Los que han estado últimamente en la
casa de los hermanos Mario y Alicia habrán visto la huerta que el hermano ha
preparado. En una parte de su lote tiene varias parcelas preparadas para
sembrar todo tipo de verduras. ¿Qué pensarían ustedes de él si en una parcela sembrara
una semillita de tomate, en la otra una sola de zanahoria, en la tercera una
semilla de locote y así sucesivamente? ¡Sería una locura: teniendo semejante
espacio para llenarlo de plantas y así tener una cosecha súper abundante, y se
va a conformar con una sola plantita por parcela, como si tuviera nada más que
una maceta donde sembrarla…!
Pero muchos de los que criticarían
al hermano por proceder de esta manera en su plantación de verduras tienen la
misma actitud a la hora de dar su ofrenda. Tienen la mentalidad de maceta en
vez de plantación. ¿A qué me refiero? Siga con nosotros hasta el final por este
mismo canal y sabrá la respuesta…
2 Co 8.16-9.15
Los que han prestado atención,
posiblemente ya habrán detectado a qué me refiero con la mentalidad de maceta o
de plantación. Pero vamos por parte.
Ya el domingo pasado, Derlis nos
había explicado que Pablo realizó entre las iglesias que él había fundado una
colecta para la iglesia de Jerusalén que estaba pasando por un período muy duro
de persecución. Al comunicarles la idea de la colecta a los corintios, entre
otras iglesias de la provincia de Acaya, ellos habían estado muy entusiasmados
con la misma, prometiendo una ofrenda generosa. Este entusiasmo le sirvió a
Pablo para contagiar también a otras iglesias. Ya Derlis nos explicó que las
iglesias de Macedonia, a pesar de su extrema pobreza y sus propios enormes
conflictos, le insistían continuamente para poder participar también de esta
ofrenda. Ellos no querían perderse la bendición de ofrendar también para la
iglesia de Jerusalén. Esto nos muestra que nuestra ofrenda no depende de lo que
tengamos o no tengamos, sino de nuestra actitud. Nunca podemos estar tan pobres
y necesitados que no tengamos algo para dar a otros.
Ante esta actitud de las iglesias de
Macedonia, a Pablo le entran de repente sus dudas y preocupaciones acerca de la
ofrenda prometida por los corintios. Comparada con las iglesias de Macedonia,
la de Corinto nadaba en bendiciones y riquezas. ¿Será que su ofrenda sería
también proporcionalmente tanto mayor que la de los macedonios? Tanto alarde él
había hecho de la buena voluntad de los corintios, ¿y qué si de repente esa
voluntad había disminuido drásticamente en su ausencia? ¿Qué, si los macedonios
designaran a alguien que acompañara a Pablo para recoger la ofrenda y llevarla
a Jerusalén, y lleguen a Corinto y encuentren una miseria de ofrenda (9.4-5)?
Entonces dirían: “¿Cómo? Nosotros que hemos pasado por mil y una, hemos
recogido esta ofrenda para los hermanos de Jerusalén, y los corintios, que
tienen todo a su favor, no han sido capaces de más que eso?” Esto sería el
papelón del siglo para Pablo, y ni decir para los corintios (9.4). Por eso
Pablo envió a hermanos confiables delante de él para que preparen el terreno en
Corinto, de modo que cuando llegue Pablo a recoger lo que habían dado,
encuentre una ofrenda muy generosa para Jerusalén, “…y no una muestra de tacañería” (9.5 – BLPH).
Uno de estos enviados era Tito
(8.16), que había trabajado muy de cerca con Pablo y lo había acompañado en
varios viajes. Pablo dio testimonio de la gran pasión que este hombre sentía
por la obra de Dios, de modo que con gusto accedió a la petición de Pablo de ir
a Corinto. No está bien claro si él ya se había ido en el momento en que Pablo
escribiera esta carta, o si Tito sería el mensajero que llevaría la carta
consigo a Corinto.
Juntamente con Tito, Pablo envió a
otro hermano que también contaba con un testimonio intachable de trabajar
fuerte en la obra de Dios (8.18). Es decir, para los servicios o puestos de
gran responsabilidad no se eligen a los turistas que van de diversión en
diversión, sino a los que han mojado la camiseta y han demostrado confiabilidad.
