lunes, 9 de julio de 2018

La última mudanza







            Acabamos de escuchar la experiencia de nuestra hermana Luz con respecto al fallecimiento de su esposo, que el viernes pasado cumplió un año de haber pasado a la eternidad. ¡Dios ha sido fiel en todo este tiempo! Damos gracias a Dios por cómo él la ha sostenido, consolado, fortalecido y llenado con un nuevo propósito para su vida. La muerte siempre tiene algo de tenebroso para la mayoría de las personas, incluso para los cristianos, porque es algo desconocido. Como hijos de Dios sabemos bien la gloria que nos espera después, pero humanamente estamos con cierto temor. Pero parece que hasta a Pablo le pasó así. Veamos lo que él escribe acerca de la muerte, un tema sobre el cual casi nadie quiere hablar, pero que es lo más seguro que hay en esta vida.

            F2 Corintios 5.1-10

            Pablo utiliza aquí la imagen de una vivienda para describir nuestra vida terrenal aquí y en el más allá. Pero la vivienda aquí, es decir, nuestro cuerpo, es sólo una carpa provisoria (v. 1). La vivienda celestial es descrita como un edificio, que es eterno, y que fue construido por Dios mismo. Lo provisorio siempre es algo va’i va’i no más, algo “para mientras”, pero nunca el objetivo final. Aunque para los seres humanos muchas veces lo provisorio se convierte en “provieterno”, pero en relación a nuestro cuerpo, nuestra vida física, no es así. Tarde o temprano llega a derrumbarse nuestra tienda terrenal, nuestra vida física, sí o sí. Puede que la tienda haya quedado en pie durante 34 años como en al caso de Isael, 45 años como en el caso de mi papá, 58 años como en el caso de mi hermano o 100 años como en el caso del evangelista Billy Graham, en algún momento se cae inevitablemente. Ni los grandes avances de la ciencia lo han podido evitar. Pero Pablo nos transmite una gran seguridad: “Bien sabemos…” (RVC), que, si esto sucede, ya estará preparado nuestro edificio celestial. ¡Segurísimo! ¡Sin lugar a dudas! No se van a enviar recién entonces los planos a la municipalidad para su aprobación, sino que el edificio, nuestra casa eterna, ya estará preparado. Jesús mismo lo prometió así: “En casa de mi Padre hay muchos lugares donde vivir. Si no fuera así, Yo se los hubiera dicho; porque Yo voy allí a preparar un lugar para ustedes” (Jn14.2 – Kadosh). Jesús mismo ya preparó un lugar para cada uno de sus seguidores. Por eso tanta seguridad en la afirmación de Pablo. La muerte, entonces, siguiendo esta metáfora de Pablo, es la mudanza de un lugar temporal a nuestra vivienda definitiva. Esta será la última mudanza que haremos, y la única mudanza que dará gusto, porque no necesitaremos llevar nada de nuestras cosas. Todas las cosas que tenemos son tan temporales como nuestro cuerpo lo es. Lo único eterno que tenemos es nuestra alma, nuestro espíritu, y ese sí que lo vamos a llevar.
            Y Pablo expresa ese deseo ardiente de que esa mudanza ya pueda darse pronto: “…suspiramos mientras vivimos en esta casa actual, pues quisiéramos mudarnos ya a nuestra casa celestial” (v. 2 – DHH). Hay mucha gente a quien le pasa exactamente eso. Mi abuelo fue uno de ellos que tanto deseaba poder partir ya. Siempre decía: “Parece que Dios se olvidó de mí…” Este anhelo lo pueden tener los que conocen a Dios personalmente y que están preparados para la muerte, la última mudanza. Los que no tienen esa relación tan personal con Dios le tienen pavor a la muerte. Casi se mueren por miedo a la muerte.
            Luego Pablo cambia de imagen y compara nuestro cuerpo con una prenda de vestir. Según esta imagen, nuestro cuerpo le sirve de vestido a nuestro espíritu. En el momento de nuestra muerte nos sacamos este vestido harapiento y sucio que llevábamos puesto en esta tierra para vestirnos del vestido eterno y glorioso. La última mudanza se hará con todo glamour celestial.
            Pero, este cambio de habitación o de vestido es precisamente lo que nos genera cierta angustia en nuestra humanidad. Pero más que por fe, como dice Pablo en el versículo 7, sabemos lo precioso que nos espera más allá de la muerte, humanamente nos da cierto temor – incluso a Pablo. Él escribió en el versículo 4: “…mientras estamos bajo tiendas de campaña sentimos un peso y angustia: no querríamos que se nos quitase este vestido, sino que nos gustaría más que se nos pusiese el otro encima y que la verdadera vida se tragase todo lo que es mortal” (BLA). Es que nuestro espíritu se siente seguro, protegido, dentro de un cuerpo. El ser desprovisto del cuerpo es lo difícil. Por eso dice Pablo que mejor sería que el nuevo cuerpo espiritual y eterno nos cubra ya estando todavía en nuestro cuerpo terrenal, para que esta “verdadera vida” se chupe nuestro cuerpo físico, mortal. Así el espíritu nunca quedaría expuesto desnudo, sin protección. Pero es necesario despojarnos de lo terrenal y mortal para poder vestir lo eterno y glorioso. Es como apagar la luz en esta pieza provisoria para cruzar la puerta al salón eterno contiguo al realizar nuestra última mudanza.
            Pero Dios ya nos preparó para esto, dice Pablo (v. 5). Ha puesto en nosotros la noción de que algún día se terminará esta vida, por larga que nos parezca, pero que en comparación a la eternidad no es ni un poroto siquiera. Por algo es provisoria.
