viernes, 30 de junio de 2017

Tormentas en la familia espiritual





                   Debo confesar que este mensaje de hoy me ha costado enormemente, porque parece que la inspiración trabaja con energía solar, y como hace tanto tiempo no habíamos tenido más sol, no había inspiración. Finalmente le escribí a mi hijo Camilo y le expresé mi aprieto. Le pregunté: “¿Qué crees tú como joven que sería necesario que los jóvenes de Costa Azul sepan?” Y él me dio algunas ideas muy valiosas que me llevaron finalmente a desarrollar lo que quiero compartir hoy con ustedes. Así que, si alguien es bendecido por este mensaje, pueden escribirle a Camilo y agradecerle por su inspiración que me pasó.
                   Rogelio me dijo la vez pasada que este mes estaría de alguna manera bajo el tema general de la familia, viéndolo desde los diferentes puntos de vista. ¿Y cómo se llega a formar parte de una familia? A través del nacimiento, por supuesto.
                   Otra situación: el domingo pasado, Álvaro dijo en su testimonio, que esta iglesia había llegado a ser para él una familia. ¿Y cómo se llega a ser parte de esta familia? Según las costumbres que manejamos en esta iglesia es a través de un acto oficial, sea el bautismo o la transferencia de otras iglesias.
                   Y existe todavía un tercer tipo de familia. Es la familia espiritual, o la familia de Dios. ¿Y cómo se llega a formar parte de la familia de Dios? Aceptando en su vida al Hijo de Dios, Jesús; lo que nosotros conocemos como “conversión”.
                   A este tercer tipo de familia me quiero referir hoy. Recién tuvimos un bautismo en el cual varios de ustedes tuvieron participación activa. Como este es un paso espiritual muy importante, el enemigo empleará toda estrategia para impedir este y otros pasos de fe que ustedes quieran tomar. Por ejemplo, Wilbert mencionó en su testimonio cómo él había llegado a rebelarse contra Dios, diciéndole en la cara que él no existe, cuando su familia pasó por experiencias muy difíciles.
                   En la noche del domingo pasado, el mismo día en que Álvaro fue bautizado, su hermano sufrió un accidente de tránsito que ocasionó su muerte algunas horas después. Fácilmente él —o cualquiera que viva algo así— podría preguntarle a Dios muy enojado: “¿Es así cómo me pagas? Yo esforzándome por serte fiel y vos respondiéndome así. ¿Qué clase de Dios eres? Si es así, yo no quiero saber más de ti.” Y hasta podríamos dudar si el cristianismo es realmente algo digno que seguir. Ante tantas ofertas religiosas en el mundo, ¿por qué yo debería ser justamente cristiano evangélico? ¿No puedo ser también musulmán, mormón o ateo? Su dios por lo menos no me va a tratar así.
                   ¿Y qué le vas a decir a un joven que está en este dilema? ¿Qué respuestas podríamos darle a una persona con esta lucha interna? En mi clamor al Señor por orientación para esta prédica, de repente me trajo a la mente un versículo, y yo pensé: ‘¿Y qué tiene que ver este versículo con el tema con el cual me estaba peleando desde hace rato en mi mente?’ Pero cuando leí el pasaje completo, pude entender algunas cosas que quiero compartir con ustedes hoy. Quizás no responda a todas las preguntas que una persona pueda tener en este tipo de situaciones, porque muchas son más excusas para no creer que preguntas sinceras de una búsqueda de la verdad. Pero, de todos modos, creo que nos puede ayudar bastante.

                         FJn 3.1-21

                   Encontramos aquí a un sujeto que a toda costa quiere ver a Jesús, pero no se anima por la presión del grupo, es decir, de sus colegas pastores. ¿Vieron que a veces los pastores somos cobardes…? Así que, Nicodemo se viste de la oscuridad de la noche y logra llegar sano y salvo donde Jesús sin que el radar del control pastoral lo detecta. Una vez llegado, ya le empieza a cepillar a Jesús: “Maestro. Enviado de Dios. Haces cosas extraordinarias que sólo se puede hacer con la ayuda de Dios” (v. 2). Y si hubiéramos sido Jesús, nos hubiéramos reclinado con profunda satisfacción, absorbiendo cada palabra: “¡Qué lindo! Continúa. ¿Qué otras cosas tan bonitas puedes decirme?” O si no, lo hubiéramos cortado en seco: “¡Ya, ya! Ahorrate tus palabras. Andate al grano de una vez. ¿Qué querés? ¿Para qué viniste a molestarme a esta hora?” Pero Jesús no tuvo ninguna de estas dos reacciones. Más bien él se iba al grano de lo que él quería: “Tenés que nacer de nuevo, si no, no hay caso.” Nunca sabremos cuál fue el motivo por el cual Nicodemo fue junto a Jesús: si quería discutir doctrinas, si tenía una pregunta o simplemente por la curiosidad de querer saber quién era ese hombre. No llegó a expresar su motivo, porque Jesús con una sola frase le cambió todo el libreto y lo llevó a lo que a Jesús le interesaba conversar con este teólogo.