Si te estás quejando que siempre se le llama a otros para los diferentes cargos
o servicios en la iglesia, o que todo es aburrido, analizate si el/la
aburrido/a no eres tú que sólo aparece cuando hay algo “espectacular”, algo
para disfrutar, pero que no se quiere meter en ningún trabajo, a no ser para
lucirse. El que está ahí en la cancha, haciendo que las cosas ocurran, no tiene
tiempo para pensar si algo es aburrido o no. Está demasiado ocupado en lograr
los resultados esperados por el Señor. Y sólo los mejores, los que ya han dado
todo en la cancha, son promovidos a otras instancias superiores. Así también en
el reino de Dios. Así que, si querés estar “allá arriba”, sea lo que signifique
esto para ti, empezá a dar todo de ti en los servicios sencillos. Lo importante
no es estar “arriba” o “abajo”, sino realizar con fidelidad, compromiso y amor
al Señor el trabajo que le corresponde hacer, por muy sencillo que éste
parezca.
Además de Tito y otro colega que
Pablo estaba enviando a Corinto, los acompañó otra tercera persona (8.19). Este
era un delegado que Pablo había solicitado a las iglesias que elijan de entre
ellos. Para Pablo era de suma importancia la transparencia de su ministerio. Él
bien podría decir: “Dios sabe que no hago nada indebido, que no voy a
apropiarme de ni un centavo de esta ofrenda. De modo que no les tiene que
importar a los demás lo que hago.” No, más bien él se esforzó para que también
delante de la gente esté todo visible y transparente: “…procuramos que todo sea limpio, no sólo ante Dios, sino también ante
los hombres” (8.21 – BLA). Trató de evitar en lo posible cualquier cosa por
la que se le podría acusar. Sabemos que el manejo del dinero es un asunto muy
delicado en cualquier organización humana, sean empresas, matrimonio o iglesia.
Es por lo tanto de suma importancia garantizar la transparencia lo más que se
pueda para evitar cualquier mancha que pueda afectar la credibilidad de
alguien. Y, como Pablo mismo escribió a los corintios, esta ofrenda era
bastante abundante (8.20), así que, con mayor razón debía esforzarse por
manejar todo transparentemente.
Esta ofrenda que las iglesias habían
dado con mucho sacrificio no era una pérdida para ellas. Pablo la considera más
bien como una siembra que en algún momento tendría su recompensa, su cosecha.
Resulta que Dios no queda deudor de nadie. Él no nos pide nuestros diezmos y
ofrendas como si él necesitara el dinero. Si él es dueño de todo el oro y la
plata del universo. Si él lo ha creado todo de la nada. Pero nosotros sí necesitamos
dar. Nosotros sí necesitamos ejercitarnos en la dependencia y obediencia de
Dios, y precisamente en un área tan delicada como el dinero. Al dar nuestros
diezmos y ofrendas, nuestra fidelidad es puesta a prueba. Pero si es aprobada,
Dios nos devuelve generosamente lo que le hemos dado. Por eso Pablo lo llama
una siembra y cosecha. La cosecha siempre es más abundante que la siembra. Si
sembramos una semilla, cosecharemos cientas o miles de semillas. Por eso en la
agricultura —o también la horticultura— sembramos generosamente, porque
esperamos una cosecha bien abundante, lo más abundante posible. Pero por alguna
razón no sucede lo mismo en nuestros diezmos y ofrendas. Ahí nuestra siembra es
escasa, porque no vemos tan palpable e inmediatamente el fruto o la cosecha de
nuestra siembra. Es más bien una siembra de fe que confía en que Dios hará
surgir la cosecha a su manera y en su tiempo. Cada vez que hacemos pasar la
bolsita de la ofrenda, tu fe es puesta a prueba: ¿Será que Dios me va a
sostener? ¿Será que me va a alcanzar si doy esto?
Me contó una persona que había
participado de un congreso en Asunción. Al término del mismo, junto con un
grupo de personas con que había venido al congreso iba a ir al hotel en el que
se habían alojado, recoger sus cosas y regresar a sus casas. En el último
encuentro del congreso se recogió todavía una ofrenda. Esta persona había ido
con el dinero justo. Le sobró un dinero para pagar el hotel y un poquito más.
Decidió dar ese “poquito más” en la ofrenda. Pero de repente sintió muy
claramente que Dios le dijo: “No, yo quiero ese billete grande.” Empezó
entonces una fuerte lucha interna, ya que si diera ese billete grande, ya no
tendría cómo pagar el hotel. Finalmente obedeció y puso casi todo el dinero que
tenía en la ofrenda.