            Y para garantizarnos de que efectivamente así será, Dios nos ha dado su Espíritu Santo: “Dios … nos ha dado el Espíritu Santo como garantía de lo que hemos de recibir” (v. 5 – DHH). Los que hemos aceptado en nuestra vida a Jesús como nuestro Señor y Salvador, tenemos al Espíritu Santo viviendo dentro de nosotros. Y él es la garantía y nos da esta profunda convicción de que seguiremos viviendo en la presencia de Dios después de nuestra muerte. Por eso podemos afirmar con tanta certeza de que Isael está en este momento en presencia de Jesús porque él era un hijo de Dios; una persona con una relación personal y viva con Dios.
            Pensar en esta seguridad, esta convicción, es lo que a Pablo le da nuevo ánimo otra vez y le ayuda a superar esa incomodidad ante la muerte que como ser humano podría sentir: “Por eso siempre estamos confiados. Sabemos que mientras vivamos en esta carpa estaremos lejos de nuestro hogar con el Señor” (v. 6 – PDT). No hay por qué tenerle miedo a la muerte. Podemos estar totalmente tranquilos a causa de la certeza de lo que nos espera después de la muerte. Pero por el momento estamos todavía aquí en esta vida terrenal. Algunas versiones incluso lo traducen como que estamos en el exilio. Nuestra verdadera patria, nuestra verdadera casa, nuestra verdadera vida, está en el más allá. Aquí estamos sólo en la sala de espera provisoria hasta que nos llegue el momento de por fin poder hacer nuestra última mudanza para ocupar nuestra casa definitiva y verdadera, como lo hizo Isael hace un año atrás. Pero mientras estamos aquí esperando nuestro turno, ya podemos estar llenos de gozosa expectativa de lo que vendrá al otro lado de la puerta de la muerte: “…preferiríamos abandonar el cuerpo para ir a vivir junto al Señor” (v. 8 – BLPH). ¿No creen que, si siempre tuviéramos esta concentración en el más allá, en la eternidad, nuestra vida aquí en la sala de espera cambiaría drásticamente? No perderíamos tanto tiempo y energía con cosas terrenales como si esta vida aquí fuese lo máximo que hay. Y no estaríamos tampoco coqueteando tanto con el pecado, sino más bien buscando agradar a Dios en todo, como Pablo lo expresa en el versículo 9. Porque al final viene nuestra evaluación, ya que “…todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir cada uno lo que ha merecido en la vida presente por sus obras buenas o malas” (v. 10 – BLA). Sabemos que no nos podemos ganar el cielo portándonos bien. El regalo de la vida eterna sólo obtenemos por medio de la fe en la obra de Cristo. Pero la Biblia nos habla de recompensas que recibiremos allá.
            Esto coincide con la carta a los hebreos que dice: “…está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (He 9.27 – RV95). Si esto nos suena tenebroso, no lo es para los que hemos aceptado a Cristo. Él ha sido juzgado en nuestro lugar y ha pagado por nuestros pecados. A nosotros se aplica lo que dice el versículo inmediatamente siguiente: “Así también Cristo se ofreció una sola vez para cargar con los pecados de la humanidad. Después se mostrará por segunda vez, pero ya no en relación con el pecado, sino para salvar a quienes han puesto su esperanza en él” (He 9.28 – BLPH). ¿Tú has puesto tu esperanza en él? Entonces él vendrá como tu Salvador para llevarte consigo a su presencia. Si no has entregado tu vida a él, Cristo vendrá como tu juez.
            La Biblia enseña que nuestro espíritu es eterno. Con la muerte no se termina todo, como muchos creen, sino sigue la vida después de la muerte. Pero también enseña la Biblia que hay dos lugares a los que podemos ir después de nuestra muerte: el cielo o el infierno. El cielo se describe también como “vida eterna”, mientras que el infierno es caracterizado por la “muerte eterna”, que significa la eterna y absoluta separación de Dios. Lo lindo es que aquí en esta vida decidimos a cuál de estos dos lugares iremos después de nuestra muerte. Y no es nuestro comportamiento lo que decide esto, sino nuestra fe en la obra salvadora de Cristo. Cuando él murió en la cruz, él pagó por todos nuestros desaciertos y pecado. Cuando Jesús, colgado de la cruz y a instantes de su muerte exclamó: “¡Consumado es!”, utilizó un término del mundo comercial que se refiere al sello que el cajero pone sobre nuestra factura: “Pagado”. Nuestra cuenta de culpa que tenemos ante Dios y que nos separa de él quedó cancelada. Pero mientras que no vamos junto a Dios para canjear nuestra cuenta por el certificado de cancelación de deudas, esta liberación de culpa no se hace efectiva para nosotros. Este canje lo tenemos que hacer mientras estemos todavía con vida en esta carpa provisoria. El que no lo hizo hasta que le toca la última mudanza a la eternidad, lastimosamente perdió su oportunidad, y su culpa y pecado lo condenará al infierno eterno. Isael lo hizo, por eso él tuvo pase libre a la presencia misma de Dios. Si tú no lo has hecho todavía, éste sería un buen momento para presentarte ante Dios y entregarle tu documento condenatorio para recibir de él el dictamen del Juez universal que te declara libre de pena y culpa en virtud del pago realizado por Cristo mismo a tu favor. ¿O es tan hermosa tu sentencia a muerte eterna como para aferrarte a ella? ¿Quién está decidido ahora mismo a cambiar de muerte a vida, de perdición a salvación? Te quiero guiar en una oración para confesar tu pecado ante Dios e implorar su gracia y perdón para ti.


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