Acabamos de escuchar la experiencia
de nuestra hermana Luz con respecto al fallecimiento de su esposo, que el
viernes pasado cumplió un año de haber pasado a la eternidad. ¡Dios ha sido
fiel en todo este tiempo! Damos gracias a Dios por cómo él la ha sostenido,
consolado, fortalecido y llenado con un nuevo propósito para su vida. La muerte
siempre tiene algo de tenebroso para la mayoría de las personas, incluso para
los cristianos, porque es algo desconocido. Como hijos de Dios sabemos bien la
gloria que nos espera después, pero humanamente estamos con cierto temor. Pero
parece que hasta a Pablo le pasó así. Veamos lo que él escribe acerca de la
muerte, un tema sobre el cual casi nadie quiere hablar, pero que es lo más
seguro que hay en esta vida.
F2 Corintios 5.1-10
Pablo utiliza aquí la imagen de una
vivienda para describir nuestra vida terrenal aquí y en el más allá. Pero la
vivienda aquí, es decir, nuestro cuerpo, es sólo una carpa provisoria (v. 1).
La vivienda celestial es descrita como un edificio, que es eterno, y que fue
construido por Dios mismo. Lo provisorio siempre es algo va’i va’i no más, algo “para mientras”, pero nunca el objetivo
final. Aunque para los seres humanos muchas veces lo provisorio se convierte en
“provieterno”, pero en relación a nuestro cuerpo, nuestra vida física, no es
así. Tarde o temprano llega a derrumbarse nuestra tienda terrenal, nuestra vida
física, sí o sí. Puede que la tienda haya quedado en pie durante 34 años como
en al caso de Isael, 45 años como en el caso de mi papá, 58 años como en el
caso de mi hermano o 100 años como en el caso del evangelista Billy Graham, en
algún momento se cae inevitablemente. Ni los grandes avances de la ciencia lo
han podido evitar. Pero Pablo nos transmite una gran seguridad: “Bien sabemos…” (RVC), que, si esto
sucede, ya estará preparado nuestro edificio celestial. ¡Segurísimo! ¡Sin lugar
a dudas! No se van a enviar recién entonces los planos a la municipalidad para
su aprobación, sino que el edificio, nuestra casa eterna, ya estará preparado.
Jesús mismo lo prometió así: “En casa de
mi Padre hay muchos lugares donde vivir. Si no fuera así, Yo se los hubiera
dicho; porque Yo voy allí a preparar un lugar para ustedes” (Jn14.2 –
Kadosh). Jesús mismo ya preparó un lugar para cada uno de sus seguidores. Por
eso tanta seguridad en la afirmación de Pablo. La muerte, entonces, siguiendo
esta metáfora de Pablo, es la mudanza de un lugar temporal a nuestra vivienda
definitiva. Esta será la última mudanza que haremos, y la única mudanza que
dará gusto, porque no necesitaremos llevar nada de nuestras cosas. Todas las
cosas que tenemos son tan temporales como nuestro cuerpo lo es. Lo único eterno
que tenemos es nuestra alma, nuestro espíritu, y ese sí que lo vamos a llevar.
Y Pablo expresa ese deseo ardiente
de que esa mudanza ya pueda darse pronto: “…suspiramos
mientras vivimos en esta casa actual, pues quisiéramos mudarnos ya a nuestra
casa celestial” (v. 2 – DHH). Hay mucha gente a quien le pasa exactamente
eso. Mi abuelo fue uno de ellos que tanto deseaba poder partir ya. Siempre
decía: “Parece que Dios se olvidó de mí…” Este anhelo lo pueden tener los que
conocen a Dios personalmente y que están preparados para la muerte, la última
mudanza. Los que no tienen esa relación tan personal con Dios le tienen pavor a
la muerte. Casi se mueren por miedo a la muerte.
Luego Pablo cambia de imagen y
compara nuestro cuerpo con una prenda de vestir. Según esta imagen, nuestro
cuerpo le sirve de vestido a nuestro espíritu. En el momento de nuestra muerte
nos sacamos este vestido harapiento y sucio que llevábamos puesto en esta
tierra para vestirnos del vestido eterno y glorioso. La última mudanza se hará
con todo glamour celestial.
Pero, este cambio de habitación o de
vestido es precisamente lo que nos genera cierta angustia en nuestra humanidad.
Pero más que por fe, como dice Pablo en el versículo 7, sabemos lo precioso que
nos espera más allá de la muerte, humanamente
nos da cierto temor – incluso a Pablo. Él escribió en el versículo 4: “…mientras estamos bajo tiendas de campaña
sentimos un peso y angustia: no querríamos que se nos quitase este vestido,
sino que nos gustaría más que se nos pusiese el otro encima y que la verdadera
vida se tragase todo lo que es mortal” (BLA). Es que nuestro espíritu se
siente seguro, protegido, dentro de un cuerpo. El ser desprovisto del cuerpo es
lo difícil. Por eso dice Pablo que mejor sería que el nuevo cuerpo espiritual y
eterno nos cubra ya estando todavía en nuestro cuerpo terrenal, para que esta “verdadera vida” se chupe nuestro cuerpo
físico, mortal. Así el espíritu nunca quedaría expuesto desnudo, sin
protección. Pero es necesario despojarnos de lo terrenal y mortal para poder
vestir lo eterno y glorioso. Es como apagar la luz en esta pieza provisoria
para cruzar la puerta al salón eterno contiguo al realizar nuestra última
mudanza.
Pero Dios ya nos preparó para esto,
dice Pablo (v. 5). Ha puesto en nosotros la noción de que algún día se
terminará esta vida, por larga que nos parezca, pero que en comparación a la
eternidad no es ni un poroto siquiera. Por algo es provisoria.
