Este miércoles pasado, la hermana
Alicia compartió en el grupo de la iglesia una breve reflexión acerca del
diezmo. Me gustó mucho la formulación. Decía: “Pagar el diezmo no es dar
dinero. Es decirle a Dios: ‘Reconozco que la salud, la fuerza y la oportunidad
de trabajar viene de tu mano y por eso te entrego una pequeña parte de todo lo
que me entregaste. Gracias, Señor.’ Dar el diezmo es sacar los ojos del dinero
y mirarle a Dios. Es una adoración.”
Una de las cosas que me gustó de
este texto es la diferenciación entre un acto externo y una actitud interna.
Para muchos, diezmar es sólo cuestión de dar su dinero; es sólo un acto externo
de poner unos billetes en el ofrendero. Y como hemos invertido parte de nuestra
vida en conseguir ese dinero, nos cuesta tremendamente hacer este acto.
Esta diferencia entre el acto
externo y la actitud interna es la parte que muchas personas, incluso muchos
cristianos, no entienden. El valor verdadero del diezmo radica en la actitud
interna que mueve a la persona a dar su diezmo. Sin esa actitud, el dinero que
damos es sólo una caja vacía.
Coincidentemente, ese mismo día
Rodrigo publicó en el mismo grupo un video en el cual una presentadora de
televisión cita al escritor uruguayo Eduardo Galeano, quien dijo lo siguiente: “Vivimos
en un mundo donde el funeral importa más que el muerto, la boda más que el amor
y el físico más que el intelecto. Vivimos en la cultura del envase, que
desprecia el contenido.”
Esto me recuerda lo que dijo Pablo
en el himno al amor: “Puedo entregar todo
lo que tengo para ayudar a los demás, hasta ofrecer mi cuerpo para que lo
quemen. Pero si no tengo amor, eso no me sirve de nada” (1 Co 13.3 – PDT).
Pero el que ama a Dios y lo adora de todo corazón, el dinero que entregue en el
diezmo será para él poca cosa que pueda agregar al corazón que ya le dio al
Señor. El dinero será expresión visible de su amor interno a Dios.
Esta no es una prédica acerca del
diezmo, pero es un muy buen ejemplo para señalar la relación que debe haber
entre la actitud interna y el acto externo. Porque esta relación es fundamental
en todo lo que se hace para el Señor.
Y si no tenemos en cuenta esto, la vida cristiana se reduce simplemente al
cumplimiento de una lista de exigencias frías. Y si puedo marcar como cumplido
todo lo que dice la lista o dejar de hacer todo lo que no debo hacer, entonces
supuestamente soy un buen cristiano. Pero la verdad es que con eso ya hace rato
dejé de ser un buen cristiano, porque
la vida cristiana no pasa por la observancia externa de prescripciones de
otros.
La iglesia de Sardes no tuvo en
cuenta esta diferencia, lo que la llevó casi al borde de la muerte espiritual.
Cristo le mandó el mensaje que nos toca analizar hoy para procurar hacerla
despertar a tiempo. Leamos entonces este mensaje de Jesús a la iglesia de
Sardes.
FApocalipsis 3.1-6
Como es de costumbre, Jesús como
emisor de este mensaje se presenta a la iglesia. Él se da a conocer como “el que tiene los siete espíritus de Dios”
(v. 1 – RVC). Juan, en su inicio del Apocalipsis, ya había saludado a las
iglesias “de parte del que es y era y ha
de venir, y de parte de los siete espíritus que están delante de su trono, y
también de parte de Jesucristo” (Ap 1.4-5 – DHH). “La mención de los siete
espíritus junto con el Padre y con Jesucristo sugiere que estos espíritus
simbolizan al Espíritu de Dios en sus múltiples manifestaciones” (DHH). Algunos
ven una relación entre las 7 iglesias del Apocalipsis y los 7 espíritus o las 7
manifestaciones del Espíritu Santo, como que hay una manifestación distinta
para cada iglesia. Por eso él le da un mensaje muy exacto y personal de acuerdo
a la situación que vive cada iglesia.