                   Y Nicodemo está ahí: “Eeeh…, ¿perdón? ¿Me perdí de algo? ¿Estábamos hablando de nacimientos?” Pero lo que Jesús le estaba diciendo es: “Si no estás en condiciones espirituales adecuadas, te vas a perder todo lo lindo que dices que vine a enseñar. Sólo el que ha nacido de nuevo puede entender la verdadera profundidad de mis enseñanzas.” ¡Peor todavía! “Jesús, pará un rato. No logro comprender todavía un detalle. Yo ya soy medio grandecito, y no creo que mi adorada mamita sobreviviría que yo matungo me meta de vuelta en su panza para que me dé a luz otra vez. Por favor, no me pidas eso.” Pero Jesús le tranquiliza que no será necesario sacrificar a su madre, sino que se trata de un nacimiento espiritual para entrar al reino de un Dios que es Espíritu. Cada tipo de ser reproduce otro de su misma especie: un ser humano reproduce a otro ser humano; y un ser espiritual reproduce a otro espíritu. Esto es algo que supera toda lógica y comprensión humana. Pero Jesús indica que no es necesario que entendamos exactamente todo el proceso, sino confiar en que sí se está realizando. Él utiliza el ejemplo del viento (v. 8). El viento es algo invisible, del cual desconocemos dónde se origina y hasta donde sopla, excepto con la tecnología moderna que puede detectar y graficar su movimiento, de modo que podemos “ver” el viento en un mapa especial. Pero con el ojo natural sólo podemos ver los efectos causados por este poder invisible.
                   Jesús hace un uso muy intencional de esta palabra, porque tanto en el griego como en el hebreo, la palabra traducida aquí por “viento”, significa también “espíritu”. Lo que el Espíritu Santo hace (el nuevo nacimiento, por ejemplo), también es invisible a los ojos humanos, uno desconoce su movimiento, pero ve los efectos de este poder divino moviéndose en una persona. Y cuando notamos esto, nos damos cuenta de la realidad de su existencia. El que no tiene ojos espirituales como para poder detectar el movimiento del Espíritu Santo en su propia vida o la de otros, está ciego a su existencia, como nosotros estamos inhabilitados para ver el viento. Entonces, el que niega la existencia de Dios, el que duda de Dios, o no puede ver la obra de Dios, o no la quiere ver, una de las dos cosas. La obra del Espíritu Santo en la vida de una persona o situación ocurre como muchos procesos en una computadora: en segundo plano. Uno puede ver de repente la lucecita del disco duro brillando todo el tiempo y uno sabe que la computadora está trabajando gravemente, pero uno no tiene idea en qué. Quizás, mientras que uno está trabajando con un programa de texto, en el fondo se activó el antivirus programado para realizar automáticamente un chequeo de toda la máquina cada tanto. Y uno se pregunta en qué estará ocupada la computadora, por qué está tan lenta, hasta que ve el resultado: un aviso de que la máquina está libre (o no) de virus. Quizás sentimos que nuestra vida está pesada, lenta, parece que nada más funciona. Sin embargo, en segundo plano, a escondidas, el Espíritu Santo está trabajando gravemente para purificarnos y poner todos los virus espirituales de la vida en cuarentena. Pero como no vemos nada, empezamos a plaguearnos contra Dios y a acusarlo de estar ausente de nuestra vida, de no importarle todo lo que nos está sucediendo, de no hacer nada para evitar las desgracias que nos tocan vivir. Si no estoy en condiciones espirituales para ver al Espíritu Santo moverse en medio de todas las circunstancias de mi vida, cometo graves injusticias contra Dios, de las cuales algún día, cuando sean abiertos mis ojos, me voy a arrepentir profundamente. Si no ves nada, tu expectativa puede crecer aún más, porque sabes que, a escondidas, Dios está preparando una enorme sorpresa para vos. Pero puede ser que por tu impaciencia y tu rencor contra Dios ya estás tan malhumorado que hasta su sorpresa te resultará desagradable e indeseable.
                   Nicodemo, un maestro de la Biblia en Israel, parecía tampoco no poder ver la luz. Jesús había venido para dar testimonio de lo que él había visto de su Padre, pero los líderes religiosos y muchos judíos no lo recibían. No estaban en condiciones espirituales como para captar y asimilar lo que Jesús les decía. El único testigo presencial habido y por haber estaba entre ellos, pero ellos no aceptaban su testimonio (v. 13).
