Algunas veces, en el grupo de amigos a alguien se le ocurre algo: “Jaha, vamos a hacer tal cosa.” O: “Vamos a tal lugar.” Y todos los demás: “Sí, vamos.” Y el rollo se dedica a hacer lo que propuso esta persona, a veces sin pensar cada uno si realmente lo quiere hacer o no. Más que nada es para permanecer en el grupo y no quedarse solo o por cualquier otra conveniencia, pero no por convicción. Y a veces sucede lo mismo también en el plano espiritual: porque los demás siguen las indicaciones de un predicador para aceptar a Cristo, yo también lo hago. Porque los demás se bautizan, yo también lo hago, etc. Por conveniencia, pero no por convicción. Y más de uno de los que recibiremos hoy como miembros me ha dicho que este fue su caso. Pero Jesús siempre dejó en claro que seguirlo a él no es joda. Esto es precisamente el título de mi mensaje hoy. Jesús generalmente fue seguido por una gran multitud, pero él reiteradas veces distinguió entre simpatizantes (los que buscaban alguna conveniencia) y seguidores (que le seguían por convicción). Y dejó en claro también que seguirlo es más que seguir en el rollo alguna propuesta del momento, sino que implica una firme convicción personal. Una de estas tantas veces que Jesús dejó en claro esto fue en el siguiente texto:
F Lc 14.25-33
Aquí
también había otra vez muchos los que corrían detrás de Jesús (v. 25), y fue
necesario poner en claro las exigencias. Nosotros estaríamos muy agradecidos si
tuviéramos tanta influencia que todos quieran estar con nosotros. Nos alegramos
cuando nuestro templo se llena, y hacemos planes de agrandarlo para que quepan
más personas. Pero a Jesús nunca le interesaban los números. Más bien le
interesaba el corazón de las personas. Con ciertas maniobras se puede llenar el
templo hasta el tope, pero ¿de qué nos serviría si todos “se van con el rollo”
no más? Jesús quería compromiso, no entusiasmo. El compromiso es una actitud,
una decisión, que hace que la persona esté firme en su lugar, aun cuando la
emoción del entusiasmo no esté presente y las cosas se vuelven difíciles. Por
eso él puso en claro sus exigencias: “Olvídense de llamarse mis seguidores si
no están dispuestos a ponerme en primer lugar, por encima de todo.” Jesús lo
dice en términos de relaciones humanas: amarlo más a él que a los familiares
más cercanos (v. 26). Nos puede chocar la palabra “aborrecer” que traducen
algunas versiones. La Reina-Valera Contemporánea dice “renunciar a” padre,
madre, hijos, esposa, etc. Tenemos que entender que Dios jamás va a
contradecirse a sí mismo. En toda la Biblia siempre se enseña el amor y
compromiso para con los demás, especialmente con su familia. Más bien Jesús
está usando un recurso, una manera de hablar, típica de los judíos de su época.
Si querían explicar la diferencia o el contraste entre una cosa y la otra, la
llevaban a los extremos para que sea bien evidente a qué se referían. En ese
sentido, “aborrecer” a la familia significa “amarla menos” que a él. Jesús debe
ser dueño de nuestra lealtad en todo momento. Si mi compromiso con Cristo y su
iglesia colisiona con cualquier otro compromiso humano, el compromiso con Dios
debe prevalecer sin lugar a dudas.
Nos
llamamos “seguidores de Cristo”. ¿Qué significa ser un seguidor? Significa
exactamente eso: seguirle a alguien por dondequiera que vaya. Si yo le sigo a
Cristo sólo mientras no tenga otra cosa mejor para hacer, ¿acaso continúo
siguiéndole? Si le digo: “Esperame un cachito, Jesús. Es que tengo un
cumpleaños aquí en este otro sendero, luego vuelvo otra vez y te sigo.” “Me
invitaron a un viaje al interior, así que, después del fin de semana nos
encontramos otra vez.” “Esta noche quiero hacer un asado con los amigos.
Permisito, voy a seguir su invitación, luego te sigo a vos otra vez. ¿Sí pa?
Estamos de acuerdo, ¿no?” Díganme ustedes, si Jesús estaría de acuerdo con
estas “negociaciones”. Él es totalitario: o todo o todo. No porque sea
dictador, sino porque nos conviene a nosotros. Jesús pone como ejemplo a un
constructor. Le convendría no empezar la construcción, en vez de arrancar y a
la mitad del proyecto darse cuenta que opa
la plata. A esa altura ya no tiene dinero, no tiene una casa o una torre que le
sirve, toda la construcción empieza a descomponerse otra vez y encima cosecha
la burla de todos los demás. Perdió todo, incluso lo poco que tenía antes de
empezar. Le hubiera convenido ser más radical: o todo o nada. O la termino y la
termino, o ni empiezo. La misma cosa también con el rey en conflicto con otro:
O va contra él y lo vence o ni empieza la guerra. Esta es la razón por la que
Cristo es tan radical con seguirle.
“Pero
pastor, no puedes decirlo tan así. ¿Quién entonces va a querer seguirle? La
vida con Cristo es deleite, es fiesta.” ¿Cristo lo llamó fiesta? Fíjense qué
término usó él (v. 27): “El que no viene a mi fiesta, no puede ser mi
discípulo.” ¿Así lo dijo? “El que no
carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo” (BPD). ¿Tan
radical? Recuerden: seguirle a Jesús no es joda. Requiere de mi consagración y
entrega total. No se trata de jugar al cristianito mientras el mundo no me
ofrezca algo más interesante. Debo estar dispuesto a sacrificar, dar muerte,
muerte en la cruz que cargo, a mi egoísmo, los deseos de mi carne, mi voluntad,
toda mi vida, para que los deseos de Cristo, la voluntad de Dios y la vida del
Espíritu Santo puedan fluir en y a través de mí y llenarme de la única vida que
vale la pena ser vivida. ¿Estás dispuesto a este sacrificio? Los que se van a
bautizar hoy tienen todavía unos pocos minutos para decidirlo… A decir verdad,
es una decisión que cada hijo de Dios debe tomar todos los días de su vida.
Seguirle a Jesús no es joda, pero no encontraremos satisfacción, alegría y
deleite completo sino al hacerlo. Así como alguien puede disfrutar plenamente
de una casa que construyó según cálculos muy sabios de sus recursos como para
poder terminarla, así podemos disfrutar plenamente de la comunión de Cristo
únicamente si calculamos el precio de seguirlo y nos comprometemos en serio con
él. Seguirle a Jesús no es joda. ¿Estás dispuesto a hacerlo?
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