Jesús también se presenta como el
que tiene las 7 estrellas. Ya en la visión introductoria que había tenido Juan,
Jesús le había dado la clave diciendo que “las
siete estrellas representan a los ángeles de las siete iglesias” (Ap 1.20 –
DHH), probablemente refiriéndose a los líderes o pastores de cada iglesia. De
esta manera Jesús declara ser el directamente responsable de los líderes.
Contrario a las anteriores cartas,
Jesús, de su presentación pasa directamente a señalar el problema o el peligro
de esta iglesia: “Yo sé todo lo que haces
y que tienes la fama de estar vivo, pero estás muerto” (v. 1 – NTV). La
iglesia estaba activa; sucedían cosas; hacían obras. Esto le daba la fama de
ser una iglesia viva. Hacia fuera, tenía una pinta espectacular. Pero el Señor
mira más allá de las apariencias. Él mira el corazón – tanto de las personas
como de la iglesia. Y su diagnóstico no fue tan auspicioso. Él veía que las
obras de la iglesia eran sólo la caja vacía de la que hablamos hace ratito. No
había contenido. Ya en este tiempo se conocía la “cultura del envase” de
Eduardo Galeano, porque esta iglesia la vivía. Y Dios no se deja impresionar
por una caja bonita, decorada con buenas obras, pero que expide olor a cadáver.
“Pareces estar vivo, pero en realidad
estás muerto” (PDT).
Por eso Jesús le da una sacudida
fuerte a la iglesia para que reaccione: “Despiértate
y reanima lo que todavía no ha muerto” (v. 2 – BLA). Todavía no todo estaba
perdido. Algún aliento de vida permanecía todavía en la iglesia. Eran aquellos
pocos que habían luchado por no dejarse llevar por esa corriente, y a quienes
Jesús se referirá en el versículo 4. Jesús actúa aquí exactamente de la manera
que el profeta Isaías había anunciado: “No
hará pedazos la caña quebrada, ni apagará la mecha humeante” (Is 42.3 –
RVC). A esta iglesia agonizante, él no le va a dar el golpe final para que se
muera de una vez. Más bien, con mucho cuidado y amor, pero también con toda la
claridad necesaria, él procura para que esta iglesia pueda levantarse
nuevamente, y que pueda reaccionar antes que sea demasiado tarde. Le da unas
cachetadas y le dice: “¡Eh, despierta! Salva lo último que te queda todavía.”
Es que las obras de esta iglesia no pasaban la prueba divina. Se aplazaron a la
luz de Dios, ya que carecían del espíritu apropiado que debía darles vida y
verdadero significado a esas obras. Fíjense cómo las diferentes versiones
traducen esta parte del versículo 2: “…tus
obras no son lo suficientemente buenas ante los ojos de mi Dios” (PDT); “tus obras me parecen muy mediocres a la luz
de Dios” (BLA); “tu comportamiento
está lejos de ser irreprochable” (BLPH); “tus acciones no cumplen con los requisitos de mi Dios” (NTV). O
sea, ¡aplazado!
Ante esta situación, Jesús anima a
la iglesia a mirar un rato en el espejo retrovisor. A veces es necesario
retroceder para ver en qué momento uno se desvió del camino correcto. Lo mismo
también ya le había dicho a la iglesia de Éfeso: “…recuerda de dónde has caído, vuélvete a Dios y haz otra vez lo que
hacías al principio” (Ap 2.5 – DHH). No podemos anular las decisiones
equivocadas tomadas en la vida ni debemos vivir siempre en el pasado. Pero a
veces es saludable comparar nuestra situación actual con la de nuestro pasado.
¿Qué diferencias hay entre hoy y un cierto tiempo atrás? Si hoy estoy peor que
hace meses o años, ¿cuál es la causa? Y mucho más importante: ¿Cómo vuelvo otra
vez a ese estado inicial? Eso es lo que el Señor quiere que haga la iglesia de
Sardes. El no reaccionar ante este llamado de atención traería consigo
consecuencias negativas para la iglesia. Jesús compara su acción contra la
indisposición a arrepentirse con la sorpresiva e inesperada aparición de un
ladrón. Si uno supiera en qué momento un ladrón llegaría a nuestra casa,
estaríamos preparados para darle una “cordial bienvenida”. Pero la
imposibilidad de saber de antemano los planes y los movimientos del ladrón hace
que uno esté casi totalmente indefenso ante él. Así también la persona no podrá
esquivar la corrección de Dios, si no se arrepiente a tiempo.