                   Es que para tener esa sensibilidad espiritual necesaria para detectar el movimiento de Dios es tenerlo a él mismo en nuestra vida. Jesús se compara con la serpiente de Moisés que fue alzada en alto en el desierto. El que había sido mordido por serpientes que Dios había enviado como castigo por la rebeldía del pueblo podría salvarse si miraba con fe a esta serpiente. Así, todos los que fueron mordidos por la serpiente del pecado podrían salvarse al mirar con fe al Cristo crucificado. En esto consiste el nuevo nacimiento que abre nuestro espíritu a la realidad espiritual a nuestro alrededor y nos integra al reino de Dios. El nacimiento físico nos introduce a la vida en esta tierra, mientras que el nacimiento espiritual nos introduce a la vida eterna, a la vida con Dios, que trasciende nuestra muerte física en esta tierra. Creer o no creer, ésa es la cuestión. El creer abre la mente a recursos espirituales inagotables. ¿Existe Dios? ¿Es Dios real? ¿Es verdadero lo que dice la Biblia? Mientras que no hayas experimentado el nuevo nacimiento, mientras que no hayas creído, todo esto será teoría para ti. Puedes creerlo por un impulso emocional del momento, pero dudar de ello y desecharlo todo en el próximo instante. Pero el que lo ha experimentado en carne propia, nunca más dudará de ello. Quizás no lo pueda explicar racionalmente, pero bien en lo profundo sabe que es verdad. ¿Saben por qué? Por lo que escribe Pablo a los romanos: “El Espíritu de Dios se une a nuestro espíritu, y nos asegura que somos hijos de Dios” (Ro 8.16 – TLA). “Así Dios les dará su paz, esa paz que la gente de este mundo no alcanza a comprender, pero que protege el corazón y el entendimiento de los que ya son de Cristo” (Flp 4.7 – TLA).

                   Mucha gente tiene un concepto de Dios que está vigilándonos todo el tiempo para ver si le fallamos alguna vez para darnos una buena paliza, tipo la canción que quizás algunos han cantado alguna vez: “Cuida tus ojos, cuida tus ojos lo que ven, pues el Padre celestial te vigila con afán. Cuida tus ojos, cuida tus ojos lo que ven.” ¡Falso de toda falsedad! ¿Hubiera Cristo estado dispuesto a sufrir lo terrible que sufrió en la cruz sólo para castigarnos? ¿Por qué querría castigarnos él si nosotros mismos ya nos habíamos encargado de hacerlo? Nuestra condenación eterna como fruto del pecado era castigo más que suficiente que nosotros nos habíamos impuesto a nosotros mismos. Sí Jesús tenía que hacer algo, era para salvarnos, no para castigarnos. Él dijo que el que no creía en él ya había sido condenado (v. 18). Es decir, si no hacemos nada respecto a nuestra condición delante de Dios, estamos bajo la condenación del pecado que gobierna nuestra vida. Pero “el que cree en el Hijo no será condenado” (v. 18 – BLPH). Creer o no creer, ésa es la cuestión. Dios hizo todo lo imposible para salvarnos de ese castigo. ¡Tanto amó Dios al mundo para que entregara a su único Hijo para que él fuera castigado, y no nosotros (v. 16)! “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él” (v. 17). ¿Podemos culparle entonces a Dios del desastre que hay en el mundo o en nuestra propia vida? Él había hecho todo perfecto. Si el mundo se viene abajo es única y exclusivamente culpa del ser humano. “Sí, pero no es justo que una persona amada que no ha hecho nada se nos muera bajo las manos.” No, no es justo. La vida y este mundo no son justos. Es parte del pecado del ser humano. Pero como para todo lo malo necesitamos un chivo expiatorio (¡excepto nosotros mismos, claro!), le echamos la culpa a Dios. Pero, ¿sabes qué? Por más que le culpes a Dios, por más que dudes de él, por más que le digas en la cara que él no existe, ¡Dios sigue siendo Dios! Tus dudas y acusaciones no le quitan nada en absoluto a Dios. Es tú decisión si lo reconoces como Dios, como Soberano, como Señor y Salvador de tu vida o no. Con o sin tu “aprobación”, Dios sigue siendo el Todopoderoso, Rey de reyes y Señor de señores ante quien toda rodilla se doblará en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra (Flp 2.10) – ¡también la tuya! Así que, mucho mejor es que tu vista se abra a la realidad espiritual. Es necesario haber nacido espiritualmente y vivir en esa novedad de vida. De otro modo todo lo veremos negro, y viviremos sin esperanza, amargados contra todo y todos. ¿Acaso es la voluntad de Dios que vivas esa vida miserable? Fíjense lo que dijo Jesús mismo: “…el ladrón se dedica a robar, matar y destruir. Yo he venido para que todos ustedes tengan vida, y para que la vivan plenamente” (Jn 10.10 – TLA). Dios quiere que disfrutes la vida con él al máximo, en plena libertad y comunión con él. Fuera de su presencia, sólo hay vacío, tristeza, amargura, tinieblas, condenación. En tus manos está elegir qué tipo de vida quieres. Probablemente ya hayas aceptado a Cristo como el Salvador de tu vida, pero te falta creerle, confiar en él, en las diferentes circunstancias de la vida. Quizás las distracciones del mundo o la decepción de lo que te tocó vivir nubló tu vista espiritual y no estás más capacitado para ver la realidad espiritual. Deja que Cristo te limpie tu vista esta noche. Jesús aconsejó a la iglesia de Laodicea: “…te aconsejo que de mí compres colirio para que te lo pongas en los ojos y recobres la vista” (Ap 3.18 – NVI). Concluyo con las palabras de Moisés: “…Yo te estoy dando a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Elige la vida para que tú y tus descendientes puedan vivir, amando al Señor tu Dios, obedeciéndolo y estando cerca de él, porque al hacer esto tendrás vida y permanecerás por mucho tiempo sobre la tierra que el Señor prometió darles…” (Dt 30.19-20 – PDT).

lunes, 26 de junio de 2017

El ayuno





            ¿Cuánto tienes de Dios?
            Bueno, en realidad la pregunta está mal, porque no se puede tener a Dios por pedazos, cada día un pedacito más. No, o lo tienes por la fe o no lo tienes. La pregunta más correctamente sería: ¿Cuánto tiene Dios de ti? ¿Le has dado el control sobre todo? ¿Cada área de tu ser? ¿El control sobre cada minuto de tu día de lunes a lunes? ¿El control sobre tu carácter? ¿El control sobre tu billetera? ¿Cuánto tiene Dios de ti? ¿Estás conforme con tu relación con él, con tu vida espiritual? ¿O tienes hambre a más? ¿A más comunión con él, a experimentar más su presencia, a ver manifestarse más su poder en ti, a alcanzar a más personas con su amor? Si estás conforme con cómo estás, te doy permiso ahora a reclinarte y dormirte hasta el final del culto. Sólo te pido no desconcentrar a los demás con tus ronquidos. Pero si querés más, si se apodera de ti una santa insatisfacción con tu estado espiritual, entonces presta mucha atención. Hoy queremos ver cómo podemos levantarnos espiritualmente, llenarnos de nuevo vigor y crecer más allá de donde estamos hoy.
            El Sermón del Monte es un pasaje demasiado importante para el cristiano. Mateo nos lo presenta en tres capítulos condensados de las enseñanzas de Jesús. En una parte, Jesús habla de tres prácticas del cristiano, presuponiendo que los hace sí o sí. Es decir, Jesús no da una enseñanza nueva que sus seguidores debían hacer de ahí en adelante, sino era algo que los temerosos de Dios ya venían realizando. En Mateo 6.2 Jesús dice: “Cuando tú des limosna…” (RVC), debes hacerlo de tal o cual manera; en el versículo 5 dice: “Cuando ores…” (RVC); y en el versículo 16 dice: “Cuando ustedes ayunen…” (RVC). Estas tres prácticas —el dar, el orar y el ayunar— constituyen los tres pilares de la vida cristiana. Sabemos que cualquier objeto —un pedestal de micrófono, por ejemplo— que tiene tres patas es de lo más estable que hay. Aunque el piso esté bastante irregular, siempre va a estar firme. Lo que tiene 4 patas empieza a hamacarse ante el menor desnivel que hay en el suelo. ¿Pero qué pasa si a un objeto de tres pies le quitas una? Se cae irremediablemente. Las otras dos no le sirven; se queda parado bien firme únicamente si tiene las tres patas.
            Ahora aplícalo a tu vida cristiana. ¿Está basada sobre las tres prácticas que Jesús presenta aquí? ¿Estás dando regularmente tus ofrendas, tu diezmo, tus limosnas o cualquier otra contribución voluntaria para el bien del prójimo y de la obra de Dios? ¿Estás orando regularmente? ¿Estás ayunando regularmente? La respuesta que des a estas preguntas determinará la calidad de tu vida espiritual. Tu cristianismo se cae o se levanta según si tiene las tres “patas” o no. (“Ah, ¡con razón…!”).
            Sobre el dar hemos enseñado aquí ya en varias oportunidades. Acerca de la oración estamos hablando y ofreciendo oportunidades muchas veces. Pero sobre el ayuno muy poco hemos hablado. Esta tercera pata debemos reforzar como iglesia, para que como organismo y cada uno en particular podamos estar firmes en nuestra vida espiritual. En esta prédica me voy a basar en un libro de Jentezen Franklin: “Ayuno: hambre a más”.
            Antes de empezar su ministerio, Jesús pasó 40 días en el desierto, ayunando y orando. Vemos luego que a lo largo de su ministerio, él hizo muchas cosas sobrenaturales: resucitó a muertos, sanó a enfermos de toda clase, expulsó demonios, etc. Él lo podía hacer, no porque era Dios, sino porque tenía esa conexión íntima con su Padre. Si Jesús hubiera podido hacer todo esto sin ayunar, ¿por qué hubiera ayunado entonces antes de empezar a trabajar? El Hijo de Dios ayunó porque sabía que había cosas sobrenaturales que podían ser liberados únicamente por esa vía. Y si fue así con Jesús, ¿no debería ser para nosotros el ayunar también una práctica corriente, un estilo de vida? No importa si lo que te motiva a ayunar es el deseo de conocerle más íntimamente a Dios o el anhelo de una revolución profunda en tu vida. Con Dios a tu lado nada te será imposible. Pero ojo: el ayuno no es una fórmula mágica que cumplirá todos tus deseos sólo por haber ayunado. No es un método para torcerle el brazo a Dios y obligarle a hacer algo que él no quiere hacer. Tampoco es un negocio que según la cantidad de tiempo ayunado Dios te dará tal o cual recompensa. Pero sí es una conexión a una fuente de poder increíble, el poder de Dios, de la que podemos hacer uso. Y si está a tu disposición este poder sobrenatural, ¿acaso no vas a echar mano del mismo? Cuando ayunamos, estamos en un tipo de huelga de hambre contra el infierno y le exigimos: “¡Libera a los que están presos del engaño, las mentiras, el alcohol, las drogas, la pornografía, las falsas religiones, etc.!” Estamos al pie del cañón en la guerra contra las asechanzas del enemigo. ¡Con razón que Satanás intenta por todos los medios hacernos dormir espiritualmente y desviar nuestra concentración a cualquier otra cosa, incluso cosas de Dios, pero que no sean el ayuno. Porque donde hay un cristiano ayunando y orando, el infierno tiembla. ¿No te gustaría formar parte de este ejército de luchadores espirituales?
            Sin embargo, si el ayuno nos conecta a la fuente de poder de Dios, ¿por qué hacemos tan poco uso de este recurso? Posiblemente porque al escuchar no más la palabra “ayuno” ya nos empieza a crujir el estómago, ¿no es cierto? Y esa sensación no es agradable, por lo que la queremos evitar lo más que se pueda. ¿Pero qué sucede al ayunar? Cuando ayunamos, crucificamos al “Rey Barriga”. Y la verdad es que más que rey, es un dictador en la mayoría de las personas. Casi toda nuestra vida gira alrededor de satisfacer sus demandas. Ante el menor gruñido —o antes de que siquiera empiece a gruñir— ya corremos a la heladera, a la despensa o la lomitería para calmar el enojo de Su Majestad. Y ese Rey Barriga ha gobernado a la humanidad desde Adán y Eva. Dice el relato de Génesis: “La mujer [Eva] vio que el árbol era bueno para comer [bueno para sacrificarlo al Rey Barriga], apetecible a los ojos, y codiciable para alcanzar la sabiduría. Tomó entonces uno de sus frutos, y lo comió; y le dio a su marido, que estaba con ella, y él también comió” (Gn 3.6 – RVC). En este caso, el Rey Barriga llegó a ser inclusive el instrumento de Satanás para precipitar a toda la humanidad a la destrucción y muerte eterna. Con esta una comida, la paz y el gozo por la presencia de Dios se habían esfumado instantáneamente. La comida había sido para ellos más importante que la voluntad de Dios; más que la provisión de Dios; más que el plan de él para sus vidas. Y sin embargo, su panza estaba conforme sólo por unos instantes. ¿Se dan cuenta de la gravedad de ser dominado por este tirano?
            Otro ejemplo: Esaú tuvo en poco su derecho de primogénito y lo desperdició por un plato de lentejas. Podemos mencionar al pueblo de Israel que en su peregrinación a la tierra prometido murmuró contra Dios una y otra vez por causa de la comida. Y victorias como estas está logrando Satanás en las vidas de la mayoría de las personas una y otra vez. Perdemos hasta nuestra salud y ni qué decir de nuestro dinero sólo por rendirle veneración a nuestro Rey Barriga. Por eso, para que Cristo pueda ocupar el trono de nuestra vida, primero tenemos que derrocar a ese dictador ubicado a media altura de nuestro cuerpo – en algunos casos un dictador más desarrollado que en otros.
            Pero así como hay ejemplos negativos, hay también los positivos en la Biblia y los efectos que esto tuvo. Moisés estaba 40 días sobre la montaña en presencia de Dios, y recibió los 10 Mandamientos.
            La reina Esther convocó a todos los judíos a un tiempo de ayuno contra los planes del malvado Amán, y su desgracia asegurada fue desviada y transformada en gran libertad para los judíos.
            También podemos encontrar el ejemplo de la gente de Nínive ante los anuncios del juicio divino por parte de Jonás, y toda una ciudad se volvió a Dios y fue salvada de la destrucción; el ejemplo de Nehemías; de David; de Ana en el templo cuando se presentó al bebé Jesús, etc. Todos son ejemplos de una tremenda intervención de parte de Dios en la historia humana.
            Lo que tienen en común todas estas personas es que ayunaron. Pero cada una de ellas lo hizo de diferente manera y por diferente tiempo. Además de los ya nombrados, podemos mencionar también a Josué que ayunó por 40 días, Daniel evitó por 21 días ciertas comidas y bebidas, el apóstol Pablo ayunó una vez durante tres días y otra vez durante 14 días, hasta donde se lo haya registrado en la Biblia. Pedro ayunó tres días y Jesús, como ya lo mencionamos, 40 días.