Regresaron luego al hotel a recoger
sus cosas. Finalmente llegó el momento inevitable de presentarse ante el
gerente del hotel para decirle que no tenía con qué pagar. Se acercó al
mostrador y pidió su cuenta. El encargado le preguntó por su nombre y número de
pieza. Revisó en el sistema y dijo: “No, señor, usted no tiene ninguna cuenta
aquí. Ya todo ha sido pagado.” Esta persona me dijo luego: “¿Qué hubiera pasado
si yo no hubiera dado ese billete grande? Me hubiera privado de esta
experiencia tan marcante de ver la intervención divina de una manera tan
visible e inmediata.”
Es por eso que al principio dije que
algunos actúan con respecto a la ofrenda como si estuvieran sembrando una sola
semillita en una parcela en la huerta de Mario. ¿Por qué te vas a limitar a una
sola maceta para “cultivar” las bendiciones de Dios, si tienes a tu disposición
toda una plantación enorme? ¿O no quieres recibir más bendiciones? Claro, yo no
hablo de tirar irresponsablemente el dinero por la ventana, pero sí hablo de
invertir en el reino de Dios según la guía del Rey. ¿Preparas conscientemente
tu ofrenda antes? ¿Le preguntas a Dios cuánto él quiere que pongas en la
ofrenda hoy? ¿Te alegras por cada oportunidad de colaborar con personas
necesitadas u otros ministerios cristianos? Esta semana he hecho varias
publicaciones en el grupo WhatsApp de matrimonios de la iglesia respecto a la
situación de Jesusito. Pedí oración, ofrenda en efectivo, tiempo para asistirle
a la señora Lidia, la mamá de Jesusito, y la donación de sangre. Hasta ahora ha
habido 4 personas que han donado sangre. Y una pareja anunció una jugosa
ofrenda en efectivo que será de tremenda ayuda para la señora Lidia. Esto es
invertir en el reino de Dios: “…Quien
siembra con miseria, miseria cosechará; quien siembra a manos llenas, a manos
llenas cosechará” (9.6 – BLPH). ¿Qué prefieres, la miseria o las manos
llenas?
Pero esta siembra debe ser algo que
salga del corazón. Así como Pablo no quiso que la ofrenda de los corintios sea
una “muestra de tacañería”, Dios tampoco no lo quiere. Por eso Pablo
recomienda: “Cada uno dé según lo que
decidió personalmente…” (9.7 – BLA). Pregunto: si usted viene los domingos
al culto, y en algún momento se anuncia que durante la siguiente canción se va
a recoger la ofrenda y usted dice: “Ah, cierto, la ofrenda…” y empieza a sacar
su dinero buscando cualquier billete o moneda que aparece, porque ya está la
bolsita esperándolo, ¿será que lo que usted pone en la bolsita es “lo que
decidió personalmente”? Pablo no dice: “Cada uno dé lo que encuentre en el
momento en que apura la bolsita de la ofrenda…”, sino: “Cada uno debe dar lo que en su corazón ha decidido dar…” (PDT).
Decidir algo en el corazón significa evaluar la situación, considerar las
opciones, preguntar al Señor, y luego tomar una decisión. Esto difícilmente
sucede ese ratito en que se recoge la ofrenda. Esto es un proceso que,
acompañado por la oración, debe suceder antes, en la calma del hogar – por lo
menos con las ofrendas regulares. Pueden darse situaciones en que imprevistamente
uno es invitado a aportar algo para el reino de Dios. Esto no se pudo decidir
antes, pero sí en relación a la ofrenda dominical en nuestros cultos.
La actitud al dar nuestra ofrenda
debe ser la de gratitud, alegría y alabanza. Ofrendas dadas con una cara larga
del corazón pierden su efectividad y son plata tirada. No creo que alguien de
nosotros tenga tanto dinero que puede tirarlo así no más. Por lo tanto,
asegurémonos de que nuestra ofrenda sea una inversión para honra y gloria de
nuestro Señor. Sólo así puede cumplirse su promesa del versículo 8: “Dios puede darles a ustedes con abundancia
toda clase de bendiciones, para que tengan siempre todo lo necesario y además
les sobre para ayudar en toda clase de buenas obras” (9.8 – DHH). ¿Están
cubiertas todas tus necesidades básicas (comida, salud, techo)? Entonces
considerate una persona bendecida por Dios. ¿Quieres que se cubran más? Bueno,
esto ya depende de la voluntad y generosidad de nuestro Padre celestial, pero
nada pierdes en invertir más y con una actitud más alegre en el reino de Dios.