La imagen del ladrón que llega
cuando uno no lo espera, se usa en la Biblia frecuentemente para hablar de la
segunda venida de Cristo. Pero en el caso aquí de la iglesia de Sardes no se
refiere a esto, sino a la acción que Jesús tomará en contra de los defensores
de la “cultura del envase”, es decir, los que no tienen vida espiritual
verdadera, sino solamente la pinta.
Pero no todo está perdido. Hay unos
pocos que son la excepción en Sardes. Son pocos, ¡pero los hay! En toda la
Biblia, Dios siempre se fija en el remanente que lucha por mantenerse fiel a
él. Y con ese remanente, Dios construye de nuevo su pueblo. Estos pocos
sobrevivientes a la degradación religiosa de la iglesia de Sardes, que no
ensuciaron su ropa, reciben un gran elogio de parte del Señor. El “ensuciar su
ropa” no es literal, sino se refiere a no haber manchado sus vidas con el
pecado. ¿Quiere decir que fueron perfectos? No, nadie lo es. Nadie puede evitar
salpicarse con el pecado, así como casi es imposible salpicar su ropa con barro
en estos días de tanta lluvia que tuvimos. Es así porque somos personas
limitadas, viviendo en un chiquero espiritual. Pero estas personas de Sardes
lucharon por la santidad, y cualquier mancha del pecado que aparezcan, ellos lo
limpiaron por medio del arrepentimiento y el perdón de Dios. ¿Cuál fue la
diferencia entre estos pocos y el resto de la iglesia? Mientras este remanente
fiel se manchaba de vez en cuando con el pecado, los demás se revolcaban en el
fango del pecado como lo hacen los chanchos. Ensuciarse ocasionalmente, y vivir en el barro, son dos cosas muy
distintas.
A este remanente, Jesús les promete
que estarán a su lado con sus vestiduras blancas. Son blancas justamente porque
no los ensuciaron. El blanco es símbolo de pureza, de santidad y de victoria.
Quien se cuidó de no deslizarse a una vida en pecado, será declarado por Cristo
vencedor, santificado en Jesús. El Señor dice que estarán a su lado “porque son dignos” (v. 4 – NBLH), “porque se lo merecen” (DHH). Será la
recompensa por la fidelidad a Dios que han demostrado toda su vida.
Esta promesa de Cristo no es
solamente para el remanente de Sardes, sino para “todos los que salgan vencedores” (v. 5 – NTV), es decir, para
todos nosotros, si logramos vencer al pecado y vivir en santidad.
Además, el nombre de los vencedores
no será borrado del libro de la vida. Este libro de la vida es un tipo de
registro civil celestial. Ahí están registrados todos los que han aceptado a
Jesucristo como su Señor y Salvador; los que han alcanzado la salvación en
Cristo. Jesús dice que no va a borrar los nombres de los vencedores de ese
libro, porque ya pueden disfrutar eternamente la salvación que habían recibido
a través de Cristo.
Y hay otra acción del registro civil
más que Jesús hará: reconocer a su hijo. Eso hace un hombre cuando, por
ejemplo, se casa con una mujer con hijo o madre soltera, pero él reconoce a esa
criatura legalmente como su hijo propio. Así Jesús, ante toda la corte
celestial, reconocerá públicamente que somos sus hijos: “…delante de mi Padre y de sus ángeles, diré que es mío” (v. 5 –
PDT); “responderé por él ante mi Padre y
ante sus ángeles” (BLPH); “le diré a
mi Padre y sus ángeles que ellos son mis seguidores” (CEV – traducción
libre). ¡Qué gozo será escuchar tu nombre retumbar en todo el cielo cuando se
lea la declaración de propiedad exclusiva del Hijo de Dios, Rey de reyes y
Señor de señores! Y eso por haber aceptado la salvación que él nos ofrece y
haber procurado una vida en santidad en esta tierra. Por eso dijo Jesús a sus
discípulos en una oportunidad: “Si
alguien se declara a mi favor delante de los hombres, yo también me declararé a
favor de él delante de mi Padre que está en el cielo” (Mt 10.32 – DHH).