            Hay básicamente dos tipos de ayuno: uno es evitar todo tipo de comida, pero tomando muchísima agua. Si el ayuno se extiende por varios días, se puede agregar caldos sin contenido consistente (sólo el jugo del puchero) y también jugos naturales. Así uno evita perder totalmente las fuerzas.
            Luego existe también el ayuno parcial. “Parcial” no se refiere a ayunar entre las 11:00 de la noche y las 6:00 de la mañana… Consiste en no consumir ciertas comidas y bebidas durante un tiempo más prolongado.
            El ejemplo más utilizado para este tipo de ayuno es el de Daniel. Por un lado, cuando recién fueron llevados cautivos a Babilonia y él con sus amigos fueron seleccionados para estar en la universidad del rey, ellos pidieron no tener que consumir la comida y bebida del rey, sino alimentarse exclusivamente de verduras y agua. El encargado, con temor y temblor, accedió a hacer la prueba durante 10 días. Al término de este período se dio cuenta que ellos tenían aspecto mucho más saludable que los otros muchachos que fueron seleccionados. Les dio permiso entonces de continuar con este régimen alimenticio.
            Más tarde, en el capítulo 10 de Daniel, encontramos que él estaba muy preocupado por la situación de sus compatriotas. Dice la Biblia: “En ese tiempo, yo, Daniel, estuve muy triste durante tres semanas. En esas tres semanas no comí ningún plato exquisito, ni comí carne ni bebí vino…” (Dn 10.2-3 – PDT). Más bien Daniel se concentró en la oración. Y relata la Biblia que ya al inicio de su intercesión, un ángel fue enviado con la respuesta a sus oraciones, pero que el espíritu de Persia, un demonio de alta categoría, le brindó resistencia. Pero por el ayuno y la oración de Daniel, el poder de este demonio se debilitó, de modo que con la ayuda del arcángel Miguel pudo vencerlo y continuar para darle el mensaje de Dios a Daniel. El “ayuno de Daniel” consiste entonces en 21 días con sólo frutas, verduras y agua. Nada de jugos, gaseosas, asado, pan o golosinas.
            Existe también el ayuno radical en que uno no ingiere absolutamente nada, ni comida ni agua ni nada. Pero esta medida no es muy recomendable, a no ser por un tiempo muy breve. El ayuno tiene que servir para concentrarnos en Dios, no para dañar nuestro cuerpo.
            En cuanto a la duración encontramos diferentes ejemplos en la Biblia, como ayunos de 3, 7, 21 y 40 días. Pero también encontramos indicios de ayunos de medio día o 24 horas. O sea, no hay fórmula bíblica de cómo debe ser el ayuno ni cuánto tiempo debe durar. Depende de lo que el Espíritu Santo le indique a cada uno. Lo que sí es importante tomar la decisión de ayunar, de subyugar al Rey Barriga y dedicar la máxima cantidad de tiempo posible a la comunión con Dios, la oración y la meditación en su Palabra. Para los que no tienen mucha experiencia con el ayuno sería recomendable no empezar de una vez con un período largo. Empiecen con algunas horas, por ejemplo desde la salida hasta la puesta del sol, o lo que ustedes vean convenientes. Con el tiempo uno puede aumentar el tiempo gradualmente, si así lo desea.
            No importa qué método o tiempo de ayuno usted elige. Si usted lo hace de corazón, Dios lo tomará en cuenta. Si lo hace por hacer no más, no tendrá mucho efecto en el mundo espiritual. Y si lo hace sin dedicarse a la oración y la Palabra de Dios, simplemente está haciendo una huelga de hambre. Pero ya el simple hecho de estar ayunando, para Dios es un tipo de “oración sin cesar”. El ayuno no es magia, pero sí nos hace espiritualmente más abiertos y receptivos, y es ahí que Dios puede hacer cosas importantes en nuestra vida. Quizás algunos objetan: “¿Cómo voy a ayunar si a las 5:00 de la mañana ya tengo que estar en la ruta para esperar el colectivo, estoy ocupado todo el día con miles de cosas que no me permiten concentrarme en Dios y orar, y llego de noche de vuelta a casa, totalmente rendido?” Si lo haces igualmente y lo haces para honrar a Dios, tiene importancia. Y yo me he dado cuenta que por más que por mis ocupaciones no esté concentrado en la oración y la Palabra de Dios como me gustaría, pero sentir el estómago vacío te da esa sensación de estar viviendo un día muy diferente a los otros días, y es una sensación muy especial. Y con eso también va una oración más por el motivo que elegí para mi ayuno. Si a ti te importa tu ayuno, a Dios también le importa. Y él no te pedirá que descuides tus compromisos laborales para dedicarte a la comunión con él, pero sí te dará posibilidades y momentos de poder disfrutarlo aun en medio de tus quehaceres.
