Este mensaje lleva por título: “La sandía”. ¿Será que me equivoqué de lugar para que dé una charla de botánica sobre cómo cultivar la sandía? Para nosotros como familia, la temporada de las sandías es una de las mejores del año porque nos encantan las sandías. Pero nos ha pasado algunas veces que sacamos del depósito una sandía hermosa, de modo que ya se nos hace agua la boca. Y cuando meto el cuchillo para partirla, veo que adentro está totalmente podrida e inservible. La pinta era espectacular, pero eso era todo lo que tenía. Como también ha sucedido al revés, que lo de afuera parecía medio sospechoso, pero que, al abrirla, encontramos una pulpa hermosa y dulce.
Al profeta Samuel le pasó
lo mismo, pero no con una sandía, sino con las personas. Y tampoco era que les
metió el cuchillo para partirlos, sino en otro sentido. Leamos primero la
historia para luego analizarla.
F 1 S 16.1-13
En nuestra última prédica
acerca de las historias del Antiguo Testamento vimos a Saúl siendo destituido
de su función de rey. El profeta Samuel había procedido con mucha fuerza y
autoridad, imponiendo de vuelta las pautas marcadas por Dios de las cuales Saúl
se había desviado. Pero por lo visto, por alguna razón, esto le había trabajado
demasiado a Samuel. En nuestro texto Dios le tiene que sacudir un poco para
despertarle de su estado emocional y que deje de llorarle a Saúl: “Yo lo he
desechado, Samuel. ¿Por qué entonces vas a llorar por él? Más bien, en lugar de
lamentarte, haz algo. Andá y unge a un nuevo rey.” Es interesante que a Saúl lo
había elegido el pueblo, y era por rebeldía contra Dios y por vanidad (querían
compararse con otros pueblos a su alrededor y jactarse de tener también un
rey). Pero a David lo escogió Dios mismo, un hombre según el corazón de Dios (1
S 13.14).
Samuel estaba dispuesto a
hacerlo, pero sabía muy bien que podría ser peligroso. Como Saúl ya sabía que
él había sido desechado, y el Espíritu de Dios ya se había apartado de él, era
capaz de hacer cualquier cosa. Si él llegaba a escuchar que Samuel estaba
consagrando a sus espaldas a otra persona como rey, lo podría acusar de
traición y condenarlo a muerte. Y Dios accedió al argumento de Samuel y le
presentó una estrategia para lograr el objetivo sin correr riesgos: que lleve
un animal con el objetivo de hacer un sacrificio. Y no era mentira. Realizó un
sacrificio – con el fin de adorar a Dios y de consagrar a alguien como nuevo rey
de Israel. Es posible que el sacrificio haya sido un acto público, y la unción
de David como rey una ceremonia muy privada en el seno de la familia de Isaí.
Sabemos que la sinceridad
es una virtud. Es más, la mentira es condenada muy severamente en muchas partes
de la Biblia. Pero ser sincero no es sinónimo de ser tonto. Por ejemplo: una
sinceridad tonta hubiera sido si Samuel se hubiera presentado ante Saúl para
decirle: “Sabes, como Dios te ha desechado como rey, voy a ir ahora a Belén a
la casa de Isaí para ungir a David como rey en tu lugar.” También hubiera sido
sincero, pero Samuel no hubiera salido vivo de donde estaba Saúl. Entonces la
sinceridad implica también ser inteligente y cuidadoso. Hay maneras y maneras,
especialmente cuando la sinceridad brutal traería más desventajas que otra
cosa. En este caso, Dios le proveyó de una manera en que no dejaba de ser
sincero, pero tampoco revelara todos los detalles a quienes no eran aptos de
recibirlos.
Bueno, con esa instrucción
de Dios, Samuel se tranquilizó y se puso en marcha. No sabía a quién él iba a
ungir, quién iba a ser el electo de Dios, pero por el momento no necesitaba
poder ver todo el camino. Sabía a qué ciudad tenía que ir, junto a qué familia
y qué era el objetivo final de su viaje. Los demás detalles Dios le mostraría
en su momento. No es fácil proceder de esta manera, porque nuestra tendencia
generalmente es querer ver todo el camino para estar seguro de lo que uno va a
hacer. Pero para la fe, la seguridad no radica en saberlo todo de antemano,
sino en saberse en las manos de Dios.
Al llegar a Belén, los
líderes se asustaron al ver a Samuel (así como algunos se asustan al ver al
pastor llegar a su casa, y en cuestión de segundos hacen un recuento de sus
últimos 7 días a ver si se portaron aceptablemente o no…), porque sabían que
Samuel no solía hacer turismo interno, sino que su presencia se debía a algo.
Por eso le salieron al encuentro para tantear un poco el motivo por el cual
Samuel llegaba a la ciudad (v. 4). Pero Samuel los tranquilizó: “Todo está bien. No pasa nada. Sólo vine a
presentarle a Dios esta ofrenda. Prepárense y vengan conmigo al culto. Samuel
mismo preparó a Jesé y a sus hijos para que pudieran acompañarlo en el culto”
(v. 5 – TLA). Ese Jesé —o Isaí— era nieto de Rut y Booz, esa historia
dramática, pero con un final romántico que encontramos en el libro de Rut en el
Antiguo Testamento.
Hasta este punto llegó lo
que Dios le había dicho inicialmente a Samuel. Lo demás dependía ahora de la
guía del Señor, pero mientras que Dios iba revelando su voluntad, Samuel ya
hizo sus propios cálculos. Al ver al hijo mayor de Isaí, su corazón latió más
rápido: “¡Qué tipazo! Señoras y señores, ¡he aquí el elegido del Señor!” Pero
Dios le dijo: “¿Elegido del Señor? Será el elegido del señor Samuel…” “No, pero
Dios, mirána esa belleza de hombre, suspiro de todas las mujeres. ¿Acaso vas a
encontrar a otro mejor que él?” “Samuel, ‘olvídate
de su apariencia y de su gran altura, lo he descartado. Porque Dios no ve las
cosas como los hombres: el hombre se fija en las apariencias pero Dios ve el
corazón’ (v. 7 – BLA). Es una sandía podrida en una cáscara intacta.”
¡Cuánto nos podemos
equivocar cuando nos guiamos según nuestros propios criterios! ¿Qué hubiera
sido de Israel y del mundo hasta hoy en día si Samuel se hubiera dejado llevar
por su impresión y hubiera ungido rey a Eliab? Una pinta espectacular, pero
adentro podrido. No sabemos más detalles acerca de él, pero según la opinión de
Dios, su corazón no estaba aferrado a él. Y lo vemos tiempo después en la
confrontación del ejército de Israel con Goliat. Todos los hermanos, incluyendo
a Eliab, temblaban de miedo ante el gigante, porque no eran capaces de ver la
situación desde la óptica de Dios. Su corazón no estaba enfocado en el Señor.
Sólo David confiaba en Dios y se enfrentó a este burlón. No, hombre, “confía en Jehová con todo tu corazón y no
te apoyes en tu propia prudencia” (Pr 3.5 – RV95) o “…en lo mucho que sabes” (TLA).
Si Samuel consideró a
Eliab como un tipazo, pero Dios lo había desechado, con David pasó lo
contrario. Todos los hijos de Isaí desfilaron por la pasarela, pero nadie fue
elegido por Dios. Al final del show Samuel quedó rascándose la cabeza: ¿Ha upéi? ¿Será que se había cortado la
señal de Internet divino de modo que no le había llegado a tiempo el mensaje de
quién ungir? “Oye, Isaí, ¿son estos todos tus hijos?” “Sí, estos son. Bueno, el
bebé de la casa está todavía en el campo. Pero lo único para lo cual sirve es
para cuidar los animales.” Mientras Samuel había considerado a Eliab una
maravilla, el papá consideró a David algo demasiado insignificante como para
estar presente en el acto. Pero como era el último cartucho, Samuel lo mandó
llamar, para ver qué pasaría. Cuando llegó el muchacho, de unos 15 años quizás,
Dios le dijo a Samuel: “¡Este es mi elegido!” Y no es que era una sandía fea
pero con pulpa rica. Era lindo por dentro y por fuera. La Biblia lo describe
como un joven bastante apuesto, pero ¿este muchacho un rey? Si apenas puede
cuidar los animales de la familia, ¿cómo va a gobernar a todo un país? Si él no
sabe nada ni tiene experiencia alguna. Lo que quizás ni su propio padre supo es
que allá en el campo, el Señor había formado el corazón de este muchacho. En la
soledad de la naturaleza David había desarrollado una intimidad tan grande con
su Dios que su único deseo en la vida era adorarlo, agradarle, obedecerlo.
