken“ (NL)? Jesus ist Gottes große Geschenk an uns alle. Durch dieses Geschenk wurde unsere Erlösung möglich. Dadurch bekamen wir die Vergebung unserer Sünden. Das ist, was er mir anzubieten hat. Und dieses Geschenk ist so allumfassend, so breit, so vielseitig, dass es auch „alles andere“ beinhaltet, so wie Paulus es hier ausdrückt. Aber was ist denn „alles andere“? Was wird mit diesem Geschenk „mitgeliefert“? Was bewirkt die Vergebung denn alles?
·         Eine erste Zugabe zu dem Geschenk „Christus“, eine erste Auswirkung seiner Vergebung, ist die Befreiung von Sünde und Tod: „…das Gesetz des Geistes, der lebendig macht in Christus Jesus, hat dich frei gemacht von dem Gesetz der Sünde und des Todes“ (V. 2 – LUT). Paulus hatte es schon nur zu deutlich in den vorherigen Kapiteln dieses Briefes gesagt, dass das Gesetz des Alten Testaments uns nicht retten kann. Die Sünde hatte sich dieses Gesetzes bedient, um uns nun zum Tod zu verurteilen, da wir das Gesetz unmöglich vollkommen erfüllen können. Das ist unsere Situation seit wir geboren sind. Die Macht aber des lebendigen Gottes und des auferstandenen Christus hat nun dieses Gesetz, dieses Todesurteil, durch das Gesetz des Lebens ersetzt. Für den, der Jesus als seinen Erretter annimmt und seine Vergebung erfährt, wird dieser Wechsel Wirklichkeit. Die anderen, die Jesus nicht annehmen, bleiben unter dem Gesetz des Todes.
      Das hat zur Folge, dass diejenigen, die Jesu Vergebung angenommen haben, von der Verurteilung zum Tod freigesprochen werden: „So gibt es nun keine Verdammnis für die, die in Christus Jesus sind“ (V. 1 – LUT). Vergebung bedeutet, dass unsere Schuld gestrichen wurde. Das Todesurteil des Gesetzes der Sünde ist in ein „Lebensurteil“ durch Christus verwandelt worden.
      Aber wie hat er das zustande gebracht? Indem er sich in unsere menschliche sündige Natur begab, um da von innen die Sünde zu besiegen: „…Gott [sandte] seinen Sohn zu uns. Er wurde Mensch und war wie wir der Macht der Sünde ausgesetzt. An unserer Stelle nahm er Gottes Urteil über die Sünde auf sich und entmachtete sie dadurch“ (V. 3 – HFA). Wenn ich etwas verbrochen habe, was ich um alles in der Welt verheimlichen will, aber jemand anderer von meinem Vergehen weiß, bin ich hilflos seiner Tyrannei ausgesetzt. Er kann mich jetzt hin und zurück manipulieren, denn, wenn ich ihm nicht Folge leiste, dann wird er mein Vergehen ausposaunen. Und damit bin ich an Händen und Füßen gebunden! Das war früher unsere Situation. Wir waren hilflos dem Gesetz der Sünde ausgeliefert – BIS sich Jesus vor uns stellte und dem Gesetz sagte: „Ich bezahle, was du für seine Vergehen verlangst.“ Und das Gesetz verlangte sein Leben. Aber mit seinem Tod und Auferstehung ist die Macht der Sünde gebrochen. Sie hat nun kein Druckmittel mehr, um von uns das zu verlangen, was sie will. Durch seinen Tod hat Jesus in uns einen Regierungsputsch vorgenommen. Er hat die menschliche Natur, das Fleisch, abgesetzt, damit sich so nun der Heilige Geist auf den Thron in unserem Leben setzen konnte. Ist dieses Geschenk nicht schon genügende Antwort auf die Frage, was mir das Christsein hilft?
·         Ein weiteres Geschenk, das die Vergebung mit sich bringt, ist, dass wir Gottes Geist haben: „Ihr … seid nicht vom Fleisch, sondern vom Geist bestimmt, da ja der Geist Gottes in euch wohnt. Wer aber den Geist Christi nicht hat, der gehört nicht zu ihm“ (V. 9 – EU). Auch in Vers 23 schreibt Paulus, dass wir „den Geist als Erstlingsgabe haben“ (LUT). Der Heilige Geist verbindet uns nun mit Gott, und ist das Zeichen, dass uns vergeben wurde und wir jetzt zu ihm gehören. An die Epheser schreibt Paulus, dass wir mit dem Heiligen Geist versiegelt worden sind (Eph 1.13). Er ist das Stempel Gottes, das uns als sein Eigentum identifiziert.
      Durch diesen Geist haben wir auch vieles mehr bekommen, wie zum Beispiel Hilfe beim Beten: „…wir wissen ja nicht einmal, worum oder wie wir beten sollen. Doch der Heilige Geist betet für uns mit einem Seufzen, das sich nicht in Worte fassen lässt. Und der Vater, der alle Herzen kennt, weiß, was der Geist sagt, denn der Geist bittet für die, die zu Gott gehören, wie es dem Willen Gottes entspricht“ (Vv. 26-27 – NL). Außer dieser Funktion, die Paulus vom Heiligen Geist erwähnt, wissen wir aus anderen Stellen der Bibel, dass der Geist noch vieles andere bewirkt. Jesus sagte, zum Beispiel, dass der Heilige Geist uns belehrt (Joh 14,26), dass er uns die Augen öffnet für unsere Sünde (Joh 16,8) und uns zum vollen Verständnis der Wahrheit führt (Joh 16,13).
·         Was ist Vergebung noch? Sie gibt uns neues geistliches Leben: „Wenn Christus in euch lebt, dann ist zwar euer Körper wegen der Sünde noch dem Tod ausgeliefert. Doch Gottes Geist schenkt euch ein neues Leben, weil Gott euch angenommen hat“ (V. 10 – HFA). Das ist genau das, was schon Jesus einmal gesagt hatte: „Ich versichere euch: Wer auf mein Wort hört und dem glaubt, der mich gesandt hat, der hat das ewige Leben … er hat den Schritt vom Tod ins Leben getan“ (Joh 5.24 – NGÜ). Mit Christus hat Gott auch unseren Geist wieder neu belebt, der tot in seinen Sünden war, wie Paulus es an die Epheser schreibt: „…euch hat er mit Christus lebendig gemacht, obwohl ihr durch eure Sünden und Verfehlungen tot wart“ (Eph 2.1 – GNEU). Dieses neue geistliche Leben hat noch eine ganz besondere Eigenschaft: es ist ewiges Leben: „Ist der Geist Gottes in euch, so wird Gott, der Jesus Christus von den Toten auferweckt hat, auch euren vergänglichen Körper lebendig machen … Wenn ihr … mit der Kraft des Geistes euer selbstsüchtiges Verhalten tötet, werdet ihr leben“ (Vv. 11, 13 – HFA). Ist das nicht herrlich? Wir waren schon auf dem Weg zur Vollstreckung des Todesurteils, als plötzlich jemand unseren Namen rief, wir aus der Reihe genommen und gerecht gesprochen wurden. Das ist Vergebung! Das ist Gnade!
·         Weiter sind wir nicht mehr Sklaven unserer fleischlichen menschlichen Natur: „Darum sind wir jetzt nicht mehr unserer eigenen Natur verpflichtet, … als müssten wir uns von ihr bestimmen lassen“ (V. 12 – GNEU). Dies ist eine große Wahrheit, die uns aber gar nicht immer so sehr lieb ist. Sehr oft passiert es, dass wir doch nach unserer alten Natur handeln. Es wäre dann so passend, wenn wir ihr die Schuld dafür in die Schuhe schieben könnten, denn dann hätten wir keine Verantwortung für unser Fehlverhalten. Aber Paulus sagt hier ganz klar, dass unsere Reaktion oder unser Verhalten unsere Entscheidung ist. Wenn wir aufbrausen, wenn uns etwas nicht passt; wenn wir andere hintergehen, sobald sich die Gelegenheit dazu ergibt; wenn wir doppelte Geschwindigkeit fahren wie die erlaubte, so lange kein Verkehrspolizist zu sehen ist; wenn wir ein Doppelleben führen, sei es geistlich oder in der Ehe; oder ob es mit der Wahrheit nicht immer so recht klappen will, wenn die Situation brenzlich wird, alles ist deine Entscheidung. Du bist deiner alten Natur nicht mehr hilflos ausgeliefert, als wärst du ihr Sklave und hättest nicht die geringste Möglichkeit, gegen sie anzukommen. Christus hat dir eine neue geistliche Natur gegeben, aber die Entscheidung, welche von beiden Naturen dich bestimmen soll, liegt in deiner Hand. Martin Luther dachte ja auch, sein alter Adam würde bei der Taufe ertrunken sein, aber er musste erkennen, dass der schwimmen konnte und jeden Tag aufs Neue getötet werden musste.
      Obzwar uns dieses vielleicht nicht so sehr passt, ist es doch eine außerordentliche Nachricht. Sklave seiner alten Natur zu sein, ist absolut nicht interessant. Es bringt nur Leiden für uns selbst und für die Menschen um uns herum. Und: sie bringt keine Ehre für Gott.
·         Ähnlich ist auch die nächste Auswirkung der Vergebung: Freiheit von Angst: „Der Geist, den Gott euch gegeben hat, ist ja nicht ein Sklavengeist, sodass ihr wie früher in Angst leben müsstet…“ (V. 15 – GNB). Leider leben sehr viele Christen in einer ständigen Angst, es könnte nicht zureichen; dass sie nicht genug getan hätten für ihn, oder nicht heilig genug gelebt hätten. Aber Paulus sagt es hier ganz klar, dass wir nicht den Geist der Knechtschaft oder der Sklaverei bekommen haben. Gott will Kinder haben, nicht Sklaven. Er bezeichnet uns auf mehreren Stellen der Bibel als seine Freunde. Habt ihr denn Angst vor euren Freunden? Wie solltet ihr es denn vor Gott haben? Er will vielmehr, dass wir eine offene liebende Beziehung zu Gott haben, und er zu uns. Jetzt denkt vielleicht jemand: ‚Aber die Bibel spricht doch von der Furcht Gottes, also, dass wir ihr fürchten sollen.‘ Ja, stimmt. Aber das bedeutet nicht, dass die Angst unsere treibende Kraft sein soll, dass wir nur für ihn arbeiten oder mit ihm leben aus Angst vor der Strafe. Das bringt absolut nichts! Die treibende Kraft, um uns Gott zu nähern, soll die Liebe sein. Wir dienen ihm, weil wir ihn so sehr lieben; wir fahren zur Kirche, weil wir ihn mit anderen Geschwistern zusammen anbeten und unsere Liebe zu ihm ausdrücken wollen; wir versuchen, ihm in allem gehorsam zu sein, weil wir ihn lieben. Johannes schreibt: „Wirkliche Liebe ist frei von Angst. Ja, wenn Gottes vollkommene Liebe uns erfüllt, vertreibt sie sogar die Angst. Wer sich also fürchtet und vor der Strafe zittert, bei dem ist Gottes Liebe noch nicht zum Ziel gekommen“ (1 Joh 4,18 – HFA).
      In unserer Abteilung in Costa Azul für die Arbeit mit Ehepaaren haben wir jetzt einen Kurs angefangen, der als Untertitel sagt: „Die Ehe ist nicht da zum Aushalten, sondern zum Genießen.“ So etwa geht es auch mit Gott. Unsere Beziehung zu ihm ist nicht, um Angst zu haben vor ihm, sondern um ein inniges Verhältnis voller Liebe zu genießen. Wer das nicht kann, hat noch nicht wahre Vergebung und Gnade erfahren.
·         Eine weitere Folge der Vergebung ist, dass wir Kinder Gottes sind. Das sagt Paulus in den Versen 14-16. Darauf werde ich jetzt nicht weiter eingehen, da das unser Thema für morgen ist.
·         Auch eine weitere Folge, die mit der Gotteskindschaft zu tun hat, ist, dass wir Miterben Christi seiner Herrlichkeit sind (Vv. 17-18 – vergl. 2 Ko 4,17). Auch das werden wir uns morgen näher ansehen.
