miércoles, 11 de abril de 2018

Salud relacional








            ¿Cómo te llevas con los demás? Con cualquier persona, puede ser de tu familia, de la iglesia, del vecindario, del trabajo, o de donde sea. ¿Cómo está tu salud relacional?
            En los últimos domingos hemos visto varias áreas de la vida humana en que Dios desea nuestro bienestar y nuestra salud. Hoy queremos ver cómo tener relaciones interpersonales sanas, basándonos en las prédicas dadas por el pastor Rick Warren. Vamos a ver los miedos que dañan nuestras relaciones y cómo enfrentarlos. Y para eso vamos a ir al primer libro de la Biblia y estudiar la primera relación que Dios creó: la relación entre Adán y Eva. Dios había creado todo el universo para darle al ser humano un ambiente en el cual desarrollarse. Dios puso al hombre en este ambiente perfecto, pero luego miró todo y dijo: “Hay algo aquí que no está bien.” Había creado al hombre, pero sabía que podía mejorar todavía más su obra – y así creó a la mujer. Dios miró a Adán y dijo: “No está bien que el hombre esté solo.” Cada ser humano necesita relaciones; necesita personas con quienes convivir y relacionarse. Dios entonces se dispuso a crear una ayuda idónea para Adán. A Adán lo había creado de la tierra, pero a Eva la crea a partir de una parte de Adán, su costilla. El simbolismo es que ella no fue creada de sus pies como para ser pisoteada. No fue creada de su cabeza para que no se enseñorease de él. Ella fue creada de su costado para que fuera su compañera, y cerca del corazón para ser amada. Cuando Adán se despertó, ahí está Eva delante de él en todo su esplendor, y él dijo: “¡Wow! ¡Vaya! ¡Es una mujer!” Eso es todo lo que pudo decir…
            Todo fue bien por un tiempo. Tenían una relación perfecta. Pero de repente el pecado entró en la relación, y eso causó todos los problemas que hemos tenido en las relaciones desde ese entonces. Satanás se le apareció a Eva y le mintió diciendo que, al comer del árbol prohibido, ella sería como Dios. Y desde entonces, toda tentación y todo pecado es querer ser un dios, querer ser dueño de sí mismo. Sabemos que Dios hizo tal o cual regla, pero nosotros nos creemos más inteligentes que él y que sabemos mejor que él qué es lo que nos conviene: “Yo sé lo que me hará feliz, más de lo que lo sabe Dios.” Leamos esta parte de la historia.

            FGn 3.6-19

            En esta historia de la primera de las relaciones podemos ver los problemas que se han creado desde entonces en todas las relaciones debido al pecado. Nos revelamos contra Dios, no hacemos lo que él nos pide, y esto causa todo tipo de daño relacional. Y lo principal que causa es el miedo. Y vamos a ver hoy que hay tres miedos básicos en la vida de Adán y Eva que antes no había, pero que ahora aparecieron con el pecado. Y esos mismos tres miedos están en tu vida, y si no aprendes a lidiar con estos tres miedos, de ninguna manera podrás tener relaciones saludables en tu vida. Debes aprender a enfrentar tu miedo y no fingir. Aquí el primero de los tres miedos:

            1.) El miedo de ser expuesto me hace distanciar. ¿Por qué me parece que no me puedo acercar a las personas? ¿Por qué no puedo tener esa intimidad del alma? ¿Por qué no me siento tan cercano a las personas como quisiera? Es debido a mi miedo a ser expuesto. No quiero quedarme al descubierto, y por eso me mantengo a una “distancia prudencial”. La verdad es que, debido al pecado, hay muchas cosas en ti que no te gustan. Y ya que tú no aceptas todo de ti, no quieres que los demás lo sepan. Y vas a esconderlo. Y eso evitará que te acerques a las personas. Si a mí no me gusta lo que veo en mí y te lo muestro, probablemente a ti tampoco no te va a gustar. Y si te digo quién soy, y no te agrada lo que soy, estoy en problemas, porque lo que yo soy es todo lo que tengo. Así que, voy a fingir, voy a disimular, voy a esconder y lo voy a cubrir, y estaré distante y no te dejaré acercarte a mí, porque si te acercas mucho a mí, podrás ver lo que valgo realmente; podrás ver mis manchas. Tu cercanía me inspira temor; tu cercanía me es una amenaza. Prefiero ocultarme en las cuatro paredes de mis secretos, porque ahí es que me siento menos amenazado. Vean los versículos 9 y 10 de Génesis 3: “Dios el Señor llamó al hombre y le preguntó: —¿Dónde estás? El hombre contestó: —Escuché que andabas por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí” (DHH). Dios le hace una pregunta a Adán: “¿Dónde estás? ¿Por qué te escondes?” Ahora, déjame decirte un pequeño secreto: Cada vez que Dios te hace una pregunta, él ya sabe la respuesta. Dios no tenía que adivinar dónde estaba Adán. Él ya lo sabía. Y también sabía por qué se escondía. Dios quería que Adán mismo lo admita y lo confiese. No admitir la culpa es perpetuarla. Pero, por otro lado, dejar de negar que exista un problema es el primer paso a salir del mismo. Admitir y reconocer la culpa. Reconocer las cosas que no funcionan en nuestras vidas. Si no te sientes satisfecho con tus relaciones, y si tú reconoces la culpa que tú aportas a esta relación, recién entonces podrá haber transformación. Adán respondió: “Tuve miedo y me escondí.” El miedo siempre causa que nos escondamos. ¿De qué te estás escondiendo el día de hoy debido al miedo? ¿Qué estás fingiendo no saber en una relación? ¿Qué estás fingiendo que no es un problema en una relación? ¿Qué estás escondiendo debido al miedo? Estas son preguntas muy importantes. Siempre que hay un miedo en mi vida, Dios quiere que lo enfrente, no que finja. Él te dice hoy: “¿Dónde estás, y por qué te escondes?” Debes traer a la luz lo que hay en ti.
            Adán se escondió porque estaba desnudo. ¿Qué significa esto? Hay varios tipos de desnudez. En este caso, Adán habló de la desnudez física. Pero también hay la desnudez emocional. Es cuando estás ahí completamente expuesto en tu emoción auténtica. Estar desnudo significa estar descubierto. Significa estar vulnerable. Significa estar desprotegido. ¡Y eso es aterrador para el ser humano! Pero es necesario para poder superar ese miedo. El miedo más grande para el ser humano es ser visto como realmente es. Y ese miedo evita que tengas buenas relaciones.
            Y fíjense el daño que causa el miedo a todas nuestras relaciones: las amistades, la familia, el trabajo, el matrimonio, etc. Existen tres etapas del miedo. La primera etapa es la vergüenza. El versículo 7 dice: “…de pronto sintieron vergüenza por su desnudez…” (NTV). Cuando cargas vergüenza, estarás más cohibido. La vergüenza te hace estar más preocupado por estar expuesto. La vergüenza te pone nervioso. Te hace tener miedo de la humillación. Gran parte de tu miedo comienza con la vergüenza.
            La etapa 2 es cubrirse. Sigue diciendo el versículo 7: “Entonces cosieron hojas de higuera para cubrirse” (NTV). En la actualidad tenemos formas más sofisticadas para cubrirnos que hojas de higueras, pero todos lo hacemos. ¿Qué formas utilizas tú? Algunas personas usan el humor para cubrir sus miedos. Pueden ser los payasos del grupo, pero no permiten que nadie se acerque. El humor es una herramienta para mantener a las personas a la distancia, aunque parezca todo lo contrario. Mantiene la atención sólo en la superficie graciosa, y no se abre para mirar la mugre en nuestras vidas que hay debajo.
            Otros cubren su vergüenza dando la imagen de que tienen todo resuelto. Tú sabes bien que estás en un gran lío, pero por lo menos quieres lucir como si todo esté claro. “¿Qué tal?” “¡Bien!” Pero no hay pañuelo que aguante todas las lágrimas del alma.
            Muchos se ocultan detrás de una imagen aparentemente feliz en las redes sociales. Si observo a los viciados por tomar selfis, los ves con cara de “¡No te me acerques!”, pero de pronto le sonríen a su celular como si alguien les estuviera hablando, para después de unos segundos volver así de golpe a una cara de limón. Tratan de dar una imagen en las redes de una vida de perfección, cuando bien saben que es todo lo contrario.
            La etapa 3 es distanciarse de Dios. Dice el texto: “…entonces corrieron a esconderse entre los árboles, para que Dios no los viera” (v. 8 – NVI). Dios no espera que seas perfecto, pero sí espera que seas honesto ante él.
            Este es el primer miedo: el miedo a estar expuesto.
            2. El siguiente miedo es el miedo a la desaprobación que me hace defensivo. Tú puedes ver esto en todas las relaciones. Si alguien te critica, naturalmente te pones a la defensiva porque le temes a la desaprobación y al rechazo. De escondernos con el primer miedo —el miedo a estar expuestos— pasamos ahora a arrojar piedras a las demás personas. Pasamos de excusarnos a nosotros mismos a acusar a los demás. Y esto ocurre en todos los matrimonios del mundo, y en todas las amistades. Cuanto más siento la desaprobación, más señalaré a los demás para quitar la atención de mí. Si encuentras a una persona que constantemente critica a todo el mundo, puedes saber que esa persona oculta un enorme miedo a la desaprobación.
            Vemos esta actitud en Adán y Eva. Dios le preguntó a Adán: “¿Acaso comiste del fruto del árbol que te prohibí comer? El hombre respondió: —La mujer que tú me diste por compañera me dio del fruto del árbol. Por eso me lo comí” (vv. 11-12 – TLA). Adán enfrentó la situación como todo hombre: culpó a su mujer… Pero observen que en realidad ni la está culpando a Eva, sino a Dios mismo: “La mujer que me diste… Si tú no me hubieras dado a esa mujer, tú y yo seríamos cuates últimos. ¡Tú tienes la culpa!” Él le pasa la pelota a Dios y lo juzga. Y Eva no se quedó atrás. No quiso quedarse con el bulto de la culpa: “La serpiente me engañó, y yo comí” (v. 13 – RVC). Ninguno de los dos aceptó la responsabilidad. Adán y Eva sabían que Dios desaprobaría lo que habían hecho, y empezaron a pasarse la pelota el uno al otro. Y esto sucede en todas las relaciones del mundo: “Si tú me acusas, yo te acusaré.”