También había aprendido a luchar al rescatar a sus queridas ovejas de las
garras de los animales salvajes. Poseía muchas más destrezas de lo que su propia
familia sabía. Pero Dios sí sabía de su corazón tierno, moldeable y orientado
hacia el Señor. Y eso es lo que valió para Dios. Samuel entonces, en obediencia
a la indicación de Dios, lo ungió con aceite, y “el Espíritu del Señor vino con poder sobre David y desde ese día
estuvo con él” (v. 13 – PDT).
Me han escuchado repetidas
veces decir que Dios nos ha dado el intelecto para que analicemos las cosas y
tomemos nuestras propias decisiones. Pero debemos saber que nuestro
conocimiento es tremendamente deficiente. No podemos ver más allá de lo
perceptible por los 5 sentidos. Pero la verdadera realidad se desarrolla más
allá de lo que nosotros podemos ver. Es como expresa el dicho: “Caras vemos,
corazones no sabemos.” Esto es justamente lo que complica las cosas para
nosotros – o nos da justamente una sabiduría superior a las demás personas si
nos adherimos totalmente al Señor y nos dejamos guiar por él. Los demás se
guían según su propio intelecto, nosotros según la sabiduría abundante del
Señor – o por lo menos así debería
ser. Cultivemos con especial cuidado nuestra relación con Dios para tener un
oído para sus indicaciones.
¡Y mucho cuidado con las
apariencias! No quiere decir que todas las apariencias de las personas sean
engañosas, ¡no! Pero muchas sí. Quizás no porque la persona pretenda
intencionalmente dar una imagen diferente a lo que realmente es, sino porque yo
quizás la interpreto erróneamente por alguna razón – quizás porque no conozca
lo suficiente a esa persona. Inclusive tienes que desconfiar hasta de tu
opinión acerca de ti mismo. Quizás siempre te has creído la última Coca Cola
del desierto, pero el Señor dice: “Mmmmh, pero tu corazón no me gusta tanto…”
O, a la inversa, siempre te han dicho —y no importa que hayan sido otras
personas que lo dijeron o si fue tu propia boca— que tú no sirves para nada,
que no puedes, que eres un trapo inservible, etc., pero Dios se fija justamente
en ti y elije lo que todos los demás desechan. Lo triste es que nos atrevemos
muchas veces a contradecirle a Dios. Dios nos llama y nosotros le decimos: “No,
no, yo no. Número equivocado.” “Sí, justamente vos. A ti te he elegido para
servirme en esta área.” “No, Señor, yo no sirvo para esto. No me conoces. Yo no
reúno las condiciones para esto.” A ver, ¿quién establece las condiciones para
el servicio a Dios, nosotros o Dios? Además, ¿quién reúne las condiciones para
servirle a Dios? ¡Nadie, ni el más capaz! Por eso, si Dios te llama es porque
él quiere “acondicionarte”; agregarte su poder para que junto con él puedas reunir
las condiciones para el servicio al que te está llamando. Ten muy presente que
Dios no llama a los capaces, sino que él capacita a los llamados. Por eso, pon
oídos sordos a las opiniones humanas acerca de ti mismo y presta atención a la
opinión de Dios acerca de ti. Para esto tienes que ajustar tu espíritu al
Espíritu Santo para escuchar la voz de Dios. Y tienes que escucharla también
respecto a los demás. Fijate que Dios jamás va a decir algo negativo acerca de
nadie. Si tú expresas palabras de condenación, de crítica, de denigración
acerca de otros, probablemente estés guiándote por tu propia opinión acerca de
las apariencias de la persona. Así que, ¡cuidado con las apariencias! No
evalúes la sandía antes de haberla cortado. La realidad verdadera está más
profunda que las apariencias, y sólo Dios nos la puede revelar. Mejor entonces
hablar menos y orar más.
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