·         Weiter hat uns die Vergebung durch Jesu Tod und Auferstehung neue Hoffnung gegeben. In den Versen 20-21 spricht Paulus davon, dass die Schöpfung auch auf Erlösung wartet. Die Schöpfung hatte nichts verbrochen, aber durch die Sünde des Menschen leidet sie unaussprechlich, ohne ihre fortschreitende Zerstörung vermeiden zu können. Aber auch für sie gibt es Hoffnung: „…die ganze Schöpfung hofft auf den Tag, an dem sie von Tod und Vergänglichkeit befreit wird zur herrlichen Freiheit der Kinder Gottes“ (NL). Obzwar es hier mehr von der Schöpfung spricht, sind wir doch auch miteingeschlossen, denn wir sind Teil der Schöpfung, und deren Erlösung ist von der unseren abhängig. Wenn es also Hoffnung für die Schöpfung gibt, wie viel mehr dann für uns. In den Versen 22 und 23 sagt Paulus es dann auch ganz klar, dass wir zusammen mit der Schöpfung seufzen und auf unsere endgültige Erlösung warten. Wir sind jetzt schon erlöst, aber noch ist unsere Erlösung nicht vollkommen in Erfüllung gegangen. Wie? Muss den noch etwas zu Jesu Erlösungswerk hinzugefügt werden? Nein, absolut nicht! Er hat alles vollbracht. Aber noch leben wir auf dieser gefallenen Welt in einem von der Sünde markierten Körper. Davon sind wir noch nicht erlöst worden. Es ist so, wie wenn ich ins Ausland reisen möchte. Ich habe schon das Ticket gekauft und das Visum erhalten. Aber noch bin ich hier. Die Reise ist bezahlt, aber hat sich noch nicht vervollständigt. Wenn jetzt hier in Paraguay eine ansteckende Krankheit ausbrechen würde, wäre ich auch davon betroffen. Vielleicht würde dann das Land, in das ich reisen will, von mir verlangen, eine bestimmte Impfung aufweisen zu können. Nun, diese ansteckende Krankheit heißt „Sünde“, und die Impfung „Vergebung durch das Blut Jesu“. So oft ich von der Krankheit angegriffen werde, muss ich das Mittel beanspruchen, das diese Krankheit neutralisiert. Erlöst bin ich schon voll und ganz, aber so lange ich noch auf dieser Erde wohne, bin ich der Sünde ausgesetzt. Davon werde ich erst gänzlich befreit sein, wenn ich in der Ewigkeit bin. Deshalb schreibt Paulus: „Wir sind gerettet, aber noch ist alles Hoffnung. Eine Hoffnung, die sich schon sichtbar erfüllt hat, ist keine Hoffnung. Ich kann nicht erhoffen, was ich vor Augen habe“ (V. 24 – GNB). Aber Gott sei gedankt, dass er uns diese Hoffnung gegeben hat. Was wäre unser Leben in einer kompletten Hoffnungs-losigkeit? Das Leben hätte absolut keinen Sinn! Und diese Hoffnung haben alle, die seine Vergebung erlebt haben; „die wir den Geist als Erstlingsgabe haben“ (V. 23 – LUT).
·         Jetzt, wo wir aber diese Hoffnung haben, hat unser Leben einen Sinn. Wir können sehen, dass Gott einen Plan für uns hat, zu dem er uns auserwählt und berufen hat: „Eines aber wissen wir: Alles trägt zum Besten derer bei, die Gott lieben; sie sind ja in Übereinstimmung mit seinem Plan berufen“ (V. 28 - NGÜ). Und weil er einen ganz bestimmten Plan für einen jeden hat, nutzt er alles, was uns geschieht, aus, damit es zu diesem Plan beiträgt. Das bedeutet noch lange nicht, dass alles, was geschieht, gut ist; dass es Gottes Wille ist. Wenn eine Tragödie geschieht, ist die noch lange nicht gut. Das will dieser Vers auch absolut nicht sagen. Vielmehr deutet er an, dass Gottes Macht und seine Liebe zu uns so groß sind, dass er sogar solche Tragödien zu unserem Guten ausnutzen kann. Viele von euch haben vor zwei Jahren für einen Gemeindebruder aus Costa Azul gebetet, der mit seinem Lastwagen schwer verunglückt war. Wir alle wünschten uns, dass er genesen sollte. Aber er starb nach 3 Wochen. Eine Tragödie? Absolut! Aber was Gott in der Witwe durch diese schwere Zeit getan hat, lässt uns immer wieder mit offenem Mund dastehen. Sie hätte heute sehr wahrscheinlich nicht solche geistliche Reife, wenn sie dieses Schwere alles nicht durchgemacht hätte. Gott hat diese Tragödie ausgenutzt, um ihre Beziehung zu ihm unglaublich zu festigen. War es Gottes Wille, dass ihr Mann verunglückte? Das würde ich nicht wagen zu behaupten. Er hat es mit einem ganz bestimmten Ziel zugelassen, aber Pläne hat er nur gute für uns. Gott sagt durch den Propheten Jeremia: „Denn ich weiß wohl, was ich für Gedanken über euch habe, spricht der HERR: Gedanken des Friedens und nicht des Leides, dass ich euch gebe Zukunft und Hoffnung“ (Jer 29.11 – LUT). Wenn wir diese unendlich große Liebe erkennen und erleben, die uns nicht in unserem Unheil und Trübsal untergehen lässt, sondern sogar diese ausnützt, um uns zu stärken und wachsen zu lassen, dann geht es uns auch so wie Paulus: „Was kann man dazu noch sagen? Wenn Gott für uns ist, wer kann dann gegen uns sein“ (V. 31 – HFA)? Gott sei gepriesen!