            3.) El miedo de perder el control me hace exigente. “Ahora quiero que lo hagas a mí manera. Se hace a mí manera o te vas a la calle (te duermes en el sofá).” Y tenemos un conflicto en pleno desarrollo. La consecuencia del pecado de Adán y Eva fue que perdieron el control de su futuro. Dios los sacó del paraíso. Ahora, este es el punto: cuanto más fuera de control te sientes, más controlador te vuelves. Si te sientes más fuera de control, más lucharás por recuperar el control de todo. Cuanto más inseguro te sientes, más necesitas hacerlo a tu manera, porque hacerlo a tu manera hace que tú estés en control del proceso, y eso te da seguridad. Pero si tú no sientes que tu vida está fuera de control, no tienes necesidad de recuperarlo. ¿Quiénes son los más inseguros en todo el patio de recreo? Los peleones. Los peleones siempre esconden una enorme inseguridad. Debido a que están profundamente asustados, se ponen la máscara de macho que tiene el control sobre todo, cuando por dentro es un pequeño niño asustado. Eso es lo que dice el verso 16: “Desearás gobernar a tu marido, pero él te gobernará a ti” (PDT). O sea, la batalla de los sexos ha empezado. De ahora en adelante existirá una lucha por el dominio, y todos los malentendidos, las confusiones y todo el conflicto en todos los matrimonios empezó justo aquí.
            No es muy bonita esta imagen: estos tres miedos —el miedo a estar expuestos, el miedo a la desaprobación y el miedo a perder el control— te hacen distantes, te hacen defensivos y te hacen dominantes. ¿Y dónde está el antídoto? Si no quiero estar estancado en mis relaciones, si no quiero vivir en la maldición de Adán y Eva, ¿qué puedo hacer? El apóstol Juan escribió: “La persona que ama no tiene miedo. Donde hay amor no hay temor. Al contrario, el verdadero amor quita el miedo. Si alguien tiene miedo de que Dios lo castigue, es porque no ha aprendido a amar” (1 Jn 4.18 – TLA). Así que, el antídoto al miedo es aprender a vivir en el amor de Dios. Lo opuesto del temor no es la fe, sino el amor. ¿Cómo puedo aprender a vivir en el amor de Dios? La Biblia dice: “En el amor no hay temor…” (1 Jn 4.18 – RVC), así que, en cualquier área de mi vida en que tengo temor, tengo que buscar dosis masivas del amor de Dios en esa área, “…porque Dios es amor” (1 Jn 4.8 – DHH). Cuanto más lleno mi vida con el amor, menos miedo voy a tener. Cuando el amor de Dios entra por la puerta principal, el temor huye por la puerta trasera. Al revés también es cierto: cuando te llenas de temor por algo, el amor ya se ha ido de tu vida. ¿Por qué es esto así? Juan también nos da la respuesta en el mismo verso 18: “Si alguien tiene miedo de que Dios lo castigue, es porque no ha aprendido a amar” (TLA). ¿Qué es lo que te da miedo al hacer algo? Es el miedo al castigo que podría ocasionar tu actuar. Es miedo a las consecuencias. Si nada de lo que hacemos tuviera consecuencias negativas para nosotros, todo lo haríamos. Tengo miedo a ser yo mismo en una fiesta, porque tengo miedo a las consecuencias que esto podría tener para mí cuando los demás me conozcan de verdad y me rechacen. El miedo hace que me asuste de decir la verdad. Así que, ¿cómo aprendo a vivir en el amor de Dios? Debes tomar tres decisiones diarias. Si tu empiezas a practicarlas, tus relaciones serán transformadas:
            a) Todos los días entrego mi corazón a Dios. El corazón es el símbolo del centro emocional de tu vida. Todos los días entrego mi centro emocional a Dios. Hasta que no lo hagas, no aprenderás a vivir en el amor de Dios. Como Dios es amor, cuanto más me acerco a Dios, más llena estará mi vida de amor. Cuanto más me aleje de Dios, más llena estará mi vida de miedo. Según que tengas amor o temor en tu vida, puedes evaluar cuán cerca o lejos estás de Dios.