No es una fórmula mágica ni matemática, que siempre tendrá el mismo resultado.
La matemática de Dios funciona diferente. Pero sí es una promesa —y más
todavía: una ley espiritual—: “…Quien
siembra con miseria, miseria cosechará; quien siembra a manos llenas, a manos
llenas cosechará” (9.6 – BLPH).
¿Y saben qué? Ni siquiera tienen que
dar de lo suyo. Dios les proveerá de la semilla para invertir en su reino: “Si Dios proporciona la semilla al que
siembra y el pan que va a comer, les dará también a ustedes la semilla y la
multiplicará” (9.10 – BLA). ‘Ah, bueno’, dicen quizás algunos ahora,
‘entonces voy a esperar a que caiga del cielo la semilla en forma de un fajo de
dólares para que pueda dar mi diezmo y ofrenda.’ No, así no funciona. Dios le
da cada mes un salario o alguna entrada de dinero en un negocio independiente,
¿no es cierto? Bueno, fíjense que el dinero que les llega se compone del sueldo
más un aditivo (algo adicional, la yapa) de diezmo. En su cobro mensual Dios
incluyó también un dinero para que lo dé en el diezmo a la iglesia. El problema
radica en que nosotros siempre consideramos a ese aditivo también como parte
del sueldo que nos corresponde a nosotros. Entonces creemos que debemos darle a
Dios de nuestro dinero, y nos
cueeeesta. ¿Pero por qué nos debería costar? Si yo tengo un 100.000 en la mano
y me quiero lavar las manos pero no tengo dónde meter el billete y le pido que
me lo sostenga un ratito, luego vuelvo y le pido que me entregue otra vez el dinero,
¿acaso le dolerá? ¡Por supuesto que no! ¿Por qué no? Porque no es suyo. Estaba
momentáneamente no más en su mano. Bueno, ¿por qué nos debería doler si Dios
nos da algo para que le devolvamos? Si es de él. Es más: yo me meto en serios
problemas si no se lo doy. Dios habla muy duro a su pueblo por esta actitud:
“¿Habrá quien pueda robarle a Dios? ¡Pues
ustedes me han robado! Y sin embargo, dicen: “¿Cómo está eso de que te hemos
robado?” ¡Pues me han robado en sus diezmos y ofrendas! Malditos sean todos
ustedes, porque como nación me han robado” (Mal 3.8-9 – RVC). ¿Te gustaría
que Dios te maldiga? ¡No lo creo! Entonces devuélvele la yapa que te dio para
que la administres y no te hagas el ñembotavy. Dios te dio la semilla, y no
solamente esto, sino que él “…la hará
crecer, y hará que la generosidad de ustedes produzca una gran cosecha. Así
tendrán ustedes toda clase de riquezas y podrán dar generosamente. Y la colecta
que ustedes envíen por medio de nosotros, será motivo de que los hermanos den
gracias a Dios” (9.10-11 – DHH). ¿No te gustaría ver cumplirse esto en tu
propia vida? Entonces no siembres en una maceta o plantera, sino en un campo
grande para que tu cosecha pueda ser enorme, para honra y gloria de Dios.
¿Cuál es tu semilla? Recuerde: nadie
es tan pobre que no pueda dar algo a otros. La Biblia dice que Dios te dio
semilla. No es una posibilidad que en algún que otro caso se dé. Él te da. En
algunos casos es dinero, y alguna vez todos tenemos la posibilidad de sembrar
dinero. Pero puede ser también el tiempo que puedas dedicar a otros, una
palabra de ánimo que entregues a algún conocido, tu oído que prestas a los
afligidos para que puedan descargar sus penas, una palmada en el hombro, una
sonrisa, una oportunidad de compartir el evangelio con alguien, etc. Pregúntale
al Señor qué tipo de semillas él te ha dado. Y pídele un campo cada vez más
grande para poder sembrar y sembrar. No te preocupes de la cosecha. De esto se
va a encargar el dueño del campo. Tú siembra para la gloria de Dios, con un corazón
agradecido y como un acto de alabanza. Pero por sobre todo, no te limites a la
maceta. Busca el campo extenso que Dios te ha preparado para que siembres en
él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario