¿Ustedes saben orar? ¿Lo han hecho
en esta semana pasada? ¿Cómo calificarían su salud “oracional”?
Hace dos semanas atrás, Maggi empezó
a hablar sobre la primera de las tres prácticas religiosas principales que
tenían los judíos: la limosna. Hoy nos toca hablar de la oración, y la tercera
práctica es el ayuno que analizaremos en otra oportunidad. Jesús cita estos
tres ejemplos para llamar la atención en cuanto a la motivación correcta con la
que uno hace lo que hace.
FMt 6.5-15
Jesús empieza su enseñanza acerca de
este tema diciendo que no debemos ser como los hipócritas. Según el
diccionario, un hipócrita es una persona “que finge una cualidad, sentimiento,
virtud u opinión que no tiene.” Da la apariencia de algo que en verdad no es.
¿Qué hacían estos hipócritas según las palabras de Jesús? Jesús dice que les
encantaba “orar en pie en las sinagogas y
en las esquinas de las calles” (v. 5 – RVC). O sea, ¿no debemos orar más de
pie? “Pastor, usted oró de pie, así que es un hipócrita…” No, no se trata de
eso. El estar de pie era una postura usual para orar en los tiempos bíblicos.
“Bueno, ¿entonces? ¿De qué se plaguean entonces?” Lo que Jesús critica aquí no
es la postura, sino la actitud. Él no está hablando de la oración pública, como
lo hacemos en la iglesia, por ejemplo, cuando uno ora en voz alta y los demás
escuchan y le siguen. Jesús estaba hablando de la oración privada, pero que
estos hipócritas la hacían en público. ¿Por qué haría yo pública mi vida
privada? En el caso de las limosnas, como lo vimos hace dos semanas, Jesús lo
expresó en términos que la “mano
izquierda no sepa lo que hace la derecha” (Mt 6.3 – RVC), es decir, que no
lo publiques a los cuatro vientos cuánto has puesto en tu ofrenda o cuánto le
has pasado a algún necesitado. No publicarlo, sin embargo, no significa ir al
otro extremos que querer ocultarlo a toda costa o que sea pecado que alguien lo
sepa, sino la cuestión es la actitud con la que hago lo que hago. Si yo estoy
en contacto íntimo con mi Padre Dios, no voy a preocuparme si el vecino alcanza
a verme en mi estado de máxima espiritualidad o si tengo que moverme un poco
más cerca de la ventana. Es más, me va a molestar y desconcentrar que haya
otras personas cerca. Pero en el caso de estos hipócritas mencionados por Jesús
no era así. Ellos querían que todo el mundo los vea orando. No solamente oraban en la calle, sino que calculaban sus
pasos para llegar a la esquina de las calles más importantes justo cuando era
la hora establecida para orar. Así que, ni modo, les “sorprendió” la hora
oficial de oración y tenían que orar donde estén… Por eso traduce una
versión: “…no imiten a los que dan
espectáculo” (BLA). Convertían su oración privada en un espectáculo
público. Por lo tanto, no oraban en verdad, sino alimentaban no más su orgullo
espiritual. No amaban tanto el orar, sino se amaban a
sí mismos. Es por eso que Jesús los llamó “hipócritas”: aparentaban algo
que no eran en verdad. Con esta actitud, ya recibieron toda su recompensa. Como
no oraron en verdad, no esperaban tampoco ninguna respuesta de parte de Dios a
sus oraciones. Lo único que querían era la admiración de su supuesta
espiritualidad por parte de la gente. Al recibirla, ya tuvieron todo lo que
buscaron. Más no hacía falta que Dios haga respecto a sus aparentes oraciones.
Como dije, Jesús advierte en cuanto
a la motivación con que vivimos nuestra vida espiritual. ¿Por qué doy mi
diezmo? ¿Por qué oro? ¿Por qué ayuno? ¿Por qué predico? ¿Por qué toco un
instrumento? ¿Por qué hago lo que hago? ¿Cuál es el motor que me mueve a estas
prácticas? ¿Es el amor genuino a Dios y al prójimo, o se esconde algún motivo
egoísta detrás de mi fachada espiritual? Son preguntas muy duras, pero es como
dijo Pablo en el famoso canto al amor: puedo hacer lo que quiera, hasta ponerme
de cabeza si me parece necesario, pero si no es por amor, es una pérdida de
tiempo y de esfuerzo; es fingir algo que en verdad no es. Y todo lo que no es
verdadero, es una ofensa a Dios.
¿Cómo debe ser entonces nuestra vida
de oración? Jesús dice en el siguiente versículo que para orar debemos ir a
nuestro cuarto y cerrar la puerta. En contraste con
la exhibición pública de parte de los hipócritas, Jesús recomienda que
busquemos un lugar privado, secreto, donde sólo Dios nos puede ver. ¿Y
si estoy en la calle, no puedo orar entonces? El cuarto es más una indicación
de privacidad que de ubicación. He escuchado de varias personas que salen a
caminar por las calles si necesitan orar. Tienen la capacidad de aislarse
mental y espiritualmente de todas las demás personas con quienes se cruzan y concentrarse
en su comunión y comunicación con Dios. ¡Conmigo esto no funciona! A veces he
intentado orar al manejar. Pero si me aíslo demasiado del tránsito, puede que
pase a tener una comunión mucho más cercana y directa con Dios de lo que tenía
pensado… A veces hay momentos en que sí me funciona, pero es por muy corto
tiempo de manera así bien concentrada. La calle no es mi “cuarto cerrado”. A lo
que Jesús se refiere aquí es a ese aislamiento mental y espiritual que me pone
en línea directa con el Padre. Si tengo la casa llena de gente y necesito estar
solo por unos instantes, voy a otra pieza y cierro la puerta detrás de mí. ¿Qué
estoy diciendo con este gesto de cerrar la puerta? Que no necesito público. Si
voy a estar en la presencia del Padre, no necesito público. Es una entrevista
personal, a puertas cerradas, cuando me aíslo de todo lo que me rodea y me
concentro única y exclusivamente en lo que Dios me quiere decir en ese momento.
Esto es lo que intentamos hacer también el fin de semana pasado en el retiro
del equipo pastoral. Por un lado, ya estuvimos retirados del ruido y las
actividades cotidianas. Con esto ya estuvimos cerrando varias “puertas” de
nuestro “cuarto”. Pero también tuvimos un tiempo en que cada uno se iba a solas
a cualquier lugar, para reflexionar sobre ciertos pasajes de la Biblia y
preguntarle al Señor: “¿Qué significa esto para mí y mi iglesia?” Y el
compartir después nuestras experiencias mostró que el Señor había hablado
bastante fuerte en algunos casos a cada uno en su “cuarto cerrado”.
Una versión dice: “…cuando ores, apártate a solas” (v. 6 –
NTV). Eso era lo que Jesús mismo frecuentemente hacía. Él ni siquiera tenía un
cuarto con una puerta para cerrar. Él salía a lugares solitarios para buscar a
su Padre intensamente: “Jesús muchas
veces se alejaba al desierto para orar” (Lc 5.16 – NTV), o: “Jesús siempre buscaba un lugar para estar
solo y orar” (TLA); “Jesús se retiró
a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios” (Lc 6.12
– BPD). Al cerrar la puerta, dejamos afuera todo el barrullo, toda la
distracción, toda nuestra agenda, para tener un tiempo a solas con Dios. Hoy en
día Jesús quizás hubiera dicho: “Entra a tu cuarto, apaga tu celular, y ora ahí
a tu Padre…” Lo único que no podemos dejar afuera al cerrar la puerta, es la
presencia de Dios: “…tu Padre, que ve lo
que haces en secreto, te dará tu premio” (DHH), tu recompensa. “…él da lo que se le pide en secreto”
(TLA). Así que, él responderá a nuestro deseo de intimar con él a solas. En su
presencia, nuestra alma encontrará descanso, y salimos de este encuentro con
indicaciones claras a seguir en nuestra vida. Y este intercambio íntimo con el
Señor, esta comunicación, a veces dura sólo unos pocos segundos. A veces nos
comunicamos incluso sin palabras, pero es por de más eficiente. La cuestión no
es la cantidad de palabras que uno dice, no es lo bonito que uno puede
formularlas, sino abrir el corazón, dejar que el Señor mire en cada rincón del
mismo y, por otro lado, escuchar el corazón de Dios. Por eso dice Jesús que no
caigamos en el error de la charlatanería, que trata de convencerle a Dios por
nuestra verborragia, como si pudiéramos darle el brazo a torcer con todo lo que
decimos. De todos modos, el Señor sabe mucho mejor que nosotros mismos qué es
lo que necesitamos (v. 8) y va a actuar de acuerdo a su plan amoroso y no según
nuestra insistencia egoísta. Que Dios sabe mucho mejor lo que necesitamos no significa que no debemos expresar nuestras necesidades.
Por lo contrario, el hecho de que oramos a un Dios que ya sabe todo debe ser un
fuerte aliento para orar más frecuentemente y con más confianza. Cuando oramos,
sabiendo que Dios conoce todas nuestras necesidades, se profundiza en nosotros
este sentimiento de gratitud y dependencia. Dios es un Dios de amor y mucho más
dispuesto a responder a nuestras oraciones que nosotros estamos dispuestos a
orar. Una adaptación del versículo 7 dice: “Cuando ores, no parlotees de manera interminable como hacen los
seguidores de otras religiones. Piensan que sus oraciones recibirán respuesta
sólo por repetir las mismas palabras una y otra vez” (NTV). Debo confesar
que este problema no me es desconocido. Me cuesta muchas veces concentrarme en
la oración. Muy fácilmente mis pensamientos salen a volar por el universo
después de la primera frase de mi oración. Y cuando vuelvo a “aterrizar”,
empiezo de nuevo otra vez con las mismas palabras, generalmente para luego otra
vez levantar vuelo en mis pensamientos y deambular por todos lados. Pero
también hubo momentos en los que he experimentado esta intimidad con el Señor,
¡y es muy lindo! Es una relación que enamora.
Cuando mi oración no es más que un
tartamudeo desesperante, me consuela tan enormemente lo que Pablo les escribió
a los Romanos: “…el Espíritu nos ayuda en
nuestra debilidad. Porque no sabemos orar como es debido, pero el Espíritu
mismo ruega a Dios por nosotros, con gemidos que no pueden expresarse con
palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe qué es lo que el Espíritu
quiere decir, porque el Espíritu ruega, conforme a la voluntad de Dios, por los
del pueblo santo” (Ro 8.26-27 – DHH). ¡Gracias a Dios por este traductor
divino de oraciones!
Luego, Jesús pasa a presentar un
modelo de oración, precisamente para ayudarnos a ordenar y expresar
adecuadamente nuestros pensamientos y no caer en la palabrería vacía. El
Padrenuestro, como se conoce esta oración por las palabras con que inicia, no
pretende ser LA oración que se deba
orar siempre y siempre, y que también puede convertirse en una “repetición
vana”, sino es más que nada un modelo. Sigue una estructura común en las
oraciones judías del Antiguo Testamento. “Consta de una invocación inicial y de
siete peticiones. Las tres primeras se refieren a Dios (tu nombre, tu reino, tu voluntad), las otras cuatro a los
hombres en forma comunitaria (nosotros)”
(DHH). Como dije, la oración empieza dirigiéndose al destinatario de la misma: “Padre nuestro, que estás en los cielos”
(v. 9 – RVC). Es una oración de toda la comunidad, porque dice “Padre nuestro” (en vez de decir: Padre mío). Dios es reconocido como el Padre
común de todos los que lo invocan.
La siguiente frase es de adoración: “…santificado sea tu nombre” (v. 9 –
RVC). Dios es declarado como santo, como el perfecto, el infalible. Otras
versiones dicen: “…proclámese que tú eres
santo” (NBE); “Que todos reconozcan
que tú eres el verdadero Dios” (TLA); “que
siempre se dé honra a tu santo nombre” (PDT). Es una adoración que expresa
la soberanía de Dios como ser perfecto e infalible.
En esta declaración está basada la
siguiente frase: “Venga tu reino” (v.
10 – RVC), “ven y sé nuestro único rey”
(TLA). Ya que Dios es perfecto, es santo, deseamos que él gobierne plenamente
sobre todo ser humano; que extienda su dominio sobre esta tierra. Y por eso
también la siguiente petición: “Hágase tu
voluntad, en la tierra como en el cielo” (v. 10 – RVC). Si un Dios tan
perfecto extiende su dominio sobre esta tierra, tenemos el arduo deseo que su
voluntad se realice aquí de manera tan ilimitada como se realiza en el cielo: “Que todos los que viven en la tierra te
obedezcan, como te obedecen los que están en el cielo” (TLA).
Una vez que hemos reconocido la
santidad y autoridad de nuestro Padre celestial y nos hemos sometido a su
voluntad, podemos pasar a presentarle nuestros propios deseos y necesidades: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”
(v. 11 – RVC); “danos la comida que
necesitamos hoy” (TLA); “danos hoy el
pan que nos corresponde” (BLA). Esta petición pide la provisión divina para
nuestras necesidades básicas. El “pan” representa
todas nuestras necesidades materiales: comida, bebida, ropa, salud, buen
tiempo, techo, etc. Un Dios perfecto, santo y con autoridad sobre todo
el universo no hará que a sus hijos les falte lo más básico para la vida.