            Entonces, al entregarle a Dios cada día nuestro corazón, le decimos: “Señor, entrego mis respuestas emocionales de este día a ti.” Si haces esto todos los días, ¿cambiaría esto tus relaciones interpersonales? ¡Claro que sí! Porque ya no eres tú quien decide cómo reaccionar a las provocaciones de los demás, porque le has entregado tus respuestas emocionales a Dios. Si tu cónyuge, tu amigo, tu compañero de trabajo o el chofer del colectivo se porta mal contigo, no tienes más necesidad de responder con la emoción “enojo”, porque se la entregaste a Dios. Ya no dispones de esta respuesta emocional. Más bien, ahora estás libre para responder con el amor de Dios.
            Hay una segunda cosa que debes hacer todos los días:
            b) Todos los días recuerdo la manera que Dios me ama. Cuando empiezas a llenarte de miedo y estás distanciado o te vuelves exigente y te vuelves defensivo, debes detenerte y recordar de cuánto te ama Dios:
·         Soy aceptado completamente. Ante el ser humano, nunca serás aceptado completamente. Ni si fueras perfecto, no le caerías bien a todos. Jesús es el claro ejemplo de esto. Pero Dios sí te acepta completamente.
·         Soy amado incondicionalmente. Dios nunca pone condiciones a su amor a nosotros: “Te amaré si…” “Te amo porque…” Él simplemente dice: “Te amo.” “Te amo a pesar de…” Nunca necesitas preguntarte: “¿Será que Dios me amará hoy? ¿Será que he orado lo suficiente o me he portado bien lo suficiente como para que me ame?” Dios sabía de todas tus metidas de pata que cometerías aun antes de crearte. E igual él te creó para amarte.
·         Soy perdonado totalmente. La Biblia dice que “…ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús” (Ro 8.1 – DHH). Dios no te estrujará tu pecado en tu cara. Él te perdona y te libera.
·         Soy considerado extremadamente valioso. ¿Cuánto crees tú que vales? No estamos hablando de cuánto tienes, sino de tu valor propio. Un objeto vale lo que alguien está dispuesto a pagar por él. Tú vales lo que Dios estuvo dispuesto a pagar: su Hijo. Así tan grande es tu valor ante Dios.
            c) Todos los días ofrezco ese mismo amor a los demás. Esta es la verdadera clave para transformar tus relaciones. Jesús dijo: “Un mandamiento nuevo les doy: Que se amen unos a otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes unos a otros” (Jn 13.34 – RVC). ¿Cómo me ama Dios? Acabamos de verlo: me acepta completamente, me ama incondicionalmente, me perdona totalmente y me considera extremadamente valioso. Bueno, así mismo debes amar también a los demás. ¿Transformaría tus relaciones si empezaras a hacerlo? ¡Claro que sí! ¿Quitaría el temor de tus relaciones? ¡Claro que sí! Esta indicación de Jesús también se puede expresar en términos de 1 Corintios 13.7: “El amor nunca deja de ser paciente. El amor nunca deja de creer. El amor nunca deja de tener esperanza. El amor nunca se da por vencido” (parafraseado). Así es como Dios te ama a ti, y debes amar a otras personas, tal como Dios te ama. No se trata de sentir algo por ellos, sino de ser paciente, de creerles, tener esperanza por ellos y no darse por vencido. El amor es acción, no un sentimiento. El amor extiende la gracia, nunca deja de ser paciente. Dios ha sido tan paciente contigo. ¿Por qué no puedes ser un poco más paciente con las personas? El amor espera lo mejor, pero también soporta lo peor, y nunca, nunca se da por vencido.
            ¿Extiendes gracia a tu cónyuge? ¿A tu amigo? ¿A tu compañero de estudio o de trabajo? ¿A tu vecino? ¿Eres paciente con ellos? ¿Crees en tu cónyuge, en tu próximo? ¿Esperas lo mejor de ellos y soportas lo peor? ¿No te das por vencido nunca en tu lucha por el bienestar de ellos? Ese es el verdadero amor que Dios tiene para ti y que él quiere vivir a través de ti. Y así el miedo de relacionarte con otros desaparecerá. ¡Dios nos ayude en esto!


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