            Lo que sí deberías evitar durante el tiempo que estás ayunando es todo lo que te podría distraer o desviar tu concentración y ocupar tu tiempo en vano, como la televisión, el celular, Facebook, etc. Sacrificá tus hábitos a Dios y dedica este tiempo a la comunión con él.
            Otra sugerencia. Si por ejemplo decides tener mañana un día de ayuno, es mala idea llenarte hoy todavía la panza hasta reventar. ¡No vas a aguantar mañana ni medio día! Más bien debes prepararte, si es posible ya varios días antes, con reducir la cantidad de comida y consumir alimentos más livianos. Así el estómago se contrae y se conforma con menos comida. Al empezar el ayuno, te será mucho más fácil.
            El ayuno es bueno incluso desde el punto de vista médico. Varios médicos cristianos han afirmado que el ayuno es una de las mejores terapias para desintoxicar el cuerpo. El sistema digestivo está prácticamente detenido, y el cuerpo empieza a eliminar toxinas acumuladas. Por eso es muy importante tomar mucha cantidad de agua para lavar el cuerpo para que se purifique bien. A muchos les da dolores de cabeza, que probablemente es otra señal de la desintoxicación del cuerpo. El ayuno físicamente no es muy agradable. Uno se siente cansado y débil, quizás con dolores de cabeza, algunos tienen dificultades de dormir – ¡y uno tiene hambre! Como dice el autor de este material: “Yo estoy entusiasmado del ayuno. Pero no porque me guste sufrir de hambre. Amo comer, y no es muy atractivo ver a tu compañero de trabajo tragarse un buen pedazo de asado mientras que vos estás mascando una ramita de brócoli.” Pero el efecto espiritual que este tiempo tiene es incomparable con cualquier manjar que uno pueda haber comido en este tiempo.
            Ahora quiero lanzarles un desafío. En varias oportunidades, empezando con mi informe en la asamblea anual, he señalado que quiero promover este año en la iglesia la búsqueda de la presencia de Dios. El equipo pastoral tuvo ya un retiro en el cual hicimos precisamente esto, y fue un tiempo maravilloso en el cual Dios nos ha mostrado muchas cosas. Pero ahora quiero proclamar semana de ayuno y oración a partir de mañana. Toda la iglesia está invitada a acompañarme en esta semana. El próximo domingo tendremos un predicador invitado, pero nos tomaremos un tiempo para escuchar los testimonios de lo que Dios ha hecho en su vida. Me dicen: “¿Una semana de ayuno?” Bueno, no estaría mal ayunar durante toda la semana, pero no es tanto eso lo que quiero decir. Esta semana estará dedicada al ayuno y oración. Cada uno elige en qué momento y de qué manera quiere participar de esta actividad. Puede ser que elija un día de esta próxima semana para ayunar. Puede ser que elija varios días o toda la semana evitando por ejemplo el almuerzo. Desayuna y cena normalmente, pero no almuerza. O cualquiera de las otras comidas. Puede ser que elija el ayuno de Daniel: frutas, verduras y agua. No pan ni carne ni bebidas dulces (gaseosas). Cada uno ve la forma y el momento que Dios le guía a hacerlo. Pero oficialmente declaramos para la IEB Costa Azul semana de ayuno y oración para esta próxima semana. No pienses tanto en cuáles obstáculos te podrían impedir tu participación. Más bien, decídete de hacerlo y hazlo de una vez. ¡Dios te bendiga!


jueves, 1 de junio de 2017

Seguirle a Jesús no es joda




            Algunas veces, en el grupo de amigos a alguien se le ocurre algo: “Jaha, vamos a hacer tal cosa.” O: “Vamos a tal lugar.” Y todos los demás: “Sí, vamos.” Y el rollo se dedica a hacer lo que propuso esta persona, a veces sin pensar cada uno si realmente lo quiere hacer o no. Más que nada es para permanecer en el grupo y no quedarse solo o por cualquier otra conveniencia, pero no por convicción. Y a veces sucede lo mismo también en el plano espiritual: porque los demás siguen las indicaciones de un predicador para aceptar a Cristo, yo también lo hago. Porque los demás se bautizan, yo también lo hago, etc. Por conveniencia, pero no por convicción. Y más de uno de los que recibiremos hoy como miembros me ha dicho que este fue su caso. Pero Jesús siempre dejó en claro que seguirlo a él no es joda. Esto es precisamente el título de mi mensaje hoy. Jesús generalmente fue seguido por una gran multitud, pero él reiteradas veces distinguió entre simpatizantes (los que buscaban alguna conveniencia) y seguidores (que le seguían por convicción). Y dejó en claro también que seguirlo es más que seguir en el rollo alguna propuesta del momento, sino que implica una firme convicción personal. Una de estas tantas veces que Jesús dejó en claro esto fue en el siguiente texto:

            F Lc 14.25-33