·         Durch seine Vergebung hat Gott uns auch gerecht gesprochen: „Wer wagt es, gegen die Anklage zu erheben, die von Gott auserwählt wurden? Gott selbst ist ja der, der sie gerecht spricht“ (V. 33 – NL). Der Oberste Richter des Universums hat gesagt, dass wir jetzt sozusagen „legal“ sind, da Jesus die Rechnung beglichen hat, die durch unsere „Illegalität“ entstanden war. Mit unserem Ungehorsam Gott gegenüber, war uns der Schuss nach hinten losgegangen, und wir hatten uns selbst zum Tod verurteilt, weil wir entschieden hatten, nicht den Vorschriften Gottes zu folgen. Aber durch diese Entscheidung waren wir so tief abgefallen, dass wir unmöglich aus eigener Kraft wieder bis auf Gottes Niveau kommen konnten. Deshalb ist Christus zu uns herabgestiegen und hat unser Todesurteil auf sich genommen. Dadurch war das Strafmaß, das auf unsere Rebellion ausstand, erfüllt worden, und der Richter konnte uns als frei und unschuldig erklären. Und das kann niemand rückgängig machen, auch nicht Satan. Wer sollte uns denn als schuldig erklären, wenn das höchste Wesen des Weltalls uns als gerecht erklärt? Es gibt niemand Größeren als Gott, der seinen Rechtsspruch für uns als ungültig erklären könnte.
·         Und nicht nur das. Wir haben auch noch den besten Rechtsanwalt des Universums auf unserer Seite. Er hat noch nie einen Fall verloren. Jesus selbst verteidigt uns vor allen möglichen Anklagen: „Christus Jesus … sitzt zur Rechten Gottes und tritt für uns ein“ (V. 34 – EÜ). Sobald Satan uns verklagt, stellt sich Jesus vor den Richter und sagt: „Das ist schon alles bezahlt.“ Wenn nicht einmal Satan uns anschuldigen kann, dann sollten wir es auch nicht selbst tun und meinen, unsere Sünde ginge nicht zu sühnen. Jesus hat für uns alle alles bezahlt, und bietet uns nun die Vergebung als ein Geschenk an. Versuchen wir nicht, sein Geschenk bezahlen zu wollen.
            Bleibt uns noch etwas, was wir zu diesem riesigen Geschenk sagen könnten? Nichts mehr als: „Danke, Jesus!“ Er hat über Sünde, Tod und Teufel gesiegt, und in ihm ist auch uns der Sieg gewiss: „…in dem allen überwinden wir weit durch den, der uns geliebt hat. Denn ich bin gewiss, dass weder Tod noch Leben, weder Engel noch Mächte noch Gewalten, weder Gegenwärtiges noch Zukünftiges, weder Hohes noch Tiefes noch irgendeine andere Kreatur uns scheiden kann von der Liebe Gottes, die in Christus Jesus ist, unserm Herrn“ (Vv. 37-39 – LUT).
            Welches ist deine Antwort auf diese unaussprechlich große Liebe von unserem Gott? Können wir anders als ihn von ganzem Herzen zu loben und zu preisen und als Antwort unser Leben ihm auszuliefern? Ist der, der alles für uns getan hat, es nicht wert, auch alles von uns zu bekommen? „Lasset uns ihn lieben; denn er hat uns zuerst geliebt“ (1 Joh 4,19 – LUT1912).