Y para garantizarnos de que
efectivamente así será, Dios nos ha dado su Espíritu Santo: “Dios … nos ha dado el Espíritu Santo como
garantía de lo que hemos de recibir” (v. 5 – DHH). Los que hemos aceptado
en nuestra vida a Jesús como nuestro Señor y Salvador, tenemos al Espíritu
Santo viviendo dentro de nosotros. Y él es la garantía y nos da esta profunda
convicción de que seguiremos viviendo en la presencia de Dios después de
nuestra muerte. Por eso podemos afirmar con tanta certeza de que Isael está en
este momento en presencia de Jesús porque él era un hijo de Dios; una persona
con una relación personal y viva con Dios.
Pensar en esta seguridad, esta
convicción, es lo que a Pablo le da nuevo ánimo otra vez y le ayuda a superar
esa incomodidad ante la muerte que como ser humano podría sentir: “Por eso siempre estamos confiados. Sabemos
que mientras vivamos en esta carpa estaremos lejos de nuestro hogar con el
Señor” (v. 6 – PDT). No hay por qué tenerle miedo a la muerte. Podemos
estar totalmente tranquilos a causa de la certeza de lo que nos espera después
de la muerte. Pero por el momento estamos todavía aquí en esta vida terrenal.
Algunas versiones incluso lo traducen como que estamos en el exilio. Nuestra
verdadera patria, nuestra verdadera casa, nuestra verdadera vida, está en el
más allá. Aquí estamos sólo en la sala de espera provisoria hasta que nos
llegue el momento de por fin poder hacer nuestra última mudanza para ocupar
nuestra casa definitiva y verdadera, como lo hizo Isael hace un año atrás. Pero
mientras estamos aquí esperando nuestro turno, ya podemos estar llenos de
gozosa expectativa de lo que vendrá al otro lado de la puerta de la muerte: “…preferiríamos abandonar el cuerpo para ir
a vivir junto al Señor” (v. 8 – BLPH). ¿No creen que, si siempre tuviéramos
esta concentración en el más allá, en la eternidad, nuestra vida aquí en la
sala de espera cambiaría drásticamente? No perderíamos tanto tiempo y energía
con cosas terrenales como si esta vida aquí fuese lo máximo que hay. Y no
estaríamos tampoco coqueteando tanto con el pecado, sino más bien buscando
agradar a Dios en todo, como Pablo lo expresa en el versículo 9. Porque al
final viene nuestra evaluación, ya que “…todos
hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir cada uno lo que ha
merecido en la vida presente por sus obras buenas o malas” (v. 10 – BLA).
Sabemos que no nos podemos ganar el cielo portándonos bien. El regalo de la
vida eterna sólo obtenemos por medio de la fe en la obra de Cristo. Pero la
Biblia nos habla de recompensas que recibiremos allá.
Esto coincide con la carta a los
hebreos que dice: “…está establecido para
los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (He 9.27
– RV95). Si esto nos suena tenebroso, no lo es para los que hemos aceptado a
Cristo. Él ha sido juzgado en nuestro lugar y ha pagado por nuestros pecados. A
nosotros se aplica lo que dice el versículo inmediatamente siguiente: “Así también Cristo se ofreció una sola vez
para cargar con los pecados de la humanidad. Después se mostrará por segunda
vez, pero ya no en relación con el pecado, sino para salvar a quienes han
puesto su esperanza en él” (He 9.28 – BLPH). ¿Tú has puesto tu esperanza en
él? Entonces él vendrá como tu Salvador para llevarte consigo a su presencia.
Si no has entregado tu vida a él, Cristo vendrá como tu juez.
La Biblia enseña que nuestro
espíritu es eterno. Con la muerte no se termina todo, como muchos creen, sino
sigue la vida después de la muerte. Pero también enseña la Biblia que hay dos
lugares a los que podemos ir después de nuestra muerte: el cielo o el infierno.
El cielo se describe también como “vida eterna”, mientras que el infierno es
caracterizado por la “muerte eterna”, que significa la eterna y absoluta
separación de Dios. Lo lindo es que aquí en esta vida decidimos a cuál de estos
dos lugares iremos después de nuestra muerte. Y no es nuestro comportamiento lo
que decide esto, sino nuestra fe en la obra salvadora de Cristo. Cuando él
murió en la cruz, él pagó por todos nuestros desaciertos y pecado. Cuando
Jesús, colgado de la cruz y a instantes de su muerte exclamó: “¡Consumado es!”,
utilizó un término del mundo comercial que se refiere al sello que el cajero
pone sobre nuestra factura: “Pagado”. Nuestra cuenta de culpa que tenemos ante
Dios y que nos separa de él quedó cancelada. Pero mientras que no vamos junto a
Dios para canjear nuestra cuenta por el certificado de cancelación de deudas,
esta liberación de culpa no se hace efectiva para nosotros. Este canje lo
tenemos que hacer mientras estemos todavía con vida en esta carpa provisoria.
El que no lo hizo hasta que le toca la última mudanza a la eternidad,
lastimosamente perdió su oportunidad, y su culpa y pecado lo condenará al
infierno eterno. Isael lo hizo, por eso él tuvo pase libre a la presencia misma
de Dios. Si tú no lo has hecho todavía, éste sería un buen momento para
presentarte ante Dios y entregarle tu documento condenatorio para recibir de él
el dictamen del Juez universal que te declara libre de pena y culpa en virtud
del pago realizado por Cristo mismo a tu favor. ¿O es tan hermosa tu sentencia
a muerte eterna como para aferrarte a ella? ¿Quién está decidido ahora mismo a
cambiar de muerte a vida, de perdición a salvación? Te quiero guiar en una
oración para confesar tu pecado ante Dios e implorar su gracia y perdón para
ti.
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