            Aquí también había otra vez muchos los que corrían detrás de Jesús (v. 25), y fue necesario poner en claro las exigencias. Nosotros estaríamos muy agradecidos si tuviéramos tanta influencia que todos quieran estar con nosotros. Nos alegramos cuando nuestro templo se llena, y hacemos planes de agrandarlo para que quepan más personas. Pero a Jesús nunca le interesaban los números. Más bien le interesaba el corazón de las personas. Con ciertas maniobras se puede llenar el templo hasta el tope, pero ¿de qué nos serviría si todos “se van con el rollo” no más? Jesús quería compromiso, no entusiasmo. El compromiso es una actitud, una decisión, que hace que la persona esté firme en su lugar, aun cuando la emoción del entusiasmo no esté presente y las cosas se vuelven difíciles. Por eso él puso en claro sus exigencias: “Olvídense de llamarse mis seguidores si no están dispuestos a ponerme en primer lugar, por encima de todo.” Jesús lo dice en términos de relaciones humanas: amarlo más a él que a los familiares más cercanos (v. 26). Nos puede chocar la palabra “aborrecer” que traducen algunas versiones. La Reina-Valera Contemporánea dice “renunciar a” padre, madre, hijos, esposa, etc. Tenemos que entender que Dios jamás va a contradecirse a sí mismo. En toda la Biblia siempre se enseña el amor y compromiso para con los demás, especialmente con su familia. Más bien Jesús está usando un recurso, una manera de hablar, típica de los judíos de su época. Si querían explicar la diferencia o el contraste entre una cosa y la otra, la llevaban a los extremos para que sea bien evidente a qué se referían. En ese sentido, “aborrecer” a la familia significa “amarla menos” que a él. Jesús debe ser dueño de nuestra lealtad en todo momento. Si mi compromiso con Cristo y su iglesia colisiona con cualquier otro compromiso humano, el compromiso con Dios debe prevalecer sin lugar a dudas.
            Nos llamamos “seguidores de Cristo”. ¿Qué significa ser un seguidor? Significa exactamente eso: seguirle a alguien por dondequiera que vaya. Si yo le sigo a Cristo sólo mientras no tenga otra cosa mejor para hacer, ¿acaso continúo siguiéndole? Si le digo: “Esperame un cachito, Jesús. Es que tengo un cumpleaños aquí en este otro sendero, luego vuelvo otra vez y te sigo.” “Me invitaron a un viaje al interior, así que, después del fin de semana nos encontramos otra vez.” “Esta noche quiero hacer un asado con los amigos. Permisito, voy a seguir su invitación, luego te sigo a vos otra vez. ¿Sí pa? Estamos de acuerdo, ¿no?” Díganme ustedes, si Jesús estaría de acuerdo con estas “negociaciones”. Él es totalitario: o todo o todo. No porque sea dictador, sino porque nos conviene a nosotros. Jesús pone como ejemplo a un constructor. Le convendría no empezar la construcción, en vez de arrancar y a la mitad del proyecto darse cuenta que opa la plata. A esa altura ya no tiene dinero, no tiene una casa o una torre que le sirve, toda la construcción empieza a descomponerse otra vez y encima cosecha la burla de todos los demás. Perdió todo, incluso lo poco que tenía antes de empezar. Le hubiera convenido ser más radical: o todo o nada. O la termino y la termino, o ni empiezo. La misma cosa también con el rey en conflicto con otro: O va contra él y lo vence o ni empieza la guerra. Esta es la razón por la que Cristo es tan radical con seguirle.

            “Pero pastor, no puedes decirlo tan así. ¿Quién entonces va a querer seguirle? La vida con Cristo es deleite, es fiesta.” ¿Cristo lo llamó fiesta? Fíjense qué término usó él (v. 27): “El que no viene a mi fiesta, no puede ser mi discípulo.” ¿Así lo dijo? “El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo” (BPD). ¿Tan radical? Recuerden: seguirle a Jesús no es joda. Requiere de mi consagración y entrega total. No se trata de jugar al cristianito mientras el mundo no me ofrezca algo más interesante. Debo estar dispuesto a sacrificar, dar muerte, muerte en la cruz que cargo, a mi egoísmo, los deseos de mi carne, mi voluntad, toda mi vida, para que los deseos de Cristo, la voluntad de Dios y la vida del Espíritu Santo puedan fluir en y a través de mí y llenarme de la única vida que vale la pena ser vivida. ¿Estás dispuesto a este sacrificio? Los que se van a bautizar hoy tienen todavía unos pocos minutos para decidirlo… A decir verdad, es una decisión que cada hijo de Dios debe tomar todos los días de su vida. Seguirle a Jesús no es joda, pero no encontraremos satisfacción, alegría y deleite completo sino al hacerlo. Así como alguien puede disfrutar plenamente de una casa que construyó según cálculos muy sabios de sus recursos como para poder terminarla, así podemos disfrutar plenamente de la comunión de Cristo únicamente si calculamos el precio de seguirlo y nos comprometemos en serio con él. Seguirle a Jesús no es joda. ¿Estás dispuesto a hacerlo?