Luego, esta oración toca el problema
central del ser humano: el pecado. “Perdónanos
nuestras deudas” (v. 12 – RVC), “nuestros
pecados” (PDT), “nuestras ofensas”
(BNP), “el mal que hemos hecho”
(Kadosh). Hasta ahí todo bien. Nos hallamos cuando alguien clama por el perdón
de Dios. Pero al seguir leyendo, nos damos cuenta de algo muy peligroso: esta
petición está atada a una condición: “Perdónanos
… así como nosotros hemos perdonado a
los que nos han hecho mal” (DHH). Siempre decimos que Dios es grande en
misericordia y que su perdón nunca tiene fin. Es cierto, la Biblia también lo
dice. Pero ese océano inagotable del perdón de Dios puede que nos llegue
solamente como chorrito muy fino, porque nosotros tenemos la canilla en nuestra
mano. Nosotros determinamos cuánto del perdón divino fluye realmente hacia
nosotros. En esta oración le pedimos a Dios que se limite a nuestra disposición a perdonar; que nos
trate igual como nosotros tratamos a nuestros semejantes. ¡Socorro! ¿Y si no le
trago a fulano? ¿Y si digo: “Nunca le perdonaré lo que me ha hecho”? ¿Y si vivo
atado por las ofensas recibidas en el pasado y no puedo ser libre? Orar el
Padrenuestro no es chiste, ¡había sido! ¡Es cosa seria lo del perdón – o, mejor
dicho, de la falta de perdón! Esto
Jesús va a recalcar sólo 2 versículos más tarde, y también nuevamente lo va a
ilustrar magistralmente en una parábola que estudiaremos en 15 días, Dios
mediante.
Para que esta situación no se haga
aún más grave, Jesús agrega la siguiente petición: “No nos metas en tentación, sino líbranos del mal” (v. 13 – RVC); “no permitas que cedamos ante la tentación,
sino rescátanos del maligno” (NTV); “no
nos expongas a la tentación, sino líbranos del maligno” (DHH). Ya que
nuestra falta de perdón puede causar la retención del perdón de Dios, la oración
pide que Dios no permita que nos veamos demasiado a menudo en situaciones que
nos pongan en peligro de no querer perdonar a otros o de serle infiel a Dios.
En realidad, el Padrenuestro termina
aquí. Sin embargo, la mayoría de nosotros estará acostumbrada a una alabanza
final que dice: “Porque tuyo es el reino,
el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén” (RVC). Esta parece haber
sido agregada por la iglesia durante los primeros siglos, pero no ser parte de
la oración que Jesús enseñó a sus discípulos.
Es por eso que Jesús vuelve
inmediatamente otra vez al tema del perdón y dice una vez más muy
explícitamente lo que ya había indicado en la oración: “…si ustedes perdonan a otros el mal que les han hecho, su Padre que
está en el cielo los perdonará también a ustedes; pero si no perdonan a otros,
tampoco su Padre les perdonará a ustedes sus pecados” (vv. 14-15 – DHH).
Esto no requiere de mayor explicación, porque más claro imposible. Sin embargo,
en nuestra práctica muchas veces no está tan claro, lastimosamente.
Como dijimos, esta oración es un
modelo que nos ayudará a nuestra propia vida de oración. En este modelo
encontramos elementos como la alabanza y adoración, el sometimiento a la
autoridad y voluntad divinas, la petición por nuestras propias necesidades,
arrepentimiento y perdón y la petición de protección. Estos elementos puedes
incluir conscientemente en tu oración, y verás el efecto poderoso de la misma.
Así puedes formular tu propio “Padrenuestro” en tus palabras y de acuerdo a tu
situación particular, sin repetir necesariamente esta oración en forma literal.
Pero nos hace bien cada tanto orar el Padrenuestro para refrescar en nuestra
memoria los elementos que Jesús consideró importante a la hora de comunicarnos
con el Padre – con tal de no imitarles a los paganos y caer en un palabrerío
vacío, sin que nuestra mente y corazón participen de la oración.
¿Qué tal es tu vida de oración? Si
analizas esta última semana, ¿puedes considerar haber tenido una vida de
oración muy activa? ¿O está más bien en terapia intensiva? Tengamos en cuenta
que nuestro hábito de oración y nuestra vitalidad espiritual van mano a mano.
Si disminuye o crece la oración, disminuye o crece también nuestra vida
espiritual. Deseo a todos nosotros que en ambas cosas podamos estar en continuo
crecimiento. En el grupo WhatsApp de varones se estuvo compartiendo esta semana
diariamente un motivo de oración muy propio de uno de los hombres, para que ese
día todos los demás se sumen a la intercesión por este hermano y su motivo específico.
Esto ayuda a acordarnos continuamente de la oración y la intercesión de unos
por otros. Haz ahora una cita con Jesús para cada día de esta semana de
encontrarte con él a cierta hora y cultivar esa comunión íntima a puertas
cerradas.
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