domingo, 16 de abril de 2017
El servicio
¿Cuál ha sido la muestra más grande de amor, servicio y entrega de toda la historia humana? Sin duda diríamos que es la muerte redentora de Jesús. ¡Y lo es! Él mismo también estaría de acuerdo con esto, porque él dijo que “…el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20.28 – NVI). Pero pocas horas antes de que se consuma en hechos este sacrificio de amor, Jesús lo anunció simbólicamente. Encontramos esto en Juan 13.
Jn 13.1-17
La vida de Jesús llegó a un punto crucial en que todo estaba decidido. En varios aspectos no había más vuelta para atrás. Es como si diferentes circunstancias se habían puesto de acuerdo en definirse al mismo tiempo. El texto menciona las siguientes cosas: a) llegó el momento de volver al Padre (v. 1)
b) Había amado a sus seguidores y estaba claro que los amaría hasta el fin (v. 1). Otra manera de entender esto es que los amaría hasta el grado máximo o mostraría un amor en su máxima expresión – lo que horas después fue evidente en la cruz.
c) Satanás ya le había empujado a Judas a traicionar a Jesús (v. 2).
d) Dios el Padre había puesto todas las cosas en sus manos o bajo su autoridad (v. 3).
En cuanto a todas estas cosas ya no cabía dudas. Todo estaba encaminado hacia la culminación de las cosas y no había más vuelta atrás. Este fue el momento oportuno para que Jesús dejara a sus discípulos un último mensaje que encerraba prácticamente toda su vida. Sería una radiografía a lo que había sido su misión por la cual él había estado más de 30 años en esta tierra. También sería la última vez que él estaría junto con sus discípulos en un ambiente de gran intimidad. Así que, aprovechando la oportunidad, Jesús de pronto se levanta de la mesa, agarra una toalla y una palangana con agua y empieza a lavarles los pies a los discípulos. Todos se quedan shoqueados, boquiabiertos, sin poder entender lo que estaba sucediendo. No es que nunca habían visto a alguien lavarles los pies a otras personas. Más bien era algo por demás común. Como la única manera de movilizarse era a pie y sobre calles polvorientas, vistiendo sandalias abiertas, era señal de hospitalidad amorosa lavarles los pies a todos los que llegaban de visita a una casa. ¿Por qué entonces esta reacción de sorpresa? Es que el trabajo de lavar los pies era función de los esclavos. Y ahora su Señor y Maestro lo estaba haciendo con ellos. A falta de un esclavo, lo más lógico hubiera sido que alguien de ellos lo hubiera hecho. Pero como ya se habían peleado acerca de quién de ellos sería el mayor en el grupo (Lc 22.24), era muy improbable que alguien se “rebaje” hasta tal punto de hacer tal servicio a los demás. Era denigrante, según su manera de verlo. Por eso, su emoción al ver a Jesús hacerlo era una mezcla de sorpresa, confusión y culpabilidad. Por eso se entiende la reacción de Pedro que se atrevió a expresar lo que todos pensaban: “Señor, ¿tú me vas a lavar los pies a mí” (v. 6 – DHH)? Lo que pasa es que tanto el que lava los pies como el a quien se los lava necesitan de una cuota muy grande de humildad. Y cómo su anhelo era más bien el de ser el mayor, esa humildad parece que no estaba presente en ellos. Por eso se sentían tan incómodos con la acción de Jesús. Pero Jesús lo tranquiliza diciéndole: “Dejá no más que te los lave. En este momento no estás en condiciones de evaluar si es apropiado o no que te lo lave porque no entiendes el significado de esto, pero llegará el momento en que sí lo entenderás.” Pero Pedro se afianza en su postura: “¡Jamás me lavarás los pies” (v. 8 – RVC)! “Pedro, ¿acaso no escuchaste lo que acaba de decirte? No lo entiendes todavía. Dejame no más que te lo haga."
“¡No!”
“Pedro, ‘si no te los lavo, no tendrás parte conmigo’ (v. 8 – RVC). ¿Y qué tenía que ver el lavar los pies con pertenecer a Jesús y ser su seguidor? Es que en todo este pasaje Jesús hace un juego entre el sentido literal y espiritual del lavamiento. Lo que nos convierte en seguidores de Jesús no es que él nos lave los pies, sino que su sangre nos lave de todos nuestros pecados. Por eso dije que este lavado de pies sería un símbolo físico de lo que pocas horas más tarde Jesús iba a realizar en el sentido espiritual y definitivo. Pero tanto el al que se le está lavando los pies como el que recibe el lavamiento espiritual de Jesús tienen que tener la humildad de aceptar ese acto de limpieza. Nadie que se acerca a la cruz con orgullo recibirá el perdón de pecados, porque para ser perdonados es necesario admitir que uno ya no puede más sólo; que necesita desesperadamente de la misericordia de Dios. Por eso dice Jesús: “Si no me permites hacer mi obra en ti, no puedes ser parte de mi rebaño.” Entonces Pedro, como es típico de él, va en un vuelo sin escalas y a la velocidad de la luz de un extremo al totalmente opuesto: “Entonces, Señor, lávame no solamente los pies, sino también las manos y la cabeza” (v. 9 – RVC), o sea, bañame ya de una vez. ¡Ay, Pedro! ¿No podés encontrar un punto medio, un equilibrio? Se parece a los que conocen solamente dos velocidades de los ventiladores: o la máxima velocidad o apagado. No hay puntos medios en la velocidad, parece. Pero grande es la paciencia de Jesús que no lo regaña, sino le explica con todo amor: “El que ya se ha bañado no necesita lavarse más que los pies … pues ya todo su cuerpo está limpio” (v. 10 – NVI). Otra vez este juego de sentidos: el que se ha bañado en la sangre de Cristo, para decirlo de alguna manera, ya está espiritualmente limpio y no necesita más que pasarle cada tanto el trapo al alma ante el polvito del pecado que se quiere asentar nuevamente – y, claro, también lavar los pies del polvo físico de la calle. En otros términos que quizás nos resulten un poco más familiares: el que ha aceptado a Cristo como su Señor y Salvador, no necesita convertirse cada día otra vez de nuevo. Sólo necesita dejarse limpiar por los pecados en que ha vuelto a incurrir, como se limpia una mancha del cuerpo sin necesidad de volver a bañarse otra vez. Los discípulos, según el testimonio de Jesús, ya estaban limpios por su fe en él – excepto Judas, que había permitido que Satanás lo envuelva en su oscuridad.
Después de haber realizado este acto, Jesús les dio una aplicación a su enseñanza actuada. El lavado de los pies se convierte así prácticamente en una parábola. Los discípulos habían reconocido a Jesús como “Maestro y Señor” (v. 13), es decir, alguien que estaba por encima de ellos, con autoridad sobre ellos. Sin embargo, él como superior no había tenido problema alguno de hacer el servicio considerado más bajo. ¿Por qué entonces no lo podrían hacer entonces también ellos? Sin embargo, ¡cuántas veces queremos demostrar nuestra posición supuestamente más alta para enseñorearnos de los demás! Creemos que somos tan finos que ya no podemos ayudar con los trabajos regulares, como si nuestra “finura” se podría estropear con eso, así como las hermanas cuidan de no tocar nada cuando recién se han pintado las uñas para que no se estropee. Pero lo que hacemos con esto es nada más que demostrar nuestra inseguridad y nuestros sentimientos de insuficiencia. Pero a Jesús no le pasó eso, porque su valor como persona y su autoestima no dependían en absoluto de lo que estaba haciendo. No necesitaba hacer ostentación de su poder y autoridad para demostrar ser alguien. Por eso él podía hacer un servicio de esclavo sin que afecte a su personalidad. Por eso él nos dice: “A mí no me dio cosa ir el sendero más bajo habido y por haber. Como mis seguidores, tómense entonces un ejemplo de mí y estén dispuestos también a servir al prójimo en las circunstancias y los servicios que sean. Yo les he dado el ejemplo, para que ustedes hagan lo mismo” (v. 15 – TLA). Cristo siempre se ha identificado como el servidor. Esa fue su misión, como ya lo dijimos al principio. En Lucas 22.27 él dice: “¿Quién es más importante, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No lo es el que está sentado a la mesa? Sin embargo, yo estoy entre ustedes como uno que sirve” (NVI). Y este es el ejemplo que debemos seguir siempre en nuestro trato a los demás, porque “…ningún servidor es más que su señor, y … ningún enviado es más que el que lo envía” (v. 16 – DHH). No podemos pretender como servidores de nuestro Señor Jesús ser más que él y no necesitar ya servir a los demás.
La mención de Jesús de “…si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros” (v. 14 – NVI) algunas iglesias han tomado como una orden literal y practican el lavamiento de pies entre sus miembros de manera regular. Entendemos sin embargo que Jesús le dio más bien un significado espiritual a este acto y lo tomó como una referencia a la disposición al servicio. Pero… no hace mal de vez en cuando practicarlo de manera literal para sentir en carne propia lo que significa servir al otro. Como ya dije, tanto el que lava los pies a otro como el que es lavado necesitan de una buena porción de humildad para hacerlo y para permitir que se le haga. Con esto de repente nos volvemos muy humildes. Así que, nos vamos a dividir ahora en dos grupos: un grupo de varones y un grupo de damas. Cada grupo tendrá una palangana con agua y una toalla y uno a otros se lavan los pies – hombres entre sí y mujeres entre sí.
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