Cristo pone hoy delante de nosotros
el espejo de su Palabra. El mensaje a Sardes es bastante serio. ¿Y qué de
nosotros en Costa Azul? ¿Somos una caja vacía o llena? Es relativamente fácil
saberlo. El indicador de si somos de la “cultura del envase” o no, nos dará la
respuesta a la siguiente pregunta: ¿Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Cuál es la
razón o la motivación para cualquier cosa que hacemos en el culto o como
iglesia? Por ejemplo, ¿por qué tenemos Escuela Dominical? ¿Por qué tenemos un
tiempo de alabanza en el culto? ¿Por qué predicamos? ¿Por qué venimos al culto
siquiera? Es la misma pregunta que el hermano Roberto Arce se puso a sí mismo
tan insistentemente al empezar a frecuentar esta iglesia, ¡y le felicito por
eso! ¿Por qué lo hacemos? ¿Es porque “siempre se hizo así”? ¿Es por tradición?
¿Es porque las demás iglesias lo hacen y no podemos quedarnos atrás? ¿Por qué?
¿Qué nos motiva?
Lo mismo vale también para cada uno
en particular: ¿Por qué das tu diezmo (para usar el ejemplo del inicio)? Y si no
diezmas, ¿por qué no diezmas? ¿Por qué haces tu devocional cada día? Y si no lo
haces, ¿por qué no lo haces? ¿Por qué colaboras en algún ministerio de la
iglesia? ¿Es todo esto por tradición? ¿Porque se supone que esto lo hace un
buen cristiano? ¿Porque el pastor dijo que así se tiene que hacer? Son
preguntas muy, muy desafiantes. Para mí por lo menos ha significado un fuerte
reto o desafío este mensaje a Sardes. No podemos darnos el lujo de hacer las
cosas “porque sí”; de ser una caja vacía con una pinta envidiable, pero con
calaveras adentro. No podemos permitir que nuestra vida cristiana se reduzca a
una serie de acciones externas, de obras, de programas, pero que carezcan de
contenido; que no tengan otro propósito sino el mantener en marcha la iglesia.
¿Pero cuál es el contenido correcto?
¿Cuál es esa motivación correcta? El versículo lema del ministerio de ujieres
es: “Cualquiera sea el trabajo de
ustedes, háganlo de todo corazón, teniendo en cuenta que es para el Señor y no
para los hombres” (Col 3.23 – BPD). Pablo escribe a los corintios: “El amor de Cristo nos constriñe…” (2 Co
5.14 – RV95); “domina nuestras vidas”
(TLA); “nos lleva a actuar así”
(RVC). Y el versículo que leímos ya al inicio, en el que Pablo dice que, si él
hiciese cualquier maravilla, pero sin amor como fuerza motriz, como motivación
para hacerlo, sería un desastre, una pérdida de tiempo y de esfuerzo. ¡Esa es
la motivación correcta: nuestra devoción, nuestro amor, nuestra obediencia,
nuestra adoración a Cristo! Si tu motivación para hacer esto o aquello, para ir
a la iglesia, para diezmar, para trabajar en algún ministerio, etc. no es el
amor, ¡olvídalo! Si como iglesia no hacemos las cosas sólo para obedecer y
honrar a nuestro Señor, llegamos a ser una caja bonita pero vacía. El valor no
está en la caja en sí. Esa se abre, se saca lo que está adentro, y se la tira a
la basura. Lo que vale es lo de adentro. Sólo Cristo, su amor hacia ti y tu
amor hacia él pueden ser el contenido que dé valor a tu vida, a tus acciones y
a nosotros todos como iglesia. Si el amor de Dios impregna nuestras vidas, si
estamos empapados del Espíritu Santo, y si todo lo que hacemos como iglesia y
como individuos es una respuesta de adoración y obediencia al gran amor de
Dios, entonces dará verdadera vida a las personas. Entonces la caja bonita
alrededor será una invitación y un estímulo para la gente, no para admirar la
caja, sino para deleitarse en su contenido que es la presencia de Dios y para
ser fortalecidos en su fe. ¡Que así sea!